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Corazones rotos por Butterflyblue

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Notas del fanfic:

Aqui estoy de regreso, con la tercera y ultima historia. Les dejo con todo el corazon la historia de Nathan y Dwain espero la disfruten. Espero tambien contar con la compañia de todas las que me han apoyado en las historias anteriores. Saludos y mil gracias por leer.

 

Butterflyblue

Notas del capitulo:

Sin mas les dejo el primer capitulo, esperando con ansias me dejen saber sus impresiones.

 

Saludos.

— ¿Aún te duele mirar eso?


 


Dwain mira el papel arrugado sobre la mesa. Siempre le ha gustado escuchar la voz suave y sedosa de Nathan, tiene un poder tranquilizador en él. Lamentablemente esta vez no lo tranquiliza, en esta sesión las cosas han sido más doloras y profundas.


 


Nathan ha sacado a relucir temas difíciles de su vida, como ese que toca ahora, con aquellos recortes de periódicos que le queman la piel como llamaradas ardientes de un fuego que solo arde en su corazón.


 


Estira la mano y toma el papel, lo mira largo rato como buscándole un sentido a ese dolor lacerante que lo asfixia de solo leer las palabras escritas allí.


 


“La boda del año. En una estricta intimidad, el célebre abogado Franco Abramo, por fin deja la soltería de la mano de su prometido, Dominic Flament, heredero de una de las fortunas más poderosas de Europa”


 


Sus ojos se cierran, la foto que acompaña ese artículo perturba su mente. Es lejana y hasta un poco borrosa, pero él puede percibir con claridad, la perfecta sonrisa de Franco. Se ve feliz y eso le duele. El rostro de Dominic apenas se nota y es porque Franco lo tiene fuertemente aferrado a su pecho. Lo protege, lo ama y ambos sentimientos se notan a leguas.


 


Dwain suspira y abre los ojos, deja el artículo sobre la mesa y toma el otro recorte, el más difícil, el que más lastima su corazón.


 


“Por fin nos han dejado conocer al que será uno de los jóvenes más poderosos de Estados Unidos. En una entrevista exclusiva, Franco y Dominic Abramo nos presentan al pequeño Adam Ethien Abramo Flament. El pequeño bebé no solo será heredero de una enorme fortuna, sino que será un gran rompecorazones.”


 


El articulo dice muchas cosas, pero Dwain se queda embelesado en unas pocas frases, en una hermosa fotografía de la familia feliz que Franco tiene. Es un bebé muy hermoso ciertamente y la pose fiera con la que Franco cobija a Dominic y a su hijo entre sus brazos, también le dice que es un niño muy amado. Nuevamente envidia la felicidad de Dominic, mira con tristeza el amor en su rostro, la paz, la confianza. Dominic es feliz, porque tiene lo que ha deseado, Franco le ha bajado el mundo y lo ha puesto a sus pies.


 


—Él…es feliz. —Pronuncia quedamente, acariciando las líneas del rostro de Franco en aquella fotografía.


 


—¿Cómo te hace sentir eso?


 


La pregunta de Nathan no lo toma por sorpresa.


 


— ¿Quieres que te diga que quiero morir? ¿Deseas averiguar si buscaré drogarme de nuevo para olvidar? —Le pregunta al médico con un dejo de rudeza. Se pone de pie y camina hacia la ventana. —Tengo casi un año sin probar ninguna droga, Doctor Nolan. No hay día en que no piense en eso, no hay día en el que no me diga “Solo una vez más”.


 


Dwain voltea a mirarle, sus ojos cristalinos, llenos de desesperanza. Su voz rota colmada de dolor.


 


—Siento un dolor enorme en mi pecho. Cada día hago un enorme esfuerzo para ponerme de pie ¿Quieres que te diga cómo me hacen sentir esos recortes de periódico? Vacío, hueco, sin esperanza. Mi pa…Paolo no entiende mi dolor, esconde de mi todo lo que tenga que ver con Franco, pero él está dentro de mí ¿Cómo esconderlo?


 


Dwain nota como Nathan aprieta entre sus dedos la hermosa pluma con la que profesionalmente, toma notas de aquella conversación. Unos días atrás se lo ha confesado. Le dijo como de grande era su amor, fue un momento emotivo en medio de una charla de esas que suelen ocurrir cada vez que Nathan le regala un libro.


 


El médico le abrió su corazón con una hermosa franqueza y con esa misma franqueza él se lo rompió.


 


“No tengo amor en mi corazón, está hueco. Mis sentimientos se perdieron tras el sueño inalcanzable que fue Franco para mí. ¿Cómo aceptar lo que me ofreces, sino tengo nada que darte a cambio?”


 


Nathan soportó el rechazo con entereza y se comprometió a seguir ayudándolo hasta que él quisiera. No cambió nada en su forma de tratarlo y las sesiones siguientes fue como si nada hubiese pasado. Como si aquella confesión no hubiese existido.


 


Solo que ahora, en ese instante. Dwain siente dolor y no quiere al pragmático y ecuánime doctor. Quiere al hombre que le dijo que lo amaba, quiere consuelo, quiere sentir ese amor que Nathan le profesa. Aunque egoístamente no tenga sentimientos con que retribuirle.


 


—Muchos narcodependientes no se recuperan al cien por ciento. La necesidad siempre va a estar allí. Podemos hablar con el Doctor Calahan, para que tu soporte en las reuniones de narcóticos anónimos este disponible fuera del centro. Sin vuelves a sentir esa necesidad sería bueno que pudieras llamarle en cualquier momento.


 


Dwain le mira con rabia.


 


— ¿Es que, porque te he rechazado ya no puedo llamarte?


 


El ataque deja a Nathan sin argumentos, no esperaba aquella reacción y lo lastiman esas palabras duras. Aun así responde con serenidad.


 


—Siempre has podido llamarme y siempre podrás hacerlo. Cuando me pediste que continuara siendo tu terapeuta, quedamos de acuerdo en que los sentimientos personales no influirían. Si te recomiendo la ayuda de tu soporte es porque un apoyo extra no te cae mal.


 


Dwain estalla, envuelto en su frustración y en los agobiantes sentimientos que lo llenan. Nathan no tiene la culpa de nada de lo que siente, pero está allí y es tanta la ira que debe dejarla salir, antes de que lo consuma.


 


—Deja de hablar como un maldito robot. Tú dices que me amas y estas allí mirándome con frialdad, hablando de ese estúpido soporte ¿Crees que me gusta sentarme en esas malditas reuniones a escuchar la vida infeliz de los otros? ¿Quieres que llame a ese tipo que apenas conozco y le diga que me muero por consumir droga? ¿Qué sabe él de mi dolor? ¿Qué sabe de lo que ocurrió en mi vida?


 


—No saben nada porque nada has querido contar. No puedes reprocharles que no sepan tu historia, pues no has querido compartirla.


 


Nathan no ha perdido la serenidad ante el ataque y le muestra a Dwain lo que es evidente, su rabia está mal enfocada. Es él quien tiene que ayudarse, es él quien tiene que abrir su corazón y dejar salir los demonios que aún lo atormentan.


 


Pero dejarle ver lo obvio, lejos de apaciguarlo, caldea más los ánimos. Dwain le grita entre lágrimas.


 


— ¿Qué quieres que les cuente? Mi madre me crio como un terreno fértil que un futuro le daría beneficios. De niño pensé que ella me amaba, me compraba cosas lindas, cuidaba de mí, se ocupaba de que yo aprendiera muchas cosas. Hasta ese día.


 


La mirada de Dwain se pierde en los recuerdos. Nathan lo deja desahogarse, será la primera vez que escuche la historia completa. Dwain nunca quiso hablar de eso, hasta ahora.


 


—Cumplía diecisiete ese día, mi…mamá se veía distante. Yo pensé que me tenía una linda sorpresa, en cierta forma si tenía una sorpresa, pero no fue linda, fue…aterradora. Ella insistió en que me pusiera guapo, peinó mi cabello con especial cuidado. Antes de salir me habló con una mirada extraña en el rostro. “Tomate esto cariño, te hará sentir bien”, puso la pastilla en mi boca y yo no volví a tener control de mí mismo. Era como una pesadilla, como si estuviera fuera de mi cuerpo y viera lo que estaba pasando, pero no pudiera hacer nada al respecto.


 


Dwain cierra los ojos con fuerza cuando el recuerdo se vuelve demasiado aterrador para soportarlo. Las manos de Nathan lo regresan al presente y el médico, despacio, lo lleva a sentarse en el sofá.


 


Dwain, aferrado a esas manos, como un hombre desesperado que se ahoga en agonía, continúa su relato.


 


         —Cuando desperté al día siguiente, todo me dolía, mi cuerpo y también mi corazón. Ella no dijo nada, no se disculpó, no me explicó. No tenía por qué decir nada, después de todo yo era de su propiedad y era hora de devolverle lo que había gastado en mí. La primera vez que intenté huir uno de sus chulos me golpeó hasta que casi me mata. La segunda llamaron a la policía, nadie creyó en mí, ella era mi madre y yo un adolescente descarriado. La tercera me drogó hasta hacerme perder el sentido de mí mismo. No lo intenté más, me dejé llevar por lo inevitable. Viví todo ese tiempo envuelto en una bruma, hombres iban y venían. Hasta el médico que mi madre contrató para revisarme periódicamente, me violó. Después de un tiempo ya no reconocía que era real y que no lo era. Mi madre me daba las pastillas y yo me perdía. Fue un milagro que no me contagiara de alguna enfermedad, aunque no sé si hubiese sido mejor haber muerto.


 


Nathan lo abraza con ternura. Dwain de pronto se siente protegido entre aquellos brazos.


 


—No puedo contar mi historia Nathan. No quiero que los demás vean como alguien que debió amarme, me destrozó. Eso haría si se puede más monstruoso todo esto. Quiero olvidarlo. Quiero borrarlo de mi mente.


 


Nathan entiende en aquel momento lo trágica que ha sido la vida preciosa de quien ama. Quiere cobijarlo entre sus brazos por siempre, protegerlo, pero no puede. No si no es Dwain el que lo acepta en su vida. Estando allí solo consigue hacer más hondas sus heridas y no cumple con su deber, que es ayudar a Dwain a superar sus adicciones y sus demonios.


 


—Hablaré con Calahan, dejarás de asistir a la terapia publica, pero sería bueno que él té siga viendo en privado. Le recomendaré que busque un apoyo con el que te sientas cómodo.


 


— ¿Por qué suenas como si estuvieras despidiéndote? —Le pregunta Dwain recostado en su pecho, sin fuerzas siquiera para disgustarse por la evidente despedida de Nathan.


 


Nathan besa sus rubios cabellos con amor. Respondiendo a su pregunta con la voz estrangulada por las emociones que lo agobian.


 


—No puedo ayudarte sintiendo lo que siento por ti. No es ético ni es justo contigo. Mis sentimientos están demasiado involucrados. Quisiera matar a tu madre por lo que te hizo, quisiera desaparecer a todos esos hombres que te mancillaron. Quisiera poder borrar de tu mente esos recuerdos que te hieren. No puedo pensar con objetividad y todas las herramientas con las que estoy preparado para ayudarte se pierden en el dolor, en la rabia que siento por lo que has vivido. Te amo Dwain, pero como Nathaniel Nolan, no como el psicólogo que debo ser y así no puedo ayudarte.


 


Nathan vuelve a besar su cabello y se pone de pie para dirigirse a su escritorio. Escribe algo en un papel y con pesar se lo da a Dwain.


 


—Esta es nuestra última consulta. Deseo que te recuperes, quiero que olvides todo ese infierno y te des una oportunidad de seguir adelante. Ruego y rogaré siempre porque seas feliz. Ese es el teléfono del Doctor Calahan, llámalo, yo lo informaré de todo, tu solo tendrás que acordar las consultas.


 


Nathan le toma las manos con ternura. Le habla con emoción, con esperanza, con un dejo de dolor.


 


—Él puede ayudarte Dwain, te mereces una vida feliz. Yo…yo esperaré, para que cuando tu corazón haya sanado, consigas en ti, algún sentimiento que te traiga hacia mí.


Es difícil dejarlo ir. Dwain sabe que no va a encontrar ese sentimiento. Sabe muy en el fondo que no logrará ser feliz y le es difícil dejar ir a Nathe, a su voz suave, a la esperanza que siempre ve en su mirada. Pero no tiene nada para darle y no quiere retenerlo a su lado por egoísmo. Se pone de pie, le sonríe y se marcha. Deseando en su corazón que el joven médico consiga la felicidad que él nunca podrá darle.


 


******


 


Camina hacia la salida con pasos inciertos, algo le dice que no debe irse, pero se va, pues es eso lo que quiere. No puede darle esperanzas a Nathan, no quiere lastimarlo.


 


—Hola hijo ¿Cómo te fue en la consulta?


 


Paolo lo espera siempre en la salida del centro. Cada día, en cada sesión. No importa que tan ocupado esté, siempre saca tiempo para estar allí con él. Dwain le sonríe y camina al auto donde su padre ya lo espera con la puerta abierta. Mientras Paolo da la vuelta para entrar al vehículo, Dwain piensa en lo diferente que hubiese sido su vida si su padre hubiese sabido antes de su existencia.


 


El hombre lo entiende de tal manera que no menciona nada más, se adapta a su silencio, solo conduce, sereno, impávido, esperando que Dwain quiera decirle algo. Cuando llegan al imponente departamento de Paolo el aroma de comida recién hecha, llena el lugar.


 


La vida de Paolo Andretti ha dado un giro enorme, de un apartamento frio y solitario ha pasado a tener un hogar. Con un estudio donde hay todo tipo de aparatos electrónicos diseñados para el entretenimiento de un adolescente. Un servicio doméstico que va cada día a limpiar y una señora que se queda hasta las nueve y cocina como la mejor de los chefs.


 


Dwain murmura una escueta disculpa y se marcha a su habitación. Paolo sabe que debe darle tiempo. Dieciocho años de ausencia no se reparan en unos días, hace lo que puede, lo que su corazón le dicta que haga, pero no entiende que Dwain se ha ido apagando poco a poco, que su hijo está roto por dentro.                    


 


Tiene una habitación que cualquiera habría envidiado. Un espacio enorme, lleno de incontables comodidades. Dwain sabe que es afortunado, pero saberlo y disfrutarlo es muy diferente. Se sienta en la mullida cama y mira a su alrededor, se siente perdido, solitario. En aquellos momentos siente una enorme ansiedad, el miedo corre por sus venas y una enorme sed lo consume. Desea, necesita, anhela, aquello que adormece su mente, que lo lleva a parajes solitarios donde solo el existe, donde la realidad pierde la razón, el rumbo, donde no hay sino espejismos que engañan a la mente.


 


Sus manos tiemblan, su corazón palpita aceleradamente, una fina capa de sudor cubre su frente. Respira, respira profundamente. Piensa en el mar, en las flores azules que adornan el camino a la montaña donde le gusta ir a caminar. Piensa en lo bueno que tiene, recuerda lo malo que aquella ansiedad atrae hacia él. Usa toda su fuerza de voluntad, todo el autocontrol que posee, usa cada gramo de valentía que pueda quedarle en el cuerpo y entonces, después de desgarradores minutos, la sed pasa, el miedo se retrae, el corazón regresa a su cauce y una vez más ha ganado la batalla.


 


¿Por cuánto tiempo más podrá seguir dando la pelea?


 


Los días siguen pasando, lentos, yertos, grises. Ya no lo ve cada día, cuando pasa por el centro no está. Su oficina está vacía y nadie sabe dónde está ni que hace en aquellas horas. Su silencio le duele, necesita su voz, su esperanza. Las consultas con el Doctor Calahan son distintas, carecen de sentimientos, de la empatía que le daba Nathan.


 


Regresa a su casa ese día con el rostro compungido y descorazonado. Se niega a comer y de pronto dormir le parece más atractivo que mirar una película en su sofisticada televisión. Cuando se recuesta, se pregunta si no sería mejor dormir para siempre.


 


Paolo ha notado su apatía, lo ve hundirse cada día más en una depresión angustiosa. No sabe que hacer pues lo que le puede sacar de aquel agujero es algo imposible de conseguir. Justo ese día ha estado en casa de Franco, aquel hogar derrocha alegría, amor. Su amigo se ve pleno, feliz y no es difícil saber porque. Dominic está cada día más radiante y el pequeño Adam es un encantador bebé, que tiene a todo el mundo enamorado de él. Es como un pequeño príncipe con un séquito muy grande de seguidores. En aquella casa las visitas no paran, abuelos, tíos, todos pasan a visitar al pequeño dueño de sus corazones.


 


No, no puede darle a su hijo aquello que anhela, pues ese corazón es ocupado por una hermosa persona que le ha regalado además una familia feliz. Paolo se siente impotente, ver a su hijo acabarse así, día a día, es como si su propio corazón se estuviera marchitando junto a él.


 


Ya son tres meses de vacío, de ausencia. Poco a poco se ha vuelto más retraído, mas ensimismado. Nuevos recortes de periódicos adornan los que ya tiene. Franco saliendo de un restaurant con su familia. La inauguración de una galería para Dominic. Fotos y más fotos de la vida feliz que él desea.


 


Esa noche despierta con una gran ansiedad, esa que cada día se hace más fuerte, más aterradora. La fuerza de voluntad se ha terminado, ya no le sirve evocar los buenos recuerdos, el mar de sus sueños se vuelve turbio y en el camino a la montaña las flores azules se marchitan lentamente. Una tormenta se cierne sobre él, desoladora, amenazante. No tiene escape, ha llegado el final.


 


Nadie lo nota cuando camina tambaleante por las calles que no parecen dormir. Gente de la noche lo ve pasar sin percatarse de su turbación. Sus pies lo guían hacia la oscuridad. Ese callejón lúgubre donde alguien tiene lo que desea, donde una persona sin escrúpulos, sin rostro, le venderá el veneno que lo consumirá.


 


Unas palabras, un precio, un hombre anónimo que comercia con las vidas de inocentes que tomaron mal el camino. Un intercambio, dinero por muerte, por olvido, por una recaída que a lo mejor no tiene regreso.


 


Ahora corre por las atestadas calles, apenas ve el camino. Tiene lo que desea en su bolsillo, pero ¿es de verdad lo que quiere? Se detiene sin aliento. Todo gira a su alrededor. Hay montones de voces en su mente, unas le gritan que vuelva al camino, otras lo incitan a perderse en la demencia.


¿A quién debe hacerle caso?


 


Cubre sus oídos, quiere gritar, gritar hasta que su voz se pierda. Las lágrimas anegan su rostro, su garganta está llena de gritos que no salen, su corazón está lleno de miedo y cuando se da cuenta, sus pies lo han llevado a un sitio donde encontrará consuelo.


 


No sabe cómo ha llegado allí, pero está de pie frente a la puerta blanca. Allí están las plantas y las escaleras, solo tiene que tocar. Lo hace sin pensarlo y el rostro amable aparece unos segundos después. La ansiedad desaparece y el corazón regresa a su cauce, se siente cansado, adolorido, pero el miedo se ha ido.


 


—Quise probarla. “Una última vez” me dije. Pero no lo hice, te juro que no lo hice.


 


Sus palabras apenas son un murmullo. Las lágrimas no han dejado de caer, el blanco paquetito descansa en su mano temblorosa. Quiere perdón, quiere comprensión, quiere amor.


 


Una mano suave toma la suya, le quita el veneno y lo guarda apartándolo de su vista. Lo hala suavemente hacia el interior de aquel hogar que siempre huele a flores frescas. Dwain camina como sonámbulo, confiado en aquella mano, dejando en aquel hombre lo que le queda de vida.


 


Nathan lo sienta despacio en un mueble, desaparece por unos segundos y reaparece con una taza de té. Se lo hace beber poco a poco. Lentamente un calor suave llena su cuerpo. La sensación es aquella que debe sentir un soldado que ha vivido la más horrenda de las guerras y de pronto regresa a su hogar, donde es amado, protegido, donde hay paz.


 


—No tengo más fuerzas Nathe. No sé cómo seguir. Ayúdame a conseguir el camino.


 


Es una súplica, son muchas lágrimas, mucho dolor para un corazón tan joven. Nathan lo abraza con ternura, con esperanza. Quizás no sea lo correcto, quizás no sea lo mejor, pero hay en su corazón mucho amor, mucha fortaleza. Una férrea disposición de curar aquel corazón. Quiere tener esperanza de que lo conseguirá. Besa los rubios cabellos que huelen a sol y a primavera.


 


Dwain se aferra a aquellos brazos, no es amor, lo sabe. El amor de su corazón lleva un nombre grabado a fuego. Pero ese amor es inalcanzable. Lo está matando lentamente. Con Nathan es distinto, es un sentimiento apacible, inofensivo.


 


¿Qué mal puede hacer entregarse a ese sentimiento? Dejarse amar aunque él no ame. Protegido en aquellos brazos, no siente la sed, no escucha las voces y el dolor se vuelve tímido, casi imperceptible. No es justo para Nathan, él lo sabe, pero se permite ser egoísta por una vez. No sabe que traerá el destino, no sabe si como el solado que regresa de la guerra, conservará las pesadillas del horror vivido, a pesar de la paz que consigue en su hogar.


 


Esa noche dormirá cobijado en una mentira. Se dejará envolver por aquella esperanza efímera. Le hará creer a Nathan que hay una oportunidad. Esconderá en lo profundo de sí mismo, los miedos, la ansiedad, el dolor. Guardará celosamente el amor que siente por Franco y se dispondrá a ser otra persona. Le dará a Nathaniel Nolan lo que desea, un chico enamorado que cree en la felicidad y con eso mantendrá las sombras alejadas de él.


 


Quien sabe, a lo mejor termina creyéndose su mentira y consigue ser feliz.


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