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EL PRÍNCIPE DE LA INMUNDICIA por Galev

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Notas del fanfic:

El fic, si acaso quieres ver la serie de Kaiji, tiene uno o dos spoilers que a mi se me hacen sin importancia, pero igual aviso :D

Kazuya aparece en el tercer arco del manga. (Después de lo que salió en el anime). 

 

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son del manga de Kaiji hecho por Nubuyuki Fukumoto. 

Notas del capitulo:

Los personajes no son mios, bla bla bla. 

Espero que les guste el fic ! a mi me encantó escribirlo porque casi no hay fandom de esta serie de este lado del mundo. De hecho creo que soy la primera en hacer un yaoi de esta serie en español, o al menos en esta pagina. Estoy emocionada! jeje

No se preocupen si no han visto la serie porque previendo eso hice todo de manera que todo quede entendible. 

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Um... para quienes siguen el "mal camino" (mi otro fic), estoy teniendo problemas con el tiempo, aunado a un bloqueo de inspiración que espero se disipe con el lanzamiento de este capítulo, por lo pronto, espero que disfruten este trabajo.! :)

Kazuya recargó la cabeza sobre una mano, dedicándole desde su mesa una turbia sonrisa a su acompañante. Un joven que, sentado junto a la barra frente a la pared, parecía haber decidido ignorarlo toda la noche.

 

—¡Oh, vamos, Kaiji! Reservé todo el restaurante para nosotros hoy porque pensé que podríamos pasar un buen tiempo juntos. Ya, no seas aburrido. Ven, al menos siéntate a comer conmigo—le incitó en un tono amigable, inclinándose para coger la copa de vino tinto que el mesero acababa de servirle.

 

—No me imagino quién podría pasar un buen rato contigo—exclamó el aludido sin siquiera voltear a verlo—, o sentirse feliz de estar en este detestable lugar.

 

—Te sorprenderías—La sonrisa de Kazuya se ensanchó hasta que sus dientes blancos relucieron como un collar de perlas.

 

No estaba sorprendido de que Kaiji mostrara una opinión tan negativa. Le quedaba claro que alguien como él, cuyas ropas baratas desentonaban con la lujosa decoración, no podía comprender el encanto sutil del sitio donde se encontraban.

Y es que, como ya le había explicado antes, ese era un restaurante exclusivo para los miembros del grupo Teiai, o dicho de otra forma, un lugar reservado sólo para la punta elite de la sociedad. Aunque no era precisamente la comida que ahí se servía —toda una vasta variedad de platillos gourmet hechos con los más finos ingredientes importados— lo que hacía de este lugar tan maravilloso, sino el espectáculo único que cada noche se llevaba a cabo.

Teiai en ese aspecto podía complacer inclusive a sus clientes con gustos más estrafalarios. En ningún otro lugar estos adinerados caballeros y damas podrían disfrutar de ver en vivo una demostración de masacre con verdaderas máquinas de tortura medieval. ¿Dónde más podrían estos mórbidos clientes experimentar la dicha de ver el desmembramiento de un hombre?

 

Miembros amputados... Cráneos aplastados… Sangre chorreando de las orbitas de los ojos de hombres que lloraban desesperados…

 

Tristemente la mayoría de las “estrellas” que protagonizaban semejantes shows nunca más podían volver a repetir su debut en el escenario. Y sin embargo ¿cómo es que Teiai podía darse el lujo de ofrecer diariamente algo así? Esa era quizá la mejor parte. Todo se resumía a una sola palabra: reciclaje.

Si había algo que el grupo Teiai tuviera de sobra, eso eran deudores. Durante aquella época de recesión, Teiai “ayudaba” a muchas personas con grandes prestamos, los cuales, como bola de nieve que cae por una pendiente, se convertían, debido a los exorbitantes intereses mensuales, en grandes deudas que los implicados jamás podían pagar. Era entonces cuando la empresa se adueñada de sus vidas, literalmente arrastrándolos al infierno para realizar trabajos forzados. Una vez caído a este punto generalmente no había regreso; tales trabajos al cabo del tiempo terminaban por mellar irremediablemente la salud de sus víctimas y, cuando ello pasaba, se podría decir que estaban listos para subir a escena. Kazuya sabía que Kaiji conocía muy bien parte de aquel ciclo.

 

Desde cualquier mesa uno podía tener vista al espectáculo que ocurría tras un cristal que fungía como pared delantera. Claro que, para aquellos clientes primerizos, que al darse cuenta de que trataba todo alegaban no querer mirar, estaba diseñada la barra de la parte posterior con vista a la pared. Ese lugar al que Kazuya apodaba cariñosamente “el muro de los hipócritas”. Y vaya que eran hipócritas quienes ocupaban ese lugar. Kazuya no podía ya dar razón de cuántas personas  habían tomado asiento allí durante el espectáculo, solamente para voltear a mirar cuando este llegaba al clímax, dejando entonces que un brillo sucio se instalaba en sus ojos, a la vez que en sus rostros una abierta sonrisa contrastaba en medio de la obscuridad.

 

«Si no querer ver esta porquería y sentarme aquí me hace un hipócrita, pues bien. Seré uno con gusto», Lo desafió Kaiji al escuchar su explicación, dándole la espalda.

 

«¡Oh, vamos! ¡Ninguna persona llega aquí sólo por nada! Esos perdedores están chapados en deudas que no podrían pagar ni en tres vidas—le rebatió Kazuya—. Son unos pobres diablos. Piensa que les hicimos un favor al rescatarlos del infierno. A veces un final rápido es mejor ¿no lo crees? ¡Es como matar a un perro moribundo!»

 

Desde luego eso no convenció a Kaiji de que él no era un monstruo igual que su padre. En realidad, tenía lágrimas en los ojos cuando le gritó lleno de furia que ninguna persona carecía de valor, con la excepción quizá de la gente que disfrutaba de esa clase de entretenimiento.

 

Kazuya lanzó un suspiro al aire. Kaiji sería difícil de convencer. Su padre le había hecho daño y ahora, como un niño que no confía más en los adultos, el joven no confiaba tampoco en él. Pero no era sólo que no confiara, se le notaba en los ojos que lo odiaba. Kaiji lo aborrecía con el odio instintivo de quien aborrece a las cucarachas. No obstante, aquello no era algo malo. En realidad, para él, Kazuya, era estupendo.

Nunca había visto una mirada tan llena de furia hacia su persona. Toda su vida, por ser hijo de Kazutaka Hyoudou, había sido tratado como un semidiós. Fuese a donde fuese se topaba con las sonrisas hipócritas de la gente, pues, ya fuera por miedo o mero interés, le mostraban siempre una amabilidad que no sentían. Kazuya jamás había sido capaz de encontrar en nadie un sentimiento sincero. Nadie nunca se había atrevido alguna vez a contradecirle. O al menos ese había sido su récord antes de conocer a Kaiji personalmente.

 

Kaiji Itou era una persona conflictiva y salvaje, que actuaba por impulso la mayoría de las veces. Aunque en ocasiones, cuando su vida estaba en juego, lo hacía con la astucia de un viejo zorro. Kaiji era un paria cualquiera que, sin embargo, le dio muchos problemas a su padre y a su mano derecha. Sus ojos bravos cargados de fuego tenían la chispa de un cartucho de dinamita. Él era de esas pocas personas que jamás se dejarían esclavizar por el señor dinero. Por esa razón, si Kaiji le decía que lo odiaba —como ya había manifestado en varias ocasiones antes— era porque de verdad lo hacía. En otras palabras, él era auténtico. No por nada muchos otros le habían descrito como un perro de la calle. Un animal que jamás lamería de tu mano si no te tuviera afecto. Eso era lo que Kaiji era. Kaiji era especial.

 

De pronto, las luces del salón disminuyeron su intensidad, hasta quedar prácticamente apagadas y del otro lado del vidrio se encendió tenuemente una lámpara, dejando ver de a poco la silueta de un potro de madera sobre el cual, un hombre desnudo atado de pies y manos gritaba desconsoladamente. Era inútil, desde luego nadie podía escucharlo. No por nada todo aquello estaba en el sótano del edificio.

 

A los extremos del sujeto, se posicionaron dos hombres con trajes y máscaras de verdugo y a un costado, una mujer vestida de cuero tensaba un látigo con espinas, mientras sonreía a través de su antifaz de látex.

Al ver esto, el hombre había comenzado a llorar con más fuerza, tratando de soltarse haciendo movimientos bruscos.

 

—Caballeros, con ustedes tenemos el gusto de presentarles a nuestro primer voluntario de la noche—Habló en seguida por un micrófono una mujer que portaba un bello vestido rojo de gala con lentejuelas—. Este valiente hombre ha subido desde el infierno sólo para desafiar al potro, la diabólica máquina arranca-miembros. ¿Lo habrá preparado el infierno lo suficiente para derrotarlo? ¡Por favor, deseémosle suerte dándole un fuerte aplauso!

 

La cruel presentación fue proseguida por los aplausos pausados de Kazuya y el estallido del látigo al atravesar la barrera del sonido, antes de impactarse contra la expuesta piel del hombre, así como el chirrido de las manivelas del potro girándose para jalarle los brazos y piernas lentamente y, obviamente, no podían faltar los gritos y gemidos de dolor de fondo.

 

«¡Oh, Dios, por favor, sálvame! ¡Te lo suplico!—Se logró escuchar de pronto  entre  los balbuceos incomprensibles y sollozos—¡Que alguien me ayude por favor!»    

 

Un mesero acababa de llevarles a ambos jóvenes un plato servido con un grueso y jugoso filete de res, acompañado de espárragos y tocineta al vino blanco. Y de postre, a Kaiji le pareció ver —a través la densa capa de lágrimas que se le había formado— un apetitoso crème brûlée.

 

De verdad era un crème brûlée. La garganta se le estrechó a tal grado que pasar saliva resultaba doloroso; sus manos habían comenzado a temblar. Nunca pensó que en su vida podría comer algo así. Un lujo tal no estaba diseñado para los perdedores. Gente como él sólo podía alucinar darse un banquete tan bueno en sus mejores sueños bizarros. Imaginó que el día que pudiera consentirse de esa manera sería realmente feliz. Empero, ahora que lo tenía enfrente, los lloriqueos de ese hombre no dejaban de taladrarle el cerebro.

 

Kazuya por otra parte, relajó su torso contra el respaldo del sillón, degustando la suave carne junto a su merlot. No importaba cuántas veces hubiera visto el mismo espectáculo, siempre podía distinguir algo completamente exquisito en el acto mismo de la tortura. Y eso era que, en medio de la intensa agonía, el aroma de la sangre y la densa atmosfera de muerte que les acariciaba el pecho con manos frías, las personas por fin rompían las caretas y podían ser ellas mismas. Las expresiones de dolor, al igual que esos gritos que les desgarraban la garganta, derramaban la pura verdad. La autenticidad en cada gota de sangre. Lo hacía feliz, como lo haría feliz encontrar un diamante en una triste mina de carbón.

Sí, definitivamente pocas cosas lograban hacerlo sentir tan en paz. Y sin embargo, esa sensación realmente duró poco tiempo.

 

Nunca habría esperado que Kaiji, en menos de lo que dura un parpadeo, arremetería con una silla contra el cristal haciéndolo trizas. Todo sucedió tan rápidamente. Kaiji golpeando a los verdugos de este hombre, ayudándolo a liberarse de sus amarres, y luego, una marejada de guaruras vestidos de negro sujetando al mismo Kaiji para inmovilizarlo.

 

—¡Pero qué estás haciendo!—Exclamó Kazuya muy molesto atravesando él mismo por el agujero en el cristal, caminando hacia donde Kaiji era sujetado por al menos cinco hombres—¡Lo has arruinado todo!

 

—Este espectáculo se acabó—Rugió el chico respirando violentamente.

 

—¿Qué hacemos con él, joven señor?—le cuestionó uno de los hombres, sin percatarse que él no le había escuchado. Las miradas de Kazuya y Kaiji estaban enganchadas como por una especie de fuerza magnética.

 

—¿Crees que este hombre se habría arriesgado como tú lo has hecho para ayudarte? ¡Despierta! ¡A nadie le importan los demás! ¡La amistad, el amor, todo es una forma hipócrita de conseguir lo que quieres! ¡No creo que seas tan tonto para entender que no existe eso de la bondad humana!

 

—¡No! ¡Tú despierta! Eres el hijo del viejo y seguro fuiste criado con la misma horrible mentalidad. La mentalidad de que no existe nada valioso en las personas que, como nosotros, ustedes consideran “inferiores”. Pues siento decirte que esa visión tuya está podrida, por eso no puedes ver más allá de tu propia conclusión retorcida. ¡Eres incapaz de ver los corazones de las personas en el día a día! ¡¿Cierto?! ¡Por qué tú mismo eres como el diablo!

 

—¡No le hables así al joven señor!—uno de los hombres que le sujetaban le dio un golpe en un costado.

 

—¡Basta!—ordenó Kazuya, dirigiéndose de forma aún más personal a Kaiji, quien ya para entonces le estaba mostrando los dientes con una furia reprimida—Ok. Supongamos que tienes razón y no puedo ver los corazones de las personas porque soy como el diablo. Ahora bien, ¿Qué hay de ti? ¿De verdad pudiste ver los corazones de aquellos amigos que te traicionaron? ¿Quieres que te recuerde que por ellos no has terminado de salir de las profundidades del averno? Se me ocurren dos razones para que eso haya ocurrido. La primera, que no existe nada de esa mierda que dices, o la segunda, y más interesante aún, Kaiji: que los dos seamos como el diablo.

 

—¡Que te den!—Kaiji le escupió en la cara apenas Kazuya había terminado de decir aquello. Y eso marcó la pauta para que los guardaespaldas, quienes simplemente aguardaban por cualquier señal que se los indicara, comenzaran a golpearlo.

 

Mientras tanto, el joven señor borró su sonrisa, sacando un pañuelo de seda que guardaba en el bolsillo de su saco, para limpiar su rostro y lentes obscuros.

Y finalmente, cuando todo terminó, Kaiji ya estaba en el piso, y una hebra de sangre le asomaba saliéndole por la comisura de los labios.

 

—Levántenlo—les ordenó sin pizca de emoción alguna, mirando solamente como sus subordinados cargaban el cuerpo maltrecho del otro.

 

No podía creer que Kaiji se hubiera atrevido a escupir su rostro. Eso absolutamente era impensable. Cualquiera tan atrevido estaba condenado a sufrir un castigo peor que la muerte. Había una larga lista de torturas entre las cuales escoger para reprender su acción. En serio ese chico corría el riesgo de despertar sin piernas, brazos u ojos.

 

Los hombres de su padre seguramente estaban esperando que les mandara a ir por la guillotina o algún otro artefacto. Aunque, completamente inesperado fue para ellos cuando les ordenó que devolvieran a Kaiji a la vieja casa donde vivía. Aun así, ninguno dijo nada.

 

En silencio el chofer estacionó frente al edificio el lujoso auto negro, en cuyo asiento trasero acomodaron al muchacho inconsciente. Y entonces él subió por el otro lado, sumándoles aún más desconcierto a los hombres testigos.

 

El viaje transcurrió de lo más tranquilo, hasta que llegaron al deteriorado y lúgubre complejo departamental en el que el chico malvivía. Seguramente algunas personas los habían visto arribar, aunque se habían hecho las desentendidas, corriendo las cortinas y apagando las luces.

 

Al entrar, no le sorprendió a Kazuya encontrarse con una pocilga. Que, si bien no había el tiradero que pensó encontrar, ese cuartucho al que Kaiji llamaba casa estaba a un pelo de caerse a pedazos.

 

—Tú, déjalo ahí—Le ordenó al hombre que se había encargado de cargar al chico, señalándole el futón desgastado sobre el suelo, a lo cual este obedeció con premura.

 

Kaiji mantenía en el rostro una mueca de dolor. Los golpes habían sido demasiado fuertes, se notaba por la manera en que respiraba dificultosamente y habían empezado a asaltarlo los escalofríos. Seguramente semejante paliza le había desencadenado una fiebre. No sería raro, si todo su cuerpo se hallaba tan lastimado.

 

—Cúrenlo—Dijo de pronto, seguido por las expresiones confusas de los hombres de traje negro.

 

—¡Pe-Pero, joven señor!

 

—¿Qué les pasa?—Kazuya volvió a colocar su sonrisa malévola de siempre—¿Es que no piensan hacer lo que les digo?

 

No tuvo que volver a repetirlo. De inmediato los cinco hombres que le acompañaban comenzaron a moverse para localizar un botiquín y paños húmedos. Y en muy poco tiempo Kaiji tenía ya vendadas sus heridas, además de tener sobre su frente una compresa de agua tibia.

 

—Ahora salgan de aquí, espérenme afuera.

 

Los hombres se miraron entre sí, aunque obedecieron rápidamente sin chistar. Empezaba a parecerles extraña la conducta del joven Kazuya. No era propio de él pasar así por alto una falta de respecto como esa. Además, llevar al paria a su casa, curar sus heridas… Todo eso estaba fuera de contexto; ahora también pedía un tiempo a solas con él. Era de lo más raro. Aunque si algo era cierto, eso era que el joven señor brincaba por arriba de los estándares de excentricidad al igual que su padre. Los dos eran un par de monstruos.

 

—Eres un aguafiestas, Kaiji. Espero estés contento. Arruinaste toda la diversión—masculló Kazuya una vez estuvieron solos, observándole con una gesto agrio—. Las cosas no tenían por qué haber terminado así. ¿Qué no te das cuenta que jamás en la vida encontrarás a nadie que meta las manos al fuego por ti si eres un donnadie? Parece que no has aprendido que—soltó una risa apagada—: el dinero vale más que tu propia vida.

 

Se sentó a su lado un momento; el joven parecía haberse quedado dormido. Sus ojos se movían rápidamente y apretaba los parpados de cuando en cuando.

Definitivamente Kaiji era una persona muy interesante. Podría decirse que contaba con una belleza rebelde. Su cabello largo azabache se desparramaba por la almohada como un charco de petróleo, enmarcando aquellas facciones que le resultaban demasiado finas para pertenecer a la clase baja. Aunque si alguien le hubiese preguntado, diría más bien que su encanto se centraba en sus cejas pobladas y ojos fieros, que lo hacían ver tan peligroso y salvaje como un lobo a punto de echarse sobre su presa. Tras su mirada todo era un completo enigma, y sin embargo Kazuya sabía todo de él. Lo había mandado a investigar a fondo desde que se enteró de la existencia de alguien tan loco o estúpido para desafiar a su padre en su propio terreno.

 

Su historia no tenía nada de impresionante, de hecho, era hasta cierto punto deprimente. Él fue un niño muy solo. Hijo menor de una madre soltera; vivió su niñez junto a su media hermana, recluidos en un cuartillo diminuto a la espera de que alguno de los hombres con los que la mujer salía pudiera ser un padre para ellos. Pero ninguno nunca se quedaba. Toda su infancia y adolescencia estuvo repleta de abandono y decepciones. Simplemente la gente terminaba por aprovecharse de él y dejarlo a su suerte. Y cuando tuvo la edad suficiente y terminó la preparatoria, decidió marcharse de casa para dejar de ser un estorbo. Sin embargo, eso no mejoró su situación. Ni siquiera pudo encontrar un empleo decente. Su apartamento era un asco. Poco a poco se fue sumiendo en el cigarro, el alcohol, las apuestas y en una frustrante y casi tangible depresión que lo acompañaba a lo largo de sus días.

 

Kazuya sabía todo esto y realmente no podía comprender cómo Kaiji podía, pese a todo, seguir confiando en las personas. Eso iba en contra de su naturaleza. Después de todo, la amistad o el amor no existían para la mayoría de las personas. Eso era algo a lo que sólo se podía aspirar por medio del dinero o del poder.

 

Verlo ahí dormido, tan indefenso, lo hacía llenarse de furia. ¡Todo eso le había pasado por querer salvar a ese hombre! ¡Un hombre que ni siquiera conocía! Kaiji debería saber sobre quién posar su mirada y sentimientos. Para esas alturas ya se debía de haber enterado que si alguien merecía que esos fieros ojos se le posaran encima, esa persona era él, Kazuya. Él era un príncipe después de todo. Estaba mucho más arriba que cualquier plebeyo.

 

Quizá por la misma razón que él era un príncipe, debería buscar a una princesa. Una doncella a su altura ¡cualquier cosa que no acarreara consigo su propia autodestrucción! Pero no. No podía evitar sentirse cautivado por la única persona que, pese a todo su dinero y pese a todo su poder, había logrado verlo inferior. Kaiji no era como cualquiera, eso le quedaba claro. Él era de esas personas que sólo se conocen una vez, uno entre un millón de seres. Un tesoro que su dinero no podía pagar… Y él debía tenerlo.

 

Kazuya entonces inclinó su cuerpo, y tal vez por mero impulso, sin pensárselo mucho, besó suavemente sus labios delgados. El joven se estremeció un poco ante el contacto. ¿Le había disgustado? Era difícil saberlo. Por su parte él se percató extrañado de un ligero hormigueo que recorrió sus labios, así como una sensación cálida y profunda que emanó por un instante de lo más recóndito de su pecho; como una súbita y potente descarga eléctrica alborotando cada fibra nerviosa de su corazón… Ese era al parecer el efecto de Kaiji en él.

 

¡Tremendamente mal! Todo eso estaba tremendamente mal. Kazuya se levantó rápidamente trastabillando un par de pasos lejos del otro muchacho a la vez que se llevaba una mano a los labios.

 

Un revuelo de pensamientos se arremolinó súbitamente en su mente. Nunca espero que su cuerpo reaccionara de esa forma. Su corazón latía frenético. El cazador cazado. ¿Kaiji había planeado todo eso?

 

Imposible.

 

Intentó recuperar la compostura, exhalando un par de veces; dedicándole un vistazo rápido antes de salir de ahí. Kaiji ni siquiera parecía haberse percatado de lo que acababa de suceder.

 

Afuera, sus subordinados aguardaban en medio de la obscura quietud nocturna, fumándose un cigarrillo.

 

—Hora de irnos—exclamó el joven apenas cruzó por la puerta, encaminándose al auto con poca paciencia.

 

Los hombres no se movieron de inmediato. Tomaron un segundo para verse las caras, confundidos; aunque bastó con que el joven Kazuya quedara justo frente a la puerta trasera para que espabilaran. Rápidamente uno le abrió la puerta y poco después abordaron poniendo el auto en marcha.

 

Las avenidas eran como senderos desiertos a esas horas de la madrugada. Ningún alma atravesaba por las calles anchas, en cuyo pavimento se esparcían las luces brillantes de los semáforos.  Hacía además un aire fresco que se colaba por el hueco de la ventanilla. Y olía a humedad, ni siquiera el aromatizante a vainilla del vehículo podía disimularlo.

 

—¿Hacia dónde vamos, joven señor?—preguntó el chofer, aunque su voz se confundía con la brisa brumosa dentro de su cabeza—¿Joven señor?

 

Lo miró a través del espejo retrovisor. El joven Kazuya no estaba dormido. Sólo parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos.

No cabía duda que ese día el joven señor no era él mismo. Y, pese a que la pregunta se repitió una vez más, aun así, el príncipe mantuvo su vista fija en el cielo nublado que en una que otra ocasión, le hacía brillar los ojos con un relámpago luminoso.  

Notas finales:

Por favor, si el capítulo te gustó, no te quedes callado(a) porque para un autor eso es lo peor.

Los reviews me animan, en serio hacen de un mal día algo completamente distinto. ^__^

 

De antemano, gracias por leer y comentar! :D


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