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Ojos azules por Nero Sparda

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Notas del fanfic:

Para mi Jaz, que es una bastarda desleal y una maravillosa parabatai. 

Notas del capitulo:

Pero ¿qué diferencia hay, realmente, si la fuente de energía es aceite o madera?  Lo que importa es la luz.

(La liberación de la bella durmiente – Anne Rice)

Ojos azules, tímidos, inocentes y enormes. Ojos azules tras largas pestañas negras que se agitaban por la luz que entraba del pasillo y el desconcierto de tenerlo en el umbral de su cuarto.

— ¿Jace? ¿Eres tú?

Cerro la puerta a sus espaldas y la habitación volvió a quedar en tinieblas, apenas iluminada por la tenue luz de luna que se colaba por la ventana entreabierta y dibujaba en el rostro de su parabatai sombras misteriosas.

El cabello totalmente alborotado le causo gracia cuando se sentó en la orilla de la cama y jugo sus manos delante del cuerpo.

—No, tonto, soy el conejo de pascua.

Alec bostezo y frunció el ceño, ¿es que nunca podía contestarle con un simple Si o No?

— ¿Ocurre algo?

Ocurrían muchas cosas, todas dentro de su cabeza donde el tormento se prolongaba y le recorría el cuerpo con escalofríos. Sueños vividos, profundos y lacerantes en donde el filo de su cuchillo serafín atravesaba la carne de sus seres amados, de Clary, especialmente de ella.

—Sólo quería pasar a saludarte.

Su parabatai entrecerró los parpados y miró sobre la mesita de noche, el pequeño reloj que avanzaba con un entrecortado tic tac marcaba, a duras penas veía, las tres y media de la madrugada.

—Que considerado de tu parte esperar a que me haya levantado, vestido y desayunado.

Murmuró y le dejó espacio, cuando eran niños Jace en algunas ocasiones, cuando las pesadillas eran lo suficientemente malas pero no quería admitirlo, se refugiaba en su cama durante unas horas con la excusa de que la suya era incomoda y requería un poco de descanso para su lastimada espalda.

Mentiras, pero si era lo que necesitaba para sentirse mejor, adelante.

Jace se metió en la cama tan pronto hubo un espacio en ella, y se enredó en las sábanas para poder contemplar el rostro adormilado de Alec, con esos profundos ojos azules que parecían resplandecer en medio de las tinieblas.

Su parabatai, su querido, adorado y siempre fiel parabatai. Que lo había ayudado en las locuras, había visto por él, lo bueno y lo no tan bueno de su persona, quien estaba ahí siempre solo para protegerlo, la mitad de su alma y su corazón.

Suspiró sintiendo un peso enorme subiendo por su pecho y refugiándose en sus parpados, quería dormir pero no toleraría una pesadilla más así que se dedicó a dar vueltas con su mente a preguntas sin sentido.

— ¿Todo bien con Magnus?

Sintió el cuerpo ajeno tensarse por la sorpresa de la pregunta y después relajarse lentamente, muy lentamente. ¿Es que Alec aun sentía algo por él?

—Bien, ¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, no es muy normal tenerte por el instituto, creí que estarías en su casa, en su cama…

De repente se detuvo, ¿Qué era ese tonito celoso que aparecía de su garganta y brotaba a través de su boca como un río de reclamo? ¿Estaba envidiando la vida que llevaba Alec y que él no podía tener, en principal por la madre de su novia y por esos sueños ridículos?

No podía ser otra cosa, estaba envidioso, seguro eso, sólo debía dejar de pensar en asuntos que no le concernían.

— ¿Es por eso que viniste? ¿Estás enfadado de que pase más tiempo con él que contigo? Yo no dije nada cuando solo girabas alrededor de Clary.

La voz de su parabatai también tenía reclamo y un gusto amargo, como si la herida fuese muy reciente y él estuviese abriéndola de nuevo. Jace talló sus ojos y aparto el cabello rubio de la cara, estaba demasiado largo últimamente.

—No, no estoy reclamándote nada Alexander, simplemente…me da curiosidad saber porque no estás con él.

Y seguía, no podía detener sus palabras y aquella necesidad de expresarlas, quería encontrar aquellos ojos en la oscuridad pero Alec había girado a modo de que solo su perfil fuera delineado por la luz plateada.

—Porque no he querido.

Punto, se giró y envolvió en las sábanas blancas, en la pequeña cama donde apenas cabían los dos, mantuvo sus ojos azules contra la pared y Jace quedo tan desconcertado como herido.

Sus dedos temblorosos se dirigieron hacia los hombros cubiertos por una delgada camisa oscura donde se colaba el calor de su piel y donde anhelaba quedarse un buen rato más.

—Lo siento, no fue mi intención, no he dormido bien últimamente.

No hubo respuesta, ni siquiera se agito mientras el deslizaba su mano bronceada, fría, por la piel tibia y tan blanca que tenía Alec, era como terciopelo e incluso mejor, porque su aroma no se comparaba a nada que hubiese conocido antes.

—Sé que la pasaste muy mal cuando conocí a Clary, y yo muy ciego para ver que te estaba hiriendo…pero es que no sabía, no quería aceptar que yo…que tu…

—Que yo te amaba.

Murmuro y sintió que esas palabras tan simples y tan lejanas se clavaban en algún lugar profundo de su alma.

—Sí, lo siento, yo deseo lo mejor con Magnus porque sé que te hace feliz…pero…

Pero, nunca debió haber un “pero”, ni debió decirlo en voz alta.

Alec giro sobre su cuerpo y sus ojos azules, resplandecientes ojos azules y tan hermosos como el océano cuando los primeros rayos del sol lo acarician por la mañana, le estaban mirando, de esa forma esperanzada e infantil que le hacía ver como el niño que aún era.

— ¿Pero?

Jace se atraganto con las palabras, tenerlo tan cerca, a escasos centímetros de su rostro que podía surcar y poder posar sus labios sobre los ajenos en una fantasía que nunca antes se le había ocurrido, bueno, sí. Cuando eran niños y adolescentes, antes de que Clary apareciera en sus vidas, él soñaba largamente, tendido en su cama, con lo que sería besar unos labios tan tersos que Alec siempre estaba mordiendo, lo que se sentiría colar su mano por su polera y acariciar el torso blanco y perfecto, unas cuantas cicatrices que no desentonaban para nada, hasta su cuello, para besar éste y dejar tantas marcas como le fuera posible.

Él soñaba con eso pero estaba prohibido hacerlo, y las palabras de su padre se escuchaban dentro de su cabeza como si se las estuviese susurrando al oído, como cuando era niño.

“El amor te hace débil, Jace, el amor es una pérdida de tiempo en un guerrero.”

Pero ya no pudo evitarlo, ya no podía negar lo que era obvio ante los ojos de su parabatai que brillaron con entendimiento justo antes de que sus labios se unieran en un beso lento, tímido por ambos e inseguro, porque Jace jamás había besado a ningún hombre, al menos no sobrio, y esta primera vez besando a un ser tan querido, tan amado, a la mitad de su alma, se sentía muy extraño.

Sus dedos trazaron un camino tembloroso desde el costado, subiendo la camisa mientras Alec lo jalaba sobre su cuerpo y sus piernas lo apresaban en torno a sus caderas, hubo un momento de turbación en su mente, un momento de duda en aquel beso.

¿Magnus le había enseñado como acariciarlo?

¿Eran estas las manos que recorrían su piel, las piernas que lo apresaban y el cuerpo que lo recibía?

No quería pensar en su amado Alexander, su parabatai, sumiso en la cama mientras el mago se abría paso despacio en las capas de ropa y de piel que cubrían un alma pura y encantadora, un alma que lo había conquistado desde el momento en que sus ojos, leonados contra azules, se encontraron en el recibidor.

No quería pensar, por eso cuando Alec tomo sus manos para detenerlo él se abalanzo nuevamente sobre sus labios y demando de estos la atención que necesitaba, el cariño resbalando por la comisura de sus labios mientras rebuscaba algo bajo la camisa de su parabatai.

Manos traviesas que se deslizaban hacia abajo, que recorrían un vientre plano y lleno de marcas, bajando más, bajando despacio hasta que fue imposible seguirlo haciendo y empezaron a jugar con los botones de un pantalón flojo que cedió demasiado fácil.

Recorrió la piel de sus muslos, tan blancos como el resto de su cuerpo brillante bajo el resplandor que se colaba por la ventana y que lo volvía aún más hermoso, tenía sus ojos, azules, excitado y expectante azul, mirándolo con desconcierto y amor, un amor infinito, profundo, que calo en lo más hondo de su cuerpo, en el agujero que habían dejado sus pesadillas.

Jace no amaba a Clary, quizás se había vuelto una parte indispensable de su vida, un capricho que cumplir, pero Jace no la amaba, no sentía el mismo palpitar en las muñecas y el pecho que cuando miraba a Alexander Lightwood sonreírle de esa forma tan tímida, tan suya.

No sentía el mismo placer en cada caricia que surcaba su cuerpo y marcaba trayectos nuevos con su lengua húmeda, no, era diferente, demasiado.

Y ni siquiera le preocupo escuchar los gemidos que empezaban a escaparse de los labios de Alec, tan sonrojado que brillaba con la luz de la luna, en una piel tan blanca como la harina.

Jace se acomodó sobre su cuerpo, cubriéndolo cuan amplio era, y acaricio más arriba de sus muslos, preparándolo para lo inevitable de forma tan lenta que pudiese detenerlo si quisiera, pero Alec no lo quiso.

Sintió los dedos de Jace tan nerviosos, tan ansiosos y tan largos acariciar un punto que sólo había tocado Magnus Bane, y sintió la traición ahogándolo con lágrimas silenciosas de un placer pecador, de un amor prohibido.

Él no tenía que saberlo, no había necesidad de contárselo como tampoco había necesidad de detener a Jace mientras comenzaba a penetrarlo, de forma lenta y cuidadosa, sin dejar de mirarlo a los ojos de esa manera tan suya que lo cohibía, lo sonrojaba y lo hacía sentir pequeño e indefenso ante el depredador.

Su cuerpo se movió acompasado, Alec aferrando las sábanas con fuerza y mordiendo sus labios hasta sentir el gusto amargo de la sangre, Jace tomando firme sus caderas y adentrándose en su cuerpo como se adentraba en su alma cada que lo miraba, cada que sus labios jadeantes se posaban en los suyos con la intención de robarle aliento.

En un arrebato, en una curiosidad de deseo reprimido, Alec extendió sus manos y las enredo en el leonado cabello, tan dorado y tan suave bajo su tacto que casi le maravillo que no fuesen hebras de oro puro contra su piel blanca.

Tiro de cada mechón con suavidad, con furia, ante cada profunda embestida rasguñaba su espalda y con la otra enroscaba sus cabellos, gritando con deseo su nombre, pidiéndolo entre jadeos más dentro y más rápido.

Porque Alec lo había ansiado desde el momento en que supo que estaba enamorado, tener aunque sea un momento, una noche a su lado, saborear de sus labios el néctar prohibido de los dioses y contemplar el brillo de sus ojos derramándose sobre los suyos.

Jace era más ángel que hombre, demasiado perfecto al ser imperfecto, y sus labios sabían a miel y canela, sus caricias a laceraciones profundas, se marcaban como las runas sobre su piel de seda y ardían tanto como ellas.

Un jadeo, un tirón más de cabellos rubios y uñas enterradas en muslos blancos, ojos azules que se encontraron con leonados, húmedos por el reciente orgasmo y cayendo lentamente en el profundo letargo de las fantasías cumplidas y los deseos concedidos, de las pasiones desatadas mientras sus labios formulaban palabras incoherentes de amor y traición.

“Te amo, a ti también”

Susurro adormilado y no estuvo seguro si esas palabras fueron la razón por la que Jace frunció el ceño y lo abrazo con fuerza, sin salir de su interior ni apartarlo de su lado.

 

Fue un par de horas más tarde, quizás no tantas, cuando Alexander se despertó con un sobresalto y quedo apresado en brazos fuertes y cálidos que lo sostenían contra un pecho firme lleno de cicatrices.

Se quedó observando los ojos leonados aun abiertos que lo miraban con desconcierto, una sonrisa temblando en la comisura y el cabello despeinado.

—Tengo rasguños por toda la espalda…

Comenzó pero no termino, sus labios, su ceño y sus ojos se contrajeron en una mueca de dolor palpable y profunda, dudoso, cuando Alec lo empujo.

—Vete de aquí Jace, para mí no es solo follar.

—Para mí tampoco.

—Tienes a Clary y yo a Magnus, vete.

Pero Jace no se fue, ni esa noche, ni las siguientes.


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