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I don't do complicated (very often) por OreoBoy

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Notas del capitulo:

¡Buenas, estimada persona tras la pantalla! Esta historia había estado dando vueltas por mi cabeza durante mucho tiempo, hasta que se convirtió en... en esto. 
Espero que sea igua de disfrutable que escribirlo y, sin más preámbulo, les dejo con el capítulo. 

¿Alguna vez han tenido una mañana horrible en que todo es tan asquerosamente malo que incluso llegaron a preguntarse si es que había alguna clase de fuerza divina en su contra haciendo lo posible para que todo apestara? Bueno, hoy era una de esas infames mañanas. Si le preguntan a Stiles, probablemente no sabría por dónde empezar.

 

Ya tienen la preconcepción de que era una mañana nefasta: las 7:30 am y no hubo alarma que lo despertara, perdió el maldito bus (porque Roscoe había decidido dejar de funcionar también, el muy traidor) y el reloj, el estúpido reloj seguía recordándole con su tic tac que iba tarde y estaba totalmente arruinado. Además, cada persona parecía estar funcionando en «modo idiota» y ese ínfimo detalle no ayudaba en lo absoluto a que las cosas mejoraran. Así que, bueno, llevaba 40 minutos de retraso y estaba completamente arruinado.

 

Había logrado coger su bicicleta, a la que tuvo que sacar, prácticamente, de la caja con adornos para Halloween (a juzgar por la cantidad de telarañas que colgaban del armatoste) y pedalear a todo lo que daban sus piernas. Listo estaba para ingresar cuando recordó que debía asegurar su vehículo del día, terminando sólo en una batalla sin sentido contra la misma. Porque, aparentemente, ese era el día de «todos, incluso los objetos inanimados, odiamos a Stiles».

 

—¡VAMOS, MALDITA BASURA! Tú no vas tarde, ¿está bien? —gritó, tal vez con demasiada fuerza, pero no era su problema; era el problema de la condenada bicicleta, ella lo arrastró a eso. Afortunadamente, luego de no haber aflojado ninguna pieza tras su sesión de lucha contra el aparato de dos ruedas, y de haber podido llegar con éxito al segundo periodo, las puertas de Beacon Hills High School se abrieron para él con el mismo glamour de siempre… o sea, ninguno.

 

Stiles intentó iluminar los pasillos del lugar con su presencia, pero la gente parecía ignorar toda la genialidad saliendo a modo de rayos incandescentes de él. Estaba casi decidido a gritar cuando la cara de Scott apareció al doblar por uno de los pasillos y Stiles intentó mantener su swag bajo control al caer sobre sus rodillas de forma no muy atractiva al tropezar con, probablemente, una hormiga enorme e invisible. O tal vez fueron sus torpes pies o los músculos fatigados de sus piernas, pero detalles.

 

—¡Hice eso adrede! —le lloró a los peatones que seguían sus caminos indiferentes.

—¡Hey, hermano! ¿Estás bien? —el recién caído agradeció a Dios por poner a Scott en su camino y haberlo hecho su amigo, porque Scott era un hombre hermoso, con la mandíbula extraña y todo. Se habían conocido cursando kindergarten y se volvieron mejores amigos al compartir un jugo de uva en primer grado, ¡habían sido siameses no biológicos prácticamente desde siempre! Stiles no conocía vida sin Scott.

—Estoy bien, hombre. Sólo... Pretende que todo está bien, que decidimos cerciorarnos que el suelo es seguro para que ese par de hermosas chicas no pasen por aquí sin notarnos —dijo Stiles mirando hacia adelante, desde donde venían caminando, en efecto, un par de hermosas chicas. Una de ellas, Kira, era el nuevo amor platónico-en-trabajo-de-ser-más-que-platónico de Scott desde... Bueno, no tanto, ¿tal vez dos semanas? Pero la chica era preciosa, Stiles la aprobaba totalmente. Y la otra, orgullosa y algo arisca como deben ser las chicas sexys, era Malia Hale, el nuevo plan de conquista a quince años de Stiles desde que Lydia Martin había decidido dejarlo eternamente en la friendzone (por Jackson) y se había transformado en, efectivamente, algo así como su amiga. Aunque, a decir verdad, Stiles había estado llorando por los rincones más o menos un mes. Pero en fin, eso había sido hace siglos ya.

 

—Hey, Malia —había saludado el hijo del Sheriff, que mejor acomodado en el suelo había elevado una mano de manera casual.

—Hey, Kira —mencionó Scott, quien parecía no haber comprendido en absoluto eso de conquistar haciendo que todo se viese casual y cool, porque su sonrisa avergonzada resaltaba en su moreno rostro.

—Hey, Scott —había respondido la chica del sol naciente, sonriendo de la misma forma a Scott. Stiles suspiró en frustración, porque al parecer el ser un bobo servía para la conquista, ya que lo único que había recibido de Malia había sido un par de cejas alzadas y un movimiento de cabeza. ¿Por qué las chicas eran inmunes a sus encantos?

—¿La viste? ¡Me sonrió! —la cara de Scott era algo que Stiles nunca podría describir. Sus ojos de cachorrito ahora brillaban con entusiasmo, como si aquello hubiese sido una declaración de amor. Por lo que Stiles sabía, Kira no solía cruzar palabra con alguien que no fuera Malia, así que le daba un par de puntos a su amigo por eso.

—La vi, hermano. Está totalmente loca por ti —soltó Stiles, con un dejo de sarcasmo en su voz, pero que no permitió ser lo suficiente obvio.

—¿Tú crees? —y fue lo último que Scott dijo antes de que su mandíbula desviada desapareciera debido a que la atención se centraba en los dientes blancos e inocentes que se establecían bajo sus delgados labios. Stiles le dejó creer que así era, que la chica estaba loca por él, porque era lo que Scott necesitaba, incluso con el comienzo de ataque de asma que le vino tras reír como el bobo enamorado que era (o que Scott creía que era).

No hubo otra palabra y ambos se levantaron del suelo, que aunque cómodo para hacerse notar por las féminas, no era funcional para lo que seguía: la clase de economía del Bobby Finstock.

 

El entrenador anotaba un par de garabatos en la pizarra, los que sonaban bastante a términos relacionados con inversiones, los que Stiles había leído en una de sus odiseas voluntarias surfeando por Google durante una  de sus noches de insomnio. Su mirada era intensa y dirigida únicamente hacia el pizarrón, procuraba mantener la boca cerrada al descansar el mentón sobre su palma derecha mientras la información evitaba entrar a sus oídos. En su mente había un mundo tumultuoso en el que perderse y cada segundo aparecían más y más ideas que se desplegaban como diversos caminos que le podían llevar tanto a diferentes lugares, como a un mismo punto de encuentro. En ese momento todo convergía en que su vejiga debería ser más amplia, como la suya y la de una chica juntas, sumándole el espacio que se generaría si no tuvieran útero. Porque una vejiga más grande significaba poder aguantar las ganas de orinar por más tiempo, y eso es justo o que necesitaba.

 

En ese momento, muy a lo lejos, escuchó una voz llamarle por su apellido. Era insistente, casi molesta y Stiles estaba a punto de hacerla callar cuando volvió en sí, luego de su viaje interestelar en la anatomía femenina (no de la forma que él lo hubiese querido, sin embargo) y se encontró con Finstock a una distancia invasiva de su espacio personal, mirándole con ese rostro que no debía existir fuera de las caricaturas. Uno de sus ojos azules se encontraba más abierto que el otro en la expresión de incredulidad que siempre les achacaba a ellos.

 

—Stilinski, ¿tus conocimientos sobre las estrategias de salida son tan grandes como para estar balbuceando durante toda la clase? —su tono sarcástico era incluso peor que el del mismo Stiles, y eso que él había estado perfeccionando el suyo desde la muerte de su madre. Ya saben, para la protección y todo eso.

—¿No? —le respondió de vuelta, ambas cejas alzadas en sorpresa e incomodidad al notar a la mitad de la clase vuelta hacia él, junto con Scott que le regalaba esa mueca de mamá loba preocupada por sus dos hijos humanos. Porque sí, obviamente ese era el mejor momento para pensar en Rómulo y Remo.

—Bien, entonces supongo que todo el balbuceo de antes era tu perturbadora forma de formular una pregunta mentalmente antes de compartirla, ¿verdad? —una de las venas en el rostro del entrenador estaba amenazando con explotar justo en el de Stiles si es que este no se dignaba a compartir lo que fuese que estuviera pasando por su cabeza, ya que, aparentemente, había decidido «balbucear» todas esas tonterías. El entrenador no le dejaría ir sin hacer un poco más el ridículo. —¿Y, Stilinski? Estoy… Estamos —aclaró el hombre, con un dejo tiránico. —esperando que nos digas la importantísima pregunta que te tuvo hablando solo durante la explicación.

—¿Puedo ir al baño? —fue la vejiga de Stiles hablando por él, porque ya había mencionado que esa era una mañana terrible y que continuaría por lo menos hasta las 12 del día; para su desgracia, seguían faltando un par de horas para que la maldición acabara y regresara a todo el estilo de las calabazas y limpiar pisos. Porque, en ese momento, era muchísimo mejor ser Cenicienta que el objeto de las torturas del entrenador. O su sobriedad.

 

Hubo un largo lapsus de silencio en el que ningún músculo en la cara de Bobby se movió un centímetro. En la de Stiles tampoco ocurría nada, o tal vez sí, él nunca estaba seguro de si su rostro podía mantenerse impertérrito cuando había ojos de otras personas sobre él. Eran nervios y ansiedad, una mezcla ridícula que le hacía sudar las manos y le volvía el estómago un nudo, cosa que no ayudaba en absoluto en ese momento: Su vejiga de hombre no podía aguantar nada más. Sus compañeros tampoco parecían querer mover un músculo y si eso hubiera tenido paraje de película de vaqueros, una bola de esas del desierto se habría deslizado tras el cuerpo corpulento del entrenador que finalmente volvió a darle espacio al muchacho y se giró, haciendo un movimiento de su mano para permitirle correr fuera del salón. Finstock dejó ir a Stiles, en resumidas cuentas, porque su cara de opresión era algo que estaba lastimando sus delicadas córneas.

 

El aire de los corredores estaba menos denso que el de dentro del salón, menos acumulación de CO2 y todas esas cosas que Stiles no olvidaba cuando le venía cansancio repentino. En esos momentos deseaba tener un pequeño Pokémon tipo planta para que limpiase su aire y le proveyera el oxígeno necesario, pero el mundo no era perfecto y aún si lo fuera, él sabía que era más de la clase de chicos que va por los tipo fuego. En estas cavilaciones se perdió un segundo y dejó al poder de su mente trabajar para no mojar sus pantalones, aunque acabó por dar pequeños saltos por el pasillo porque con el ajetreo de la mañana podría haber olvidado su Adderall, lo que explicaba mucho, de hecho. Explicaba por qué no había hecho otra cosa que pensar en partes internas del cuerpo, por qué no había podido salir con nada mejor para Finstock y por qué estaba sintiéndose exactamente como si quisiera salir y participar de una maratón que le asegurara un puesto en el equipo de atletismo; explicaba, también, por qué estaba centrado en eso en vez de dar la vuelta en el pasillo que tenía a su costado derecho para poder ingresar en el baño.

 

Lo hizo, finalmente, entrar al baño y liberar todo lo que debía liberar, porque los excesos nunca eran buenos y aprendió eso de la peor forma, cuando juntó una pizza tamaño familiar con una Coca-Cola de 2 litros en una maratón de películas con Scott, quien también ingirió la misma cantidad, además de un helado que compartieron mientras lloraban con The persuit of happinness (porque eso es lo que hacen los mejores amigos). ¿El resultado? Bueno, digamos que no se vieron mucho durante el día siguiente, porque cada uno estuvo encerrado por horas. En el baño. Distintos baños, sin embargo, pero conscientes de lo que estaba pasando con el otro. 

Pero el baño de la escuela era mucho menos íntimo y, por algún motivo, Stiles se sentía muchísimo más a gusto allí que de vuelta en el salón con todo su aroma a desesperación que llenaba cada diminuto recoveco. No es que tuviese alguna clase de habilidad para oler emociones o semejantes, pero era, en efecto, algo perceptible. Ese hedor a sudor suave y bostezos y ninguna maldita ventana abierta al que te acostumbras tras estar minutos dentro, así que tal vez se tomó un par de minutos más de la cuenta al lavarse las manos con la excusa de que era siempre esencial demostrar que estás preocupado por tu higiene personal. Se había puesto jabón unas cinco veces antes de sentir que su piel se hacía más fina bajo tanta espuma y agua, y decidir por abandonar ya el baño, aunque también pudo haber afectado aquél tipo de primer año que había ingresado y salido con él aún allí, lavando sus manos.

 

Pero en fin, estaba nuevamente en los pasillos, que eran como las pistas de carreras de todos en los recesos y que en ese momento parecían tan tranquilos, tan silentes como un examen. Para la sorpresa de Stiles, el chico de antes estaba de pie fuera del baño, esperando que saliera de allí para comprobar alguna clase de teoría extraña como las que uno hace en primer año, que en su experiencia personal, había sido probar que el film alveolar protegía las partes íntimas masculinas de posibles golpes. Le costó dolor y moretones en partes impensables el darse cuenta que no era así.

 

—Nunca ocupes film alveolar para cubrir tu entrepierna de golpes, no sirve. Es ese plástico de burbujas, por cierto —le comentó al tipo en un tono amable, porque eso es lo que pensaba que debía hacer si es que era el mayor entre los dos. El chico no supo qué responder y huyó de allí en ese mismo momento. Suspiró, porque los chicos de hoy no saben valorar un buen concejo de parte de los más sabios, como él. Porque Stiles era sabio en una forma poco apreciable para la mayoría, pero lo era.

 

Ser sabio también tenía sus consecuencias, como estar al tanto de que el entrenador podría dejar caer su furia con mayor estruendo sobre él si no volvía pronto a la clase, lo que se oponía totalmente a su pensamiento previo respecto al, y lo repetiría hasta la muerte, hedor que debía haber en el salón, mas no le quedaba otra cosa por hacer. Podría soportarlo, con o sin drogas, porque Stiles era así de fuerte, o al menos eso es lo que se seguía repitiendo para darse los ánimos de seguir adelante.

 

El camino de vuelta por el pasillo iba completamente bien, sin nada fuera de lo común hasta que escuchó botear una pelota de basquetbol en uno de los corredores. «Pensé que aquí jugábamos lacrosse»se dijo antes de siquiera escuchar las risas que venían desde la misma dirección, aunque pudo reconocerlas. No sabía a quienes pertenecían, pero esa felicidad en medio de las horas de clases sólo podía corresponderle a una clase de personas: los chicos de último año. Era el segundo año para Stiles en Beacon Hills High School, y la mayor parte del primero la pasó sin mirar a absolutamente nadie; bueno, nadie que no fuese Scott, Lydia, Malia, Kira, Danny, (el estúpido de) Jackson. Más bien, no había pasado nada de tiempo admirando a las nuevas personas con las que debía compartir ambiente.

 

La muchedumbre (en realidad eran tres personas, dos chicos y una chica) se acercaba y Stiles prefirió mantener un perfil bajo y refugiarse en los casilleros para fingir que estaba ocupadísimo abriendo el candado, cuya clave podría haber olvidado, claramente, porque eso pasa todo el tiempo y te hace perder valiosos minutos de tu vida. Pero en ese momento era todo lo contrario. El grupo de chicos caminaba como si fueran dueños del lugar, suponía que eso era parte de lo que significaba ir en último año, la libertad y sentir que tienes todo el poder del universo o que eres inmortal. Probablemente esos chicos sentían exactamente eso en aquél momento, quien sabe, y el balón siguió boteando en el suelo con ese sonido tan característico. Los ojos de Stiles se clavaron en este durante un instante, pero luego fueron directo a una chica que comenzaba a reír con discreción, dejando ver un par de hoyuelos exagerados que le daban un aspecto angelical, ni siquiera sabía si ella era real. Su cabello castaño caía sobre sus hombros con una gracia que no podía ser de este mundo, era una maldita ninfa del bosque salida de la mejor película de Disney. No obstante, no fue ella la única que llamó su atención, y más temprano que tarde, sus ojos se posaron en uno de los chicos, también de aspecto angelical y cabello rubio, una sonrisa que debía haber sido esculpida con toda devoción y una línea delgada que daba un punto a su favor por sobre…

Santa madre de Dios. Stiles quiso ocultarlo, pero cuando por fin había posado la vista sobre el tipo que llevaba el balón, sus rodillas temblaron y quedó sin habla. El tipo no parecía más alto que el promedio, pero destacaba entre sus otros dos acompañantes, su cabello era oscuro y hacía un contraste injusto, totalmente injusto, con ese par de ojos de un tono de verde que no podía ser descrito en palabras. Tenía una sombra de barba que le daba un toque más urbano, exótico casi, y su espalda era imposiblemente ancha. Todo su maldito cuerpo era como salido de una fantasía erótica o el elenco licántropo de Twilight, y que se acentuaba más por las ropas deportivas que llevaba. Tenía un aura especial y Stiles no pudo más con lo desgraciada que era la vida, porque lo era, ¿cómo podía ser coincidencia que estos tres hermosos chicos, sacados de revista, caminaran con tanta tranquilidad por un lugar como una pequeña escuela en un pequeño pueblo? Había algo profundamente incorrecto en eso, pero Stiles no tuvo tiempo de seguir preguntándose qué era exactamente lo que estaba fuera de lugar allí, porque el chico rubio se había percatado de su existencia y le hizo girar la cabeza de vuelta a los casilleros, golpeándose contra el que pretendía abrir al no notar la corta distancia que existía entre éste y su propia entidad. El golpe pareció divertir al grupo, pues escuchó unas risitas tontas e incluso sintió que no era algo digno de escuchar por un mortal como él, frente a tanto dios del Olimpo.

 

Stiles se giró una vez más, discreto (lo que requirió un esfuerzo, considerando que sus rodillas aún no recuperaban la fuerza) y observó de soslayo la ruta que hacían hasta perderse tras las puertas de entrada y dirigirse, probablemente, a un lugar donde pudiesen hacer uso correcto de ese ridículo balón, que era bastante suertudo por estar en manos de alguien como el«chico», como lo llamaría de ahora en adelante. A menos que se le ocurriese un sobrenombre mejor, lo que era muchísimo más probable.

El sopor del pobre Stiles ante la imagen anterior (y el chico en especial, por favor no olviden al chico), le hizo avanzar silente, con una estúpida sonrisa y el estómago hecho un nudo por la emoción y ni siquiera sabía por qué se sentía así exactamente. Está bien, él era de la clase de personas que podía encontrar atractiva a otra sin necesidad de estar en este estado de enamoramiento repentino y tenía más que claro que el tipo podía ser un idiota, y por el otro lado se encontraba su plan con Malia. Había muchos factores convergiendo en algo que no tenía claro y que le hacían sentir un poco mareado, porque aún si no hubiese sentido esas imperiosas ganas de lanzarse a los pies del chico, la experiencia había sido casi religiosa.

 

—¡Stilinski! —la voz del entrenador resonó como en la televisión cuando se corta la música ambiental, con ese arañazo a un disco antiguo y Stiles notó que había vuelto inconscientemente al salón, había abierto la puerta y se había quedado allí de pie por quien sabe cuánto tiempo. ¡Genial!

 

 

 

Scott estaba preocupado y creía que tal vez exageraba, pero la expresión en el rostro de Stiles era demasiado… extraña, incluso para ser él. El moreno no se atrevía a preguntar, tampoco a romper el silencio que ni siquiera sabía que su mejor amigo podía crear. Está bien, Stiles sí podía mantenerse en silencio y Scott lo sabía, lo había visto cuando murió su madre, cuando su padre (el agente McCall) los había abandonado a su madre y a él; era algo así como una muestra de emociones serias. Pero era un lunes a la hora de almuerzo, los lunes a la hora de almuerzo no hay ninguna emoción seria y su hermano no había dicho absolutamente nada en bastante tiempo. Tomó aire y entre un bocado de spaghetti, emprendió su travesía.

 

—Bien, ¿qué ocurre? —había una intención de ser casual en sus palabras y pretendió que quedase claro, pero Stiles lo miró como si hubiese recién despertado y le hubiera arrojado un balde con agua fría.

—¿Qué ocurre de qué? —su vista era un poco floja y aquello solo aumentaba la preocupación.

—Vamos, hermano… Nos conocemos de toda la vida y sé cuando algo no anda bien. ¿Es por lo del entrenador hace un rato? —Stiles, por su parte, miró a Scott con cariño, porque sabía que solo estaba jugando a la mamá loba otra vez. Lo que le hizo pensar que le hacía falta un Rómulo, ¿o un Remo? No estaba seguro cuál era él.

—Okay, Scott. Es tiempo de que sepas algo… Creo que me he enamorado —las facciones de Stiles sucumbieron bajo el peso de sus palabras mientras removía un poco de la salsa en el spaghetti.

— ¿De quién? —Scott imitó su gesto porque pensó que era lo adecuado en el momento. — ¿Es Malia? Porque pensé que habías dicho que tomarías las cosas con más calma desde lo de Lydia. Te apoyo en tu cruzada, hombre, pero… —no pudo terminar, porque Stiles lo estaba mirando como si fuese el más grandísimo idiota del universo por haber asumido que la persona de la que su mejor amigo estaba enamorado era la chica de la que no había dejado de hablar desde el año anterior. Una locura total.

—Conocí a un chico —comenzó Stiles. —Bueno, la verdad es que no lo conocí-conocí. Fue más como que lo vi caminando por el pasillo, pero estoy seguro de que estoy enamorado, Scott —y Scott no sabía qué decir. Balbuceó un par de tonterías antes de contestar con las cejas alzadas.

—¿Un chico? ¿Cuándo? —todo se volvía un tanto preocupante, porque en esos momentos recordaba su acuerdo secreto con el Sheriff de cuidar de Stiles cuando él no estuviese.

—Durante la clase del entrenador, mientras fui al baño

—¡Stiles, fueron 15 minutos! No puedes enamorarte en 15 minutos —la comida de Scott había quedado casi en el suelo por el énfasis dado en la primera aseveración y Stiles ni siquiera pareció afectado.

—¿Por qué no, Scott? ¿Por qué estás intentando boicotear mi perfecto enamoramiento? ¿Acaso es porque es un chico? Nunca pensé que fueras de esa clase de personas, hermano… Estoy decepcionado, muy decepcionado —Stiles movía su cabeza y Scott no entendía cómo se las arreglaba para hablar de todo eso y seguir engullendo la comida como si no hubiese probado bocado en años. Aunque Stiles siempre era así, la situación simplemente enfatizaba sus modales en la mesa.

—Sabes que no es eso. Stiles, eres mi hermano; chico o chica, siempre voy a apoyarte… Pero, ¿en serio? ¿15 minutos?

—Es que Scott, tú no lo viste. No… No. No. No. No sabes cómo me siento —y Stiles lo dejó como un delito terrible, como una falta a la hermandad y al brocode y a todo a lo que pudiese echar mano en ese momento.

 

Y sí, era cierto que Scott no lo comprendía. Él estaba seguro de lo que sentía por Kira, estaba seguro que la chica le gustaba, pero también tenía claro que debía conocerla antes de admitirse enamorado de ella. Stiles, por otra parte, era más obstinado y apasionado en el amor. Scott aún recordaba su rostro la primera vez que vio a Lydia Martin y la segunda y los años que siguieron. Pero desde que la misma Lydia había roto sus ilusiones, había ido con más cuidado, había incluso tomado cierta distancia de Malia en un principio al sentirse naturalmente atraído a ella.

 

—Quiero conocerlo —dejó salir Scott, con un aire responsable que se veía algo fuera de lugar en él, ya que la mayoría del tiempo iba todo sonrisas.

—También yo, hermano —Stiles le palmeó una de las manos y suspiró, logrando meter lo que quedaba, que debía ser al menos un cuarto de la ración de spaghetti, en su boca. —También yo.

 

 

 

Por supuesto que Scott querría conocer a Norberto (el nombre del chico hasta el momento, ¿okay?), porque Scott era Scott y creía que Stiles no sabía sobre ese acuerdo secreto que él y su padre tenían de cuidarlo entre ambos, como si Stiles realmente necesitara que lo cuidaran. Aunque lo que pasaba realmente era que Scott tenía razón, no podía enamorarse de una persona en 15 minutos, pero ahora Scott iría a casa y él podría tener un perfecto momento a solas (ya que había conseguido un castigo por su actuación en la clase del entrenador, ¡yeih!) con sus pensamientos y donde posiblemente cuestionaría sus decisiones de vida, como por qué el chico se llamaba Norberto y no Juan, por ejemplo. Así que ahí estaba, junto a las bicicletas mientras Scott quitaba el candado de la suya y cambiaba la ubicación de su inhalador desde las profundidades de su bolso hasta el bolsillo del pullover.

 

—No hagas nada estúpido, ¿está bien? —Scott le regaló esa mirada de saber que estaba pidiendo demasiado, pero que debía, de todos modos, intentar hacerlo entender por las buenas.

—¿Te refieres a algo más estúpido que enfadar al entrenador? —Stiles sonrió, porque su amigo había bajado la cabeza y negado un par de veces al abandonar un suspiro largo, con extensión dramática. —Está bien, hermano. No puedo prometerte que no haré algo estúpido porque, bueno, eso está más o menos inserto en mi código genético y sería contra natura, pero intentaré ser una abominación por ti —la palmada que recibió en la pierna por parte del interpelado fue amistosa y la sonrisa de después, lo fue aún más. Scott montó la bicicleta tras ajustar bien su casco y comenzó con el pedaleo, dándole una última mirada mientras se alejaba. Detención comenzaba en un par de minutos y Stiles aún tenía tiempo de estar allí a la hora.

 

Las manos en los bolsillos y un gesto relajado eran la posición que llevaba en ese momento, pese a tener que estar minutos extra (que no le eran remunerados, porque el mundo es un lugar cruel) en la escuela. En silencio. Con Bobby Finstock atento a cada uno de sus movimiento. No podía comenzar a enumerar cuál de todas esas cosas era peor, aunque aun así no podía odiar al entrenador.

Pero, ¿por qué pensaba en el entrenador cuando había alerta de chico en proceso a las 2 en punto? Demonios.

El muy maldito llevaba una sudadera de color blanco y encima una chaqueta negra, de cuero, porque definitivamente no podía usar algo menos extraído de Grease. Si él era Danny Zuko, Stiles podría perfectamente trabajar en convertirse en su Sandy, aunque había un poco más de pantalones ajustados y spray para el cabello que no estaba seguro poder lucir de la forma adecuada. Sin contar la voz, claramente, porque las únicas veces en que había intentado cantar Youre the one that I want sin estar borracho, había sido un desastre. Y para ser honesto, era probable que fuese un desastre aun estando borracho, pero el alcohol te hace sentir invencible. En fin, de vuelta al punto central, el tipo caminaba por el estacionamiento y una chica castaña lo esperaba junto a un auto negro que hacía total juego con su faceta de héroe de película ochentera, salvo que este auto… Maldita sea, Miguel (sí, había cambiado su nombre, porque Norberto definitivamente no usaría chaquetas de cuero) tenía un maldito Camaro. El maldito ya tenía una Sandy y, además, el auto más increíble desde el año 2007, cuando Transformers se había transformado (ja ja já) en efectos especiales increíbles y Megan Fox. Oh, claro, y Shia LaBeouf. Aunque el suyo era negro.

 

La chica, que lucía mayor (por supuesto que tenía que ser mayor, era la maldita Olivia Newton-John de su estúpido John Travolta), puso una de sus manos en el hombro de Miguel y la deslizó por su pecho tan naturalmente como desayunar en las mañanas y Stiles no supo cuándo pero habían muchos besos y muchas lenguas y muchas manos que antes no estaban ahí. Usualmente se habría quedado a mirar si no tenía nada mejor que hacer, pero ahora tenía algo mejor que hacer y era salir de ahí porque podía ser que estuviese un poco celoso de su utópica relación hollywoodense y de que la maldita Olivia tuviese permiso de tocar al maldito Miguel (malditos, malditos, malditos). Y estaba la detención, además de la cara de Scott aún en su mente recordándole que no fuese un idiota. Prefirió seguir a la voz de su consciencia, que parecía estar funcionando ese día, y encaminarse a detención. Súper.

 

 

 

Así que… Había pasado una semana desde que Stiles había tenido su primer encuentro con Miguel y por supuesto que había utilizado ese tiempo para hacer algunas investigaciones, como si realmente era de último año (si lo era) y en dónde tenía clases que les permitieran toparse «accidentalmente». Pero durante esos días no había estado nada más memorizando el horario que tenía (lo memorizó, ¿no lo había mencionado ya?), sino que había aprendido un par de cosas sobre él. Miguel era de la clase de tipos que tenía una expresión seria hasta que alguien le provocaba una sonrisa, pero que no le mostraba a todo el mundo, lo que hizo sentir a Stiles violador de terreno sagrado por haberla observado mientras se ocultaba tras un libro de Física. Miguel no estaba rodeado de amigos como se lo habría imaginado, tampoco de chicas que se arrojaran a sus pies, principalmente porque él las ahuyentaba con sus miradas. Miguel veía a su Olivia casi todos los días y a pesar de ello, seguía pareciendo… ¿Infeliz?  

 

Aunque, dejando eso de lado, hoy era uno de esos días en los que la clase de gimnasia de Miguel chocaba con su clase de Bilogía y debían compartir pasillo por lo que duraba el camino a sus lugares de destino, porque así de obsesionado se encontraba y ahora ni siquiera tenía vergüenza de admitirlo: Miguel era su obsesión. El estúpido y perfecto Miguel que no sabía de su existencia, detalle que hacía de todo eso aún más bello. O más complicado. No llegaba a decidirse por una de las dos, dependía de si se había levantado con ganas de ser protagonista de alguna serie de animación japonesa para chicas o no.

 

Stiles jugaba con su casillero mientras esperaba el momento justo para avanzar por el pasillo y tener esos gloriosos segundos en que podía observar al chico con tranquilidad, tal vez chocar su hombro con él para luego pedir disculpas. Aunque, por lo que había visto hasta el momento, probablemente el tipo ni siquiera se movería si lo hacía. Y dobló la esquina, con los mismos chicos con los que lo había visto la primera vez, hablando de algo aparentemente ridículo por la forma en que sus ojos giraron y los hoyuelos de Afrodita (el nombre que le había dado a la chica) relucían con dolorosa ternura. Estaba embobado con todo, incluso parecían avanzar en cámara lenta. Miguel soltó una breve carcajada y Stiles pudo notar unos ridículamente hermosos dientes de conejo relucientes. Eran blancos como la nieve misma, eran…

 

—¡Stiles!

—¡Oh, Dios mío, Scott! —gritó en respuesta a su amigo, tras haberse dado un golpe contra los casilleros (¿se haría costumbre eso cuando estuviera alrededor de esa triada de la gloria?) antes de girarse a verlo, recibiendo «las cejas molestas» como primera imagen. —¿Qué pasa? ¿La casa de quién se está quemando para que me causes un ataque cardiaco menor un día miércoles al medio día? —intentó sonar amistoso, pero la expresión en la cara del moreno no se iba.

—Estoy a un paso de tener que organizar una intervención, Stiles. Has estado actuando rarísimo estos últimos días, ya ni siquiera almorzamos juntos… ¡Apesta almorzar solo! —Stiles sabía que las quejas de Scott eran totalmente válidas y que había estado siendo el peor amigo del universo al dejarlo por su cuenta cuando no se habían separado por tantos días desde… nunca.

—¡No lo entiendes! La hora de almuerzo es el momento en que puedo observarlo en su hábitat natural, Scottie.

—¿Todo esto es por su culpa? ¡Stiles! —Scott estaba casi tan enfadado como cuando Stiles se había comido la crema de su Banana Split en su cumpleaños número 6. Y eso era mucho, en serio.

—¡No lo entiendes! —repitió, abriendo más de lo normal sus ojos porque Miguel se acercaba y al notar que la vista de Stiles se desviaba hacia atrás, Scott lo siguió y entonces vino el silencio.


Nuevamente la cámara lenta atacó y los chicos pasaron por su lado como si fueran del elenco de Baywatch. Los ojos de Scott, al igual que los de Stiles, se quedaron fijos en una de las figuras que levitaban (porque su perfección ya ni siquiera les permitía caminar) por el pasillo, aunque no era la misma. Scott, ilusionado como la vez en que la señora McCall le había entregado su primera consola de vídeo-juegos, miraba a la chica con devoción.

 

—Amigo… —susurró Scott, sin aire, cuando el trío ya estaba de espaldas a ambos y no les quedaba nada más que hacer que mirarles alejarse. Se escuchó el silbido del inhalador.

—Lo sé, ¿verdad?

—Ella era hermosa… —era obvio que Scott miraría a Afrodita y no a Miguel, por supuesto que sí. Aunque eso era bueno, ¿verdad? Porque significaba que lo tenía de su lado ahora.

La sonrisa de Stiles se expandió con malicia por sus facciones, dándole ese aspecto diabólico del que su padre le había hablado un par de veces antes.

—¿Sabes? Miguel y ella siempre están juntos, Scottie. Siempre —alargó la e para enfatizar y prosiguió con su maquiavélico plan.

—¿Quién es Miguel? —Scott seguía embobado, con Kira no estaba ni la mitad de mal que con Afrodita.

—Miguel… Eso no importa, Scott. Siempre están juntos, ¿verdad? Eso quiere decir que si consigo acercarme a él, tu consigues acercarte a ella también… ¿Ves de lo que hablo? Ahora estamos juntos en esto, los dos…

—Los tres —interrumpió una voz detrás de ellos, provocándoles un salto que acabó por separarlos como si debieran fingir que no hacían nada. El susto evitó que Stiles reconociera de inmediato quién era el intruso, aunque el aroma a Chanel en el aire lo hizo todo mucho más claro. Se voltearon, él y Scott, a mirar a la chica tras de ellos, que sonreía con tanta malicia como Stiles hasta hace unos momentos.

—¡Lydia! ¿Qué haces aquí?

—Stiles, la última vez que hablamos mencionaste estar en busca de un miembro de la familia Hale, pero pensé que era Malia —la sonrisa en los labios carmesí de la chica sólo se hizo más amplia al notar que Stiles le miraba con sorpresa total, con mandíbula desencajada y todo. Mientras que Scott, perdido en la vida como la mayor parte del tiempo, intercambiaba miradas entre ambos, esperando que fuese el momento exacto para que le fuese revelada la información.

—Espera, ¿qué? —soltó Stiles, pestañeando con dificultad mientras compungía todo su rostro.

—¿El chico alto del medio? Es Derek Hale —en ese instante la cabeza de Scott hizo el click necesario y soltó una expresión de sorpresa tal que hizo que Stiles rodara los ojos con peligro de derrame cerebral.

—¡¿Es hermano de Malia?! —Lydia le miró casi con lástima y tomó una de sus mejillas, apretándola en modo de burla mientras murmuraba algo respecto a Scott siempre sería el más bonito (refiriéndose a Scott y él, Lydia sabía que era la chica más hermosa de Beacon Hills).

—Su primo, de hecho. Derek Hale. Pensé que lo conocían, es toda una celebridad aquí en la escuela. La clase de amor imposible a la que Stiles Stilinski está acostumbrado —Lydia podía ser malvada cuando lo quería.

—¿Qué te hace pensar que es de él de quien hablaba? ¿Desde cuándo escuchas conversaciones ajenas, por cierto? —Stiles adquirió una posición más defensiva, pero Lydia miró sus uñas perfectas, poco impresionada.

—Desde que ustedes, par de cachorros, tenían el pasillo convertido en un verdadero mar de babas.

—¡El tipo tiene al gemelo gótico de Bumbelbee, por Dios! —fue la excusa de Stiles, obteniendo una ceja alzada por parte de la chica, quien se encontraba muchísimo más convencida de su propia teoría.

—Además —prosiguió, ignorando totalmente la pregunta de Scott respecto a quién era Bumbelbee, porque ni ella ni Stiles tenían tiempo para encargarse de eso en aquél momento, tal vez ni siquiera después. —el chico rubio es mío. Tú quieres al miserable y Scott prefiere a la bonita castaña que a la hija del maestro de historia, ¿estoy en lo correcto?

—¡Kira no es solo la hija del maestro Yukimura! Ella es un ser humano completamente independiente

—Y está completamente prendada de su mejor amiga, por si no estabas al tanto —Lydia interrumpió a Scott con aquél comentario, que logró sacarlo de su centro y obligarlo pestañear con rapidez. Stiles rio por la bajo, porque eso era maravilloso hasta que ¡oh! Oh, oh… su mejor amiga era Malia.

—Entonces… ¿Estamos los tres en esto? —las cejas de la chica estaban alzadas en espera de una respuesta.

—¿Qué hay de Jackson? —preguntó Stiles, porque Scott aún estaba intentando digerir la noticia, al punto de usar su inhalador otra vez.

—¿Jackson? ¿Qué tiene Jackson?

—La última vez que chequeé, seguían siendo novios y eso fue hace una clase atrás.

—Claro que es mi novio, pero las chicas siempre debemos estar abiertas a las posibilidades —y parecía muy sensato, sobre todo para una chica como Lydia. —Pero volviendo al tema principal, ¿estamos los tres en esto? —era la tercera vez que la pregunta salía de esa bella mujer a la que no podías decirle que no, así que Stiles asintió por su parte y Scott… Scott hizo un movimiento con su inhalador que probablemente era una positiva también. —Muy bien… Comencemos por este sábado por la noche. Fiesta en mi casa, todos vendrán, tendrán su oportunidad allí —ella sonrió y se giró sobre sus perfectos zapatos de diseñador, los que hacían juego con su bolso, y caminó por el pasillo, taconeando con alegría. —Por cierto, chicos… Siguen existiendo las clases y ustedes van tarde —fue lo último que dijo antes de continuar, relajadamente, como si no los hubiese desarmado momentos atrás.

 

Stiles y Scott se tomaron un par de segundos antes de caminar presurosos al salón donde los esperaba Harris con asientos completamente separados. Se habían abierto los libros de Biología y la clase había comenzado, pero Stiles aún no podía dejar de pensar en lo ocurrido. Antes que nada, era la primera vez que recibían una invitación a una de las fiestas de Lydia Martin de parte de ella en persona, sin mencionar su nueva alianza.

Seguido porque Miguel (maldición, Derek) estaría allí, también Afrodita y el rubio. Stiles dejó caer su cabeza con pesar sobre el libro mientras soltaba unos gemidos de dolor y frustración que claramente Harris no dejó pasar, pues soltó un «Stilinski» bastante alto y, probablemente, le valieran otra detención. Pero, ¿quién podía culparlo? No sabía si lo ocurrido era bueno o malo, al menos ya no estaba por su cuenta en esa montaña rusa de emociones…

 

Maldita sea, Miguel era el primo Miguel. Esto sería simplemente maravilloso.

Notas finales:

¡Cualquier comentario será bienvenido! Muchas gracias por leer.


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