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[KaiSoo] Staring at the Moon por Antu-neko-chan

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Notas del fanfic:

Es mi nuevo serial! Espero que os guste mucho ^^

Notas del capitulo:

Espero que os guste mucho y esperéis por el segundo con ganas ^^

Abril de 1986

 

- Kyungsoo! - Do Sora, la madre de Do Kyungsoo, llamaba a su hijo por toda la casa, mientras un señor de unos cincuenta años, gafas redondas con gruesos cristales y el ceño fruncido, esperaba en la entrada mientras miraba el inmenso reloj de la pared, cuyas agujas avanzaban sin esperar por el pequeño. - ¡Tu maestro está aquí! ¡Sal ahora mismo!

- Esto es inaceptable. - Protestó el hombre. La señora se giró hacia él, avergonzada, y le hizo una reverencia a modo de disculpa.

- Lo siento mucho, profesor. Le juro que jamás se había comportado así.

- Madame, tengo muchas cosas que hacer. Usted puede estar todo el día en su casa ordenándole a sus criadas que le saquen brillo a la plata, pero yo tengo una apretada agenda. Agradezca que su marido es un íntimo amigo mío y me ha insistido hasta lo impensable para que acepte darle clase a su hijo.

- Se lo agradeceremos eternamente, profesor. - Otra reverencia por parte de la elegante señora, dueña de la prestigiosa casa, conocida en todo el país por su riqueza, fruto del trabajo de generaciones de la familia Do, con gran influencia en la bolsa norteamericana.

- Además, como bien le dije a su marido, Kyungsoo debería de haber empezado con las clases desde hace años, no ahora. Con doce años ya no absorbe lo mismo que con tres.

- Aún es un niño, profesor. - Se excusó la dama.

- Eso es discutible. - Masculló el señor, perdiendo la paciencia por momentos. - Por favor, ¿puede traer aquí a ese mocoso? En tres cuartos de hora tengo una clase con alguien a quien sí le interesa el piano.

- Jieun! - La señora llamó con impaciencia a una de las criadas, que observaban todo desde el salón, con la mirada baja y sin expresar ningún tipo de opinión sobre la situación. Esa era parte de su labor.

- Sí, señora. - Kim Jieun, una mujer de unos treinta años, avanzó dos pasos de entre sus compañeras.

- Dónde está Jongin?

- Sacándole brillo a sus zapatos, señora.

- He preguntado dónde está, no qué está haciendo.- Sora la reprendió con la mirada y ésta se encorvó un poco más sobre ella misma, más de lo que ya estaba. A pesar de ser una mujer joven y de una belleza desmesurada, con labios gruesos, piel morena y pelo de color azabache, los años de duro trabajo, desde que era una niña, para la familia Do, no habían pasado en balde.

- En el trastero, señora.

- Pues dígale a su hijo que traiga ahora mismo a Kyungsoo. No esperaré más de tres minutos, o recibirá un severo castigo.

Jieun la miró con miedo y asintió, excusándose con un gesto de la cabeza antes de salir apresuradamente escaleras arriba en busca de su hijo.

El hijo de Kim Jieun, Kim Jongin, había nacido hacía once años, fruto de una aventura entre la criada y el entonces jardinero. Nada más que una noche loca, que pese a que pareció tener como fruto un accidente que podía costarle el puesto, acabó siendo una bendición en la vida de la señora. Jongin era un niño que había conseguido hacerse un sitio dentro del servicio de la casa, que ayudaba en todo lo que podía a su madre y a sus compañeras.

Lo que no muchos en la casa sabían, salvo la misma Kim Jieun y Do Sora, era la estrecha amistad que había crecido entre los dos niños de la mansión. Jongin no podía permitirse una escolarización, así que Kyungsoo disfrutaba creyéndose un maestro que enseñaba a Jongin desde las letras hasta las tablas de multiplicar. Mientras Jongin trabajaba, Kyungsoo le perseguía recitándole la historia de su país, y el más pequeño disfrutaba aprendiendo, como diría el profesor de piano de Kyungsoo, como una esponja.

Por eso, mientras Jieun subía las escaleras a toda prisa, no podía evitar sonreír al pensar qué clase de conocimientos le estaría regalando Kyungsoo a su hijo mientras le sacaba brillo a los tacones de la dueña de la casa.  Sora ya la había mandado a propósito en busca de Jongin porque sabía que ambos estarían pegados como una lapa al otro.

- ¿Lo has entendido? - Preguntó una voz infantil al otro lado de la puerta. Jieun sonrió al reconocer la voz de su joven amo.

- No…

- ¡Tienes que despejar primero los paréntesis! Y después ya vas por orden: Primero multiplicaciones y divisiones, y después el resto.

- Eso es muy difícil…

- En absoluto. Venga, prueba de nuevo. - La madre del pequeño rió con suavidad y llamó a la puerta del trastero. El silencio se hizo al otro lado.

- ¿Contraseña? - Preguntó Kyungsoo. Jieun rió de nuevo.

- ¡Ya es Navidad!

- ¡Adelante!

Jieun empujó la puerta y recibió a los dos pequeños con una sonrisa.

- ¡Mamá! - La saludó Jongin, dejando el zapato en el suelo y sonriéndole con dulzura. Ella le peinó con cariño y Kyungsoo lo observó con envidia. A él su madre no le peinaba, y Jieun se dio cuenta de la mirada de enfado del pequeño, así que se acercó y le peinó también, consiguiendo arrancarle una sonrisa. Kyungsoo no era alguien especialmente alegre, pero Jongin conseguía arrancarle sonrisas.

- Kyungsoo, - Le llamó la señora con suavidad. - Tu mamá quiere que bajes.

- Ya la escuché. - Replicó el pequeño, recogiendo los cuadernos llenos de números del suelo y apilándolos al lado del calzado infinito de su madre.

- ¿Y por qué no has obedecido? - Jongin le miró fijamente con sus ojos grandes y negros. Kyungsoo le devolvió la mirada y la bajó, poniendo morros.

- Porque estaba jugando con Jongin.

- Pero tenías clase de piano, ¿no es así?

- Eso no es divertido. Jugar con Jongin sí que lo es. - Jongin sonrió con suavidad y se acercó muy lentamente a su amigo, que pese a ser un año mayor, era notablemente más bajito que él. Cuando estuvo a su lado, tomó su mano y le sonrió alegremente. Jieun sonrió con ternura al ver que Kyungsoo se sonrojaba y también sonreía.

- Hyung, ¿por qué no bajas a aprender a tocar el piano? - Le preguntó Jongin, mirándole con calidez. Kyungsoo le miró fijamente. Sus ojos también eran muy grandes, dándole un aspecto simpático cuando miraba fijamente a alguien.

- No quiero. Es aburrido.

- Así después puedes enseñarme a mí. A mí sí que me parece divertido aprender a tocar un instrumento… ¡Como ese Mozart del que me hablaste! ¡Me dijiste que tocaba con los ojos vendados cuando tenía 3 años!

- Hum… - Kyungsoo empezaba a vacilar. La influencia de ambos niños en el otro era fruto de esa estrecha amistad que había nacido entre ellos dos. Kyungsoo no iba a la escuela, tenía tutores que acudían a su domicilio para enseñarle todo lo necesario y más sobre el mundo y la vida.

- Ve, cielo. - Jieun le alentó con cariño, rebuscando en el bolsillo de su vestido negro, sacando un dulce que en seguida atrapó la vista de ambos niños. - Si bajas, te daré el caramelo, ¿sí?

Kyungsoo frunció el ceño y miró a su amigo, que salivaba ante la vista de la recompensa.

- No lo quiero, pero gracias. Dáselo a él. - Empujó a Jongin, soltándose de su mano, y éste le miró, preguntándose si estaría bien aceptar.

- ¡Kyungsoo! - En ese momento su madre apareció por la puerta, furiosa. - ¿A qué diablos esperas para bajar? ¿Tienes idea de cuánto le pagamos a ese hombre para que venga a enseñarte?

- ¡No quiero aprender piano! - Le replicó el niño, colocándose inconscientemente delante de Jongin. Había visto demasiadas veces a su mejor amigo ser abofeteado por su madre, y quería protegerlo a toda costa.

- Sí, sí que quieres. Baja ahora mismo y aprovecha la escasa media hora que le queda a ese hombre. Entiendo que no quiera malgastar su tiempo en ti, pero tienes que atesorarlo como si fuese oro.

- ¡Que no quiero! - Kyungsoo chilló en el momento en el que su madre le agarró con firmeza de la muñeca, clavando sus uñas rojas y lacadas en la tierna carne de su hijo. Jieun se incorporó inmediatamente y la miró con desesperación. El mal carácter de la familia Do también era vox populi en la sociedad coreana.

- Señora, por favor. Es solo un niño… - Sora levantó la mirada y la apuñaló con la mirada. Jieun inmediatamente enmudeció.

- ¿Disculpa? - Soltó al niño y sus tacones resonaron en la sala, mientras ella avanzaba hasta su sirvienta. Jongin corrió hasta su madre y se colocó delante de ella, con los brazos extendidos y el miedo reflejado en sus ojos. La señora Do enarcó una de sus pintadas cejas y empujó de un manotazo al niño, que cayó de culo al suelo, con el consecuente gesto de dolor. Jieun rogó con la mirada a su hijo que se estuviese quieto, mientras ella se encogía sobre sus hombros de nuevo, como hacía unas cuantas horas. - Me ha parecido escucharte hablar… ¿Me equivoco?

La sirvienta no supo qué contestar. Si lo admitía, su señora la castigaría, y si lo negaba, le acusaría de llamarla mentirosa y también le castigaría.

- ¿Ahora osas no contestarme? ¿Te has olvidado de quién recogió a tu madre de la calle cuando tú no eras más que una cría? ¿En plena guerra? ¿Lo has olvidado?

- No, señora.

- ¿Quién fue?

- La señora Do, señora. Su madre.

- Exacto. ¿Quién te alimentó y te proporcionó ropas y cobijo?

- Su madre, señora.

- Cierto. ¿Y quién aceptó no ponerte en la calle cuando te quedaste encinta por fulana? ¿Quién corrió con los gastos médicos de tu parto y acogió a tu criatura bajo su techo? ¿Quién le alimentó y le proporcionó ropas y cobijo?

- Usted, señora.

- Bravo, Jieun. Pareces saberte la historia… Pero por otro lado no parece que hayas aprendido a mostrar tu gratitud. ¿Cómo es posible?

- Lo siento muchísimo, señora. - Musitó la criada, al borde de las lágrimas debido a la humillación sufrida. Lo que más le dolía era que su hijo estaba viéndola ser pisoteada, y la mirada de odio del niño hacia su ama daba a entender que ella no era el único que estaba sufriendo la humillación.

Kyungsoo mientras, era el que más odio cargaba en la mirada. No odiaba a su madre, pero sí que le parecía repulsivo que se creyese superior al resto de los seres humanos solo por su apellido.

- ¡Mamá! - Chilló con todas sus fuerzas, haciendo que la señora se girase sobre ella misma y le mirase con el ceño fruncido.

- ¿Qué?

- Mi profesor está esperando, ¿no? - Ella enarcó una ceja, pero Kyungsoo mantuvo su semblante firme. - Bajemos. Quiero saber qué es eso que tiene el piano que hace que todos se vuelvan locos por saber tocarlo.

La dama asintió suavemente, sintiéndose triunfal por haber logrado convencer a su único hijo de que hiciese lo que ella quería. Pero, en realidad, él solo quería alejarle de su mejor amigo y de su madre, a toda costa.

 

- Sentimos el retraso, profesor. - Sora puso las manos sobre los hombros de su hijo, que encaró al hombre directamente. El señor frunció el ceño aún más pronunciadamente y suspiró con resignación.

- Aprovecha mi tiempo, muchacho. Vale oro.

- Eso lo decidiré yo, profesor. - Replicó Kyungsoo, librándose del agarre de su madre y encaminándose primero a través del salón de la derecha hasta llegar al fondo, donde había un hermoso piano de cola negro y brillante, sin todavía un uso.

- Impertinente. - Masculló el hombre antes de sentarse en la banqueta y deslizar los dedos por las teclas de marfil, asegurándose de que el instrumento estaba afinado apropiadamente.

El señor se pasó unos minutos en silencio absoluto, bajo la mirada aburrida de Kyungsoo, mientras tocaba varios acordes aleatorios que hacían una melodía que carecía de originalidad y a la que Kyungsoo le pilló indiferente.

- Está bien afinado. - Musitó finalmente el hombre, mirando a Kyungsoo con crudeza. Kyungsoo enarcó una ceja y no se movió de su sitio.

- Dime, niño. ¿Tienes algún conocimiento anterior del arte del piano?

- Ni siquiera el básico, profesor. Por favor, sálveme de la ignorancia. - El maestro decidió que sería mejor ignorar la impertinencia de su alumno y se giró de nuevo hacia el instrumento.

- Entonces aprovechemos la escasa media hora que nos queda y logremos aprender la primera pieza. - Dijo, colocando sus larguísimos dedos y comenzando a tocar una pieza de Beethoven que Kyungsoo reconoció al momento. ¿Le estaba tomando el pelo? El segundo movimiento de la “Oda a la Alegría” no era algo de un nivel básico y él lo sabía. Su maestro se estaba vengando de él por tratarle como al ser despreciable que a su parecer era, y probablemente mañana se negaría a volver bajo el dicho de que él era un inútil y no tenía talento, sus padres se enfadarían con él y le castigarían. Kyungsoo era un niño muy inteligente, y orgulloso como ninguno, así que si tenía que aprenderse todas las obras de Beethoven en media hora, lo haría.

Su maestro le enseñó primero los movimientos de la mano derecha con una paciencia que brillaba por su ausencia, y luego los de la izquierda de una forma más apresurada todavía. Finalmente, tras veinticinco minutos, el hombre decidió que era suficiente y que mañana volvería para ver si era capaz de tocarla. Kyungsoo le miró con odio cuando le contó la situación a Do Sora.

- Su hijo parece haber nacido con la psicomotricidad de un mendrugo de pan, pero le daré una oportunidad por la amistad que me une a su marido.

- Muchísimas gracias, profesor. Que Dios se lo pague.

- Dios no mantiene mi casa, madame. Le pasaré la factura a su marido.

- Por supuesto. Le diré que le pague generosamente. - La sonrisa cordial y sumisa de la mujer hacía que a Kyungsoo se le erizase el vello.

- Mañana volveré para ver si su hijo ha logrado aprenderse la obra que le corresponde a su edad. Si lo consigue, le daré una oportunidad. Si no, lo siento, pero no tengo tiempo que perder.

- Lo entiendo, profesor. Está usted más que invitado a volver mañana. Me preocuparé de que esta vez no se le enfríe el té en la espera, y me disculpo una vez más por perder su tiempo aquí.

Un suspiro de frustración fue lo único que la madre de Kyungsoo obtuvo como respuesta por parte del estricto profesor.

- Tú. - Llamó a su hijo cuando hubo despedido apropiadamente al señor, obsequiándole incluso con una caja de los carísimos puros que a su marido le regalaban en Estados Unidos, importados de Cuba de una forma cuya legalidad escaseaba.

- Yo. - Contestó Kyungsoo, recibiendo una mirada severa de su madre, cuyo impecable peinado se había deshecho parcialmente a causa de andar subiendo y bajando escaleras, un esfuerzo que ella no estaba acostumbrada a hacer.

- Más te vale que te pases el resto del día practicando o le diré a tu padre que te dé unos buenos azotes. ¿Entendido?

- ¿El resto del día?

- Hasta que te sangren los dedos si es necesario. - Kyungsoo se sentó con frustración en la banqueta y su madre cerró las puertas del inmenso salón. En la lejanía, el niño pudo escuchar a su madre prohibir al servicio la entrada hasta que fuesen las diez de la noche. Cinco horas quedaban hasta entonces.

- Se va a enterar ese repipi repeinado. - Masculló, mirando las partituras que ni siquiera le habían enseñado a leer. Por suerte, era un niño inteligente, y no tardó más de una hora y media en llegar a la conclusión de que cada nota era correspondiente a una tecla del piano, y gracias a que recordaba la melodía claramente, pronto pudo leerla, no sin esfuerzo para lograr la fluidez deseada de la lectura. Su abuela materna, antes de morir, siempre dijo que el niño tenía un talento especial para la música, y sobre todo para el canto, pero a sus padres no les apeteció insertar a su hijo en el mundillo hasta que se puso de moda y toda la alta sociedad tenía pequeños pianistas y violinistas entre sus herederos.

Aunque jamás lo admitiría, el pequeño Kyungsoo disfrutó de esas horas de práctica de piano. Estaba solo, sin nadie que le dijese a qué ritmo debía de hacerlo, ni que dejase de prestarle atención a aquellas teclas que no entraban dentro de la pieza y que a él le divertía pulsar sólo para saber cómo sonaría si Beethoven en vez de pulsar un fa, hubiese optado por un re sostenido. Pero, sobre todo, lo que movía a Kyungsoo hacia querer perfeccionar la pieza hasta un nivel profesional, era ver la cara de Jongin al ver los resultados de un solo día de lo que él diría que no había costado ningún trabajo y que era talento natural. Deseaba enseñar a Jongin sus avances con el piano que tanto le gustaba y que tocase a su lado.

Entonces, llamaron a la puerta secundaria del salón. Kyungsoo cesó el movimiento de sus manos y la observó abrirse despacio. Sonrió al sentir el aura tímida que se podía sentir aún con la puerta de madera maciza de por medio.

- ¿Se puede? - Una voz infantil y familiar rebotó por las paredes empapeladas.

- ¡Jongin! - Kyungsoo siempre se sentía muy feliz de ver a su amigo. Y cuánto más tiempo pasaba sin verle, más feliz se sentía. Jongin asomó su cabeza castaña y corrió hacia su compañero, sosteniendo un trapo y un producto de limpieza de color blanco. - ¿Sabes? Ya sé tocar el piano.

Jongin no censuró su expresión de sorpresa y admiración.

- ¿En tan sólo un día? - Kyungsoo se creció y asintió, pavoneándose. - Caray…

- Ahora también podré ser su maestro de piano. ¿Te gustaría? - Los ojos negros del sirviente se iluminaron y asintió enérgicamente, haciendo que el flequillo, ya demasiado largo, le cayese en la cara y le cubriese los ojos. Kyungsoo rió y se lo retiró del rostro, colocando los mechones hacia atrás y por detrás de las orejas. Jongin le sonrió con dulzura y agradecimiento.

- ¿Quieres empezar a aprender ahora? - Jongin negó con un puchero y levantó ambas sus manos, mostrando el trapo y el recipiente que antes le habían llamado la atención a Kyungsoo.

- Tengo que limpiar la plata, me ha mandado la Señora. - Kyungsoo puso los ojos en blanco.

- ¡Yah! ¡Te he dicho que no la llames así! ¡Ella no es tu dueña!

- Pero…

- ¡No! Yo lo soy, ¿está claro? ¡Tú eres mío y no suyo! - Jongin le miró con los ojos muy abiertos, sorprendido por los repentinos gritos de su amigo. Kyungsoo le miró fijamente con el semblante serio. Jongin era alguien muy especial para él, tanto que no soportaba la idea de que alguien más se hiciese llamar su propietario. Los sentimientos que inundaban al pequeño Kyungsoo al ver a Jongin eran posesivos y necesitaba tenerle cerca de él para no sentirse solo. A la temprana edad de doce años, Kyungsoo todavía no entendía qué significaban esos sentimientos, pero la madurez acechaba a la niñez, y el tiempo siempre trae consigo cosas bellas, pero también duras y difíciles. Lo mismo ocurría con Jongin: la niñez y la ignorancia sobre uno mismo ayudaban a que esos dos todavía no supiesen absolutamente nada sobre sus propios corazones.

- Puedes limpiar mientras yo toco… ¿Quieres? - Jongin sonrió con suavidad y asintió, cogiendo un candelabro y sentándose en el suelo de madera, mirando con admiración a un Kyungsoo que desde su punto de vista, ahora era inmenso. En todos los sentidos.

Kyungsoo tocaba sin cometer apenas errores, y de todas formas, aquellos que cometía no eran notorios para Jongin y su pequeño gran amigo, idealizado.

- ¿Es Mozart? - Preguntó cuando Kyungsoo acabó la pieza. Éste negó con la cabeza, sintiendo ahora la timidez que conllevaba los aplausos entusiastas. - ¿Bach? ¿Chopin?

- Beethoven. - Contestó. Jongin asintió, satisfecho por haber aprendido hoy algo nuevo. - La novena sinfonía, también conocida como “El Himno de la Alegría”.

- Entiendo por qué se llama así. - Musitó, sonriéndole felizmente. Kyungsoo también sonrió y se bajó de la banqueta, sentándose al lado de Jongin y quitándole la plata, comenzó a hacer su trabajo. Jongin hizo un puchero.

- ¿Qué haces?

- No me gusta verte hacer eso. Yo lo haré por ti. - Jongin le miró, sin entender.

- Pero es mi trabajo…

Kyungsoo levantó la mirada del marco que contenía una fotografía de su madre y su padre y le observó con el rostro en calma. Sus ojos se encontraron y se quedaron mirándose fijamente el uno al otro, sin entender muy bien ninguno de los dos por qué la necesidad de estar más cerca el uno del otro se les cruzaba por la mente. Jongin se acercó finalmente a Kyungsoo y se sentó completamente pegado a él, tan cerca que a Kyungsoo le era imposible mover su brazo derecho, y a Jongin le era imposible mover el izquierdo.

- Así no puedo limpiar. - Musitó el joven heredero.

- Hagámoslo juntos. - Respondió Jongin, tomando el trapo. - Tú aplicas, yo froto. ¿Sí?

Se miraron de nuevo, y dos sonrisas nacieron simultáneamente en el salón del piano.

- Juntos. - Afirmó Kyungsoo, entrelazando los dedos con los de Jongin cuando éste le tomó la mano y apoyó la cabeza en su hombro.

 

Enero de 1992

 

Kyungsoo se revolvió en la cama cuando llamaron con delicadeza a su puerta. Éste sonrió de inmediato al reconocer el ritmo de los toques.

- ¡Contraseña! - Murmuró, aún medio dormido. Una risa musical sonó al otro lado de la pared.

- ¡Ya es Navidad!

- Adelante, pues. - Respondió, incorporándose y frotándose los ojos para enfocar a Jongin, que entraba con tres toallas blancas perfectamente dobladas en sus manos y una sonrisa brillante en el rostro.

- Buenos días.

- Buenos días. - Kyungsoo le devolvió la sonrisa, cómplice de cientos de secretos.

 

-Fin-

 

Notas finales:

Bueno... Esto ha sido todo por el momento. El lunes que viene más y mejor! ^^

Recordad: Comentar os hará buenas personas! 

Os dejo mi blog por si queréis decirme cosas bunitas por privado: http://mimundodefanfics.blogspot.com.es/

Y... esto es todo! <3

 


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