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El Milagro del Amor por Kawai_Enjeru

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Notas del fanfic:

Bueno, primero que todo, ¡bienvenidos!

Como todo en esta vida, primero hay que darle la oportunidad a las cosas para saber si valen la pena o no. Así que espero que se tomen la molestia de leer el primer capítulo y decidir si quieren seguir la evolución de esta historia.

Espero sus comentarios, sean positivos y negativos, para permitirme saber si les agrada esta historia.

Un saludo, ¡y estaré esperando sus opiniones!

Notas del capitulo:

¡E iniciamos la historia!

Espero que le den la oportunidad y que se tomen el tiempo para dejarme saber si les gustó o no.

Un abrazo y que la disfruten.

El despertador sonó entrometiéndose en mis sueños. Luché contra mis pesados párpados mientras me obligaba a abrir los ojos, tardando un momento en recordar dónde estaba. No eran muchas las horas que podía descansar y aunque estuviera tomando medicamentos recetados por el mejor doctor de la ciudad, nótese mi sarcasmo, me sentía desorientado e igual de cansado cuando me despertaba.


La molesta alarma volvió a sonar y el sonido me resultó bastante irritante, así que la apagué de un manotazo. Si volvía a sonar sería un jodido milagro. Me senté en la cama y me pasé una mano por la cara como si con eso bastara para sentirme mejor. Aunque eso no sucedió, lo que era de esperarse, fragmentos del sueño que había tenido empezaron a llegarme. Esto era toda una experiencia, ya que no puedo recordar cuándo fue la última vez que me sentí tan relajado para soñar. Lastimosamente, el sueño fue una estupidez completa, un sueño que quizás tendría un niño o un amante a la mitología. Seres extraños, ficticios, dioses y demonios, un mundo dentro de otro mundo. Como ya lo dije anteriormente, una tontería. No tenía tiempo para eso.


Retiré las cobijas y salí de la cama, mi cuerpo sintiéndose tan pesado que parecía avanzar como una tortuga. Recorrer la distancia hasta el baño pareció tomarme más tiempo de lo debido, pero finalmente vacié mi vejiga y me lavé las manos en lavamanos. Sosteniéndome de los bordes de éste, tomé una respiración profunda y me obligué a mirarme en el espejo. Los ojos muertos que me devolvieron la mirada era lo que me mantenía alejado de mi reflejo. Antes, esos ojos azules tenían un brillo que nada ni nadie parecía opacar; la verdad es que la vida no me había dado el golpe que podría acabarme. Pero ahora que lo había dado, en mis ojos se veía las secuelas. En mis ojos y en otras partes de mi cuerpo.


Tan rápido como pude, aparté la mirada de esos ojos vacíos y dirigí mi atención hacia la barba que empezaba a llenar mi cara. Me toqué una mejilla pensando que hace más de una semana no me había afeitado. Pero en serio, ¿por qué los hombres habían sido maldecidos a llevar pelo en la cara? Resultaba desagradable como el infierno.


Tomé la espuma de afeitar que ya estaba a punto de acabarse y la barbera. La falta de práctica hizo que mi cara terminara con uno o dos cortes, pero fueron mínimos. Enseguida, tomé una de las toallas azules que estaban en la encimera y fui a tomar una ducha. El agua estaba fría lo que era una bendición para los calores que estaban haciendo en este verano. Dejando escapar un suspiro, permití que el agua lavara el sudor de mi cuerpo, ya no sintiendo como si tuviera algodón en la boca. Deseaba tanto que esta ducha lavará mis pensamientos así como hacía con mi cuerpo pero he aprendido a no esperar algo que es imposible. La vida te enseña eso, entre otras cosas. La esperanza y la imaginación no tienen espacio en este mundo cruel e insensible.


La alarma volvió a sonar, sorprendiéndome porque continuaba funcionando, acompañada del tono mi celular. —Y adiós paz —murmuré, terminando rápidamente la ducha. Salí, la toalla en mis caderas y sin haberme molestado en secarme, dejando un sendero de agua detrás de mí. Ambos aparatos seguían sonando, por lo que me dirigí a silenciar primero el reloj despertador y después tomé mi celular. Era Vicent quien estaba llamando.


Apenas respondí, se escuchó del otro lado de la línea. —Llevo timbrándote más de cinco veces. ¿Estabas dormido, mano?


—Buenos días a ti también.


Se escuchó un murmullo que no alcancé a entender bien. —Sí, lo que sea. Suenas bastante despierto para mí. Te recuerdo que en diez minutos quedamos de encontrarnos con este N-N en La Viola.


—¿Diez minutos? —Miré el reloj—. Mierda. —Parece que había pasado más tiempo de lo que creía.


—Exacto. Mueve tu culo. Estoy afuera de tu casa. —La línea murió.


Tan rápido como me fue posible, me vestí. Lo bueno de ser un hombre amante al cuero es que no tenía que preocuparme qué ponerme. Saque unos pantalones, una camisa y las botas negras de motorista. Omití la ropa interior y me pasé la mano varias veces por el pelo, intentando hacerlo ver lo más presentable posible. Estaba más largo de lo que normalmente lo usaba, así que terminé por darme por vencido y lo até en una coleta. Agarré todos los implementos necesarios y cuando pasé por la cocina, me detuve en la nevera y saqué una manzana que empecé a comer inmediatamente. Esas píldoras que tomaba para dormir despertaban mi apetito. Mi estómago gruñó para confirmarlo.


Salí de la casa y me encontré mirando a mi compañero subido en su propia motocicleta. Estaba parqueado al lado de la mía y tenía el ceño un poco fruncido; al parecer estaba cansado de esperarme.


Cerré la puerta detrás de mí y me le acerqué. Boté los deshechos de la manzana en el contenedor que estaba ubicado en el pequeño jardín principal que sólo constaba de pasto verde y limipié mi mano contra mi muslo, eliminando un poco el jugo frutal que se había derramado.


—¿Cómo crees que vaya a ir esta reunión? —me preguntó entonces.


Me tomé mi tiempo para responder. Me subí a horcajadas en mi moto y me puse el casco y las gafas antes de encenderla.


—Irá como tiene que ir —dije finalmente.




Cuando llegamos a La Viola, el restaurante estaba casi vacío. Entramos y miramos a las personas alrededor, pensando cuál sería nuestro contacto. No sabíamos si era hombre o mujer, ni quién era. Sólo sabíamos que tenía un trabajo que ofrecernos.


Había una familia en la mesa más alejada, que rápidamente descarte. Nadie llevaba niños a estos encuentros a no ser que tuviera totalmente retorcida la cabeza. Mi mirada se detuvo en el hombre sentado cerca a la entrada. Estaba vestido como un empresario, pero sus ojos oscuros no se apartaban de nosotros y tenían algo siniestro que me obligó a apartar la mirada. Había un aura de poder que lo rodeaba que me hacía querer mantener la distancia, poner un abismo entre nosotros.


Lastimosamente, el hombre sonrió y supe que era él quien nos había contactado.


—Hay algo aquí que no me gusta —murmuró Vicent.


Mi compañero es mexicano y muy supersticioso, pero sólo una vez no había escuchado al hombre y todo terminó mal para mí. Aprendí por las malas a respetar sus intuiciones.


Sin embargo, antes que pudiera responderle o decidir si debíamos retirarnos o no, el hombre se puso de pie y se nos acercó. —Buenos días. —Su tono fue frío—. ¿Son ustedes quienes van a aceptar el trabajo?


—Venimos a escuchar su oferta. Aún no hemos concluido si tendremos un trato o no —repliqué, enderezando la espalda. Esperaba que mi estatura lo intimidara, pero el hombre me miró como si fuera basura bajo su lujoso zapato. Sentí que el sudor estallaba en mi frente y nuca.


—A escuchar, ¿eh? —Se rio y su tono me erizó—. Bueno, tomen asiento entonces.


Retornó a su mesa y después de intercambiar una mirada con mi compañero, lo seguimos y nos sentamos frente a él. El aíre se sentía pesado, cargado de tensión y tuve que luchar contra el impulso de halar el cuello de mi camiseta al sentir que me estaba ahogando.


—Hay un grupo de rebeldes que están residiendo en la amazonia. Ustedes los eliminan y yo les pago lo que me pidan. Es tan simple como eso —explicó y entonces llamó a la camarera para que le trajera otra taza de café. Cuando la camarera se retiró, nos miró y enarcó una ceja—. ¿Y bien?


—¿Se refiere al amazonas? Eso está muy lejos de aquí —murmuró Vicent, dándome una mirada confusa—. ¿Por qué no contrata a un grupo de esos lados? —preguntó, volviéndose hacia el hombre.


—No confío en nadie más para cumplir el trabajo. Tres mujeres, en las que confiaría mi vida —añadió con sorna—, me han dicho que ustedes son los únicos para este trabajo.


Algo en esa respuesta me causó una sensación de desazón pero no podía poner el dedo en la llaga. Siempre me he caracterizado por dejarme llevar por mis instintos y aunque me han fallado una o dos veces, son más las oportunidades en que me han salvado mi vida. Y en este momento, mientras me gritaban que jodidamente me alejara de este hombre, también me exigían que aceptara este empleo. La razón aún estaba pendiente de ser encontrada.


—¿Cuánto está dispuesto a pagar?


Vicent de inmediato me dio una mirada que me dejo saber que pensaba que había perdido la cabeza. Sin embargo, no dijo ni una palabra.


—Lo que ustedes crean que vale el realizar este trabajo.


En ese momento la camarera regresó con el café y unas bolsitas de azúcar que dejó en la mesa. Todos nos quedamos en silencio hasta que la mujer se retiró. El hombre tomó su taza de café, ignorando el endulzante y tomó un largo trago, mirándome fijamente todo el tiempo lo que me ponía más nervioso. Sentí una gota de sudor deslizándose por mi columna.


—Di una cifra y será tuya.


—Veinte millones de dólares para cada uno y antes de realizar el trabajo —repliqué impulsivamente.


El hombre se rio y tomó otro trago de su café, antes de responder: —Yo tengo una propuesta mejor. —Dejó la taza sobre la mesa y apoyó los codos sobre ésta, entrelazando las manos e inclinándose un poco hacia nosotros, bajando el tono de su voz—. Setenta millones para cada uno serán depositados en sus cuentas bancarias una vez me digan que han aceptado el trabajo y otros setenta millones se les depositará cuando me haya cerciorado que lo han hecho. Pero —levantó la mano cuando mi boca se abrió, aunque fue de sorpresa y no porque fuera argumentar—, estos hombres tienen que desaparecer de la Tierra tan rápido como sea posible. El plazo máximo es de una semana, pero si no estoy mal, ustedes no tardarán ni siquiera la mitad del tiempo para hacerlo, ¿verdad? —Espero que le confirma con un corto asentimiento de la cabeza—. Y entonces, ¿tenemos un trato?


Era una propuesta de doble cara y aunque este hombre sólo me enseñaba el lado positivo del asunto, no tardé en aceptar. Una propuesta como esta no se encontraba todos los días. —Muéstreme a lo que nos enfrentamos y tendrá su respuesta mañana a primera hora.


El hombre deslizó una carpeta negra que se veía ligera hacia nosotros. —Ahí están todos los detalles que necesitan saber. —Se reclinó contra el respaldo de su silla y volvió a tomar su taza—. Eso haría un total de cuatrocientos veinte mil millones, ¿no?


Estaba mirando la carpeta cuando escuché su comentario. Frunciendo el ceño, lo miré sin comprender. —¿Tanto?


—Sí —asintió y tomó un sorbo de su café—. Las mujeres que les recomendaron me dijeron que su grupo era de tres. Me siento un poco disgustado al ver que el grupo completo no asistió a esta reunión.


Arrugué un poco la carpeta mientras esas palabras causaban un dolor sordo en mi corazón. —Dos —murmuré más que bruscamente—. Ahora somos dos.


—¿Sí? Que raro. Supongo que se les olvidó decirme ese detalle —comentó más para sí mismo—. Bueno, entonces supongo que puedo incrementar cinco millones para cada uno. ¿Qué les parece?


Este tipo era un cretino. Me levanté de la mesa, agarrando fuertemente la carpeta. —Mañana tendrá su respuesta.


Me giré para irme cuando sus palabras me detuvieron e hicieron que me volviera a enfrentarlo. —Lamento su perdida. —En sus ojos se leía que le importaba una mierda y eran simple palabras de cortesía. ¿Por qué se tomaba siquiera la molestia? No lo alcanzaba a comprender.


Al salir del restaurante, Vicent me alcanzó y me detuvo, agarrándome del hombro. Me giré a mirarlo. —¿Tomaremos este trabajo, mano? —Se veía bastante sorprendido por mi decisión.


Asentí. —Por supuesto que lo haremos.


Metí la carpeta en medio de mi camiseta temiendo que parte del contenido se perdiera en el camino. No sabía si el hombre se había tomado la molestia de asegurar los papeles.


Mientras nos dirigíamos a nuestra oficina de trabajo, pensamientos sobre mi hermano invadieron mi cabeza. Él había sido el otro integrante del grupo pero había fallecido por mi culpa, al intentar salvarme. Nunca estuve de acuerdo con que otra persona pague por los errores que tú cometes, pero siempre fue así entre nosotros. Por cada error que cometía, Jhon era quien pagaba, al principio en el orfanato dónde nos habíamos criado y luego en cada tropiezo que tuve en mi vida. Siempre daba la cara por mí y me decía que no le importaba, que yo era su hermanito y que era su deber cuidar de mí. Pero fue ese pensamiento y mi estupidez, mi desesperación al saber que había sido traicionado por aquella que alguna vez creí que sería mi esposa, lo que le costó la vida.


El pitido de un coche me sacó de mis pensamientos y me di cuenta que me había volado un semáforo. Mis ojos estaban aguados y apenas pude esquivar el auto. —Joder, Alexander, concéntrate —me dije a mi mismo. De nada valía pensar en algo que no podía cambiar aunque odiara cada respiro que tomaba. Debería ser Jhon quien estuviera aquí, vivo, y no yo.


Logré llegar sin ningún otro inconveniente a nuestra oficina de trabajo que realmente era la casa de Vicent. El hombre vivía en una mansión y tenía la última tecnología en todo aunque casi no supiera manejar ninguno de los aparatos. Jhon solía molestarlo que él no entendía el significado de la palabra modestia en el contexto de gastar dinero. Si lo conocía en algo, y lo hacía, el hombre se compraría un zoológico o un museo con lo que íbamos a ganar en este trabajo. Era por Vicent que teníamos que mantener aliados en el gobierno para eso de los impuestos y no terminar en la cárcel.


Parqueé en el antejardín que parecía un cementerio, todas las flores marchitas, y mientras esperaba a mi compañero me quité el casco y saqué la carpeta. Tenía mucha curiosidad de abrirla para ver sobre qué era el trabajo, pero desde el principio fue un pacto no hablado revisar el trabajo cuando todos los miembros estaban presentes.


El sonido del motor me alcanzó antes de ver la moto cruzando en la esquina. En unos cuantos segundos, Vicent estaba al lado mío, quitándose el casco y dándome una mirada asesina. —¿Estás loco? ¡Casi me produces un infarto! —me gritó.


—Estaba pensando en otra cosa —dije simplemente y me bajé de la moto en dirección a la puerta.


Vicent siguió mi ejemplo y murmurando entre dientes cosas en español que no entendía, entró a su casa directo al mini bar que quedaba en el vestíbulo. Por mi lado, me acomodé en uno de los cómodos sofás y puse la carpeta en la pequeña mesa de vidrio.


Un vaso de tequila golpeó mi hombro y lo acepté murmurando un agradecimiento. Mientras tomaba un sorbo del contenido, Vicent se sentó a mi lado y colocó su casco al lado mientras el mío descansaba en mis piernas.


—Muy bien —murmuró, vaciando su vaso—. Veamos de qué va este trabajo.




Aún los datos que contenían la carpeta seguían girando en mi cabeza. Nos tomamos toda la mañana revisando la carpeta y aunque mi compañero me invitó a quedarme a almorzar, necesitaba espacio para digerir que esta iba a ser la primera misión oficial que aceptaría sin contar con la presencia de mi hermano. Sin embargo, antes de irme, contactamos al hombre que nos dijo que para las dos de la tarde tendríamos la primera parte del dinero en nuestra cuenta. Partiríamos mañana a primera hora, ya no había vuelta atrás.


Al llegar la noche, quede de reunirme con Vicent para cargar el hidroavión y tener todo listo para salir mañana antes que saliera el sol. Nuestras armas estaban ocultas en la bodega de la casa de él, así que nos tocaría transportarlas hasta el lago Baker que era donde ocultábamos nuestro medio de transporte. Anteriormente, Jhon había sido mi copiloto. Parece que esta vez iba a ser el turno de Vicent. El sólo pensamiento me causó amargura y tristeza, pero no por Vicent, él era como un primo; sino que ese asiento siempre debió de haberle pertenecido a mi hermano.


Me detuve en un supermercado que quedaba en frente de aquella licorería. No sé que impulsó mis pasos en esa dirección. Quizás fue el deseo de recuperar la felicidad que en ese entonces me embargaba o la amargura de recordarme que fui un tonto y egoísta con la cabeza llena de tonterías. Cuando entré a aquel lugar, la campana sonó y sus notas me regresaron al pasado, dejándome petrificado momentáneamente.


El cielo de esa noche estaba despejado, la luna llena brillando en todo su esplendor, grande como jamás la había visto y las estrellas decorando todo el firmamento. Esa hermosa vista iba a juego con mi humor, que por decirlo de alguna manera, estaba en las nubes. Esta noche iba a proponerle matrimonio al amor de mi vida, a la mujer que había compartido tres años de mi vida, haciéndolos únicos e inolvidables y soportando e ignorando todas mis faltas.


Detuve mi auto frente a Licores Dionisio y miré el reloj en mi muñeca. Estaba con tiempo y me relajé un poco. Todo tenía que salir perfecto esta noche. Salí del coche, confirmando que llevaba mi billetera en el bolsillo y entré a la tienda, volviendo a mirar por un momento la campana dorada que sonó para avisar mi llegada. El lugar era grande, espacioso e iluminado. Acogedor, sería la palabra que encajaría para describirlo. De inmediato me sentí a gusto.


—Buenas noches. ¿Puedo ayudarlo?


Una muchachita alta y hermosa salió desde una puerta de servicio. Sus ojos eran de un verde totalmente llamativo. Jamás había visto un color como ese. Me recordaba a la selva indomable.


Cuando se aclaró la garganta me di cuenta que me había quedado mirándole como un idiota. No obstante, una sonrisa suave curvaba sus labios así que omití el disculparme.


—Eh, sí —balbuceé antes de retomar la compostura—. Necesito el mejor vino del mundo.


Enarcó ambas cejas. —¿Del mundo? ¿Alguna situación especial?


—Quiero proponerle matrimonio a mi esposa. Digo, a mi novia. Pero bueno, muy pronto será mi esposa —y en último momento añadí—: espero.


La chica sonrió y sus ojos brillaron. —Bueno, pues déjeme felicitarlo. Sobre el vino, le puedo asegurar que manejamos las mejores marcas de todo el mundo. Lo principal es saber cuánto está dispuesto a pagar por ello.


Estaba negando con la cabeza antes que terminara de hablar. —El valor no es importante. Quiero el mejor del universo.


Una expresión extraña cruzó su rostro y en seguida se quedó en silencio por un momento, valorándome con la mirada. —Muy bien. Nosotros manejamos una línea que aún no ha salido al mercado. Es una línea que sólo provee para las diferentes instalaciones de Licores Dionisio. Si gusta darle la oportunidad, puedo traer una botella y permitirle degustarla sin compromiso alguno. ¿Qué opina?


Me encogí de hombros. —La verdad yo no sé nada de vinos —decidí serle sincero—. Confío en su decisión.


La sonrisa volvió a adornar su rostro. —Está bien. Vuelvo en un momento.


Volvió a ingresar por la puerta que había aparecido y mientras tanto decidí entretenerme viendo la cantidad de licores que ofrecían. Parecían ser cientos de estantes de tamaño mediano, ordenados por la marca del licor y los años de antigüedad. Entre más antiguo, más caro era. Nunca he sido un hombre de etiqueta. Disfruto más de una simple cerveza que de todos estos costosos licores. ¿Cuál es el punto de gastar una fortuna en algo que termina emborrachándote al igual que hace una cerveza? Sin embargo, esta noche valía la pena esa fortuna.


Cuando escuché que la puerta se cerraba, regresé al recibidor y la chica estaba ahí con una botella que por su presentación me imaginé que me costaría un ojo de la cara. Sino me equivocaba, la botella era de tipo franconia y en su barriga sobresalía la palabra Dionisio. Debajo de su marca, se veía una fogata con hombres y mujeres bailando a su alrededor. Los detalles de éstos eran exquisitos. Todo esto hacia parte del mismo vidrio, eran relieves de la botella que en sí misma era una obra de arte.


Mientras admiraba semejante belleza y me preguntaba quién habría tenido la paciencia para realizar tal trabajo, la chica vació un poco de contenido en una copa que traía en su otra mano y que hasta ahora no había notado. El líquido era de un rojo como ningún otro. Imitaba a la perfección el color de la sangre. Cuando me llegó el aroma, mi boca de inmediato se hizo agua.


La chica me entregó la copa mientras me decía: —Para que pueda degustar bien este vino y decidir si es el que desea, debe tomar un pequeño sorbo. Sus papilas gustativas se van a impregnar bien de todos los sabores que contiene este licor si hace lo que le digo.


Cuando seguí su consejo, en mi boca estallaron miles de sabores al mismo tiempo. Parecía que el vino resultara un placer exquisito para mi lengua. Cuando tragué, abrí los ojos que se me habían cerrado por la experiencia y la miré sorprendido. —Wow —murmuré—. ¿Qué es este sabor?


La mujer se rio con gusto. —Lo que saboreó ahí es un vino muy viejo, demasiado para serle sincera. Contiene el sudor y las pocas gotas de sangre que se derramaron mientras se recolectaban los frutos que cuentan con la bendición divina, al igual que el recuerdo de los rayos del sol y el agua que les permitieron germinar. Su suavidad se debe a aquellos de puro pensamiento que aplastaron los frutos para poder volverle vino. Puede saborear la brisa salada de los océanos que este vino atravesó para poder llegar aquí, los recuerdos del almacén y el barril donde fue almacenado. Créame cuando le digo que es el mejor vino que puede conseguir.


Sus palabras me hicieron esforzarme a distinguir los sabores en mi boca cuando tomé mi segundo sorbo. Cerré los ojos y por un momento casi pude jurar que sentí el sabor metálico de la sangre, el salado del sudor y el mar y el dulzor de los frutos. Sin embargo, bajo todos esos sabores había uno que hacía a mi corazón latir rápidamente por puro gozo.


Abrí los ojos y me quedé mirando la copa de vino que ahora estaba vacía. No recordaba haberla vaciado.


—¿Y bien?


Me encontré con su mirada expectante. —Es maravilloso. Perfecto. Me lo llevo.


—Muy bien. —Me recibió la copa y, junto con la botella destapada, la colocó al lado de la caja. De la parte inferior de la vitrina que servía como recibidor, sacó una caja negra con rojo donde se leía «El Regalo de Dionisio». Una vez le pagué, me entregó la botella nueva en una bolsa de papel junto con un botón en forma de un racimo de uvas.


Giré el botón entre mis dedos notando lo refinados que eran los detalles. —Muchas gracias.


—No, gracias a usted por su compra. Le deseo muchos éxitos y espero volver a verle por aquí.


Justo cuando salía de la tienda, el celular en mi bolsillo empezó a sonar. Era Vicent, así que afanado le respondí: —¿Qué quieres?


Últimamente habíamos tenido una serie de malentendidos debido a que Vicent no estaba de acuerdo con mi decisión acerca de casarme. Sin embargo, no iba a dejar de proponerle matrimonio a la mujer más maravillosa que había conocido porque mi amigo no se encontrara a gusto con ella. Era mi vida, después de todo.


—Vamos, Alex. No puedes casarte con esa mujer. En serio. Algo con ella no termina de cuadrarme. Ahora mismo la estoy investigando. Sólo espera un poco, mano.


—No me jodas, Vicent. —Sin más le colgué. Me sentí furioso al saber que estaba investigando a mi futura esposa, pero decidí preocuparme por eso otro día. Hoy era un día para nosotros, el paso decisivo que aseguraría nuestro futuro.


Me subí al coche y recosté el paquete en el asiento del copiloto antes de arrancar.


Faltando dos cuadras para llegar a casa, el semáforo cambió a rojo. Aproveché ese tiempo para revisar que todo estuviera bien. El vino estaba frío, el pavo relleno que compré en el mejor restaurante de la ciudad sólo debía recalentarlo en el horno por veinte minutos y las veladoras enmarcadas con detalles estaban en la bolsa en el baúl del carro. Palpé el bolsillo de mi chaqueta de cuero y extraje la cajita del anillo. La abrí e intenté mirar críticamente el anillo a ver si era el adecuado.


Era un anillo grande, quizás abarcaba la primera falange del dedo anular. Estaba fabricado por zafiros rosas —el color favorito de Nikolle— y diamantes. Era un anillo en forma piaget en oro blanco con setenta diamantes en talla brillantes y talla princesa que rodeaba la turmalina rosa en forma ovalada, y sesenta y cuatro zafiros rosas que se encargaban de decorar el resto; o eso me había dicho la chica que me lo vendió. Si era sincero, casi no le había entendido nada. Sin embargo, sabía que lo iba a amar.


El semáforo cambió justo cuando mi celular volvió a sonar. Lo ignoré, deseoso de ya estar en mi caa. En menos de una hora Nikolle llegaría y para ese momento todo tendría que estar listo. Sin embargo, quien me llamaba no se daba por vencido. Para el momento que llegue a casa y entré todos los paquetes, mi celular no paraba de sonar. Ya estresado, lo saqué de mi chaqueta y observé que era Vicent. Ignoré su llamada y apagué el teléfono. Esta era mi noche y no quería que nadie me molestara.


Metí la botella de vino en la nevera y enseguida desempaqué el pavo para ponerlo en la bandeja y meterlo al horno. Seguí las instrucciones que me habían dado y al asegurarme que no me había salto ningún paso ni nada por el estilo, me dirigí a mi habitación para tomar un baño. La ropa que elegí para esta ocasión especial fue la camisa rosada que Nikolle me había regalado de cumpleaños y unos pantalones negros. Lo complete con unos zapatos serios negros que me había tocado comprar en Arturo Calle.


Puedo contar con los dedos de una mano cuántas veces he utilizado perfume y esta vez fue una de las raras ocasiones en que lo usé. La alarma que había puesto en mi reloj de muñeca sonó, advirtiéndome que el pavo ya estaba listo. Bajé rápidamente a la cocina y apague el horno y entonces organicé la mesa, colocando las velas en los candelabros de plata que había conseguido hace ya varios días. Fui por la botella de vino, la saqué del empaque y la metí en una bandeja con hielo, y entonces saqué el pavo y lo coloqué a su vez en el centro de la mesa.


Justo a tiempo, antes que los nervios empezaran a apoderarse de mí, golpearon la puerta. La forma delicada en que lo hicieron me dejó saber que era Nikolle. Tomé una respiración profunda, me alisé la camisa y fui a abrirle.


Estaba hermosa como siempre. Su largo cabello dorado que caía a sus caderas estaba suelto, bailando con las corrientes de viento. Llevaba un vestido rojo que contra su piel blanca resaltaba, haciéndole ver casi etérea. Una sonrisa curvó sus labios rojos antes de acercarse a darme un apasionado beso. Cuando se retiró, se rio con picardía.


—Hola, cariño. —Entró a la casa, sus tacones puntilla resonando a cada paso contra las baldosas—. ¿Cómo estuvo tu día?


—Excelente —murmuró—. Pero estoy algo tomar una copa de vino e irme a dormir.


No era precisamente la respuesta que esperaba. La seguí a la cocina y disfruté de su reacción cuando vio la sorpresa. Su boca se abrió y sin ningún sonido se volvió a mirarme.


—¿Y esto? —preguntó suavemente unos segundos después.


No le respondí. Sólo me acerqué a la mesa y retiré una silla para que ella se sentara. Lo hizo, sonriéndome nerviosamente en el proceso.


Las manos me temblaban mientras servía el vino en las copas, recordando no rellenarlo sino hasta la mitad. —Saboréalo despacio, cariño —le urgí, entregándole una copa y observando como el licor danzaba a su alrededor.


Se rio, su sonido como siempre arrancándome una sonrisa. —No seas gracioso, Alex. Esa es mi línea para ti.


Esperé ansioso mientras tomaba un sorbo. No sé exactamente cuál quería que fuera su reacción, quizás una parecida a la mía en la tienda, pero eso no sucedió. Bebió como si estuviera tomando cualquier otro vino.


El nerviosismo finalmente me atrapó. No sabía qué hacer a continuación. Comer o finalmente decirle a qué se debía todo esto. De todas formas, dejando eso a un lado, Nikolle se veía tan hermosa a la luz de las velas. Me di cuenta lo afortunado que era al tener una mujer tan hermosa y sexy a mi lado. Realmente quitaba el aliento.


Su mirada tímida por detrás de esas pálidas pestañas hizo que mi corazón se apretara. Estaba realmente enamorado por primera vez en mi vida. Las líneas que había ensayado durante lo que parecía ser meses se negaban a tomar forma, así que decidí simplemente poner en palabras los sentimientos que me invadían.


Tomando una profunda respiración para darme valor, me puse de rodillas y saqué la cajita que estaba escondida en el bolsillo de mi camisa.


—¿Alex? —Su voz era inestable y se mordió el labio inferior. Sus dientes rectos y blancos en contraste con sus labios rojos me hacían desearle con más fuerza.


La miré a los ojos y me pareció ver algo en éstos. Pero fue tan rápido que no pude descifrar qué era. Decidí ignorarlo aunque un sentimiento de pesimismo intentó echar raíces en mí. Abrí la caja del anillo y se lo enseñé antes de atreverme a decirle: —Nikolle, cariño, teniendo en cuenta todos los años que llevamos conociéndonos y apoyándonos con amor y respeto, me he dado cuenta que quiero que seas mi mujer, mi esposa. Te has convertido en el aire que respiro, en la esperanza de mi vida, en todas las cosas hermosas que me rodean. Es por eso que te pido —me detuve un momento, el corazón tronando detrás de mis costillas y casi sin aliento—, ¿te casarías conmigo?


Durante todo el discurso, sus ojos nunca se apartaron del anillo. Pero enseguida, con una sonrisa tierna que derritió mi corazón, aceptó. Extendió su mano, donde deslicé el anillo en su dedo anular.


Un segundo después, me dio un beso totalmente apasionado, sus labios exigiendo una respuesta que encantado estuve de otorgarle. La niebla de deseo fue rota cuando escuché que la puerta principal se abría, pero Nikolle envolvió sus brazos y piernas a mi alrededor, impidiéndome levantar del piso.


Gemí cuando el dolor estalló en la parte posterior de mi cabeza y un momento después me encontré cayendo de cara contra el piso cuando ella se apartó. Estrellas negras empezaron a parpadear en mi visión pero antes que la oscuridad me envolviera, vi cuando Nikolle era escoltada afuera por un par de hombres que habían entrado en mi hogar. Ella me dio una mirada por encima de su fino hombro, sonriendo fríamente. —Hasta nunca, Alex.




Cuando volví a despertar, estaba en un cuarto apenas iluminado. Buscando la fuente de luz, noté un bombillo de pocos vatios que colgaba de una cadena en el techo. Las paredes eran repelladas y en una de éste se veía una puerta de acero. A mi lado derecho, la pared había sido reemplazada por un espejo. Me recordaba a esos cuartos donde se cuestiona a los sospechosos, donde las personas detrás del espejo podían verme pero yo no a ellas.


Intenté ponerme de pie pero me encontré impedido. Estaba atado a la silla donde me encontraba sentado. Normalmente, hubiera intentado soltarme o idear un plan para salir de esta situación. Sin embargo, en este momento no tenía ánimos para luchar. El dolor y la desesperación me llenaban al saber que la mujer de la cual estaba enamorado me había traicionado. Me sentí tan, pero tan cansado.




Según mis cálculos, unos semana entera había transcurrido. Aquellos que me habían capturado intentaban sacarme información de la última misión que habíamos cumplido. Pero «intentar» era la palabra correcta ya que ni una palabra había abandonado mis labios aparte de diferentes insultos y hasta logré inventar unos nuevos. Aún así, mi garganta se sentía a carne viva por los gritos que salían desde el fondo de mi alma cuando tenía que soportar las sádicas sesiones de tortura.


Sabía que había gran probabilidad que terminara muerto, pero no iba a traicionar a mi hermano y a Vicent. Jamás sería como Nikolle.


Intentando distraerme, miré por mis ojos apenas entreabiertos debido a la inflamación hacia el espejo. No pude evitar sobresaltarme al ver mi reflejo. Estaba irreconocible. Todo mi cuerpo era un lío de sangre, hematomas e inflamación. Apenas podía creer que ese era yo. Siempre había molestado a mi hermano diciéndole que tenía mejor apariencia que él, que era caliente como el pecado. Ahora hasta una cucaracha era más caliente que yo.


Dejé escapar un suspiro al pensar en mi hermano y en lo preocupado que debía de estar al igual que mi amigo. Pero al pensar en ellos, en como debían de estarse sintiendo por mi culpa, encontré la resolución que necesitaba para sobrevivir a esta situación. Había estado actuando de una manera egoísta, pensando sólo en el dolor que me envolvía por haber sido traicionado por la mujer que amaba. No obstante, por mi hermano, por la promesa que habíamos hecho cuando éramos unos niños, no iba a darme por vencido. Puede ser que tener el corazón roto estuviera amargando mi alma, pero tenía miles de razones por las cuales vivir.


Mi hermano y Vicent, las principales.




Al siguiente día me desperté por un sonido que me dejó aturdido por unos momentos y que sacudió el lugar donde estaba. Más tarde entendí que era una explosión. Me relamí los labios partidos, haciendo una mueca por el dolor. No tenía idea qué hora era, ni qué estaba sucediendo, pero mi corazón empezó a latir más rápido, llenándome de esperanza que habían venido a buscarme.


No podía aguantar más de esta mierda.


Ahora mismo, tenía el brazo izquierdo fracturado y la pierna derecha también. El dolor, aunque al principio había sido insoportable, se volvió un golpeteó sordo, por lo cual me encontraba agradecido. Mis manos eran un lío sangriento debido a que los bastardos disfrutaron arrancándome las uñas, una a una. Sólo recordarlo me hacía estremecer violentamente. Aún así, no me quejaba mucho debido a que no me cortaron los dedos. No sé cómo hubiera manejado eso. A parte de eso, no estaba seguro que más tenía roto porque todo el cuerpo me dolía hasta en lugares de los cuales jamás había sido consciente.


Si era mi hermano y Vicent, quienes estaban aquí, intentando rescatarme, se iban a llevar una desagradable sorpresa. Iban a tener que cargar con mi lamentable trasero.


Escuché un golpeteó de pasos dirigiéndose hacia la puerta. No pude evitar encogerme un poco, temiendo que fueran los bastardos para torturarme de nuevo o hacer algo peor, como matarme. Después de todo, ya había tomado la decisión de vivir por mi hermano y por mi amigo.


—¿Alex? ¿Dónde estás?


El alivio que sentí al escuchar la voz de mi hermano trajo lágrimas de emoción y un nudo cerró mi garganta. Tragué varias veces antes de gritar para dejarle saber dónde estaba. Sin embargo, un ataque violento de tos cortó mis palabras. Giré la cabeza justo a tiempo para escupir sangre. Me sentí atemorizado al ver eso. Lo más probable es que tuviera algún edema pulmonar por las patadas recibidas durante toda esta semana. Los bastardos eran grandes y utilizaban toda su fuerza para golpearme. No era de extrañar que eso pudiera haber sucedido.


Respiré profundamente y estaba vez alcancé a responderle a mi hermano antes que nuevamente otro estallido de tos me atrapara.


Mientras me sentía ahogarme en mi propia sangre, escuché varios pasos acercándose a la puerta y después una pequeña explosión con la que terminó derrumbada. La primera persona que entró al cuarto fue mi hermano, seguido de Vicent. Sus rostros eran sombríos y Jhon tenía los ojos sospechosamente brillantes.


No perdieron un segundo para acercarse y desatarme de la jodida silla.


—Lamento no haber venido antes, hermanito —susurró Jhon, su voz quebrándose—. Pero ya estoy aquí. Te tengo.


—Maldición, mano. ¿Qué te hicieron esos cabrones? Si ya no estuvieran muertos iría a mostrarles lo que un verdadero hombre es capaz de hacer por quienes ama.


No pude responderles, ni siquiera lo intenté. Sólo el alivio me embriagaba con el conocimiento que no iba a morir en este sucio lugar olvidado por Dios. Me desplomé contra mi hermano, sin fuerzas para moverme y mucho menos para levantarme.


—Tenemos que sacarlo de aquí, Jhon. Y llevarlo a un hospital de inmediato.


Y sólo en ese momento, con el conocimiento que estaba a salvo, me permití caer en la oscuridad.




—¿Puedo ayudarle?


Parpadeé, volviendo al presente. La mujer que había interrumpido mis pensamientos era la misma de aquella vez.


Sin darle otra mirada, me giré y salí de la licorera, en dirección a mi casa. Demasiados malos recuerdos para un día.

Notas finales:

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