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Eien ni por Il Ray

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Notas del fanfic:

Las personalidades de Mana y Nea las baso según mi propia percepción ya que oficialmente sabemos muy poco de ambos.

Blippy, es tu regalo atrasado. Ojalá te guste.

Notas del capitulo:

Los personajes le pertenecen a Katsura Hoshino. La historia es mía.

 

Sus dedos tiesos apretaron con fuerza, hundiendo los pulgares en la tráquea de la joven víctima; arrebatándole el preciado oxígeno e impidiendo que éste llegara a sus pulmones. Las dilatadas pupilas de la muchacha reflejando la mirada de genuino odio por parte de su victimario. Unos enormes orbes dorados refulgiendo con ira mientras veían cómo, poco a poco, la vida abandonaba el joven cuerpo de la chica.

De esbelta figura, hermosa cabellera azabache y rasgos asiáticos. La joven muchacha no pasaría de los diecisiete seguramente. La sonrisa con la que había recibido a su invitado se había esfumado en el instante en que se percató de quién era la persona a la que le había abierto la puerta. El desconcierto extendiéndose por todo su rostro al recibir abruptamente un bofetón por parte de  éste, y luego transformándose en auténtico pavor al sentir como unas manos, de frágil apariencia y gélido tacto, se instalaban en su delgado cuello, asfixiándole. Sacudiendo sus propios brazos, había intentado arduamente liberarse del agarre, arañando y golpeando los brazos de quien amenazaba con quitarle la vida. Pero la presión alrededor de su garganta era demasiado fuerte y despiadada. Sus pulmones quemaban, y su corazón golpeteaba con fiereza tras su pecho.

No tardó demasiado que ella dejase de moverse.

Y al fin él la soltó, dejando que su cuerpo cayese como saco de patatas al suelo. Y ahí se quedó, inmóvil. Sus centelleantes ojos apagándose automáticamente y mirando hacia la pared que tenía a escasos metros frente a él, con expresión vacua. Podía oír vagamente el sonido que hacía la televisión que había en la habitación: las carcajadas de los invitados de un programa de concursos. Posteriormente, el repiqueteo de pasos se hizo presente. Pasos apresurados que poco a poco se hacían más fuertes y reales; hasta que estos se detuvieron en la puerta aún abierta a las espaldas del muchacho inmóvil.

—¡Lenalee! —La voz del recién llegado resonó histérica en esa habitación silenciosa y estática. Pero sonaba sumamente familiar para el joven de hebras largas y castañas que yacía de pie, con el cuerpo inerte de la presunta Lenalee a sus pies.

Éste finalmente mostró una expresión. Las comisuras de sus labios se alzaron débilmente en una sonrisa torcida, mientras volteaba su mirada para mirar al recién llegado por sobre el hombro. Sus ámbares refulgiendo tétricamente.

—Mana… —balbuceó el recién llegado.

—Llegas un poco tarde, Nea… —El aludido murmuró divertido, con una aterciopelada y fina voz; volviendo a bajar su mirada al cuerpo de la muchacha para agitar uno de sus pies y así apartar un par de mechones de cabello que habían alcanzado la suela de su zapato—. ¿No te dije que te alejaras de ella? Te lo dije, Nea —añadió con reproche, girándose bruscamente para mirar a quien acababa de llegar.

Nea, a diferencia de él, era un poco más bajo de estatura y tenía el cabello corto, y rizado. Sin embargo, ambos se parecían mucho el uno al otro; principalmente por el alucinante color dorado de sus irises. Aún así, Mana presentaba una contextura mucho más delgada y frágil, y una apariencia levemente andrógina por sus facciones delicadas y cabello largo. Pero no había forma de no darse cuenta de que ambos eran hermanos. Mana y Nea D. Campbell, siendo éste último el menor por dos años.

Las temblorosas piernas del impactado Nea no soportaron más su peso y se doblaron, haciendo caer al menor bajo el umbral de la puerta. Sus ojos desorbitados no parecían asimilar la escena que se presentaba casi como una ensoñación frente a él. Y por unos segundos, olvidó de respirar.

Por el contrario, Mana parecía despreocupado. Todo lo contrario a los días pasados, en los cuales había estado cargando constantemente una expresión sombría y fatigada. Ahora parecía como si acabase de quitarse un gran peso de encima. Volvía a recuperar aquel etéreo brillo en sus ojos y en su sonrisa, el que había estado perdido por varias semanas.

—¿Qué ocurre, Nea? —Inquirió curioso éste, ladeando sutilmente su cara y avanzando hacia su hermano menor para quedar a su altura frente a él. De esa manera, la visión de Nea se veía obstruida por la risueña mirada de Mana. Sin embargo, al no haber respuesta por parte del otro, Mana lo sujetó por las mejillas—. Mírame. —La orden fue pronunciada con un tono de voz delicado y sumamente gentil. Contrario a sus ojos, que parecían perforar hondamente a su hermano menor.

Solo eso hizo falta para que la atención de Nea se centrase de pleno en su hermano; a quien miró varios segundos sin decir nada hasta que finalmente reaccionó. Tomó aquellas manos que acariciaban sus mejillas y las apartó para luego ponerse rápidamente de pie, chasqueando la lengua, mientras se volteaba para cerrar la puerta que había estado abierta desde el instante en que Road cometió el fatal error de creer, y no asegurarse, que quien estaba del otro lado de ésta era Nea. Entonces rápidamente volvió a mirar a su hermano, quien lo observaba con inocente curiosidad, enajenado de las circunstancias en las que se encontraba en ese instante.

Esa reacción no hacía más que angustiar más aún al menor, quién lo contempló un par de segundos más hasta volver a acercársele. Tomó los delgaduchos brazos de Mana, estirándolos y remangando la tela con rastros de sangre. Descubrió pequeños arañazos superficiales sobre la piel uniforme y pálida de éste. Heridas ocasionadas por los desesperados intentos de la muchacha por liberarse.

Nea entornó los ojos y miró el cuerpo de la mujer. A lo que Mana inmediatamente reaccionó, acercando su diestra a la barbilla del otro y así que éste volviese su vista hacia él.

—No la mires —murmuró Mana con una cálida e infantil sonrisa—, ella está muerta, ¿verdad? Así que no quiero que la mires.

Nea tomó la mano que sujetaba su rostro y miró a Mana con expresión sombría.

—Esta vez has ido demasiado lejos, Mana.

—¿Lejos? —Mana le miró confundido, como un niño que no se ha enterado de que ha hecho algo malo.

Nea suspiró, volviendo a mirar el brazo arañado que sujetaba.

—Si ella te rasguñó, sus uñas deben tener restos de tu piel. —Ante esa explicación, Nea se incorporó y caminó hacia el cuerpo de su compañera de clases. La contempló un par de segundos sin moverse, con rostro descompuesto, mientras Mana le contemplaba a él. Entonces se agachó y tomó una de las manos flácidas de la muchacha, cuyo cuerpo aún guardaba algo de calor. Inspeccionó sus dedos cuidadosamente, descubriendo no solo rastros de sangre en las uñas del cadáver, sino que también algún que otro mechón de cabello.

Bajó su mirada, ocultando su expresión bajo sus flequillos, al mismo tiempo que soltaba un suspiro.

—Ve a la otra habitación —le ordenó a Mana después de casi un minuto de silencio.

El aludido se removió en su sitio, incorporándose y frunciendo el ceño.

—¿Por qué? ¿Qué piensas hacerle?

—Mana… —Nea le miró con severidad. El oro fundiéndose en sus irises— ¿acaso quieres que nos separen?

—¡Por supuesto que no!

—Entonces déjame ocuparme de esto —dijo tajante.

El corazón de Mana trepidó en ese instante, al mismo tiempo que su pulso se aceleró. Con mirada y pasos inseguros, asintió. Su labio inferior temblando sutilmente al mismo tiempo que se adentraba por el pasillo del pequeño departamento, para luego encerrarse en la última habitación. Ahí permaneció por horas, mordiéndose las uñas ante la ansiedad que lo carcomía. Su pulso yendo a mil por hora y un sudor frío recorriendo toda su piel. Muchas veces deseó abrir la puerta que llevaba al pasillo y asomarse a la sala principal; pero si lo hacía, estaría desobedeciendo a Nea. No era bueno desobedecerlo. No cuando ponía esa expresión en su cara, la que ahora repetía en su mente una y otra vez mientras caminaba de un extremo a otro de aquel cuarto, del que se había negado a salir a menos que su hermano menor fuese por él.

 

 

 

Cuando Nea abrió la puerta del cuarto de Lenalee, soltó un suspiro de alivio al percatarse que Mana no había hecho ningún otro desastre ahí. Sin embargo, tardó en dar con él, producto de que era de noche, la habitación estaba oscura y Mana estaba oculto en un rincón, ovillado.

—Mana, ya acabé —le avisó desde la puerta, con afabilidad. Sus comisuras ligeramente alzadas en una expresión amable.

—Ya acabaste… qué. —Se oyó el murmullo apagado de la voz de Mana, quien no se movió ni un ápice de su lugar.

Nea se decidió a entrar a la habitación, y con pasos sigilosos aproximarse a su hermano. Se sentó frente a él, buscando sus hermosos ojos dorados; estirando su diestra para despejar su rostro de las hebras castañas que lo cubrían.

—No hice nada que no te gustara, Mana.

—¿De… verdad? —inquirió el otro, alzando sutilmente su cabeza para mirar a Nea de reojo. Sus ojos brillantes por el vestigio de unas cuantas lágrimas que ya se habían secado.

Fue en ese preciso instante, y gracias a la tenue luz que se colaba desde la ventana debido a algún farol de la calle, que Mana logró percatarse de las múltiples manchas carmesíes que cubrían la tela del pantalón de su querido hermano menor.

Mana ahogó un jadeo con la palma de sus manos mientras más lágrimas comenzaban a empañar su visión. Se encogió en su sitio, horrorizado, mientras su mirada continuaba clavada en los manchones rojizos. Las manos de Nea ligeramente rojizas, luego de haberlas lavado intensamente para quitar la sangre.

De repente, algo en la mente de Mana resonó con auténtica fuerza.

«Ensucié a Nea.»

—Por favor… —balbuceó mientras sus ojos, completamente abiertos, brillaban producto de las lágrimas. Lentamente un notorio temblor comenzó a apoderarse de su cuerpo mientras estiraba sus brazos al cuerpo de su hermano, para abrazarle desconsoladamente—. Lo siento, lo siento… Lo siento tanto —susurró entre sollozos, acunando el rostro del menor en el hueco formado entre su cuello y su hombro.

No podía perdonarse haber ensuciado a Nea con sus atroces impulsos. Ya no solo lo había contaminado con sus enfermizos sentimientos, sino que ahora se había atrevido a manchar su cuerpo con un crimen espantoso. ¿Cómo habían llegado a tal extremo? ¿Cómo había podido ser capaz de arrastrar a su amado hermano pequeño a tal punto? Mana le había hecho cometer un acto horrible. No solo con el hecho de impedirle hacer lo correcto, sino que apoyando aquella infamia. Protegiendo a la persona que había sido capaz de quitar una vida sin escrúpulos, sin una pizca de arrepentimiento.

Se apartó de Nea sin soltarle. Sus dedos apretando los brazos de éste con desesperación. La angustia plasmada en su rostro húmedo por las lágrimas. Sus orbes desorbitados mirando hacia abajo, con los flequillos castaños ennegreciendo aún más su expresión.

—Yo cargaré con todo —balbuceó, su voz sonando repentinamente ajetreada—, cargaré con los pecados de ambos. Así que por favor… —Enterró las uñas en los brazos de Nea, aferrándose a él como si de esa forma se estuviese aferrando a lo único que no le dejaba caer al auténtico abismo de la locura—, por favor perdónalo, Dios. Todo es mi culpa, todo es mi culpa, todo es mi culpa, todo es mi culpa, todo es mi cu…

—Ya es suficiente, Mana. —El tenue susurro que liberó Nea, más el cálido y dulce aliento que chocó contra la frente del mayor, hicieron que éste guardase silencio y quedase totalmente inmóvil—. No necesitas cargar con nada, porque yo estoy aquí contigo y para ti.

Mana, anonadado. Sus ojos abiertos de par en par y sus pupilas trémulas clavadas al suelo. Había dejado de respirar mientras sentía el tacto de la frente de Nea contra la suya propia. Su aliento golpeando su rostro, embotando sus sentidos. Incluso las lágrimas habían desaparecido. Sus manos, las que segundos atrás habían sujetado con tanta fuerza a su hermano pequeño, se deslizaron, endebles, a cada lado de su cuerpo. Pudo sentir cómo los dedos aterciopelados de Nea se hundían en su nuca, enredándose entre su cabello largo y ondulado.

—Nunca te dejaré solo, hagas lo que hagas. Siempre estaré de tu lado. E incluso si eres arrastrado hacia el Infierno, yo te seguiré. ¿Lo entiendes?

Unos suaves labios se estamparon contra su frente. Un beso de Nea. Un beso de la persona más preciada para Mana D. Campbell. Éste último aferró la otra mano de su hermano, sus dedos trémulos entrelazándose con los de él mientras alzaba finalmente su rostro, con sus párpados cerrados.

—Sí —susurró con tono inaudible mientras llevaba los dedos enrojecidos de Nea a sus labios para besar cada uno de ellos.

—Así que por favor, no te martirices. No por mi culpa. —El menor sonrió, cruzando su mirada con la de su hermano. Ambos par de ojos brillando como el oro.

Se pusieron de pie, cada uno sin soltar la mano del otro en ningún momento mientras salían al pasillo. Cuando Mana se encontró nuevamente en la sala principal, se sorprendió no ver a la muchacha tirada en el suelo, e inconscientemente comenzó a buscarla con la mirada mientras Nea le guiaba hacia la salida del departamento. Junto a la puerta descansaba una mochila, la que había sido puesta ahí seguramente por Nea, ya que Mana no recordaba haberla visto antes. Su hermano la tomó, colgándosela al hombro para luego rápidamente salir del lugar. Se escabulleron por la salida de emergencia, y posteriormente volvieron a su propio departamento.

 

 

 

Nea arreglaba unas maletas mientras Mana le observaba desde la puerta, con sus manos pegadas a su pecho. Fue en ese momento que Mana finalmente habló.

—¿Nos iremos de nuevo?

—Sí, pero esta vez nos iremos lejos de todo.

—¿De… todo?

Nea se detuvo para contemplar a su hermano a los ojos.

—Sí. Donde nadie jamás nos moleste, donde no tengas que temer de nadie, donde solo seamos tú y yo, Mana.

Éste le observó por unos segundos con la sorpresa instalada en sus facciones. Sus manos se entrelazaron más fuerte que antes mientras Nea volvía a lo suyo.

Mana sonrió. Una sonrisa delicada y melancólica. Etérea y luminosa.

Un ángel cuya pureza había sido teñida por el mundo.

 

 

 

Afuera había comenzado a nevar. El pavimento ya estaba teñido de una delgada capa de escarcha y los copos de nieve caían sin cesar desde el oscuro cielo estrellado. Nea se deshizo de la mochila que había traído de la casa de Lenalee Lee, sin explicarle a su hermano lo que ésta contenía, tirándola a un bote de basura en el momento justo en el que el carro de la basura debía pasar rutinariamente. Luego de eso se dirigieron a la estación, caminando uno junto al otro. Mana aferrándose al abrigo de su hermano y así hacer la mínima distancia entre ellos.

A Mana no le importaba donde fuesen, siempre y cuando Nea estuviese con él. Y tal como éste le había dicho anteriormente, ya no tendría que temer nunca más porque alguien apartase a su preciado hermano menor de su lado. Y es que siempre le había aterrado pensar en que alguien pudiese arrebatárselo. Que se le escabullese inevitablemente, como agua entre sus dedos. Pero ahora no. Mana no tendría que volver a pensar en eso nunca más porque ahora solo serían él y Nea. Ya no importaba si ambos terminaban en el Infierno. Era mejor así, que ambos cargasen con el pecado que arrastraban por quererse de ese modo. A fin de cuentas, habían sido condenados desde el momento en que nacieron por el simple hecho de compartir la misma sangre. Pero para Mana estaba bien de esa forma, así jamás estarían separados. Incluso si tenía que condenar a su propio hermano al Averno, ya no importaba en absoluto. Porque Mana Campbell no estaba dispuesto a entregar ni una parte de lo que significaba la existencia de su hermano a otros, ni siquiera a Dios, cuyo paraíso estaba prohibido para Mana por sus retorcidos sentimientos.

Todo Nea le pertenecía. Cada suspiro, cada centímetro de piel; incluso sus pensamientos y sueños. Lo amaba tanto que no podía dejar que nadie más lo tuviese. Antes de eso prefería matarlo, y morir con él. Condenarlos a ambos…

—Para toda la eternidad.

Porque si Mana había nacido para su hermano, entonces él había nacido para Mana también. Ambos destinados a entregar su alma al otro, hasta el último aliento.

 

Notas finales:

Si hay muchas incoherencias, vacíos, etcétera... Tienen el derecho de tirarme tomatazos vía reviews. O si tienen dudas, también.


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