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El cascanueces por Sakkura Princess Yaoi

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Notas del fanfic:

¿Creían que había muerto? Pues no. La verdad es que me metí de lleno al mundo del rol. Manejo 30 personajes, o más, no sé como le hago, pero la verdad es que extraño el mundo de los fanfics, así que he decidido volver. 

 

 

 

Se que quienes me han leído en otras historias, esperan las actualizaciones, las habrá. Se los prometo. Ahora, ya me siento lista para volver a ustedes, bueno, igual estoy algo oxidada, pero espero reponerme y mejorar. 

 

 

 

En este caso, les dejo este fanfic, que me ha gustado mucho  escribirlo, la historia originarl de "El cascanueces" pertenece a E.T.A Hoffman. Yo solo me basó en ella, para escribir esto, que no tiene otro fin que el entretenimiento. 

 

 

 

Espero les guste.

Notas del capitulo:

Creo que explique todo en las notas del fanfic, pero no sería yo, si no les dejará una imagen de regalo.

 

 

El cascanueces

 

 

 

1918, Londres, Inglaterra.

El  médico Bruce Banner, gustaba algunas veces de pasear por su aristocrática y solitaria morada, era una casa enorme que muy poco antes había pertenecido a una familia bastante normal y acomodada. Conformada por padre, madre y tres niños; una hija de quince años, el segundo de doce y la más pequeña de tiernos ocho años. Al menos así estaba informado, hacía dos semanas que él había llegado a la ciudad de Londres, buscando una casa para establecerse, y se había topado con esa familia a la que le urgía dejar su vivienda,  o eso era lo que sabía por el abogado con él que había tratado la venta.

No entendía muy bien la razón de la marcha, y el abogado no pudo darle mayores explicaciones, pero el caso era que incluso la casa se había quedado con muchas pertenencias de la familia, que no supo a quién remitir, pues el agente de bienes raíces, así como el intermediario se habían esfumado sin dejar rastro,  lo cual no pudo evitar que le pareciera extraño, e incluso hizo vagas indagaciones, pero al no obtener respuesta, decidió dejar el asunto tranquilo. Al fin, hacía apenas un mes que la guerra había terminado, y todo estaba cambiando, agregando  que lo que  él quería era no llamar mucho la atención. Había huido prácticamente de su ciudad natal, precisamente por el hecho de ser centro de charlas y platicas de la comunidad. Hijo único de una familia acaudalada, instruido cómo médico y bien parecido, daba mucho de qué hablar el porqué para sus 35 años aún no conseguía una buena mujer como esposa, más con el conocimiento de que muchas jóvenes lindas y adecuadas, habían manifestado su interés.

Pues bien, la respuesta era bastante simple en realidad, o compleja, dependiendo del ángulo que se quisiera ver, a Bruce no le interesaban las mujeres, al menos no en el aspecto sentimental, su interés iba hacia los hombres, lo cual representaba un verdadero problema en aquella época, por lo cual, una vez su padre y madre hubieron fallecido, huyó, llegando a la ciudad con la historia de ser un viudo, buscando escapar de su luto.

Aunque era poco el tiempo, podía decir que las cosas iban bien. Nadie hacia preguntas, y hasta admiraban su devoción  a su “difunta esposa” de la que siempre hablaba maravillas, lo cual no era difícil, ya que su persona, estaba basada en una vieja amiga de su adolescencia, a la que apreciaba mucho y había muerto de una enfermedad incurable, por ella se había hecho médico, y no le parecía difícil referirse a ella con cariño.

Volviendo a la casa, era un lugar de lo más típico, por decirlo así, al pasear por las habitaciones se podía pensar incluso que la familia seguía viviendo allí, al menos así lo sentía Bruce, que recargado en el cuarto de juegos de los niños, no se atrevía a mover un solo juguete de su lugar; las muñecas, los soldaditos, todo era perfecto, y parecía pertenecer a esa casa mejor de lo que él jamás lo haría.

Su consultorio había sido instalado en un cuarto adjunto a la casa, que supuso en su tiempo pudo utilizar la servidumbre, pero arreglado se llegó a ver todo lo elegante y aséptico que un médico desearía.  Sus consultas eran muy buscadas, más en la época de invierno, donde las enfermedades pulmonares y de garganta estaban en su mayor auge.

 Por eso, no era extraño, que incluso cuando colgaba el letrero de cerrado en la puerta del consultorio, la gente se desviara tocando directamente en la puerta de la casa, esperando que él estuviera y pudiera atenderlos. Por eso esa mañana del 24 de diciembre no se extrañó nada cuando mientras preparaba su desayuno, alguien tocó a la puerta.

Se dirigió a la entrada, abriéndola, topándose primero con una hilera de regalos, justo enfrente de su cara. Miraba las manos sosteniendo el mayor de los paquetes, pero no a la persona que los sostenía, hasta que esta giró de perfil. Bruce le vio con atención, era un hombre mayor de color quizá de algunos 50 años, vestido muy elegante, en colores oscuros, no tenía nada de cabello, y en vez de ojo derecho, llevaba un parche que le daba una apariencia bastante imponente.

— ¿En qué puedo ayudarle? —Preguntó amable el doctor.

—Podría dejarme pasar para empezar, estos paquetes pesan mucho—Respondió el extraño, a lo que Bruce se hizo a un lado, permitiendo que este pasara con los regalos, los cuales llevó hasta el árbol de navidad que estaba en el centro de la sala principal. Bruce lo había visto arrumbado en el armario, y le pareció buena idea colocarlo para darle algo más de vida al lugar.

—Disculpe, ¿Podría decirme quién es? —Interrogó de nuevo Bruce, que veía con atención como el hombre tomaba asiento en uno de los sofá cual si esa fuera su casa.

— ¿Y los niños? —Preguntó como si no hubiera escuchado al otro.

— ¿Los niños…? Ah, supongo que usted habla de la familia que antes vivía aquí, lamento informarle que se mudaron, yo compre esta propiedad así casi tres semanas. Supongo que los regalos que están allí, eran para ellos. —Dijo viendo con una sonrisa, el alegre y brillante papel de regalo.

—No necesariamente. —El gesto del mayor era bastante pensativo— ¿Y quién es usted señor?

—Bruce, el Doctor Bruce Banner— Se  presentó extendiéndole una mano, pensando que así por lo menos obtendría el nombre del otro sujeto.

—Un placer Doctor, soy Nick— su presentación fue corta, sin apellidos, e incluso el nombre parecía más un apodo que un nombre, lo cual le dio una mala espina al médico, aun así, no se sentía amenazado por el mayor. —Entonces dice que los niños se marcharon.

—Así es, lamento mucho que haya tenido que cargar con esos regalos aquí para nada.

—Oh, no fue para nada, Doctor—Negó el hombre con una pequeña sonrisa—Los regalos se quedan aquí, y espero que hoy al dar las doce campanadas, se dé a la tarea de abrirlos.

—Discúlpeme, pero no entiendo. Estos regalos eran para los niños de esta casa y…

—Estos regalos eran para quien estuviera aquí hoy. —Repuso el hombre sin mostrar mayor problema, acomodando su traje negro.

—Pero…

—Acéptelos, son suyos doctor—Comenzó a decir poniéndose de pie— incluso…— Se quedó un momento si decir nada, cómo si meditara en algo muy importante. —… incluso podría decir que el que usted los recibiera, fue la mejor de las decisiones—Le sonrió ligeramente antes de avanzar a la salida.

—Espere… no puede pensar que puede entrar dejarme un par de regalos y luego marcharse como si nada— Dijo Bruce mientras el moreno ya abría la puerta.

— Eso hace Santa Claus, y nadie se queja— Pronunció burlón— Pero tiene razón. Tome—Se sacó de entre el saco un librito que le entregó a Bruce.

— ¿Qué es esto?

—Un manual de instrucciones— Respondió, y mientras el médico analizaba con detenimiento el libro, el otro hombre salió y se esfumo tras la puerta.

Bruce suspiró, pensando que ya tenía una cosa más que agregar a su lista de cosas extrañas, la mayoría sucedieron en sus dos años como médico voluntario en la guerra, pero ahora esa casa parecía resultar mucho más rara aún. No le dio importancia, dejó el libro sobre la mesilla frente a la chimenea, y se dispuso a seguir preparando su desayuno. Por la tarde abrió su consulta, y estuvo tan preocupado que se olvido de la visita del anciano Nick, y de los paquetes en su sala.

Fue hasta las diez de la noche que caminando con una pequeña cena la cual fue a sentarse a degustarla  en la sala, que reparó en los regalos, cenó en silencio observándolos, y al terminar, fijo su atención en el libro. Al parecer era un cuento infantil, y bastante disparatado en realidad. Contaba la historia del Cascanueces, donde una princesa nacida hermosa era convertida en horrenda por una vieja “reina ratona”, de cómo el rey amenazo al relojero y al astrónomo por encontrar una cura para su hija, la cual era...

—¡oh alegría!..., —Comenzó a leer en voz alta— vieron claro que para desencantar a la princesa, haciéndole recobrar su primitiva hermosura, no tenían más que hacerle comer la nuez Kracatuk. Esta nuez tenía una cáscara tan dura que podía gravitar sobre ella un cañón de cuarenta y ocho libras sin romperla. Debía partirla, en presencia de la princesa, un hombre que nunca se hubiese afeitado ni puesto botas, y con los ojos cerrados darle a comer la pulpa. Sólo después de haber andado siete pasos hacia atrás sin tropezar, podía el joven abrir los ojos…. —Una risa pequeña salió de la boca del doctor— Es increíble lo que se pueden llegar a creer los niños— Murmuró, pero siguió leyendo, al parecer encontraron al sujeto, el cual era sobrino del relojero, relojero que curiosamente se llamaba Nick.—Interesante… —El problema fue que el chico no logro dar los siete pasos, por culpa de la malvada ratona, que murió en el proceso. Se volvió feo, un cascanueces,  y la princesa que ahora era hermosa, le despreció— Vaya niña tan consentida— Decía al leer sobre el rechazo de la muchacha.

 

Se separó de la lectura para ver el reloj, leyendo en el, un cuarto para las doce, así que pensó poder terminar el libro antes de media noche— Su deformidad no desaparecería hasta que cayese en su poder el hijo de la señora Ratona, que después de la muerte de los otros siete había nacido con siete cabezas y ahora era rey, y cuando una dama lo amase a pesar de su figura. — Suspiró al leer eso— Bueno, al menos se convierte en príncipe y rey— Se dijo en voz alta Bruce — y de aquí viene el que la gente, cuando encuentra difícil una cosa, suela decir: « ¡Qué nuez tan dura!», y también el que los cascanueces sean tan feos. — Leyó las palabras finales y se recargó en el sillón meditándola— Los escritores están cada vez más locos— Dijo negando la cabeza, a la vez que escuchaba las doce campanadas, anunciando la media noche.

 

Dejó el libro de lado, y miró con atención los obsequios. En cuanto las doce campanadas terminaron, una fuerza mayor le llamó a ir y abrir los presentes. Lo hizo con cuidado, presintiendo que dentro de ellos había objetos frágiles, pese a que sabía que estos eran para niños. Pero no se equivoco;  El obsequio más grande era un enorme castillo,  que aparte de mostrar el interior con detalle, tenía jardines hermosos, donde se celebraba una fiesta, los pequeños muñecos, danzaban al sonido de una suave música sobre una superficie brillante. Era un magnífico trabajo.  Los otros dos regalos medianos; Eran un par de ejércitos de soldaditos, pudo identificar que estaban muy bien armados y organizados por  regimientos y especialidades. Sin embargo, el más pequeño de los presentes fue el que se llevó su atención, estaba en una caja rectangular, con un envoltorio rojo y un lazo dorado y brillante. Lo abrió, topándose con nada  más y nada menos que el cascanueces. Le sonrió al pequeño muñeco, sosteniéndolo en sus manos con delicadeza, al ser médico, tenía buenas manos.

 

 

Los juguetes fueron ubicados con los otros en el cuarto de los niños, mientras que el cascanueces tuvo un lugar especial en el consultorio y en el cuarto del Doctor, dependiendo donde estuviera él, lo llevaba cual niño pequeño a su oso de peluche. Incluso a algunos de los niños que llegaban a su consulta, les dejaba partir unas nueces con él, mientras atendía  a sus padres, o como recompensa por portarse bien cuando les examinaba.

 

 

Unos días después de año nuevo, había tenido un día demasiado agotador, y por si fuera poco, era el día en el que ponía en orden sus expedientes. Estaba tan cansado, que se quedo dormido sobre su escritorio.

 

Horas después, sintió un pequeño jalón en el cabello, pero solo se revolvió, cambiando de posición sobre el mueble, pero los jalones siguieron, hasta que abrió los ojos, el lugar estaba sólo iluminado por  la pequeña lámpara sobre su escritorio. Bostezó, y se talló los ojos, estirándose, viendo su moderno- para aquella época- reloj de bolsillo, ubicando en él la una con diez de la madrugada.

 

—Hey, Hey, Aquí. Vamos, deja de ser un holgazán. ¿Cómo alguien que fue soldado puede tener el sueño tan pesado? —Aquella voz suave, pero masculina, golpeó los sentidos de Bruce, que giró su cabeza cual si tuviera un tornillo suelto en el cuello, buscando el origen de dicha voz. — ¡Aquí abajo! — Escuchó a la voz de nueva cuenta, y casi se va de espaldas en su silla al ver al apreciado cascanueces, saltando agitando sus manitas para llamar su atención.

 

— ¿Qué demonios? —  Preguntó mirando con atención al peculiar hombrecillo— Estas… estás hablando, y moviéndote… solo. Debo estar soñando— Se dijo llevándose una mano a la frente para luego pellizcarse en el brazo. —No… sigo despierto.

 

—Claro que estas despierto—Volvió a decir la voz del peculiar muñeco —Ahora necesito que me escuches.

 

—Claro, ¿Por qué no? Escucharé a un cascanueces— Manifestó mirándole con escepticismo.

 

—Necesito que me lleves arriba. Hoy no hemos ido arriba. — Dijo el muñeco que lucía bastante molesto.

 

— ¿Per…dón? Me quede dormido. 

 

—Eso lo note, ahora vamos arriba, no puedo dirigir a mi ejercito desde aquí, dejaste las puertas selladas, y no pude sacarte las llaves del pantalón— Entonces Bruce recordó que sospechaba eso de quedarse dormido, por lo que había cerrado las puertas con llave, echándoselas en su pantalón.

 

— ¿Cuál ejercito?

 

 

—El ejército del Rey Ratón por su puesto— Se quejó el muñeco, como si las palabras del humano fuera estúpidas.

 

— El Rey Ratón, por supuesto. — Pronunció sin dejar de pensar que todo aquello era una ilusión de su mente— ¿Abre tomado algo indebido? ¿O será que la soledad ya me está volviendo loco? —Se preguntó a sí mismo, pasándose las manos por el rostro.

 

—Cuestiónate tu cordura luego, ahora llévame arriba. Finge que es un sueño, o lo que quieras, pero mis tropas me necesitan— Insistió. Bruce sacó con cierta duda las llaves de su  pantalón— ¡Rápido!

 

— ¡Voy! ¡Voy! —Dijo ya moviéndose con rapidez, abriendo las puertas para regresar por el muñeco, tomándolo con cuidado, pasando hacía la casa, comenzó a subir las escaleras, cuando  el escándalo llegó a sus oídos— ¿Qué demonios?

 

—No es la primera vez que pasa, si que tienes un sueño pesado. —Manifestó el cascanueces. —Nunca has despertado.

 

—Bueno, sí, eso desde que era pequeño—Asintió el Doctor.

 

—Soy Clint por cierto, Clint Barton. El Coronel Clint Barton.

 

— ¿Enserio? Creí que tu nombre era otro.

 

— ¿Hablas del nombre del cuento?

 

—Sí, ¿No eres ese cascanueces?

 

—Bien las historia es muy, muy, muy parecida, pero no, mi nombre no es ese— Negó mirando ansioso hacía la puerta del cuarto de juegos. Al abrirla, el muñeco saltó de los brazos del médico hacía un sofá que estaba en la habitación.

 

Lo que allí se suscitaba, era algo que ni en sus sueños más locos Bruce habría imaginado, un ejército de ratones, peleando contra uno de juguete, mientras las muñecas gritaban y lloraban aterrorizadas, su  valiente cascanueces se dio a la tarea de organizar al ejercito que se encontraba bastante perdido, algunos escondidos, otros luchando, pero bastante mal distribuidos.

 

Entonces lo vio, una creatura que era de cuento infantil, pero parecía al de uno de terror, un ratón enorme de tres cabezas, donde en cada una figuraba una pequeña coronita de oro. El cual se encaminaba hacía Clint. Pronto supo que tenía que hacer algo, que no se podía quedar allí, por lo que salió un poco del cuarto, hacía el pequeño armario de limpieza de enfrente, de donde saco una escoba, para volver a entrar a donde se estaba llevando aquella épica batalla, y como si se tratara de ratas o alguna creatura rastrera común y corriente, comenzó a espantar a los roedores con ella, varios se le quisieron ir encima, pero su metro setenta y nueve, eran más de lo que estás podrían alcanzar, por lo que tras un buen golpe al rey de los ratones, todas sus tropas, incluido su líder se dieron a la tarea de escapar, con sendos chillidos.

 

Bruce por su parte se dejó caer en uno de los sillones, al lado de unas muñequitas que lo miraban impresionadas, y que luego empezaron a aplaudir, contentas por su intervención, seguido de eso escuchó el vitoreó de los muñecos, y al final, el sueño le venció. No sin antes ver recargado junto a la puerta de entrada, a ese extraño hombre de gabardina negra y parche en el ojo.

 

 

Al día siguiente, despertó acurrucado en el mismo sillón en el que se había quedado dormido la noche anterior, abrió los ojos, con la luz de la ventana dando directamente sobre ellos. Se revolvió, estirándose, para luego abrir los ojos como platos, al recordar los hechos de la noche anterior, se puso rápidamente en pie, mirando a todos lados, pero cada una de las cosas estaban en su lugar, las muñecas en sus casas y camitas, los soldados en sus respectivos estantes, cada pequeña figura ocupaba el sitio que le correspondía, y allí, sobre la mesilla en medio del cuarto, entre las tazas y teteras de té de porcelana, que estaba seguro la niña menor de la familia usaba para  jugar, se encontraba el cascanueces, paradito y viéndoles con esos enormes ojos proporcionales a sus dientes y gigantesca cabeza.

 

—Un sueño… todo fue un sueño— Se dijo en voz alta, tomando al cascanueces en sus manos y viéndolo con atención. —Todo no fue más que un sueño.  Necesitas unas vacaciones Bruce— Se dijo en voz alta saliendo de la habitación, ya que sospechaba ya se le había hecho tarde para desayunar y abrir la consulta. —Quizá París, escuche que esta genial en esta época del año— Seguía hablando para sí mismo, mientras intentaba convencerse que todo lo de a noche no había sido más que un sueño, un producto de su imaginación, relacionado por aquel libro de cuentos, y su apegó a ese muñeco, que por alguna razón le seguía gustando bastante.

 

El día transcurrió normal, intentó no pensar en su extraño sueño, pero entre cada paciente, no podía evitar girar su vista al cascanueces sobre su escritorio. Ya casi antes de cerrar la consulta, acaricio despacio el rostro del muñeco. —Clint… —Él nombre salió en un murmulló ronco, y Bruce por un momento creyó ver las mejillas del muñeco volverse aún más rojas. Sacudió la cabeza, y se puso de pie, no creyéndose que de verdad estaba pensando en la posibilidad de que un ejército de  ratones, peleando contra uno de juguete, fuera verdad.

 

Tomó al cascanueces, y lo llevó a su habitación, para descansar, después de un  día que mentalmente lo había dejado agotado. Se cambió poniéndose el pijama, y recostándose en la cama, dejando a “Clint”, en la mesilla de noche, al lado de su cama— Buenas noches— Le susurró al muñeco y cerró los ojos.

 

 

Ya llevaba un tiempo dormido, cuando un nuevo y molesto ruido, le hizo abrir los ojos, se levantó somnoliento, buscando al cascanueces por todos lados, pero este al parecer se había marchado a otra batalla. Casi se cae al correr al cuarto de los juguetes, resbalando sus pies sobre el piso de madera.

 

Al llegar lo que vio lo dejo muy preocupado, los ejércitos del cascanueces se encontraban débiles, cediendo ante los ratones, que los atacaban sin descanso. Entonces lo vio, al querido cascanueces, cayendo bajo la espalda del rey ratón, no se lo pensó y avanzó tomando una almohada de uno de los sillones, dándole un golpe tan fuerte, al monstruoso roedor,   que este fue a parar contra una pared, aturdido.

 

Bruce comenzó a espantar a todas las demás ratas, que regresaron a sus escondites, y Bruce se planteó de manera muy seria llamar a un exterminador, aunque todo luciera como el mayor de los disparates.

 

— ¡Clint!—Exclamó tomando al  muñeco entre sus brazos. —¿Estás bien?

 

—He perdido mi espada—Fue lo que pudo decir el muñeco— Sin mi espada, no soy nada. —Proclamó. Y luego cerró los ojos, inconsciente. Si hubiera sido un humano, Bruce hubiera actuado enseguida. Pero siendo un muñeco. ¿Cuál sería el protocolo a seguir? Acercó su oído a la gran boca y suspiró aliviado al notar como el muñequito respiraba.

 

—Me has dado un susto de muerte—Acusó al durmiente, giró a ver a su alrededor todo aquel desastre, y a las muñecas y soldados que le miraban expectante—Esta bien—Les afirmó refiriéndose a la figura en sus brazos—Y supongo… que todo esto volverá a la normalidad, para mañana—Se dijo más para sí, que para los juguetes que le rodeaban.

 

Suspiró, y caminó con el muñeco devuelta a su recamara. Lo recostó a su lado, como si así pudiera tenerlo más seguro. Y para su suerte, al  día siguiente el particular muñeco, apareció donde debía.

 

Ese día tenía que salir a hacer unas compras, una severa aprensión le recordó lo de la noche anterior, y decidió llevar al cascanueces con él. Guardándolo en  su maletín médico.

 

Al ir de regreso a la casa, se topó con una tienda de juguetes, recordó al muñeco que iba con él, y al clamor por su espada. Entró, viendo con atención los estantes, y algo llamó su atención, por lo que localizó a el dependiente, a este le pareció extraña la petición del médico. Pero como Bruce estaba dispuesto a pagar de manera justa, le concedió lo que pedía.

Esa noche, Bruce se sintió más tranquilo, y relajado, realizó su rutina cotidiana, para poder recostarse a descansar en paz, sin embargo. Fue despertado de nueva cuenta.

 

—Estás noches en vela, me harán daño—Se talló los ojos, girándose, enarcando una ceja al ver al rey ratón, sentado en las cobijas de la cama, a la altura de una de sus piernas. —¿Qué demonios quieres? —La verdad era que el doctor ya estaba perdiendo la paciencia, y el ratón emitía un ruido más que molesto con sus dientes.

 

—Quiero dulces.

 

—Venden muchos en las tiendas, pero te recomiendo que no los comas, en un cuerpo tan pequeño como el tuyo, seguro te dará diabetes.

 

—Los muñecos de dulce que están en las vidrieras, bájalos y los comeré.

 

—¿Y no se le antoja algo más a su majestad? —Comentó con cierto sarcasmo, poco propio de él— No te daré eso, ni nada, eres solo una rata molesta.

 

—Si no lo haces, dañaré a tu amado cascanueces. —Amenazó el ratón.

 

—¿Y quién crees que soy? ¿Un asustado niñito para ceder ante sus amenazas? No te daré nada. —y es que el pobre y desgraciado ratón, quizá jamás contó con aquel giró en la historia. Porqué no era a un hombre al que debía amenazar, si no a una pequeña niñita, que cediera a sus chantajes. Por lo que su derrota se aproximaba más pronto de lo previsto. —Podría simplemente pararme y aplastarte con un zapato.

 

—Si me aplastas, el cascanueces, nunca recuperará su trono. —Respondió altanero, aunque con un miedo palpable en la voz.

 

—Entonces solo arrancaré una de tus cabezas—Le dijo amenazando con pararse y cumplir su advertencia, el ratón salió huyendo como ya era su costumbre. —Peleándome con una rata… terminaré en el manicomio. —Se quejó, pasando sus manos por el rostro. Sintiendo entonces, un peso sobre su pecho, algo ligero, como pequeños pasos.

 

—Bruce… Doctor Bruce—Llamó el cascanueces, logrando que este lo mirara—Necesito una espada. Por favor. —Pidió casi suplicando—No puedo permitir que él te vuelva a amenazar por mi culpa—Dijo con la preocupación visible en cada uno de sus  gestos. Y a Bruce le gustó eso, le gustó tener a alguien que se preocupara por su seguridad.

 

—Eres muy lindo al preocuparte por eso.

 

—Es mi honor y el suyo, por el que lucho—Declaró, y Banner solo rió negando con la cabeza, tomó con cuidado al muñeco, para hacerlo a un lado, parándose hasta una bolsa, donde venía lo que había comprado aquella tarde.

 

 

—Aquí tienes… ábrelo— Le hizo la entrega al hombrecillo de madera, quien expandió sus ojos, viendo una  hermosa espada, quizá de caballero medieval, acompañado de un arco y flechas.

 

 

—Muchas gracias Doctor—Pronunció viendo todo con encanto.

 

—No me agradezcas. ¿Sabes usarlo? —Preguntó refiriéndose al arco.

 

—Si no, aprenderé—Fue su repuesta. —Ahora… vuelva a su descanso.

 

— ¿Qué? ¿Y dejarte solo?  No… te acompañaré.

 

— ¿Porqué? —Preguntó el cascanueces.

 

—Porqué estoy por volverme loco, porqué estar hablando contigo es insano, por qué perdí mi cordura, porqué me agradas y quiero ayudarte, porqué a excepción de estas noches en las que no sé que me a noqueado, una vez que me despierto no puedo dormir, y no tengo nada más que hacer a las 3 de la mañana. —Le dijo tomando al muñeco—Además, por segunda vez me agradas—Declaró con una sonrisa. Llevándolo hasta el cuarto.

 

—Solo no intervengas de no ser necesario—Pidió el cascanueces antes de entrar. Bruce asintió, dando un paso dentro de la habitación, para ver la batalla campal de los muñecos contra las ratas. Clint saltó de sus brazos, sorprendiéndole un poco. La batalla se llevó a cabo con Bruce intentando intervenir varias veces, siendo jalado por su pantalón de pijama, por diferentes soldaditos, que negaban con la cabeza, indicándoles que les dejará hacer las cosas.

 

Bruce tenía que contenerse bastante, ya que veía a los muñequitos ser mordidos por las ratas sin piedad. Pero todo llegó a su fin cuando, dos flechas seguidas, atravesaron el corazón del rey ratón, haciendo que cayera muerto, y que todos sus súbditos huyeran. Los muñecos comenzaron a celebrar y las muñecas a bailar, el médico sonreía, contagiado de la alegría de la victoria, fue entonces cuando sus ojos se agrandaron, viendo como un ratón rezagado, estaba por írsele encima a su querido cascanueces, actuó sin pensar, buscando quitarlo, y al hacerlo, la rata se prendió de su brazo. Dejando una mordida, que cesó en cuanto Bruce le dio un golpe.

 

—¡Odió estás cosas!—Gruñó remangando su camisa de pijama, viendo una pequeña herida.

 

—Salvaste mi vida… de nuevo—Bruce se giró hacía el muñeco con una sonrisa. —A costa de la tuya…

 

— ¡Oh! No exageres, esto… es…sólo una mordida, y algunas vacunas —Se acuclilló. — ¿Tú estás bien?

 

—Estamos cansados, pero ganamos—Dijo colocando en su espada, las 7 coronas del rey ratón—Tu palma. —Pidió, a lo que Bruce la extendió con una expresión de duda—Y todo es gracias a ti, Bruce.

 

—Ustedes son grandes soldados—Correspondió, apretando un poco las coronas en su mano, las cuales se sentían diminutas.

 

—Vamos Bruce, quiero mostrarte algo—Pidió el hombrecillo, dirigiéndose a la salida de la habitación siendo seguido por el mayor. Al llegar a la puerta del armario, volteó a ver a Bruce, pidiendo  que lo abriera.

 

—Claro… porqué no…—Se habló a sí mismo, abriendo la puerta, sintiendo un montón de polvo en sus ojos, como si alguien hubiera le hubiera soplado a los ojos, todo lo acumulado en una tienda de antigüedades. —Clint…—Llamó tallándose los ojos, con las mangas de su pijama.

 

—¿Sí, Bruce? —Escuchó la voz del cascanueces, extrañamente más ronca, y fuerte, abrió los ojos al fin, yéndose de espaldas, topando contra algo a sus espaldas, al ver al muñeco de su tamaño.  —Todo está bien—Le aclaró el soldado, haciendo que Bruce mirará para todos lados con genuino interés, y es que, ese ya no era su armario, si no un hermoso jardín. Con lo que se había topado, era un inmenso árbol, el césped era fresco y verde bajo sus palmas, se incorporó, viendo un gigantesco lago lleno de cisnes, y casas a lo lejos.

 

— ¿Dónde estamos? —Le preguntó con duda. — ¿Porqué… cómo…?

 

—Estamos en mi reino, ahora que he derrotado al rey ratón, puedo volver a ocupar mi trono, la magia ha vuelto a mi gente. —Dijo viendo desde la colina en la que estaba, uno de los tantos y alegres pueblos que gobernaba.

 

—¿Eres… un príncipe? —Le preguntó acercándose despacio a él.

 

—Un rey en realidad. Uno joven, debido a que mi padre fue asesinado por el antiguo rey ratón—Contestó girándose a verlo.

 

—Pero… ¿Qué ahora no deberías dejar un cascanueces? —Le preguntó confuso. —La historia…

 

—La historia dice que cuando una dama noble, me ame como soy, dejaré esta forma—Dijo viendo sus manos de madera.

 

—Bueno, no lo veo difícil—Interrumpió Bruce encogiéndose de hombros.  —Sí hay tantas mujeres en tu reino, estoy segura que alguna se enamorará de ti.

 

—Lo dices muy seguro. El amor no es tan sencillo.

 

—Dímelo a mí—Se burló Bruce, sentándose a la orilla del lago—Estoy tan loco de soledad, que estoy imaginando esta mágica fantasía. —Suspiró, tomando una pequeña piedra lanzándola al lago.

 

—No entiendo, eres un hombre apuesto,  noble, valiente… desinteresado. Cualquier mujer…

 

—Allí está el dilema—Apretó la boca Bruce, girándose a verlo. —“Mujer” No… soy del tipo que les gusta casarse con mujeres —Confesó tallando su nuca, siendo a Clint, la segunda persona, a la que le confesaba tal hecho.

 

—¿Entonces…?

 

—Me gustan los hombres—Le respondió poniéndose de pie.

 

—Hombres…

 

—Sí, hombres… ¿Porqué? No lo sé, pero así es, si alguna vez me llegó a enamorar, será de alguien del género masculino—Respondió, haciendo que el cascanueces se quedará meditabundo por un rato.

 

—Entonces…—Dijo por fin— ¿Te podrías enamorar de mí? —Le interrogó, mirándolo fijo con sus enormes ojos, haciendo a Bruce sonreír.

 

—Mira, no quiere decir que me pueda enamorar de cualquier hombre pero…—le sonrió más ampliamente—Si Clint, con tu forma de ser, probablemente podría enamorarme de ti. —Fueron palabras sencillas, nada definitivo, solo una pequeña posibilidad, pero bastó para que Bruce viera algo asustado, como el cascanueces comenzaba a resquebrajarse. Estaba por acercarse y hacer algo, cuando cual si se tratara de una cascara o caparazón, la madera terminó de romperse, dejando ver a un apuesto hombre, de grandes ojos verdes y cabello rubio. Dejando al mayor sin habla.

 

—¡Funcionó! —Sonrió Clint, tocándose por entero, acercándose al otro con suma felicidad para abrazarle—¡Bruce, funcionó!  

 

—Eso… notó…—Comentó el confundido médico.

 

—Soy de carne y hueso de nuevo—Declaró Barton, con una inmensa sonrisa, tomando la mano de Bruce para que la pusiera en su mejilla. —¿Puedes sentirlo?

 

—Si…—Fue todo lo que el hombre pudo formular.

 

—Es… maravilloso… tenemos que ir al castillo ahora—Dijo tomando su mano, para jalarle  hacía el lago, que Bruce descubrió después era realmente un inmenso río, subieron a una barca en forma de cisne. Donde Clint comenzó a platicarle sobre cómo eran las cosas allí, a describir con amor y brillo en sus ojos, como era su gente y su tierra. Bruce no quiso indagar en ¿Porqué se había transformado con una simple promesa o probabilidad? Prefirió vivir el sueño más loco y extraordinario que había tenido nunca.

 

Al bajar en uno de los poblados, la gente los recibió con aplausos y vitoreo, Bruce de verdad sentía que todo aquello estaba cada vez un poco  más fuera de la realidad, pero al mismo tiempo lograba sentirlo más real, y no solo como una fantasía, como se lo había planteado todo ese tiempo.

 

Subieron a un carruaje, que los llevó a un enorme  y hermoso castillo, bastante parecido al de juguete que había estado entre los regalos.  Al entrar a lo que parecía el salón del trono. Tres hermosas mujeres corrieron, haciendo volar sus enormes vestidos,  para abrazar al rubio con mucho cariño; una rubia, una castaña, y una pelirroja.

 

—Por fin regresas con nosotros hermano—Declaró la castaña.

 

—Te hemos necesitado tanto—Suspiró la rubia.

 

—Ya era tiempo de que volvieras. —Le dijo la pelirroja, que fue la primera en reparar en el hombre que acompañaba a su hermano.  —¿Él es…?

 

—Hermanas—Sonrió Clint, acercándose a Bruce—Les quiero presentar al doctor Bruce Banner, gracias a él estoy de vuelta, me ayudo a vencer al rey ratón, salvó mi vida en varias ocasiones, y me sacó del hechizo de la reina ratona. Es un gran hombre y un gran soldado.

 

—No… no es para tanto—Negó el médico apenándose por la gran presentación.

 

—Bruce, mis hermanas… Natasha—Señaló a la pelirroja—Virginia—Presentó a la rubia—Y la menor, María.

 

— Es un placer conocerlo, y tiene nuestra inmensa y eterna gratitud por lo que hizo por nuestro hermano—Dijeron las tres a la vez, con un elegante ademán.

 

—Igualmente es un placer conocerlas, señoritas—Correspondió Bruce de la misma manera.

 

—Bueno, es tiempo de preparar todo para la fiesta—Anunció Natasha.

 

—¿Fiesta?

 

—De mi regreso, por supuesto—Le informó Clint a Bruce—En la que de manera obvia serás el invitado especial.

 

Banner se vio su pijama y luego a los hermanos—Creo que no estoy vestido adecuadamente para una celebración normal.

 

—Oh, eso no importa—Sonrió Virginia—Ven con nosotras—Tomó su brazo—Haremos que te vistan adecuadamente.

 

Pronto se vio arrastrado por los pasillos del palacio, le permitieron tomarse uno de los baños más relajantes de toda su vida, y después le ataviaron con las más elegantes vestimentas, dándole antes ricos aperitivos. Haciendo después su entrada triunfal a la famosa fiesta, donde de igual manera, fue recibido por aplausos. Agradeció de forma educada, apareciendo del brazo de las hermanas de Clint.

 

Sus ojos brillaron al ver al ex cascanueces, sentado engalanado de rey, en un trono en medio del salón. Las mujeres quizá notaron esa mirada, ya que comenzaron a hablar entre ellas, con pequeñas risillas.

 

Bruce fue presentado a mucha gente esa tarde, y bailó con diferentes señoras y señoritas, viendo como Clint igual se despojaba de su corona, para bailar primero con sus hermanas, y después con otro grupo de mujeres, que le miraban suspirando, y no era para menos, ya que el rey lucía sumamente atractivo, enfundado en su traje monarca.

 

Cuando había quedado en una esquina, hablando con Natasha, Clint apareció extendiendo su mano. Bruce se extraño y tuvo el impulso de voltear a ver si nadie veía con malos ojos o se molestaba con aquella invitación. Pero todos estaban en sus asuntos, y las pocas miradas incluso parecían animarlo a aceptar la mano ofrecida.

 

Bruce la tomó, yendo a la pista de baile, donde les abrieron lugar, causando algo de pena en el científico, pero pronto se olvido de eso, cuando él y Clint comenzaron a moverse al ritmo de la música. Bruce siempre imagino, que el bailar con un hombre sería difícil, es decir, ¿Quién guiaría? ¿Dónde irían las manos? Pero todo se suscitó de manera natural, como si siempre hubiera bailado de aquella manera, con un par de sus manos entrelazadas.

 

—Esto es el más maravilloso de los sueños. —Manifestó Bruce

 

—Esto no es un sueño—Le contradijo   enseguida su pareja de baile. —Bruce, no estás soñando, esto es lo más real que habrá nunca en nuestras vidas.

 

— ¿De qué hablas?

 

—De que el destino sabe que tu corazón, y tu alma esta entrelazado con los míos, por eso me convertí tan fácil, por qué aunque no lo hayas hecho en el momento, vas a enamorarte de mí y yo de ti. —Le informó con voz dulce y para el lógico y siempre razonable, Doctor Bruce Banner, fue como si todo se detuviera a su alrededor. Miró los ojos verde brillante que le sonreían. Sintió la presión en su mano y en su hombro, ejercida por las manos del contrario, y su corazón suspiro.

 

—No es un sueño—Repitió acercándose un poco más a él, al mismo tiempo que el rubio lo hacía, entonces sus labios se tocaron, y se presionaron, en una caricia dulce y casta, probándose, tentándose, enviando un remolino de emociones por el cuerpo del médico.  Sus pies flotaron, su cabeza, giró, comenzó a tener calor, y de pronto… fue como si perdiera el piso, como si cayera, todo se volvió oscuridad, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba en el suelo de madera, al lado de su cama.

 

Se puso en pie, adolorido, viendo a su alrededor, el cascanueces estaba allí, firme, sin moverse,  su corazón albergo un fuerte y doloroso palpitar, se acercó y lo tomó con cuidado—Fue un sueño…—Suspiró, y solo para convencerse, fue al cuarto de los jueguetes, todo estaba igual, intacto, ordenado, sin rastro de que hubiera pasado nada. Abrió el pequeño closet de artículos de limpieza, dándose cuenta que eso era, nada más que artículos de limpieza.

 

Apretó al muñeco en su mano, recargándose en la pared, pasándose la mano por el rostro—No podía existir algo tan perfecto—Se habló a sí mismo, antes de dar un respiro, dispuesto a aceptar su simple y normal vida.

 

Los días transcurrieron; iguales, monótonos, sin nada extraordinario, sin magia, sin reinos secretos, sin reyes ratones… sin Clint…

 

Todas las noches, antes de dormir, veía al muñeco, deseando, anhelando verlo moverse, pero nada ocurría, al mínimo ruido salía de la cama, pero era solo el viento, la gente afuera, quizá alguna rata común, o el mero crujir de la madera de la casa.

 

Un día, tomó la decisión, comenzaría a pensar en otro lugar al que mudarse, en esa casa, se volvería loco.  Quizá algo parecido le pasó a la antigua familia, y por eso salieron huyendo, antes de perder la cabeza por completo. Aunque aún tenía varias cosas que arreglar.

 

 

—Señora Ludwing, se lo aseguró,  su hijo estará bien. Solo fue una ligera infección estomacal, que ya pasó—Le explicó a la preocupada mujer, con un hermoso niño rubio que miraba con atención el cascanueces.

 

 

—¿Puedo partir unas nueces? —Preguntó el niño con inocencia, Bruce tomó el muñeco y se lo entregó, señalándole una esquina del cuarto, donde había nueces, y un cesto para partirlas, el pequeño fue a ese lugar, mientras Bruce le explicaba a la preocupada madre, el orden los medicamentos. Al terminar la mujer le agradeció y pagó, poniéndose de pie, indicándole a su hijo que devolviera el muñeco. El niño, no mayor de 8 años, se acercó al médico, indicándole que se acercará, para decirle un secreto, Bruce lo hizo con una sonrisa, recibiendo el cascanueces de la mano del niño.

 

—Él dice, que no debe irse aún—Pronunció el niño, señalando al muñeco, haciendo que el mayor le mirará sorprendido—Dice que le está costando un poco, pero que estará aquí pronto…

 

—Benny, es hora, vámonos—Apuró la madre, llamando a su pequeño, el cual le sonrió al médico antes de correr con ella. Dejando a un Bruce, demasiado confundido.

 

Esa noche, no pudo dormir, viendo fijamente siempre al muñeco, la siguiente pensó que tal vez durmiendo, volvería a soñar o este le despertaría.  La tercera, supo que estaba esperando por algo que nunca pasaría, que debió escuchar mal al niño, o que este tenía demasiada imaginación. Dispuesto a ignorar todo lo que estaba en contra de esas teorías.

 

Fue el cuarto día después del incidente con el niño Ludwing, que al abrir la puerta que daba a la sala de espera de su consultorio, se topó con el hombre que le había llevado esos juguetes, que lo habían hecho dudar de su propia salud mental.

 

—Hola Doctor Banner, ¿Cómo ha estado? —Preguntó este amable.

 

—He  estado mejor se lo aseguro. —Le respondió casi osco.

 

—Oh, ya veo, pero… espero que este consultado, verá… hay un amigo mío, que necesita su ayuda. —Se giró viendo como de la silla se levantaba el mismo Clint que había poblado sus sueños, su cascanueces, dejando al médico petrificado. —Sí me disculpa, él ya es bastante grande, yo cumplí con guiarle, pero ahora tengo que retirarme. —El hombre de color, se colocó su sombre de copa, antes de salir a la fría calle.

 

—Clint… —El nombre se le escapó en un suspiro, a lo que el aludido le sonrió, acercándose a él, para poner una mano en su mejilla, acto que el médico imitó.

 

—Bruce… ¿No creerías que te dejaría, verdad? —Le preguntó, antes de ser él quien iniciara un beso suave, para que el médico despertara. Y este lo hizo, abrazándolo fuerte por la cintura, respondiendo con entusiasmo a la caricia.

 

El encanto se rompió cuando una nueva mujer con su hijo, iban entrando, esta tapo los ojos del pequeño, y con una verdadera cara mezcla de miedo, indignación y molestia, dejó el sitio.

 

—Nada es perfecto, pero al menos te tengo a ti—Dijo Bruce viendo al hombre entre sus brazos.

 

—Pero podemos hacerlo perfecto—Rebatió Clint—Cierra los ojos…—El mayor le obedeció con una sonrisa, recibiendo un nuevo beso, suave y delicado. —Ábrelos—Bruce lo hizo, mirando a su alrededor, dándose cuenta que estaban de nuevo en el baile.

 

—Un nuevo sueño…

 

—Que haré que duré para siempre…—Le respondió.

 

—Oh hermano… ya lo acapararas cuando sea tu esposo… déjanos bailar un rato con él—Pidieron las tres chicas, llegando  a abrazar al médico, siendo jalado poco después a una esquina.

 

Lo mejor de esta historia, es que el cascanueces, cumplió su promesa, y el sueño fue eterno.

 

Notas finales:

Ya lo sabe, cualquier comentario, crítica, y sugerencia, se agrade. Que tengan un excelente día :D


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