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La canción del Pirata por ShadowGirl

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Notas del fanfic:

Muy buenas a todos, pequeños lectores.

Esta es la primera vez que me animo a publicar un relado, y mentiría si dijera que no ha sido gracias a algunos de vuestros fics.

¡Nos leemos!

Notas del capitulo:

Editado.

La lluvia azotaba con fuerza los cristales de la posada en la que nos encontrábamos, donde la clientela indiferente, disfrutaba entre gritos y risas de sus bebidas. Habíamos llegado a puerto a tiempo de sortear por los pelos el terrible temporal que se había desatado en alta mar. Aburrida, lancé al aire la moneda de cobre que bailaba entre mis dedos. Cara. Una noche de suerte.

Mi mirada se perdió entre los truanes, mercenarios y rufianes de todas las calañas que atestaban el lugar, amontonándose en la barra y las mesas. Las carcajadas y las conversaciones acompañaban una animada melodía que un cuarteto -bastante mediocre- se afanaba por imponer. No pude por menos que admirar la habilidad del violinista al esquivar un vaso que volaba directo a su cabeza, sin soltar su instrumento ni perder el ritmo.

Recorrí las desgastadas paredes de madera, las ventanas mugrientas y el suelo salpicado de alcohol. A un lado de la barra, el dueño del local charlaba con un grupo de parroquianos sobre la subida de impuestos mientras frotaba una jarra con un trapo aún más sucio. Al otro lado, su mujer despachaba a un tipo notablemente ebrio.

Me detuve en mi mesa. Mis chicos reían y disfrutaban de la perspectiva de pasar unos días en tierra y las características distracciones del puerto. Ahí estaba mi tripulación, mi familia.

-Tu vaso sigue lleno, Cassandra -La dulce voz de Helena interrumpió mis pensamientos. Me sonreía sentada relajadamente en su silla. Le guiñé un ojo mientras me acercaba el licor a los labios.
-Alguien debería estar lo suficientemente sobrio para que no nos engañen al pagar la cuenta, ¿No crees?
Ella me obsequió con su encantadora risa mientras se apartaba un mechón rubio de la cara.
-Nos lo podemos permitir.

Y tanto que podíamos. Las cuatro semanas anteriores nos habían reportado grandes beneficios. Habíamos atracado en el puerto con las bodegas llenas de oro y mercancías. Nos habíamos ganado un merecido descanso.

La puerta de la taberna se abrió, y una empapada figura se hizo paso entre los parroquianos hasta una mesa apartada. Cuando se despojó del abrigo mojado, pude ver que se trataba de una hermosa joven, por cuyos rizos oscuros se escurrían gotas de agua. Las prendas que vestía, si bien no eran ostentosas, denotaban demasiada calidad para el antro en el que nos encontrábamos. Ella no encajaba aquí.

Cuando la camarera terminó de servir a la morena, seis hombretones de dudosas intenciones se acercaron a la mesa. Sin duda les había llamado la atención lo mismo que a mí.
-Hola, preciosa, ¿Qué hace una belleza como tú en un sitio como este? - preguntó el que parecía ser el cabecilla con una sonrisa torcida. Si le clareaba detrás de la oreja, no sería a causa del esfuerzo por resultar original.
-Disfrutar de un trago. A solas.
El desprecio que brillaba en sus ojos pareció divertir al hombre, que rió estruendosamente y apartando la silla, tomó asiento.
-Sin duda sabrás que este no es un lugar para que una mujer hermosa beba sola -comentó distraídamente para añadir en un susurro -. Hay gente muy peligrosa por aquí.

Yo observaba curiosa la escena desde mi mesa, al igual que mis compañeros, que también se habían percatado de la situación.
-¿Deberíamos intervenir, capitana? -preguntó servicial Kurt. Eché un vistazo divertido a mi enorme compadre. Ni con ese enorme cuerpo debía caberle el corazón en el pecho.
-Dejemos que la dama resuelva sus problemas -no había terminado de decirlo cuando un tremendo ruido nos devolvió a la escena. El galán yacía en el suelo, mientras los suyos observaban estupefactos. Al levantarse advertí que su nariz sangraba profusamente. La gatita tenía uñas.

-¡Maldita puta! -bramó con la ira tiñendo de rojo su malencarado rostro.

Con un solo gesto, indiqué a Kurt que podía intervenir. Mi gigantesco compadre irguió su cuerpo en sus dos metros de estatura y se dirigió resueltamente hacia el lugar, con una sonrisa dibujada en su barbuda cara. Al verlo, Aarón, ansioso por un poco de acción, tomó su jarra y siguió los pasos del grandullón. El resto de la tripulación y yo nos quedamos sentados en la mesa, más que dispuestos a disfrutar del espectáculo.

Con paso distraído, Aarón simuló un choque accidental con uno de los secuaces del abusón, derramándole la cerveza por encima. El muy idiota lo miró confuso, mientras asimilaba que ahora estaba empapado y pegajoso. Casi pude escuchar cuando su cerebro hizo "clic" y su mueca se transformó en enfado. Mi desfachatado amigo reía, socarrón, y antes de que el otro tuviera ocasión de actuar, lo tumbó de un puñetazo. Uno menos.

Por su parte, Kurt había apartado de un empujón al cabecilla y protegía con su cuerpo a la morena, que lo miraba impresionada. No la culpo, el viejo Kurt era imponente. Desenfundando una daga, uno de los rufianes se encaró con el gigante, que lo tomó por el cuello de la camisa sin esfuerzo alguno y lo estampó contra la pared. Lo matones debieron suponer que enfrentarse de a uno contra Kurt era una pésima idea, y atacaron dos a la vez, mientras Aarón noqueaba al tercero con una enorme sonrisa en los labios. Adoraba las trifulcas de bar.

Los chicos y yo admirábamos la actuación entre risas y apuestas. Kurt ganaba dos a uno a que era el que más contrincantes derribaba. Esos paletos no tenían ninguna oportunidad con los piratas a los que enfrentaban, casi me daban lástima. Casi.

El líder, aprovechando la confusión, se acercaba a la joven por la espalda, con evidenctes pretensiones de atraparla y escabullirse sin que mis compañeros se dieran cuenta. Con un rápido y fuido movimiento, extraje una de las dagas de mis brazaletes y la lancé, incrustándola en la pared. Cuando el granuja se percató de la trayectoria del proyectil, que había pasado rozando sus pantalones, se quedó totalmente pálido, mirándome horrorizado. Me limité a devolverle la mirada con la sonrisa más cínica que encontré entre mi extenso repertorio, repantingada calmadamente en mi silla.

La joven ya había atado cabos y deducido las intenciones del lívido hombre su espalda, con que sé giró rápidamente y volvió a atizarle en la cara. Esta vez el sonido de los huesos rotos pudo escucharse en todo el bar.

Después de la abrumadora somanta de palos recibida, los indeseables optaron por huir antes de que la cosa se pusiera peor.

Me levanté de mi asiento con un elegante movimiento y me encaminé hasta donde aguardaban mis compañeros y la hermosa dama, ante las indiscretas miradas de la clientela. Aquí las peleas eran más que habituales, borrachos violentos, jugadores con una mala mano de cartas o una disputa entre vecinos por el límite entre sus tierras, pero hay que reconocer que mis chicos llamaban la atención. Sin duda había sido una magnífica actuación.

-Señorita -saludé educadamente -, lamento profundamente el vergonzoso desencuentro que ha sufrido -vaya una mentira de proporciones bíblicas, suerte que no me iba a crecer la nariz. Ella se limitó a dedicarme una mirada perspicaz.
-Se lo agradezco, pero no era necesario -mi sonrisa se ensanchó.
-Oh, por supuesto que no, pero mis chicos tienen un serio problema para tolerar la falta de educación y respeto -miré a mí tripulación con complicidad -, así que debo agradecerle por permitir que descargasen esa desbordante energía que traían.

Ella seguía escrutandome con esos profundos ojos azules. Detuve el impulso de lamerme los labios, estaba tremenda. Me deleité un momento admirando su figura. El ceñido vestido color crema se ajustaba perfectamente a sus curvas, revelando un escote discreto y una cintura estrecha. Era esbelta y casi tan alta como yo, las manos delicadas y las clavículas ligeramente marcadas. Una señorita de sociedad. Debí de perder demasiado tiempo en mi apreciación, o tal vez solo el necesario para que ella se diese cuenta de lo que hacía. Sus mejillas se tiñeron de rojo, y la furia asomó chispeante en sus ojos.

-¿Qué estás mirando? -espetó con rabia. Esbocé mi mejor cara de disculpa y respondí:
-Le ruego me disculpé mi indiscreción, más no he podido evitar perderme un momento en mi... -la observé intensamente- ensoñación. Señorita...
-Vatrov -concedió, aún enfadada.

Vaya, vaya, ¡Qué maravillosa coincidencia! Me hallaba ante la realeza mercantil. La espectacular joven delante de mí sin duda alguna no era otra que Anna Vatrov, primogénita de la ilustre familia Vatrov. Si bien su padre, Alexander, procedía de una respetada familia de comerciantes, él había hecho crecer su fortuna exponencialmente hasta hacerse con una de las flotas mercantiles más importantes de Inglaterra. Los orígenes de la familia se encontraban al Este de Europa, donde llevaban una vida de mercaderes nómadas. No fue hasta los tiempos de Raymond, abuelo de Alexander, cuando los Vatrov abandonaron la vida errante y se establecieron en la costa inglesa. Alí se labraron una notoria reputación.

El joven Alexander demostró desde muy tierna edad un gran ojo para los negocios y, al ver el brillante porvenir del muchacho, un Barón le ofreció una de sus hijas menores en matrimonio. Así pues, el emprendedor Alexander desposó a la hija más rebelde del Barón, Katherine, una hermosa doncella, indómita y sagaz, con un fuerte carácter.

En los años siguientes Alexander vio crecer su familia y su fortuna. Primero llegó Anna, que heredó sus rizos negros y los ojos azules de su madre. Una deslumbrante chispa de felicidad el vida de aquellos que la rodeaban. La pequeña Anna era una niña despierta y curiosa, observadora y con gran gusto por aprender. La siguió Marie y, por último, Christine. Aunque Marie era una chiquilla bastante calmada e introspectiva, solía verse arrastrada junto a su hermana mayor a las trastadas de la más pequeña, que siempre estaba más que predispuesta a las travesuras.

La felicidad duró hasta que Anna alcanzó los 11 años. Los Vatrov sufrieron la perdida de Katherine, que falleció de tuberculosis. Ni Marie, con 8 años, ni Christine, con 6, lograban entender qué le había pasado a su madre, mientras Anna se tragaba las lágrimas. En ese momento, Alexander se volcó en enseñar a su primogénita todo lo que debería saber el día que heredase el negocio.

Todo eso pasó por mi mente en el momento en el que la hermosa dama me desvelaba su apellido. A sus hermanas las había visto de pasada en un desfile. Unas jóvenes bellezas de tirabuzones castaños que se divertían junto a dos tipos con pinta de estirados. Por eso sabía que debía tratarse de Anna. De haber tenido el gusto de verla con anterioridad, la hubiera reconocido sin lugar a dudas.

-Es un auténtico placer, señorita Vatrov -hice una breve y elegante reverencia -, mi nombre es Cassandra y estos magníficos muchachotes que me acompañan, son parte de mi tripulación.

Mis chicos saludaron con gestos de cabeza y Anna siguió escrutandome recelosa.

-¿Y acaso no tiene apellido, Cassandra? - comentó con desdén.

-Por supuesto que sí, pero me gusta dosificar la información personal que obsequio a los desconocidos. Una arraigada manía difícil de evitar, espero no se ofenda. En un lugar como este, es una precaución más.

Lo que menos me preocupaba era que alguien en ese tugurio pudiera reconocerme, pero no me interesaba que la joven Vatrov descubriese que había abordado en más de una ocasión los navíos de su padre. A ella, sin embargo, no le convenía que relacionasen su buen nombre con una pelea de borrachos acontecida en una taberna de dudosa reputación.

-¿Me permite invitarla a nuestra mesa y, tal vez, a otra bebida? -Pregunté señalando la suya, dónde la copa de vino se había desparramado por doquier. Anna echó un vistazo en derredor, consciente de las miradas indiscretas de la clientela y el temporal que se resistía a escampar.

-Supongo que debería aceptar.

 

Notas finales:

Y hasta aquí el primer capítulo. Espero que hayáis disfutado leyéndolo, tanto como yo al escribirlo. Soy perfectamente consciente de que me ha quedado un pelín corto, pero es para ir abriendo boca.

En cualquier caso, quizá me anime y suba el siguiente capítulo hoy o mañana.

See you later, bitches;)


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