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Brazos de sol por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del fanfic:

Buenos días, tardes o noches a todos los amantes del FugaMina que tuvieron el valor de entrar aquí~ Sean bienvenidos a mi antro de locura xD

La historia que hoy les traigo nació para la fecha. 

¡Hoy es el día oficial del FugaMina! ( >0< )/

Podría darles mi alma como garantía, solo para asegurarles que es para mí todo un honor el simple hecho de que estén leyendo esto ( ^^ )

Ustedes saben, tan bien como yo, que todavía estoy emprendiendo el camino en esto de la escritura, así que les pediré que tengan paciencia para conmigo, por favor ( >.< )

Este año no hay lemmon (tuve que luchar contra mi musa pervertida para no sucumbir ante la tentación D:). La intención de este fanfic es muy diferente a la del año anterior. Espero, de todo corazón, que la idea sea de su total agrado ( .///. )


Por Dios, si les dijera en que está basado xD La verdad es que la idea surgió mientras escuchaba "Tu Fantasma" de Silvio Rodríguez ( ♥.♥ ), pero yo no tengo el talento para escribir un FF tan trágico, así que deben esperar un cursi y romántico final feliz (culpo a Silvio por eso...)

Me ayudó a continuar "Brazos de sol" de Alejandro Filio, entre otras canciones dulzonas~

Me disculpo de antemano si la historia es demasiado cursi ( D: )

 

Gracias a mi querida Stig Al-sayf, que está a mi lado, en lo bueno y en lo malo, y que sin ella nada de esto sería posible.

Y por supuesto, antes de perder el tiempo conmigo, primero deben disfrutar de su fanfic, porque los Retazos de sí misma, que ella nos regala, el mundo los debe conocer ~( *.* )~

Notas del capitulo:

Ahora, sería el mayor honor, placer y obsequio que todos los que leen se pongan eufóricos conmigo y digan con pasión:

¡Amo el FugaMina~! 

Y deseo que ese sentimiento se quede con ustedes durante todo este dichoso 16 de enero y que los acompañe todo el año, para que disfruten de la pareja y de las locuras que el internet pueda ofrecer~


Meras formalidades: Solo la trama es mía (está protegida por SafeCreative.org). Los personajes no me pertenecen, son propiedad intelectual de Masashi Kishimoto. Todo es hecho sin fines de lucro, no gano ninguna remuneración por ello. Hecho únicamente por y para fans.

Perdonen todos los errores de ortografía, redacción, narrativa y gramática que encuentren. Saben que soy humana y a pesar de mis esfuerzos, seguro que habrá muchos errores. Además, yo no tengo ni tendré beta-reader, por lo que toda la limpieza corre por mi cuenta.

No quiero entretenerlos más tiempo ( *0* )

¡Disfruten!

 

Brazos de sol

 

“Y es que no importa que digan
que está trillado,
hablar de amor, que maldigan,
si no han probado la noche en sus brazos de sol…”
—Brazos de Sol, Alejandro Filio

 

 

En una calle oscura de un parque cualquiera, cerca del límite del mundo y lejos de su final, entre un par de árboles, bajo el cuidado de un crepúsculo estrellado y sentado sobre hierba fresca, estaba un alma solitaria. Un hombre que se vio forzado a vivir con el caminar rápido de los días, meses y años, y que por eso nunca pudo disfrutar de la vida como debería ser. Un hombre que ha tenido que vivir tanto tiempo, que ya todo lo siente lo mismo. Ya nada le sorprende y nada le lastima.

Este hombre no sabe si está vivo o muerto, solo sabe que nadie puede verlo. En todos sus largos años de existencia, jamás ha tenido el placer del contacto humano. No sabe lo que es una fiesta con los amigos después de una larga semana de trabajo, no sabe en qué consiste la alegría de los abrazos, ni sabe lo profunda que es la tristeza de perder a un ser querido. No sabe distinguir con exactitud qué es lo bueno y qué es lo malo.

Este hombre no sabe cómo llamarse a sí mismo.

La inmortalidad no es gracia. “Vivir no es bonito cuando se vive todos los días lo mismo”. Es un castigo que nunca termina y ya no recuerda cuando comenzó. Esta alma en pena, este fantasma con forma humana, ha disfrutado de las ventajas de su invisibilidad y de las ventajas de la vida sin fin. Ha visto mucho mundo, mucha alegría y mucha crueldad. Ha comprobado que los mejores momentos son los espontáneos, pero por culpa de quien es (o lo que es), todo le sale como si estuviera planeado. A donde va y lo que hace, lo hace con un instinto calculador, con un estilo repetitivo. Conoce de todo un poco y un poco de todo lo ha hecho.

Ha intentado suicidarse para escapar de ese tormento, pero no hay manera de hacerlo. A pesar de que puede tocar y manipular lo que le rodea, no puede hacerse daño porque nada se lo permite. Pronto se rindió a su suerte y decidió que ya no pasaría por problemas mayores. Cuando logró aceptar su realidad, buscó personas que pudieran verlo. Conoció a un par que le miraron, le hablaron y le hicieron compañía. Todos estaban muertos ya, pero tiene bonitos recuerdos a los que aferrarse en las noches en las que el viento es más frío y la soledad es más grande.

Hoy es un día como cualquier otro. Está de paso por una ciudad y prefiere dormir a la intemperie, observando el cielo y los astros que contiene. No tiene pensado en lo que hará mañana y no le interesa pensar en eso por el momento. Las personas iban y él las veía pasar con ceremonioso aburrimiento. Se tumbó en la hierba, cerró los ojos y se olvidó de su destino por un instante. Trató de concentrarse en todos los paisajes que le faltaban por conocer y en todos los libros que esperaban para ser leídos… hasta que sus oídos captaron un sonido grave, que encerraban un no-sé-qué muy divertido.

Se levantó de súbito y buscó por el parque desolado aquella voz que se le antojaba encantadora. Aquella voz tenía un curioso sube y baja, le daba la sensación de que componía una sinfonía que jamás volvería a interpretarse; pronto lo tuvo trotando por todos lados en su búsqueda. Cuando por fin descubrió el origen de la rara melodía, le dieron ganas de sonreír por primera vez en mucho tiempo.

Se trataba de un hombre que murmuraba para sí mismo, creyéndose solo en un asiento del parque. Tenía rasgos llamativos. Era rubio y de ojos azules. Cosa rara en una tierra oriental. Y había algo más. Tenía los ojos llenos de luz y una boca de labios apasionados. Tenía una buena presencia, podía sentirlo. Sintió deseos de acercarse y no se resistió.

—No he estado ahí ni por un mes y ya quiero irme. Maldición, seguro que se me nota que no gano mucho dinero, se han aprovechado de mí…

Estaba lamentándose por haber rentado un apartamento cerca de su trabajo, cuyo problema era que se caía a pedazos. Había cometido el error de firmar un contrato que lo obligaba a vivir allí durante un año. Sus quejas y disgustos eran tan sinceros, que no pudo hacer otra cosa que sentir un poco de piedad por ese hombre. Él se acercó para darle unas palmaditas de consuelo en la cabeza, mientras el otro tenía el rostro entre las manos y los codos apoyados sobre las rodillas.

Pero sucedió algo que nunca esperó.

El rubio pegó un respingo y miró en su dirección. Nuestro fantasma se detuvo en seco, esperando que el hombre desviara la mirada para continuar con sus lamentos, pero eso no pasó.

—¿Se le ofrece algo? —preguntó amablemente.

«¿Me está hablando a mí?», pensó él aturdido.

—¿Puedes verme?

—Claro que puedo verte… ¿o no debería verte? ¿Estoy borracho otra vez? —el rubio empezó a palparse el rostro y el cuerpo.

—No lo creo —dijo mientras lo miraba con interés—. ¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es Minato, ¿y el tuyo?

Nuestro fantasma guardó silencio. Pensando en las palabras que diría a continuación y escogiéndolas con cuidado, respondió:

—No sé cuál es mi nombre. Si alguna vez tuve uno, ya no lo recuerdo.

Los labios de Minato se agitaron con vehemencia, probablemente dudoso de lo que debería decir a continuación.

—¿Te ocurrió un accidente? ¿Sufres de amnesia?

—Tal vez —dijo nuestro fantasma con tranquilidad, para no provocar demasiadas sospechas.

—Eso es muy triste… ¿Te han dejado solo? ¿Sabes dónde vives?

—Siempre estoy solo. No tengo un hogar.

—¿En serio? —exclamó el rubio con sobresalto—, ¿pero dónde duermes? ¿No tienes familia?

—No, ya no.

Minato miró el suelo mientras nuestro amigable espectro se dedicó a contemplarlo, ya que le resultaba agradable hacerlo. Sus ojos azules, algo entornados por la concentración dedicada a sus pensamientos, volvieron a mirarlo con curiosidad y con preocupación sincera.

—Lo invito a mi casa.

—Soy un extraño —era lo lógico a decir, ¿verdad?

—Sí, un extraño que está solo y perdido, sin recuerdos y sin familia —recitó Minato sin el afán de ser grosero, sino de mostrar su punto—. No me niegue el placer de su compañía ni tampoco mi hospitalidad. Es de mala educación.

—Pero Minat-

—Nada de peros. Lo más importante ahora es llamarle por un nombre, ¿me permite? —él asintió con la cabeza, desconcertado por el peculiar comportamiento del amigo que acababa de encontrar—. Veamos, estamos en Yamanashi… ¿hay algo que le guste de esta prefectura?

El fantasma corpóreo miró el sol que aún no terminaba de esconderse detrás de la montaña.

—Me gusta el monte Fuji, allá al oeste —respondió señalando en esa dirección—. Los rayos del atardecer mueren con una intensidad que me parece elegante, justo detrás de él. Representa muy bien al Japón.

—Mmm… ¿qué le parece si le llamo Fugaku?(1) ¿Está bien?

—“Fugaku”… me gusta —respondió el recién bautizado, con una sonrisa pequeña dibujada en su rostro.

Minato se salió con la suya y lo llevó a su casa. Caminaron de regreso a la ciudad, donde Fugaku pudo ser parte de un ambiente caluroso y seco, viendo los anuncios de estrenos de cine, un par de opulentas caderas paseando por las calles y acompañado del aterciopelado perfume de las frutas por las que era famosa la región.

Pasaron por el centro, hasta llegar a un barrio más pequeño. Específicamente, a un complejo de apartamentos con fachada paupérrima. Era pleno verano y se hacía presente bajo el techo de aquel edificio junto a la carretera. El viento había desaparecido, dejando una noche clara, sin ruidos. La silueta de un gato se vislumbraba en la penumbra y los altos edificios en la zona de alrededor formaban un pequeño cuadrado de ladrillos rojos y marrones, separados por una calle que no parecía tener fin en el horizonte. Para nuestro fantasma, la presencia de Minato era radiante en medio de toda la vasta oscuridad.

El interior del complejo de apartamentos no daba mayores señales de prosperidad y estaba casi vacío, con la pintoresca excepción del dueño en la entrada, a la espera (milagrosa) de nuevos clientes. Minato lo condujo por una escalera ruidosa; en cada recoveco se podía ver agazapada una araña y había un par de rincones que probablemente nunca habían visto la luz. Fugaku supuso que su amigo no tenía ganancias salariales exuberantes, por lo que rentar un apartamento barato era completamente normal. Sin embargo, no puede evitar sonreír mientras camina por un pasillo ligeramente estrecho y oscuro. El sitio parece una casa embrujada y él está divertido con la idea de que ahora cuenta con un espíritu de verdad.

—Siéntete como en tu casa —dice Minato cuando lo hace pasar por el dintel de su humilde morada.

Raudo, va al baño a lavarse las manos y le pregunta si quiere algo de cenar. Fugaku –le ha gustado mucho el nombre– niega con amabilidad el ofrecimiento pero decide hacerle compañía mientras cocina y come.

Hay algo fascinante en ver a aquel rubio dando vueltas en la pequeña cocina. Minato charlaba con él, aceptando cómodamente la presencia del invitado en su hogar y haciendo un loable esfuerzo para entretenerlo o dejarse entretener. Tenía que admitir que era una persona muy diferente a las que había conocido. La velada se consumía con soltura y con una graciosa hilación de sucesos.

—Me haces sentir muy poco civilizado —confesó Fugaku, sintiendo que había esperanzas asomándose continuamente en la sonrisa de Minato, que enfrentaba sin temor el momento presente.

—La civilización se está desmoronando, es mejor que no pienses en eso —susurró el otro con entusiasmo—. Mejor pensemos en evitar nuestra propia decadencia, así que dime: ¿vivirás conmigo o piensas seguir siendo un nómada?

Como si la pregunta de Minato hubiera activado algún proceso interior en Fugaku, guardó silencio un instante antes de proseguir. Abrió los labios para rechazar la invitación pero se detuvo cuando miró sus ojos azules. Brotaba de ellos algo cálido e inquietante que lo dejó paralizado. Podría aceptar a quedarse esta noche y mientras el rubio estuviera dormido, aprovecharía para escabullirse en el silencio. No obstante, sabía que eso le rompería el corazón y por eso no se atrevía. Durante la infructuosa búsqueda de palabras para encontrar una salida favorable, tocaron a la puerta.

—Discúlpame, ya regreso.

Con el entrecejo fruncido, en seguida echó la silla para atrás y fue a ver de quien se trataba. Fugaku, a sabiendas de que solo Minato podía verle, salió en pos de él por pura curiosidad.

—Ese tipo del que me habló ayer es vecino mío, está justo a mi lado y es tan… —comentaba el dueño del edificio, con molestia efervescente.

—¿Es que está pasando algo?

—No sé qué demonios hace en la ducha (ni quiero saber), pero acaba con toda el agua caliente y es insoportable. Si lo veo otra vez, terminaré golpeándolo en toda la cara.

—No se exalte, recuerde que padece del corazón —dijo Minato, sonriendo para calmar a su hostelero—. Si quiere, puedo hablar con él.

—Gracias, señor Namikaze —dijo el hombre con efusividad—. Le debo un favor.

—Bueno, ya que estamos en eso…

—Dígame, estoy a sus pies.

—Si a usted le parece, ¿podría hacerme una rebaja en el alquiler~? —su voz sonó casi seductora y Fugaku supo que el dueño del edificio había caído bajo los encantos de Minato—. Tengo un invitado justo ahora y creo que se quedará conmigo, por lo que mis gastos aumentarán un poco...

—¿Un invitado? —inquirió confundido el hombrecillo.

—Sí, el que vino conmigo hoy.

—Usted entró solo al edificio esta noche, señor Namikaze —murmuró el tipo con un deje de preocupación—. ¿O se refiere a alguien más…?

Minato volteó a ver por el pasillo, sabiendo que ahí estaba Fugaku para ser el blanco perfecto de su mirada inquisitiva. Él rehuyó a sus ojos desafiantes. Con la angustia escrita por todo su rostro, el rubio regresó a la conversación con el hostelero, con el fin de llegar a un acuerdo rápidamente.

Tan pronto como dejó de hablar y cerró la puerta, nuestro fantasma esperó sin musitar un solo ruido. Minato se llevó las manos a la cara, como para palpar su adorable contorno, y su mirada se perdió bajo el dominio de pensamientos tumultuosos. Fugaku continuó esperando, sintiéndose incómodo con el transcurrir de los segundos y preparando un discurso que le permitiera dar a entender su situación.

—Te pregunté si estaba borracho.

—Y yo te dije que n-

—¿Entonces por qué mi hotelero dice que no te vio cuando pasaste junto a mí en la entrada?

—Minato, lo siento —se disculpó Fugaku, sin estar seguro de que había hecho mal. Quizás simplemente no se sentía bien al ver al rubio fuera de sí.

—Explícate.

Fugaku suspiró con frustración.

—Es una larga historia…

Minato cruzó el pasillo hasta ponerse frente a él y acorralarlo contra la pared.

—Entonces hazla corta. Ahora.

 

———

 

En el curso de las próximas semanas, Fugaku se encontró más y más a gusto en el pequeño apartamento de Minato.

Con una explicación que duró toda la noche y gracias a la Providencia que le dio al rubio mucha paciencia y un excelente tren de pensamiento, el fantasma Fugaku logró contar su historia. Por supuesto que Minato se mostró escéptico al principio. Incluso lo forzó a tomar un cuchillo de cocina y dar fe de sus palabras.

Minato se acabó toda la cerveza que tenía guardada en el refrigerador después de ver como la hoja de acero atravesó la muñeca de Fugaku sin hacerle el menor daño.

Después de eso, nuestro fantasma lo encontró varias veces envuelto en numerosas capas de sábanas y hecho bolita en un rincón de su cama.

—Sabes que eso no te va a proteger de mí…

—¡Estoy en todo mi derecho de esconderme!

Al comprobar que su historia no era mentira, Minato le aplicó la ley del hielo por unos días. Tal vez porque estuvo asustado o quizás porque estaba molesto de que le ocultara la verdad desde un principio, pero esos tres días de pesado silencio han sido los días más largos que Fugaku es capaz de recordar.

Con la intención de ganarse la simpatía del rubio por segunda ocasión, Fugaku hacía todos los quehaceres del pequeño apartamento. En poco tiempo lo tuvo reluciente y ordenado; le dio cierta distinción a la diminuta sala con muebles demasiado grandes, ponía sobre la mesa varias revistas y el periódico del día (que secretamente le robaba al cascarrabias que vivía junto a ellos), colgó un cuadro en la pared y finalmente, puso una maceta con un pequeño cactus cerca de la ventana.

Un día le pidió que comprara unas latas de pintura y Minato, aunque molesto y dudoso, las compró.

En honor a la verdad, el sitio estaba irreconocible. Era una pequeña y colorida burbuja de jabón en medio de aquellas paredes maltratadas por el tiempo.

Su plan tuvo éxito. Minato decidió aceptar sus tácitas disculpas y pronto le regaló, sin saberlo, las sonrisas de la noche en que se conocieron.

Le dedicaba mucho de su tiempo y otorgaba toda su vitalidad con desprendida alegría. Su intensa presencia le daba la sensación a Fugaku de que no era un simple hombre. Tenía demasiada… luz. Su risa, sus gestos, sus pasos decididos, su voz de primavera y sus ojos invernales fueron adquiriendo progresivamente mayor afectación a los ojos del feliz espectro.

Era Minato quien iba y venía del trabajo, de ir a fiestas con sus amigos o de hacer las compras semanales, pero Fugaku sentía que era el mundo quien giraba en torno a él. Mientras ese rubio daba vueltas en su propio eje, Fugaku estaba alrededor suyo, envuelto en su atmósfera de luz. Le parecía increíble pensar que había vivido tanto tiempo sin esa preciosa criatura. Los años anteriores no llegaban ni a rumores al compararlos con la emocionada cotidianidad de su día a día actual.

Minato insiste en que vaya con él a todas partes y a Fugaku se le muere la voz en la garganta y deja que ese sol con forma humana lo lleve a donde él quiera. Muchas veces bromean de todo y nada, visitan las habitaciones abandonadas del edificio y recrean alguna prosa de Drácula cuando ven los cuartos imponentes gracias al manto de polvo que les da un aspecto solemne. Se les ocurre un día platicar de sí mismos, y a pesar de que el rubio no tiene mucho que contar además de sus travesuras en el colegio y las picardías de su juventud gracias a sus amigos, nuestro fantasma adora escucharlo.

Cuando están juntos, Fugaku puede redefinir sus conceptos de luz y de color. Hacía nuevas evaluaciones de sus conocimientos y juicios, conforme a las apreciaciones que Minato hacía de ellos.

La risa, que tanto tiempo estuvo atascada en el abismo de sus aburridos días, ahora brotaba con facilidad de sus labios y solo bastaba una alegre exclamación para iniciarla. Hay un sentimiento de triunfo corriendo por sus venas todo el tiempo que comparte con Minato, se siente hambriento de su cercanía, de su atención y de su amistad. No se sentía obligado a hacer algo en concreto cuando estaban juntos, de manera que siempre se lo pasaba increíblemente bien. Jamás, nadie, le había dado la libertad para ser él mismo, nadie que lo conociera se había tomado el esfuerzo para escuchar sus propias aventuras con un interés tan genuino. Todas las historias que Fugaku contaba hacían brillar los ojos de Minato, que le pedía seguir escuchando y seguir aprendiendo. En definitiva, Minato le hacía feliz. Tan feliz que no podía terminar de creérselo.

—Entonces… ¿cómo me encontraste? —preguntó Minato, en una mañana de sábado.

El rubio estaba preparándose un desayuno modesto, al tiempo que vigilaba el agua hirviendo para servirse un poco de café. Fugaku, que no escuchó la pregunta por estar ensimismado en sus elucubraciones, se quedó en silencio. Molesto porque su pregunta fue ignorada, Minato volteó a verle con un ligero enfado. Entonces, si hubiera estado vivo, Fugaku habría sentido como se le detenía el corazón.

Minato giró y queriendo dar énfasis a su enfado, cerró los ojos y los abrió despacio. Tan despacio que el fantasma hubiera querido contener el aliento solo de observarlo. Gracias a un par de rayos que se colaban por la ventana de la cocina, parecía que toda la gloria del alba florecía con serenidad gracias a él y a su existencia.

—Quizás siempre estuve buscándote —respondió Fugaku con sinceridad.

Fue en ese momento exacto en el que se dio cuenta.

Es cierto que Minato tenía una sonrisa con la inagotable capacidad para serenar una tormenta, pero para Fugaku… esa sonrisa le hacía creer que el mundo se le había enfrentado todo este tiempo, solo para concentrarse en él, ahora, con un irresistible deseo de estar a su favor. Ese mismo rubio, que no tenía nada extraordinario más que la dicha de su encanto, le entendía hasta donde quería ser entendido, creía en él como Fugaku quería creer en sí mismo y le confirmaba constantemente que disfrutaba a manos llenas de sus mejores y peores momentos, de sus ratos en silencio, de sus peleas, de su humor negro y de su compañía, haciendo que desaparecieran los recuerdos de la antigua y opresora soledad.

Lo amaba. Amaba a Minato. Y nada lo había preparado para eso.

La clave era que no se convirtiera en un obstáculo para la relación que poco a poco habían construido. Porque la revelación astral a la que había llegado, no venía sola. Venía acompañada de unos celos descomunales y el deseo de monopolizar el tiempo de aquel hombre. Rogaba al dios que quisiera escucharle para que Minato no notara sus miradas infinitas y cargadas de sentimientos que no se atrevía a decir en voz alta. Rogaba para que Minato no se diera cuenta del afán con que lo cuidaba por las noches, observando sin cansancio su respiración acompasada y su cabello desordenado sobre las almohadas, orando porque estuviera siempre así de tranquilo y a salvo.

En un par de ocasiones y debido al agotamiento, Fugaku se sentó en el suelo durante horas con la cabeza de Minato dormido en su regazo, frotándole los ojos con los dedos y contemplándolo con enamorado deleite. Sentía ganas de gritar de rabia y de impotencia porque sabía que el otro no podía sentir sus caricias, ni siquiera un asomo de ellas. Y él no podía sentir en sus manos el tan soñado contacto del calor en sus mejillas o la tersura de sus párpados, sin importar cuanto lo intentara, sin importar que tan grande fuera la loca entrega de sí mismo en cada movimiento sobre aquel rostro hermoso. Estaban tan cerca y a la vez tan lejos que dolía.

Sin embargo, nuestro fantasma no emitía ni un sonido de queja. Nunca se atrevería a expresar sus tribulaciones y por el contrario, le daba gracias al azar o al destino por cruzar sus senderos en la jungla del interminable ir y venir de la vida y la muerte. Solo con tener el placer de ser visto por los ojos bienamados, se daba por satisfecho.

Pero pronto el universo se encargaría de darle una nueva sorpresa.

 

———

 

Minato sí había notado las diferencias. Aún atendían aquella pensativa conversación del corazón y la distancia, pero también notaba como Fugaku evitaba sus ojos. Algo se le estaba escapando y le desquiciaba no poder asegurar de qué se trata.

¿Tal vez algo así como… una chispa?

Su querido huésped ya no actúa con la misma espontaneidad de antes, es más cauteloso con lo que dice y con lo que hace. Sus conversaciones siguen siendo interesantes, siguen riendo juntos y él lucha por mantener en alto los niveles de entusiasmo, pero hay algo que está fuera de lugar. Hay algo que molesta sin descanso a su fantasma y tiene miedo de preguntar.

Minato se imagina que no ha sido sencillo para Fugaku quedarse en un solo lugar, ya que antes debió acostumbrarse a los viajes de días enteros, a la frescura de un cielo lleno de estrellas y a la libertad de sus acciones. Él quiere creer que no lo ha obligado a quedarse con él –no tenía forma de hacerlo–, así que confiaba en que Fugaku había decidido estar a su lado.

Hay una brecha pequeña, milimétrica, entre ellos ahora. Invisible pero existente. Y eso lo desespera porque le gusta la manera en que Fugaku sonríe sin tapujos, le gusta su honestidad, su cinismo crítico, sus gruñidos y toda su forma de expresarse. Le encantan sus labios gruesos y burlones, sus hombros anchos y sus ojos oscuros, inimaginables, que parecen encerrar un sortilegio. Le fascina como se ve el cabello castaño de Fugaku cuando está sentado en su sofá ubicado en el extremo del improvisado vestíbulo y los rayos que lo iluminan le dan un aire trágico y melancólico. Adora su cara de sorpresa cuando lo ve teclear en el celular y la intriga casi infantil con que le pregunta qué hace y si puede ver. Ama decir el nombre que escogió para él y ver la dulzura bien disimulada que inunda sus facciones cuando lo llama o cuando pide silenciosamente el goce de su perfecta compañía.

Ama a Fugaku, lo ama y Dios sabe que no existe fuego ni furor capaz de competir con lo que un hombre atesora en el fantasmagórico mundo de su corazón. Su amor se confundía con una hoguera que desde el pecho se levantaba. Su voz lo atraía, su voz grave y fluctuante, porque se estremecía en el silencio y porque susurraba en el ajetreo de su vida diaria. No perdía ni una sola de las notas que componían, solo para Minato, una canción inmortal. Lo amaba y si Minato alguna vez había dicho esa frase con la simple intención de decir algo, quería decir exactamente eso.

Se ha enamorado de un fantasma, de alguien etéreo y diáfano.

Su corazón era un egocéntrico huracán, quitándole el hambre y el sueño, aumentando sus ansias y su respiración cada vez que estaban cerca.

En incontables noches, su fantasía ampliaba al tejido de sus sueños y su ropa desordenada por las vueltas que daba sobre la cama lo abrazaba en el olvido, poniendo fin a una escena donde podía abrazar y acariciar y besar a Fugaku hasta que llegaba el amanecer. Aquellos ensueños no suponían el desahogo de su imaginación testaruda, por el contrario, daban impulsos a sus deseos más intensos pero imposibles. Quiere sostener la mano de Fugaku, poder sentirlo con todo el cuerpo, hacerle saber lo inefable que siente la luz del sol sobre la piel cuando el reloj dice que es de mañana, quiere reírse junto a él al experimentar la necesidad de buscar cobijo en los brazos ajenos en las noches de frío. Quiere el mundo con él.

Minato vendería su alma, por un milagro o por una maldición, que les dé una tan sola oportunidad.

 

 

 

Un viernes por la noche, cuando el mismo sentimiento agitaba los dos corazones al unísono y la pasión de ese amor que quería alcanzar su apogeo se ocultaba tras la cortina de la rutina, una llamada a la puerta los trajo de vuelta a la realidad.

El anfitrión se levantó del sofá donde habían comenzado una conversación sobre historia y fue a ver quién era el moderno peregrino.

—Kakashi, ¿qué haces aquí?

—Solo vine a dejar esto —dijo el peliblanco depositando una caja en el suelo—. Son algunos libros que me has prestado y nunca los he devuelto.

—Ya los había dado por perdidos, ¿por qué me los devuelves? —comentó Minato con una ceja enarcada y sonrisa divertida.

—Me voy a mudar y pensé que, en lugar de seguirlos arrastrando conmigo, lo mejor sería devolvértelos.

—Eso es muy amable de tu parte~

—No me gusta tu tono. Lo haces sonar como si nunca hubiera hecho algo amable por ti —replicó Kakashi arrastrando su voz en un arpegio.

—Tú lo dijiste, no yo~

—Deja de insultarme sin que me dé cuenta, no estoy de humor para eso… Quería saber si podías salir a tomar algo.

—¿Ya le dijiste a Iruka?

—No tengo que reportarle todo lo que hago… Sí, ya le dije —contestó el espantapájaros entre dientes ante la mirada burlona de su amigo—. ¿Estás ocupado?

—La verdad es que, yo…

—Oh, no lo había notado —interrumpió Kakashi sin ceremonia, mirando por encima del hombro de Minato—. Disculpe, mi sensei tiene malos modales. Mucho gusto, soy Kakashi Hatake.

Y extendió su mano en dirección a nuestro fantasma, que estaba atónito, más bien aterrado.

—El gusto es mío, soy Fugaku… —respondió el aludido para no pecar de descortés.

La última sílaba de su nombre se desvaneció como un suspiro tembloroso, porque al estrechar la mano de aquel tipo… pudo sentirlo. La dureza de la piel, la protuberancia de los nudillos, el calor de su palma ligeramente sudada. Kakashi le lanzó una despreocupada sonrisa y volvió a dirigirse a Minato, sin percatarse de la nerviosa entropía transformándose en Fugaku.

—Me iré, no te preocupes. Te llamaré otro día para ver si podemos salir, ¿de acuerdo?

—S-Sí, claro, me gustaría.

—Está bien. Adiós~ —dijo el peliblanco dando media vuelta y bajando por las escaleras.

Minato cerró la puerta lentamente, esforzándose por atravesar esa extraña sensación de histérica alegría que quería apoderarse de él. Si no se controlaba, estallaría en risas en cualquier momento.

Fugaku se había quedado en la misma posición desde que Kakashi lo soltara, mirando su mano como un insensato, peleando contra la incredulidad. Con temor, alzó su rostro y sus ojos se encontraron. Se quedaron inmovilizados, como si estuvieran solos en el espacio.

—¿Sentiste algo? —murmuró uno casi con miedo.

—Sí —susurró el otro con reverencia.

—¿Puedo?

—Adelante.

Temblando un poco por el azote de emociones innumerables, se apoderó de la mano de Fugaku con las suyas, soltando una risa eufórica al instante en que se encontró con una calidez inesperada. Minato, maravillado hasta enmudecer, no se atrevía a recorrer más cuerpo que aquella mano. La llevó a su mejilla y la sostuvo ahí mientras miraba a su dueño, con ojos expectantes.

Le estaba diciendo que lo quería y por fin había comprendido.

Sin reparos, Fugaku fue inclinándose lentamente hacia Minato para alcanzar proximidad, agachándose hasta acortar el último milímetro y besarlo repetidamente en las mejillas. Entonces la voz del rubio se quebró en un jadeo un tanto ronco y colmado de necesidad, extrayendo de cada segundo y de cada roce de piel contra piel, un significado y un valor que nunca había tenido y que nunca volvería a tener.

Gimieron en una melodía digna de admiración cuando sus labios se encontraron por fin.

Fugaku perdió la paciencia. Sin pensarlo muy bien, se movió contra aquella boca, buscando acariciarla con dulzura eterna y con avidez discreta, sin tener una clara idea de cómo hacerlo. Chocó sus narices con torpeza, haciendo que Minato sonriera en el beso. Fugaku se olvidó de todo cuando los brazos de aquel rubio amanecer se enredaron en su cuello y lo atrajeron a su cuerpo. Había una sensualidad inocente en la manera en que los labios de Minato acariciaban los suyos, pero Fugaku tenía todos los nervios de su cuerpo tensos y al rojo vivo. Hasta el más pequeño y suave contacto le provocaba escalofríos que le recorrían por entero, la cordura se le escurría entre los dedos a toda velocidad. No sabía qué hacer con las manos, así que abrazó al otro por la cintura con mucha fuerza, apoyándose en él para seguir de pie. Minato le daba besos exquisitos.

—¿Te gustó? —preguntó el hombre entre sus brazos, con su voz descendiendo perfectamente una octava en un ronroneo.

—E-Ese fue mi primer beso…

—Tiene que ser memorable, lo sé. Por eso quiero saber si te gustó.

Aturdido por las eléctricas sensaciones que lo atacaban desde todas direcciones, se tomó un tiempo para responder. Podía sentir la figura esbelta de Minato junto a la suya y las caricias en su cabello, pudo sentir sus mejillas suaves como una orquídea contra sus labios y pudo admirar un sonrojo sencillamente perfecto adornando su contorno. Sentía la ropa húmeda contra su propio cuerpo, gotas de sudor serpenteando por su espalda debido a que era una noche calurosa. Pero por sobre todo, era imposible dejar de notar dentro de sí un corazón que iba al compás de un tambor de guerra, dando sonoros saltos contra su pecho y reverberando con Minato.

—Amo tus besos. Tengo ganas de volverte a besar y volverme a enamorar de ti…

—Me alegro de escuchar eso, porque si no lo hacías tú lo iba a hacer yo… Me estaba volviendo loco —dijo con una última sonrisa antes de cerrar sus ojos y atacar su boca.

Fugaku, más tarde, concluiría que tal vez, allá en el Concejo Supremo de Fantasmas, lo mantuvieron con vida durante tanto tiempo porque siempre tuvo un profundo arrepentimiento: no había conocido el amor. Y quizás tenían razón, quizás su alma siempre estuvo cautiva de esa cruz. Nunca había conocido el amor hasta que conoció a Minato, hasta que logró reír largo y tendido con él, hasta que descubrió el nombre justo de la vida gracias a él, hasta que se enamoró de él con arrebato y se sintió feliz de saberse prisionero de sus días. Ahora podía hacerle frente a la muerte sin vacilar.

Era muy probable que ahora ya no contara con la inmortalidad y la invisibilidad, pero no le importaba.

Ahora su vida ya no carecía de sentido porque había juntado cuerpo y alma, porque los brazos de Minato estaban ahí para estrecharlo con amor, para ayudarle a comprender el porqué de las heridas, para maravillarse junto a él de que luna todavía fuera luna y para mostrarle el peligro y la aventura, la fuerza y la pasión que son las que sorprenden, lo guían e impulsan a no tener miedo, para empezar a decir siempre y, de ahora en adelante, no volver a decir nunca.

 

 

>>:<< >> FIN << >>:<<

 

 

Notas finales:

(1) - Fugaku es un alias para el Monte Fuji, así que no hubo mucha ciencia en eso ( >.< )


 

En serio espero que disfruten este día, porque celebramos el FugaMina y simplemente porque la vida hay que disfrutarla. Espero que puedan compartir nuestra alegría, que le cuenten a quien quiera escucharles acerca de este día y que se animen a inventar algo lindo para la pareja ( ^^ )

Espero -con fervor entusiasmo- que les haya gustado, o por lo menos que les haya entretenido.

Les diría una despedida dramática y larguísima, pero es obvio que nos veremos de nuevo en otro momento y en otro fanfic, porque a pesar de toda mi ineptitud, con el FugaMina no me rindo ( -.-)9

Les ruego que no abandonen y que sigan teniendo muchos ánimos, para que podamos celebrar los próximos 16 de enero ( :3 )

Solo me queda reitarles mi sincero agradecimiento por posar sus ojos en mi trabajo, y preguntarles:

¿Merezco comentarios? Toda crítica que quieran hacerme será muy bien recibida, se los prometo~

Se despide, esperando que solo sea un hasta pronto, su fantasmagórica y retorcida servidora...

ItaDei_SasuNaru fan


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