Comenzando por el final
PROLOGO
Roronoa Zoro intentaba dormir la siesta, las dos horas extras en el trabajo habían agotado sus energías. Para su desdicha tardo otra hora más en llegar a su casa. Al parecer las calles de la cuidad disfrutaban moviéndose de sitio, no es que él se hubiera perdido. Una buena siesta era lo único que le apetecía, pero a juzgar por los gritos de dos personas no sería posible.
- Marimo, levanta.
Gruñó en respuesta a la voz que lo llamaba, en un vano intento de seguir durmiendo.
- Levanta, te toca entrenamiento – a la vez que hablaba una mano se posaba en su mejilla y unos labios lentamente se apoderaban de su boca.
Correspondió gustoso al beso con sabor a tabaco y especias marinas girando su cuerpo para pasar un brazo por la espalda de su pareja y atraerle más hacia sí mientras la mano en su mejilla ahora busca hueco en su cuello. Sanji sonrió en medio del beso siéndose vencedor al ver como Zoro se espabilaba aun sin ganas por romper el contacto.
- Papá, ¿si yo te doy un beso así también te despiertas? – una voz infantil junto a unas risas detuvo el beso de la pareja. Frente a ellos un niño de cinco años observaba travieso.
- ¿Acaso quieres un beso mío enano? – dijo Zoro soltando una carcajada al ver la expresión de asco del más pequeño – Ve subiendo a la sala de entrenamiento, ahora mismo voy.
- Vale – contestó el niño girando sobre sí mismo en dirección al pasillo – pero no te pierdas.
Esta vez la carcajada la soltó Sanji a la vez que Zoro maldecía en voz baja.
- ¿De qué te ríes, cocinero de cuarta?
- De ti alga desubicada, hasta tu hijo sabe que no tienes sentido de la orientación.
- Maldito niño de demonio – se levantó del sofá, recordando que el niño le espera – Me voy a entrenar con él.
- Preparare mientras la merienda.
- Cocinero, hazme onigiris se me ha olvidado comer en el trabajo.
- Está bien – suspiró – maldito musgo olvidadizo.
Zoro asintió. Preguntándose cuál era el camino a la sala, no quería admitirlo pero los dos tenían razón. De no ser las flechas pintadas en el suelo se pasaría el día dando vueltas por su propia casa. Sintió los brazos de Sanji rodeando suave desde atrás al tiempo que giraba su cuerpo en la dirección que debía tomar. Zoro sonrió, no había nadie que le entendiera mejor que el cocinero.
Sanji depositó un beso en su mejilla antes de soltarle. Sabía que su orgullo le impedía darle las gracias. Caminó siguiendo las fechas amarillas rumbo a la cocina, sabiendo que el Marimo hacía lo propio por las verdes. Rió internamente ante lo estúpido que sonaba tener fechas en su casa como si fuera una ruta en medio de la montaña. Así era su pareja, dormilón y desorientado, pensó mirando el anillo de su mano derecha, aquel con quien pasaría el resto de su vida.
Llegó a la cocina, encendió un cigarro y se dispuso a sacar todo lo necesario para preparar onigiris.