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"Déjalo libre" por Lucyanaliz

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Todo empezó aquella mañana de finales de primavera. 
No sabia si fue su instinto o la nostalgia la que lo llevo a cometer semejante desatino.
 
Su intento de huir a escondidas fue en vano dado que su madre también se servia de las corazonadas. 
 
Desdichado por la incomprensión de sus padres, partió de aquél qué fue su humilde hogar por mas de veinte años. Sin despedidas, sin deseos de buena suerte. Llevándose solo el triste recuerdo de su madre rogando por su cordura con las lagrimas resbalando de sus regordetas mejillas, desesperada ante la perdida de otros, dos miembros, en su familia. 
 
Los sollozos desconsolados de esa pobre madre rebotaban por las cuatro paredes de aquella vieja cocina. 
 
Sus otros cuatro hijos ignorando la amargura que embargaba a su progenitora y, entregados por igual a los labores de sus respectivos trabajos.
 
Mientras el esposo, en silencio, acompañaba el sufrimiento de su amada. Sintiendo los vestigios del tiempo golpear con insistencia su pecho.
    Sin poder dejar de observar aquella puerta entreabierta; Indignado por el cruel latigazo que nuevamente les daba la vida.
 
 
 
 
Para cuándo llegó el atardecer ,ya, casi no sentía su cuerpo, sus pies parecían invisibles y el vértigo de volar sobre el lomo de aquella bestia domada por su hermano, lo estaban matando.
 
 El viaje en dragón no era muy recomendable para el pequeño bulto que llevaba en sus brazos. Luego de descansar unos minutos en el bosque y alimentar a la pequeña; temiendo en todo momento, qué enfermara por el viaje.
 
Arropó a la niña y se subió a lomos de Bonzo para alejarse por siempre de aquel lugar al que no regresaría jamás.
 
Luego de un par de horas y gracias a una nidada de dragones a la distancia qué buscaron pelea con bonzo pensando que era un intruso. Tubo que seguir a pie con la pequeña escondida en su pecho.
 
Se acomodo la mochila de cuero marrón en el que traía un par de cambios de ropa, una caja de madera, un mapa, comida instantánea y junto a su brújula, algo de dinero, para los gastos de su largo viaje.
 
Como reliquia sentimental de su pasado, traía su barita separando las hojas de un viejo libro, todo amarillento, escondiendo una carta que se encargaría de proteger con su vida hasta entregarla a quien pertenecía. 
 
Su ceño se frunció al sentir el dolor del peso, de aquella mochila, en su hombro herido y a regañadientes, prosiguió, sabiendo qué no podía volver atrás.
 
Al oscurecer llego a Hogwarts sabiendo que allí encontraría una mano amiga.
 
Y no se equivoco.
 
Dos días después, estaba subiéndose al tren sujetando y cuidando a la pequeña figurilla en sus brazos, tapándola con el cariño qué solo mostraría una madre . La fina manta rosada ocultaba su presencia y, la escudaba de los fuertes vientos de la noche para qué no alteraran su descanso.
 
Se persigno buscando la protección divina de la que tanto le hablaban los Muggle. Negándose a pensar en la posibilidad de olvidarse de está loca ocurrencia que había surgido en él. No iba a dejarse convencer por su antiguo maestro. Tenían que entender qué el estaba decidido y, con el objetivo latente tanto en su mente como en su corazón. 
 
No había tiempo ni lugar para las dudas él había echo una promesa y la cumpliría. Sea como sea. Sin importar lo qué tendría que dejar atrás para conseguirlo.
 
Una vez llego a la estación atravesó esa pared que tantas veces uso su mejor amigo, para llegar a ellos. Pero que irónica era la vida ahora era al revés. 
 
Sintió por primera vez el miedo de lastimar a la pequeña en el traspaso de su mundo al otro. Pero qué tonto era. «Son los miedos en los padres primerizos» Pensó, recordando aquel articulo qué había leído en los libros qué la esposa de Hagrid le presto con mucho entusiasmo, al conocer a la pequeña qué con una sonrisa, se gano el corazón de aquella extraña pareja, con facilidad.
 
 
Negándose a seguir pensando en ello, intento disimular sus nervios al encontrarse en aquel extraño lugar. Tenia que sentirse y verse seguro, para mantener a salvo a la pequeña.
 
Prosiguió su camino asegurándose de sostener correctamente el bolso colgando en su brazo izquierdo.
La pequeña niña dormía placidamente en los calidos brazos de aquel pelirrojo. Seguramente sabiéndose protegida y cuidada, como lo mas preciado del mundo, para aquellos ojos azules qué la habían visto nacer.
 
El viaje fue intenso. Pero al fin lo había conseguido. 
Estaba en tierra Muggle y muy pronto volvería a verlo.
 
-Prepárate dulce,- sonrío y beso la frente de la pequeña que abría despacio sus ojitos, devolviéndole la sonrisa qué se enmarcaba por sus lindos hoyuelos.
 
Era preciosa, tranquila y tan encantadora que daban ganas de desparramarle besos, por esos hermosos cachetitos rechonchos.-, al fin vas a conocer a tu papi, cielo.

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