Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Feuer por BlackBaccarat

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Va a ser el primer fic que suba del DIK este año. Fu.

En verdad es un fic de San Valentín pero decidí atrasarlo para que pudiese entrar en el desafío. De cualquier forma, la fecha en que se suba es bastante irrelevante.

Creo que quedó bonito, y bastante real. Supongo que a Yume le gustará, o eso espero. (?)

Llevo un par de meses (creo) sin subir un solo fic y estoy algo nervioso, pero en fin, espero que disfrutéis leyendo. No puede haver quedado tan raro... ¿o sí?

           Los días duros suelen suceder cuando menos lo esperas. Es irrisorio, pero no se puede controlar el mundo ni lo que sucede en él. Estuve tentado a rendirme muchas veces y, sin embargo, seguí allí mientras opinaba que mientras se pudiese cambiar algo, mientras quedase un ápice, aunque pequeño, de esperanza, debía seguir intentándolo. Ya caí y me redimí suficiente. Tras levantarme, solo pensaba que las cosas debían ser cambiadas. Solo podía pensar en eso.

           He sido y fui el demonio que no sabía cuándo callarse, quien malinterpretó cosas y se hundió en un extraño bucle sin fin. Aun así, incluso sabiendo que había una probabilidad más que alta de meter la pata y no poder remediarlo nunca más, decidí dar el paso. Incluso si a ciegas y desorientado no sabía demasiado bien si estaba acercándome al precipicio o alejándome de él.

                      

           Se había hecho tarde y el sol ya se había marchado cuando terminamos la reunión de la banda ese día. Como siempre, a pesar del cansancio, tanto Reita como Aoi aún tenían energía para seguir haciendo el tonto. Uruha dormitaba y Kai sólo recogía mientras yo buscaba dentro de mí un valor que no lograba hallar para levantarme y ser sincero.

           El primero en abandonar la sala fue el primer guitarrista, y mientras yo me obligaba a levantarme para fingir al menos que cogía mis cosas con intención de irme, Reita y Aoi también se fueron y entonces obtuve ese momento a solas que deseaba con el líder.

           Respiré hondo y recé con la esperanza de que eso me ayudase a no meter la pata aquella vez.

           —Oye Kai, ¿te importa si te acompaño a casa? —comenté desinteresado mientras siquiera me molestaba en mirarle, al tiempo que cogía mi bolsa de encima del sillón. No quería que pensase que estaba poniendo demasiadas esperanzas en aquello; pero, conociéndole, probablemente ni siendo explícito ese cabeza hueca se hubiese dado cuenta de lo que quería.

           Él me miró entonces con cierta curiosidad, con una expresión ingenua que ocultaba demasiado bien la bestia que podía llegar a ser ese hombre. Una sonrisa que coqueta resaltaba sus hoyuelos y le hacía ver como un ángel que ciertamente no era. Si alguien se preguntase por qué tanto juego y tantos intentos por llamar su atención si mi opinión respecto a Kai era esa, la de un lobo vestido de cordero, le contestaría que lo olvidase, que yo me pregunto exactamente lo mismo.

           —¿Qué pasa? —rió tras haberse acercado lo suficiente a mí como para alterarme, a pesar que posiblemente no se dio ni cuenta de mi nerviosismo—, ¿no te hace gracia la idea de pasar San Valentín solo? Es solo un día más, no le des tanta importancia.

           Boqueé como un maldito idiota. No era por eso, ¡claro que no era por eso! Estuve a punto, muy a punto, de estamparle mi bolso en la cara por ser tan jodidamente imbécil. Incluso a día de hoy me arrepiento de no haberlo hecho. No era justo; no era justo que estuviese intentando tantear el terreno para tener una cita con él y que él creyese que pensaba en él como en un parche para aliviar mi soledad.

           —No es eso —respondí con brusquedad—, no es por San Valentín. Pedazo de idiota. Bien, decidido; te acompaño a casa

           —Pero…

           —No es discutible —espeté con vehemencia. Yo podría tener cara de ser un angelito pero tampoco era ningún santo, y cabreado… todavía menos.

           Su reacción fue la de titubear. Parecía que pasaban los años y no se acostumbraba a mi carácter. Probablemente no me equivoqué al decir que éramos y seguimos siendo dos pobres idiotas. Le quería, no podía negarlo; cada día le quería más. Sin embargo, era tan obvio que sin esfuerzo lograba sacarme de quicio, que esa idiotez que yo también poseía me sacaba de quicio, que a veces sentía que más que quererle le odiaba con toda mi alma. Lo feo del asunto es que le odiaba porque le quería tanto que sabía que no podría olvidarle fácilmente, siquiera si me lo planteaba seriamente y eso era duro. Aquella tarde de febrero me arriesgaba a perderlo todo sólo para poder plantearme siquiera olvidar a esa persona que se había colado en mi vida sin permiso y que en esos instantes no deseaba que saliese de ella. Quería que me rechazase, que me hiciese daño, que me hiciese llorar. Quería estar tan enfadado como para odiarle de verdad, odiarle tanto como para ser capaz de olvidarme de unos sentimientos que me perseguían desde hacía demasiado tiempo y que no deseaba tener. En el fondo sólo deseaba que me correspondiese, pero eso no era posible; no podía ser posible.

            

           Estuvimos caminando en silencio hasta la mitad del camino más o menos. Las calles estaban casi desiertas y el clima era menos frío de lo que yo me esperaba. Normalmente Kai no callaba, pero supongo que mi silencio sepulcral desde que salimos del edificio le hizo pensar que era mejor no pronunciar palabra, que sería mejor mantenerse callado. Y yo, sinceramente, no sé hasta qué punto Kai estaba en lo cierto, o estaba errado.

           —Eh, Ruki, ¿pasa algo? ¿Por qué querías acompañarme a casa? —cuestionó de pronto. Yo le miré con sorpresa en ese entonces, mientras una risa estúpida y avergonzada salía de entre mis labios. Él me miraba con una curiosidad insana que no sabría definir, pero me asustaba. Por qué tenía que ser especial. No era justo.

           —No es nada —pronuncié—, solo quería estar contigo un rato.

           Le vi parpadear un par de veces ante mi respuesta. No era probablemente lo que esperaba escuchar de mí y, sin embargo, tras unos primeros segundos de confusión, terminó por reír antes de pasarme el brazo por los hombros y reanudar el paso. Probablemente ni sabía que estaba jugando con fuego y que iba a quemarse de seguir así.

           —Vamos, te invitaré a cenar.

           Fue tan sorpresiva aquella contestación que no pude más que responder con la extrañeza propia de un niño que, incluso malhumorado, ha conseguido lo que desea y no quiere sonreír por orgullo.

           Estábamos el uno frente al otro y era extraño, como si realmente no estuviésemos allí en el mismo lugar. Estaba delante de mí, a mi lado, juntos. Y casi parecía más un sueño.

           Siempre había sido extraño lo nuestro. No podíamos vernos. Realmente no éramos capaces de ver nuestras intenciones, las que uno por el otro profesábamos casi sin motivo. Me hubiese gustado saber el porqué. Era transparente y no podía tocarle, estaba fuera de mi alcance y, al intentarlo, mi mano, mis dedos, sencillamente pasaban a través de él como si realmente nunca hubiese sido para mí. Era doloroso darse cuenta de ello, era doloroso saberlo en el fondo y seguir esforzándose para tratar de olvidarlo. Qué éramos, dónde íbamos. Dónde estábamos. Era cuestión de perspectiva. Seguíamos el mismo camino pero en dimensiones distintas, en planos distintos. Tan cerca y a la vez tan lejos… Deseaba que el mundo se rompiese para encontrar una brecha por la cual pueda acceder a él.

            

           —Espera, ¿dónde vamos? —le pregunté. Habíamos recorrido varias calles que yo conocía y el camino no parecía llevarnos a ningún restaurante. Me extrañó.

           —A mi casa, ¿dónde quieres que vayamos?

           Parpadeé.

           —Pues no lo sé.

           —¿Creías que te invitaría a cenar en un restaurante? —rió—. No, iremos a mi casa, ¿vale? No llevo dinero encima así que… Pero da igual, haré yo la cena de cualquier modo, ¿te está bien?

           Asentí simplemente, luego emprendimos la marcha hacia su casa y el silencio volvió a envolvernos. Lo cierto es que no era incómoda aquella falta de palabras por parte de ambos. Tras haberse disipado la tensión inicial, me sentía a gusto estando junto con él en cualquier circunstancia.

           Kai era una bestia de sonrisa preciosa y pensamientos siempre positivos que contrastaban por completo con lo que era yo. Yo, que tenía un carácter horrible que no buscaba disimular de ninguna manera, y que bajo eso escondía una capa de un ser que frágil y roto no desea quebrarse en más pedazos. Era un pesimista empedernido, era un caprichoso que gustaba de aprovecharse de los demás y en especial de Kai, quien nunca se enfadaba. No conmigo. No importaba cuán horrible fuese lo que llegase a hacer, él solo sonreía. Sin embargo, era erróneo creer que Kai era dulce y atento. Al contrario, era dominante, rudo, terco, malhumorado y, a veces, egoísta. Prefería esa parte de él, sencillamente porque me permitía saber que, al igual que yo, Kai no era perfecto. Quizá me enamoré de él por eso, porque todas sus cosas buenas desaparecían cuando le conocías bien, porque sería capaz de protegerme si se lo pedía, porque me sentía cobijado; pero, por encima de todo eso, porque deseaba conocer esa parte oscura de él, incluso si sabía que una vez dentro no habría salida.

           Quería quemarme; quemarme hasta no ser más que cenizas.

           Era un pensamiento tan horrible que me asqueaba, me hacía sentir débil y masoquista. Qué tenía Kai que me hacía olvidar mis inseguridades hasta el punto de no pensar antes de hacer algo, hasta el punto de ser completamente temerario. Qué tendría Kai.

            

           No me soltó en ningún momento durante el trayecto, al menos no hasta que tuvo que abrir la puerta de su casa y aquel brazo que reposaba sobre mis hombros abandonó dicho lugar. Aun así, yo procuré no moverme de su lado sin saber si eso iba a cambiar algo. Era tan anómalo en mí comportarme de esa manera…

           —Oye, Ruki —me dijo antes de girar la cabeza para mirarme, pero no terminó la frase y nunca llegué a entender del todo el motivo. Una vez sus ojos se clavaron en los míos, calló de pronto.

           No sabía cómo sentirme, pero aquella mirada en parte me estaba intimidando tanto que mi ritmo cardíaco se aceleró. Estábamos muy cerca, más de lo que necesitaba para mantener el control de mis impulsos. Y aquella vez la adrenalina solo me hizo quedarme inmóvil mientras trataba de entender qué buscaba mirándome de esa manera y sin decir nada.

           Fueron segundos largos, muy largos. Nunca supe cuántos. Mas recuerdo perfectamente que una vez abrí la boca para preguntar qué pasaba, sin llegar a escapar ni una sola sílaba de mis labios y antes de percatarme de lo que ocurría, tenía la mano ajena en mi nuca y sus labios contra los míos.

           Así, sin más. Como si me hubiese leído la mente y hubiese hecho justo lo que deseaba que hiciese. Le odié por poder con mi cordura de esa manera, deseé apartarme y golpearle solo por el gusto de maldecirle por haberse contenido tanto tiempo. ¿Cuánto llevábamos jugando al gato y al ratón? Y de repente me besaba sin más, como si pudiese arreglarse todo con un beso, como si eso fuese a hacerme olvidar la de días que en silencio había sufrido por su culpa, la de días que le había odiado y la de veces que había llorado por él.

           Sin embargo y a cambio de todo eso, sencillamente me limité a dejar que mis párpados se cerrasen y a corresponder con rapidez un beso que no tenía pinta de ser dulce y cariñoso, sino más bien desesperado y hambriento.

           Le abracé entonces y me arrastró dentro del apartamento mientras sus labios adoptaban un ritmo más frenético, mientras sus brazos descendían hasta mi cintura y hombros y los míos rodeaban su cuello en un intento desesperado de que no se me escapase ni aunque desease hacerlo.

           Me vi contra la pared de pronto, atrapado entre la misma y su cuerpo. Con rapidez y sin permiso comenzó a desvestirme, aunque yo no tenía intención ninguna de objetar nada al respecto.

            

           Con lentitud y tras haber recuperado el aliento, me encendí un cigarro vestido nada más con una camisa sin abrochar de Kai. No esperaba de ningún modo tener sexo desenfrenado con él aquella tarde, y lo cierto es que en momentos como ese mi humor parecía haber mejorado por momentos. Quizá no era gran cosa, pero yo ya sentía que había ganado la partida.

           —No ha sido buena idea —dijo, y yo dejé escapar el humo del cigarro entre mis labios tras una larga calada.

           —¿Algo que tenga que ver conmigo es buena idea alguna vez? —respondí molesto con una pregunta, quejándome.

           Me había dado la espalda y yo disfrutaba de la vista que me ofrecía, al menos hasta que suspiró y se dio la vuelta antes de acercarse y arrebatarme el cigarrillo de entre los dedos para comenzar a fumar él.

           —Esa sonrisa tuya me está sacando de quicio— me abstuve de responder a eso. En cambio, solté una risa sarcástica y recosté la espalda en la pared que había tras mi cuerpo.

           Por cómo me miró tras aquello, pude jurar que mi reacción le ofendió bastante. Ahí estaba la bestia que yo deseaba despertar desde hacía un buen rato. No debía disfrutar provocándole, pero lo hacía de todas formas, era divertido. Tan divertido como peligroso. Tenía la suerte de saber que había límites que Kai jamás cruzaría, que por muy agresivo que pudiese llegar a ponerse nunca trataría de hacerme daño de ningún modo, no él que siempre procuraba protegerme de todo, no él que me trataba la mayor parte del tiempo de forma paternalista. De todos modos, ese colchón más que hacerme sentir tranquilo, me hacía enfadar. ¿Estaba mal de la cabeza por desear que me chillase, que me tratase como a un igual y no como a un niño pequeño incluso si eso conllevaba que pudiésemos llegar a pelearnos? Se puso de cuclillas delante de mí y estampó una de sus manos en la pared sobre la que me apoyaba, a centímetros de mi rostro. Yo mantuve el gesto altivo.

           »He decidido invitarte a cenar porque parecías deprimido, porque estaba preocupado por ti, pero ahora sonríes como si nada, con esa chulería que tanto me molesta.

           —¿Es que quieres saber por qué sonrío? —espeté con vehemencia.

           —No, eso ya lo sé. Si sonríes como un idiota prepotente es porque has conseguido lo que querías.

           Con gestos bruscos, tras haber dicho aquello se levantó y volvió a darme la espalda. Aquella vez yo le seguí.

           —Kai, sé que tienes mala memoria pero esto ya es para matarte. Me has besado tú, me has desnudado tú, hemos terminado acostándonos en el suelo de tu salón porque tú querías. Así que no digas tonterías como que «he conseguido lo que quería». No. Tú has conseguido lo que querías —se dio la vuelta entonces, y yo arqueé una ceja mientras me cruzaba de brazos.

           —No te hagas el tonto, contabas con ello.

           —¿Con que aún sintieses algo por mí? —me reí—. Ojalá.

           »El año pasado pasé un San Valentín horrible porque me habías dejado días antes, después de tres años seguidos compartiendo esa fecha, tuve que pasarla solo. Ha pasado un año, no quería volver a sentirme así. Si sonrío como un idiota es porque quería volver contigo, y me has demostrado que tú tampoco te has olvidado de mí.

           —No vamos a volver —rotundo, sin opción a duda. Pero más que romperme por dentro, lo que consiguió fue hacerme enfadar.

           —No admitiré un no por respuesta.

           —Es una lástima.

           Todos necesitamos algo alguna vez, en algún momento. Yo necesitaba a Kai. No para siempre, por supuesto, pero le necesitaba en ese preciso instante. No se trataba, tampoco, de una cuestión de vida o muerte pero, como ya dije, soy caprichoso y me molesta no poder acceder a aquello que deseo en el momento en que lo deseo. Estaba en una situación complicada. Quería ser rechazado por él para olvidarle, pero, en cambio, en esos momentos precisos estaba más seguro que nunca de que el líder sentía por mí lo mismo que yo por él, y no me atrevía a dejarle escapar con esa idea en la cabeza. Quería agarrarme a ese clavo ardiendo incluso si no podía soltarlo cuando fuese demasiado tarde.

           —Kai —largué antes de sujetarle el brazo—, tú sabes mejor que nadie lo que me cuesta abrirme y decir lo que siento, no puedes hacerme esto, no ahora.

           —¿Por qué? —respondió, mirándome—, ¿por qué tengo que hacerme responsable de tu forma de ser? No es culpa mía.

           —No he dicho que lo sea, sencillamente no quiero sentirme como un idiota, no quiero pensar que he hecho el ridículo y, encima, en vano.

           Me empujó, con rudeza, consiguiendo que me separase de él y por golpe retrocediese sin remedio. Él también se alejó: dos o tres pasos hacia atrás, hasta que nos separaron dos metros, quizá algo menos. Suspiré con resignación.

           —Eres muy celoso, Takanori —directo al corazón, metiendo los dedos en la llaga. Ese comentario había dolido porque no le faltaba razón y, por si eso no fuese suficiente, encima me había llamado por mi nombre y con rudeza—. No puedo estar con alguien como tú. Te quiero, y lo intentamos, pero no salió bien.

           —¡Estuvimos saliendo dos años y medio! ¡No hables de lo nuestro como si hubiese sido solo un maldito experimento!

           —¡Sólo he dicho que sabíamos que saldría mal!

           —No debiste aceptar en primer lugar entonces.

           —¡Yo no sé decirte que no!

           —¡Lo estás haciendo ahora!

           No supe en qué momento nos habíamos enzarzado en una discusión, ni si realmente nos llevaba a ninguna parte, pero recuerdo que me fui enfadando poco a poco y que terminé estallando sin motivo. Me estaba doliendo; ya no la forma en que me estaba hablando, sino lo que decía. Por qué pensaba así, por qué. Quería entender sus motivos, quería que dejase de jugar conmigo; en cambio, solo recibía mensajes que me hacían entender que había sobrestimando los sentimientos de aquel por mí. Y dolía.

           —Soporté mucho por ti porque te quería, Ruki, muchísimo, y te quiero ahora casi de la misma forma, pero no puede ser. ¡No puede ser! Es imposible, ¡no quiero volver a entrar en un bucle de estas dimensiones! ¡Había conseguido olvidarte, joder!

           —¡Puedo cambiar! —qué frase tan típica. Pero ¿qué más podía decir? Me estaba desesperando.

           —No, no puedes.

           —¿Y tú cómo lo sabes?

           —¡Porque te conozco, maldita sea! ¡Debo ser la única maldita persona en el mundo que sabe ver a través de ti! No puedes dejar de ser celoso porque te da miedo todo, porque no te fías de nadie. ¡Ni siquiera te fiabas de mí!

           Aquel comentario me hirió más de lo que estaba dispuesto mi subconsciente a soportar. Así, sin darme cuenta, en un impulso, le había tirado una botella de agua a la cabeza, lo único que mi mano fue capaz de alcanzar. No pudo esquivarla y yo me pregunté seriamente qué hubiese ocurrido si lo que hubiese llegado a coger hubiese sido algo más pesado.

           —¡Tú no sabes nada de mí! —largué con vehemencia, enfadado. Y no era el único en la sala que parecía estarlo. Aquel objeto que había impactado contra él parecía haberle hecho enfadar más de la cuenta y, incluso si no me arrepentí al instante de lanzarlo, sí lo hice poco después.

           Enfadado, se aproximó a toda prisa hasta mí y, por primera vez después de tantos años siendo compañeros, amigos y más tarde pareja, sentí miedo de él. Una vez le tuve delante amenazando con golpearme en represalia, yo cerré los ojos y dejé de respirar esperando esa bofetada que, por qué no, quizá merecía.

            

           —¿Por qué estamos peleándonos?

           Aquella pregunta de parte del contrario me confundió. Yo seguía con los ojos cerrados cuando pronunció esas palabras y esperando por un golpe que jamás alcanzó a llegar entonces, por lo que, además de sorprenderme, no pude evitar abrir los párpados y alzar la mirada hasta Kai.

           —¿Qué? —parpadeé.

           —Estoy cansado de todo esto, Ruki.

           No pude más que suspirar con resignación. Al fin y al cabo, quien había provocado una situación como aquella, había sido yo.

           —Yo no quería pelear contigo, quería arreglar esto.

           —No sé por qué siempre que tratas de arreglar algo, lo rompes más —suspiró, y yo me mordí los labios—. Había perdido toda la esperanza contigo, ¿vale? Quería creer que todo había pasado ya, que podríamos empezar de nuevo por separado. Me estás haciendo esto muy difícil…

           Contra todos mis pronósticos, lo primero que pude observar en su rostro tras que aquellas palabras saliesen de entre sus labios, fue una fina lágrima casi imperceptible paseándose por una de sus mejillas.

           Deslicé la mano hacia él casi por inercia, buscando secarla, pero el baterista no sólo me apartó, además se dio la vuelta para que no pudiese verle la cara. Era orgulloso; Kai siempre había sido orgulloso, por eso no me sorprendió nada que evitase a toda costa que le viese llorar, pero eso no cambiaba en mucho el hecho de que sabía que lo hacía, que había estallado antes que yo y por mi culpa.

           —Te echo de menos —confesé.

           —Yo a ti también —contestó Kai—. Lo que hace esto todavía menos justo.

           —Por una vez, podrías simplemente tomar el camino fácil y dejar que el resto se decida más adelante.

           A pasos lentos, me acerqué por la espalda y le abracé, apoyando mi mejilla entonces sobre contra su hombro y cerrando los ojos.

           —Vete de mi casa… —murmuró—. Por favor.

           —No mientras sigas llorando.

           —Yo no estoy llorando.

           Cómo se podía ser tan descarado mintiendo. Debía tomarme por idiota si pensaba que me tragaría algo como eso.

           Reí.

           —No seas mentiroso.

           —No miento.

           —¿Ah no? ¿Entonces por qué no me dejas verte la cara?

           Me separé un poco, y entonces él se dio la vuelta, enseñándome sus ojos algo enrojecidos por las lágrimas y su cara empapada. Y solté una carcajada mientras le abrazaba, aquella vez de frente, rodeándole con mis brazos a la altura de los riñones, quizá algo más arriba.

           —Debo tener un aspecto horrible.

           —Lo tienes —respondí sin tapujos mientras todavía reía—. Y aun así me gusta cómo te ves.

           —Eso es porque eres un idiota.

           —Mira quién fue a hablar.

                       Suspiré mientras nos mecíamos los dos como tontos, sin dejar de mirarnos, solo separándonos la diferencia de altura que había entre los dos.

           —El bucle está abierto, Kai —dije—. Sea lo que sea lo que debiésemos hacer juntos, las expectativas que teníamos de nuestra relación… nada de eso concluyó. Tenemos cosas pendientes.

           »Es mutuo, ¿sabes? Los dos albergamos la sensación que nos falta algo, que podríamos haber hecho más, que todavía existe la posibilidad de poder estar juntos, o que deberíamos intentarlo porque puede haber una salida que, incluso si no podemos ver, sigue estando ahí, en algún lugar esperando a ser descubierta por los dos. Por eso no has podido olvidarme, por eso yo sigo aquí, suplicando que vuelvas, exponiéndome y sintiéndome vulnerable a pesar de que sabes lo mucho que detesto eso…

           »No digo que lo nuestro vaya a ser para siempre, sólo digo que ahora mismo es lo único a lo que nos estamos agarrando… como si no hubiese nada bajo nuestros pies y fuésemos a caer de soltarlo, de dejar ir ese resquicio de esperanza que nos dice que podría haber algo más que todavía no hemos intentado, algo que podría salvarnos… No podemos rendirnos, Kai, no podemos.

           Tras un suspiro, correspondió a mi abrazo y dejamos de movernos, mirándonos a los ojos sin saber muy bien qué podíamos o no podíamos hacer.

           —Siempre has sido muy convincente —comentó con toda la razón del mundo. Yo sonreí, y creyendo que ya había ganado, me alcé un poco colocándome de puntillas en busca de un beso, pero él sencillamente alzó su mandíbula impidiéndome alcanzarle.

           Le golpeé en represalia, y él rió un tanto, burlándose de mí.

           —¡No hagas eso! No llego.

           Como un niño, inflé mis mejillas con aire; provocando que fijase la vista en mí de nuevo y suspirase al verme. Sabía que le encantaba cuando hacía eso. La sonrisa que se dibujaba en ese preciso momento en los labios de Kai evidenciaba que no me equivocaba de ninguna de las maneras.

           —Sigue siendo que no.

           —¿Por qué? —pregunté con resignación.

           —Porque sigues siendo imposible, por muchas palabras bonitas que salgan de esa preciosa boca tuya.

           —Gracias.

           —No era un halago, pequeñín —le golpeé otra vez. Siquiera a Kai le iba a permitir que se burlase de mí por mi altura—. Vale, lo siento —rió.

           —Repito que puedo cambiar.

           —Lo dudo mucho.

           —No es justo que no me dejes siquiera intentarlo. No sería la primera vez que consigo sorprenderte…

           Se separó de mí entonces, acercándose hasta el sofá, donde se dejó caer.

           Yo me aproximé sin terminar de entender en ese momento qué podía esperar de él. Nunca había sido bueno con los sentimientos de las personas. Quizá porque me fijaba demasiado en mí e ignoraba todo lo que me rodeaba, quizá porque para cuando quise darme cuenta de que eso sucedía ya había perdido esa facultad que me permitía sentir empatía hacia los demás.

           O quizá, sencillamente,  esa aptitud mía nunca estuvo allí.

           —¿Entonces? —cuestioné—, ¿eso es un sí?

           —Eso es un «lo consultaré con la almohada».

           Sólo un «oh» salió de mis labios con esa respuesta a mi pregunta. Era más de lo que esperaba obtener después de habernos chillado, de haber estado a punto de ser golpeado por él y después de, casi, haber perdido toda certidumbre que me restaba. Al menos, en instantes como esos podía suspirar con tranquilidad y, a pesar que sería una noche larga, todavía podía cruzar los dedos y rezar porque mis palabras bonitas como las había definido Kai, sirviesen para algo aparte de ilusionarme sin más.

           Me quité la camisa de Kai y la dejé caer sobre su pecho, mientras comenzaba a vestirme con la intención de marcharme, a lo que el baterista se incorporó y me miró, aunque no terminé de entender por qué prestaba tanta atención a mis gestos. Comenzaba a sentirme algo intimidado, a pesar de que algo me decía que no era lujuria ni mucho menos lo que mostraba la cara de Kai, sino más bien sorpresa.

           —¿Es que te vas a ir? —preguntó mientras terminaba de colocarme los pantalones, levantándose tras ello y dirigiéndose a la cocina, mientras yo le seguía con la mirada.

           —Sí, claro —murmuré no muy seguro de mis palabras.

           —Voy a invitarte a desayunar, no puedes irte.

           No me vi la cara en ese momento (y menos mal), pero apostaría que me sonrojé entero. ¿Qué significaba eso de que me invitaría a desayunar? ¡Eran cerca de las nueve de la noche! La única idea que me pasaba por la cabeza que hacía coherente ese comentario en dicho contexto, era tan inaudito que no podía ser posible.

           —Será a cenar.

           —Las dos cosas —respondió con una de sus sonrisas. Mi cara debía de ser un verdadero cuadro.

           ¿Por qué Kai era tan imprevisible? Nunca podría entenderle y probablemente ese era su mayor encanto para mí. Qué forma tan dulce y extraña de pedirme que durmiese allí.  No quería hacerme esperanzas porque había dejado muy claro que hasta la mañana no tendría una respuesta. No obstante, eso inclinaba más la balanza hacia el sí que hacia el no, ¿cierto? En cualquier caso, incluso si recibía un no por respuesta; podría sustituir mis recuerdos de un desastroso San Valentín de 2014 por uno mucho más dulce. Y acalorado, por qué no.

           ¿Era posible que fuésemos llegar a alguna parte? ¿Que avanzásemos más allá de donde lo habíamos dejado la última vez?

           Las segundas oportunidades son peligrosas.

           Cuando quieres mucho a alguien, cuando deseas volver con esa persona con todas tus fuerzas, las cosas malas se disipan y parece que todo fue estupendo y no comprendes de ninguna forma por qué todo acabó, pero existe un motivo, y quizá ese motivo era algo tan gordo para ti o para la otra persona que era imposible de arreglar. Sea como sea, es difícil ser objetivo en tal situación.

           Sin embargo, lo único cierto es que si no juegas y te arriesgas, es imposible que pierdas; pero también es imposible que ganes.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).