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Ascenso por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Habeis de saber que las turras academicas son lentas, lentas, progresando en sus romances. Si se los deja solos en un hotel se ponen a ver documentales.

Notas del capitulo:

Cualquier parecido con la realidad no es mera cohincidencia, pero os reto a que lo demostreis ante un tribunal! muajajaja!

Luchaba contra la sensación de los ojos llenándosele de lágrimas. En medio de las tazas que se alzaban para brindar por su promoción sus ojos se encontraron, y el no pudo esconderlo a tiempo. Los bajó y los veló, uniéndose a una entusiasta porra que no era para nada su personalidad.

Cuando finalmente pudo controlarse sintió como un golpe en el pecho al ver que los ojos del director no se habían apartado de él, ni se les había borrado la preocupación que les había causado.

Era un egoísta por sentirse así, triste y abatido cuando Miguel Ángel acababa de lograr una de las mejores promociones posibles, de director de la facultad  secretario general de la universidad. Iba a extrañarlo tanto. La dirección de la facultad de Química no sería lo mismo sin él.

-Rikard – por fin había podido escapar de las felicitaciones - ¡Oh Rikard! – lo miraba con profundo afecto – Vamos a tener que darte una comisión o algo que te haga ir mucho a la dirección general.

Cogió su mano. En realidad lo hizo, cogió su mano enfrente de tanta gente. No un amistoso apretón. Tomó su mano y la sostuvo, como si quisiera hacerlo para siempre.

-Director, estoy seguro que se desempeñara maravillosamente en su nuevo cargo.

Se le había quebrado la voz y estaba entrando en pánico de nuevo, como cuando oyó por primera vez la noticia del ascenso. Iban a notarlo, esas personas iban a notarlo, y tal vez el mismísimo director, de que lo suyo, lo que sentían… porque estaba seguro que era recíproco.

Había tardado años, pero ahora estaba seguro. Había tanta pena en los ojos de Miguel Ángel como en el espejo más temprano.

-¡Ya llegaron las tortas!

Benditas tortas que rompieron la magia del momento, o quien sabe qué habría pasado ahí. Rikard estaba tan turbado que ni siquiera lamentó la falta de cubiertos para comer las tortas.

 

Miguel Ángel lo buscaba y el trataba de eludirlo. No quería arruinarle el momento con su pena, no quería seguir viéndolo. Una parte, una parte que jamás creyó tan irracional, lo culpaba por no rechazar el cargo, por permitir que los separaran.

Aunque, de todos modos, no iban a ningún lado.

Las tortas y los refrescos se terminaron, quedaron de ir más tarde por unas copas, para brindar como era debido, pero él se sentía tan angustiado que no sabía si necesitaría más una bolsa de papel que una copa.

 

***

 

-¡Rikard! Basta ya de eludirme.

Miguel Ángel lo había acorralado en la pequeña habitación donde guardaban los reactivos. ¿Cómo pudo ser tan tonto de olvidar que aquella puerta era un callejón sin salida? Conocía los laboratorios zeta desde su infancia, o casi, cuando él no sabía calcular la entalpía de un proceso y el director era profesor de termodinámica uno.

Su profesor de termodinámica uno.

Las piernas le temblaron al sentirlo tan cerca. Nada había cambiado, el seguía siendo inexperto, nervioso, y Miguel Ángel un océano de competencia y habilidad. Sus fuertes manos, esas que había visto aforar como nadie, se cerraron sobre su cintura, sosteniéndolo. ¡Oh! ¡Si pudiera permanecer así para siempre!

-¿Estás enojado? – sus ojos resaltaban en la penumbra.

Negó con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra. El director lo urgió.

-Es que estoy triste. – confesó con una vocecita tan débil que jamás se habría creído capaz de emitir.

Y entonces lo besó. El director, Miguel Ángel, lo besó, y él sólo pudo quedarse ahí como un tonto, siendo besado por el director, sin saber que hacer o creerse que estaba pasando. Su total pasmo fue malinterpretado por el director.

-Rikard, perdóname, soy un bárbaro, soy un… todo lo que estaba escrito en aquellas mantas.

Ricardo respingó en indignación.

-Esas mantas estaban llenas de… infames calumnias.

Eran de las palabras más fuertes que habían salido de labios tan delicados. Miguel Ángel sintió deseos de recorrérselos con el pulgar, pero solo se atrevió a rozar su barbilla.

-Rikard.

-Mande.

-Te he besado. – sus ojos brillaban con la esperanza de no abrirse y descubrir que todo había sido un sueño – Y no has corrido.

-Es verdad.

Sus corazones latían tan fuerte que podían oír uno el del otro. Era el momento de atreverse, de osar, de que Miguel Ángel terminara de saltar al vacío en la persecución de su amor.

-¿Por qué? – inició el movimiento de adelantar cabeza.

Pero su pastelito danés estaba al borde de las lágrimas. O acababa de decepcionar su confianza de un modo espantoso, de destruir como un monstruo el respeto que sentía por él, o estaba a punto de ser correspondido.

Ya no había vuelta atrás, era el momento de tener valor y decir lo que era necesario decir. Pero la humedad había desaparecido de su boca.

-Rikard, te quiero.

El tono grave, intenso, con que fueron pronunciadas las palabras hicieron al pastelito temblar tanto que tuvo que abrazarse del torso del director. El director tomó lo que deseaba tanto que fuera y lo besó de nuevo. Los labios temblorosos de Rikard eran la superficie más suave con la que había tenido contacto. Hasta ahora.

Rikard soltó sus inhibiciones en un supremo exfuerzo de amor, entreabrió los labios, acarició el costado firme del director, asomó su lengüita tímida, que pronto fue tocada, sometida, acariciada. Su boca invadida por la lengua del director y él ahí a punto de desmayarse.

Miguel Ángel dejó de besarlo pues temió que le diera un ataque. Moderó la firmeza con que tocaba su estrecha cintura. Lucía tan frágil, tan devastado por su partida.

-Richard, si hubiera sabido, si…

Pero el pastelito llevó un dedo a sus labios. No podía creer que estuviera irguiendo el cuello y ofreciendo los labios. Penoso, sumiso, pero decidido en su entrega. La sangre le bulló al pensar en la palabra. Entrega, su pastelito… ni siquiera se permitía fantasear con ello tanto como deseaba. Y ahora que parecía que iba a ocurrir lo asaltaban las vergonzosas cuestiones técnicas que un hombre de menor edad no tendría.

¿Podría satisfacer a Rikard? Estaba duro, con lo que su principal temor estaba fuera. Pero nunca le había hecho el amor a un hombre, ni… ni… ni Ricardo tampoco.

Debía tranquilizarse, o iba a acabar en sus pantalones como un hombre demasiado joven.

Afianzó una mano en la delicada curva entre su espalda y su trasero y lo atrajo a sí. El jadeíto de Rikard le robó el aliento. Pero lo que puso sobre sus labios fueron sus dedos, como tantas veces había deseado hacerlo.

Rikard ladeó la cabecita y sus miradas se encontraron. Como si se hubieran puesto de acuerdo (en realidad se habían puesto, hacía mucho tiempo) ambos iniciaron el movimiento para acercar sus rostros a la vez. Rikard rozó primero, pero el director fue quien tomó posesión de su boca. Sus manos estaban por su espalda, bajo su saco, y ambos estaban besándose como colegiales en el gabinete de los reactivos. Había cosas peligrosas ahí, pero ninguna como la dulzura de su pastelito danés.

Estaba mostrándose más apasionado de lo que creía, cooperativo y deseoso como él de manifestar físicamente su amor. Estaba bien duro, frotándose contra él, y contra de lo que había pensado, no le resultaba inquietante en absoluto. Extraño, sí, pero de un extraño que le hacía cosquillear la piel.

Los besos habían subido de tono, lo mismo que las caricias. Sus manos ya estaban sobre las pompas del pastelito, apreciado esas suaves, perfectas curvas que nadie sabía que poseía. Se las apretó y Rikard soltó un ruidito. Su mirada se volvió más turbia, se veló con sus pestañas y hundió el rostro en su cuello, avergonzado.

El porqué lo sorprendió un segundo después, al sentir la delicada mano de su pastelito sobando su paquete. Su miembro se electrizó al contacto y podría jurar que había expulsado un chorrito. Rikard lo sobó, imitando el movimiento de su mano con su nariz en su cuello, hundiéndose, embebiéndose del aroma del director, de su textura. Sintiendo que jamás podría volver a verlo a la cara bajó su cierre y coló la mano por su bragueta, tocando el pene con una capa menos de ropa.

Los jadeos del director lo hacían derretirse, y para que no fuera a decir nada lo sobaba con más ahínco, saboreándolo. Se rindió a la tentación de sentir la polla al natural, la deliciosa polla del director. Gimió en su oído y el director habló:

-Rikard…

Pero él se remolineó y lo masajeó más intensamente para que no dijera nada. Que no arruinara el momento. Si tan solo pudiera verlo, pensó, pero no ingeniaba como soltarle el botón sin dejar de hacer lo que estaba haciendo. No quería despegar la otra mano de su espalda: podía irse.

-Rikaard… - su nombre, dicho así, era para robar el aliento, pero el pastelito, absorbido por sus propias preocupaciones, no lo apreció en toda su magnitud.

-No digas nada. – le pidió en un susurro tan bajo que temió no haber sido oído. Pero Miguel Ángel dejo de articular para solo jadear.

Si Rikard sólo quería hacer eso estaba bien, él no era quién para pedirle que le diera lo otro, que se le entregara, por más que lo deseara. Masajeó sus pompas, sus deliciosas pompas, y se rindió a lo que le hacía con su mano.

Era suave y delicada, y aunque se movía más lento y apretaba menos de lo que creía que deseaba, lo enloquecía. Era Rikard, lo sentía, lo olía… lo lamía. Todo el latera de su rostro, acabando en su orejita. Sus caderas empujaron instintivamente y Rikard masturbó con más ahínco, su piel ardiendo de vergüenza y excitación. Iba a hacer acabar al director, acabar en su mano, y luego iba a lamerlo como en las películas porno aunque se muriera de vergüenza al día siguiente y el director lo considerara, con toda justicia, una zorra.

Miguel Ángel empujó, apretando sus pompas, oliendo su nuca, y empezó a correrse como jamás creyó que lo haría, de tantos modos; entre los reactivos, con Rikard.

-Rikard… - gimió, abrazándolo y olisqueando aun su nuca – Fue la paja más buena de mi vida, lo juro.

El pastelito se sonrojó, o tal vez fuera el rubor que permanecía después de haber probado el blancuzco semen del director con la puntita de su lengua. Maña se había dado para hacerlo y más maña mostraría ahora. Se restregó contra Miguel Ángel y lo miró implorante.

-Déjame regresarte el favor. – el director si le bajó los pantalones, y le subió los faldones de la camisa, tocando con reverencia esa ignota piel.

Lo acomodo contra columna en medio de la repisa de reactivos, una pierna un poco entre las suyas, mirando él sí, y tocando la preciosa erección del pastelito, viendo como el calor aumentaba la viscosidad de sus fluidos, reduciendo la fricción, haciendo gemir a Rikard como un gatito y llevándolo al límite a él.

Rikard era demasiado bello, demasiado joven, demasiado delicioso. No tenía ningún derecho, pero se lo comería hasta el fin de los tiempos. Su piel tenía el sabor más exquisito que hubiera paladeado, jamás.

-Mi amor. – le susurró al pasar por su oído – Cariño. – sus labios capturaron el lóbulo.

Rikard, cada vez más agitado, se amoldaba a él, abriendo las piernas poquito a poquito, sin que el director se diera cuenta, restregándose contra el para hacerle ir, casi imperceptiblemente, hacia atrás.

Para cuando el director se dio cuenta que tenía acceso a su trasero, ya estaba con los dedos resbalosos entre la hendidura de sus nalgas.

Excitado, increíblemente excitado, le alzó una piernita a Ricardo, tocándolo ahí. Fue apenas un roce, pero Rikard gimió y él sintió no tener veinte años menos. Pasó de nuevo sobre él, experimentando como se sentía. Había deseado hacerlo por detrás durante mucho tiempo, casi desde que conocía a Rikard, pero nunca había tenido la oportunidad.

Rozó en círculos su agujerito, como si fuera una virgen, y se asustó al considerar que lo era. Por Rikard, es decir. No eran buenas cosas las que había oído del sexo anal, no para el que lo recibía. Así que dejando que Rikard siguiera aferrado a él volvió a tocarlo por delante. Pero la tentación no se iba y regresaba a juguetear con sus bolitas una y otra vez. Había vuelto casi a rozar el hoyito otra vez cuando Rikard dijo:

-No.

-Perdón cariño.

-No. – se acomodó para que viera que era lo que no.

Con sus dedos húmedos con los fluidos de la punta de Rikard le tocó el hoyito. La lubricación provista por sus chorritos le permitía juguetear con su ano. Sobó, presionó, y consiguió meter la punta del dedo. El pastelito jadeó, visiblemente agitado. Era tan menudito, tan frágil, que quizá no pudiera tomarlo, considero con amarga tristeza el director. No era la primera vez que lo consideraba, pero si la primera en la que sentía la perdida de una posibilidad real. Por más que deseara a su pastelito no iba a follarselo si eso iba a resultar en daño para él.

-Miguel Ángel – susurró evitando mirarlo – no me hagas pedírtelo.

El director sintió que una gran bola de calor atravesaba su garganta pues sabía exactamente a que se refería Rikard. Quería su dedo, dentro, y por dios que iba a dárselo. Lo volvió a frotar contra la puntita, proveyendo otro tipo de estimulación que fue bienvenida como preludio para la que de verdad deseaba, y con el dedo tan brillante como era posible el director regresó al culito.

Tenía abrazado a Rikard, casi montado sobre él, con una pierna, y los reactivos estaban peligrosamente cerca. Era una locura hacerlo ahí. Si su pastelito resultaba lastimado por la ruptura de un frasco no se lo perdonaría. Entorno los ojos para alcanzar a leer. Gracias a dios, tan inocuo como podía ser. Afianzó el muslo de Rikard contra su cadera y besándolo profundamente, en plena boca, le metió el dedo.

Se lo sacó para sobarlo, metiendo, sacando, sobando, una y otra vez, y Ricardo, cada vez más desesperado por sentir algo que no sabía que, algo más fuerte intenso grande, una polla, una polla era lo que quería en su culito, lo que inconfesablemente su culito le pedía a gritos cada que estaba cerca del director. Su polla. Esa que había tenido en sus manos.

El director devoraba el cuello del pastelito, quien gemía, se abrazaba y se retorcía haciendo retroceder algunos frascos con su empuje. Se sentía tan caliente, tan excitado como nunca en su vida. Sentía que de un momento a otro iba a estallar o a morirse o a algo,  y solo era un dedo. Un dedo de Miguel Ángel adentro de él lo que lo hacía sentir todo eso.

El director ahogó su grito al correrse. No quería que nadie llegara ahí y los viera, no a su pastelito. Tanta belleza era solo para sus ojos.

-Son casi las siete. – susurro el pastelito, aun sin mucho aire.

-¿Y? – rozó afectuosamente mandibula con su nariz.

-Los compañeros, el Tenampa…

 

***

 

-“… dirás que no me quisiste, pero vas a estar muy triste, y así te vas a quedar!” – terminaron a coro los mariachis y el alegre grupo de ingenieros, maestros, doctores, doble y triplemente doctores, todos en ciencias exactas que constituían el nutrido e inusual grupo que aquel miércoles inundaba el Tenampa.

-¡Uh! Dice mi papá que sigue atorado en el tráfico. – dijo la joven ingeniera Álvarez. – Que mejor cuando dejen pasar se va a regresar, que lo disculpen. ¡Pinches manifestantes!

-¡Ya ni la chingan! ¡En su día!- respondieron varias voces.

Nadie asocio el malestar con el que se excusó el doctor Faske con el embotellamiento sufrido por el director; después de todo, al doctor se lo había visto enfermo desde en la mañana.

 ¡Por el director! – brindaron, empinando las botellas de tequila.

De carísimo tequila, considero el más necesitado de los profesores de matemáticas, cuyas deudas lo agobiaban. De haber sabido que al festejado se le iba a hacer tarde y luego ni iba a llegar, no hubiera ido. La botellita en el Tenampa le iba a costar lo de su trabajo en fin de semana.

Estaba tan absorto que no notó la mirada predativa del seme, con potente voz de bajo, que se le acercaba.

 

Notas finales:

Espero que no me expulsen de la escuela por esto, aunque valdria la pena si de verdad follaran, T.T la lentitud de los romances de estas turras academicas excede mi nivel de paciencia y el de la fuerza debil descomponiendo el neptunio!

Pd: muajajaja! aparecí en el fic! No, no era Miguel Angel, aunque me hubiera gustado serlo *-*

¿Me habeis oido cantar? Como los mismisimos angeles del averno que lo hago. En fin, estoy feliz. Deseenme suerte en mi examen de termo. Tal vez en 25 años tenga tiempo para escribir y en veinticinco por el coseno de cuarenta y cinco para volver a subir algo. Es un coñazo esto de publicar.

En fin,

Kiitoksia.


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