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Cuestión de Confianza por Syarehn

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Notas del fanfic:

Ok, es un extraño y algo aberrante semi AU, hay situaciones del anime mezcladas con locuras mías.

Oh, dios, esto es lo que provocó el Mes Aoki; que mi cerebro se hiciera adicto a esta hermosa pareja~ 

Constará de 2 capítulos, y esta “hermanado” con el fic de Vampsookie Lapso de amistad aunque eso NO quiere decir que tengan relación alguna, sólo digamos que vieron la luz al mismo tiempo.

Notas del capitulo:

Cadiiechin, gracias por ser una madrina tan adorable

I

Moneda al aire

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"Si pudiera encontrar la seguridad para dejarte atrás, sé que mi mejor mitad se desvanecería."

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I'll follow you de Shinedown

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Los entrenamientos nocturnos con Kuroko no eran agotadores, al menos no como las extenuantes jornadas que Akashi les hacía padecer, pero le resultaba divertido y motivador ver a alguien esforzarse tanto para mejorar en lo que le gusta, ver a una persona tan apasionada por algo le contagiaba del mismo ímpetu.

Como todas las noches, caminaban juntos a casa y de vez en cuanto a cenar algo al Maji Burger, pero aquel día hubo una levísima variación en la rutina; después de separarse del peliceleste para dirigirse a su casa, vio salir de un estudio esa cabellera rubia que bien conocía  y se acercó a él dejándose guiar por la curiosidad que de momento lo carcomía.

—¡Hey, Kise! —El rubio se giró con una sonrisa enorme pero que denotaba algo de cansancio, aunque saludándolo con la efusividad que lo caracterizaba mientras también se encaminaba hacia el moreno—. ¿Qué haces aquí?

—Aquí trabajo —comentó rascando su nuca en un gesto ligeramente nervioso, pero al ver la cara de confusión del peliazul decidió aclararse—. Hoy tenía una sesión de fotos para Fudge Magazine y acabo de terminar. ¿Y tú qué haces aquí, Aominecchi?

—Estaba entrenando con Tetsu; ahora me dirijo a casa.

Se sintió tentado a invitarlo a algún lugar, a comer, a jugar videojuegos, lo que fuera, pero por alguna estúpida razón sentía nervios de pedirle algo así al modelo sin que el resto de sus amigos estuviesen incluidos en sus planes. Lo mejor sería marcharse ya.

—Ya veo… —el rubio se mordió el labio antes de preguntar— ¿No quieres ir a comer algo, Aominecchi? Muero de hambre~ ¿tú no?

En realidad el peliazul ya había comido hamburguesas pero Ryōta acababa de tirar a la basura su dilema acerca de salir con él, de modo que con una sonrisa aceptó la invitación.

A diferencia de Tetsuya y de él mismo, Kise prefería la alta gastronomía, por lo que terminaron en el restaurante de comida tradicional francesa más cercano, y aunque ya no tenía tanto apetito, no pudo negarse a una segunda ronda de Quiche Lorraine* mientras veía al chico de ojos ámbar degustar la sopa de cebolla gratinada que tenía enfrente; esa cara de entera satisfacción en el níveo rostro solamente por un vegetal y queso debería ser prohibida.

Esa noche, Aomine corroboró que el número ocho de su equipo hablaba hasta por los codos y de paso descubrió que su plática era muy amena a pesar de lo infantil que pudiese sonar su voz; que amaba el queso con la misma intensidad con la que aborrecía las lombrices; que le encantaban los días soleados pero que detestaba quemarse y sobre todo, que el rubio poseía los ojos más bonitos que jamás había visto. Y lo dejó seguir hablando hasta que sus celulares se convirtieron en el molesto recordatorio de que tenían casas a las cuales regresar y madres que se preocupaban de más.

—Nos vemos mañana, Aominecchi —se despidió el ojidorado regalándole a Daiki una sonrisa contagiosa, haciéndolo preguntarse por qué no había reparado en ella hasta ese día.

El moreno le regresó el gesto en respuesta, asintiendo y viendo a Kise alejarse entre la multitud.

Ese fue el inicio de una nueva rutina para ambos, encontrándose por ley una o más veces por semana en la entrada del estudio fotográfico, hubiera o no sesiones para el modelo. Incluso cuando la crisis anímica hizo mella en Aomine debido a la falta de espíritu de sus rivales y el tedio que aquello significaba, al grado de abandonar los entrenamientos oficiales y los nocturnos con su sombra, aun mantenía sus encuentros con Ryōta, terminando siempre en el restaurante francés.

A veces pensaba que ver al chico fuera del ámbito escolar y deportivo era lo único que le causaba una efímera pero reconfortante alegría; mirarlo a los ojos era como ver directo al sol sin lastimarse la vista pero con el mismo efecto deslumbrante, así como la sonrisa del rubio le resultaba balsámica, relegando su apatía para dar paso a otra sensación…. y aunque no lo decía, confiaba en que él le sacara de su estado de letargo.

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Los díaspasaron rápidos y aburridos para el peliazul. Nada merecía la pena o su esfuerzo, ni siquiera su real atención, aunado al hecho de tener a Satsuki y a sus padres atosigándolo para que definiera su futuro. ¿Futuro?  Por favor, ¿qué tan difícil era elegir una tonta preparatoria?

Cuando estaban a sólo un par de semanas de terminar la secundaria, Ryōta decidió pedirle algo ligeramente diferente: pan al vapor y sushi. De modo que ahora caminaban sin rumbo con la bolsa de pan en la mano, conversando de tonterías y anécdotas graciosas de la infancia del rubio, que, pese a la actitud indiferente del moreno, lograba sacarle una que otra risa sincera, y aunque el ojidorado había notado ya el cambio de actitud, había decidido no atosigarlo con cuestionamientos que lejos de ayudar podrían aturdirlo más; confiaba en que sería algo pasajero, pero después de un tiempo no parecía ser así. Su apatía y mal humor aumentaban lenta pero paulatinamente pero si saliendo como lo hacían lograba animarlo un poco y retener al Daiki alegre que conoció, entonces así sería. Estaría a su lado y confiaría  en que el ojiazul no se perdiera en su desencanto deportivo. 

—¿Ya aceptaste alguna de las solicitudes para ingresar a preparatoria. Aominecchi? —sonó tan casual como esperaba pese al temor que la reacción del chico le infundía.    

El aludido se detuvo y dejó de mordisquear su pan al vapor para mirarlo.

—Fue Satsuki ¿cierto? ¿Ahora también empezarás a molestar con eso? —Kise negó con la cabeza sin dejar de sonreírle o apartar la mirada. Lo que menos deseaba era alejar a Daiki.  

—No, Momocchi no me ha dicho nada, simplemente tenía curiosidad. Además, yo confió en ti, sé que escogerás lo que consideres más adecuado… y con un poco de suerte, quizá terminemos en la misma preparatoria, ¿no sería maravilloso?... —Kise realmente estaba planteándose la posibilidad de ir con el jugador estrella de Teikō si aquello lo ayudaba un poco—.  Después de todo, yo siempre estaré contigo, Aominecchi.

—Deja de decir cosas tontas y vergonzosas —le recriminó desviando la mirada, haciendo reír al modelo.

Pero en realidad a Daiki no le desagradó la idea en absoluto, de repente el pensamiento egoísta de tener la atención de Ryōta sin compartirla con el resto de su equipo le pareció perfecta. Se sentía cómodo al notar que el rubio no estaba presionándolo a decidirse, al parecer Kise en verdad confiaba en él y sabía que en algún punto tenía que tomar la decisión. Además, él también quería que Kise estuviera a su lado. Sí… ir al mismo instituto que el modelo sonaba demasiado bien.

Por ello lo primero que pasó por su mente después de que llegó la oferta de Tōō fue la sonrisa tonta del rubio. No podía negar  que aquel sujeto que se decía capitán había dado justo en el clavo y eso le había calado profundo, dejando que las ideas revolotearan en su cabeza. Quizá lo mejor era seguir el instinto e ir a Tōō... y se sintió estúpido al verse a sí mismo corriendo hacia la entrada del estudio fotográfico para comunicárselo al par de ojos ambarinos que iluminaban sus días oscuros.

Lo vio recargado en la pared contigua a la entrada, con las manos en los bolsillos del pantalón, un balón de básquet bajo el brazo izquierdo y la mirada perdida en el cielo. Le pareció que lucía demasiado atractivo para ser un chico. Mientras Ryōta se decía a sí mismo que la situación parecía empeorar en lugar de tornarse positiva; Aomine se abstraía del mundo cada día un poco más.

—Estás cada vez más sombrío, Aominecchi —fue el comentario involuntario que lo recibió al estar a unos pasos de su compañero. Enarcó una de sus azules cejas esperando la continuación pero el ojidorado no despegaba la vista del estrellado firmamento—. ¿Tanta es tu desesperación por encontrar un oponente a tu altura? —Su voz era más suave de lo común, haciendo sonreír internamente al moreno; el modelo estaba preocupado por él y por primera vez no le molestó tanto que alguien lo hiciera, quizá porque aquello no sonaba como un reproche.

—Es más bien la resignación de saber que el único que puede vencerme soy yo. No hay nadie a mí a nivel, Kise.

Una sonrisa amarga se dibujó en los labios del chico, una que no le gustaba a Aomine.

—¿Te apetece un uno a uno, Aominecchi?

—Sabes que no tiene caso —pero los dos eran conscientes de que aquello no era una negación rotunda, por lo que pronto se encontraron adueñándose de la cancha más cercana.

Sin embargo, ninguno contaba con que ese juego fuera diferente a los que habían compartido antes; el ambiente se sentía distinto, sus jugadas eran distintas.

Tal vez fuera porque el modelo estaba dándolo todo y más para ver a Daiki sonriendo durante el partido. Tal vez era porque el moreno sonreía –y no pasó desapercibido para Ryōta–, realmente estaba disfrutando el reto que Kise le imponía como hace mucho tiempo no le pasaba, haciéndole recordar por qué amaba el básquet.

Ambos tenían en mente ganar, no obstante, la pieza clave en aquel cambio se encontraba oculta entre hormonas y fibras profundas, provocando que su concentración terminara volcándose hacía la deliciosa sensación que recorría sus venas con cada roce, extasiándolos el escuchar y sentir tan cerca los jadeos provocados por el  esfuerzo físico.

El colapso vino en un bloqueo por parte de Daiki, por el cual ambos terminaron en el suelo con la cercanía ajena, diluyendo su sentido común hasta fundirlos en un beso tan suave y superficial que bien podría tomarse como irreal.

Ninguno esperó más tiempo del necesario para separarse y levantarse. No hubo comentarios al respecto ni miradas inquisidoras o avergonzadas; hacerlo significaría rebuscar entre las mariposas que revoloteaban sus estómagos y el cosquilleo en sus labios que pedía un poco más.

Kise estaba nervioso, Aomine no quería entrar en pánico, ya que aquel beso estaba tambaleando su hasta ahora firme orientación sexual.

El partido se congeló en un empate a seis canastas de  diez, y aunque el silencio no era del todo incómodo, fue la profunda voz de Aomine la que lo disipó.

—Tōō me ofreció una beca deportiva —Kise lo miró atento, expectante—. Dije que lo pensaría pero creo que la respuesta es sí.

Ambos sabían lo que aquello significa y por qué el peliazul estaba comunicándoselo, pero ahora Ryōta sabía cómo evitar que Aomine continuara defraudándose del básquet, acababa de presenciar lo que un rival “decente” podía hacer por el estado anímico del chico que admiraba y ahora creía saber lo que debía hacer; quería proporcionarle un motivo, un reto que devolviera la alegría a la vida del peliazul. Eso había hecho Aomine por él cuando su existencia le parecía monótona y aburrida, ahora quería hacer lo mismo, devolverle el favor.

—¡Me alegro mucho por ti, Aominecchi! —su sonrisa era tan brillante que al moreno la consideró sincera—. Suena estupendo.

Pero esa no era la respuesta que él esperaba escuchar.

—¿Y bien? —Afiló un poco la mirada—. ¿Qué hay de ti?

Duda. Las malditas dudas estaban carcomiéndolos a ambos: a Aomine lo dejaban expectante sin querer entender por qué, y a Ryōta lo ponían entre la espada y la pared, obligándolo a cuestionarse qué le haría mejor a Daiki, su compañía o tener un rival digno. Pero, si hasta la fecha su compañía no había sido de ayuda, según su percepción, ¿qué le hacía pensar que estando en la misma preparatoria las cosas serían diferentes?

Azul y ámbar se cruzaron. La decisión estaba tomada.

—Yo iré a Kaijō.

El silencio que los envolvió habría sido insoportable de no ser por los sonidos cotidianos de la ciudad y el trino de los pájaros. Ryōta ya no tenía nada que decirle, mientras Aomine sentía que una incontenible furia lo embriagaba, por ello apretó la mandíbula para contener el enojo que sentía tanto consigo como hacia el modelo.

¿Entonces por qué le había insinuado que quería ir con él al mismo instituto? No lo admitiría pero el atisbo de ilusión que había experimentado se estaba yendo al carajo. Ya no tenía sentido haber corrido a avisarle sobre su decisión sobre Tōō y se sentía estúpidamente traicionado, relegado ¿qué tenía Kaijō de novedoso? ¿Qué valía tanto la pena allí para que al final decidiera dejarlo solo? ¿No le había dicho que siempre estaría a su lado? ¡Qué maldito mentiroso! Y qué idiota había sido él, ¿cómo no lo sospechó antes? ¿Cómo pudo haber confiado en ese tonto modelo? ¿Qué tan idiota se tenía que ser?

Su mirada azul marino se endureció para no ablandarse de nuevo desde ese instante.

—Haz lo que quieras.  

Esa fue la despedida. No más palabras, no más partidos uno a uno, no más cercana camaradería  ni comida francesa, mucho menos recuentos sobre el momentáneo beso que había compartido. Daiki seguía furioso y volcaba ese enojo en su actitud diaria, más aún si se trataba de Kise, y se juró hacerlo pedazos en el primer enfrentamiento que tuvieran.

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—No me interesa.

Aquellas palabras salieron tan naturales que su veracidad resultaba incuestionable, no había duda en los orbes azules y su tono había sido tan firme como frío; al parecer no sentía nada por él.

Kise agachó el rostro con una sonrisa semi-amarga en los labios, riéndose de sí mismo por ser tan iluso. Quizá debió decirle al actual as de Tōō la atracción que sentía por él desde aquel primer y único beso.

—Entiendo… olvida lo que dije.

Levantó el rostro. Debió haberlo esperado ¿cómo pudo pensar que le correspondería? Sonrió  con amargura. La sonrisa más falsa y quebrada que había esbozado hasta ese momento, esa que Daiki tanto detestaba porque no tenía el brillo al que estaba acostumbrado, pero siguió con su pose inalterable.

—Espero que esto no tenga nada que ver con el partido que tendremos en la tarde —comentó Aomine en tono neutro, antes de mirar al rubio frente a él una última vez para luego marcharse a paso lento.

Ryōta lo observó marcharse y después de un breve instante hizo lo mismo, después de todo, su equipo lo esperaba. Aquella tarde jugarían Kaijō contra Tōō y debía ganar si quería que el Aomine Daiki que conoció, regresara. Estuviese o no a su lado lo quería de vuelta, lo quería feliz y confiaba en que podría lograrlo.

Por otro lado, el ojiazul caminaba sin rumbo, estaba por demás ir al entrenamiento, era una pérdida de tiempo para alguien con su nivel. Metió ambas manos en los bolsillos, suspirando cansinamente, después de todo, seguía furioso con Ryōta.

Esa tarde le había explicado el motivo detrás de su elección por Kaijō y le había dicho que estaba enamorado, pero aquello no disminuyó el enojo del moreno simplemente lo había acrecentado. ¿Había sido por lastima? Seguramente.

Si bien era cierto que anhelaba un oponente capaz ¿¡ por qué carajo el rubio había decidido ponerse el saco?! ¿Por qué no simplemente asumió que alguien más llegaría? ¿Por qué no se quedó a su lado…?

Además, ¿por qué ahora volvía como si nada? ¿Qué pretendía Kise al declarársele justo antes del partido? No tenía sentido ¿para qué? Si era un truco –y lo dudaba–, el modelo se estaba equivocando; esa tarde lo haría morder el polvo sin importar que en su estomago sintiera el inusual y molesto revoloteo que lo había atosigado también el día que sus labios se habían unido. Así que si la rubia cabeza de Ryōta pensaba que podría vencerlo, entonces le demostraría quién era el mejor. Si quería verlo feliz, bueno, dejarlo derrotado en el suelo lo haría bastante feliz.

Y básicamente así fue.

Para Kise fue una doble derrota coronada con una pequeñísima victoria: había perdido el partido patéticamente. Era débil y Aomine se había encargado de hacérselo notar; también había perdido la oportunidad de tener algo con el chico que admiraba, del que se había enamorado en el algún punto y no fue consciente de ello hasta que la distancia entre ambos ya era demasiado amplia. Cerrarla ya no parecía una opción que Daiki permitiera; su única victoria había sido hacer sonreír al moreno, aunque fuese con ironía, de cualquier manera estaba seguro de que había disfrutado el partido tanto como él mismo. Sólo por eso parecía que el esfuerzo había valido un poco la pena, aunque ver a Aomine marcharse sin siquiera mirarlo le había dolido hasta en la sangre y se habría derrumbado aún más de no ser por  su senpai.

Para Daiki, la satisfacción de ver al rubio en el suelo sin poder levantarse y completamente acabado le duró lo mismo que un parpadeo. Verlo tan cercano a otro lo hizo sentir que el rubio se le iba de las manos. No era novedad el no ayudarle a levantarse o no decirle palabras de aliento, jamás lo había hecho y Momoi no había parado de recriminarle lo duro que era con el entonces novato, pero en ese entonces no había una mano ajena que sostuviera a Ryōta en su lugar, de hecho, no había nadie que opacara su lugar.

Esa noche no había podido dormir.

Ninguno de los dos lo había hecho.

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Después de frustrarse al no poder sacar al rubio de su cabeza desde su último partido –quizá desde antes–, se había obligado a pensar y esclarecer lo que parecía sentir por Kise.

Lo primero que aceptó, no sin bastante reticencia, fue la atracción, seguida de su  aparente bisexualidad, pero admitir que había un sentimiento de por medio lo había desequilibrado. Ese algo había estado instalado en él quizá desde Teikō y silenciosamente había ido creciendo como un parásito cauteloso.

¿Qué era lo que procedía? Eliminarlo.  

Pero estaba resultando más complejo de lo que creía, más ahora que se sentía perdido. En la secundaria se había habituado a que el rubio fuese su ancla a la tranquilidad, su fuga de la amargura que lo invadía.

Y ahora estaba allí, tirado en las frías escaleras mirando estrellas tintineantes que le parecían más bien opacas, acompañando a  una luna que hace tiempo había dejado de parecerle bonita. Pero hoy todo le parecía más amargo y sin chiste que de costumbre, pero claro, la derrota siempre es amarga. Haber perdido contra Kagami y la sensación que eso le había dejado atravesado en la garganta lo estaba ahogando.

Necesitaba a Kise, necesitaba su compañía, su cautela para evitar temas incómodos,  su risa contagiosa, su voz nasal e infantil hablándole de trivialidades, su sonrisa radiante, su mirada dorada y deslumbrante…

Por primera vez en mucho tiempo deseó de verdad un bocado del  Quiche Lorraine que servían en aquel ya olvidado restaurante francés.

Pero Ryōta no estaba y no estaría. Le gustaría decir que el rubio había sido el único culpable al irse a Kaijō pero él mismo había cavado para acrecentar la distancia, sin embargo, algo en su interior confiaba en que de alguna ilógica manera, el modelo regresara a iluminar la oscuridad a la que él solo se estaba dirigiendo sin poder detenerse.

—¡Te encontré! —La voz de Satsuki lo obligó a mirar en su dirección—. No te vayas por ahí solo —le recriminó maternalmente mientras se detenía frente a él—. Vamos, volvamos con el resto del equipo.

No hubo respuesta inmediata, sólo un suspiro que le hizo pensar que ya no habría más momentos reconfortantes con el rubio, quizá ahora no tenía más que aceptar la amabilidad de la pelirrosa.

—Satsuki, ¿estás libre mañana?

—¿Eh? Pues… sí.

—¿Vamos de compras? —inquirió sin emoción alguna.

—¿Qué?... sí, supongo —su tono de sorpresa le divertía ligeramente—. ¿A qué viene eso?

—Quiero zapatos nuevos de baloncesto —su voz denotaba la misma apatía de siempre pero sus ojos no, y para una observadora como Sasuki bastó con mirar que éstos contemplaban el cielo; volvían a estar vivos… entonces el moreno suspiró y se recostó completamente en el suelo, cerrando los ojos— quiero practicar.

Momoi sonrió entre sorprendida y satisfecha.

—Claro. Vamos, Dai-chan, pero… págame la cena —pidió animada por ese positivo cambio de actitud, aunque en ese instante no sabía lo efímero que sería.

—¿¡Qué?!

—Anda, volvamos con los chicos, ya es hora de irnos.

Él simplemente negó con la cabeza sin un amago de querer levantarse o si quiera abrir los ojos.

—¿Por qué querría estar con esa panda de idiotas? Ve tú, yo me quedaré un rato más…

La pelirrosa no quiso discutir, esta vez en verdad no quería molestarlo, Daiki se veía diferente, sonaba diferente…no, sonaba un poco más al Daiki que ella conoció y eso la hacía feliz, de modo que tras un “regresa con cuidado a casa” se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos.

Definitivamente no quería volver a experimentar la ansiedad y frustración que la derrota le provocaba, por ello debía entrenar, hacerse fuerte… así que se quedó allí sin sentir el tiempo transcurrir, únicamente maquinando mil y un estrategias y movimientos que debía mejorar o reinventar, definitivamente no perdería nunca más frente al imbécil de Kagami, nunca más… nunca.

Y con esa determinación en mente inhaló profundo y exhaló  de la misma forma, incorporándose ágilmente dispuesto a marcharse ya.

—¡Hey! Espera…

Esa voz… esa insufrible voz tan conocida.

Sonrió de lado girándose lentamente para encarar al rubio fastidioso que seguramente iba a importunar su noche.

—¿Qué carajo quie…? —pero el incordio de Kaijō no le hablaba a él. Al parecer ni siquiera se percató de su presencia, pues no miró ni una sola vez en su dirección, había pasado corriendo a varios metros de donde él se encontraba, era obvio que no lo había visto.

Pero algo se contrajo en su interior cuando su avance se detuvo sólo para enredar sus pálidos brazos en el cuello del pelirrojo que le había pateado el trasero momentos atrás. Kise le había saltado encima como fan loca y pese a la notoria rigidez del ala pívot del Seirin, éste lo tomó de la cintura bajándolo con suavidad.

A esa distancia no lograba comprender lo que decían pero sí el tono de voz cantarín de Kise, así como la sonrisa resplandeciente que le dedicaba al imbécil doble-ceja, ¿y a qué venía ese rostro apenado por parte de Bakagami? ¿Acaso lo que veía en su patético rostro era un sonrojo? ¿Y por qué diablos no había soltado la cintura de Kise? Oh, claro, porque cuando lo hizo éste volvió a saltarle encima eufórico.

Entonces Ryota señaló hacia atrás, hacia el equipo de Seirin que conversaba a distancia de ellos, sin notar la ausencia de su estrella, luego, por alguna razón Kagami asintió y Kise ensanchó su sonrisa luminosa que no había quitado ni un solo segundo desde que se le tiró encima.

Sintió dolor en las manos y cayó en la cuenta de que, sin saber desde cuando, había estado apretando los puños muy fuerte. En buen momento había decidido el tonto rubio mirar a alguien más, justo cuando él se deba cuenta que lo miraba con otros ojos.

Una doble derrota a manos Kagami, que deplorable, primero en el baloncesto y ahora con Kise ¿así se había sentido el ojidorado al perder contra él? Estúpido remordimiento.

—¡Sabía que lo lograrías, Kagamicchi! —le oyó gritar antes de que se alejaran por caminos distintos.

Durante el propio juego contra Seirin había escuchado la voz de Kise apoyándolos. No  le dio mayor importancia, después de todo, si aquél idiota quería apoyarlos no era de  su incumbencia… quizá estaba molesto por haber perdido contra él o quizá sencillamente se trataba de apoyar al equipo de Tetsu. Ni por asomo se le ocurrió la posibilidad de que ese rubio inútil pudiera anhelar la victoria del molesto pelirrojo doble-ceja.

Pero verlos allí, afuera, solos, abrazándose, Kise sonriéndole encantadoramente como si Bakagami le hubiese regalado algo increíblemente maravilloso y él se estuviese derritiendo en felicidad y gratitud…

Sentía la rabia a flor de piel y deseos crecientes de ir y partirle la cara a ambos, arrancarle los ojos a Kagami, destazarlo hasta hacerlo trozos pequeños y escupirle en lo que quedara de su boba cara que él era el único, tanto en básquet como  en la vida de Kise.

Así que, de un momento a otro, le cerró el paso al modelo, mirándolo iracundo y con los brazos cruzados, sorprendiendo por demás al rubio.

—Aominecchi… no pensé que siguieras aquí.

—Por supuesto que no. Tú atención sólo está alerta cuando se trata de Kagami ¿no? —Enarcó su rubia ceja en un gesto de incredulidad y sorpresa—. ¿Lo estabas felicitando? Debió alegrarte demasiado que por fin alguien me venciera, eso era lo que querías después de todo, pero no te emociones tanto; no volverá a pasar.

La mente de Ryōta estaba en blanco, y el tono resentido de Daiki lo obligaba a pensar cuidadosamente qué decir.

—Decir que no me alegra la victoria de Kagamicchi sería mentirte —el moreno frunció el seño.

—Entonces que falsa fue tu declaración aquel día. ¿Qué esperabas conseguir? ¿Que te dejara ganar? —había comenzado arrastrar las palabras en una clara declaración de molestia.

—¿Te divertiste durante el partido? —Ni siquiera se molestó en seguirle el juego y decidió ir directo a lo que le interesaba, aprovechando que el peliazul estaba allí.

—¿Qué?

—Que si te divertiste. Parecías bastante entusiasmado; me alegra que alguien te haya devuelto la emoción al jugar.

—¡No me vengas con estupideces! ¡No es de eso de lo que estamos hablando! —lo tomó de la polera azul con firmeza, mirándolo con profundidad, como si con aquella mirada pudiera descargar en él todo el enojo, frustración, ansiedad y vacío que sentía.

—Lo intenté… —la voz siempre ruidosa de Kise se había modulado para ser ligera y susurrante, melancólica—. En verdad quería ser yo quien te devolviera la alegría, confiaba en que podría hacerlo. Aun así debía agradecerle a Kagamicchi el haberlo hecho en mi lugar… Me frustra demasiado no poder brindarte la luz que tú me diste a mi cuando lo necesité.

—¿¡De qué diablos estás hablando, Kise!?

—Por favor vuelve a ser feliz, Aominecchi. Si no quieres que sea conmigo lo acepto, pero vuelve a sonreír, a emocionarte, a sentir… quiero confiar en que lo harás de nuevo.

Un ligero movimiento frontal del rubio volvió a unir sus labios como aquella vez, igual de casto que en esa época, pero devolviéndole a Kise parte de la vitalidad que sentía que había perdido el día de su declaración rechazada. Sin embargo, esta vez ninguno se separó como aquella primera y efímera ocasión, pero ahora ya no se sentían capaces de ser tan suaves o fingir indiferencia.

La cálida lengua del rubio acarició con sutileza los labios ajenos, sabía lo que hacía pero eso no reducía su incertidumbre, misma que se disipó al sentir el movimiento casi brusco de los brazos de Aomine soltando su polera; uno posicionándose en su cintura, sosteniéndolo tan cerca que el sentir el bombeante corazón de Ryōta así de acelerado le dio la confianza que necesitaba para colocar la otra mano tras su nívea nuca.

Lo único que quería sentir el as de Tōō en ese instante eran los rosados y carnosos labios del modelo, y así lo hizo. Un beso profundo pero sin prisas, no por ello menos intenso o pasional pues la necesidad los llevaba a entrelazar ambas lenguas en una cadenciosa y estimulante danza que obligaba al tiempo a detenerse para ellos.

La moneda estaba en el aire, tomarla o dejarla ir era una decisión que debían tomar allí y ahora. Todo era cuestión de confiar en sus sentimientos.

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Notas finales:

*Quiche Lorraine: Es una tarta de queso, tocino y jamón que sabe muy bien~

Nos leemos el lunes con el segundo y último capítulo con el tan amado lemon. Gracias por leer, les mando muchos abrazos de koala mimoso. 


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