Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

En nombre de ese amor por Butterflyblue

[Reviews - 23]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

BUTTERFLYBLUE: Hola, por aqui regreso con este cortito two shot para ustedes. Esta vez trabajo en conjunto con Lady Trifecta, estoy feliz de poder haber escrito este trabajo a su lado y esperamos lo disfruten.

Lady Trifecta: Holis, Algunos me conocen -y me odian por no actualizar seguido cof cof-
Y otros no (? Bueno, solo me cabe darles la bienvenida a esta pequeñita historia en la que trabajamos mi hermana del alma (Y ex esposa, larga historia de amor dramática entre autoras) y yo.
Espero que puedan dejarnos un lindo mensajito si les gustó, y darles las mil millón gracias por darnos la oportunidad.

Creo es todo.
No me dan bien los inicios, mi despedida será más cool.

Los adoro.
¡Nos leemos!

 

CONTIENE MPREG, LEMON Y DRAMA.
LOS PERSONAJES NO ESTAN EN CANON.
ES UN TRABAJO SIN FINES DE LUCRO Y LOS PERSONAJES LE PERTENECEN A SU CREADOR, LA SENSACIONAL NAKAMURA SAN.

Notas del capitulo:

Solo nos queda darles la bienvenida y esperar les guste nuestro trabajo, saludos y gracias por leer.

—Lo siento. —murmuró a la nada, pues ciertamente no lo había podido decir en voz alta. La disculpa iba dirigida al objeto de su amor. Lástima que éste no la escucharía. Últimamente discutían mucho, ya no sabía qué decir pues cada vez que decía algo se desencadenaba una pelea. También era cierto que él era una persona bastante difícil. Estaba claro que su novio le tenía demasiada paciencia, solo que a veces, a veces él no entendía las cosas que pasaban, a veces su novio no veía las cosas como él las veía.

 

Yokozawa se sentó en un banco bajo la sombra de un almendro. Era verano y el viento apenas movía las gruesas ramas. Miró el ir y venir de la gente y pensó en su situación. Estaban por terminar sus carreras. Yokozawa había escogido cirugía y Kirishima se iría por Obstetricia. Su novio era un hombre muy sensible, amaba la vida y así, quería ser partícipe del inicio de ésta. Pero el, él era más práctico, más...cínico. No le gustaba percibirse de esa forma, pero era así como él era. Por eso le gustaba la cirugía, un campo muy amplio, donde no se admitían los errores. Un mal segundo, una equivocación y la vida que tenías en tu mano, se iría.

 

Habían sido meses difíciles, más difíciles que incluso los años que llevaba de carrera. Estaban en la recta final y la presión los llevaba hasta sus límites. Él no soportaba con mucha paciencia la presión, Zen, en cambio, era como un mar de aguas pacíficas y cristalinas. Cuando lo conoció apenas comenzaban la carrera. Zen era el centro de atención, con su característico buen humor y esa aura brillante que lo rodeaba. No era raro encontrárselo rodeado de gente y riendo, siempre reía. Él en cambio era taciturno e introvertido. No le gustaban las reuniones sociales y más parecía un ratón de biblioteca que un estudiante común de primer año.

 

No supo cómo logró conquistar aquel noble y hermoso corazón, pero lo cierto es que un día cualquiera, Zen posó su mirada inquisidora y sensual en él. No fue fácil para Kirishima conquistar aquel corazón tímido, pero Takafumi acabó por rendirse. Era difícil decirle que no al sol.

 

La relación en un principio tuvo sus altibajos. Eran tan diferentes. Kirishima lo iluminaba todo con su carisma y Takafumi...Takafumi era como una nube gris que a veces opacaba la luz de aquel brillante sol. Con Zen aprendió a reír, a divertirse, a entender el comportamiento vano de quienes les rodeaban. Con Zen conoció cosas de su cuerpo que desconocía. Se perdió en laberintos insondables de lujuria y pasión. Pasó noches enteras desvelado entre besos y caricias o simplemente acurrucado entre suaves sábanas, escuchando la profunda y embriagadora voz de su amante.

 

Se volvieron uno con el paso del tiempo, conectados de maneras tan íntimas que a veces ni hablar necesitaban para comunicarse. Pero el idilio perfecto no existe y los matices de gris que había entre ellos a veces, solo a veces, hacía que aquella perfecta relación tambaleara.

 

 

Yokozawa provenía de una familia tradicional y estricta. Había sido criado bajo estrictos preceptos. Kirishima solo tenía a su madre y desde muy joven había salido a ganarse la vida. Tenían diferentes visiones de la sociedad que los rodeaba. A uno lo impulsaba un profundo respeto por las reglas y los convencionalismos. El otro se reía de éstos y vivía la vida como viniera sin pararse ante nada.

 

Yokozawa habría de convertirse en el siguiente de una larga estirpe de eminentes médicos que eran sus antepasados. Su padre no le perdonaba a la vida haberle mandado dos hijas y un hijo fértil. Era la condición de Yokozawa lo que más lo obligaba a destacarse en todo. Había vivido siendo objeto de las reprobaciones de su padre y se sometía obedientemente a cualquier reto que éste le impusiera con tal de conseguir su aprobación. Allí radicaba su mayor problema, pues, una relación con otro hombre no estaba mal vista en la sociedad actual, liberada e independiente, mujeres y hombres fértiles, convivían como iguales. Pero aún existían familias tradicionalistas que aborrecían las nuevas tendencias y obligaban a sus descendientes a vivir bajo los preceptos de generaciones caducas y obsoletas.

 

 

En ese entorno había sido educado Yokozawa, quien ya tenía su destino escrito desde su nacimiento. Incluso tenía un matrimonio arreglado con una joven hija de otra de las familias del círculo social donde se desenvolvían sus padres. La más grande afrenta que había cometido Yokozawa contra su padre había sido comenzar a salir con Kirishima. Pero eso en sí tampoco era muy cierto, pues para que eso fuera cierto Yokozawa tendría que haber hecho su relación pública y allí estaba el principal causante de sus problemas con Zen.

 

A excepción de Sakura, quien era su amiga y muchas veces su cómplice, nadie más sabía de la relación entre Zen y Takafumi. Ella era su amiga desde el kindergarten. Era discreta, con un corazón noble, tan alegre como Zen y tan aplicada como Takafumi. Tenían mucha empatía y hacían un maravilloso equipo. Eran conocidos como el trío dinámico. Si no fuera por ella que siempre los apoyaba, Takafumi a lo mejor habría perdido el amor de Zen hacía tanto tiempo.

 

 

—Me encontré a un señor cascarrabias en los pasillos de la facultad. r13;Fue Sakura quien lo sacó de sus pensamientos. Yokozawa le sonrió y sostuvo la mano que ella le extendió cariñosamente.

 

—Está empeñado en que vayamos a hablar con mis padres. —Le dijo Yokozawa, suspirando con tristeza y cansancio— ¿Por qué no entiende que no puedo llegar así como así y decirles que salgo con él?

 

Sakura apretó su mano tiernamente. Siempre presente, siempre apoyándolo. Pero también reprendiéndolo, siempre que fuera necesario.

 

 

—Podrías intentarlo Takafumi-kun. Zen…él no va a esperarte para siempre. Y, bueno hay muchos por allí que quisieran una oportunidad como la que tú tienes.

 

 

Yokozawa no notó en ese instante el tono de reproche en aquellas palabras. Debió haberlo hecho, debió entrever en los ojos de su amiga. Debió sospechar lo que se avecinaba. Solo quizás hubiera marcado alguna diferencia...o quizás no.

 

Cuando el sol se ocultó en el horizonte, Yokozawa caminó hasta su casa. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio a quien le esperaba en la entrada. No lo había vuelto a ver en todo el día y sin embargo allí estaba. Sonriendo decidido. Aquella sonrisa que aterraba a Yokozawa, pues le decía que Zen estaba dispuesto a todo.

 

—¿Qué... qué haces... aquí? —preguntó casi sin aliento.

 

 

Zen se acercó y lo besó con rudeza. Para suerte de Yokozawa, nadie vio aquel gesto.

 

—Vine por lo que es mío y no me voy a ir hasta que lo consiga. r13;Zen habló con determinada pasión.

 

—No. No puedes…No puedes. —Le rogó un aprensivo Yokozawa.

 

—¡Deja de ser cobarde! ¡Maldita sea! —gritó Zen, lleno de ira—. Yo te amo y tú me amas, ¿Por qué no han de aceptar eso tus padres?

 

Yokozawa negó con la cabeza. Kirishima no entendía, no entendía nada. Antes de poder decir algo salió el mayordomo de la casa.

 

—Yokozawa-sama, ¿Qué hace aquí afuera? Sus padres lo están esperando. Su prometida está en el salón.

 

Los ojos de Yokozawa se abrieron con sorpresa. La sonrisa de Kirishima se hizo más grande y maligna.

 

—Sí Takafumi-san, vamos, entra. Así me presentas a tu prometida. —pidió con la voz teñida de desdén, y los ojos conteniendo el dolor, disfrazándolo de pura rabia y acusación.

 

— ¿El señor es amigo del amo Yokozawa? —preguntó el sirviente.

 

Ante la mirada incrédula de Yokozawa, Zen asintió sin borrar la sonrisa furiosa de su rostro. No supo cómo, pero en unos segundos imperceptibles, estaban en la sala. Caminaba como en automático, llevado solo por la necesidad de moverse, pues nada más en su cuerpo estaba funcionando.

 

—Ah, hijo, aquí estás. Mira quiénes vinieron a visitarnos. Tu prometida Yuki, con toda su familia. —El padre de Yokozawa no reparó en lo más mínimo en Zen, como si de un insecto molesto se tratara, y se dirigió a su hijo con evidente entusiasmo.

 

Takafumi habría querido que la tierra se lo tragara. Miró a Zen de soslayo y no pudo evitar que éste hablara.

 

—Vaya Yokozawa-san, no sabía que estabas comprometido. Felicitaciones.

 

Solo Takafumi pudo notar que las palabras de Kirishima destilaban veneno puro.

 

—Mi hijo está comprometido desde hace muchos años —confirmó el señor Yokozawa, como si hiciera falta enterrar más hondo el puñal para asegurarse de que su crimen tuviera éxito— ¿Y usted, es?

 

Ante la pregunta de su padre, Yokozawa sintió terror de que las cosas empeoraran.

 

—Es...es un amigo...un amigo de la facultad.

 

Yokozawa no miró el rostro de Zen pues sabía que lo había herido, pero ¿qué más podía hacer en aquel momento?

 

Kirishima hizo una elegante reverencia saludando a los presentes.

 

—Sí. Buenas noches. Yo soy Kirishima Zen y soy...soy un amigo de Takafumi-san. —Kirishima miró con toda su rabia contenida a Yokozawa—. Solo vine a pedirle unos apuntes. Lamento haber interrumpido la reunión.

 

A continuación se dio la vuelta y se marchó. Yokozawa se volteó para seguirlo.

 

—¡Takafumi! ¿A dónde crees que vas? —Le gritó su padre. Lo que hizo que éste se detuviera— Ven a atender a tus invitados. —Le ordenó, más que decir, su padre con evidente molestia.

 

Yokozawa se debatió por unos segundos. Quedarse allí o ir tras Zen.

 

¿Qué es lo que de verdad quería?

 

Muchas veces la respuesta llega demasiado tarde.

 

 

—Lo... Lo siento. —balbuceó rápidamente y salió casi en carrera.

 

 

Lo encontró casi a una cuadra de la casa. Lo detuvo agarrándolo por un brazo.

 

—Zen por favor...por favor, ¡Escúchame! —rogó contrariado. Con la respiración entrecortada por la carrera. Y el corazón en vilo por cómo sentía que todo se desmoronaba, sintiendo que no podía sostener nada. No podría.

 

—¡¿Escucharte, qué?! —Le gritó Kirishima, soltándose de su agarre con violencia—. Anda, vete con tu prometida. Al fin y al cabo ya entiendo por qué no te importa lo nuestro.

 

Sus ojos pintados con dolor, pero más rabia que otra cosa.

 

 

Aquellas palabras le dolieron como nada a Yokozawa.

¡¿Por qué solo no le disparaba, y se marchaba?! Hubiera dolido menos.

 

—No...¡No es así! Tú no entiendes.

 

—¿No entiendo? ¡Maldita sea, Takafumi! —rió con sorna, con ironía y con dolor— Está bastante claro para mí. —Zen estaba más allá de las disculpas. Más allá de escuchar. Y es que todos tenemos nuestros límites. Todos, con el tiempo, nos cansamos de luchar en vano.

 

—No, Zen...por favor, no es así, no es como tú lo ves. Ese compromiso no es nada.

 

Pero las palabras llegan a ser nada, cuando rebasan nuestra cuota de dolor. Y Yokozawa había sobrepasado todos sus límites.

 

—Entonces, demuéstramelo. —Le dijo Zen tomándolo por un brazo— Vente conmigo, dormiremos esta noche en un hotel y mañana comenzaremos a buscar un departamento.

 

Hubiese sido tan fácil decirle que sí, pero nada era fácil en la vida de Yokozawa.

 

—Zen por favor, sabes que no puedo...No puedo irme así. Mis padres...

 

 

A Zen no le importó nada la súplica en las palabras y los gestos de Takafumi. Con exasperación, lo tomó por los hombros, sacudiéndolo violentamente.

 

—¡A LA MIERDA! Takafumi, siempre van a ser tus padres, tu carrera, tu vida, antes que yo. Dime, ¿Qué soy para ti? ¡Dime! ¿Es que acaso no valgo nada?

 

Había dolor en aquella mirada, había dolor detrás de aquella cólera, pero Takafumi tenía mucho miedo. Y los miedos nunca fueron buenos consejeros. Estaba demasiado acostumbrado a reprimir sus emociones por el bien de su familia.

 

—Yo te amo Zen...yo te amo. —Le dijo con tristeza y cansancio.

 

Zen lo soltó y luego lo abrazó suavemente. Como intentando sostener las piezas rotas de un rompecabezas.

 

—Entonces ven conmigo. No temas a nada. Somos libres Takafumi, libres para vivir nuestra vida como queramos.

 

Takafumi disfrutó del calor de aquellos brazos. Ojalá todo fuera así de sencillo. Pero tenía que convencerlo, tenía que pedirle un poco más de tiempo.

 

—Zen...yo...Lo haré. Te prometo que lo haré. Pero dame tiempo, por favor, dame tiempo.

 

Sintió a Zen tensarse y éste lo soltó con desdén.

La indiferencia en sus ojos, cubriendo todos los pedazos de los demás sentimientos.

 

—Tienes todo el tiempo del mundo Takafumi. —sentenció— Esto se terminó.

 

—Zen...no...Zen...Zen...

 

 

Aunque Yokozawa lo llamó muchas veces, él nunca volvió su rostro. Nunca se detuvo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

///////////////////////////////////////////

 

 

 

La borrachera y la desolación nunca fueron buenos amigos. Son de esas "amistades" falsas que se te acercan para darte un abrazo solo en el momento en que necesitan un favor de ti, para luego olvidarse de tu nombre, y si te veo no me acuerdo, ya me fui, ya obtuve lo que quise de ti.

 

Una ilusa satisfacción momentánea, que luego se encarga de golpearte con creces la estupidez de haberte creído dueño y amo de tus sentimientos, queriendo inútilmente desaparecerlos. Ellos regresan con fuerza e inclemencia, y no te perdonan el hecho de ser humano.

 

—Oh, Zen… —musitó con sincera dolencia al verlo en aquel deplorable estado de abandono y sucia ebriedad—. ¿Qué te has hecho? Vamos, entra. ¡Espera, tonto, que te ayudo! —Le regañó y sujetó por debajo de los brazos para evitar una dolorosa caída contra el suelo de madera tapizada del genkan, en la casa de su mejor amiga, Sakura.

 

Pudo evitar que se golpeara de gravedad, pero no que cayera, haciéndolo con desmedida fuerza sobre ella. Era la primera vez que lo veía así de mal, la primera vez que apestaba de aquella manera y la primera vez que...lloraba en sus hombros, sin dejar de mencionar la agonía de la tremenda caída, y que Zen era particularmente veinte kilos más pesada que ella y con unos veinticinco centímetros más alto.

 

—¡ZEN...! ¡CUANDO TE SIENTAS MEJOR, TE JURO QUE TE MATO...OUCH...SALTE DE..! —Pero sus protestas fueron silenciadas por los lastimeros sollozos de su amigo, rompiéndole en el acto mismo el corazón, como una certera padreada a la ventana de un vidrio.

 

—Lo perdí, Saku-chan... —Bueno, al menos, aún tenía consciencia de quién era, todavía llamándola por aquel molesto -según ella- y "cariñoso" -según él- apelativo que le ponía los nervios de punta, pero que ahora, por vez primera, ella no se atrevía a rechistar. Los dos la llamaban de esa manera.

 

Colocó sus brazos alrededor de su amplia espalda, esperando tan solo que pudiera quitar un poco de todo ese dolor de su interior—. Esta vez lo perdí para siempre, Takafumi...él...se va a casar, y yo…nunca... nunca fui lo suficientemente importante para él. No me ama. Es el fin. Todo se acabó.

 

Abrió la boca para discutirlo, refutarlo... ¡Hubiera dicho cualquier cosa!

 

—Lo sé, Zen. Lo sé. —Cualquier cosa, menos esa.

 

¡¿Cómo tenía el valor para callar ahora, para no decir ninguna maldita cosa buena y útil por ellos?!

 

Y por qué, ¿por qué sentía cierto...asqueroso alivio?

 

Esa misma tarde, Takafumi y ella habían hablado por teléfono. Su mejor amigo estaba destrozado. Sus padres, una boda planeada de la que ni él estaba enterado, construida sobre la base de viles mentiras y artimañas, Zen llegando sin avisar a su casa y teniendo que ser partícipe de todo aquel circo elaborado. Sus últimas palabras. Su despedida. ¡Cuánto ella hubiera querido estar allí para confortarlo! Fue lo que se dijo, y sin pensarlo dos veces salió de su casa para la de Takafumi. Por lo que le había contado, él se había rehusado a ser parte de ese loquerío que ellos llamaban fiesta de compromiso, con sus padres, "sus suegros" y aquella chica tan frívola. Ellos, cansados de su actitud, se decidieron a cenar fuera. En vano serían los mismos gritos de siempre, en ese preciso momento, en que desesperado, Takafumi, en un intento de desaparecer lo más rápido posible de sus vistas, se encerró en el baño de abajo.

 

Fue cuando la llamó a ella.

 

Sakura pudo entrar sin problemas, por la ventana de enfrente. No estaba asegurada y estaba a una distancia prudente. Llamó a Takafumi, pero al notar que no estaba en su habitación, decidió buscar abajo. Los débiles sollozos no tardaron en llegar a sus oídos. Tocó la puerta delicadamente solo dos veces.

 

—Takafumi. Soy yo. Ábreme por favor.

 

El muchacho, recostado contra la puerta, alzó su brazo como pudo y dio la vuelta la manija para dejarle paso a su amiga.

 

—Ay, ay, ay...Mírate hermoso... —Agachándose, tomó las manos frías y trémulas del pelinegro entre sus tibias manos, quizás así al menos dejaría de temblar. A continuación llevó una mano a sus cabellos negros alborotados, con la excusa de peinarlos y sacarlos de su frente, luego pasó los dedos por sus húmedas mejillas— Ven aquí mi amor... —susurró bajito, con sus propias lágrimas al borde, con tanto cariño, que inclusive no cabía en su pecho. Era un dolor propio. El de su amigo de infancia, su compañero en la Universidad, su compinche de juegos, travesuras. Casi como si fuera su alma gemela.

 

Lo abrazó dulcemente, y lo instó a que se recostara en su regazo, donde ella podía consolarlo mejor. Quizás era mejor que fueran a la habitación, pero Takafumi parecía no tener las fuerzas suficientes como para que sus piernas soportaran en ese momento ponerse de pie, y mucho menos el trajín de las escaleras.

 

Takafumi lloró, y lloró todo lo que no había podido hacerlo en años quizás, y todo lo que le hacía falta e incluso por lo que estaba por venir. Mientras ella le cantaba una música para reconfortarlo, en el oído. Tantas veces ella le había advertido que cuidara de su relación, que apartara sus miedos, que le diera el lugar que correspondía en su vida, a Zen. Pero ahora no era momento de reproches ni de los "te lo dije", tan solo...tan solo sabía que tenía que quedarse con él.

 

Pese a sus porqués, luego de despertarse de una necesitada siesta, Takafumi le dijo que pronto llegarían sus padres, y solo la fastidiarían.

 

 —¡No me importa! ¡No me voy a ir! —Simplemente se rehusaba a dejarlo en ese estado, solo y justamente con sus padres. Él tomó sus manos y dibujó una sonrisa para nada acorde al brillo en sus ojos.

 

—Tienes un examen importante mañana, ¿recuerdas?

 

—Puedo presentarlo en otro momento.

 

—No. No vas a arruinar tu promedio, señorita, ¿entendido? —Ella hizo un puchero, haciéndola parecer en ese instante mucho más joven de lo que era. Como una niña regañada por meter las manos en el tarro de galletas, sin permiso. Se inclinó y dejó un beso con ruido sobre la mejilla de Takafumi.

 

—Sí, señor gruñón. —Él besó los nudillos de su mano, y su frente, al igual que ella luego lo hizo, en una vieja costumbre que tenían desde niños, para cuando los males les aquejaban, y como si aquel pequeño acto de amor alejara todas sus tristezas, mágicamente. Ellos seguían creyéndolo. Eran súperpoderosos mientras se mantuvieran unidos, y las penas, por muy grandes que fueran, se achicaban y desaparecían con el tiempo. Al menos, casi todas ellas lo hacían.

 

Al menos estaban juntos.

 

Regresando sus pensamientos a lo que era el ahora, Sakura, de alguna manera, se las ingenió para meter a Zen bajo la ducha de agua fría -obviamente, con todo y ropa, ¡Si apenas pudo arrastrarlo hasta allí, esforzando como nunca a sus pulmones a trabajar el aire!- Este enorme pedazo de hombre desecho estaba así por culpa de Takafumi, de alguna manera. Si bien era cierto que era tan amiga de Zen como de Takafumi, éste último era más su hermano en todos los sentidos de la palabra. Y ambos habían sido culpables, no había por qué colocar todo el peso en un lado de la balanza, ¡¿O no?!

 

¡¿Y por qué rayos se sentía tan enojada ahora?!

 

Se deshizo momentáneamente de sus sentimientos... pensamientos, ¡Lo que sea! Y levantó como pudo a un aletargado Zen.

 

—Oh, ¡Vamos! ¡Ayúdame! A ver, así...levanta un pie, luego el otro... Mira, que yo no te voy a vestir, eh. —resopló, resignada, al verlo acurrucado contra la pared fría del baño— Anda, ven, levanta tus brazos... —La camisa empapada fue mucho más difícil que los pantalones, pero al menos el hombre colaboró. Sakura tomó una toalla y comenzó a secarle el cabello. La mirada de Zen permanecía ausente, perdida, muy lejos de allí. Oscuros, sin brillo, opacos...sin su habitual chispa, que a ella tanto le gustaba.

 

—¿Qué voy a hacer, contigo, eh?

 

No pasó mucho rato, para que ambos estuvieran en la sala, en el pequeño bar que ella tenía allí. No es que fuera una bebedora habitual, pero le gustaba tener ese pequeño antojo dañino al alcance, solo por si le fuera útil, necesario o simplemente quisiera darse el gusto. Ahora era una de esas ocasiones en la que era urgentemente necesario.

 

Esta vez Zen estaba con una sola lata de cerveza, luego de pelear inútilmente con Sakura tras lo que fueron los diez minutos más exhaustivos de sus vidas. Y entonces solo lo dejó ser, o mejor dicho lo acompañó. Ella con frizzé, y de esa manera ni se daría cuenta del momento exacto para cuando ya estuviera borracha, al tope y lista para decirle todo aquello que traía atorado en la garganta. No es que fuera la primera cosa en su lista de prioridades.

 

—¿Qué voy a hacer ahora, Sakura? Tenía tantos planes a su lado. Terminábamos este año la carrera, y nos casaríamos en Londres el año que viene. La casa en la ladera de una montaña, los niños, nuestros gatos... —suspiró con desgana, alborotándose los cabellos, en una mezcla de desesperación y agotamiento— Saku-chan... ¡¿Qué...

 

¡CUÁNTO LA HACÍA ENOJAR QUE HABLARA DE ÉL Y TAKAFUMI TODO EL MALDITO TIEMPO!

 

Ella que había dejado de parlotear, quejarse y pelear, para beber, y escuchar sus quejas, había decidido ponerle fin a su discurso emotivo, patético y lamentable, tomando la cabeza de Zen en sus manos, y depositando en sus labios un beso violento, angustioso y ansioso. Su boca se fundió en aquella morada dulce, con el sabor extraño de mezcla de pasta dental de menta, y la cerveza...y sin embargo, nada desagradable.

 

 Y estaba llorando.

 

—Saku...ra... ¿qué?

 

—¡TE AMO, CARAJO! ¡¿Cómo no te habías dado cuenta todo este tiempo?! ¿Eh? ¡¿Cómo?!

 

—Saku-chan, estás borracha y no... r13;Las aguas cristalinas al borde de su mirada les abrían la puerta a mil secretos prisioneros, hasta ese momento.

 

—¡No! ¡No te atrevas! ¡No te atrevas a insinuar que te amo por culpa de mi...de esto...del estúpido alcohol! Ahora, cállate y escúchame. Te he querido desde que te vi y luego aprendí a amarte. Pero Takafumi también se enamoró de ti, y tú no le eras indiferente y yo no podía hacerle esto a él. No a mi amigo, mi hermano del alma, no a él. Pero no te dejé de querer. Tus bromas, tus miradas, tus gestos con Takafumi, tus atenciones, tu cariño, y cómo se lo gritabas en la cara a quien quisiera arrebatártelo. Y yo siempre anhelando en secreto lo que le dabas a él con tanta naturalidad, y él no podía retribuírtelo como te lo merecías, y yo moría por dártelo. —rió nerviosa, entre espasmos de sollozos, vergüenza y culpabilidad. Se agarró de la camisa que llevaba puesta y apretó su puño sobre su corazón, sin apartar la mirada, cargada de tanto dolor y todo ese amor guardado, del objeto de su devoción—. Y te amo. Lo amas. Y él te ama. ¡Y yo no tengo nada que hacer...!

 

—Shhh... —Sin tener idea de lo peligroso de los actos buenos, los dedos de Zen ya estaban secando sus lágrimas.

 

 

Quién sabe si por puro egoísmo, necesidad de consuelo, cariño o desahogo. Compasión, amor o retribución. Pudo haber sido por tantos motivos, y a la vez puede ser que no haya habido ninguno. Pero lo cierto es que Zen decidió que en ese momento no le interesaba la respuesta, ni mucho menos la pregunta. Solo quería sostenerla, y así lo hizo. La sostuvo en sus brazos toda la noche, entre besos suaves, caricias delicadas, y abrazando su desnudez, mientras le hacía el amor de maneras que nunca había experimentado antes. Novedoso, pero no malo. Dulce, pero no excesivamente. Urgente, pero sin prisas. Duro, pero no violento.

 

Hermoso, pero no maravilloso.

 

Hay tantas lindas maneras de querer a alguien, y ellos hasta entonces, no se imaginaban que también había maneras lindas de olvidar a alguien, de lastimar a alguien. Maneras, tantas maneras de hacer las cosas. Y eligieron una tan particular para compartir sus sentimientos, y no sentirse solos.

 

Qué triste que se olvidaran, o mejor dicho, que en ese momento no quisieran recordar el mañana, ni los sueños ajenos.

 

¿Qué tan humanos podían ser?

 

 

////////////////////////////

 

 

 

¿Cuántas veces la vida nos puede echar al suelo? ¿Cuántas veces puedes levantarte e intentar seguir adelante? ¿Cuántas veces puedes soportarlo? Alguna vez, ¿aprenderás? ¿Cuándo? ¿Cómo? Y, ¿a qué precio?

 

Esa mañana no hubiera podido asistir a la universidad, por mucho que se esforzara en reunir el más mínimo gramo de voluntad para levantar sus cansados y tercos pies de las frías baldosas -excesivamente blancas- del suelo del baño. Abrazar al retrete parecía su más increíble plan para todo el día.

 

Las náuseas lo atacaban a la misma hora, todos los días, pero hoy, los mareos habían decidido acompañarlas como un rebelde acto contra la férrea y ahora muy destruida voluntad de Yokozawa.

 

r13;¡No...No...No...MALDITA SEA...!

 

Entonces, por mucho que se predispusiera a negarlo de dientes para afuera, en su mente y en su corazón ya había formado su hogar aquel ahora muy doloroso instinto.

 

Entre desconsolados sollozos, gritos ahogados y maldiciones nuevas, recordó cómo no se había cuidado la última vez que estuvo con Zen.  Aquella noche de pura algarabía y caprichosa pasión, fueron lo suficientemente tercos y tan imbéciles como dos ingenuos y calientes adolescentes enamorados, que en el calor del encuentro de sus cuerpos, habían olvidado usar preservativos.

 

Como una cruel broma del destino, se encontraba en estos momentos, sentado frente al escritorio de su ginecólogo, quien se encontraba confirmándole cómo su vida entera junto con todos sus planes y sueños se estaban yendo al carajo, en casi todos los sentidos y terroríficas visiones del futuro que se presentaba frente a sus ojos. Sus manos trémulas, agarrando con fuerza sus pantalones. Sus dientes castañeando, casi inconscientemente. Sus ojos perdidos en algún punto que no lograba identificar. Las lágrimas empapando sus manos y pantalones.

 

¡¿Qué iba a hacer con un bebé, en este momento de su vida?! ¡Ni siquiera podría terminar su carrera! Y aún si la terminara, ¿qué le esperaba a ese pequeño? Siendo padre soltero. Como si no tuviera suficiente con el que sus padres quisieran manipular su vida.

 

r13;Señor Yokozawa, es importante que esté atento. Tiene cuatro semanas de embarazo, pero el embarazo ciertamente es delicado... r13;Echó una hojeada al historial clínico de Takafumir13; Debido a la anemia que tiene, y al estrés que está pasando por estos momentos. Es importante que... r13;Yokozawa se perdió en ese hilo invisible de unos sentimientos que no tenían extremo, no había alguien al otro lado quien pudiera sostenerlo. Nadie. Ajeno al lugar y tiempo en el que se encontraba, perdido en una historia de amor que había deshecho con sus propias manos.

 

La angustia, el dolor, el vacío, la soledad, y el ver su futuro en blanco hicieron que corriera al baño del consultorio, debido a unas arcadas que lo atacaron sin piedad.

 

r13;Ay, ay, ay, muchacho. r13;El médico, amigo de sus padres, estaba allí, de alguna u otra manera sosteniendo lo insostenible, y sin embargo el peso de la soledad, la confusión y la terrible opresión en el pecho, no hicieron nada por desaparecer su peso.

 

r13;Ven. Con cuidado. Sí. Ya. Te daré ahora esa medicación para las náuseas, debes comer algo dentro de media hora, aunque sea solo un jugo.

 

En automático, Takafumi se dejó llevar por el hombre mayor, perdido en sí mismo, y perdido en todos los sueños que había creído hubiera podido construir al lado del hombre que ama. Pero no. A veces, los planes solo duelen.

 

///////////////////////////////////

 

 

Caminó por entre la muchedumbre con parsimonia. Sentía que llevaba todo el peso del mundo sobre sus hombros. Era tan difícil pensar, no había respuestas fáciles a su dilema. Tenía mucho tiempo sin verlo y no veía la forma de llegar a decirle: “Hola, sé que te fallé de muchas formas pero, hey, estamos esperando un bebé.”

 

Se sintió tenso y sofocado por lo que decidió sentarse en un pequeño café a descansar. Mientras se tomaba algo frío, hizo una llamada. Sakura había estado esquiva y parca en sus conversaciones de los últimos días, pero era ella a la única que podía recurrir. Su amiga, su casi hermana.

 

—Hola Saku-chan, ¿estás en tu casa? Necesito hablar contigo.

 

Para Sakura aquella llamada fue un alivio y también un terrible dolor, pero tenía que hacer lo que debió hacer hace días. No podía seguir ocultando lo que ocurría y mucho menos lo que iba a pasar en un futuro.

 

—Hola Takafumi, sí, por favor ven a casa. Yo también quiero hablar contigo.

 

Con el corazón un poco más ligero, Yokozawa se encaminó a casa de su amiga. Ella le ayudaría, estaba seguro. Debía encontrar la forma de volver sobre sus pasos, de recuperar el amor que creía perdido. Una vida nueva, inocente, dependía de ello.

 

Sakura estaba un poco pálida y demacrada cuando lo recibió en su casa. No se veía mejor que él y eso que las náuseas le habían hecho perder peso. Los padres de la chica no estaban, así que se sentaron a conversar en la sala.

 

Mientras se acomodaron, Sakura le servía temblorosa el té que había preparado. Takafumi, quien tan bien la conocía, no pasó por alto esto.

 

r13;Hey. Tranquila. r13;Tomó sus pequeñas manos entre las suyas, para darle confort. No entendía muy bien la razón de sus sentimientos, pero por ahora solo quería hacerla sentir mejor.

 

—¿Lo has visto? —Le preguntó entonces ella, con una expresión de temor y angustia que Yokozawa notó quizás, pero se lo atribuyó a los nervios y a una posible gripe.

 

Éste negó con la cabeza.

 

—Me evita en la universidad y cuando le he llamado no responde, ni siquiera mis mensajes.

 

Sakura suspiró.

 

Él, con el corazón desbocado, reunió todas sus fuerzas para decirle aquello. Lo necesitaba.

 

—Necesito hablar con él, Saku, necesito decirle...

 

—Takafumi. —Lo interrumpió su amiga. Cuando él la miró, notó sus ojos empañados en lágrimas—. No puedo... no puedo seguir ocultándote esto. r13;Llevó una mano a su boca, para reprimir el sonido de sus lastimeros sollozos.

 

Aquello lo alertó en más de una manera.

 

Yokozawa frunció el ceño y, sentado muy cerca de su amiga, apretó sus manos cariñosamente. Besó sus nudillos, buscando desesperadamente poder darle el alivio que tanta falta le hacía a ella.

 

—¿Qué pasa Sakura?

 

Aquella pregunta era muy dura de responder, pues lo que pasaba los envolvía a todos. Los encerraba en una espiral de sentimientos encontrados, donde alguien iba a salir perdiendo.

 

—E...estoy...estoy embarazada.

 

Yokozawa la miró perplejo, su segundo sentimiento fue de empatía, pues supuso que ella se sentía igual de confundida y vulnerable como él en ese momento. El tercer sentimiento le dejó un extraño vacío en el estómago, como si presintiera lo que venía. Era miedo.

 

—Sakura...

 

—Lo siento... lo siento —murmuró la chica entre sollozos, mirando a Yokozawa con profundo arrepentimiento—. No...No lo quería así...solo pasó. Te prometo que no lo quería así. Fueron muchos años amándolo y él estaba tan destruido ese día, estaba tan destrozado. No pude evitarlo...no pude.

 

Sin más que aquellas palabras, él lo sabía. Ella sonaba tan quebrada. Y pasó. Su corazón se rompió en incontables pedacitos y estaba seguro que volverlo a unir iba a ser muy difícil, si es que pudiera encontrar todas las piezas algún día.

 

—Zen...él... ¿Lo sabe? —preguntó con voz trémula, queriendo escuchar el resto de la historia para poder morirse de una vez.

 

Ella asintió. Yokozawa se puso de pie y caminó hasta el enorme ventanal, donde una brisa fresca lo recorrió, llenando de escalofríos su cuerpo rígido y dolorido. No podía quejarse, había acudido a donde su amiga en busca de una respuesta y vaya que la había conseguido. El dolor penetrante en su pecho lo hacía querer gritar. Sabía lo que tenía que hacer. Irse era su única salida, irse lejos con su bebé y olvidar.

 

Sakura llegó a su lado y lo tomó por el brazo. Apenas si se percató de su presencia, por el contacto.

 

—Takafumi, yo…lo siento. Perdóname por favor. No quiero perderte.

 

Él la miró y aunque hubiese querido odiarla, no pudo. Eran muchos años de cariño, de una amistad donde eran casi hermanos. La abrazó despacio dejándola llorar las lágrimas que él no podía, aunque quisiera, derramar.

 

—¿Zen quiere casarse verdad? —Le preguntó, luego de que ella se había calmado tras un breve lapsus de silencio en el que él había dejado guardado todo su dolor. Sabía ya la respuesta, conocía muy bien al hombre que amaba. Zen siempre haría lo correcto.

 

Ella asintió y lo miró llorosa.

 

—Le dije que no, Takafumi. Le dije que no, no puedo…no puedo hacerte esto. Hacernos esto.

 

Yokozawa hubiese querido ser egoísta. Hubiese querido tener el valor para gritarle que Zen le pertenecía, que él también esperaba un hijo. Aun así...

 

—Pues vas a decirle que sí, Sakura. —Cuando ella quiso protestar, él puso la mano en el vientre suave y aún liso de su amiga—. Él o ella merece una vida feliz. Merece a sus padres juntos. Una verdadera familia. Un amor de verdad.

 

Suspiró y le sonrió con cariño, tratando de no sonar roto, de ser cuando menos un poco sincero.

 

—Lo de Zen y yo no tenía futuro Saku-chan. Ahora tú y él tienen una responsabilidad grande y hermosa. Nuestra amistad siempre estará, yo siempre voy a quererte.

 

Le costó mucho convencerla y en esas amargas horas se fue lo poco que le quedaba de aliento, de vida. Cuando salió de aquella casa, Sakura estaba feliz y convencida de que su amigo la había perdonado y le daba su bendición para que empezara su vida con el hombre que amaba. El hombre que ambos amaban, pues Yokozawa jamás dejaría de amarlo.

 

Con lo último de sus fuerzas, después de haber llorado por horas, salió en medio de la noche de su casa. Silencioso, sigiloso, roto, desolado. Cuando llegó al hospital era muy tarde, el dolor que había sentido al salir de casa de Sakura y al que no le había dado importancia, se había vuelto un terrible tormento y cuando comenzó a sangrar, supo que algo mucho peor de lo que ya le había ocurrido, iba a terminar de destruirle.

 

El amanecer lo sorprendió despierto, en medio de una blanca y estéril habitación de hospital. Había perdido a su mejor amiga -la única-, a su amor, y a su hijo, el mismo día. Ya no tenía ni fuerzas para llorar ¿para qué? Ni un mar entero de sus amargas lágrimas le devolvería la vida preciada que se había ido. La única cosita que le había dado un sentimiento de salvación, ahora ya no estaba.  

 

Se sentía hueco, devastado, solo. Sus ojos fríos e inexpresivos miraban al vacío, como si ya no le importara mirar la vida transcurrir. Drenado de toda emoción fue dado de alta. Las preguntas de sus padres no fueron respondidas, se encerró dentro del muro de la indiferencia, evitando todo contacto con la realidad.

 

Y llegó el día.

 

Preparó meticulosamente su huida, habló con sus tutores, consiguió recomendaciones y cuando le llegó la invitación de la boda, solo suspiró. Hacía días que la esperaba. Había hablado ocasionalmente con Sakura, haciendo un descomunal esfuerzo por sonar normal. Con Zen, al contrario, había evitado a toda costa hablar o verle.

 

El día del matrimonio llegó y como lo prometió, estuvo al lado de su amiga. Sereno, con una máscara de increíble tranquilidad que engañó a todos, incluso al que una vez dijo conocerlo muy bien. Abrazó a Sakura y la felicitó con genuino afecto, esperando que al menos ella fuera feliz. Cuando su mirada finalmente se encontró con la de Kirishima, le sonrió. Ciertamente no pudo evitar la nostalgia en su mirada, había tanto que decir y la certeza de que nunca se diría, que no pudo evitar que su coraza se agrietara.

 

—Espero que seas feliz, Zen.

 

Kirishima quiso decir algo, retuvo su mano más tiempo de lo debido, pero la algarabía de la gente, las felicitaciones que iban y venían y la presencia de Sakura a su lado, no les permitieron más que una mirada, que solo duró unos segundos. Hasta que fueron separados por entusiastas familiares, ansiosos por abrazar y felicitar a la “feliz” pareja.

 

Yokozawa no se quedó mucho rato en la fiesta, el tiempo justo que dictaba la educación. Cuando por fin pudo escapar, se subió a su auto, quitando la corbata que lo había estado asfixiando. Cuando lo hizo, supo que no era la corbata, sino el estruendo de su corazón el que lo asfixiaba y a él no podía arrancarlo de su pecho, por más que quisiera.

 

Se encaminó al aeropuerto, todo estaba preparado. Las maletas en el asiento trasero, el pasaje y el pasaporte en un maletín en el asiento del copiloto. La carta que en unas horas recibirían sus padres. Una nueva vida lo esperaba en Londres, huía de aquel país donde dejaba su corazón, aunque sabía que de los sentimientos que llevaba dentro no podría huir jamás.

 

Por primera vez en días se permitió llorar, aunque se prometió que sería por última vez.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).