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Yasashiku Koroshite por Agonyxinxthexdarkness

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Notas del fanfic:

Holi, acá está la negri del fandom publicando lo que correspondía del desafío.

 

Nombre de la pintura: Guernica (http://www.museoreinasofia.es/sites/default/files/obras/DE00050.jpg)

Nombre del pintor: Pablo Picasso.

Año asignado: 2013

 Enjoy.

Notas del capitulo:

Aquello que esté seleccionado en imprenta es parte del relato. 

Todo se está desmoronando violentamente ante mis ojosRezaba escrito en un cuaderno de tapas blandas y hojas amarillentas, la caligrafía era reconocible. Esto llenó de dudas a cierta persona, buscando resolverlas.

 

-       ¿A qué se refería con eso, señor? –Preguntó con voz suave aquel adolescente de ojos ligeramente rasgados y cabello aclarado artificialmente, como dictaba la extraña moda de esos días.

 

La otra persona en esa habitación, a quien se había dirigido el más pequeño, elevó la vista del libro que estaba leyendo, más por costumbre que por otra razón. Su cabeza se ladeó ligeramente, en gesto de duda. Ese hombre ya maduro, de cabello corto y blancuzco gracias al paso del tiempo pero con aspecto de ser menor a su edad, se encontraba sentado cómodamente en un amplio sofá color vino. Desde la posición del más joven, se podía  observar la ventana tras su asiento. El cielo estaba ligeramente oscuro a pesar de que no eran más de las cuatro de la tarde; se veía una capa blanca que cubría la calle, característica del clima invernal que estaba pasando.

 

-       ¿A qué te refieres? –Preguntó con calma, al tiempo que dejaba a un lado aquella lectura tan particular.

 

El más joven, que ciertamente ya rondaba por los diecinueve años, eliminó la distancia que había entre ellos para sentarse a un lado del hombre más grande. Allí, volvió a abrir la página de aquel diario deteriorado por el tiempo que encontró mientras rebuscaba entre las cajas apelmazadas en el sótano. Con voz clara y alta, volvió a leer.

 

-       “Todo se está desmoronando violentamente ante mis ojos” ¿Qué significa? Según indicó, lo escribió el 26 de abril de 1937.

 

El corazón del hombre mayor casi da un vuelco al oír aquella frase después de tanto tiempo, acompañada de tan horrible fecha para él. El más joven de ambos pudo intuir la incomodidad en el anciano, quien había variado la posición mientras que sus ojos estaban dirigidos hacia una nada misma. Hubo un silencio realmente incómodo por unos segundos, apenas ocupado por los chispeos que la leña encendida realizaba aleatoriamente mientras se consumía. Se discutió mentalmente sobre preguntar más sobre el tema, pues la intriga le estaba calando entero o dar el tema por muerto.

 

-       Mejor dejemos el tema…

-       No, está bien. Puedo contártelo. –Interrumpió al joven criado, el cual se sorprendió por la severidad con la que había surgido esa frase.

 

 

Ambos se acomodaron en una posición que no resultara molesta durante el relato, el cual parecía ser largo. Cuando ambos estuvieron listos, el mayor comenzó a hablar.

 

 

 

 

Las vueltas de la vida habían provocado que él, a una edad demasiado temprana, cayera en un empobrecido orfanato ubicado en Guernica y Luno, España. ¿Cómo había llegado un joven de descendencia japonesa a Europa? Tampoco había tenido oportunidad de preguntarle a nadie, pues quien lo había dejado como si de unos cachorros se tratase nunca había vuelto a aparecer. El día en que lo dejaron, habían dejado también otros dos niños de su misma tierra natal. Por suerte, eso hizo que su vida fuera un poco menos miserables en esos primeros años al estar tan bien acompañado.

 

Especialmente, se había llevado mejor con uno de ellos. Era bajo, más que él, de cabello extrañamente claro, con una voz que prometía bastante y una sonrisa que lograba comprar hasta lo incomprable. Su actitud curiosa y revoltosa se recompensaba con aquella dulzura que siempre salía de él. Mao le decían, pues ni siquiera habían entregado papeles de nacimiento que dieran indicio de su nombre y apellido verídico. Sólo una cadena con esas tres letras llevó a que adoptaran ese mote.

 

No fue tan diferente a él, en todo caso. La diferencia es que Kei tenía sus papeles pero el nombre era ilegible. Chino básico, literalmente; a tientas habían podido definir aquel nombre, el cual ni siquiera estaba completo gracias a que solo habían reconocido una de las cuatro sílabas impresas. Lo malo de que se desconocieran las lenguas extranjeras en lugares así se notaba en ese tipo de momentos.

 

Su infancia en el orfanato no fue tan dura sólo por el hecho de que Mao siempre estaba a su lado. Cuando lo molestaban, siempre aparecía aquel muchacho de baja estatura dispuesto a defenderle. Cuando no se sentía bien, Mao siempre estaba dispuesto a ofrecerle una de sus mágicas sonrisas que alegraban a cualquiera. Cuando caía en la desesperanza, Mao estaba ahí, cayendo con él, haciéndolo ligeramente más cómodo de cierto modo. Siempre, en todo momento, estuvo con él.

 

Esto no cambió ni siquiera cuando alcanzaron la mayoría de edad y tuvieron que dejar el orfanato cargado de recuerdos poco felices. Ambos buscaron un trabajo, ambos comenzaron a vivir juntos. Se había desarrollado en ellos una relación casi como hermanos, una en la que se necesitaban mutuamente, donde si uno faltaba el otro sólo caía en la depresión más profunda posible. Se acostumbraron tanto a estar juntos que dolía tener que estar separados.

 

Es que Mao era una persona a la que cualquiera se acostumbraba, alguien que era famoso con las chicas y algunos chicos del orfanato y en el pequeño puerto donde había conseguido empleo ayudando a los mercaderes. Kei, por su parte, era el encargado de llevar la mercancía especial a algunos de los pequeños comercios que se hallaban en el pueblo. La paga, en ambos casos, no era mucha, pero fusionada llegaba a alcanzarles para comer y para pagar el pequeño cuarto en el que vivían.

 

Su vida no era lujosa pero con lo justo y necesario ellos eran más que felices. Mientras que la comida no faltara y el calor del hogar se mantuviera, alcanzaba. Su convivencia era perfecta, pues ambos tenían conocimiento de que le gustaba y disgusta al otro. En cierto modo, resultaba peligroso que ambos supieran tanto del contrario. También fue una virtud cuando se dieron cuenta de que algo estaba cambiando en ambos.

 

Las miradas “extrañas” que se dedicaban, por ejemplo, se volvieron más frecuentes de ambos lados. Aquellos apegos emocionales se hacían más fuertes, aquella necesidad de trasmitirse cariño. Un deseo extraño nació, algo que realmente escapaba a su conocimiento adolescente. Cuando ambos desearon hablarlo, llegaron a la misma conclusión: ellos se querían más de lo normal. Siempre se habían querido, claramente, pero ahora las cosas se estaban volviendo más extremistas. Se notaba en los celos de Kei cuando Mao regresaba más tarde porque alguna ayudante le invitaba una copa; también cuando Mao quería cambiar el tema al momento en que Kei platicaba de sus clientas recurrentes.

 

Estaba mal que dos personas del mismo sexo se quisieran de ese modo,  estaba más que mal. Lo sabían pero ¿Qué podían hacer? Nada. Se dejaron llevar por el bienestar en común, por el romance que vivían, por la extraña manera de besar de ambos que les cautivaba…

 

A los dieciocho años habían perdido juntos la virginidad. Había resultado bastante doloroso a decir verdad pero las veces que siguieron compensaron con creces todo ese malestar. Mao era un amante perfecto, aprendía rápido a provocar  y Kei simplemente sabía desde pequeño que lugares tocar en él, utilizando sus dotes para enloquecerle del mismo modo que aquel bajito muchacho le enloquecía. Nuevamente, el hecho de conocerse tanto se volvía tóxico.

 

Las cosas resultaron agradables hasta que ambos alcanzaron los veinte años. En ese momento, por obligación, debieron formar parte de la policía militar, El entrenamiento era duro, fuerte, tan pesado que en varias ocasiones acabaron por replantearse el desertar. Sin embargo, ambos lograron superarlo juntos. La fuerza que entre ellos se otorgaban era de película romántica cliché, insoportable para las personas de afuera que llegaban a desconfiar del supuesto cariño incondicional que se tenían. Los acusaban de homosexuales, los amenazaban en muchas ocasiones. No tenían más que fingir que sólo tenían un trato de hermanos que superaba expectativas.

 

Acabaron los entrenamientos rápidamente, más nunca habían tenido problemas alguno o citaciones. A veces se los llamaba para controlar algún revuelo en la plaza central, los llamaban para detener a alguna persona que fuera desconfiable. Nunca habían tenido que afrontar nada serio, hasta ese triste y gris 26 de Abril de 1937.

 

Quien relataba aquello hizo una pausa tras decir aquella fecha, sintiendo su piel erizarse. Mientras contaba todo aquello, el criado se notaba cada vez más interesado por la historia de su tutor. Parecía que podía sentir todo a flor de piel, incluso notaba aquel nerviosismo que se había formado en el más grande, planeando comunicarle que en realidad no deseaba oír más (aunque fuera una vil mentira). Sin embargo, esa intensidad al hablar le llamaba la atención.

 

-       ¿Por qué ese día me suena tanto? – Preguntó el joven en voz baja, casi en seguida pudo ver como el hombre a su lado hizo una mueca en su rostro.

-       Bien,  déjame que siga contándote. Estoy a punto de llegar a la explicación. –Se acomodó apenas en el asiento, respirando hondo. – Ese día, recibimos una alerta…

 

 

Por lo que recordaba, semanas antes habían comenzado a contactarles para fuertes entrenamientos luego de unos bombardeos en una zona cercana. Aparentemente, los revuelos en las ciudades capitales estaban trayendo problemas a los lugares más tranquilos, como era ese pequeño pueblo en el que residían. Se habían construido refugios ya que en ese punto se pensaba lo peor, hasta se había prohibido el acceso al puerto por el miedo. Parecía que esa fecha ocurriría algo fuerte, algo que llevaría a la ruina dicho espacio… y eso fue lo que sucedió.

 

Él, al ser tan joven y de una contextura tan delgada, había sido asignado a ser el cuidador de uno de los refugios. Mao también había corrido con la misma “suerte” pero su refugio se encontraba varias calles alejadas del que le tocaba a él. Ambos tenían la tarea de conducir a los campesinos a ese espacio, dependiendo del radio en que se encontraban. Soportar tanta gente llorando, sufriendo, temiendo a algo que no había sucedido aún. La expectativa era la peor cuchilla que podía estar atravesando sus vidas.

 

-       ¿Prometes que intentaras salvarte? –Preguntó un Mao bastante deprimido ese día, en la mañana, antes de tomar sus respectivos lugares.

 

 

Por las expresiones que hacía, Kei podía darse cuenta de que su compañero estaba reprimiendo las ganas de romper en llanto justo frente a él. Recordó que le abrazó de un modo tan protector que resultó relajante, agradable. Recordó como su respiración se entrecortaba, como algunas lágrimas brotaban de los ojos de su pareja, como el calmado beso que le otorgó logró calmarle. Ese tacto tan suave y cómodo… era único.

 

Mao partió al refugio que debía atender ese día luego de aquello, el día estaría bastante ocupado.

 

Todo el mediodía había resultado tranquilo, incluso parecía que las alarmas que se habían dado el día anterior en realidad habían sido falsas. Esto sin embargo no significó que ellos hubieran abandonado su puesto de vigilancia o que hubieran dejado de lado su obligación de contener a las personas. Habían servido  el almuerzo en el refugio, lo podía sentir por el agradable aroma al caldo de verduras que se sentía por todo el lugar. Por lo que sabía, eran al menos las dos de la tarde, así que en media hora iban a realizar el relevo y podría disfrutar de un calmado almuerzo.

 

Había tomado asiento en uno de los rincones donde los demás miembros de la policía militar se encontraban charlando. Ya había acabado su ración, pues el hambre había resultado más fuerte a cada sorbo, y ahora solamente restaba pasar el rato. Al menos no había nadie a quien contener en ese lugar, pues la mayoría de las personas estaban relajadas. De su bolsillo, sacó una vieja libreta que traía y utilizaba como suerte de diario íntimo, Allí tenía escrito gran parte de los acontecimientos que habían surgido desde que había aprendido a escribir en el orfanato, pasando por el tiempo que había salido de él y había empezado a convivir con Mao. Se encontraba releyendo la página del día anterior, la cual expresaba lo mucho que le gustaba como se sentía la piel de su pareja cuando la palpaba desnuda, cuando le arrancaba aquellos gemidos que lograban enloquecer a cualquiera… Todos sus pensamientos resumidos en ese libro. Pensó que quizás era un buen momento para comenzar a escribir el que correspondía a ese día, aunque no pudo realizarlo.

 

Una fuerte cadena de estruendos en el exterior puso alerta a todos sus compañeros, a las personas que estaban dentro del refugio. Por lo que oyó, el bombardeo había sido al otro lado de la ciudad. Se podía apreciar al ver hacia el exterior gracias a la estela de humo negra que manaba de dicha zona. Su corazón latía calmado, era un lugar lejano tanto de él como del refugio donde su pareja se encontraba.

 

Un segundo bombardeo ocurrió casi a las cuatro y treinta de la tarde, nuevamente en una zona lejana, pero más cercana que la primera. Los gritos de las personas eran incontenibles, casi se podían escuchar los de toda la población. Lentamente la desesperación invadía a todos, aunque los “enemigos” estaban tomándose su tiempo para bombardear. Parecía que a cada momento los bombardeos iban acercándose más a su propio refugio, temía lo peor. Cada uno iba más largo que el otro, más potente… La situación realmente escapaba de las manos de todos.

 

Eran casi las seis cuando uno de los bombardeos llegó a uno de los edificios más importante de la ciudad. Ya casi estaba sordo de tantos gritos y no se podía respirar a causa del humo que las bombas lanzadas provocaban una vez que se impactaban contra su suelo. En ese momento, Kei lo único que deseaba era salir corriendo de ese lugar y verificar que el bombardeo no hubiera afectado la zona donde Mao se encontraba. Era un pensamiento realmente egoísta, pero necesitaba saber cómo se encontraba su pareja.

 

-       Vaya ¿Y no fuiste a ver cómo estaba? –Interrumpió el joven. A medida que el relato avanzaba, los hechos se formaban claramente en su cabeza como si de una película bélica se tratase.

-       No te adelantes, pequeño… A eso voy. –Regañó el mayor, antes de carraspear y continuar.

 

Llegó a un jodido momento en que no pudo resistirlo. Sólo tuvo el puto impulso de saltar por la ventana y correr, atravesar todas esas calles que le separaban de Mao. Después de todo, aún tenía algunos compañeros que se mantenían estables mentalmente como para seguir conteniendo a las personas. Lo malo de que sólo hubieran jóvenes ayudándole es que caían rápidamente en la locura por la presión y terminaban siendo inútiles. Kei era de los pocos que aún mantenía las ideas ordenadas, sólo motivándose con el pensamiento de que aquel martirio acabaría pronto y podría ver a quien realmente le importaba en toda la puta ciudad.

 

Allí tomó el lápiz que portaba y escribió lo que vino a su mente, guardando el cuaderno antes de tomar la decisión de su vida. Finalmente desobedeció las órdenes del único superior cuerdo que quedaba en ese lugar y se escapó. No se podía ver nada en las calles, más que el humo y algunos escombros que salían disparados. Algunas personas que no habían logrado encontrar lugar en los tres refugios de la zona se encontraban llorando, rezando por su futuro incierto en medio de la calle. Tuvo que esquivar a unos cuantos de ellos, pues el humo comenzaba a calcinar sus pupilas y ya no sabía siquiera si sus pasos dirigían al punto de encuentro. Luego de bastante, salió de la zona con mayor concentración de humo, casi a tres calles del lugar al que debía ir.

 

Casi como si el destino se hubiera puesto contra su lado, pudo percibir perfectamente una enorme sombra ocultando la luz del lugar donde él estaba. Sí, un maldito avión estaba sobrevolando la zona... y no solo eso. A pesar de que el mismo se encontrara a muchísimos pies de altura, pudo notar como unas compuertas comenzaban a abrirse. Había que ser tonto para no darse cuenta de lo que estaba por suceder.

 

Sacó fuerzas de donde no las tenía y buscó retroceder, esconderse, aunque su cuerpo hizo todo lo contrario. Casi como si la necesidad de encontrarse con Mao fuera la prioridad más fuerte que pasaba por su cabeza en ese momento, más que la de escapar del próximo bombardeo,  hubiera dominado sus piernas. El horrible sonido de aquel explosivo cortando el aire a su paso con una velocidad nunca vista a sus ojos le desesperó y sólo atinó a protegerse haciéndose un pequeño bollo en el suelo.

 

Uno tras otro los explosivos iban invadiendo la zona. Desde el refugio en el que había estado momentos atrás parecía que los bombardeos se concentraban en un edificio en especial. Sin embargo, poder apreciarlo desde tan cerca le hizo quitar esa idea casi infantil. Un solo avión era capaz de arrojar la suficiente cantidad de proyectiles como para deshacer en instantes varias calles, justo como estaba presenciando en ese momento. Ver aquella escena le hizo sentir tan insignificante, como un pequeño punto en medio de una recta. Estaba aturdido, cegado gracias al humo que comenzaba a quemar sus ojos.

 

El fuerte sonido de las armas explosivas enemigas pareció extremo. Comparado con los bombardeos que habían realizado anteriormente, era como si en ese momento se estuvieran descargando del peso, quitando las armas  Finalmente, de un momento a otro el silencio volvió a reinar en el lugar y pudo apreciar perfectamente como la gran cantidad de aviones se retiraban.

 

Allí comenzó el peor momento de su vida, pues el nerviosismo que cargaba casi le hacía imposible avanzar adecuadamente. Se tambaleaba por las calles, pues el impacto de las mismas le había afectado. Apenas y pudo llegar a pie a la puerta de donde se suponía que se encontraba la visión externa del refugio. De hecho, sus piernas habían fallado metros atrás al notar que toda la estructura ahora sólo eran simples escombros.

 

-       Mao… -Gritó, o intentó gritar, la voz no salía. Parecía una horrorosa pesadilla en la que apenas se podía mover, apenas podía hablar, con suerte podía respirar.

 

Por lo que vio, los que pudieron hacerlo habían ingresado al sótano del refugio y habían salido casi ilesos. Los que no tuvieron esa suerte, habían muerto calcinados casi al instante o habían sido aplastados por los escombros. La escena le partía el alma, destrozaba sus nervios. La cantidad de personas muertas en ese lugar le estaba superando. Veía madres llorando por sus hijos destrozados, veía niños llorando como si no hubiera mañana al no tener respuesta alguna de su progenitora. Había personas de todas las edades sufriendo por todos lados, llenando el horroroso escenario con sus gritos desgarradores por la impotencia de haber perdido lo que nunca volvería.

 

Sin embargo, no fue hasta que vio a uno de los militares de allí hasta que volvió en sí y recordó la razón por la que estaba en ese lugar.  Comenzó a buscar a Mao casi con desesperación, lo más rápido que su cuerpo herido se lo permitía. Llegó a bajar al sótano, encontrándolo lleno de personas que apenas y tenían algún que otro rasguño, muy diferente a los que ni siquiera habían llegado a bajar. Algunas personas, cuando las cosas estuvieron más calmadas, comenzaron a bajar a los heridos. Se dio cuenta por las improvisadas camillas que habían casi al fondo de ese espacio, donde pudo distinguir unos cuantos cadetes trayendo algunas cubetas con agua.

 

-       Kei… -Se oyó entre los gritos y los murmullos del lugar, lo que le alertó. Reconoció la voz, aunque se escuchaba bastante desganada.

 

Su búsqueda dio resultado. Encontró a Mao casi enseguida, aunque la poca iluminación y lo borroso que veía estaban dificultando el visualizarle correctamente. Tocó su mejilla, la cual se sentía tibia y húmeda por las lágrimas. Unos cadetes ayudaron a moverle, sentándole en la cama. Sus manos temblaron cuando palparon las ajenas, notándolas muy heridas. Forzó su visión, de modo que pudo notar el estado en que su pareja estaba: vendado casi en su totalidad.

 

-       ¿Qué te pasó? –Preguntó intentando que la desesperación no tomara su voz, algo  realmente imposible. Todo lo que estaba viviendo le estaba teniendo alterado; verle así estaba haciendo que el vaso rebalsara

-       Estuve afuera en el momento de las explosiones… y cuando intenté ayudar a alguien, yo… -Habló tembloroso el más pequeño corporalmente, interrumpiéndose a si mismo.

 

En ese momento, ocurrieron dos cosas que le hizo temer lo peor. Una, fue la terrible tos que invadió a su novio. La segunda, fue caer en cuenta de lo extraño que se sentía el lugar donde tenía su mano apoyada. Desvió la mirada, notando que estaba apoyado sobre una mullida y viscosa superficie…una que momentos atrás había sido aplastada, destrozada casi en su totalidad. A Mao se le habían destrozado las piernas.

 

Bien, si eso era algo que le estaba destrozando y había logrado que comenzara a llorar, entonces lo que vio en sus manos fue peor. Sangre. Sangre que provenía de su novio, de la tos de su novio. Una tos que a medida que salía dejaba más rastros de aquel líquido vital y se volvía más rasposa, dolorosa.

 

-       Mao… -Murmuró con las lágrimas nublando su poca visión, provocando que básicamente se lanzara sobre él impulsivamente, abrazándole con tanta fuerza que los quejidos del menor le llegaron a los oídos.

-       Por favor, Kei, no… calmate. –Habló él, comenzando a llorar con él. Estaba realmente adolorido, se estaba conteniendo los gritos pero simplemente no deseaba hacer que su pareja le soltara.

-       Maldición, si tan solo hubiera podido estar contigo… -Incrementó la fuerza, sintiendo como el ajeno se la devolvía. A pesar de estar consciente del dolor adverso ¿Quién aseguraba que quizás esa sería la última vez que le abrazaría?

-       Kei… te amo. –Susurró en su oído, conteniendo los sollozos. Sus manos ensangrentadas apretaron los adoloridos músculos de los brazos contrarios.

-       Yo te amo muchísimo más, Mao... Por favor, resiste…

 

En ese momento, el fuerte sonido de su garganta despidiendo la sangre sacudió ambos cuerpos. Manchó el uniforme de Kei, al punto de hacerle estremecer. Lentamente, la fuerza con la que el cuerpo de Mao se estaba aferrando a él comenzó a disminuir, hasta el punto de haberle soltado. Nuevamente el nerviosismo le tomó por completo, separándose para poder divisar a Mao. Su mirada estaba vidriosa, húmeda, con lágrimas que aún fluían.

 

Se podía ver como la vida se escapaba lentamente de ellos.

 

 

-       Por lo que más quieras, resiste. Mao… -Gritó con lo que fue su última fuerza, sintiendo que aún aquella persona que tanto amaba estaba consciente. -  Te amo, Mao… te amo demasiado. No me dejes…

-       Kei… -Murmuró con lo que fue su último aliento, buscando elevar su mano hasta las mejillas del aludido… pero ese tacto nunca llegó.

 

La desesperación le tomó casi por completo al ver que aquella mano había vuelto a bajar tan inerte, tan débil. Unió sus labios con los contrarios, percibiendo lo frío que estaban y el sabor metálico de la sangre bañándolos. Se deshizo en gritos, en llanto… Mao ya no estaba.

Y él, justo allí, simplemente deseó morir con él.

 

 

En la habitación, se escuchaba como la respiración errática de su criado indicaba que, como él, estaba llorando. También, percibió perfectamente como los brazos del muchacho rodearon su torso, con una fortaleza y calidez que desde hacía muchos años no había sentido. No tardó en corresponder, dejando caer sus párpados mientras las lágrimas fluían silenciosamente.

 

-       Señor Kei ¿No tiene ninguna foto de él? –Preguntó el criado con la voz temblorosa a causa de las lágrimas y de la angustia que le había invadido al enterarse de aquel doloroso capítulo en la vida de su tutor.

-       No… en realidad, no. Como te he dicho, en esa época  nosotros no contábamos con cámaras y mucho menos con el dinero como para retratarnos pero ¿Sabes? Cuando te adopté e incluso cada vez que toco tu rostro, cuando percibo la forma de tu nariz, la de tus cejas… Te pareces demasiado a él. Después de todo, por eso es que te puse su nombre. –Confesó apretando los labios, los sentía ligeramente salados gracias a las lágrimas que surcaban su rostro y caían en dicho lugar.

-       Señor Kei… entonces ¿Ahí fue cuando…

-       Sí, Mao. –Asintió sabiendo a lo que se refería, llevando las manos a sus propias rodillas.- Ahí fue cuando comencé a perder la visión.

 

El silencio que hubo en el lugar fue tan gélido que logró perdurar demasiado tiempo para su gusto. Desde ese día, donde sus ojos habían sido testigos directos de tanta contaminación y se habían infectado gravemente, fue perdiendo la vista con el pasar de los años. Apenas y llegó a adoptar al pequeño Mao cuando aún un poco de su capacidad visual estaba presente, hacía ya dieciséis años atrás. Sus expresiones le habían recordado tanto a su amado, que en seguida decidió tenerle bajo su yugo. Después de todo, era útil ahora que ni siquiera era capaz de ver.

 

-       Entonces… Por eso la fecha se me hizo conocida. Hace poco leí en un manual sobre el bombardeo de Guernica y Luno. Lo que menos imaginé, con todo respeto, es que alguien como usted hubiera tenido que estar allí.

-       Lo sé. Incluso a mí me sorprende el haber estado allí. –Suspiró finalmente, buscando a palmadas el libro de braille que estaba leyendo momentos antes de que el joven hubiera preguntado sobre aquella libreta.

 

El tema se dio por terminado, pues Mao ya había saciado su curiosidad y no quería volver a remover en el pasado doloroso de su tutor. La noche había asomado momentos antes de que la historia hubiera culminado, oscureciendo la sala. El calor volvió a sentirse, junto con una ligera sensación de confort que volvió a su cuerpo.  A pesar de que, como cada vez que recordaba aquello, su cabeza le estuviera torturando con preguntas sobre “que tal sí…”, se sentía tranquilo de haber revelado aquello.

 

Es que, cada tanto, hablar de Mao, su amado Mao, le traía una sensación de que aún estaba allí, velando por su bienestar.

 

-       ¿Cuándo será el momento en que nos encontremos otra vez? –Preguntó en voz baja, estando seguro de la soledad que lo cubría.

 

 

Aunque sonara sínico, él deseaba más que nada en el mundo poder verle una vez más. Así sea en sueños, así sea el día que el espíritu de la muerte le lleve… Lo que más deseaba, era verle otra vez.

Notas finales:

Bien... ¿Les gustó?

De cierto modo, no quedo conforme por como he realizado todo. En realidad, la idea se veía muchisimo mejor en mi cabeza. A diferencia de lo que he escrito en el desafío anterior, esto se me tornó muy... aburrido. Es decir, el otro lo disfruté mientras lo escribía. En fín, tema mío, quizás.

Como ven, sólo utilicé una frase de la canción Yasashiku Koroshite, perteneciente a Madrigal de Maria. Quería sacarle más provecho pero simplemente no pude. La cabeza no me funciona muy bien en estos días.  

Lamento cualquier error que pudieron llegar a encontrar, ya sea de ortografía o escritura. No le he revisado por el apuro de entregarlo a tiempo.

 

 Si creen que lo merece, les invito a dar un review.

 

Kisses de colores.

Kona~ 


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