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Mis dedos tamborileaban de forma violenta sobre la mesa, en un ritmo un tanto rápido que no denotaba nada más que la necesidad de calmar mis impulsos, y disimular mi mente sin ideas, quería escribir una canción, pero mi corazón vacío me lo impidió, de pronto su imagen apareció en el andén, YoonGi, vino congelado esta vez, sus ojos estaban vacíos y su mirada perdida. ¿Era acaso el frío?
Su pálida piel ya se tornaba un tanto celeste, y sus grandes orbes de pupilas marrones no decían nada. Me pregunté de nuevo en ese mes ¿A qué temperatura estaría afuera?
Estaba sentado en un sillón frente a la ventana, miraba hacia la nada, el silencio de la casa tragaba hasta el trinar de algún pajarillo atrevido que hubiera sobrevivido aquella helada, la sonrisa de mi pequeño muñeco no resonaba más. Traté de recordar la última vez que había escuchado reír al muñeco frío allá apostado, ahora con la frente pegada al vidrio de la ventana.
Recordé claramente, había sido en primavera, había entrado por la puerta corriendo con las manos ensangrentadas, en estas, traía una rosa, Suga me juraba que aquella flor era la más hermosa; lo que la hacía especial según me di cuenta recién esta mañana, es que él mismo la había cultivado, se había apostado en toda la temporada previa a su lado, se arrodillaba ante ella y la regaba, la regaba como él juraba que hacía con mi corazón cada vez que escribió pensando en mí, versos de amor. Según me enteré poco después a ella le recitaba cada canción que escribió para mí.
Mi pequeño muñeco congelado, su piel era lozana y sus orbes destellaban luz, a través de esta podías ver el fin de un arcoíris, ese que nadie dice que se logra ver, yo lo vi tantas veces y lo apagué.
Recuerdo tenerle ahí parado frente a mí con su rosa cortada, y sus manos ensangrentadas sus ojos miraban mi infierno y aun así aquella rosa era para mí. Esa fue la última vez que le vi sonreír, y esa sonrisa fue para mí. Tomé algo más que su rosa, tomé su corazón, y lo deshice entre mis manos, no hace falta aclarar que de mi boca nuevamente salió un rechazo.
Le abrí la puerta y le pedí que se fuera, no lo amaba y nunca lo haré, sin embargo se quedó acá apostado, se sostenía de fe, poco a poco ha ido muriendo a mi lado y cada día sus ilusiones mueren más, sus labios ya no recitan dulces poemas, tiene incluso miedo de hablar, mi hermoso muñeco congelado ahora vive a la sombra de mi maldad.
Sus labios no son más rojos, purpura se han tornado a la luz de mi amargura, mi pequeño muñeco congelado no sonreirá más.
Ahora veo aquella rosa congelada en el jardín, fantaseo día y noche con que mi muñeco vuelva a vivir. La temperatura descenderá más, cuánto quisiera que se marchara de mi lado, mi pequeño muñeco congelado.
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