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Una vez al año por Umi chan

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Notas del fanfic:

Este One Shot fue creado a partir de los restos de inspiración que tenía mientras escribía el capítulo 5 de mi fanfic "Oda Masamune"y no sabía como poner lo que quería xD Espero les guste :3

Atte. Umi-chan

Bye Bye~

 

Los personajes de Sekaiichi Hatsukoi no me pertenecen, le pertenecen a Nakamura Shungiku. La historia en sí es mía.

     ~*Una vez al año*~

     —¡Ritsu, levántate! ¡Ya es tarde! —gritó un peli-azabache con tono de falsa molestia.

     —Ya estoy listo… ya voy —la voz se escuchó tranquila, o más bien somnolienta. Un castaño salió del baño cambiado, con el rostro limpio y los dientes cepillados. Se frotó su rostro con una de sus manos, no acostumbraba a levantarse a esa hora, pero por el ojiavellano haría cualquier cosa, incluso levantarse temprano una vez al año.

     —Vamos, Ritsu. Es hora de irnos.

     El hombre le tendió la mano, y el ojiolivo la aceptó inmediatamente. Ambos salieron de aquel departamento, tomaron el ascensor y llegaron al estacionamiento. Ahí subieron al auto negro del azabache. El castaño se fue en la parte de atrás y durante todo el trayecto se iba quedando dormido nuevamente, no podía evitarlo, tenía mucho sueño, pero cuando sus parpados finalmente ganaron y cayeron completamente, la voz del mayor lo devolvió de los sueños.

     —Ya llegamos, Ritsu.

     Con toda la energía que pudo juntar, bajó del auto. El día estaba hermoso en aquel parque; el cielo anaranjado, los árboles florecidos. <<Es tan bonito. >> Pensó.

     Otra vez de la mano, ambas personas avanzaban por los pasillos de piedra, hasta que Ritsu, recordando aturdido, dijo:

     —Faltan las flores —miró al ojiavellano, quien lo miró a él.

     —Iré por ellas, tu ve y espérame, ¿Sí?

     —Está bien.

     Masamune volvió al auto rápidamente y sacó las flores que se habían quedado en el asiento del copiloto; era un hermoso ramo de flores de cerezos, le recordaban tanto a él.

     Regresó con Ritsu y lo encontró sentado en el pasto, conversando amenamente.

     —…Y papá dice que debo dejar de separar la comida, pero es que no me gustan las verduras y él no lo entiende.

     —¿Me estás acusando con tu padre? —Ritsu lo miró algo asustado, como si lo hubieran encontrado haciendo algo malo.

     —Sólo le contaba lo que hemos hecho —comentó algo sonrojado y con el ceño fruncido.

     El mayor se acercó riendo y se sentó junto a su pequeño hijo, frente a una sepultura de piedra, donde se leía “Onodera Ritsu, hijo, padre y esposo”. Dejó las flores apoyadas a esta y le saludó:

     —Tanto tiempo, amor.

     El pequeño castaño de ojos olivos, idéntico a su padre que lo trajo al mundo, se levantó un momento y se sentó en las piernas del azabache.

     —Papi, hace frío —se acurrucó en el pecho de su padre.

     —Ven aquí —lo abrazó—, sólo nos quedaremos un ratito, ¿Sí?

     —No importa. Después de todo no vendremos hasta el próximo año, ¿no?

     —Tienes razón —le acarició el cabello con una triste sonrisa.

     Ya habían pasado seis años desde que su Ritsu se había ido, dejándolo a él y a su hijo recién nacido solos.

     Él había llorado y gritado con tanta desesperación aquel día en el Hospital cuando su cuerpo quedó completamente inmóvil y no respondía a nada… ni siquiera había querido ver a su hijo, porque si no hubiera sido por él, su Ritsu aún estaría ahí. Pero el día en que lo vio por primera vez, no pudo más que llorar de alegría; era tan pequeño en aquella incubadora, envuelto en telas blancas y más pequeño de lo normal. Cuando lo tomó en sus brazos lo sintió tan frágil, le dio tanto miedo de hacerle daño sin quererlo. Y entonces él lo miró, con aquellos ojos curiosos, somnolientos y tiernos, de un hermoso verde olivo. Sus ojos eran idénticos a su amado, y no pudo más que nombrarlo de la misma manera, porque esa pequeña criatura sería el legado que su querido Ritsu le había dejado y por el cual había luchado tanto los siete meses que alcanzó a durar el embarazo.

     Desde entonces se esforzó todo lo que podía para ser el mejor padre del mundo. Obviamente, no fue nada fácil, los primeros meses apenas y dormía, más por ser primerizo y siempre estar pendiente del bebé que porque éste llorará; desde que nació, Ritsu siempre era muy tranquilo.

     Con el tiempo tomó práctica, y aunque a veces volvía a su depresión por la pérdida de su amado, de ahí mismo sacaba las fuerzas que necesitaba para cuidar a su hijo, el recuerdo de su Ritsu.

     Pasaron los años y cada vez amaba más a su hijo. Era lo más importante que tenía, él junto con el recuerdo del que fuera su esposo.

     —¿Papá? —miró a su hijo quien lo miraba preocupado.

     —¿Qué sucede, Ritsu? —le sonrió, pero sintió el líquido por su mejilla.

     —Papi, no llores, ¿Qué pasa? —las pequeñas manos de su hijo secaban sus mejillas con pequeñas caricias.

     —No pasa nada. Papá está bien —se secó bien con un movimiento de su mano, sonriendo mientras se maldecía por volver a llorar frente a su hijo.

     Porque no podía evitarlo; lloraba cuando los recuerdos le volvían a atormentar y el sentimiento se instalaba en su pecho. Sólo lloraba una vez al año, siempre frente a una sepultura de piedra y un ramo de flores.


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