Una tarde más en que había logrado que su madre le dejara ir a casa de Kirie. Era su mejor amiga y vivían bastante cerca la una de la otra, y por eso solían jugar juntas casi todas las tardes. Ambas tenían alrededor de 8 años.
Se conocían del colegio y también del vecindario, aunque Kirie era conocida por todos, sobretodo porque ya de pequeña tenía un rostro lindo y su madre la solía vestir siempre demasiado bien cuando no iba a clases. Además de eso, destacaba entre las multitudes por su larga cabellera pelirroja y sus ojos azules.
Sabía que muchos chicos le mandaban notas durante las horas de clase…aún siendo tan pequeña, despertaba el interés de sus compañeros…y también de alumnos del colegio que eran ya más mayores. Durante las horas de recreo siempre estaba rodeada de gente. Pero siempre guardaba un rato para Motoko, porque volvían cada día juntas a casa después de las clases y luego solían verse para jugar un rato juntas. Ambas tenían una hermana pequeña, de similar edad, parecía incluso que los embarazos de sus respectivas madres hubiesen sido pactados.
- ¿Sabes? Hoy he recibido tres notas de compañeros de clase pidiéndome para que fuera su novia…son unos pesados… - rechistaba Kirie.
- Vaya….qué suerte….
- Eso no es tener suerte…es muy aburrido…todos me van detrás…
- Ya…es que eres muy guapa….y además tu madre siempre te compra ropa bonita y te queda todo tan bien…a mi me gustaría ser como tú…
Ese era el típico diálogo que se daba casi a diario entre ellas dos al volver a casa. Kirie siempre hablaba de las cartas y notas de amor que había recibido en el colegio o en el vecindario y Motoko la escuchaba atentamente. Algo recorría su estómago, no sabía si era envidia y celos porque ella recibía tanta muestra de amor del resto y ella no…
El tiempo iba pasando, hasta que uno de los chicos que le gustaban a Kirie, le mandó una nota y ella aceptó su petición….y aunque eran pequeños, ellos actuaban como novios e iban siempre el uno con el otro. Incluso dejó de ver a Motoko algunas tardes.
Eso llegó ya a ser todos los fines de semana, y la pequeña Motoko los pasaba pegada a la ventana de su habitación, viendo cuando iba y venía, ya que siempre que iba a buscarla a su casa no estaba. Sentía enormes pinchazos en el corazón al verla llegar a casa, cogida de la mano de su novio. Sentía que se moría cuando no podía hablarle a diario y cuando ya no le prestaba atención. Quería retenerla con ella para siempre y se le había escapado.
Esa primera vez que Kirie aceptó salir con un chico de su clase, fue el inicio de su cambio de vida. Empezó a salir con chicos ya de muy pequeña, al principio porque le gustaban y siendo críos creían en el amor eterno, pero el tiempo pasaba, las cosas cambiaban y entre todo lo que dejaba de ser como era antes, estaban esas relaciones con chicos que ella tenía. Si bien a los 8 y 10 eran amores eternos, a los 15 ya eran amores para una sola tarde.
Ambas iban ya al instituto, pero ya poco se hablaban. Kirie había dejado de ser amiga de Motoko, para salir con otras chicas que se comportaban como ella y también con montones de chicos, y cada fin de semana podía ser uno distinto. De pequeña siempre había vestido bien, su madre cuidaba cada detalle de su ropa para que su hija fuera la más bonita del colegio y no fuera despreciada por el distinto color de sus cabellos y sus ojos, y por el montón de pecas que llenaban su tez. Pero ahora, ya era mayorcita y ella misma se hacía sus compras… Motoko observaba todo desde fuera, y veía que esos cambios para nada eran buenos para quien había sido su mejor amiga tiempo y años atrás. Iba bien vestida pero demasiado provocativa, se juntó con chicas que vestían igual que ella y más de una vez se preguntó si es que iban a hacer la calle todas juntas o qué rollo era el que llevaban vistiendo de ese modo.
Motoko, en cambio, seguía siendo una estudiante normal y corriente, sin novio y tampoco tenía ganas de ello. Su corazón ya hacía años que estaba ocupado por alguien y años también que ese alguien se había alejado. Ni siquiera se preocupaba demasiado por su imagen, en realidad, no tenía intención de atraer a nadie y por eso ni hacía caso a los avisos de su madre de que se cortara el pelo o que vistiera mejor.
Su pelo, castaño oscuro, ya le llegaba casi a la cintura, y sus ojos marrones, seguían clavándose a diario en la ventana de su habitación, observando la calle y a Kirie cada vez que pasaba frente el cristal.
Se cruzaban ambas cada día en el instituto y muchas veces Motoko la miraba. Aunque no le gustaba ese aspecto que llevaba en esos tiempos, la seguía admirando porque ella por si misma era preciosa y no había más que discutir, pues todos lo pensaban…pero como persona, esa belleza, la había deteriorado completamente. Pasó de ser una niña corriente para convertirse en alguien arrogante, orgulloso y con demasiados humos, que quería comerse el mundo siendo un bicho insignificante. Sus promedios habían disminuido, se juntaba con gente que no se preocupaba más que por su aspecto exterior y por las relaciones sentimentales que pudiera tener….y cuantas más fueran, mejor.
Alguna vez Kirie la había sorprendido mirándola y cambiaba su cara hacia una mueca de desprecio, o pasaba por su lado y la miraba con aires de superioridad que solo reflejaban su prepotencia y su estupidez creciente.