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Untrained por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Pago deuda. Va para Chikori. Hacía mucho que no publicaba algo nuevo LOL  y para ser petición sólo se me dijo “algo sexy” y yo así de… e_____ë why? Why? Creo que no hay conciencia sobre mi incapacidad patosa para crear algo sexy, no. No. Me encanta el queso. Emily murió por culpa del capitalismo. O sea. En ocho líneas escribir un best seller. Nunca se asocien a su asesora de tesis. Tengo gripe. Estoy delirando. 
Pensaba en un círculo relajante, algo como síndicato único 10069.

 

+ : : : : +

Byakuran asistía todas las tardes al mismo café de mala muerte… tal calificativo no porque fuese un cuchitril donde había cadáveres en las esquinas, sino porque… a veces un ser humano no se da a explicar decentemente. Este es uno de esos momentos. No hay que dar más vueltas al asunto.

Él gustaba del café en una delicada taza de porcelana y un plato rebosante de malvaviscos blancos. Si se pidiera opinión a un cualquiera diría qué persona tan fina. Pero personas corrientes sobran. For example. Quizá era un empresario, un heredero, un príncipe. Cualquier hombre de mucha ilusión podría imaginarse donde Byakuran fuera importante y el centro de un universo alterno.

La noche anterior había soñado con un helado de piña mientras huía de cincuenta y seis monigotes vestidos de negro. Eso no venía para nada al asunto del café, pero si hay algo de cierto en los sueños es que por incoherentes se llenan los almacenes del inconsciente hasta que un hecho cotidiano viene a darle sentido.

Música. El trío del archiduque. ¿Tendría acaso la armonía algo irresistible que por más que la pusieran a la misma putera hora a nadie parecía molestar?

El chico de cabellos índigos respiró profundamente y dejó que el humo del tabaco se mezclara con el de los demás en el área de empedernidos. Tal punto se le había vuelto rutina, salir del trabajo y llegar aquí con tal de ver a Byakuran beber café. Alguien en internet publicó que en la noche todos están un poco locos o un poco muertos, ¿por qué no los dos y a cualquier hora del día?

Se levantó y dejó el libro en la estantería, hoy no tenía ninguna gana en recibir una palmada filosófica por el dueño del local que solía hablar hasta por los codos de un recuerdo generacional de quién sabe qué época. Quizá la novena. Quizá la décima. Si hay algo de cierto es que cada una viene con su dote de puerilidades.

Deslizó la puerta de vidrio y miró hacia la mesa donde estaba Byakuran que estaba apreciando la nada todavía muy entretenido con una burla interna que trabajo le costaba mantener a raya para su cara. Mukuro giró el cigarrillo entre sus dedos, meditando sobre la distancia y que los físicos pedían demasiado. Inserte datos. Datos insuficientes. Intente de nuevo.

¿Era por los kilómetros entre ellos que no se lograban escuchar?

Al día siguiente las cosas estaban igual, salvo porque había menos personas en el área de fumadores, Byakuran traía bufanda, una anaconda por armiño  y la chica que lo acompañaba sonreía insistentemente. Mukuro apoyó la mano sobre su barbilla y los miró con detenimiento. Sí, la chica era bonita, unos ojazos azules y cabellos como musgo, quizá porque su madre era una sirena de río. Quién sabe. Byakuran le atendía cada gesto, como caballero que era.

Claro, por ser humano se cree el depredador absoluto.

Aunque la mente de Mukuro empezó a maquilar otra escena mejor, en lugar de que parecieran dos tipos relajados disfrutando un café, él pensó que ambos se odiaban a muerte y se tiraban mierda el uno al otro. Como una competición. Lanzándose mierda el uno al otro y el que se enojaba perdía. Se insultaban, insultaban a sus madres. Byakuran seguramente le diría ¿y tu madre la sirena de río anda con las tetas rebotando?

Era mejor eso.

Cuando agarró otro libro no lo leyó completo, ¿para qué? De niño su madre, que no era sirena de río y no andaba con las tetas de fuera, le dio una versión, búsquese en el diccionario interpretación, mucho mejor. Además que sólo venía a dejar centavos sobre la mesa para ver a Byakuran que gracias a algún ente diabólico pasó la tarde sin otra chica.

Quiso jugar sucio.

A la siguiente tarde llevó a una antigua amiga para charlar sobre lo que había sido de sus vidas, como viejos amigos de universidad, cayendo en la cuenta que el mundo era gobernado por el dinero y cosas así el precio del yen, del euro, del dólar y el peso.

 

No se dio cuenta de que Byakuran lo veía de la misma forma. Y que en su mente maquiavélica, Mukuro y la chica de cabellos azules eran enemigos conteniendo las ganas de matarse.

¿Y si le enviaba un mensaje cifrado en Morse?

No, no, no, Mukuro se veía demasiado bueno para eso. Ese Mukuro era un niño travieso, mira que llevar a una niña para presumirla. Menudo pavo. Menudo farol. Lo dejó ser, después de todo Mukuro podía hacer lo que le viniera en gana, era un individuo, dos piernas ¡y qué piernas! Dos brazos, largos y de codos perfectos, un nariz y una boca mordaz.

Por su lado Byakuran tenía una mordaza. Levantó la taza con pocos tragos delante y con gesto propio de un riquillo sarcástico soltó un «salud, querida». Salud a ti y a ese chico de cabellos índigo.

Se quedó patidifuso, “consulte: consternado”, al notar que la chiquilla se sonrojaba a cada rato que Mukuro le sonreía o le acariciaba el suave pómulo. Quiso lanzarle un perro de caza.

Era el señor de la azúcar. Al mesero le pidió una pluma y con toda la vulgaridad que había querido sacar pero guardó para una ocasión como esta, escribió un mensaje, sin morse, en una servilleta.

La nota rezaba así:

¿También compras lechugas adiestradas?

La risa de Mukuro salió limpia. Dobló la servilleta y la guardó en el bolcillo de su gabardina negra que descansaba en el respaldo de la silla sin siquiera dirigirle la mirada.

Byakuran sintió que habían llegado a un punto muerto, aunque sabía que no había necesidad de precipitarse.

Ambos habían hecho contacto.

 

Tenían veinticuatro años, no se enamoraban con facilidad. No querían ser infelices. Todavía no.

 

Dejaron que la niña volviera a la realidad, que se apartara de ese mundo, así que la vieron salir de la cafetería y de nuevo la silenciosa distancia de dos mesas se sintió entre ellos.

 

Al terminar la cocoa, Mukuro se puso de pie, tomó su gabardina y pasando cerca del universo de Byakuran dejó la misma servilleta que le había enviado.

Un número de teléfono.

 

—¿Por qué ves hacia afuera?

—Cuando uno vive solo demasiado tiempo suele mirar fijamente las cosas. A veces habla consigo mismo. Conforme se congela el tiempo se va uno anticuando –se encogió de hombros y dejó la taza sobre la mesa.

—Hoy dejé de fumar por ti, haz que valga la pena.  

—La próxima vez aguantaré el tabaco encerrándome contigo allá –señaló –¿Qué acaso no en eso consiste esto de salir?

—Mezclamos mundos –se reclinó en la silla –. Si en mi interpretación hay calentamiento global a ti, en cambio…

—Dejaré pegado en mi puerta un letrero «entren, me ahorqué» ¿podrás con eso?

Mukuro sonrió.

—Te quedaría mejor un no hate under the rainbow.[1]

—Eso fue cruel.

—No tanto como ver tu pedofilia.

—¿Bromeas? Unni es mi media hermana –se cruzó de brazos.

—¿Qué harás?

—¿No es obvio? Cambiaré de cafetería, una donde tenga mesas al aire libre, donde tú puedas fumar y yo sostenerte la mano que no huele a tabaco.

 

 

 

Hubo alguien que una vez escribió:

«En las historias de amor, no solo hay amor. A veces no hay ningún "te quiero" y sin embargo, queremos»

Cinco años después Mukuro preparó su propio café y lo llevó a la terraza donde Byakuran le esperaba con una tostada en la boca.

—¿Estás molesto, Mukuro-kun?

—Sólo odio cuando dejas migajas en la mesa.

—Suenas como ama de casa, nufufu~

—Es porque vivimos juntos casi todos los días –frunció el ceño –. Dime, ¿la madre de Unni es una sirena de río?

—¿Nnn?

—Olvídalo –tomó asiento –. Sólo no te atragantes con el pan.

El sol recortado en el gran fondo azul. Sentados, uno al lado del otro.

—Fufu, no me cabe la menor duda, Mukuro-kun, eres toda una joya—se encogió de hombros. Se hincó ante él sosteniendo el rostro de Mukuro con ambas manos.

—¿Me vas a besar?

—¿Tú qué crees?

 

Fue entrando sin preparación alguna, sólo le quitó el pantalón cuando vio que toda la piel de Mukuro era tan preciosa que valía la pena llenarla con caricias. Se dedicaron a escuchar el canto de las aves y al viento silbante. Un listado de cosas pendientes: lamer la nuca de Mukuro, masturbarle con rapidez, besar su boca grosera, penetrarle como un idiota. Para su suerte pudo con todo eso y más.

La boca de Rokudo lanzaba gemidos, tan locos y sensuales que devoraban ambas almas de manera súbita. Sin pensarlo dos veces, Byakuran le murmuró al oído el plan. El pasivo se sorprendió y después se echó a reír. Besó a Byakuran en la boca cuando pudo, le mordió el labio. El albino se encantó de ese consentimiento. El sol pegaba aún en sus pieles. Pequeñas muertes llamadas orgasmos. Con burla, se prestó para aquel jueguito. La identidad de Byakuran era lo único que no encajaba en la corta historia recién conocida.

Mukuro abrió las piernas con obvia resignación complacida. Nadie tendría el gusto de verle sobajado.

—Ahh maldito Byakuran –bramó con increíble deleite, jamás se había dejado poseer de esta forma. En verdad, lo guardaba para alguien en especial.

—Fufu–le lamió la línea de la columna. Ya le había puesto en cuatro en el suelo caliente. Las rodillas de Mukuro ardían, el piso le quemaba. Hubo un momento en que Mukuro cerró los ojos con fuerza. Encontraron la puerta al Edén –¿Qué nadie te ha cogido como yo? –inquirió para poco después mordisquearle la oreja con deseo –. Dime –y siguió ejerciendo movimientos sensuales. A veces restregaba su pelvis, deslizando el pene en el trasero de Mukuro. Lugar ya entrado en práctica, si se ponía a recabar. No quería acabar, y le sacó. Le volvió a dejar en el piso. Era una maravilla en hechura.

La respiración agitada. Descontrolada y sin anhelos de serlo.

El corazón pegaba fuertemente contra su pecho, Byakuran lo supo porque también lo sentía. La espalda del Mukuro ahora contra el piso  y el albino entre los arcos triunfales. El cielo seguiría siendo azul. Probablemente volviéndose rojo al caer el siguiente orgasmo.

Sí pudiera volar, con las alas de Byakuran, seguro, muy seguro, alcanzaría el sol. Pero debía tener cuidado. Sino, cual Ícaro se quemaría. Quiso ser dragón para calcinar a Byakuran con un solo soplido. Incluso el suspiro que le regaló fue poca cosa. El vientre seguía apreciando el roce del arpa lasciva. Y se perdieron entre palabras hoscas, sin sentido, ásperas y erróneas. La ofensiva tomó única forma cuando Mukuro movió sus caderas hacia atrás y adelante dejando que la punta del pene de Byakuran alcanzara la próstata con tosca facilidad. Gritos de vehemente placer. Brazos de bordes suaves. Besos candentes. Consentidos. Apasionados. Y llenos de un sabor que alcanzaba la gloria.  

 


[1] "Marcha Arcoiris 2015" en Tokio, Japón.

Notas finales:

* Me gusta mutilar las grandes obras de la literatura, ya había mencionado alguna en Cincuenta y seis. Así como a Cristina le gusta Nuestra señora de París, yo tengo mi talón de Aquiles. Odiseo, Teseo y otros "eos".


*No tenía muchas ideas sexys, alguien me hizo una pregunta muy simple que voy a parafrasear: ¿Cuántas veces  hemos dejado pasar alguien importante por el orgullo? De allí salieron las palabras. Perdón si salió muy chorero y poco sexy.


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