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El rugido por gns

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Notas del fanfic:

 

Este era un capitulo de Paranoia pero lo desheche y despues de leerlo me convencio extenderlo y aqui esta el resultado, disfrutenlo. No tenía mucho que hacer, si debería estar escribiendo pero no tenia muchas ideas para la continuacion y decide terminar este capitulo.

 

 

El Rugido

 

 

 

Solo unos meses y le parecían años, era como comenzar de nuevo, ante los ojos de sus compañeros seguía siendo el hermano del  “Traidor del Santuario”, solo que ahora era el portador de la armadura de Leo, una sonrisa se le dibuja en sus labios orgullosos, recordaba la cara de todos los presentes cuando se levantó como el triunfador; espero muchas voces en contra y más del patriarca, sin embargo no podía negar que a pesar de todo, este no había hecho nada en su contra, ni tenía nada en contra de él. De hecho y para contrariedad de algunos más “fieles y devotos”, Arles lo trataba de la misma manera tan seca como a los demás, por lo que solo tuvo que recitar su ya conocido recital de lealtad y amor, para la humanidad y Athena, servirle por toda su vida que los dioses le obsequiaron.

 

Aioria se mantiene sentado en las gradas del Coliseo, viendo pelear a sus compañeros, la mañana a un era jovial y el sol demasiado esplendoroso para la piel, su turno ya había acabado y valla forma en que termino; prácticamente barrio la arena con Afrodita, el caballero de cabellera celeste, le rindió tributo a la belleza marchita, como sus rosas cuando la juventud se les ha acabado, muchas voces escucho a su alrededor pero poco le incómodo.

En realidad Leo no era precisamente un amante de la naturaleza y menos de las bellezas “artificiales” de Piscis, para Leo estar en el santuario y ser parte de la orden dorada ateniense, no era ningún inconveniente la “naturaleza” de sus colegas; sí los caballeros femeninos renunciaron a la feminidad, porque un caballero “lindo” no haría lo mismo, su físico era el mismo que la de un “hombre muy hombre”, bueno quizá algunos rasgos más finos pero por Zeus, tenían la misma fuerza, y algunos hasta más fuertes que él mismo.  En pocas palabras tal “elegancia” le parecía un derroche, una infamia e insulto a la misma Athena.

Mi lo se encuentra a su lado, viendo de igual forma la pelea, Escorpión era uno de los pocos “amigos” que tenía, aunque este si era un “amante empedernido”, ya antes Leo lo había cachado viendo detenidamente la retaguardia de Acuario y haciendo muecas de deseo, que a su punto de vista al León le era “sucio”, pero sinceramente a ese bicho se le caían los ojos por cualquier “cara bonita”. Y ese no era el caso del guardián de la quinta casa.

 

Cuando la batalla de práctica acaba, los compañeros de armas empiezan a retirarse, siendo que Milo devora con los ojos a varios de sus compañeros, pero su vista se centra en un objetivo, en los pantalones tallados de cierto caballero de cabellera aguamarina, Aioria solo mueve negativamente la cabeza.

De repente una rosa blanca, le roza el brazo derecho, llamando la atención de los dos, Afrodita de Piscis porta una mirada agresiva y ofendida, no venía solo el caballero, Máscara de Cáncer le hacía compañía.

 

-Estúpido León pulgoso, como te atreviste a  tratarme de esa forma –replica con rabia

-Te trato como te mereces y si no te gusto lárgate –responde Aioria con voz fuerte y tranquila- el santuario necesita caballeros poderosos no muñequitas de porcelana –lanza con sorna

 

Ante tal respuesta, Piscis esta que hierve de ira, jamás en su vida le habían tratado de tal forma y menos reprochado por su “grácil” belleza, siempre era alabado por ella pero jamás humillado. Máscara solo sonríe de lado, esto era pelea sin duda y no se equivocó de ello.

Las rosas de Piscis impregnan el coliseo, envolviendo a Leo, quien usa el poder de su cosmos para repelerlas con suma agresividad, provocando la atención de varios caballeros, que iban subiendo las escalinatas de sus respetivos templos, algunos soldados corren en dirección a la expulsión de poder y lo que ven, les llena de miedo; dos caballeros dorados enfrentándose haciendo uso de su cosmos energía como si la tierra estuviera en peligro de alguna guerra santa.

El tumulto se levanta por los alrededores, hasta llegar al templo mayor; donde el patriarca se posaba sentado, cuando siente aquel poder alterar la tierra santa, levantándose de golpe, algunos soldados llegan corriendo a informarle del altercado, causando una furia interna en la mentalidad de su ilustrísima, sin darse cuenta ellos, la cabellera celeste oscura se torna pálida bajo la máscara rígida.

Dirigiéndose a toda prisa como le era posible y sin levantar sospechas de su jovial cuerpo, su túnica se arrastra por las escalinatas, imaginándose de quienes se trataba dichos cosmos, a uno lo odiaba por su terquedad mientras que al otro lo admiraba por su belleza, una de la cual no se perdía en ella, pero no por ellos dejaba se ser menos, como el primero sospechaba, y ya estaba más que harto por la hostilidad de Leo; que se creía ese mantecado a darse golpes de pecho, sin duda merecía un castigo, pero no siempre estaba en disposición de ofrecerle uno, puesto que su parte buena era la conscientemente dirigía el santuario, claro con su autorización. Tampoco era nada débil, aunque pecaba de ego muy alto.

 

El puño del santo de Leo se impacta con gran brutalidad en la mejilla derecha de Piscis, que por la fuerza pierde el equilibrio de su cuerpo, tentado a caer sobre el suelo sentado mientras que de la comisura de sus labios delicados un hilo de sangre magullada tiñe su blanca dentadura, causándole un derrame de cólera a su orgullo, se levanta ante los ojos de Cáncer que solo ve como su compañero se juega todo por unos cuantos golpes, que desde su punto de vista solo son unos desplantes infantiles, uno de los cuales Piscis ha caído redondo.

Titubeando en interferir en dicha batalla para darle una lección al leonino, Cáncer siente gran cosmos impactarse en la arena, algo que ni el mismo vio como llegaba, tumbando a ambos caballeros en la arena, con sus sentidos desorientados por el impacto, que había caído como del cielo en forma de cuchillas, sin duda un alguna nadie podría haberlo explicado, puesto que otros afirmaban que fue una luz que azoto a los dos combatientes, de una manera tan insólita que para muchos, dudar del patriarca era como tomar de la mano a la muerte misma y caminar con ella.

 

-Se puede saber la razón de tal desacato –pronuncia su ilustrísima con aquella voz, que imponía su orden- ¿Cuál es la razón? –mirando a ambos mientras que Leo se inclina ante su presencia

-No tolero a este “caballero” –responde Afrodita con el rostro magullado y lleno de polvo al levantarse con dignidad ofendida- y apuesto que no soy el único, todos hemos soportado las ofensas, “sus ofensas” –recalca con poco aire en sus pulmones mientras le ofrece sus respetos

-Aioria… -pronuncia el patriarca firmemente ante la mirada seria del mencionado pero con el rostro cabizbajo- que tienes que decir en tu defensa

-Yo solo digo que estos “caballeros” no son tan dignos de portar una armadura –mirando al afectado y acusador de Piscis- como tanto pregonan –dice de modo directo

                                                   

Con actitud altanera, Leo no se doblegaba y menos con su ilustrísima presente, al que le guardaba respeto más no se dejaría humillar. Arles que ya sabía los altercados y las situaciones de ellas, con un suspiro que pasa desapercibido, el patriarca ordena que todo caballero regrese a sus templos; que ya que algunos habían regresado al coliseo como espectadores. Milo avanza lentamente, no había participado en la batalla al igual que Máscara, ninguno dice nada, solo guardan silencio, un Piscis los sigue con la misma actitud pero con la cabeza en alto, mientras que Leo permanece de rodilla inclinada hacia el patriarca.

 

-¿Qué hare contigo? Sin duda un castigo ejemplar mereces –Aioria levanta la mirada hacia su ilustrísima- pero soy benevolente Aioria, a pesar que el fondo pienses en lo contrario –Leo traga saliva y vuelve a bajar el rostro-. Podría exiliarte por esto –el leonino abre tan grandes sus orbes mientras aprieta los puños con fuerza hasta hacerlos sangrar –“No lo hagas”- el patriarca mira a todos lados hasta comprender de quien es esa voz –“necesitas a toda la orden de tu lado”- Arles se queda viendo al caballero que al parecer no sospecha nada- Retirarte ¡Ahora!

 

Aioria no comprende muy bien las cosas pero obedece, la voz del Patriarca había sonado tan directa que no deseaba sucumbir ante su ira, con lo que había presenciado le bastaba por ahora, como para tenerlo en su contra. Desapareciendo del lugar, los soldados igual hacen lo mismo, dejando solo a su inminencia.

-¿Lo defiendes? Ese traidor embustero de rabo pelado

-No lo es, y tú lo sabes, como actuarias tú si estuvieras en tu lugar

-Me iría a divertirme del poder que gozo, o como diría el santo de Escorpión a retorcer de la vida entre los muslos de las doncellas

-

-Se me olvidado lo recatado y puritano que eres

-Soy un santo de Athena

-Eres un caballero dorado, un hombre de carne y sangre, sangre caliente con necesidades, ¿nunca has vivido? ¿Nunca has probado los deseos carnales…? –una risa resuena en el lugar

-“¿…?

-Creo que ya tengo el castigo perfecto para Aioria y de paso para ti, para que aprendas a no interferir en mis acciones

-“De que hablas…”

-Lo entenderás, todo a su tiempo, mi estimado y adorable capullo

 

 

 

En la noche…

 

 

Aioria se encontraba ofuscado,  y harto hasta de cierta forma, los que se decían sus compañeros no eran más que arpías disfrazadas de sirenas, si así era, ante el Patriarca se mostraban dóciles y atentos hasta amables pero la realidad era otra, siempre era lo mismo, lo atacaban con indirectas y él siempre se defendía de ellas, estaba más que claro que no iba a dejarse intimidar por ellos. Pero el problema no era aquello sino que, cuando él se defendía estos atacaban con esa arma llamada “Patriarca”, Leo no podía irse en contra suya, eso sería traición y era algo en que estaba en contra; él era fiel y leal, devoto si lo deseaban calificar de esa forma.

De pronto mira el cielo estrellado, y siente una gran tranquilidad, ver las estrellas en aquel gran manto sin duda una gran belleza y no como las que presumían sus “compañeros”, pensar en aquello le enfermaba el hígado, que bastante dañado ya lo tenía a esas alturas. Dando media vuelta se dispone a entrar en su templo para descansar cuando de manera repentina, siente un cosmos cálido, tibio como si acogiera un alma herida para sanarla. Sus pasos vacilan, sus piernas tiemblan todo su cuerpo lo hace, sufre cambios; de forma brusca gira hacia su contorna se encamina en hacia la entrada, y precisa su mirada exactamente en el tercer templo; Aioria frunce el ceño.

 

-Géminis… -pronuncia vacilantemente

 

Nadie había visto al caballero de la tercera casa, pero tampoco había visto un aspirante a ella, al manto de los gemelos divinos, en toda su existencia se había preguntado por aquel templo o portador, si es que tenía uno. Siempre que cruzaba aquel templo, este resonaba a vacío, una soledad inmaculada y nostálgica. Hasta donde el recordará nadie lo mencionaba ni menos que lo hubieran visto, era todo un misterio, uno que ahora le consumía en la curiosidad.

Pero ese cosmos era tan sublime que pareciera que estuviera en su imaginación, Aioria duda de ello y antepone sus prejuicios, que mejor es confiar en ellos, volviendo a sus pasos se adentra de nueva cuenta. Pero sus sentidos se vuelven a activar, de nuevo aquella energía que lo envuelve todo, llamando “Ven” casi escucha el leonino en su mente, quien sacude su cabeza hasta casi perder el mismo el equilibrio.

 

-Creo que me estoy volviendo loco –se dice a si mismo sosteniéndose de una columna de su templo “Ven”, sus orbes se abren dirigiendo su mirada hacia las entradas del quinto templo, su casa

 

Sus pasos lo guían hasta la entrada y su cuerpo no reacciona a sus órdenes, algo lo guía, esa fuerza que lo impulsa a bajar las escalinatas sin ni siquiera pensarlo, sus pasos resuenan con cada escalón que baja, que golpea con el sonido metálico de su armadura, por que Leo lo viste, lo baña en dorado. Sus ojos miran alrededor no hay nadie solo la oscuridad y él, la luna le alumbra el camino y las estrellas lo miran. Cruza el templo de Cáncer que parece encontrarse vacío, o quizá esta torturando alguna alma en pena, su boca se tuerce con tan solo pensarlo, Máscara era tan frívolo y “bestia”, que no merecía estar en representación de tal casa zodiacal, le repudiaba su presencia. De pronto vuelve a ser bañado por la luz de la musa de los poetas, pálida y delgada, Aioria la mira con detenimiento pero no por ellos detiene su andar, su objetivo está cerca, casi puede oler un aroma dulce, como una droga, y efectivamente era una droga, la más letal y absurda de todas ellas.

Sus orbes verdes se posan en la salida de Géminis, menea la cabeza para avanzar, sus pasos pesados impactan sobre la roca fuerte, resopla con fastidio, lo sabía y lo sospechaba pero aun así avanza hasta encontrarse a la entrada del tercer templo, mira el templo vecino, Tauro, cierra los ojos y vuelve su mirada hacia el templo.

 

-No hay nadie –se dice a si mismo impulsando su cuerpo para abandonar el recinto y regresar al suyo

-“Aioria

 

Su piel se le eriza ante aquella voz, era misma  solo que esta vez pronunciando su nombre y sonaba tan bien a sus oídos, era dulce y hasta se atrevería a decir que seductora, se sacude la cabeza, él no podía estar pensando en ello, esa voz era de un varón, un hombre como él.  Pero sus impulsos eran más fuertes que él y su mente se encontraba ya confabulada. Da un paso dentro del templo nuevamente, escucha solo el resonar de su calzado, mira por todos los rincones y no hay nadie ni nada, aprieta sus puños y maldice por la broma de alguien desgraciado e infeliz, que sin duda se las pagaría cada una y con creces.

Bajando la mirada se dispone apresurar su paso con ansias de golpear a quien se encuentre, pero de golpe siente una presencia, como una energía que cae sobre todo el recinto, bañándolo en el acto, la impregna no solo de su presencia sino de poder, uno que hasta hace unos segundos le era desconocido. Su alrededor cambia drásticamente, los muros abandonados se tornan oscuros y vaya oscuridad, solo su armadura resplandece en medio de ella y nota siluetas, sombras que se levantan como paredes, lo marean y lo pierden, cuando al fin logra darse cuenta es tarde, está atrapado, sus pasos ya no son seguros.

Teme moverse en aquel lugar, le parece innatural e imaginario, pero su cuerpo le pide que reaccione, algo que él mismo acepta, no puede quedarse allí toda la vida, por lo que comienza a caminar por aquellas veredas, caminos que se trazan hacia uno mismo pero sin fin, no ve la luz de la salida, de hecho ni siente el aire fresco de una, porque no la tiene es a la conclusión que llega a su mente. Entonces decide no buscar una sino encontrar a quien la crea.

Sus pasos son firmes y grandes, sus ojos se centran y tratan de memorizar los caminos si es que es posible, pero conforme avanza siente y presiente que está dando vueltas por el mismo lugar, que no avanza como sus pies le dictan en cansancio, las paredes son iguales, y mente empieza atraicionarle.

 

Ven”

 

Leo se cuestiona con aquella voz, trata de no perderla en sus sentidos, de seguirla.

 

Aioria

 

Se alerta por el tono tan provocador, que siente su cuerpo reaccionar de una forma que ni el mismo conocía o que al menos se había negado a hacerlo

 

Aioriaaa

 

Su piel se eriza junto con cada vello de su cuerpo, era tan melodiosa que sentía unas fuerzas en las piernas que subían a sus muslos, y ese acaloramiento, que le cocía el cerebro. Sin duda su cuerpo tenía sus propias emociones, mismas que le reclamaban una angustiosa necesidad, deseo, sí un deseo impropio ante sus ojos. Una parte de su ser le recomendaba salir, huir pero como hacerlo sin una salida de por medio, romper las paredes era una opción sin embargo, su otra parte le negaba a llegar a la fuerza bruta, no cuando ya estaba “encantando”, “hipnotizado” no, sino “estúpidamente necesitado”.

 

Veen  Aioriaaa

 

Los cabellos se le levantaban hasta las puntas, no podía creerlo sino fuera que lo estuviera viviendo, sus pasos ahora avanzaban con más brisa hasta que nota una luz tenue, sus mirada se clava en aquel cuarto oscuro solo alumbrado por un par de velas, en el centro hay un gran lecho con donceles, la cortina es oscura pero deja ver una silueta en ella. Tragando saliva Leo se aproxima hasta correr la tela, sus orbes verdes se abren al notar la presencia descansada del individuo.

Largos cabellos azules recorren su espalda pálida, desnuda mientras que su rostro se apoya en una de las almohadas, sus dedos delgados y largos como sus brazos juegan con unos de sus mechones azules, el León desea preguntar pero descubre que se ha quedado mudo.

Enderezándose, la delgada silueta se fija en su dirección, su rostro es fino al igual que sus sedosos labios, su nariz pequeña y recta, su mirada cubierta en oscuridad por los cabellos que la cubren. Unos mechones serpentean por sus hombros y caen como látigos por sus pectorales, a lo que un Leo ve con detenimiento, pero no logra admirarlos más de lo normal, puesto que la cabellera los cubre, dejando ver la parte central, ocultando los botones rosados, porque Aioria jura que son de tal tono, como los finos labios que tanto desea internamente.

 

-¿Géminis? –Logra articular sorprendiéndose él mismo por escuchar su voz

 

Una curvatura en el delicado rostro se dibuja, llamando demasiada la atención del leonino, el rostro se alza para dejar ver un par de orbes rojas, como la sangre que brillan con una luz deslumbrante, debía correr pero no puede y menos cuando la delgada mano se dirige a él, llamándolo, incitándolo a tomar un lugar en el lecho, una invitación que no puede despreciar. Y accede, entrelazando sus toscos y callosos dedos con la suave piel aterciopelada, Leo se sienta al borde del lecho mientras que el joven gatea cerca del León, dejando resbalar aquella sabana que le cubría el dorso; su garganta se seca al dejarla abierta, no puede creer que tal perfección existe en un ser, belleza y elegancia, hermosura y porte, deseo y lujuria en un hombre. Siente culpabilidad de pensar en ello, como si el joven fuera un pedazo de carne, un filete que se encuentra servido en su plato, en el plato del León, listo para ser devorado.

La mano aun sostenida por el de cabellos azules es guiada a tomar su cadera para acercase lentamente y respirar el mismo aliento que el castaño, sus labios se acarician por los alientos, la mirada verde observa esos sonrosados pétalos y se saborea, ha perdido, la piel es tibia por no decir ardiente y suave. Hundiendo sus dedos fuertes en la cadera del de cabellos añiles se lanza sobre este hasta tirarlo a la cama con violencia, sus labios recorren aquel cuello hasta bajar a los hombros, retirando los cabellos que le impiden beber de aquella embriagadora piel, una sonrisa burlona aparece en el rostro del joven, una de victoria por que va ganando; el León se encuentra comiendo de la palma de su mano. De un ágil movimiento y la armadura dorada se alza, para quedar reposando en el rincón de la alcoba ante la mirada divertida del otro.

Aioria desea besar esos jugosos labios pero le es impedido cada vez que se acerca a ellos, no es el momento, así lo deja en claro el de cabellera larga mientras que tiene al León sobre sí, sintiendo la erección ya bastante despierta y necesitada del joven castaño, a la vez que por instinto Leo toma los muslos y los separa, siendo observado por peli azul, que solo ensaliva su dedo índice y lo guía hasta la boca del cachorro, quien lo acepta con regocijo.

 

-Aioria –pronuncia su nombre de la manera más provocadora

 

El mencionado no puede esperar, su sangre hierve y a su edad tan inmaduro en ciertas cosas de la vida, con desesperación se acomoda entre los muslos del joven Géminis mientras se baja los pantalones lo suficiente para liberar su hombría, su erección se encuentra necesitada que le duele tomarla entre su mano para guiarla hasta aquella cavidad, sus ojos se cierran al experimentar tal dificultad mientras que el peli azul, deja caer su cabeza sobre un almohada mal acomodada, desgarrando su garganta con un grito mientras sus orbes se tiñen de un verde de tristeza y dolor que cierra con fuerza al igual que sus puños sobre las sabanas.

Es estrecho y entra con dificultad, es a la conclusión que llega el leonino pero se muerde el labio y se lambe, es satisfactorio que manda a volar todo al demonio, si este el placer que tanto pregonaban entonces este pecado era la gloria, y lo disfrutaba, por qué no,  era humano y hombre que se había renegado varias cosas en la vida y todo por conllevar la traición de su hermano, pero todo lo que había hecho era nomás un manto; era solamente Leo. Moviendo sus caderas un par de veces, escucha los quejidos de su amante, ahora así lo nombraba era suyo; Géminis no existía sino solamente el de cabellos azules.

 

-¿Cuál es tu nombre? –Susurra al oído mientras mueve sus caderas hacia adelante y hacia atrás –necesito saberlo

 

Pero el peli azul no responde, solo es sacudido por las embestidas del León que si estas fueran en un principio toscas ahora aumentaban su intensidad, causándole dolor y ciertas convulsiones en su interior, el movimiento de caderas era un ritmo que era obligado a seguir, puesto que sus muslos aun seguían atrapados en los brazos de Leo, aquel hermano menor de Sagitario, mismo hombre por quien llego a sentir un cariño en especial, y ahora era invadido por hermano de este, su intromisión en su cuerpo era prodigiosa para alguien que se jactaba de recto.

 

-Saaa…gaaa –sale de sus labios al sentirse llenado y oculta su rostro en el cuello del castaño, sus uñas y manos se hundían en la piel del León

 

Aioria por su parte no pudo evitar soltar un gemido de satisfacción, uno que solo había escuchado en una película de hace un par de años, cuando Milo lo llevo a verla ante engaños y sin embargo ahora Leo había revivido un par de las ilustraciones en el mismo,  aunque después de esto no le caería nada mal pedirle “prestadas” un par de revistas al bicho. Puesto que el León había descubierto que era algo “fogoso” y deseaba más que nada en perfeccionar su arte de “copular”.

Su cuerpo lentamente se deja caer sobre el lecho siendo acompañado por el castaño, quien permanece dentro de su interior por un rato más, la respiración del peli azul es agitada, sus orbes miran hacia el techo del lecho mientras se llenan de lágrimas, mismas que resbalan por su pómulos y caen por su cuello, Aioria nota el llanto y se culpa, teme haberle lastimado, saliendo de su interior se va arrastrando lentamente para rozar sus labios con los de Géminis, sin ser rechazados Leo los succiona  con dulzura para atraparlos completamente con los suyos. En una danza placentera que le sabe dulce, los muerde lentamente pero al abrir sus orbes mira el rostro contrariado del más pálido, sus orbes verdes muestran una tristeza pero a la vez seriedad en ellos, y una luz excitante, Leo se le queda admirándolo detalladamente, era una “criatura hermosa” que ni Piscis no le haría batalla, puesto que ambos eran muy diferentes, “su Géminis era natural y fresco” mientras que Afrodita frío, sin esa chispa que cautivante.

 

-Vete –susurra el de cabellos añiles

-¿Qué? no… - se negaba Leo abrazándolo con fuerza-  Perdóname pero no podía detenerme –se disculpa

 

Pero Aioria no contaba con el poder desconocido del Géminiano, y demasiado tarde se da cuenta de ello, siente un cosmos arder en sus brazos para ser arrastrado a la realidad, una en la cual se encontraba solo, el lecho se hallaba vacío y sin embargo, aun podía percibir aquel aroma a intimidad, ese dulce aroma del joven de cabellos azules.

Una vez que hubo tomado consciencia de los hechos, sus pies lo arrastran por el templo, la misma soledad que antes había visto en este, como si nadie hubiera existido, pero él lo sabía, y con eso le bastaba.

 

 

Templo Mayor…

 

 

Su rostro bañado en lágrimas saladas se secaban en la almohada del gran lecho patriarcal, mientras que a su alrededor una risa malvada no paraba de escuchar.

 

-“Te dije que no me retaras, que no defendieras a nadie, pero no, tu honor de caballero no te permitía tener más remordimientos: Bien. No los tengas. Sufre las consecuencias.”

-Alguien te detendrá –susurra la voz pastosa- siempre alguien se levanta contra la oscuridad

-Como Aioros… -risa- no me imagino su cara al verte retorcer con su hermano menor, menos mal que se encuentra muerto –otra risa- aunque si fuera todo lo contrario, ya no tendrías nada que ofrecerle

 

Unas lágrimas espesas cubren sus orbes verdes, era verdad, la moral de Géminis era dura, ya nada importaba en esos momentos, ni morir. El de cabellos añiles se llamaba Saga aunque por muchos años, él mismo había ya olvidado su nombre, nadie se lo preguntaba hasta ese noche cuando Leo lo hizo pero ya se encontraba desfallecido, no tenía fuerzas. Cerrando sus robes, deja su cuerpo consumirse en esa oscuridad inmensa, donde no hay luz que lo guíe ni que lo salve.

 

 

Al día siguiente…

 

A los primeros rayos del sol, Leo había subido al templo del patriarca y solicitaba poder hablar con él, petición que Arles accedió, se encontraba de buen humor, además deseaba ver la cara del joven castaño, burlarse un poco mentalmente. Saga ya no sería problema y se lo debía al buen caballero de Leo.

 

-¿En que puedo ayudarte Aioria de Leo? –Pregunta con su voz calmada

-Es sobre el guardián del tercer templo –menciona Leo con el rostro cabizbajo- el caballero dorado de Géminis, ¿Dónde se encuentra? –Pregunta sin  levantar el rostro para mostrar humildad y obtener la información deseada- hasta donde tengo entendido nadie lo ha visto –dijo lamiéndose los labios

 

Pero para Arles no pasa desapercibido aquel gesto, ni el cosmos del León dorado que despertaba, algo que ni el propio portador parecía notar.

 

-Nadie lo ha visto –repite con un tono de burla, que llama la atención de Leo- yo creo que no afirmaría tal hecho o ¿Si? Aioria

 

El involucrado levanta el rostro, su mirada luce  seria e intuía que el patriarca sabía de algo que el mismo ignoraba pero, lo que el León realmente ignoraba era tenía frente a sus ojos el cuerpo de su pecado y deseo al mismo tiempo, oculto entre aquel ropaje pomposo pero que era nada más el contenedor de aquel poder, aquel que gobernaba el santuario y aquel que los domina a todos ellos, por que los 12 caballeros de Athena  eran solo piezas de juego, las más importantes que rendían tributo a la diosa del mismo nombre. Eran la burla de la sabiduría y el arte de la Guerra que los dominaba y los hundía a la traición, uno que varios de sus compañeros pagarían con su alma en el Hades.

Aioria de Leo abandona el recinto patriarcal pero la duda le comía el alma se la devoraba, pero algo en su interior le decía que nunca abandonara la tierra santa, porque sería estar lejos de él, de perderlo. Pero ofuscado por el engaño de aquel encuentro, ya que volvía una y otra vez al tercer recinto y no hallaba más que las mismas sombras de sus pasos y aquello le enfurece y ese odio volvía a crecer en su interior. Mismo que lo guio fuera del santuario y entonces la conoce, la joven Athena; y el paño de sus ojos se cae; levantándose en contra de su ilustrísima y condenando a sus compañeros  y a él.

 

Sus ojos no podían creer cuando aquella máscara al fin encontró la luz de la redención, sus mirada triste y esmeralda apagándose frente a su ser, Leo no pudo evitar sentir decepción y frustración, su cuerpo perdió aquel espíritu que tanto presumía y su corazón lloro, por el luto que lo embargo. Ya nunca más lo volvería a ver, a tenerlo en sus brazos. Había sido la primera vez en probar aquel fruto prohibido y fue el único que degusto en su vida.

 

-Saaaa….gaaaa –

 

Recordaba Aioria entre sueños e imaginaba su sonrisa, una la cual nunca pudo ver pero que juraba que sería hermosa como la luz de sus orbes, esplendorosamente hipnotizador… su Géminis.

 

 

 

 

Notas finales:

 

Si obtengo en sus comentarios lo que deseo podría hacer una continuación xD


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