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Mamá, él es el faraón por rina_jaganshi

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Notas del fanfic:

Disclaimer: La serie de Yu-Gi-Oh le pertenece a Kazuki Takahashi. Rina y Rini sólo la usan para crear historias yaoiescas sin fines lucrativos.  

 

Pareja: Puzzleshipping. 

Notas del capitulo:

Rina: Otra de nuestras absurdas situaciones en las que nos gusta poner a los personajes. 

Rini: Sobre todo al faraón. 

 

Con una sonrisa terminó de doblar las prendas para después acomodarlas sobre el closet. Suspiró satisfecha con su trabajo. Luego, escuchó el ligero grito de euforia que provenía desde el piso inferior. Eso sólo podía significar una cosa. Con entusiasmo corrió escaleras abajo. Recorrió con la mirada el lugar. A pesar de su felicidad, se quedó estática al observar al desconocido que su padre abrazaba. Parpadeó confundida. El sujeto tenía un enorme parecido con su propio hijo, con quien, por fin, hicieron contacto sus ojos. El chico sonrió antes de ir a abrazarla. Ella regresó el gesto.  


—¿Cómo te fue? ¿Qué tanto viste en Egipto? —preguntó, ignorando por un momento al que estaba demás. Sin embargo, su hijo miró sobre su hombro.


—Cariño, creo que tú y Yugi tienen mucho de qué hablar, saldré a caminar —avisó el hombre mayor, confundiendo a su hija, quien volvió a posar sus ojos sobre la presencia foránea.


—Mamá… —El adolescente se alejó unos pasos para colocarse a un lado del que ella escudriñaba—. ¿Recuerdas el rompecabezas que el abuelo me dio? —la mujer parpadeó confundida. Por supuesto que lo recordaba pero qué importancia tenía. Automáticamente miró el pecho de su hijo para descubrir que el objeto dorado no estaba ahí. No pudo evitar saltar asustada.


—¿Lo perdiste en Egipto? —inquirió con preocupación. Su pequeño amaba esa pirámide.


—Eh, no exactamente, bueno, no me correspondía quedármelo —en su infantil rostro se dibujó una triste sonrisa. Su madre le miró consternada.  


—¿Por qué? ¿Algún arqueólogo te lo quitó? ¡Debiste llamar para que tu abuelo le explicara que… —el chico le interrumpió.


—No había nada que pudiera hacer pero… —una vez más miró hacia atrás, donde el extraño permanecía con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón—, conservé lo más importante —los ojos carmesí que el otro poseía destellaron. La mujer observó con atención el silencioso diálogo en el cual, al parecer, los dos eran participes. Carraspeó, interrumpiendo el momento. El menor brincó en su lugar.


—¿Me vas a presentar a tu amigo? —se atrevió por fin a decir, ignorando el mal presentimiento que sentía.


—Oh, sí, por supuesto… —su hijo se revolvió nervioso, con un gesto de su mano le indicó al joven que se acercara, así lo hizo. Colocándose a su lado de manera segura, imponente. La señora Muto aprovechó para observarlo mejor. Definitivamente era extremadamente similar a su pequeño. Aunque las diferencias también eran notables, el tono de piel canela, los mechones rubios en su cabello, los músculos marcados en sus brazos, unos centímetros más alto y esos amenazadores orbes en color rojizo—. Mamá —El llamado le provocó un susto, no se dio cuenta que se había quedado escudriñando al otro—. Mamá, él es el faraón Atem —frunció el ceño, una vez más, enfrentándose a la implacable mirada.


Aibou, el título está demás, en esta época no soy más que un humano normal —su primogénito giró unos cuantos grados para quedar frente al que le hablaba y comenzar un nuevo intercambio de mudo entendimiento.


La mujer volvió a parpadear confundida. ¿Qué es lo que estaba pasando? ¿Faraón? ¿Humano normal? ¿Aibou? ¿Quién era ese sujeto? ¿Qué hacía en su casa? ¿Por qué nunca lo había visto? ¿De dónde había salido? Una tras otra se iban acumulando las preguntas en su cabeza. Su hijo siempre le pareció extraño. Obsesionado con los juegos, rodeado de pocas personas, teniendo duelos de cartas alrededor del mundo, hablando solo en su habitación… Se detuvo en ese pensamiento, recordando la explicación que su padre le dio, algo acerca de magia oscura. Negó rápidamente con la cabeza. ¿Magia oscura? Eso era ridículo. Prefería creer que Yugi, debido a su introvertida personalidad, terminó por crear un amigo imaginario.


—¿Mamá? —Otra vez saltó en su lugar. Los ojos amatistas le miraron llenos de consternación—. Mamá, ¿recuerdas cuando el abuelo y yo platicábamos de Yami? —Ahí estaba, así es como su hijo se refería a su amigo imaginario. Asintió con la cabeza— Bueno, él es… —apuntó hacia el joven de piel bronceada— Él es Yami, Mou hitori no boku, el espíritu del rompecabezas milenario, el faraón sin nombre, ahora Atem…


El susodicho le extendió una mano, ella se quedó mirándola por largo rato sin atreverse a tomarla. Su hijo dio un paso al frente, con delicadeza, la guio hasta el sillón de la sala, donde hizo que tomara asiento. Él ocupó su lado derecho, el otro permaneció distante, devolviendo sus extremidades a los bolsillos de su pantalón. Yugi le reveló todo. Desde el momento en que armó el rompecabezas, de cómo liberó el alma atrapada del antiguo gobernante de Egipto, quien se autoproclamó su defensor. No obstante, su regreso al mundo trajo la oscuridad, el reino de las sombras, enemigos que buscaban apoderarse de su artículo milenario.


A eso le siguió el relato de la pérdida del alma del abuelo Muto, lo que tuvieron que hacer para recuperarla. La manera en que empezaron a trabajar juntos, unidos, como un equipo. Luego, le describió cada uno de los villanos a los que se tuvieron que enfrentar, los peligros, el incendio, ciudad batallas, Marik, Bakura. El sello de Oricalcos, Dartz, Leviatán. El mundo de las memorias. El cetro del milenio, la sortija, el ojo, Shadi, Kaiba, Seth, el mago oscuro, la maga oscura. El duelo de cartas se jugaba en el antiguo Egipto con monstruos reales. Zork, la destrucción del mundo. El faraón sacrificándose para salvarlos de la oscuridad, ahora con ayuda de su pequeño.


Se quedó en total silencio, observando el rostro del menor que cambiaba dependiendo de lo que estuviera describiendo, mostrándole las emociones que, seguramente en ese instante, sintió. El duelo ceremonial. La victoria de Yugi, la vida en el más allá, el derrumbe de la tumba, la irremediable pérdida del rompecabezas milenario. Aquel objeto por el cual todo comenzó. Al término del relato, la mujer permaneció estática, tratando de asimilar la información. La constante que se repetía dentro de ella era el peligro al que Yugi fue expuesto durante todo este tiempo. Respiró hondo un par de veces antes de desmayarse sobre el mueble.


Aun en su inconsciencia era atormentada por lo recientemente descubierto. Su hijo no tenía un amigo imaginario. El espíritu de un faraón habitó su cuerpo durante los últimos años. Los dos superaron un sinfín de obstáculos para rescatar al mundo. Aquel extraordinario y terrorífico ser estaba en su casa. Se revolvió en su estado desvanecido. No supo cuánto tiempo pasó antes de que abriera los ojos. Lo primero con lo que se encontró fue el rictus intranquilo del menor. Ella se irguió para sentarse. Parpadeó un par de veces en un intento porque las cosas a su alrededor dejaran de moverse.


Notó que el supuesto gobernante de Egipto no estaba. ¿Fue un sueño? ¿Una alucinación? Por un momento suspiró aliviada. Seguramente el nuevo detergente que compró le provocó extrañas pesadillas. Hn, magia oscura, sí claro. Rio ligeramente, no obstante, su júbilo se vio interrumpido al escuchar pasos. ¡Ahí estaba! ¡El que no era imaginario caminó hacia ella con un vaso de agua! Asustada gritó. Ocasionando que el otro rodara los ojos fastidio. ¡Qué insolente! ¡Faraón, espíritu oscuro o lo que fuese, no tenía derecho a ser tan petulante! Ambos se mantuvieron la mirada molesta hasta que el lindo niño se interpuso entre ellos.


—¿Mamá, estás bien? —le interrogó con una mueca repleta de  ansiedad. La mujer se puso en pie para comenzar a caminar en círculos.


¿Estar bien? ¿Cómo podría estar bien? Paseó sus ojos por el joven altanero, quien permanecía con los brazos cruzados sobre su pecho. No, no, no podía ser real. Tal vez estaba soñando. Sin detenerse a pensar, se pellizcó el antebrazo. El dolor se extendió por toda su extremidad, corroborando que se encontraba despierta. Entonces, si no era ella, debía ser su hijo. Con decisión se ubicó delante del chico, le tomó por los hombros y comenzó a zarandearlo.


—¿Cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu comida favorita? —las interrogantes salían una tras otra de su boca, para su sorpresa, su hijo las contestó de manera correcta. Eso indicaba que no había perdido la razón.


Frunció el ceño. ¿Acaso era una broma de mal gusto? Su mirada furiosa y confusa se posó sobre el causante. Caminó de manera sigilosa hasta estar a un metro de distancia. Despacio movió su mano, con la punta de su dedo índice picó un lugar al azar del bien formado pecho. Repitió su acción hasta estar segura de que era sólido. Luego, volvió a hacerlo con el único propósito de fastidiar al sujeto una vez que le escuchó gruñir. Su hijo, una vez más, interfirió, desaprobando su infantil actitud. ¡Qué más debía hacer! ¡El que creyó que era un amigo imaginario estaba ahí, frente a ella!


Un momento ¿Por qué estaba ahí? Reflexionó, recordando los detalles que Yugi había compartido con ella. Si el tipo era un espíritu que residía en el rompecabezas milenario y, dicho objeto se había perdido en Egipto, ¿qué hacía en Japón? Antes de ahondar más en el asunto. Otra idea surgió en el interior de su mente. Corrió hacia la pequeña mesa que se encontraba a un lado de la entrada principal, aquella donde dejaba las llaves una vez que llegaba a la casa, esa misma donde descansaba toda la correspondencia, así como, los folletos que el sinfín de personas religiosas entregaban de puerta en puerta.


Los pasó uno a uno, tratando de leer lo más rápido que podía. Algunas frases lograron un impacto en su persona. Arrepentirse de sus pecados, fuerzas del mal, posesiones demoniacas, obtener la salvación. El diablo susurrando al oído de los seres humanos. Fuerzas oscuras. Penitencia. En su familia nunca habían seguido una religión. ¿Podría ser su herejía la causante de que dicho ente maligno se apoderara de su hijo? Asustada volvió en sus pasos. Una vez más, repasó cada una de las oraciones que venían escritas. ¿Cuál debería usar? ¿La señal de la cruz, el Padre nuestro, el Ave María, El Credo?


Estaba por decidirse por cualquiera cuando notó lo cerca que estaba de aquel perverso ser. Sin detenerse a razonar, agitó sus manos de manera veloz, golpeando la cabeza del que tenía enfrente. Al escucharle quejarse repitió su maniobra. Si tenía suerte, los papeles estarían bendecidos y tal vez dejaría de agobiarla. Con ahínco se dedicó a aporrear al oscuro faraón. ¡Jesús, Buda, Joseph Smith, Jehová! ¡Aclamaría a cualquiera que le ayudara a deshacerse de dicha aparición!


—¡Mamá, detente! —Otra vez, su hijo se interpuso, logrando que la mujer parara en seco—. ¿Por qué haces eso? ¡Atem no es un espíritu malo! —exclamó al apreciar en qué consistían los folletos—. De hecho, ahora es un humano, igual que tú y yo.


Achicó los ojos, observando al otro acomodarse el cabello tricolor. Estaba claro que un exorcismo en este punto sería inútil puesto que ya no poseía el cuerpo de su lindo niño. ¿Existiría algún ritual para que su infame alma regresara al más allá? Bufó al remembrar la conversación previa. El duelo ceremonial tenía ese propósito pero todo indicaba que el espíritu-faraón-oscuro-clon se rehusaba a irse. Si ya había cumplido su destino, ¿qué lo retenía en el plano terrenal? Su atención se posó ahora sobre su hijo, quien, apretujó los papeles en sus manos. La mujer alzó una ceja extrañada.


—Mamá, aún hay algo más que debo decirte —la mujer contuvo el aliento. ¿Más? Pero si todavía no tenía un plan para conseguir el descanso-forzado-eterno de aquel ser. Su retoño se revolvió nervioso, asimismo, sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso, eso no era una buena señal—. Uh, él y yo, Atem, bueno, él se quedó en este mundo porque —se mordió el labio inferior— es mi novio… —terminó por susurrar.  


La señora Muto retrocedió. Su mano derecha se fue a su pecho, justo donde se encontraba su corazón. Su mano izquierda viajó hasta su frente. De manera dramática se dejó caer sobre el mueble. ¡Eso era lo que lo retenía con los mortales! ¡Era la pareja de su hijo! Lo cual lo convertía en su yerno. ¡Su yerno era un muerto viviente! No, un faraón-no-muerto-oscuro-clon-no-imaginario. ¡Oh! Ya quería ver la expresión de sus amigas. Seguro que la novia que trabajaba como modelo pasaría a ser insignificante. Los pensamientos caóticos se detuvieron una vez más en el asunto de mayor relevancia.  


¡Su pequeño tenía un novio! Uno que era tres mil años más grande que él. Un sinfín de palabras inundaron su cerebro. “Narcisismo” pensó al ver las similitudes entre ellos. “Pedofilia”, el sujeto era mucho más viejo que Yugi. “Homosexualidad”, claramente era una relación entre dos hombres. “Incesto”, eran tan parecidos que bien podían pasar como hermanos. “¡Necrofilia!” ¡El tipo ya había muerto! La mujer comenzó a respirar de manera agitada. Su hijo corrió hasta sentarse a su lado para abanicarla con los folletos con lo que, hace apenas unos minutos, ella golpeó al extraño ser.


¿Cómo habían llegado a tal situación? ¡La culpa era de su padre por darle el rompecabezas a su pequeño! ¡No, la culpa era de ella! Cerró los ojos por un instante. En definitiva ella era responsable de todo. Por no prestar la suficiente atención, por ignorar el hecho del supuesto amigo imaginario. Por no ver más allá de los detalles. Se sobresaltó al percibir un tenue sollozo. Abrió los ojos, descubriendo el rostro lloroso de su hijo. Antes de que siquiera pudiera reaccionar, el espíritu se movió rápidamente para envolver al pequeño en sus brazos.


Asombrada, observó el inexpresivo rostro contraerse en un rictus de absoluto dolor, casi como si pudiera sentir el sufrimiento del otro. Enseguida, de forma delicada interrumpió el vestigio de llanto con sus pulgares. Otra vez comenzó esa callada conversación entre ellos, donde permanecían mirándose a los ojos. Sintió que le faltaba el aliento al distinguir el amor y la devoción con la que el faraón-no-muerto contemplaba a su hijo. Sin poderlo evitar, la mujer sonrió. Yugi era totalmente capaz de hacerse cargo de tan inusual evento. Seguramente, sin saberlo, tenía el control completo de aquel ente.


Despacio se acercó a la pareja. No tuvo que decirlo, el antiguo monarca le cedió su lugar, siendo ahora ella la que abrazaba cariñosamente al chico. Está bien, todo estaba bien. De manera veloz, acarició el cabello de su hijo. Logrando que el chico la mirara. Ella le sonrió con sinceridad. Era su pequeño, su lindo e inocente niño que se quedaba despierto armando rompecabezas, jugando con sus cartas. Su deber como madre era protegerlo, guiarlo, quererlo incondicionalmente y, al parecer, durante los últimos años, ese deber había sido realizado por el espíritu. No podía ser tan malo si cuidaba de Yugi.


Por última vez, repasó cada uno de los datos que le habían proporcionado minutos atrás. Rio para sus adentros. El destino era el verdadero culpable. Aquella fuerza invisible se encargó de cruzar los caminos de la oscuridad del espíritu y la luz que emanaba naturalmente de su adorable niño. “Sabia decisión”, pensó. ¿Quién era ella para oponerse a tan poderoso lazo que los mantenía unidos? Hasta el faraón había rechazado el descanso eterno, eligiendo quedarse para hacer feliz a su hijo. Se separó un poco del tricolor para mirarle a los hermosos ojos amatistas.  


—Todo está bien —le hizo saber, depositando un beso en su frente. El chico sonrió, abrazándola de nuevo. Después de unos segundos,  lo apartó por los hombros—. De acuerdo, creo que es hora de preparar la cena —comentó con una sonrisa—, espíri…fara… —suspiró con cansancio— Atem —logró por fin decir, obteniendo la atención del nombrado— ¿Te gustaría acompañarnos a cenar? —preguntó amablemente. Él parpadeó confundido, dirigiendo su mirada hacia Yugi, la mujer frunció el ceño, también observando a su hijo.


—Eh, respecto a eso… —una vez más, el adolescente se revolvió inquieto, el rubor se apoderó de todo su lindo rostro. Oh, oh, eso era una pésima señal. La mujer tragó en seco, el pequeño jugó con sus dedos índices—. Uh, Atem va a vivir con nosotros y, por el momento, va a dormir conmigo, en mi habitación… —Paseó su mirada entre los dos.


¡Al carajo con sus previas conclusiones, ese espíritu-oscuro-clon-faraón-no-muerto, y ahora pervertido, era su enemigo! Irremediablemente su cerebro volvió a aglomerarse de diversas imágenes, esta vez, involucraban a su hijo gimiendo escandalosamente debajo del cuerpo del muerto viviente. Sin poderlo evitar un grito escapó de su garganta antes de, por segunda vez, caer desmayada sobre el mueble. 

Notas finales:

Rina: Jeje, pobre señora —niega con la cabeza— Yugi, debiste decirle desde antes.

Yugi: No es tan fácil de explicar —murmura avergonzado.

Atem: Alguien más notó que, una vez más, fui golpeado en una escena —mira a las chicas molesto.

Rini: Ah, sí, eso fue tan divertido…  —se tira al suelo para reír.

Atem: Además, no entiendo por qué la señora me odia tanto —se cruza de brazos furioso.

Yugi: No te odia —se apresura a decir e inmediatamente después, abraza a su faraón.

Rina: Con el tiempo te querrá —le sonríe— bueno, pues aquí queda esta idea, la verdad creo que tiene potencial para algún otro capítulo. ¿Ustedes que opinan? —ríe al ver la cara descontenta del de ojos carmesí— En fin, esperamos que les haya gustado o, al menos, se hayan reído un rato. Como siempre les agradezco por leer y a quienes se toman un momento para comentar. Nos estamos leyendo.

Rini: ¿No se te olvida algo? —la otra chica ladea la cabeza confundida— Torpe —suspira— por fin retomamos el Miku Miku Dance, para quienes no lo conozcan, es un programa con el que se pueden hacer animaciones y un sinfín de cosas más. Nosotras estamos haciendo pequeños comics de Yami y Yugi, por si quieren ir a reírse un rato de todo lo que no podemos escribir porque es mejor ver, dense una vuelta por nuestro Facebook https://www.facebook.com/profile.php?id=100002429074516

 


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