- ¿Por qué el hombre de hojalata quería un corazón? – preguntó ingenuo descansando la cabeza en el regazo de su madre.
- Porque quería amar – respondió su madre acariciándole la mejilla para hacerlo dormir.
- ¿Por qué quería amar? – preguntó disfrutando de las caricias de su madre.
- Porque se sentía solo – respondió con una suave voz.
- Y si encontraba a alguien a quien amar… entonces ya no se sentiría solo – dijo él viendo que su madre sonreía.
- Si – besó la frente de su hijo – Al final el hombre de hojalata consiguió su corazón, pero una vez que lo obtuvo lo tenía que entregar.
- ¿Por qué?
- Porque se lo tenía que dar a la persona con quien pasaría el resto de su vida juntos… amándose – su pequeño hijo no parecía comprenderla – A veces debemos sacrificar lo que tenemos para obtener lo que queremos.
Él más alto caminaba de un lado a otro. Estaba más que impaciente, estaba indignado.
- ¡Me niego! – gritó frunciendo el ceño.
- Su majestad, usted debe hacerlo por el futuro de su reino – habló en tono firme pero sin olvidarse que a quien le hablaba era al heredero del trono de la familia Jung.
- ¡No fue mi elección! – gruño quitándose la corana de la cabeza y arrojándola al piso de crista – ¡No me casare con alguien a quien no conozco!
- Es por el futuro del reino – intentó persuadirlo, pero fue inútil cuando el joven príncipe salió por la puerta a toda prisa.
- ¿De qué lado estas? ¿No soy tu amigo? – refunfuño el moreno al menor.
- Aprecio su amistad su majestad, pero esto es por el bien de miles de personas.
- ¡No lo hare!
Siendo un destino que nunca acepto, el hijo mayor de la familia real bajo presuroso por las escaleras del palacio que sus padres llamaban hogar. Él había crecido educado para ser un líder, liderar una nación. Algo que él no deseaba. ¿Qué más podía hacer?
Caminó hasta llegar a la habitación que le era prohibido. Un lugar considerado un santuario que solo era permitido al rey. Abrió la puerta ya que después de todo, él era el hijo mayor del rey.
Sin mucho que perder tecleó la pantalla táctil del control de comandos. No le tomo mucho tiempo descubrir la clave de seguridad de aquel santuario. Cuando las puertas se abrieron el pasillo se iluminó. El perfecto camino hacia su libertad. Si la leyenda era cierta, atravesando aquel pasillo blanco habría una habitación donde estaba la clave para su libertad, la ocarina del tiempo.
Al llegar al final del camino y sin temor alguno ingreso a la habitación. Al entrar en ella sus ojos se dilataron. La leyenda era cierta. Las historias que su madre le relato sobre aquel objeto era verdad.
Ese objeto plateado pendía sobre una columna de piedra.
- ¡Abre la puerta!
Él reconocía esa brutal voz. Era su padre. No le hacía falta verlo para saber que estaba enfadado.
- ¡No te atrevas a desobedecerme! ¡Uknow! – su voz masculina no lo amedrento, había llegado muy lejos para retroceder.
- ¡Hijo! – la dulce voz de la reina madre – ¡Nunca has usado ese artefacto! ¡No sabes donde terminarás!
- ¡No me casare!
- ¡Es tu deber como príncipe heredero! – su padre habló.
Él suspiró pensándolo por un momento.
- No quiero casarme con alguien a quien no amo – respondió y al querer tocar aquel objeto metálico. Este se amoldo a su muñeca como un reloj.
El rey estaba furioso. La contraseña había sido cambiada. Le era imposible ingresar al santuario del tiempo.
- ¡Rompan la puerta si es necesario! – ordenó el rey.
El jefe de la guardia real puso sus manos en el tablero de control descifrando la contraseña que la bloqueaba.
- La puerta ha sido abierta – informo otro guardia – Y no hay rastros del príncipe heredero.
- El príncipe ha usado la Ocarina.
- Eso es imposible – habló la reina y el jefe de la guardia hizo una reverencia.
El rey miró furioso al jefe de la guardia real.
- Es imposible que él pudiera usarla – negó el rey.
- Es su hijo su majestad. No olvide que desde niño ha sido un muchacho diferente, con habilidades especiales.
- Búsquenlo – ordenó el rey al otro hombre – Nuestro clan no puede perecer por su rebeldía. No importa donde se esconda, quiero a mi hijo de vuelta.
- ¡A sus ordenes majestad!
El jefe de la guardia real había compartido la infancia con el joven príncipe. Ambos eran amigos. Ahora le parecía tan extraño ir a cazar a quien consideraba un hermano mayor. Pero después de todo era por el clan, por el reino y la paz de la humanidad.
- Y cuando el hombre de hojalata entrego su corazón, supo que nunca más estaría solo. El cielo se ilumino con un arco de colores bendiciendo el amor entre ellos. Su amor seria eterno.
- ¿Eso es un final feliz? – preguntó entrecerrando los ojos.
- Algo parecido mi pequeño príncipe. Amar a alguien y que esa persona te ame, es algo maravilloso, pero no es el final. Porque el amor entre dos personas es capaz de sobrepasar las barreras del tiempo y ser eterno.
- Omma… ¿puedo amar?
- Claro que puedes amar, porque eres alguien muy especial – sonrió su madre acunando entre sus brazos a su hijo – Pero como el hombre de hojalata debes buscar a quien entregar tu corazón.