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Justificado por Yae

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Notas del fanfic:

Descargo de responsabilidad: Los personajes de Saint Seiya le pertenece a Masami Kurumada, los dioses son pertenecientes a la mitología griega.

 

Dedicatoria: Whitekaat, Caronte, anónimo, Eurynome33 y a cross girl. En verdad gracias.

Notas del capitulo:

Nunca había escrito algo yaoi sobre Saint Seiya, principalmente porque no me resultaba viable emparejar a los personajes y más con una pareja tan crack(?), hasta donde sé y aunque me guste escribir de parejas poco convencionales, este es un verdadero reto. A pesar de ello espero que este fanfic le resulte interesante a alguien.

 

 

 

 

 

 

Apestas a sangre.

La directa insinuación de tan terrible anomalía le provocó un ligero mareo, sus receptores olfativos de inmediato aspiraron su propia fragancia para corroborar tamaña acusación.

“Nacer es doloroso”

“Morir lo es aún más”

“Y volver a la vida, constituye una agonía indescriptible”

Cuestionar razones divinas y más las de su diosa no eran algo que deseara volver a hacer, pero creía haber cumplido con su deber de guerrero, haber ofrendado su vida en el auxilio de la derrota de un enemigo atroz… Hades. Pero no parecía haber sido suficiente, como antaño los guerreros fueron regresados del reino de los muertos a sus templos, con la excepción de un santo dorado. La tortuosa resurrección fue un pago diminuto comparado con el que tendría que cubrir los días que le restasen de vida, de esa nueva vida dispuesta en contra de sus deseos, incluso la etiqueta de bipolaridad no parecía eximirlo de la culpa que su propio subconsciente se encargaba de vaciar sobre su renovada psique.

Llevar a cuestas sus sacrílegos crímenes en la época en la que sucumbió a su propia locura no fue aminorada con el perdón que sus camaradas pretendieron entregarle en nombre de su bondadosa diosa. Pero uno de los santos se mantuvo en completo silencio durante ese momento de supuesta expiación.

— Tal vez está en el ambiente, deberías tomar un baño.

Incluso su gemelo actuaba con demasiada condescendencia como si casi entre todos los dorados se hubiesen confabulado para fingir demencia colectiva ignorando cada vil acción que cometió bajo la máscara del Patriarca “Arles”.

El templo de Géminis no había cambiado en lo más mínimo, pero como Atena les había encomendado, todos deberían abandonar esa tierra santa, quizá una breve oportunidad de apreciar el mundo antes de morir otra vez.

Seguramente.

Regresar a la vida una vez más tan solo era la antelación de un inminente combate, siendo las armas principales de la diosa Atena revivirían las veces que esta los necesitara hasta hallar nuevos portadores de las doradas armaduras.

Se encerró en el cuarto de baño, sumergiéndose en la tina repleta de agua esperaba que ese hedor desapareciese de su piel. Sus azulados cabellos parecieron flotar entre el tibio líquido, en tanto limpiaba su blanca epidermis con el jabón refregándola con entusiasmo, demoró más de lo debido en su aseo, tras el perfumado aroma del jabón persistía la metálica fragancia de la sangre.

Golpearon la puerta y respingó.

— Saga — le llamaron del otro lado — tardas demasiado ¿sucede algo?

El nombrado volvió a zambullirse completamente dentro del agua antes de salir del todo. — Ya casi termino — respondió con parquedad, sentía demasiada ajena la convivencia con su gemelo pero era algo a lo que tendría que acostumbrarse en adelante, restaurar su hermandad.

Una vez que estuvo vestido y peinado a prisas se sentó a la mesa junto a Kanon, en completo silencio ingirieron los sencillos alimentos preparados por el menor. Atena había dispuesto una semana de permanencia en el Santuario antes de que los santos tuviesen que partir de esas tierras para regresar al cabo de tres meses, la meditabunda expresión de su diosa no había permitido cuestionamientos mayores, debían obedecerla, vivían para ello.

 

 

 

 

 

 

Un par de días transcurrieron del mismo modo, cada santo parecía estar ocupado en restaurar hasta la más mínima ajadura de sus templos antes de partir.

Aioria se había mantenido distante de sus compañeros lo más que podía, aun había algo que su corazón humano no aceptaba del todo, si con la gracia de Atena habían sido regresados a la vida, ¿por qué su hermano Aioros tuvo que ser suprimido de aquel favor?, le resultaba casi incomprensible el hecho de que el santo de Sagitario quien salvo a la diosa indefensa no fuese premiado con la restauración de su existencia e incluso ahora Seiya de Pegaso parecía ser quien portara la armadura dorada oficialmente.

No le guardaba ningún tipo de rencor al Pegaso, si siempre fue la primera y la última protección de la diosa, pese a su nobleza Leo no podía evitar cierto recelo hacia el manipulador santo de Géminis responsable de la muerte de Sagitario, Saga. Quien al obtener el perdón de Atena gozaba de nuevo con su manto dorado y esa nueva vida, vida que a Aioros le fue negada.

 

 

 

 

 

Luego de aprovisionarse con víveres suficientes para aquel día Saga emprendió su retorno, inmerso en tortuosos recuerdos apenas si notó a la mujer que parecía recoger flores muy cerca de la entrada del Santuario, preguntándose donde podrían estar los guardias que la custodiaban. De castaños cabellos era sin duda una mujer hermosa con un aura que en cierta manera le recordaba a Atena.

— No puedes acercarte tanto al Santuario — con las bolsas en manos se acercó a ella.

 

La mujer detuvo sus acciones con un pequeño ramo en manos, sonriéndole de paso al santo. — Solo aquí he visto las flores más hermosas, estaba buscando las del aroma más dulce, para preparar un perfume que agrade a mi esposo.

La excesiva y totalmente innecesaria explicación despertaron en Saga cierta curiosidad, había algo en aquella mujer que no lograba descifrar.

— Entonces vuelve con él, es peligroso rondar por aquí.

— Mi nombre es Psique(*) y tú eres un santo de Atena, ¿no es así?

No se molestó en responder, más el nombre de la mujer se le antojo familiar de algún lugar, demasiado ajeno al entorno.

— Regresare mañana — la mujer se acercó ofreciéndole una pequeña botellita de cristal — es perfume, se sobrepondrá al aroma de la sangre.

Pudo disimular la incomodidad y la sorpresa ante la nueva acusación, la idea de apestar a la carmín sustancia que recorría sus venas no podía ser alentadora.

La mujer permaneció en silencio extendiéndole la mano con el regalo que no fue aceptado y apreciando la expresión del santo en completo silencio se marchó del lugar. Un diminuto suspiro huyó de los labios de Saga, aspirando su propio aroma pudo percatarse de ese tenue olor que se rehusaba a abandonarlo, con cierta desazón siguió su camino sopesando lo que haría después.

 Bien podría preguntarle a su gemelo si acaso aun llevaba impregnada la pestilencia de la sangre, pero eso tal vez sería pecar de paranoico, absorto en cavilaciones inútiles atravesó los templos de Aries y Tauro apenas saludando a los guardianes y cuando superó el último peldaño para llegar a Géminis sus opacos jades se toparon con los brillantes de Aioria.

Se miraron por escasos segundos, segundos que para ambos parecieron alargarse hasta que Leo dio media vuelta regresando entre sus pasos atravesando el templo ajeno con altivez, Saga suspiró quedamente, se hacía una clara idea de lo que el guardián de la quinta casa le reclamaba tan solo mirándolo sin cruzar palabra, pero no tenía la más mínima intención de suplicarle a su diosa por la vida de Aioros, si Atena no quiso o no pudo revivirlo era algo que escapaba de sus manos.

Ingresó a su templo buscando a su gemelo con la mirada sin encontrarle, seguramente Kanon estaría husmeando por todo el Santuario.

 

 

 

En cuanto el alba hubo llegado Aioria ya se encontraba en el Templo mayor, con una rodilla al piso inclinándose frente a su diosa.

— Lamento mucho que la situación te lastime — su dulce diosa se acercó inclinándose para pedirle al guardián de Leo que levantase la mirada — no quise fustigar más el alma de Aioros, por eso le suplique a Zeus le permitiese el descanso.

Aioria se mantuvo impasible, no podía reclamarle a su diosa más de lo que había hecho, ni siquiera quiso deducir la pequeña información que le había brindado, que ella no fue la única que decidió la resurrección de los santos.

— Entiendo — acepto desilusionado poniéndose de pie para reverenciar a su diosa y al Patriarca afortunado que también fuese revivido, Shion.

El creciente resentimiento parecía decidido a carcomer lentamente sus virtudes, sus metálicos pasos resonaron en tanto bajaba las escalinatas buscando regresar a su templo a esperar el día para abandonar el Santuario, abandonarlo hasta que Atena decidiese la utilidad de los santos nuevamente, sintiéndose como inútil peón en un tablero de ajedrez presionó sus blancos dientes entre sí buscando calmar su cosmos que deseaba explotar en acto reflejo.

— Aioria — la voz del Patriarca le hizo voltear. — Comprendo tu frustración, pero como santo de Atena debes aceptar el proceder de tu diosa y nunca dudar.

— Lo sé — posó su mirada en el piso — es solo que… — se mordió los labios antes de continuar, como ansiaba acusar a Saga de manipulador y peligroso, de echarle tierra al gemelo haciendo dudar de su supuesta redención.

— No eres el único  con suspicacias en el Santuario — el Patriarca se acercó un poco a Leo como adivinando su pensamiento —tienes mi consentimiento para mantener vigilado al antiguo “Patriarca”.

La encomienda ocasionó un ligero escalofrió en la espina de Aioria, “no eres el único”, al parecer algún santo dorado o el mismo Shion aún no podía fiarse del todo en alguien que pudo manipularlos cual marionetas durante tantos años. De alguien tan inestable mentalmente que cedió a su propia oscuridad con tanta facilidad olvidando por completo su deber como un guerrero santo.

 

 

 

 

 

 

Los siguientes tres días la rutina para Saga fue la misma, un pequeño descenso al pueblo más cercano para conseguir algo de carne y verduras para después siempre a su regreso hallar desprotegida la entrada y a esa mujer arrancando algunas flores, las cuales parecían florecer durante la noche sin disminuir su número, curioso había entablado una breve conversación con ella en cada ocasión aceptando por fin el tercer día el obsequio, la pequeña botella de perfume.

Pese a que ningún otro ni siquiera Kanon había vuelto a mencionar el olor a sangre, Saga estaba seguro de seguir sintiendo el molesto aroma recorriendo su piel. Ya en la intimidad de su habitación abrió el frasquito deleitándose con el suave perfume haciéndole olvidar la metálica peste del vitae. En esta ocasión la mujer le había pedido que se viesen en otro lugar, lejos del Santuario, que al anochecer le esperaría entre las colinas apartadas del pueblo, que ella estaría ahí con un obsequio, un perfume capaz de eliminar por completo ese aroma a sangre que parecía emanar del gemelo. El santo se había negado y aunque ella insistió en que le esperaría, Saga estaba decidido en obviar el encuentro.

Luego de su resurrección Atena le aconsejó meditar tanto como pudiese además de mantenerse cerca de Kanon, era más que evidentes las razones de la cautela de su diosa, pese a ser uno de los santos más poderosos nadie iba a arriesgarse a que su oscura parte pasiva en su interior reviviese convirtiéndolo en el punto débil de avecinarse otra guerra. La piadosa diosa parecía fiarse más de Kanon que de él, no podía culparla, pese a los crímenes de su menor, fue Atena quien le otorgó la armadura de Géminis en el enfrentamiento contra Hades y ahora aquel manto motivo de discordia entre ambos desde hace años permanecía inerte, sin responder a ningún gemelo, quizá esperando que la diosa de la guerra lo cediese de nuevo ante el merecedor de portarla.

Tapó el perfume sin utilizarlo, pese a que el aroma fuese sobrio y poco dulzón Saga parecía haber declinado en su decisión de utilizarlo. Salió a las afueras de su templo para esperar a su gemelo con quien se supone debía meditar, quien mejor que Kanon para advertir cualquier cambio negativo en su cosmo-energía. Pero fue nuevamente a Leo a quien vio acercarse a su templo.

— ¿Esta Kanon? — preguntó con simpleza, demostrando su habilidad para diferenciarlos pese a sus similitudes implícitas.

— No. — le respondió en el mismo tono que utilizó el hermano menor de Aioros advirtiendo con claridad la mirada de reproche que le dedicaba, demasiada honestidad parecía imprimir Aioria en sus gestos para que Saga no pudiese evitar leerlos.

Y cuando el de la casa del león quiso dar un paso en dirección del gemelo se detuvo, procedió a aspirar levemente el ambiente como resintiendo algún aroma. La acción alarmó a Saga quien impulsivamente retrocedió ingresando a su templo sin despedirse.

Aioria quedo algo confundido, en cuanto el gemelo mayor salió de su rango de visión el casi imperceptible aroma a sangre desapareció, lo meditó unos segundos descartando de inmediato que Géminis pudiese estar herido.

 

Saga se apresuró al cuarto de baño desprendiéndose de su ropa para ingresar con premura a la tina que apenas estaba llenándose, la constante peste parecía no abandonarlo y aunque Kanon ya no lo mencionó estaba seguro de que desprendía ese repugnante olor. Tal vez Atena lo había dispuesto de ese modo como penitencia para que no fuese capaz de olvidar sus pecados, sus manos manchándose de la sangre de Shion, casi con la pura sangre de la recién nacida diosa en aquel entonces, de sus propios compañeros cuando Hades lo utilizó, no quería aceptar que la benévola Atena desease castigarlo de aquel modo, pero ninguna otra explicación se le ocurría.

A salir del agua se percató de lo ligeramente enrojecida que se encontraba su piel después de haberla refregado tanto, pese a sus intentos su olfato aun percibía ese detestable olor. Hastiado con la peste se roció escasamente con el perfume aminorando la esencia a sangre.

Cuando se percató del tiempo transcurrido caía en cuenta de la llegada del anochecer, temía volver a enloquecer de seguir sintiendo ese aroma recorrerle día con día, el pequeño perfume no serviría todo lo que le restase de nueva vida.

Así pues se encaminó al encuentro de esa mujer.

 

 

 

 

 

 

Ella aguardaba reposando entre la hierba, sujetando una pequeña canastilla donde varias flores se hallaban, entre ellas una infusión en un frasco de cristal.

— ¿Estas esperando a ese mortal?

Se sobresaltó al ver a su esposo, de dorados y ensortijados cabellos y penetrante mirada gris le miraba acusador.

— No dudes de mi lealtad, mi amado Eros(*)— se inclinó ante el dios que escondía sus blancas alas casi atrofiadas a su espalda.

— Me resulta difícil el no hacerlo, has estado visitando esta tierra para verte con ese santo de Atena, con ese mortal que seguro es capaz incluso de engañarnos a nosotros. — La cálida y firme voz parecía confundirse con el silbar del viento nocturno — Psique regresa al Olimpo ahora.

— Pero mi amado señor… — quiso replicar, había adquirido cierta simpatía a ese humano quien parecía sufrir las culpas de su corazón y las voces de su conciencia, pero la gélida mirada de su esposo la hizo desistir — como desee.

La mujer envuelta en flores y zarcillos desapareció, Eros quedo en su lugar esperando a ese siniestro humano nacido bajo la constelación de Géminis, santo de la orden de Atena que según estaba enterado casi mato a la reencarnación mortal de la diosa, menos no podía importarle el asunto, pero no podría matar a ese humano que revivió por intervención del mismo Zeus, por más que su amada Psique abandonara sus aposentos para verle y que tal vez buscaba engatusar a su dulce esposa esperando algún beneficio retorcido haciéndose con su afecto. El dios del amor y la pasión se irguió entonces invocando su arco y su carcaj, la mejor manera de que ese humano dejase de estorbar era que dirigiese deseos y afectos por alguien más, un leñador, un mendigo, una doncella o cualquier humano sería útil.

Ya había sufrido mucho por el afecto y desconfianza de su esposa en el pasado para permitir que alguien osase entrometerse y mucho menos un mortal. Buscó entre las flechas una de punta dorada y brillante apartando las de plomo para tomar la que sembraría un amor ciego e irracional en el corazón de ese santo insidioso, ese santo cuya dualidad existente incomodaba a alguno que otro dios. Tal vez la misma Atena tendría que agradecerle el llenar un corazón tan impuro de desmedido amor.

Pudo sentir claramente como el humano se acercaba, sentía el corazón casi muerto palpitar con una pizca de ilusión, a lo lejos más latidos; uno demasiado débil, quizá el de un anciano decrepito y más allá uno vigoroso que parecía albergar resentimientos. Extendió entonces sus blancas y resplandecientes alas elevándose. Amaba demasiado a su devota esposa como para permitir que alguien si quiera deseara acercársele.

 

 

 

 

 

 

 

Aioria había permanecido cerca del templo de los gemelos, la arisca actitud de Saga le hizo sospechar del gemelo, ocultó su cosmo lo más que pudo, debía pasar inadvertido y más cuando le vio salir nuevamente del Santuario, pudo seguirlo a la distancia, cuidando sus pasos para que el habilidoso Saga no notase su presencia, en lugar de llegar al pueblo vio como desviaba su camino a las colinas.

Se preguntaba porque el gemelo no portaba su armadura y no la traía consigo, Aioria cargaba a cuestas la suya atento a tener que usarla, su subconsciente deseaba hallar algo que le permitiese acusar a Saga, hacerle ver a su diosa el error que cometió al concederle otra vida en lugar de Aioros. Sabía que esos pensamientos eran incorrectos pero no podía evitar tenerlos, añoraba a su hermano y Saga responsable de su muerte no le había si quiera pedido una mísera disculpa, tal vez  el santo de Géminis no la quería y el perdón de Atena le bastaba, pero Aioria no podía conformarse con eso… con nada.

Cautos y precisos sus pasos se abrieron camino entre la maleza de la boscosa zona, envuelto en sus pensamientos había perdido el rastro del santo bipolar, chasqueando la lengua molesto se detuvo tendría que dar por perdida esta misión, no podía darse el lujo de ser descubierto y cuando quiso volver al Santuario un cortante silbido hizo eco en todo el lugar, con rapidez se dirigió al origen del peculiar sonido.

 

 

 

 

 

 

Saga caminaba presuroso, empezaba a arrepentirse por acceder a ese encuentro, pero cuando pensaba en regresar volvía a sentir el aroma a sangre procediendo de su piel, el suave perfume iba cediendo ante la peste que le atormentaba, lo más sensato sería pedirle a su diosa que retirase el castigo que según él le había impuesto, pero como reclamar una condena mínima a todos sus pecados.

Se creía incapaz de convivir más tiempo con aquella pestilencia, al menos deseaba breves descansos para su insidiosa conciencia la cual a base de reprocharle sus errores parecía mantener a raya la oscuridad latente en su interior. Acercándose al lugar convenido sus pasos se aletargaron gradualmente, parecía arrastrar sus sandalias conforme iba avanzando y como si sus sentidos le previniesen de algo detuvo su andar completamente. Pero antes de que su cosmos actuara a la defensiva un sordo silbido lo aturdió sintiendo como algo parecía incrustarse en su pecho con dolorosa rapidez.

Aioros

Aquel nombre se le vino por un segundo a la mente, tal vez el arquero de la novena casa no estaba muerto y le hubo atacado a traición, se tambaleo sintiendo su pecho arder, dolorosa quemazón que atrofiaba sus sentidos, cayó de rodillas conteniéndose apenas con las manos incrustadas en el pasto. La ardorosa sensación parecía calcinar su conciencia con éxito, llenándolo de algo difícil de describir demasiado parecido al deseo obligándolo a soltar un lastimero grito de dolor al no saber cómo actuar, como librarse de esa conflagración que empezaba a consumir su razón, temió perder la cordura una vez más sin saber ahora la razón.

 

— ¿Saga?

 

Y su ofuscado corazón creía haber hallado el catalizador para aminorar aquella necesidad, vaciar el ardiente deseo que se hacía un espacio forzoso y primordial en todo su cuerpo, titilantes sus orbes miraron a Aioria con devoción, con afecto desmedido que ni siquiera él mismo pudo camuflar, sintiendo verdadero pánico al no poder nombrar lo que ahora incineraba su alma.

 

 

 

 

 

 

1.- Forzoso

 

 

 

 

Notas finales:

Psique(*) : según un mito la hermosa hija de un rey de la cual Eros(Cupido) se enamora. Convirtiéndose en una divinidad luego de pasar por muchas penurias para permanecer junto a Eros, siendo la representación del alma.

Eros(*) : dios griego del amor y el deseo que en la mitología romana vendría siendo Cupido.

 

 

Espero que a alguien haya agradado este extraño primer capitulo de una historia mas extraña que espero poder manejar bien. Cualquier sugerencia, crítica o reclamo será bienvenida.

Yae.

 


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