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Las sombras de la red por Ghost princess Perona

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Notas del fanfic:

Espero que les guste este oneshot de Lost Canvas...

que es propedad de Shiori Teshirogi sensei.

“¡FBI, alto!” gritó Milo al frente de un pelotón de agentes. Entraron en la casa por la fuerza, asustando a un hombre que se encontraba en la cocina, guardando sus compras. En el cuarto de arriba encontró a su objetivo, Camus, el hacker que perseguía por haber vaciado cientos de tarjetas de crédito. Cuando se lo llevaron esposado, parecía sinceramente de que lo hubieran atrapado siendo uno de los mejores hackers del mundo. Mientras eso pasaba, Milo se quedó atrás, viendo la expresión descorazonada de su padre.

“Por favor, por favor, ayúdalo” le suplicó Dégel al borde de las lágrimas. No quería ver a su hijo el resto de su vida en prisión, lo desgarraría, tanto como la muerte de su esposo. “Es lo único que me queda”

No sabía por qué, pero el agente aceptó darle un trato al joven hacker, tal vez porque vio algo en él que los demás no. Trabajaba en la división cibernética, eso ayudaba bastante cuando tenías que incorporar a un ex sombrero negro a la agencia. Pronto se vieron a diario en el trabajo y, para su sorpresa (aunque no tanto como la de sus superiores), el chico se convirtió en uno de los mejores hackers de sombrero blanco, aumentando la cantidad de casos resueltos.

Una noche salían tarde del trabajo juntos después de que los superiores lo felicitaran. Secretamente también le agradecieron a Milo el haber tomado la decisión correcta y emplear al chico cuando debería haberlo empapelado. Camus, a su lado, comía una hamburguesa con educación mientras él devoraba la suya. Estaba tan hambriento.

“Resuélveme una duda que tengo desde hace mucho tiempo” le pidió el hacker, apartando por un momento la comida de su cara.

“Dispara” le respondió el peliazul con la cara manchada.

“¿Por qué cibercrimen? Con tus talentos podrías estar en cualquier otra división o incluso en un mejor trabajo que este… no me malinterpretes, sé que amas tu trabajo, pero si quisieras podrías ganar más pasta”

“No se te escapa ni una” de repente el semblante de Milo se ensombreció. “Hace algunos años, cuando yo era niño, un hacker entró en la computadora de mi padre y robó su información. Nos arruinó, al mes estábamos en la calle”

“¿De verdad fue tan grave?” inquirió Camus. Él entendía lo que  se podía hacer con las armas correctas, no en vano se había enriquecido robando cuentas enteras después de robar la información de sus dueños, pero ¿arruinar? Ese dinero podía ser devuelto por la aseguradora o recuperado de alguna otra manera.

“Él era cirujano, se encargó de barrer el piso con su reputación. No sé por qué lo hizo, pero algún día lo encontraré y tendrá que pagar”

“Contemos con ello” fue el único comentario de Camus.

-unos meses después-

La primera cita fue normal, cenaron en un restaurante elegante y luego pasearon por el parque. Al poco tiempo Milo conoció formalmente a Dégel, que parecía ser una persona muy agradable, pero algo triste, especialmente después de la muerte de su esposo. Un día Camus le mostró una foto.

“Tú y mi mamá se parecen mucho” comentó tras mirar a la persona sonriente que lo miraba desde el cuadro. “Su nombre era Kardia, falleció de una enfermedad del corazón cuando tenía tres años”

“Es triste” comentó Milo.

Ambos siguieron trabajando juntos, convertidos en el mejor equipo que se pudiera imaginar… aunque todo equipo tiene un prueba de fuego que pasar.
“¡Está en todas partes!” gritó Mu desde otra de las computadoras.

“Rayos…” maldijo Milo, mirando fijamente a la pantalla, donde un hacker estaba haciendo de las suyas y piloteando muchos aviones, estrellándolos sólo por su diversión personal. Dégel entró en ese momento con comida en las manos para su hijo.

“Lo siento, papá, este no es el momento” trató de sacarlo de ahí Camus, pero el mayor se instaló delante de la computadora y con maestría intervino en el caso, poniéndolos en contacto directo con el hacker. “¿Cómo has…?”

“No eres el único que es bueno con las computadoras” fue la única explicación del de lentes, aunque parecía nervioso por alguna razón. Gracias a él atraparon a los hackers, Death mask y Manigoldo Cáncer, hermanos. A ambos les gustaban las cosas intensas y tenían antecedentes por causar desastres similares. Y por desgracia para Dégel, él y el mayor de los dos se conocían.

“Dégel…” sonrió Manigoldo al reconocerlo junto a su hijo en la central. “¿Acaso tú también te vendiste al gobierno?”

“No sé de qué hablas”

“¡No mientas!” le gritó el peliazul, enojado. “¡Eres uno de los mejores sombreros negros del mundo, sólo tú podrías habernos encontrado!”

“Ya dejé esa vida, no soy el mismo de antes” se vio forzado a responder el pobre ante la mirada incrédula de su hijo. Tanto tiempo molestándolo con que hiciera buen uso de sus habilidades cibernéticas y él… ¿había cometido los mismos errores? ¿por qué lo hizo? De repente en los labios de Manigoldo se formó una sonrisa maligna.

“¿Le has contado al noviecito de tu hijo que quien arruinó a su padre fuiste tú?” con esa simple frase todo se fue al infierno. Milo estaba confundido. Tantos años buscando al hacker que convirtió su vida en un infierno y ahí estaba, delante de él. Peor, era el padre de su novio. En ese momento no supo qué hacer.

“No… se lo he dicho” fue la única respuesta de Dégel.

-Horas más tarde-

“¿Qué le va a pasar? Prácticamente lo admitió, es el hacker que has estado buscando todo este tiempo… pero es mi padre y le quiero, haya hecho lo que haya hecho” dijo Camus, sin el valor para encarar a su progenitor dentro de ese pequeño y frio cuarto.

“Lo llevarán a juicio y le condenarán, no sé por cuanto” suspiró Milo, que tampoco podía creerlo. Dégel era una persona tan amable, nadie creería que era un delincuente tan malo. “Vamos, ha pedido que estemos ahí los dos para oír su confesión”

“No sé si podré hacerlo… yo también he cometido errores, pero lo que él hizo…”

“Escuchemos sus razones, algunas debe tener” los dos entraron al frío cuartito de interrogatorios donde Dégel estaba sentado, con las gafas casi en la nariz, pero por lo demás muy tranquilo. sus ojos parecían mucho más liberados que de costumbre, como si por fin se liberara de una pesada carga.

“¿Por qué?” por fin preguntó Milo. Había esperado por ese momento toda su vida, el momento en el que le sacaría la verdad a la persona que causó el hundimiento de su familia. “¿Por qué a mi padre? Era un buen tipo”

“¿Era un buen tipo? ¿Estás seguro?” preguntó Dégel de repente de malas. “Una vez termine con mi historia podrás juzgar si era tan buen tipo o no”

“¿De qué hablas?”

“Es una historia que ambos tienen que escuchar, también es sobre tu madre, Camus”

“Adelante, comienza” pidió su hijo.

-Muchos años atrás-

Dégel salía a toda prisa de la facultad. Estudiaba arte, pero trabajaba a medio tiempo como programador gracias a que su padre, Krest, le inculcó desde pequeño la importancia de eso. Incluso le enseñó a usar una computadora mejor que cualquiera. Llegaba tarde, así que no se fijó al salir de la universidad y se chocó sorpresivamente con alguien.

“¡Mira por donde caminas!” dijo groseramente el peliazul que sorpresivamente cayó encima de él cuando chocaron. De repente aparecieron dos policías y este se puso algo nervioso. “Bésame”

“¿Qué?”

“Bésame” y de repente se encontró con la boca del otro sobre la suya, disfrutando de un caliente beso mientras los polis corrían y pasaban de largo, buscando a un ladrón. Cuando el beso terminó el otro se levantó y se fue corriendo.

“¿Y a ese qué le pasa?” se preguntó Dégel antes de irse al trabajo. Seis veces más se encontraron de esa manera y seis veces más el de las gafas ayudó a su compañero a escapar de la ley mientras sonreía alegremente.

“Parece que estamos destinados a encontrarnos” dijo el otro riéndose. “Mi nombre es Kardia, un placer”

“Dégel, lo mismo digo” respondió el otro, algo sonrojado. “Ahora tengo que trabajar, pero… ¿querrías comer algo más tarde?”

“¿Me estás invitando a salir?” esta pregunta le sacó los colores al de las gafas. Esta acción fue respondida con una sonrisa por parte de su compañero. “Porque me encantaría. ¿nos vemos en el café de la esquina?”

“Ahí estaré”

La cita fue muy bien, hablaron alegremente de todo y brindaron por las nuevas amistades. Kardia tenía una personalidad atrevida que contrastaba mucho con la retraída y estudiosa de Dégel, además de desafiar las normas que le imponían códigos de conducta. Le gustaba el rock, las manzanas, las peleas y huir de la policía como si fuera un deporte. Además era un excelente ladrón de tiendas.

“Siempre devuelvo lo que robo, así que no tengo carga de consciencia” le explicó mientras movía su uña índice derecha, roja por el esmalte y más larga que las demás. “Lo que me gusta en realidad es hacer a esos tontos sudar”

“¿Y por qué robas si lo vas a devolver?” le preguntó curioso Dégel. Esto congeló a Kardia y durante un momento su expresión se volvió sombría, como si hubiera algo que lo torturaba, pero luego volvió a ser la misma de siempre.

“Tengo una enfermedad, del corazón. Es bastante grave, me matará dentro de algunos años. Por eso quiero aprovechar la vida que me queda, vivirla al máximo… eso me causa placer”

“¿Y no hay otras cosas que quieras hacer?”

“¿Hay algo más que vivir con intensidad? Ese es mi único deseo, amigo… aunque, si me pides salir otra vez incluso lo reconsidero”

Siguieron saliendo juntos hasta que decidieron casarse. El día de su boda fue uno de los más felices en la vida de Dégel, ahí de la mano con la persona que amaba por sobre todas las cosas. Y Kardia tenía esa brillante sonrisa que le quitaba el aliento a todos, cada vez estaba más enamorado de su esposo… pasó el tiempo y llegó Camus a sus vidas, el mayor regalo que ellos hubieran podido recibir. Pero todavía les quedaba una lección que aprender y es que la felicidad no dura para siempre… Un buen día Kardia se desplomó al suelo agarrándose el pecho como si le quemara.

“Por favor, por favor, tienen que salvarlo” pidió Dégel una vez estuvieron en el hospital, con Kardia postrado en una cama inconsciente por el dolor y Camus, con tres años, al lado viendo cómo se moría su madre.

“Hay una operación que podría salvarle, pero es costosa” le contestó un médico y en seguida le envió con un reconocido cirujano que podía practicar la operación. Este, sonriéndole, le dijo que lo haría y le dio una cifra. Era muy alta, pero haría lo que fuera por su amor. Seis veces fue al consultorio de ese doctor y las seis subió el coste de la operación hasta cifras imposibles, pero nada iba a detenerlo, salvaría a Kardia. La última vez fue con el dinero ya listo, endeudado hasta las cejas y habiendo vendido casi todo lo que tenía, pero el hombre sólo alzó la ceja.

“Le voy a decir la verdad” dijo después de haber tomado la paga. “Igual no la iba a hacer, nunca ayudaría a unas asquerosas ratas gay”

Esto destrozó las esperanzas de Dégel, que no sabía a quien más recurrir. Intentó encontrar a otra persona que fuera capaz de hacer la operación, de salvar a su esposo, pero no había nadie… y de todas maneras ya era tarde, a los tres días Kardia se fue en medio de una espantosa fiebre, apenas consciente y dándole gracias por haberlo amado. Su pérdida literalmente aplastó el alma de Dégel. Cuando su hijo comenzó a preguntarle por su madre, él no tuvo palabras para responderle, ¿Qué iba a decirle de todas maneras?

El día del sepelio fue nublado. Él se quedó de pie junto con Camus velando el ataúd, recibiendo las condolencias de todos y preguntándole si necesitaba ayuda. Gracias a ese médico no sólo había perdido a su persona más preciada sino que su situación económica era desesperada. Y no sabía que hacer…

“Lo siento, hijo” le murmuró Krest antes de despedirse, acercándose para susurrarle. “A veces lo que necesitamos lo obtenemos por los medios que menos esperamos. Sé que lo entenderás y… harás lo que tengas que hacer”

Dégel se arrojó sobre la cama después de acostar al pequeño, que aún no asimilaba que su mamá se hubiese ido para siempre, y se permitió llorar amargamente como no podía delante de su hijo. De repente levantó la cabeza y vio la computadora delante en el escritorio. La encendió y decidió refugiarse un rato en ella, justo como cuando era niño. Sentía dolor, tanto dolor… y rabia, un odio ciego por ese doctor que no sólo lo estafó, pero dejó morir a Kardia. Entonces hizo algo que nunca en su vida hubiera pensado, utilizó mal todo el conocimiento que Krest le había transmitido. Accedió a la red profunda y logró entrar en el ordenador del doctor.

“Te odio, bastardo” dijo mientras utilizaba el ordenador para robarle toda su información, empezando por el dinero, así como expedientes y fotos privadas. Por todo eso se enteró de que el dichoso médico era un pedófilo de primera, un vulgar ladrón y que él no había sido su única víctima. Sonrió al pensar en cómo utilizaría todo eso, publicándolo en la internet y enviándolo al Colegio de Medicina. Pasaron años antes de que comenzara a arrepentirse al enterarse de que tenía familia, pero ya no podía dar marcha atrás. Ni a eso ni a todas las cosas que hizo en el tiempo que estuvo enojado con el mundo…

Primero había sido una aseguradora que se negó a pagar el seguro de vida de su esposo. Necesitaba el dinero para darle una vida mejor a su hijo, así que no se contuvo cuando ingresó a su sistema y destapó todos los trapitos sucios de la empresa, empezando por cómo robaban a sus clientes… aparte de apropiarse de una gran cantidad de dinero por chantaje.

Luego había sido una tienda. Culpaban a su difunto esposo de haber robado joyería extremadamente cara en sus tiempos como ladrón y querían que la pagara, pero eso se solucionó rápido con una entrada y salida a su sistema de seguridad. Al final terminaron muy perjudicados con sus fraudes expuestos en línea y mucho dinero menos en sus cuentas.

Tercero fue… una corporación multinacional. Y ya no era por venganza, sino por sucio dinero. Se acostumbró a la facilidad con la que lo obtenía, a cómo de sencillo era darle todas las comodidades y placeres a su hijo mientras se quedaba con él en casa trabajando con esa computadora. Un hombre lo contactó por la web para que robara los planos de un nuevo invento de su compañía rival, por eso estaba dispuesto a pagar una gran suma de dinero. Hizo lo que tenía que hacer y cobró. Con eso pudo pagar un viaje a Disney con Camus, que estaba más que feliz.

Siguieron muchos cibercrimienes, incluso entrar en servidores  del gobierno y poner en riesgo la seguridad de muchos por sus fines mezquinos. Siempre que le entraba la carga de consciencia se preguntaba qué habría hecho Kardia y la respuesta le llegaba casi de inmediato: vivir con intensidad. Podía escucharlo diciendo que la vida era para vivirla, para hacer cosas emocionantes y disfrutarla al máximo.

Cierto día se encontró con una noticia en la web, el suicidio de un ex cirujano reconocido al que él había quitado su prestigio. Para ese momento Camus tenía catorce años y comenzaba a interesarse en las computadoras, heredero de la habilidad de su padre y su abuelo. Fue el primer momento en que se dio cuenta de lo que había hecho, de que así no era como Kardia querría que fuese. Incluso él estaría en desacuerdo con su versión de vivir la vida con intensidad, no era dañando a otros. Recordó que su amado devolvía todo lo que robaba, pero en su caso… era imposible. ¡No podía devolver la vida! Arrojó la computadora por la ventana en un arranque de furia, maldiciéndose por ser tan tonto.

“Nunca más” se dijo

-De vuelta al presente-

“Fue por eso que me preocupé tanto cuando comenzaste a utilizar tus habilidades para esto… no quería que cometieras los mismos errores que yo” sollozó Dégel al final de su historia. “Que fueras como yo… no lo podría soportar. Y no te puedes imaginar la culpa que me embarga cada vez que pienso en lo que hice…”

“En… entiendo” fueron las últimas palabras de Camus antes de salir del cuarto con Milo. Ninguno podía hablar, completamente asombrados por lo que escucharon. Se sentaron en un café a las afueras del cuartel, no queriendo pensar en lo que acababan de oír. “¿Estás molesto?”

“Toda mi vida… nunca conocí bien a mi padre. Cuando murió… yo quería creer que era así de malo por culpa del hacker, que él era el culpable de nuestra miseria… Le eché la culpa de todo a Dégel, cuando fue mi padre el que realmente lo arruinó”

“Milo…”

“¡No! ¡Es verdad! ¡Él dejó morir a tu madre cuando pudo haberlo salvado!”

“¡Milo!” Camus agarró las manos de su novio con fuerza, mirándolo a los ojos. Estaban llenos de lágrimas amargas.

“¿No estás… enojado conmigo? Ya sabes, por la historia que acabamos de oír”

“No, si estoy molesto con alguien es con tu padre, no contigo. Y de todas maneras… te amo demasiado para dejarte por algo como que tu padre fuera un cerdo”

“Recuerda que yo estuve cazando al tuyo”

“Por buenas razones, ¡mira en todos los problemas en lo que se metió! Que estuviera lastimado e inestable no es excusa. Si quieres dejarme por eso”

“¡Nunca lo haría! Yo tambien te amo demasiado… de hecho, quiero preguntarte algo” dijo Milo, llevándose la mano al bolsillo y sacando una caja de joyería. “Aún después de esta prueba de fuego, Camus, ¿te casarías conmigo?”

“¡Sí!” y así quedó sellado el pacto eterno. Serían felices a pesar de lo que la vida les tiraba en frente y nadie, ni siquiera Dégel el hacker y el cerdo padre de Milo, les iba a quitar la felicidad y el amor que sentían el uno por el otro.

Notas finales:

Espero que les haya gustado, Reviews please!


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