Agonía
El murmullo en la Iglesia, el sermón del padre, el niño a su lado llorando. Todo le hacía más difícil para mantener su tranquilidad. Una tranquilidad inexistente para evitar preocupar a sus amigos, además nunca fue bueno para demostrar algún atisbo de emoción, pero hoy todo era diferente.
La mano en su hombro le hizo reaccionar, fijó su mirada vacía en los ojos del que le había apoyado en este trago tan amargo de su vida.
–Camus, ya es hora.
–Sí. –Afrodita le siguió en completo silencio, sabía que su amigo en cualquier momento se derrumbaría. Camus por su parte no hizo ningún comentario más, pero agradecía internamente a su amigo por acompañarle en estos momentos de dolor.
Que tristes suenan hoy las campanas.
Su repicar, son lágrimas que anuncian,
el adiós inundando de dolor mi corazón.
Camus se adelantó un poco hasta llegar a la carroza fúnebre, subió sin más demora. Sus demás amigos hicieron lo mismo en sus vehículos. Por más que tratara de comprender el por qué de las circunstancias, más entraba en sus recuerdos aumentando el sufrimiento y la angustia.
–Hemos llegado señor.
–Disculpe, creo que he perdido la noción del tiempo.
–Se muy que es perder lo que más amas en la vida. Créeme lo comprendo.
–Algún día dejará de doler?
–Son diez años de su muerte, ya no me duele como al principio, pero siempre la recuerdo.
Bajó del vehículo, sintiendo su cuerpo pesado; el sol fue cubierto por nubes negras anunciando una pronta tormenta. Sujetó aquel féretro en uno de sus hombros mientras que Afrodita hacía lo mismo junto a dos más para cargarlo hasta el lugar en que sería su descanso eterno.
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–Jajajaja, no me lo puedo creer, Camus el chico más serio y frío de toda la facultad tiene bigotes de leche, esto no lo puedo dejar pasar.
–Por tu bien mental y física será mejor que borres esa foto.
–Eso nunca, esta adorable foto, siempre me acompañará hasta el día de mi muerte.
–No digas esas cosas tan feas, no pretenderás asustar a Hades con ella, mira que después viene y me jala de los pies mientras duermo. Recuerda que la noche y su oscuridad me dan miedo.
–Jajaja, no necesito recordarlo, tus pesadillas lo hacen por ti. Cuantas manías tienes mi adorable Camus, pero con ellas o sin ellas de igual manera te amo.
–Prométeme que nadie verá esa foto.
_Eso nunca, porque tú eres solo mío y no pretendo que nadie admire estas pequeñas, pero grandes cosas de ti.
–¡Bájame!, que me estoy mareando.
–¡Ríe Camus!, me fascina escuchar tus risas, que son solo mías, jajajaja.
–Como son las tuyas, solo para mí, jajajajaja.
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¿En qué momento habían llegado al final del camino? Las últimas palabras del sacerdote fueron dedicadas a Camus quien miraba por última vez a su amado con su típica sonrisa y en su pecho la foto que más adoraba.
–Camus, tenemos que continuar.
–Lo sé.
Ya no se escuchan las risas,
por que el cielo llora por los dos.
–Que encuentres el descanso eterno hermano. –la inclemente lluvia azotaba sus rostros Camus no dejaba de ver como su prometido era sepultado bajo tierra, pensó en tirarse e irse con él, pero la mano de Afrodita se lo impidió. Tiempo después todos se fueron despidiendo, dejándolo solo con su dolor.
–Ya no le escucharé reír, nunca más.
–Camus, debes ser fuerte, a él no le gustaría verte así. Sigue su ejemplo, que a pesar de tener una infancia cruel nunca dejo de sonreír y de luchar.
–¿Cómo lograrlo, si lo amo y no está?
No puedo moverme, los recuerdos,
la necesidad de ti, me impide dejarte
Las lágrimas que Camus derramaba, eran lavadas por las fuertes ráfagas de lluvia. Su corazón se encogió ante la idea de partir de su lado y no volverle a ver jamás.
Se abrazó así mismo para evitar el temblor de su cuerpo. Solo el gemido constante de su agonía rompía el silencio del lugar, traspasando los truenos que caían constantes haciendo retumbar el cielo. Era como si los ángeles lloraran su partida.
–Es hora de irnos, la tormenta, comienza hacerse más fuerte.
–No puedo, no quiero abandonarle. –sus rodillas tocaron el fangoso suelo, mientras sus manos se aferraban a la tierra húmeda. –¿Por qué?
El camino, que hoy recorres es el sendero de mi agonía.
Quiero sentirte una vez más.
Con desesperación comenzó a escarbar, esa insolente tierra que le estaba apartando de su amado.
–No lo hagas Camus, compréndelo, se ha marchado.
–Quiero, estar a su lado lo necesito, no puedo soportar tanto dolor.
–Será mejor irnos.
–Deseo que me abrase, que me diga que todo va a estar muy bien. ¿Cómo vivir sin él?
Sus palabras entrecortadas le herían aun más su ya afligido corazón. Sabía, que si se marchaba de ese lugar, sus pesadillas apenas empezarían, por los tantos recuerdos compartidos, por cada detalle de ese hogar que ambos forjaron juntos y el aroma que su presencia impregnaba cada uno de sus rincones.
No estarás para cuidar de mi amor, para darme cobijo en los
tormentosos días, en que el miedo se apodera de mí.
El lúgubre departamento era iluminado por una vela, que alumbraba a penas los rostros de los habitantes.
–¿Estarás bien?
–Llueve mucho, no hay luz y mi corazón está quebrado en más de mil pedazos. No te vayas, no me dejes solo. –Afrodita se acerco hasta el borde de su cama, sin nada que decir le abrazó con fuerza, mientras que Camus cerraba sus ojos, dejándose llevar por los recuerdos de esas risas, mismas que le contagiaron de alegría su vida, provenientes de ese chico carismático de gran ternura, al paso que unas lágrimas se escurrían de sus orbes azules al recodar el epitafio de su despedida.
“Seiya y Camus eternamente juntos”
-Fin.-