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Do I love you, or the thought of you? por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

El año era 1801, la pagina la 85 de la primer novela. James Dillon, primer oficial del capitán Jack Aubrey de la Armada inglesa conduce una presa a puerto Mahon, en compañia de Stephen Maturin, cirujano del capitán e intimo suyo, a pesar del poco tiempo que llevan de conocerse.

James y Stephen se conocen desde antes, pero la opresion de la rebelion irlandesa de la que ambos formaban parte los obligo a separarse y a fingir que no se conocian a bordo de la corbeta de Su majestad.

Y ahora, por favor, abran el siguiente enlace en otra pestaña, ponganle repetir y lean despacito.

https://www.youtube.com/watch?v=t6l4H689FtM 

 

 

La Citoyen Durand navegaba suavemente hacia Menorca en la oscuridad, empujada por una brisa constante. Había tranquilidad en la noche, y navegaban en aquella caja poco iluminada, mecidos por las suaves olas. Después de permanecer un tiempo en aquel silencio y con aquel rítmico balanceo, lento e ininterrumpido, podrían tener la sensación de estar en cualquier lugar de la tierra, solos en el mundo, en otro mundo completamente diferente.

A Stephen ya no le parecía que venía ni iba a ningún lugar. Era apenas consciente de estar en movimiento, menos aún del presente inmediato.

-Hasta ahora - dijo en voz baja -no habíamos tenido la oportunidad de hablar. – abrió apenas un ojo, apenas para vislumbrarlo - Esperaba impaciente este momento, y ahora que ha llegado siento que en realidad hay poco que decir. – concluyo bajando sus pestañas.

- Tal vez no haya absolutamente nada que decir - dijo James. -Creo que nos entendemos a la perfección.

Sus ojos brillaron en la noche como la señal de un barco enemigo. Un destello en la oscuridad, que advertía, que había que velar de inmediato aunque no hubiera que velar, aunque los ojos de Stephen siguieran lánguidamente cerrados. En la curva de sus pestañas se había estrellado, y se volvería a estrellar.

Apoyó una mano cerca del rostro de Stephen y se acercó, dándole tiempo a reaccionar, a rechazarlo. Nunca fue capaz de determinar cuándo Stephen dormía o cuando fingía dormir.

Pasado, presente, futuro; los tiempos se confundían en la mente de Stephen, o, mejor dicho, se fundían. Su pasado con James era tan incierto como su futuro con Jack. ¿Realmente había existido? ¿Realmente existiría? Un hombre que creía que la sodomía se reducía al abuso de grumetes… ¿Podría hacerlo ver? Hacerlo entender… Pero eran los labios de James los que ahora estaban sobre los suyos, como en un pasado remoto, en las colinas irlandesas; encuentros más ilícitos que los llevados a cabo en nombre de la rebelión.

Abrió los labios, pensando en Jack, pensando en James. ¿Cómo podía convencerlo si el mismo no estaba convencido? Era bueno, era sano, era natural… Tan alabado por los griegos y sin embargo… James se adueñaba rápidamente de su boca. Lo rechazó por el pecho. No le gustaba que fuera así. No él.

-Stephen…

Su voz susurrando en la oscuridad, en la incertidumbre. No abriría los ojos. No quería estar ahí, a bordo de la presa francesa. No quería estar ahí ni en las colinas irlandesas, con la luz de la luna iluminando a los amantes, a todos los amantes… Pero James seguía besándolo y él era débil para resistir. También lo deseaba; hacia tanto tiempo que no… Y Jack. La cercanía con Jack; avivaba deseos en cuyo perfecto dominio creía estar.

La piel del cuello de Stephen seguía siendo tan pálida. Lo deseaba con tanta intensidad. ¿Se atrevería a abrirle la camisa? Se atrevió: los celos de un amor que creía pasado lo habían aguijoneado con crueldad al ver lo íntimos que se habían vuelto Stephen y el capitán. Piel pálida, sin marcas, bajo la ropa. Claro que eso no significaba nada: los hombres de su condición aprendían a ser muy cuidadosos, muy cuidadosos, aunque… no podía imaginarse a Jack Aubrey siendo delicado. No esa arrogante bestia inglesa. Aplastaría a Stephen con su peso y lo amasaría como una bola de pan. Lo marcaria. Podía sentir en el esa necesidad de poseer, de subyugar, tan típicamente inglesa.

Su lengua se permitió una reverente caricia sobre su pezón. Temblaba mientras lo hacía, y habría matado por oír a Stephen gemir. Pero no lo hizo; se limitaba a permanecer ahí, fingiendo dormir. Maldito fuera.

James rasgó con violencia su camisa. Eso sería difícil de explicar, y ahora el aire frío lo tocaba desde la cintura hasta el cuello. Ahora las manos de James se paseaban por sus costados tal como él quería, o soñaba o imaginaba que las manos de Jack lo harían. Y era justamente el motivo por el que no lo detenía, por el que permitía su exceso de violencia y hasta lo disfrutaba. Que dios lo perdonara pero lo disfrutaba. Si Jack no iba a dárselo alguien tenía que hacerlo. Puso sus manos sobre su cuerpo, en aceptación. Ladeó la cabeza para permitir a James besarlo como quería en el cuello. Su cuerpo era cálido y estaba ahí, pero no era lo suficientemente corpulento.

“Jack”

Tuvo que morderse el labio para no susurrar su nombre. El nombre del amante deseado, el que no podría tener. Estaba siendo injusto con James, pensó al empujar su cabeza a su pecho, tan injusto disfrutándolo así, usándolo así. Contuvo el gemido: James aun sabía exactamente qué hacer con sus pezones.

Arqueó su cuerpo en deseo. Abajo de sus pantalones su miembro comenzaba a urgirlo y seguramente James también lo necesitaba. Pujó roncamente cuando lo agarró sobre la tela; duro, pero no el que él quería.

-Stephen. – subió para quedar cara a cara con él. Cara a cara y entrepierna con entrepierna – Mírame.

Alzó lentamente las pestañas. No estaba ahí. No sabía dónde estaba, pero no era ahí, con él. Podía reconocer esa mirada. Un instante de dolor y luego la evasión.

-Que sea como en los viejos tiempos, James. – dijo apoyando su mentón sobre su hombro.

-Que sea. – susurro él, liberando sus miembros y alineándolos para que se frotaran.

El vaivén que mecía el navío y arrullaba a Stephen les marcó el ritmo. O tal vez el ritmo estaba marcado desde su primer encuentro, desde la primera vez que, conociéndose lo bastante para confiar la vida en las manos del otro, se atrevieron a confiar el honor. Suavidad, intimidad, besos. Placer desfogado en las manos del otro. Fricción que generaba calor que generaba placer. Lenguas haciendo cosas que jamás se atreverían a hacer con una dama.

-James, ¡oh James!

Stephen se abrazaba a él, moviendo sus caderas, procurando esa liberación que tanto necesitaban. Estaba ahí, con James, y le gustaba. Le gustaba su piel, suave aún, donde no estaba expuesta. Le gustaba el familiar aroma, la textura de sus labios. Llevó su mano abajo y las agarró, ambas. No alcanzaba a rodearlas, pero giraba la muñeca y se sentía bien; una envolvente caricia en espiral por toda la longitud. Por sus dos pollas. Juntas. Se sentía tan bien tener la polla de James junto a la suya, y él se movía y era como si penetrara su mano y la idea era inquietantemente perversa y seductora. James se tensó y jadeo; el rodeó solo su polla y apretó la punta. Sintió sus chorros cayendo sobre su vientre, y eso casi lo hizo eyacular. Casi. Con su mano mojada por el semen de James jaló su polla; fuerte, duro, más fuerte y duro de lo que había jalado la de James y terminó. Salpicó a su amigo, a su amante, y una dulce somnolencia lo invadió. Vagamente sintió los besos de James sobre su pecho. Lo odio cuando se separó de él, despertándolo. Ya se habían arriesgado bastante, lo sabía. Pero odiaba las prisas después del acto: es limpiar, ocultar, ignorar. Estaba mal. Estaba mal negar, pretender, negar los impulsos de la naturaleza humana.

Quiso decirle a James que estaba mal, pero no lo hizo porque no lo entendería. Él tampoco lo entendería. Su gentileza le hizo abotonarse la casaca para que James no siguiera avergonzándose, la que le hizo preguntarle:

- ¿Tienes noticias de lady Edward, de Pamela?

 

 

Notas finales:

Kiitos

Gracias.


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