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El sabor de la victoria por Pandora_Von Christ

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Notas del fanfic:

Disclaimer: la historia, al igual que los personajes, no me pertenecen. Jaime Lannister, Eddard "Ned" Stark y los demás personajes aquí mencionados, son creaciones de George R. R. Martin, y la autora de este fic se hace llamar october_rust. Esta es solo una traducción.

Personajes: Jaime Lannister "El Matarreyes", Eddard "Ned" Stark, Robert Baratheon, Tywin Lannister, etc.

Pareja: Jaime Lannister/Eddard Stark (LanniStark o JaiNed)

El fic fue escrito para esta solicitud de asoiaf kinkmeme: "Las consecuencias de la Rebelión y la confrontación en la Sala del Trono. Jaime piensa en la desaprobación en los fríos ojos grises de Ned Stark y sus cavilaciones lo llevan hasta la siguiente pregunta: ¿Aquellos ojos alguna vez arden de pasión? Puntos extra si Jaime decide averiguarlo ;) "

Link al original: A Taste of Victory by october_rust

Notas del capitulo:

Las partes en cursiva serían pensamientos.

Quiero agradecer nuevamente a october_rust por permitirme traducir este fic, a mi me ha encantado y espero que a ustedes también les guste.

 

 

El sabor de la victoria por October_rust

_______

El festín en el Gran Salón de la Fortaleza Roja realmente fue un gran evento. Ningún esfuerzo se escatimó para garantizar comodidad: las mesas estaban dispuestas con gran multitud de finas carnes, verduras y frutas, para así satisfacer hasta los paladares más exigentes, mientras el vino y la cerveza fluían libremente. No fue de extrañar entonces que hubieran amplias sonrisas en los rostros de los juerguistas, aunque seguía siendo un misterio hasta qué punto esta alegría, así como las mejillas sonrojadas, podía atribuírsele a las potentes bebidas ingeridas sin moderación.

Otras diversiones también habían sido provistas: las chicas de servicio era atractivas, aunque un poco tímidas; los músicos sabían su oficio, intercalando canciones animadas con baladas suaves y dulces. Y sin embargo, Ned no encontró placer alguno ni en la charla ociosa ni en las canciones, negándose rotundamente a todas las ofertas por llenar su copa. «Los dioses saben que la cabeza ya me está dando vueltas». Dormir había sido una rara comodidad en las últimas semanas, transcurridas en medio de consejos o en campos de batalla, y tuvo problemas para concentrarse en la situación actual. Todo se estaba disolviendo en un torbellino colorido y ruidoso.

Ned se frotó el puente de la nariz en un vano intento por desterrar su progresivo dolor de cabeza. Por más que intentó, no pudo suprimir el recuerdo de Desembarco del Rey y su pueblo saludando su hueste: las costras ennegrecidas de los edificios quemados, los ojos vacíos y resignados observando cautelosamente a los recién llegados. Lo peor, sin embargo, aguardaba en la mismísima Fortaleza Roja.

Observó a través de la mesa donde, junto a Robert que estaba absorto en un silencioso debate con Lord Tywin Lannister, se encontraba sentado el Matarreyes. «Si ese es el precio del triunfo, si se requiere de semejantes hombres para derrocar al tirano... ¿Osamos llamarnos salvadores del reino?». Jaime Lannister vestía carmesí y oro, el león saltaba orgullosamente en su pecho. «Carmesí y oro... Los Lannister son maestros en derramar el primero, mientras lo segundo lo acumulan con mucha diligencia. Esos son los pilares de su poderío».

Notando el examen silencioso de Ned sobre su persona, el Matarreyes arqueó una ceja sardónica y levantó su copa en un saludo medio burlón.

—¡Por Lord Eddard Stark, el más honorable de los hombres que impidió que culos indignos se sentaran en el Trono de Hierro!

Apenas se hubo pronunciado este arranque, un estrepitoso júbilo se unió a las palabras del Lannister. Un rubor cobró vida en el rostro de Ned; sin embargo, se las arregló para mantener su porte señorial y darle una reverencia cortés. Los comandantes y los nobles reunidos bebieron profusamente, después bajaron sus copas con fuertes sonidos. Robert, distraído por un momento de lo que fuera que estuviese discutiendo con Lord Tywin, le envió a Ned una fugaz sonrisa que no alcanzó sus ojos. «Todavía está enfadado conmigo por las palabras que dije sobre los cuerpos de la familia de Rhaegar. Somos como hermanos, y sin embargo, este hombre frente a mí es un completo desconocido. ¿Siempre ha habido tanto odio implacable en su corazón?».

La vida había sido más sencilla cuando eran niños en el Valle... Aunque, por encima de todo, extrañaba Invernalia, el aire fresco del Norte era un alivio bendito del rancio miasma del Sur. Su nueva esposa también era fresca y pura —tan hermosa y frágil como una flor recién florecida. «Y extraña para mí, justo como Robert». Lady Catelyn era el epítome de todo lo que un señor podría desear en una novia, una perfección que Ned había temido lastimar con sus torpes dedos durante su noche de bodas. «Fue demasiado repentino. Debimos conocernos mejor». La brutal ironía no pasó desapercibida: si su padre y Brandon estuvieran vivos, él no estaría casado con la bella dama ni cenando en la Fortaleza Roja. «Dioses, se les ruego, por lo menos conserven a Lya a salvo».

Una punzada de inquietud perturbó sus cavilaciones. Aunque había recibido con agrado el cambio de la pesada armadura por el jubón y el par de pantalones tras semanas de agotadora compañía, en ese momento Ned deseó un yelmo de acero para protegerse de la mirada insolente del Matarreyes. El joven le estaba observando de una manera que mentalmente a Ned le hizo acordar a un gato listo para saltar sobre alguna desafortunada presa. «No. No seré vuestro juguete, Ser». El altercado que había empezado en la Sala del Trono no había terminado para Jaime Lannister, y parecía que quería que Eddard Stark recordara bien el lema no oficial de la Casa Lannister. «Lo más probable, es que sea yo el que pague —Solo me pregunto cuándo decidirá cobrar su deuda. Menos mal que Hielo está afilada, a pesar de todo el uso que ha tenido últimamente».

—Estáis terriblemente callado, Lord Stark. ¿La comida no es de vuestro agrado, o tal vez es la compañía la que amarga vuestro humor?

El Matarreyes definitivamente estaba buscando pelea, de tipo verbal o física. Sin embargo, Ned no iba a dejar que el arrogante caballero le sacara de sus cabales.

En el silencio que se impuso momentáneamente, sus palabras resonaron con fría cortesía.

—Perdonadme por no ser más divertido, Ser. No fue mi intención arruinar vuestro festejo, pero mi disposición no ha sido particularmente alegre desde el secuestro de Lyanna.

El ambiente se tornó desagradablemente tenso, hasta que otra voz, fuerte y dominante, zanjó esta peculiar conversación.

—Déjalo en paz, Lannister. Si tu hermana o tu prometida estuvieran ahí afuera, en las manos de los caballeros de Rhaegar, tú tampoco estarías tan contento.

La alianza entre el venado y el león estaba construida sobre cimientos frágiles, como la mirada ofendida que Jaime le dirigió a Robert ampliamente lo demostraba. No obstante, el Matarreyes inclinó la cabeza, aunque esta muestra de humildad debió ser incitada en gran medida por el ceño de desaprobación de Lord Tywin, no en deferencia al futuro rey.

—Entonces me retracto y os pido vuestro perdón, Lord Stark. Fue sumamente grosero de mi parte olvidarme de vuestro dolor. Beba conmigo, mi señor, porque de lo contrario nunca me sentiré perdonado.

Forzando una sonrisa, Ned tomó un sorbo de vino. Con la crisis hábilmente sorteada, los invitados suspiraron de alivio y con alegría regresaron a sus bebidas. Ned, sin embargo, no se dejó engañar: a pesar de la sonrisa encantadora de Jaime Lannister, de ninguna manera el asunto había sido liquidado. Reprimió la bilis reuniéndose en su garganta. «Esta será una noche muy larga. Preferiría enfrentar al enemigo en campo abierto que cenar con un león hambriento que se declara mi amigo».

El resto de la noche demostró que este pensamiento era cierto. Externamente, la conducta del Matarreyes era irreprochable y sus bromas nunca fueron dirigidas a Lord Stark. Pero de vez en cuando sus ojos buscaban los de Ned en un desafío silencioso, una promesa inefable acechaba en aquellas verdes profundidades. Para hacer la situación aún más insoportable, el suministro constante de alcohol estaba erosionando las buenas costumbres y las inhibiciones. Finalmente, cuando el golpeteo en sus sienes se hizo más fuerte que las canciones de borrachos y los gritos resonando por el salón, Ned se despidió, las cortesías apenas ocultaban su deseo de excusarse de continuar participando en los bulliciosos festejos.

Se abrió paso al patio de práctica. Un solitario guardia respondió a su pregunta, señalando con la lanza la entrada que conducía a las murallas. Tras subir las escaleras, Ned se acercó al borde de las almenas y se apoyó pesadamente en el parapeto. Abajo, Desembarco del Rey estaba envuelto en oscuridad, unos cuantos incendios del saqueo reciente seguían ardiendo intensamente. Aunque distante, la vista fue demasiado, y Ned cerró los ojos. «Pillaje y violación a cambio de liberarse de Aerys. ¡Qué prometedor inicio para una nueva era!».

¿Era cobarde de su parte sentirse alegre porque pronto tendría que dirigirse hacia el Sur en busca de Lyanna? No había nada que le interesara en esta triste ciudad, donde las atrocidades del Rey Loco y de los Lannister habían sido cometidas. «Pero estoy seguro de que esta vista estará acechando mis sueños durante los próximos años». Una ligera brisa se levantó, elevando el distintivo hedor de la Capital justo hacia sus fosas nasales. Afortunadamente, unas cuantas respiraciones desesperadas y un cuello deshecho le ayudaron a asentar su estómago, pero no reprimieron los remordimientos en su conciencia.

—Y yo que pensaba que: «necesito aire fresco» era un sustituto elegante para: «necesito orinar». Estáis lleno de sorpresas, Lord Stark.

Ned apretó la piedra, sus nudillos se tornaron blancos. Cuando recuperó la compostura, se dio vuelta.

En la suave luz de las antorchas el cabello del Matarreyes brillaba como oro bruñido. Los adornos con el emblema de su Casa, que en un señor menor habrían parecido estridentes, a él le sentaban de manera admirable, acentuando sus anchos hombros y sus estrechas caderas. Su porte era erguido, solo sus pupilas dilatadas daban alguna muestra de que Jaime Lannister estaba borracho.

Una creciente sensación de inquietud le recordó a Ned la confrontación en el Gran Salón: él a caballo, Jaime Lannister en el Trono de Hierro. Por un momento, en aquel entonces, la cámara rebosaba de sed de sangre, señales del inminente choque de dos fuerzas inconfundibles. El cadáver de Aerys parecía sonreír triunfante. «Y aun así hice obedecer al Matarreyes». Suspirando profundamente, Ned oró a los antiguos dioses por paciencia.

—Permítame ser franco: no estoy de humor para vuestras burlas, Ser. Me he hartado de esta ciudad y de vuestra persona, y ya es hora de irme a la cama. Os deseo buenas noches.

Una mueca despectiva acarició los labios del Matarreyes.

—El lobo tiene colmillos. Aunque es algo tranquilizador que no necesites de Robert saltando siempre en tu defensa, o si no, podría llegar a confundirte con su amada. ¿O tal vez es en su cama en la que estáis tan ansioso por meteros?

La voz de Ned alcanzó un tono tan gélido que únicamente podía rivalizar con la helada cima del mismísimo Muro.

—Ya que estáis borracho, Ser, ignoraré dicha ofensa. Sin embargo, prestad atención a mi advertencia: si repite esta inmundicia cuando esté sobrio, me enfrentaré a vos espada contra espada.

Se movió para marcharse, pero de repente había dedos clavándose en sus brazos, empujándolo hacia atrás contra el borde del parapeto. El ataque fue tan inesperado que, antes de que se diera plenamente cuenta de lo que estaba sucediendo, Ned se encontró efectivamente atrapado entre la fría piedra y el cuerpo del Matarreyes.

Los ojos de Jaime Lannister ardían con fuego esmeralda.

—Borracho, ¿eh? Qué excusa tan conveniente. ¿Debería estar agradecido de que me perdonéis la vida, mientras de buena gana me dais la espalda y huyes de mí? Puede que seas un cobarde, sin embargo, eres sabio, Lord Stark —Incluso borracho, te destriparía en un instante.

—Entonces hacedlo y mancillad para siempre la capa blanca. No porto armas.

El joven se estremeció.

—Así que, todo se reduce a mi falta de honor y al pobre Aerys. —Sus rasgos parecían una máscara inexpresiva—. A pesar de todas tus miradas de desaprobación en la Sala del Trono, secretamente estabas satisfecho porque el trabajo sucio ya estuviera hecho. Mi Lord Stark, no sois muy diferente de la aldeana mojigata que predica sobre la virtud y se abre de piernas, negando incesantemente que en el fondo es una puta.

—¡Ya basta, muchacho!

Su compostura de hierro se perdió, Ned se lanzó hacia adelante. Sus rostros estaban a pulgadas de distancia mientras gruñía al Lannister.

—Aerys merecía morir, y yo deseaba fervorosamente hacerle pagar por lo que hizo con mi padre y Bran. Sin embargo, la forma en que ocurrió fue más que despreciable. La traición, el asesinato de niños y mujeres inocentes —Si el fin justifica los medios, no quiero tomar parte en vuestros triunfos.

Jaime Lannister le observaba, fascinado.

—Una llama desnuda atrapada bajo el hielo —murmuró para sí e inclinó la cabeza.

«¿Qué...?». El olor de su aliento envinado fue el único indicio del propósito del Matarreyes. «No. No se atrevería...». La sensación de duros labios en los suyos, el pulgar y el índice obligando a su mandíbula a abrirse para permitir un mejor acceso. Dientes extrayendo sangre, el acto era tanto una caricia como un reclamo. Calor y frenesí, la vorágine carmesí lo engulló en sus profundidades.

Trascurrieron unos cuantos momentos de este saqueo incesante hasta que Ned volvió en sí y empujó los hombros del Lannister.

—¡Estáis loco!

—No, simplemente quería que tuvierais una prueba de nuestra victoria. Puede no ajustarse a vuestro paladar, pero cuanto antes os adaptéis al sabor, mayores serán vuestras posibilidades de un futuro largo y próspero. Aférrate a vuestro honor y muy pronto terminarás en una fría tumba.

Aunque sus palabras tañían su habitual arrogancia, el Matarreyes estaba visiblemente molesto. El incidente había disipado su borrachera y ahora, en lugar de apiñar a Ned contra la pared, estaba decidido a poner distancia entre ambos. En consecuencia, su retiro ulterior fue casi idéntico a una huida grácil.

Solo, en las murallas, Ned tocó su magullada boca, preguntándose si aquella mancha ya había echado raíces.

FIN.

Notas finales:

Espero que les haya gustado, ¡gracias por leer!


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