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Naruto: La aldea vacía por Richie Ness

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Notas del fanfic:

Mi primer Fanfic de Naruto, nunca creí que escribiria uno, y menos Yaoi.

Notas del capitulo:

No sé si continuaré este fanfic, realmente no soy fan del Yaoi, pero he tenído buenas experiencias en esta página. ¡Gracias por leer!

Naruto: La aldea vacía

Capítulo Uno

–Soledad–

 

    La bruma iba desapareciendo lentamente mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad. No sabía en donde estaba. Posó los pies sobre el suelo pegó un pequeño respingo al sentir extraño: un crujir. Los dedos tantearon el terreno buscando información, finalmente reconoció esa textura, la reconocería en cualquier lado; empaques de rámen vacíos. Finalmente cayó en la cuenta, estaba en su habitación.

    –Debo encender la luz –susurró mientras se movía cuidadosamente en la habitación. El sonido de los empaques vacíos y demás objetos extraños siendo arrastrados, mezclados con su respiración, era todo lo que rompía el silencio.

    Finalmente encontró el interruptor y la luz parpadeó un poco antes de alumbrar pobremente la habitación. La cama desarreglada con las sabanas desteñidas, los empaques regados por todos lados y otros agrupados en pequeños montos agrupados contra las esquinas. Un desastre total, era tan grande, que incluso opacó lo verdaderamente importante.

    Las paredes estaban pintadas con sangre.

    No pudo evitar abrir los ojos de par en par al leer lo que la sangre escribía:

     <<Asesino>>

    <<Demonio>>

    <<Largate de la aldea>>

    <<Regresanos al clan Uchiha>>

    Su cabeza daba vueltas en remolinos de confusión. Muy adentro de su memoria, intentaba remover los escombros para encontrar lógica. No recordaba nada. Lo último era que iba camino a una misión con Sasuke y Sakura.

    Repentinamente un asco lo invadió y corrió a la puerta. Los empaques salieron volando abriéndole paso.

    La perilla no giraba y estaba trabada. Los sonidos del puje combatían directamente con la agitada respiración de su pecho para derrocar al silencio. El cuerpo le comenzó a temblar y las náuseas rompieron las barreras de la garganta para evitar su escape. Cayó de rodillas y entre arcadas dolorosas escupió jugo estomacal; transparente, ácido y repulsivo.

    Cuando se hubo recuperado, intentó encontrar una salida. El foco perdía potencia conforme parpadeaba en un esfuerzo por seguir alumbrando.

    Las ventanas, pensó, las puedo romper sin mucho esfuerzo.

    Tomó impulsó desde la puerta y pego la carrera listo para el impacto. Saltó y golpeó la ventana. El vidrio se quebró con un estruendo y los restos volaron en el aire como estrellitas tintineantes. Su cuerpo se precipitó contra el suelo. Los fragmentos del cristal le cayeron encima.

    Sobó su cabeza antes de recibir más impactos contra su cuerpo; una gran colida de ropa entre otras cosas. Rápidamente se quitó de todo de encima y acercándose a la ventana observó cómo gruesas tablas de madera cubrían las ventanas desde afuera.

    –¿Qué rayos? –exclamó intentando mirar por entre las finas líneas de separación de cada tabla. Descubrió dos cosas con eso: era de noche y obviamente alguien quería que no saliera de su habitación.

    Una prisión en casa. Rio por lo bajo para persuadir su mente del miedo.

    –Al diablo todo. ¡Resengan! –Por acto de reflejo hizo ambos como si fueran uno solo. –Mis clones –susurró sin entender todavía más lo que pasaba. Todo era tan extraño.

    ¿Por qué no pudo usar mi chakra?

    ¿Por qué estoy encerrado?

    ¿Por qué demonios no recuerdo nada?

    De acuerdo, calmate y piensa. Regresa en tu memoria todo lo que puedas. Rescata cada fragmento para encontrar sentido a esto.

    Dio un fuerte sentón en la cama, esta rechinó y las sabanas cayeron al suelo.

 

    Hace años la aldea de Konoha casi era eliminada por un demonio de nueve colas, un zorro rojo. Varios ninjas fueron asesinados intentando frenarlo, fue entonces cuando, sin dudarlo, un joven ninja usó a su primogénito como contenedor de aquella fuerza, de aquel demonio.

    Huérfano y sin amor, fue recluido en un exilio dentro de la aldea.

 

    Tomó unas cuantas monedas de la mesita y se encaminó a la tienda para comprar un rámen instantáneo. Nunca le gustó cocinar, como nadie le había enseñado y siempre que lo intentaba era promiscuo a incendiar la pequeña casa que su padre le heredo.

    Siempre que pasaba al lado de las personas estas lo aborrecían, miraban con desprecio, susurraban a sus espaldas. Algunos niños le arrojaban piedras o golpeaban incitados por sus padres.

    <<Él es el niño maldito>>

    <<No te acerques a él o te asesinará>>

    <<Vamos, toma esa piedra y arrojásela>>

    A pesar de tener seis años, comenzaba a comprender la maldad que lo envolvía en una gélida manta. La aldea lo deseaba muerto, si moría él, moría el demonio de las nueve colas. No más sufrimientos tanto para su persona como para la aldea; evitaban futuros incidentes similares a los de hace seis años, algunos obtenían venganza y otros simplemente dejaban influenciarse por las palabras de los ponzoñosos.

    –Miren todos, es el demonio –gritó a todo pulmón un niño, señalándolo.

    Todas las miradas fueron atraídas por un momento hacia él. Cuando estuvo cerca de la tienda el señor lo miró con desprecio.

    –Me da un rámen instantáneo, por favor –dijo tímidamente mientras se ponía de puntitas para colocar el dinero sobre el mostrador.

    Un objeto pasó volando sobre su cabeza aterrizando en la calle.

    –Ahí lo tienes, largate antes de que ahuyentes a mis clientes –bramó el vendedor. Una mirada fría e indiferente perforó al niño.

    –Gracias –. Caminó rápido para tomar el empaque y salir corriendo. Antes de alcanzarlo un pie aplasto el rámen.

    –Miren que tenemos aquí –. Un niño de diez años se alzaba imponente, lo flanqueaban otros dos; estaban armados con palos y piedras.

    –¿Por qué no te mueres de hambre? –dijo entre risas el de lado derecho. Golpeteaba ligeramente la palma de su mano con una gruesa rama de árbol.

    –Ese era mi desayuno –. Miraba con tristeza los trozos duros de pastas que se esparcieron por la tierra.

    –¿Enserio? Cuanto lo siento –exclamó el de diez años con falsa lástima. –Mis padres dijeron que los demonios se alimentan de almas, no de rámen.

    –No soy un demonio –se defendió.

    –Eso ya lo veremos, también mis padres dijeron que no son lastimados tan fácilmente. Lo comprobaré en persona.

    Un destello opacó su campo de visión y antes de saberlo estaba tendido en el suelo, recibió un golpe con la rama de árbol. Las patadas y piedrazos no se hicieron esperar. Miraba en todas direcciones esperando recibir la ayuda de alguien. Miraban ese acto como algo natural; algunas sonreían, otras pasaban andando como si nada pasara, ignorando la masacre injusta.

    De alguna madera manera logró escabullirse y emprendió una carrera, los otros chicos lo persiguieron agitando los palos y arrojando piedras. Una impactó contra su nuca y casi perdía el equilibrio, su vista se emborronó y los golpes comenzaban a doler. Nunca sintió la sangre que escurría por su rostro.  

    Dobló en un callejón, un Dead End. Conocía esa aldea como la palma de su mano, estaba seguro que tenía una salida segura y sin embargo estaba bloqueado por cajas y pedazos de tablas. Dio media vuelta para escapar de la trampa, pero los niños ya lo miraban con malicia, listos para una ejecución sin derecho a un juicio. No portaba armas, y si atacaba, solo echaría más leña al fuego.

    No tengo armas. ¿Atacar? ¿Para qué? Estaría dándoles de que hablar. Más desprecio. Más odio.

    Se rindió en hacer algo. Una piedra golpeó su frente y otra en el pecho.

    Estaban a unos escasos metros de él cuando una cortina de humo se interpuso. Entre toses y vista nublada, de la nada apareció un sujeto.

    La ropa que portaba tenía marcada un emblema en la espalda, ese cabello negro se reconocería donde fuera, el único sobreviviente del clan Uchiha: Sasuke.

–Fin del capítulo Uno–

Notas finales:

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