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La voz del sedal [Brokeback Mountain] por Shaka

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Notas del capitulo: Pertenezco al grupo de personas que han conocido “Brokeback Mountain” a raíz de la versión cinematográfica hecha por Ang Lee, basándose en la historia de Annie Proulx.

Unos días después de haber visto la película, me leí la novela, y el relato tomó mucha más fuerza en mi interior, en especial por el inmenso significado que tiene el retratar algo tan universal como es un amor vitalicio y prohibido en el icono americano por excelencia, el del cowboy. Espero que las 8 nominaciones a los Oscar cosechadas por la película sirvan para abrir un poco más las fronteras en un país, Estados Unidos, donde el conservadurismo sigue abarcando una cuota alarmante de población.

Me apetecía hacer algo en base a lo que leí y vi. Hubo una escena en especial que me impactó: cuando Alma, ya divorciada de Ennis, le cuenta cómo terminó de constatar la aventura que éste mantenía con Jack. Casi sin pretenderlo me encontré a mi misma imaginando como habría sido ese instante concreto.

Por lo tanto, este pequeño texto contiene spoilers, y está dedicado a Alexandria, ya que si no hubiese leído su relato basado en Brokeback Mountain, no me habría animado a poner mi grano de arena ;-)

(c) de todos los personajes: Annie Proulx
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Alma leyó una postal camuflada entre el resto del correo recibido. Iba dirigida a su marido; lejos de esconderla, haciendo realidad lo tantas veces imaginado, la dejó sobre la mesa de la cocina y calló, tragándose el dolor producido por la impotencia y la humillación.

Quizás podría haber perdonado que Ennis tuviera una aventura con otra mujer, alguien más joven y sin complicaciones a cuestas, pero lo visto una tarde cualquiera sin intención la hirió de muerte.

Ese beso, señal de una pasión que el propio Ennis nunca había tenido con ella, se le clavó como una espina.

Decidió aguantar, conteniendo emociones como una olla express, mientras preparaba la caja que él siempre se llevaba cuando marchaba a los lagos unos días con Jack Twist, su “compañero de pesca”.

Le oyó llegar, acudiendo las niñas a recibirle. Las hijas adoraban a su padre, y el padre a ellas. Era el único amor que permanecía intacto en la casa.

Se armó de valor, y recurriendo a los últimos resquicios de la inocencia que le había llevado a casarse, escribió sobre un pedazo de papel.

Hola Ennis. Trae algo de pescado a casa. Te quiero. Alma”.

Colocó la nota en la caña aún sin estrenar, al igual que el compartimento repleto de anzuelos, cebos y demás utensilios. Su letra redonda destacaba casi tanto como la etiqueta de los almacenes donde lo adquirió, en la cuál aún podía leerse el precio.

Nunca veinte dólares le dolieron tanto como aquéllos.

- ¿Ya te vas, papá?
- Sí, princesa. Las montañas están muy lejos, se hará de noche si me retraso.

Alma se mostró impasible y serena ante la rudimentaria despedida, acudiendo a la ventana junto a sus dos pequeñas para verle desaparecer. Sabía lo que se encontraría cuando regresara.

Sabía que aquella caja delimitaría sus límites, y que si le confirmaba lo que por tanto había sospechado, ya nada la echaría atrás en su determinación de pedir el divorcio.

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Como cada año, Ennis del Mar se montó en su destartalada furgoneta y condujo hasta el límite del condado. A medida que ganaba kilómetros el paisaje cambiaba, transformándose las praderas en las faldas de una cordillera.

No albergaba demasiadas expectativas de dichos desplazamientos: la misma música en las emisoras de radio, el mismo equipaje…

Incluso el final del trayecto era idéntico, pero precisamente era esa meta la que le llevaba a recorrerlo, siempre que una señal de correos daba el pistoletazo de salida. Dejó aparcado el vehículo en un resguardo y esperó, apoyando la espalda sobre la puerta del conductor y prendiendo un cigarrillo con el voluminoso zippo.

Mientras miraba al cielo para calcular la hora observó su reflejo en los cristales. Pese a no haber alcanzado los treinta todavía, el duro trabajo en el campo le había regalado sendas patas de gallo, resaltadas cada vez que gesticulaba.

Se distrajo con el sabor del tabaco, escuchando el silencio producido por la soledad.

El sonido inconfundible de otra furgoneta se fue acercando hasta morir en un grave ronroneo. Tenía la chapa recién pintada y matrícula de Texas. Al fijar la mirada en los portentosos neumáticos, vio como un par de botas negras salían del interior, dejando pequeñas nubes de polvo a medida que avanzaban.

Apuró el cigarro y tiró la colilla en el momento en que sus ojos se cruzaron con los de Jack. Había pasado casi siete meses desde su último encuentro, y aunque ya no fueran los de antaño, el tiempo parecía detenerse cada vez que rompían la distancia de los kilómetros y el anonimato.

Se estrecharon firmemente, aspirando el característico olor de sus respectivos cuerpos, acariciando toscamente cabellos, palpando formas por encima de las ropas.

- Hijo de puta… ¿Cómo es posible que guiar ganado te siga conservando así de bien? – susurró el recién llegado con sorna -.

Ennis le besó intensamente, combinando la necesidad que de él tenía con el remordimiento, los ecos de aquella visión que de crío le habían metido en la cabeza.

Cada vez que retozaba junto a Jack Twist creía tocar el paraíso, y a la par la dantesca estampa de aquel cadáver al que su padre llevó a ver le perseguía.

- Si me hubiese dedicado a los rodeos ya estaría tan cascado como tú.

Rió. Sus días de conseguir notorias sumas de dinero en ocho segundos habían quedado en el olvido. No quería pensar en las reses bravas de montura, en su suegro, en Lureen y su hijo… Ni siquiera en Brokeback, o en que en dos amaneceres tendría que subirse de nuevo a esa furgoneta para ponerse catorce horas al volante.

Lo único que le importaba era la perspectiva de pasar el fin de semana juntos. Sin nada ni nadie que se interpusiera, dándole alas para, en esa ocasión, hacerle su propuesta.

- Coge tus cosas, me toca conducir a mí – le dijo, accionando de nuevo la llave -.

Cerró su coche, tirando sin demasiado cuidado sobre el portacargas todo lo que consigo había traído. Mientras contenían el aliento en un nuevo reconocimiento de sus labios para luego salir de allí por la vía próxima, la caja de pesca se golpeaba contra el metal.

El ruido que producía era imperceptible desde la cabina de los viajeros; su sino era ser ignorada. Primero las capas de vidrio, y luego la coraza de aquel amor ya longevo, contribuirían a que su presencia en la supuesta cita con las truchas fuese inútil.


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El lago actuaba como espejo del cielo, llenando la superficie del agua de cientos de estrellas y constelaciones. Hacía frío y el aire cortaba cualquier intento de permanecer a la intemperie, mas ello les era indiferente.

La belleza de las montañas podía ser suprema, mas nunca superaría a la de los parajes donde lo que ahora se prolongaba en el interior de una tienda de lona, montada con prisas y malas maneras, había surgido.

Se tomaron unos minutos de descanso, envueltos en el calor de las mantas y el emanado de sus pieles, revueltas en las dimensiones del enjuto refugio de tela.

Tendidos el uno al lado del otro, se miraron de cerca mientras procedían a hablar por primera vez en cinco horas de sus vidas cotidianas.

- ¿Qué tal tu chico?

Elevó las cejas, mirando brevemente hacia otro lado.

- Bien. Sigue creciendo, interesándose por cosas de su edad, ya sabes. Nada fuera de lo común – respondió sin demasiado entusiasmo -.
- Las mías estupendamente. Cada día están más guapas.

Jack asintió con la cabeza sin hacer demasiados esfuerzos por ocultar su incomodidad. El afecto desmedido de Ennis hacia sus hijas era una de las tantas diferencias entre los dos, tal vez la mayor. No es que él no quisiera al suyo, pero…

No dudaría en elegir la nueva vida en común con la que tanto soñaba.

- ¿Crees que Alma se olerá algo?

…l pareció sorprenderse.

- ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Qué hay de raro en ir a pescar? – exclamó con su marcado acento -.
- No lo sé… A veces creo que la gente me mira mal por la calle. No es mirar mal, es… - titubeó -, como si te fijaras en ellos y siempre te toparas con sus ojos fijos en los tuyos, y al cabo de un segundo, los bajan.

Tras encontrar el encendedor en medio de aquel amasijo de ropas, procedió a expresar su opinión mezclada con una nube de humo.

- A eso se lo llama… - recurrió al limitado repertorio de su vocabulario - Joder, egocentrismo. Jack Twist, tú siempre acaparando la atención de los demás.

Le robó el pitillo de los dedos, con la intención de compartirlo.

- Claro. Por eso me empeñé en que la oveja más grande de Aguirre me siguiera.

Ennis hizo el ademán de golpearle entre juegos por el apelativo. Las caladas sucesivas convirtieron el cuerpo del cigarro en un cilindro gris. Al apagarlo en el límite del filtro, intentó regresar al meollo de la cuestión.

- En serio… ¿Nunca lo has notado?

Sobrepasado por la preocupación que sus iris azules mostraban, volvió a tumbarse, instándole a hacer lo mismo. Se colocó de costado, pasándole un brazo por la cintura y apoyando la barbilla en su hombro.

- Ando demasiado ocupado para interesarme por eso. Tampoco creo dar razones para levantar sospechas. ¿Las das tú?

Jack giró el rostro. Si había algo que detestaba de él, era la facilidad con la que aparentaba afrontar aquella situación. Daba igual cuánto sufriera, o cuánto se esforzara en ocultar su auténtica naturaleza: Ennis no había dado el primer paso, había sido él mismo quien se decidió a escribirle. Era él quien repetía la operación y aguardaba una respuesta. Fue él quién acudió de nuevo a las oficina del ex – jefe de ambos, buscándole.

Pasara lo que pasara, del Mar conservaba su expresión impasible, ateniéndose a la práctica realidad, aferrado al suelo.

Si Ennis no daba muestra alguna de querer luchar por algo más que noches como aquella, lejos de todo y de todos, sin nada que compartir salvo el montón de mentiras sobre el que habían construido su relación, ¿cómo iba a decírselo?

Hace unas semanas fui al rancho de mis padres. Hay mucho que hacer, reparar el granero, los cobertizos… Les dije que la próxima vez que me dejara caer, me traería a Ennis del Mar conmigo, y que nos quedaríamos en la casa de al lado, para ayudarles con todo lo que hiciera falta”.

Apretó los dientes, mientras esa confesión moría en su mente.

- ¿Qué? ¿Qué pasa ahora? – preguntó su acompañante -.
- Nada. Estoy cansado -.
- Yo también -.

Se recostó del todo, aferrándose a su tibieza todo lo que pudo. Jack depositó una mano sobre las suyas, y se dejó hipnotizar por la rítmica respiración que ahora cubría su espalda. Concilió el sueño serenamente, algo que sólo conseguía a su lado.

Ennis, sin embargo, no tuvo tanta suerte. El subconsciente le castigaba, haciéndole rememorar de nuevo aquello.

El cadáver semienterrado en una zanja, el pedazo de carne sanguinolento arrojado en las cercanías, desprendido del cuerpo del viejo cuanto éste aún contaba con vida, la palpable combinación de orgullo y desprecio en la voz de su padre…

Se agitó en sueños, y para cuando despertó sobresaltado por la angustia, las manos de Jack acariciaban sus cabellos y sus labios le susurraban palabras tan dulces como la canción recitada en las montañas.

- Ennis… estoy aquí. Tranquilo.

Cerró los ojos, hundiendo la faz en su pecho, esforzándose por no llorar.

Lo último en lo que pensó antes de volver a caer en las redes del sueño, fue en las contradicciones que le ataban, las disonancias entre lo que deseaba y lo que no podía hacer.

Entre lo que supondría darse paz entregándose a lo que más deseaba, y fallarse, repitiendo el patrón que juró jamás escenificar.

Nunca le confesaría que a menudo dejaba que su imaginación volara lejos, allí donde los dos podían vivir como quisieran, sin tener que volver a separarse.

Tampoco hacía falta que le dijese que nunca se alejaría de sus niñas.

El recuerdo del día en el que les abandonaron a él y a sus hermanos mayores permanecería en su interior hasta el final, como una brecha en el pilar central de su fortaleza.

Jack sabía que aunque tuviera que renunciar a ese anhelo inalcanzable, no permitiría que ellas tuvieran que pasar por lo mismo.


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Cada minuto fue genuino, distinto al anterior y predecesor de otro incluso mejor. Revivieron aquel verano, y en honor a los veinteañeros que forjaron su historia entre el sendero itinerante de los rebaños, encendieron hogueras y bebieron wiskey al calor de las llamas, gritando a pleno pulmón todas las canciones ebrias que fueron capaces de recordar.

También dejaron que el fuego del deseo rivalizara con el de las lumbres. Hicieron el amor, desbordándose en cada encuentro. Ennis paladeaba las sensaciones, disfrutando in situ de todo lo que se imaginaba cuando penetraba a su mujer bruscamente, sin explicaciones, de espaldas, sin mirarla a la cara.

La noche del sábado se esfumó, convirtiéndose en una pátina de sudor, regusto amargo a tabaco, semen y temor. Miedo a mencionar que pronto tendrían que partir, y que ninguno de los dos sabía cuándo podrían volver a reunirse.

La rabia por el futuro en el que desencadenaría el presente hizo que embistiera con mayor intensidad, sujetándole de las caderas y arrancando de la garganta de Jack una queja ahogada, fundida en placer. …l, que amontonaba emociones hasta que éstas le hacían reventar, se desahogó en el orgasmo.

Se recostó boca arriba, ajetreándose su torso en busca del aliento perdido.

Twist se incorporó, sentándose para contemplar los tímidos rayos de sol que ya podían intuirse. Le cogió de la muñeca izquierda, poniéndose en pie y tirando.

- Vamos al agua.

Ennis obedeció. Entraron en el lago, caminando con pasos seguros por el resbaladizo fondo hasta que tuvieron cubierto el abdomen.

Jack le abrazó por detrás. Sin decirse nada contemplaron el amanecer. Las cordilleras próximas se tiñeron de rojizos y naranjas.

Con el azul la magia fue enterrada. La mañana les vio recoger, montar en la furgoneta y marcharse.

Tampoco se dijeron nada cuando Ennis se bajó, portando lo que le correspondía.

Jack pisó el acelerador cuando la otra furgoneta desapareció en dirección contraria. El largo trayecto a Texas sepultaría los últimos indicios de euforia, pero no el denso pesar que le asfixiaba.

La carretera se extendía al frente como una línea recta, inestable como su entereza, oscura como su corazón.

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Francine y su hermana acogieron con entusiasmo su llegada. Dejó las cosas sobre la mesa de la cocina, y apenas unos segundos después de haber entrado a la casa, salió de la misma para jugar con las niñas en el pequeño jardín.

Ellas se balancearon sin descanso en los columpios, siendo sus risas un motivo para no caer en lo arisco de su mal humor.

Nadie era capaz de descifrar su extraño comportamiento. O su parquedad de palabras. O la caída en picado de sus gestos de cariño.

Ennis del Mar no volvería a ser el mismo. Tenía pocos motivos para sonreír.

Lo único que le empujaba a elevar el mentón al pasearse por las calles, le obligaba a resguardarse entre las sombras.

Únicamente una caja de aparejos sabía por qué. Y sólo una persona pudo escuchar la verdad que el sedal quería revelar.

Alma no se unió a su familia en los columpios. Se limitó a sentarse en la alcoba. Aún le resonaba en los oídos la única frase que su marido había pronunciado.

Claro que pesqué un montón de truchas. Me las comí todas, ¡estaban muy buenas!”.

Sus lágrimas se estrellaron contra la nota de papel, sostenida entre los dedos. Supo que él no la había leído, puesto que ni siquiera había abierto la caja, ni había empuñado la caña.

Le odió. Se odió a sí misma. Odió a Jack Twist.

Les odió a los dos por cimentar algo que posiblemente la sobreviviría a ella. Se sintió miserable, porque su amor había caído en saco roto, y nada podría hacer por salvarlo.

Disimuló el llanto y regresó al salón. No se dejaría ver vulnerable. Viviría oculta bajo la máscara un poco más, el tiempo necesario hasta que sus hijas tuviesen edad suficiente para adaptarse a la transición.

Tal vez, en un futuro, volvería a ser la heroína en otra fábula. Respecto de ésa en el que ahora estaba inmersa, era una villana al amparo del despecho. Un rol que nunca pidió.

El final de su cuento de hadas.





Fin

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