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¿Eres tú mi héroe? por Fullbuster

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Notas del capitulo:

Portada

Actualizaciones: Miércoles

Número de capítulos: 4 o 5

 

Historia diseñada para un concurso, seguramente será borrada cuando se entregue la historia. Si resulta no ser ganadora se subirá de nuevo. Un saludo a todos y espero que os guste.

La guerra… cada persona la percibe de una manera, para mí sólo es un trabajo. Cuando cumplí los dieciocho años decidí ingresar en el ejército. En mi familia ninguno era militar, todos eran simples granjeros en Missouri, y a mí me esperaba exactamente eso, seguir la tradición familiar y convertirme en granjero… pero yo tenía otros planes, fue la causa de convertirme en Marine.

 

He conseguido mucho en la vida, tengo veintinueve años y ya soy Teniente. Ahora me encuentro de misión en Afganistán, me mandaron aquí para comandar un pequeño batallón. Me gusta mi trabajo o al menos… en ocasiones.

 

Mi principal motivación es proteger a mi país, por eso estoy aquí, aunque de vez en cuando me cuestiono el alto precio de protegerlo.

 

Desde que llegué a esta inhóspita tierra hace dos años, he visto morir a cientos de hombres. La muerte siempre estaba presente, granadas que hacían saltar por los aires a nuestro convoy, hombres que desafortunadamente pisaban minas, también los había que fallecían en los fuegos cruzados, en fin… esta tierra era como un infierno en vida, no podías encariñarte con nadie y muchas veces me preguntaba cuándo llegaría mi hora, sobre todo después de haber visto tantas maneras inimaginables de morir. Si hoy en día me preguntasen qué es la guerra… tendría una respuesta muy diferente a la que habría tenido cuando me alisté en el ejército.

 

A los soldados nos preparaban para todo, o eso piensan, en realidad uno no está preparado para asimilar lo que sucede en el campo de batalla. Nos enseñaban a defendernos, a sobrevivir, a proteger a los nuestros, pero nadie nos podía preparar para la carga psicológica a la que nos enfrentábamos todos y cada uno de los días.

 

- Teniente – escuché que me llamaba alguien, lo que hizo que me diese cuenta que aún no había escrito nada de la carta que quería mandar a mis padres.

 

La voz era de un soldado de mi batallón, entró en mi pequeña oficina de la base entregándome unos documentos. Enviaban a mi escuadrón a una misión y sabía que ésta sería la última orden que iba a firmar, pues yo ya tenía mi orden de regresar a casa. Dos largos e interminables años había permanecido aquí y tras tan larga espera, por fin volvería a ver a mi familia.

 

Firmé y me marché a recoger mis cosas, unos soldados me acercarían con el jeep al aeropuerto. Me despedí allí de mis hombres cuadrándome frente a ellos y subí al avión militar junto con el resto de los hombres que regresaban a casa. Sólo cuando llevábamos casi media hora de vuelo, es cuando conseguí cerrar los ojos en un vano intento de descansar todo lo que no había descansado en estos años.

 

El ruido de los motores petardeando me hizo abrir los ojos sobresaltado. Lo que me hizo meditar que nada volvería a ser lo mismo cuando regresase a casa, haber estado dos años escuchando el constante ruido de armas y habiendo visto con mis propios ojos lo que significaba la guerra… eso no lo superaría de la noche a la mañana, sigo siendo incapaz de descansar completamente, mi cuerpo permanece alerta al mínimo ruido, a cualquier cosa que pueda causarme daño.

 

- ¿Se encuentra bien Teniente? – me preguntó uno de los hombres al verme abrir los ojos.

 

- Sí – le dije con una sonrisa algo forzada.

 

- ¿Nervioso por volver a ver a los suyos?

 

- Ya lo creo – le dije apenas en un susurro mientras miraba por la pequeña ventanilla circular.

 

Estábamos llegando al aeropuerto, notaba el descenso del avión y cuando tocó tierra, me apresuré a coger mis cosas y salir de allí. Había mucha gente, la mayoría mujeres con niños y padres de los soldados que regresaban. Uno de los soldados pasó por mi lado corriendo soltando su bolsa y abrazó a un niño pequeño que corría hacia él, supuse que era su hijo y la mujer con mirada tierna que estaba esperando detrás, debía ser su esposa.

 

Seguí caminando hasta que vi a mi hermana con un semblante serio, intentando ponerse de puntillas para ver a través de toda la gente que se agolpaba esperándonos. Sonreí y cuando ella consiguió verme sonrió también, iba haciéndose hueco entre la gente hasta que finalmente se colgó de mi cuello dándome un fuerte y cálido abrazo. Su rostro descansó en mi clavícula, en segundos empezó a llorar por la emoción y la alegría de tenerme de nuevo en casa ¡Mi hermana siempre fue muy emotiva!.

 

- ¿Qué tal ha ido el vuelo? – me preguntó con una sonrisa a la par que se quitaba las lágrimas.

 

- Ha ido bien. Con muchas ganas de llegar a casa y descansar.

 

- Vamos, tengo el coche en el parking.

 

Acompañé a mi hermana mientras apoyaba mi mano en su suave cabello rubio y le sonreía. Había echado de menos a mi familia pero por fin estaba en casa. El ejército nos había traído al aeropuerto de Springfield, así que aún me quedaban dos horas y media de coche hasta casa y es que nosotros vivíamos a las afueras de la ciudad de Van Buren, capital del condado de Ripley. Yo ya no la consideraba una ciudad, apenas llegábamos a los ochocientos habitantes, así que para mí, era como un pequeño pueblo pacífico y agradable para vivir, para comenzar de  nuevo. Era el lugar perfecto, me gustaba mi localidad natal.

 

Llegamos al coche y fue mi hermana quien condujo, cosa que agradecí, ya que estaba muy cansado incluso para cogerlo, habían sido demasiadas horas de vuelo en ese trasto del ejército en el que no dejabas de pensar… ¡Puedo caer en cualquier momento!. El ruido de aquella máquina metálica era atronador y aunque debía haberme acostumbrado ya después de tanto tiempo, no era así, creo que hay cosas en la vida a las que no llegas a acostumbrarte jamás. Miré por la ventanilla durante el trayecto, mi hermana hablaba de algo, pero yo tampoco la escuchaba muy bien, la oía lejana y sólo podía centrarme en la copa de los árboles que pasábamos, en las carreteras, en los otros coches del sentido contrario, en las praderas que se veían, finalmente mis ojos se cerraron por el cansancio.

 

- Noctis – escuché que me llamaban – ey Noc… despierta.

 

Cuando abrí los ojos, sentí la mano de mi hermana tocando mi hombro tratando de despertarme y lo hice algo confuso, no sabía muy bien dónde estaba pero ella me tranquilizó con una agradable mirada. Miré por la ventanilla, estaba anocheciendo y el cielo tenía un característico tono rojizo.

 

- Lo siento, me he quedado dormido – me disculpé.

 

- No te preocupes. Vamos, seguro que todos tienen muchas ganas de verte.

 

Abrí la puerta del coche y caminé hacia el portal de la casa cogiendo mi bolsa, cuando de repente la puerta se abrió de golpe, un husky siberiano vino corriendo hacia mí llorando. No me dio tiempo a soltar las cosas, se tiró encima de mí y acabamos los dos en el suelo, me besó con desesperación mientras yo no podía parar de reír, era imposible tranquilizarlo en ese estado de excitación y es que era lógico, lo acogí cuando sólo era un cachorro, él también había notado la ausencia de estos dos años. Por suerte fue mi hermana la que lo cuidó mientras yo estaba de servicio en Afganistán.

 

Todavía en el suelo, apareció mi sobrino con una gran sonrisa y también se abalanzó sobre mí, mientras tanto pude ver en la puerta a mis padres riendo y esperando pacientes para poder ir con ellos.

 

Cuando conseguí levantarme cogí a mi sobrino en brazos y caminé hasta la puerta para abrazar a mis padres. Mi padre aunque siempre fue un hombre con un carácter fuerte, sonrió y me abrazó, estaba contento de que hubiera regresado mientras mi madre, con su dulzura habitual, se limpió alguna lágrima antes de abrazarme y llenarme de besos.

 

En el interior de la casa olía a pato a la naranja, la especialidad de mi madre y mi plato favorito, seguramente habría estado toda la tarde cocinando. No me atreví a decirle que estaba cansado y que no tenía mucha hambre después de todo su esfuerzo, así que saqué acopio de mi fuerza de voluntad y me quedé un rato más intentando no aparentar estar cansado. Ayudé a mi madre y a mi hermana a poner la mesa mientras mi sobrino veía la televisión o jugaba a algo, no estaba seguro pero cuando escuché los disparos, el plato que acababa de coger se me cayó al suelo y mi mano fue directamente a buscar mi arma, aunque al no encontrarla recordé que la había dejado en la bolsa porque no creí que aquí fuera a necesitarla. No encontrarla me tranquilizó y miré hacia la televisión donde mi sobrino estaba jugando a la consola, pero ahora todos me miraban a mí.

 

- Lo siento – comenté con seriedad agachándome a recoger los trozos del plato.

 

- No te preocupes cielo – dijo mi madre cogiendo mis manos y obligándome a levantarme – yo lo recojo, ve a sentarte.

 

- Samuel, apaga eso – escuché que mi hermana le gritaba a su hijo.

 

Sé que lo hacía por mí, se había preocupado por mi reacción al escuchar unos disparos que sólo venían de un maldito juego. Intenté calmarme, intenté mentalizarme de que aquí estaba a salvo, ya no estaba en Afganistán, ya no tenía que recurrir a mi arma, ni tenía que proteger a mis hombres, no escucharía bombas constantemente, ni explosiones, ni granadas, no tendría que preocuparme de pisar una mina, pero aún así… mi cuerpo seguía reaccionando para defenderse de cosas que ya no estaban en mi vida.

 

Me senté a cenar con la familia y traté de calmarme y de sonreír, porque ninguno de los presentes tenía la culpa de que yo hubiera vuelto tan susceptible. Quería regalarles una velada tranquila y agradable, se lo debía después de haberme marchado a la otra punta del país y haberles hecho pasar por el sufrimiento de esperar durante dos años con esa incertidumbre de si estaba vivo o muerto. La angustia que probablemente les había causado ahora podía recompensarla. Me alegró ver que mi madre radiaba alegría y descanso por el hecho de haber regresado de una sola pieza.

 

La conversación de la mesa giró en torno a mi hermana. Se había divorciado hace un año y me alegraba de ello, no le convenía para nada un hombre como aquel. La televisión estaba encendida aunque no escuchaba nada, mi familia prefería hablar en la mesa y habían bajado el volumen de la televisión, yo sabía que no la apagarían porque a mi padre le gustaba ver las noticias, nunca se las perdía. Supongo que yo era la causa ya que me había ido pese al coste de arriesgar mi vida, siendo las noticias el único medio de recibir información sobre las tropas, ya que nadie iba a acercarse a su puerta a decirle que estaba vivo, en caso de aparecer… le habrían dicho que había fallecido.

 

Mientras mi hermana acababa de explicarme lo de su divorcio, escuché el ruido de caminos que reconocí enseguida, provenían de la televisión. Era una noticia donde aparecían camiones del ejército llenos de soldados avanzando por el desierto, sin saber el motivo, apreté la copa con la suficiente fuerza para romperla y me corté, provocando que todos me mirasen preocupados, y tanto mi madre como mi hermana cogieron sus servilletas tratando de tapar el corte de mi mano.

 

- Estoy bien – les dije, aunque dejé a mi madre que pusiera la servilleta – estoy bien, enserio, sólo… no estoy acostumbrado a copas tan finas.

 

Le sonreí intentando calmarla con mi mentira. Mi hermana apagó la televisión y tras curarme la mano terminamos de cenar. Me marché a dormir enseguida dejando a las mujeres terminar de recoger los platos. Ni siquiera tuve ganas de ducharme, por la mañana lo haría, estaba demasiado cansado. Me tumbé, cerré los ojos y me dejé llevar.

 

Me encontraba de nuevo en Afganistán, había un pelotón frente a mí, unos soldados muy jóvenes que caminaban delante cargados con sus equipos. Les seguí sin saber muy bien qué más hacer. Todo estaba oscuro y tan sólo les veía a ellos caminar con lentitud sobre ésta arena rojiza. Uno de los jóvenes se detuvo en seco y me sorprendió, era un chico de cabello rubio con un casco militar y una placa de identificación en el cuello, pero estaba demasiado lejos como para ver su número.

 

¿Eres tú mi héroe? – preguntó el joven con una ligera sonrisa y un acento extraño.

 

No me pareció estadounidense. Quise contestarle pero…

 

Me desperté de golpe por la alarma de un despertador en el cuarto de al lado y por el grito de mi sobrino que estaría jugando por el pasillo. Mi puerta seguía cerrada, estaba sudando y traté de calmarme, no estaba en Afganistán, ya no estaba allí, sino en mi cuarto, con mi familia, estaba a salvo. Traté de olvidar aquel sueño y me vestí para bajar junto a mi familia. Un nuevo día comenzaba.

 

 


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