Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La verdad esta ahí dentro. por nezalxuchitl

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Un pequeño onehot de los Expedientes secretos X, triple X, ¡jajaja!

Ok, no hay realmente grandes spoilers, podria ubicarse en la temporada 4 o 5.

La advertencia de incesto es por algo realmente soft, no pasa del voyerismo.

Tambien se podria considerar que hay un poco de noncon.

Notas del capitulo:

Carpe noctem!

La intensa luz blanca le hizo abrir los ojos. Lastimaba, incluso a través de los párpados. Sentía su piel fría totalmente expuesta y la dureza del acolchado de la camilla médica.

Sabía perfectamente donde estaba, aunque no como había llegado ahí. No le dolía la cabeza, ni las muñecas, aunque debía llevar rato sujeto. Sus tobillos también estaban atados y había hombres alrededor. Podía sentirlos, presencias, humanas, observándolo desde más allá de su campo visual, tal vez ocultos allá arriba detrás del panel de doble vista.

Se sentía mareado, aturdido. Su cuerpo estaba laxo, como flojo. No tenía fuerzas para nada. La oscuridad regreso, entre brumas.

 

***

 

Lo siguiente que sintió fue una caricia en su pecho. La luz no le lastimaba los ojos, de hecho, había oscuridad. Tenía una venda, y nada más. Sus labios carnosos, sonrosados, eran el rasgo dominante de su cara y estaban entreabiertos. Un jadeo escapó de entre ellos al sentir la cosa en su trasero.

Algo pequeño, delgado, sintético, rozando entre sus nalgas cerradas. Tenía los muslos alzados, separados. De inmediato los bajó y los cerró. Sintió el tirón en los tobillos. La mano en el pecho se alejó y fue sustituida por unos labios, unos labios muy suaves, en su pezón.

Se tironeo, pero estaba fuertemente atado, no de modo que le cortara la circulación, no si no se oponía, pero bien sujeto con material médico. La lengua en su pezón trataba de tranquilizarlo, esos placenteros circulitos querían decir relájate, todo estará bien.

Pero no podía estarlo porque estaba ahí contra su voluntad, no sentía el familiar roce del pelo largo femenino y seguía sintiendo las presencias, masculinas, ahora más cerca.

Se tironeo de los brazos cuando sintió los dientitos mordisquear su pezón, alzándolo un tanto: entre el placer y el dolor, justo como le gustaba. Tantas de sus fantasías empezaban así, con el atado y/o vendado.

La boca le dio tratamiento a su otro pezón y estuvo a punto de ceder. Se sentía tan bien. Su miembro empezó a hincharse sobre su vientre, a la vista de todos. En cuanto Mulder se relajó, la cosa, ahora lubricada, volvió a tocar su piel.

-¡No! – gritó.

Tal vez, si iban a complacerlo… No era la primera vez que pensaban que le gustaban esas cosas.

Un momento de incertidumbre, los labios se separaron, las fuertes manos que cogieron sus muslos, dos cada uno, alzándolos, separándolos, exponiendo su trasero.

La cosa volvió a picárselo. Se sentía tan guarra. Resoplaba, agitado. ¿Cuántos hombres estaban ahí? ¿La del pecho, era una mujer? A la señal del hombre de arriba le separaron las nalgas: eran demasiado carnosas y abundantes para que la mera posición dejara expuesto su agujerito.

Ahora estaba, rosado, a la vista de todos. Mulder sentía el aire frío y apretaba los dientes. Resopló cuando tocó su ano. No, su ano no. Se sentiría ridículo de gritar y rogar a esos malditos bastardos. No les daría esa satisfacción.

La cosa entró y al menos pudo sentir que era de plástico. Silicón flexible, bastante rígido pero bastante suave. Bastante pequeño, lo que era bueno, o malo, según se viera. No le hacía daño pero había entrado con facilidad. Y ahora estaba ahí, sujetado por varios hombres cuyas miradas lujuriosas podía sentir, abierto y penetrado por un objeto, un objeto que se sentía raro, inquietante. Lo movieron y la incomodidad aumentó. No le gustaba, no le gustaba esa sensación.

Y los dedos suaves rozaron su vientre, cogieron su miembro y lo manipularon. Pronto los labios, la lengua húmeda, se sumaron y fue débil. Meneó la cadera, y la cosa, en su interior. No quería ignorarla. La sensación mojada, resbalosa, atrás, y el pequeño grado de abertura daban nueva dimensión a la experiencia. Los labios húmedos se deslizaban y la cosa húmeda se deslizaba, succionando y abriendo, respectivamente, y ya junto se sentía tan bien.

Le sacaron la cosa resbalosa, toquetearon con ella entre sus nalgas, picaron su agujerito hasta que la sensación fue tan enloquecedora que lo cerró, tratando de atraparlo en su interior. Las manos que sobre sus muslos ya no hacían fuerza, solo sujetaban. Bien abierto de nalgas recibía los cosquilleos y picoteos sobre su culo que amenazaban con volverlo loco.

Y los labios, los suaves labios no dejaban de comérselo ni los dedos suaves de juguetear con sus bolas, alzándolas, rozando atrás, presionando atrás, tocando su ano al mismo tiempo que la cosa, sobando su entrada dilatada en torno al juguete que vibraba en su interior.

Ahora el único deseo de Mulder era que fuera más grande.

 

***

 

Mulder estaba sobre manos y rodillas, ya sin ninguna restricción. Le gustaba la venda en los ojos por la sensación de aislamiento que le producía, pero nada más. ¿Qué caso tenia ver a aquellas máquinas de matar, perfectas en sus músculos, bien parecidos como la mayoría de los militares?

Ya sabía que no eran médicos sino soldados. No siempre los mismos, pero como si lo fueran. Eran uniformes, como la ropa que llevaban. Silenciosos, nunca decían ninguna palabra. Ni el, tampoco. Se acoplaban perfecta, físicamente, a lo que hacían.

Varios lo rodeaban y uno lo poseía. Vigorosas vergas se sucedían sin pausa hasta que él caía rendido. Su cuerpo estaba cansado pero su voluntad estaba dispuesta. El fuego que se había encendido en su culo no lo apagaría ninguna cantidad de semen. A veces los dedos suaves limpiaban el exceso pero la mayoría de las veces el soldado tenía que comerse la corrida de su predecesor.

Reconocía al que lo estaba penetrando, por su manera de sujetarle las caderas, jalándole las nalgas para entrarle más hondo. Le gustaba. Era uno de sus favoritos. Era increíble que rasgos de personalidad pudieran percibirse incluso en situaciones así.

Le siguió uno que no le gustaba tanto como la movía, pero si como la tenía. Grande, grande, grande. Debía de ser la más grande de todas y el que siguiera iba a tener un gran hueco que llenar. La ocurrencia lo hizo reír: un gran hueco que llenar.

Se dejó caer del pecho, el soldado lo sujetó de las caderas para que siguiera erguido. Mulder le dejaba cargar con todo el peso mientras él se abandonaba laxo al placer. Le gustaba, le gustaba tanto: era justo lo que necesitaba, el porqué de tantos videos porno pero ninguna prostituta. El, que buscaba la verdad, pero no en sus deseos sexuales. Ahora esa verdad le había sido revelada y refulgía, lo arrastraba. De orgasmo en orgasmo, de penetración en penetración. No quería volver a ser activo nunca más; era tan dulce perderse en la sensación de una polla atacando su ano. Llenándolo. Una tras otra, como una tempestad, y, a la vez, tan calmo.

Alguno de ellos le dio la vuelta. La venda se aflojó, podía percibir la intrusa luz en su mundo de sensaciones corporales. Le mantenían las piernas abiertas, arriba y lo penetraban con vigor. No se cansaban esas máquinas, eran perfectas. Como los abdominales que veía apretarse, moverse, acercarse y alejarse un poco a través de la franja que dejaba la venda.

-¡Más! – gritó, y al instante otros se acercaron.

Uno en cada lado, en cada mano, una poderosa erección. Jaló una para acercarla a su boca y luego otra. Una y otra. Duras, babosas. Fue llenado de esperma mientras tenía una en la boca y apenas los dedos desahogaron el exceso de fluido fue reemplazada por otra. Sacudido. Penetrado. Complacido sin tregua, ni descanso. Quería expandir el límite de sus fuerzas. El semen de otro hombre le inundó la boca y él lo dejó escurrir, todo. La siguiente polla relevó a la rendida de inmediato, penetrando sus labios abiertos, llenando su boca como llenaban su culo, y él apretó la que tenía en la mano. Un quejido se dejó oír y masturbó como si quisiera arrancarlo.

 

*

 

Arriba, detrás de la seguridad del plexiglás, el fumador aplastó la colilla contra el cenicero. Ya había muchas ahí. Nadie más que el presenciaba el espectáculo y le complacía ver como los instintos animales derrotaban al hombre. Y estaba haciéndole un bien, además.

Después de todo, era su hijo.

 

 

Notas finales:

Oh, Mulder! Eres la turra mas culera y demandante que he visto, pero me encantas.

Gracias por leer.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).