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Latidos silenciosos por urahara

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Notas del fanfic:

Esta es mi primera historia publicada. Seguramente publicare un capitulo cada semana ya que tengo planeado que sea más o menos larga.
Advertencia: esta historia puede contener criticas hacía la Iglesia Católica.

También pásense por mi página de fa donde estaré subiendo contenido que no puedo subir aquí (como imagenes y dibujos) y algunos escritos relacionados que al mente no agregue a la historia:

https://m.facebook.com/UraharaWriter-Latidos-Silenciosos-1303915036327625/

<<¡No, no, no y no; no otra vez, nuevamente es lunes!>> pensaba sintiendo que las sabanas no me dejarían salir nunca de la cama, y es que en ese momento no había otro lugar en el que deseara estar. A pesar de los rechinidos de la cabecera y las sabanas que en algún momento fueron blancas ese lugar me parecía de lo más cómodo. <<¡no quiero tratar con esos demonios!>>.

No mal interpreten la situación, yo adoro a mis estudiantes, desde que me convertí en sacerdote mi sueño fue enseñar en el Instituto Nuestra Señora de la Santa Cruz, uno de los institutos masculinos más prestigiosos y conservadores del país; pero había llegado el lunes ¡el horrible lunes!, eso significaba estrés o, mejor conocido por mí, como Mateo Peralta, el niño de mis pesadillas. Cada lunes, sin excepción, de 8:15 a 9:45 ese mocoso se encargaba de arruinar mi día con sus bromas y comentarios de mal gusto. No es como si no fuera un alumno problema en todas las clases, no por nada había repetido el último curso dos años seguidos, pero en mi clase de religión era simplemente insoportable. Solo no lo han expulsado porque “es un pobre cordero descarriado”, pero la verdad es que sus padres tienen dinero suficiente como para sobornar al director.

Por fin tome las fuerzas suficientes para darme una ducha rápida y vestirme con unos pantalones azul marino que no me moleste en planchar, una camisa blanca que había usado el día anterior, un suéter negro y unos zapatos que pedían a gritos ser lustrados.
Me quede algunos minutos observando mi figura en el espejo, dejando pasar los segundos para estar el menor tiempo posible con cierto energúmeno que ya mencione. Note las enormes ojeras debajo de mis ojos verdes, un poco disimuladas gracias a mi piel morena, pero igualmente muy notorias, peine un poco mi cabello castaño, me afeite con cuidado y lave con lentitud mis dientes, para finalmente salir de la habitación con la mejor sonrisa fingida, digna de mi persona: el “querido” profesor Gabriel de religión.
Caminando por los pasillos no pude evitar que mis pensamientos fueran en torno a Mateo. Y es que sí, me saca de quicio, pero no soy tan ciego, ni tan malvado como para que su actitud me sea indiferente, todo profesor que lo viera sabría que tras su máscara escondía algo, es obvio, algo debió haberle pasado. Es su actitud, siempre distante, escondiéndose en bromas y juegos sin sentido, algo le pasa, eso es seguro. Y me había dado cuenta de esto desde la primero broma que me hizo, de la cual prefiero no hablar, y entendí lo complejo que podría llegar a ser mi alumno, no sé cómo estaba tan seguro de eso, pero algo me lo decía, tal vez es solo que quise pensar que hay una razón lógica para su actitud, una buena razón, quiero pensar que en el fondo es una buena persona, digna de mi cariño; aunque con el tiempo me he tenido que dar cuenta, desgraciadamente, que en este mundo hay mucha gente de malas intenciones, pero Mateo no, él no es así, estoy seguro, a él le pasa algo… no tengo duda de ello.
Sí, sé lo que están pensando ahora: “¡oh! ¡pobre Mateo! El es solo un pobre e incomprendido niño a quien ni su profesor de religión ayuda”, y créanme, he intentado hablar con él, ¡pero es que es tan obstinado! ¡Nunca he podido hablar civilizadamente con él! Cada vez que me acerco a él, que es la mayoría de mis clases, y trato de hablar, le pregunto por su actitud, su relación con sus compañeros, o los profesores, los últimos acontecimientos de su vida, cosas de su familia, cualquier cosa que me dé un indicio de lo que le pasa, pero él siempre se comporta como todo un bruto y sin esperar a que termine de hablar se va azotando la puerta de mi sala y dejándome hablando solo. Además de niño no tiene nada, si ya tiene 20 años.
Tan sumido estaba en mis pensamientos que me sorprendí al encontrarme de frente con la puerta de la sala 12. Llene mis pulmones de aire y exhale con pesadez, intentando darme fuerzas, para luego abrir la puerta siendo atentamente recibido por un líquido rojo cayendo sobre mí, seguido de un balde en mi cabeza y luego las risas de mis estudiantes. Mire el salón buscando al culpable. Ahí estaba Mateo, en el piso, llorando de risa. Llevaba el uniforme del instituto, claro que no lo parecía, con la chaqueta y botas de cuero combinando con sus pantalones negros y muy apretados; el cabello crespo, largo y desordenado, y completamente lleno de piercings que contrastaban con su carita angelical, su piel blanca llena de pecas, esos bellos ojos azules y unos finos labios de un constante tono carmesí.
Espere un poco menos de quince minutos a que dejara de ¡descojonarse en mi cara! para olfatear el liquido que corría por mi cabello y mi suéter, que precisamente era la única prenda decente que llevaba ese día.
-salsa de tomate, que innovador Mateo- bufe con sarcasmo.
-Gracias profe Gabi -decía entrecortadamente por la necesidad de respirar luego de un ataque de risa- quería compensar lo del zorrillo de la semana pasada.
-hablaremos después de la clase- dije dejando el tema de lado mientras me quitaba el suéter y me limpiaba el cabello con un pañuelo que amablemente me dio Lucas, gracias a alumnos como Lucas es que me encantaba enseñar.
Ya estaba acostumbrado a las bromas de Mateo, por lo que no suspendería mi clase por una de sus más simples jugarretas.
Luego de quedar más o menos decente comencé la clase con mi ánimo de siempre:
-¡bien chicos! ¡hoy estudiaremos los mandamiento!
Se escucho un “¡buuuuhhh” desganado por toda la sala. <<así da gusto enseñar>> pensé <<nótese el sarcasmo>>
-bueno si tanto odian mi clase podríamos salir a hacer caridad con el asilo de ancianos San José
-¡NO!- gritaron mis alumnos al unisonó provocándome un semi-infarto
- Quiero decir- trato de excusarse Lucas-creo que es importante que los jóvenes de nuestra edad conozcan bien los mandamientos.
-muy bien. ¿Quién sabe cuál es el mandamiento más importante?-pregunte, pero nadie parecía responder, hasta que una tímida mano se alzo.
-sí, Lucas-
-“amaras al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alama, y con toda tu mente”- respondió Lucas correctamente.
-pero que absurdo-se escucho en un susurro lo suficientemente alto como para que la mitad de clase se volteara a ver a Mateo en el ultimo banco de la izquierda. Cuando noto esto solo se encogió de hombros y yo preferí ignorarlo. Deje pasar un momento y conté: <<1, 2, 3...>>. Suspire y seguí con mi clase:
- y si han repasado como Lucas, sabrán cual es el segundo mandamiento más importante: “amaras a tu prójimo como a ti mismo”
- pero es que acaso no escuchas las estupideces que dices- interrumpió nuevamente Mateo entre risas. Y al ver todas las miradas de reproche hacia el solo dijo- ¿Qué? Es lo que creo-
-pues guarda tus opiniones cuando salgas y así no interrumpes mi clase- fui tajante, hable como muy pocas veces le hablo a un estudiante- no me obligues a castigarte.
-vamos, profe Gabi, usted nunca ha castigado a nadie, ni siquiera a mí- se burló- no tienes los cojones para eso-
Sentía como la ira se apoderaba de mí. Lo peor es que tenía razón. Nunca he castigado a un alumno porque los castigos en este instituto suelen ser muy estrictos, así que solo los dejaba ir con una advertencia. Pero esta vez no sería cobarde, le demostraría a ese niñito que tenia los huevos bien puestos.
-¡Mateo estas castigado!- casi grite- y no soy “Gabi” soy el Padre Gabriel, y me empezaras a respetar. Lo discutiremos al final de la clase.
-¡Uy! El cura se puso bravo
-castigado una semana
¡¿ una semana?! Pero…- trato de decir, pero lo interrumpí.
-¡no hay peros!, ahora lean Mateo: versículo 22, del 34 al 46 y hagan una interpretación en sus cuadernos.
Todos mis alumnos sacaron apresurados sus biblias y comenzaron la actividad. Nunca había infundido temor en mis alumnos, eso pesaba en mi conciencia y me arrepentía de haber sucumbido a las provocaciones infantiles de mi alumno. Al menos la clase transcurrió tranquila y sin más interrupciones de “ya saben quién”. Hasta que sonó la campana y pude notar perfectamente como Mateo intentaba escabullirse camuflándose entre la multitud, tratando en vano de salvarse de su castigo.
-señor Peralta, ya lo vi-finalmente se dio vuelta mirándome, con esa expresión engreída.
-muy bien, Padre Gabriel- dio énfasis en esas palabras burlándose-¿y mi castigo?
- estará en detención una hora después de clases conmigo, por una semana-
-¿eso es todo? Sabía que era un cobarde -
-mejor dicho un mes de castigo-
-uy, ahora un mes-
-olvide la detención, elegiré un castigo y me ayudaras en la iglesia los fines de semana-
-Ok, mejor me callo- entonces tomo una silla y se sentó frente a mí. En ese mommento estaba muy irritable así que decidí mantenerme callado unos segundos. Esto dio paso a un silencio incomodo para mí, pero que paso indiferente para él. Después de un rato hablo por fin:
-bueno Padre, ya en serio, dígame de una buena vez el castigo- dijo con soberbia- tendrá que ser imaginativo. Conozco todos los del manual. Escribir en la pizarra, ir al orientador escolar, lavar los baños, rezar unos cuantos rosarios y la siempre confiable regla de madera-
- si me dices lo que te pasa, tal vez no te castigue-fui directo al punto. Él solo rodo los ojos como diciendo “otra vez va a empezar con el cuestionario”, porque, como les dije, esa ya era una rutina para ambos.
- ¿de qué habla?- pregunto tratando de esquivar mi pregunta.
-tú sabes de lo que hablo. Puedes confiar en mí. Realmente no quiero castigarte- ambos sabíamos a que me refería, solo que él no quería admitirlo, pero yo lograría que lo admitiera. Su actitud no me era indiferente y el bien lo sabía.
-¿puede ser mas especifico? En serio no lo entiendo-
-seré mas especifico ¿Cuál es tu problema? Explícame tu conducta. ¿tus compañeros te causan problemas? ¿no logras consentrarte en clase? Sé que te pasa algo, ayúdame a ayudarte, si me dices no te castigare- no estaba siendo tan paciente como las otras veces.
- castígueme- dijo cortante- no me interesa hablar con usted -yo lo ignore
-¿Cuál es la razón de comportarse así? ¿tal vez te metes en problemas para llamar la atención?- insistí.
¡¿Qué no escucho?! ¡Castígueme!- grito perdiendo la paciencia, pero yo insistí.
-tu castigo será hablar conmigo-
-entonces me voy-
Se paro tirando la silla dispuesto a salir de la clase sin mayor explicación. Debía detenerlo. No quería que nuestra charla terminara así, no otra vez. Debía saber la verdad, esta vez no me dejaría hablando solo.
-¿Por qué odias mi clase?- grite para llamar su atención.
-no odio su clase. Lo odio a usted- fue tajante, sin una pizca de arrepentimiento.
Note una punzada en el pecho. Nunca alguien me había odiado antes, mucho menos un estudiante. En ese momento casi sentí arrepentimiento por haber querido saber una verdad tan dolorosa.
-¿Por qué?- dije dolido y con un nudo en la garganta que intente disimular sin éxito. Por un minuto creí ver un poco de compasión en sus ojos, pero luego exploto.
-¡porque los sacerdotes me dan un puto asco! -grito- con todas esas mierdas sobre amar al prójimo… son solo un montón de hipócritas- estaba como loco, caminaba a grandes zancados por todo el salón hasta que se acerco tanto a mi rostro que incluso me sentí intimidado- Como si amaran al prójimo, ¡Cómo si alguien me amara a mí! ¿¡Acaso tú me amas!?-
-tú eres mi prójimo y te amo- dije suave tratando de calmarlo.
-ah, sí claro, si supieras como soy- se veía frustrado, pero al menos había dejado de gritar.
-si tienes algún pecado puedes confesarte conmigo. Dios siempre perdona-el rodo los ojos, medito un rato
- ya que, puede ser divertido-
-Muy bien. Ave María Purísima-comencé.
-sin pecado concebida- me sorprendió que supiera como continuar.
-¿Cuándo fue la última vez que te confesaste?
-A los quince, ya hace cinco años-
-¿de qué te arrepientes?-
-no me arrepiento de nada-

<<esto no va a llegar a nada. ¿cómo hacer que hable?>>

-entonces…¿Qué quieres confesar?-

Él lo medito, hasta finalmente reír y susurrar, más para sí mismo que para mí, “ya que, un profesor más que me odie no es gran cosa”

-Soy gay -dijo por fin, y luego se limito a mirarme esperando mi respuesta, que nunca llego. <<¿¡Eso era!? ¿solo por eso me odio todo este tiempo?>>. Sentí rabia por la imagen que tenia de mi, pero no hable, estaba seguro que si abría la boca iba a arruinar todo.
-¡¿Qué no escuchaste?- gritaba furioso, con la voz en un hilo y los ojos cristalinos-! ¡soy gay! Homo, marica, loca, joto, colisuelto, un muerde almohada; como quieras decirle. ¡soy un pecado! ¡un “discípulo de Satanás”, un “error de Dios”! – se oía desesperado. De repente lágrimas empezaron a caer desenfrenadas de aquellos ojos azules que ahora parecían oscurecerse a cada segundo, todo paso tan rápido que no me di cuenta cuando comenzó a llorar tan desesperadamente- ¿es que acaso no va a decirme nada?, ¿no le doy asco? ¿no le causo repulsión? - su voz cada vez se quebraba más, incluso parecía que se quedaría afónico.
Quise tranquilizarlo de algún modo. El rebelde y rudo Mateo Peralta esta en frente de mí, llorando, tan frágil, la imagen que tenia formada de él se esfumo en cuanto vi caer la primera lagrima. Quise abrazarlo, acunarlo en mis brazos y acariciar delicadamente su cabello negro hasta que cese su llanto, pero me contuve, era un profesional, muchas personas se confesaban conmigo hasta incluso derrumbarse, pero ver a Mateo así, simplemente, por alguna razón, me destruía. Esa inocencia y fragilidad con la que se mostraba ante mí no podía soportarla. Nunca me habría imaginado la desesperación que reflejaba su rostro al contarme la verdad, pensé que en el momento que me revelara la razón de su comportamiento me sentiría en paz por poder ayudar a un alumno, pero al verlo así, solo sentía arrepentimiento por ser una de las causas de su pesar.
- diga algo… por favor-suplico, ya más tranquilo.
Tome sus delicadas manos y lo lleve a mi escritorio levantando la silla para que tome asiento otra vez. Analizando lo que debía decir, opte por lo más profesional.
-no es algo por lo que debas arrepentirte, ni mucho menos confesarte- tome su rostro para que levantara la vista - mírame. Mateo, no eres malo, tú no eres un pecado. Puedes irte en paz- dije esto con el tono más conciliador posible, él me miraba incrédulo. Obviamente dudaba de mí.
-¿eso es todo?- pregunto con voz temblorosa
-puedes irte. Espero verte más colaborador en clases. De todas formas, te espero mañana para continuar con tu castigo, aun no hemos terminado de hablar-
-Claro- tartamudeo, con la estupefacción impresa en sus ojos y camino lentamente hacia la puerta
-Mateo,- le dije antes de que se fuera-recuerda: “no juzguéis o seréis juzgados”
-claro- dijo nuevamente como una grabadora, sin voltear a verme, y se fue.
Quise pensar que le quite un peso de encima, pero más que nada, en ese momento, solo quería abrazarlo y gritarle mil veces “no estás solo” para que se lo grabara en la mente.
Todo parecía dar vueltas en mi cabeza, pero una cosa tenía clara: ayudaría a Mateo y me ganaría su confianza, y empezaría mañana mismo.

Notas finales:

Espero resivir comentarios, criticas e ideas.

Muchas gracias por leer.


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