Podría jurar que podía escucharme... compartimos el mismo apellido, pero la diferencia entre nosotros es mucho más amplia. El General Tadashi Hamada es el actual dictador de la pequeña isla de San Fransokyo, mi nombre es Hiro Hamada y soy uno de los tantos oprimidos de esta alguna vez gloriosa nación.
En este lugar no está permitida la privacidad, la libertad y el libre albedrío nos son arrebatados antes de que aprendamos el significado de esas palabras; no hay cosa alguna que hacer sin que el ejército se entere. La tía Cass fue ejecutada en la Plaza Central por el simple crimen de haber visto un programa de USA no autorizado por el gobierno.
Ahora estoy solo: la tiranía del General se ha cobrado las vidas de muchas personas, sus abusos mantienen a media isla con hambre, tampoco soy el único que ha perdido a su familia debido a él. Lo odio, en realidad lo odio demasiado, sin embargo... ¿es normal sentirme tan atraído por él?
Podría jurar que podía escucharme, el General podía leer mi mente y no podría hacer nunca nada sin que él supiera de ello.
Imaginaba diariamente el día en que lo viera cara a cara; pero por alguna razón no me veía combatiendo con él, no podía pensar siquiera en hacerle daño. El miedo que éste hombre me provoca es indescriptible y lo único que quiero hacer es mostrarme sumiso ante él, aunque otra parte de mí quiere matarlo de la forma más cruel e inhumana, justo como el gran tirano se lo merecería.
Me imaginaba tal vez encontrarme en la alcoba del gran General, él usaría su pulcro uniforme militar y yo yacería desnudo en su cama; el hombre me devoraría con la mirada para después acercarse a mí y morder mi cuello mientras toca todo mi cuerpo. Yo tendría que satisfacerlo en sus necesidades. El General Tadashi Hamada sería un hombre completamente apasionado en la cama y me lo demostraría en más de una forma, mientras besa mi cuerpo, muerde mi piel y mis uñas se encajan suavemente en la piel de su espalda. Sacia su apetito de carne con la mía, su más íntimo secreto pero más sonado rumor es verdad: al Generalísimo le vuelven loco los hombres jóvenes, mientras más inocente sea el rostro, más lascivo se vuelve. Le gusta embestir hasta destrozar por completo la inocencia; una vez satisfecho y mientras duerme, yo tomaría el Calibre .20 del uniforme que anteriormente se despojó, jalaría del gatillo y lo último que el General Hamada vería en la vida, sería el rostro de la persona con su mismo apellido... mi rostro.
Hiro Hamada habría hecho justicia en el nombre de tanta gente.
-¿Hiro Hamada, 14 años?- preguntó la voz de un militar frente a una camioneta del gobierno.
-Soy yo.-
-El General solicita su presencia.- dijo mientras él y otros dos uniformados me subían al vehículo.
Llegando al Palacio del tirano, unos hombres sin uniforme me bajaron de la camioneta y me despojaron de mis prendas para bañarme con un chorro de agua helada y dejarme como peso muerto en la alcoba principal... Y así empezaba lo que ya sabía cómo terminaría.
Podría jurar que podía escucharme...