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Parásito por Mokona negra

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Notas del fanfic:

 


 


Alfred x Arthur


capitulo único


En este fic, Alfred y Arthur no son naciones, solo personas comunes :3 


Los personajes no me pertenecen, creditos a sus respectivos autores.

Notas del capitulo:

Bueno, espero que disfruten este pequeño capitulo único. Y ¿Advertencias? Solo si no les gustan los feels, pues, esto no se libra de ellos.


¡Saludos! 


 


 


Alfred x Arthur

Acordamos vivir en un pueblo pequeño. Un poco perdidos en el mapa. De este pueblo, recuerdo un viejo árbol cerca de la casa. De un tronco ancho y hojas naranjas en otoño. Recuerdo que al mudarnos acá, salimos a visitar el árbol. Junte un montón de hojas y brincamos sobre ellas. Una corriente fuerte hizo una lluvia de gotas secas y te anime a atraparlas. Nuestro primer año después de casarnos fue maravilloso. Lleno de recuerdos agradables y de sabores diferentes. Recuerdo uno especialmente dulce.

 Acurrucado como gorrión en la cama. Un pajarillo mayor que yo, fue a canturrear al borde de mi nido. Agitando sus alas, agitando sus brazos. Viniste aun cuando la casa estaba a oscuras, pero con un brillo en los ojos que recuerdo como aquella tibieza de tus manos intentando despertarme.

-¡Ven Alfred! ¡Tienes que verlo! –Gritabas dándome de empujones para que saliera de la cama.

 De mala gana me levante. Sin pensar en el piso frio, de la poca luz. No me preguntaba qué era eso, que podía hacerte sonreír tan temprano. Tras las ventanas de cristal, veíamos la nada, que se convertían los cielos en la madrugada. No recuerdo haber visto estrellas o luna. Solo las aves madrugadoras que estiraban sus alas en la cima de los pocos árboles que había.

-¡Mira! –Apuntaste y mire.

 El sueño que había arrastrado al salir de la cama se esfumo por completo. Miraba un azul celeste claro haya en el horizonte, laminas doradas se alzaban como gigantes, haces de luz blanca tras los montes pelones donde las brujas brincaban de punta en punta como contaban los ancianos de pueblo. Después de ver mi primer amanecer aunque ya tuviera más de veinte, Arthur me mostro una sonrisa que se quedaría fresca en mi menoría hasta mis últimos días. Tras un fugaz recuerdo dulce, la punta de la lengua me cosquillea, adormecida. Veo, no soles, ni sonrisas, ni siquiera un azul celeste. De eso, después de un año, ya no más.

 La televisión encendida es la única que hace ruido en la sala, están las noticias como cada mañana, En el pasado, las personas miraron alarmados esas noticias. La angustia y el miedo estuvo flotando mucho tiempo entre las multitudes.

“…Parásitos…Una nueva enfermedad que padece la humanidad. El parasito es una pequeña planta que emerge de la piel como si fuera esta, el suelo donde crece. Pequeños retoños crecen poco a poco en el cuerpo, lo fatigan tomando su energía. La planta parásito tiene un ciclo de vida de un año. Los extremistas dicen que es un castigo por parte de la madre naturaleza por todo el daño que le hemos hecho. Otros que es simplemente la enfermedad de moda que con mucha investigación médica, química y demás, pasara. Pero lo que es cierto, es que esta enfermedad ah echo cambiar a las personas de cierta forma.

 “Si alguien desaparece es una pena, pero es bueno que no hayas sido tú, si alguien desaparece es una lástima, pero es una alegría que no te haya pasado a ti. Se muestran tristes y lo repudian, pero mientras no les pase nada a ellos, todo está bien. Simplemente no hay interés por alguien que no sea uno mismo”

-Se escucha un alboroto.-Dice Arthur entrando a la pequeña sala, había estado en el balcón.- ¿Qué dicen las noticias?

 Frunzo el ceño. No debería de estar en el balcón. Si no descansando.

-Es verano.-Contesto y me mira con ojos de reproche.

-Pregunte por las noticias.

-No lo sé. No las estoy viendo y no escucho ningún alboroto.-Respondo de mala gana.- ¿Qué haces en el balcón?

-Necesitaba aire puro.

Resopló.

-No deberías. Debes de descansar, es verano.-Repito.

-Lo sé.

El calor de la estación, no es notorio por las mañanas, pero al pasar un par de horas se hará insoportable.

 Voy al balcón y un golpe del aroma de la tierra húmeda, me hace cosquillas en la nariz. La tierra de las violetas que tienen como hogar nuestro balcón está mojada. No me enfado, pero no puedo evitar mirar de reojo a Arthur. Toqueteando la pared, Arthur camina hasta la cocina. Lo sigo, solo veo su espalda y las noto. Han mantenido su tamaño, cortas como los dedos de Arthur, pequeños brotes delgados como mondadientes crecen con un color verde musgo. Cada retoño tiene dos hojitas en forma de corazón, diminutas. Desalineadas crecían aquí y haya en su cuerpo, su piel clara era su tierra que necesitaban para vivir. Esos brotes, de pinta inofensiva, flexibles y tambaleándose con cada pisada que daba eran solo parásitos.

  Hace tiempo, cuando la tierra empezó a defenderse, las personas fueron su blanco.

 Las personas dicen que la naturaleza se abrió paso para poder sobrevivir al peor depredador de la Tierra. En cada uno existe la posibilidad que el parasito de brotes comience a crecer. Sin una cura.

En primavera: Los brotes comenzaran a ser gala de presencia en la piel. Comúnmente se les identifica por las erupciones que marcan la epidermis en manos, brazos, hombros, espalda alta, cuello y cabeza. No las percibes. Solo eres una bonita caricatura que lleva una flor en la cima de la cabeza.

 Las personas habían tratado de “arrancarla” o “podarla”. Esto sería igual que tratar de amputarte un dedo o una mano. Los anestésicos no son efectivos. Además si llegara a ser podada, el retoño volvería a crecer. “Hierva mala, nunca muere”

En verano: los brotes pueden llegar a cambiar un poco, llegando a parecer dientes de león de menos tamaño; solo puedes ver como una capa esponjosa y blanquecina que se forma a centímetros de la piel, como una nube propia. O pueden llegar a desarrollar espinas delgadas que se incrustan en ajenos si llegaras a tocarlas. En esta etapa se cree con mayor popularidad que el contagio es mayor, pero en realidad no se ha demostrado.

En otoño: Los brotes se vuelven frágiles, sin vida. Parece que el parásito muere. Pero no es así del todo. Aun con la apariencia de un botón sin pétalos, hojas o espinas, el retoño sigue vivo.

En invierno: Muere.

 Cuido a mi pareja desde la primavera con mucho esmero. Me eh convertido en su médico personal desde que me enamore de él en el primer año de la facultad. Y ahora, que esta maldita enfermedad del parasito lo aqueja….me siento el más inútil e incompetente del mundo…si existe un dios, creo que, es muy cruel.

 -¡Ey! ¡Alfred! ¡Aaal! –Grita Arthur sacándome de mis pensamientos.

-¿Qué? –Contestó en automático.

-El desayuno se enfría.

 Eh dicho que lo cuido desde la primavera. Pero no puedo evitar pensar que es al revés.

 En su cuerpo los brotes se han quedado con su misma apariencia desde un principio. Cada brote verde musgo acompañado de dos hojitas.

-No hay luz.

-Ya me di cuenta.-Dice Arthur en tono burlón.

 El pueblo está a oscuras esta noche, por esa razón habíamos salido al balcón a despedir los últimos rayos de sol.

-¿Tenemos velas?

 Arthur asiente.

-Espero que no tarde en regresar.- Digo pensando en que esto es por culpa de delincuentes juveniles o haraganes.

-Me aburro. Juguemos.- Suelta de pronto Arthur.-Veo, veo con mis lindos ojos…tres piernas que caminan juntas…

-¿Qué es eso? –Hago una mueca. Y busco en las calles. Las personas no tienen tres piernas, así que es…-Ahí.-Digo señalando a un anciano de ropa seria que camina con ayuda de su bastón.-Fácil.-Fanfarroneo.- Me toca.

 Nuestro pequeño juego es igual de viejo que nosotros. Siempre que estamos aburridos y sin nada que hacer lo jugamos. No es por nada, pero yo soy siempre el que gana. Tengo una buena vista, como de águila, aunque no es necesario tenerla para saber que el verano terminara.

-Veo…Un bonito verde, uno que se mueve dando brinquitos de vez en cuando…

-Son pistas muy raras. Pero creo que dices alguna planta ¿No? –Dice Arthur mirando a la calle y las casas vecinas.-Tienes que darme más pistas, hay muchas plantas.

 Abrazo mis piernas cuando el sol cae en el horizonte. El naranja se desvanece del cielo pasando a un morado que se va transformando en el negro de la noche.

-Lo que ves… ¿Son mis brotes?

 La primera estrella en el firmamento ni siquiera es una estrella. Marte asoma sus narices en el cielo que se vuelve oscuro.

Asiento. Hay un silencio. Casi no hablamos de los parásitos de su cuerpo. Los dos vemos las violetas y sus pequeñas flores que hacen honor a su nombre. Arthur ah echo un buen trabajo cuidándolas.

-Pronto comenzaran las lluvias.-Rompe el silencio.

-Sí.

-Podríamos buscar luciérnagas.

-Hace años que no veo luciérnagas en el pueblo.-Exagero.

-Pero podría ver este año.

 Sopla el viento veraniego y los retoños se mesen. Arthur no lo nota, solo yo las puedo ver y pienso que son tan irreales.

-Veo, veo, un oso…

-¿Umh? ¿Un oso?

-Sí. También veo un cinturón, un escorpión, un unicornio…

-¿Dónde ves eso?

  Arthur sonríe y señala con su dedo el cielo.

-Ya no está el sol, pero hay mucho que ver aún.

 Miro el cielo estrellado abriendo la boca. Arthur se refiere a las estrellas de un cielo salpicado de pronto de millones de diamantes diminutos y a la vez inmensos.

-Eso no se vale.-Replicó.

 El pueblo que queda sin luz hasta ya entrada la noche. Pero está bien, siempre y cuando pueda seguir jugando con él. Nos perdemos en nuestro pequeño juego, poco ingenioso e infantil. Pero me alegra tanto poder hacerlo.

 Los días y noches pasan, los brotes no pierden su brillo y su color verde musgo cuando las lluvias se hacen presentes. Refrescan los alrededores. Hay un día en especial que el clima se muestra bipolar; el sol perezoso le deja el cielo libre a una nube regordeta que se posa pomposamente encima del pueblo. Arrogante, muestra su mal carácter dejando caer una fuerte lluvia aun estando el sol presente. Es un espectáculo. La lluvia que va aumentando de golpe se hace ligera y los límites de la lluvia se pintan de colores con un arcoíris presente. La nube se ofende al ver que su castigo se ha vuelto un regalo y comienza de nuevo una lluvia incesante que golpea cada esquina del pueblo. Arthur mira a sus violetas por la ventana y su rostro se llena de preocupación. Veo lo que él y entiendo. Hay golpes en el cristal como si se tratase de una broma de niños revoltosos que lanzan piedras; pero no hay tal broma y no hay tales niños. Solo canicas blancas y heladas que golpean las ventanas con fuerza. Graniza. En minutos el enfado de un chaparrón se vuelve peligrosamente bello. Las calles, las casas, mi balcón se vuelven un tapiz blanco por las canicas blancas que caen del cielo malhumorado. Arthur se vuelve y camina con paso extraño a la entrada. Pienso que solo he recordado que tiene que ir al baño pero regresa y mirando el tambaleó de brotes temerosos en sus brazos desnudos, el muy testarudo sale al balcón.

-¡Arthur! –Le grito a  la par que abre un par de paraguas y que ajusta rápido en el barandal del balcón con un cinturón.- ¿Qué haces? ¡Entra a la casa!

 Como el granizo que no deja de caer, mi rostro se congela cuando noto porque Arthur se enfrenta a las canicas enemigas. Sus violetas. Está protegiendo sus flores. Mi enojo como la nube. Arthur hace que salga también al balcón. Le ayudo al muy cabeza hueca, desesperado, sintiendo como la adrenalina recorre mi cuerpo haciendo palpitar rápido mi corazón. Debí arrastrar de nuevo a Arthur dentro, pero en vez de eso me eh unido a su testarudez y ahora ignorando el terrible granizo terminamos de asegurar los paraguas que hacen de brincolín para los divertidos granizos que han dejado en paz las violetas de Arthur.

 No veo el momento para gritar lo descuidado y tonto que ha sido cuando estamos dentro de la casa de nuevo. Los dos nos empapamos. Arthur toma aire sacudiéndose el pantalón como si eso ayudara a disminuir lo que se ha mojado. Frunzo el cejo todo lo que puedo y cuando recupero el aliento abro la boca para regañarlo. Me inflo como globo y noto una sonrisita fugaz en su rostro con gotitas de la lluvia fría. Arthur está feliz de su proeza. Es entonces cuando mi enfado es tragado por otra cosa que me da un vuelco en el estómago al fijarme en sus brazos. Tienen unas manchitas rojas. Mi mirada viaja de sus brazos a los míos notando que los dos tenemos esas huellas que han dejado los granizos. Resoplo molesto dejándolo solo en la sala, escuchando a los inquietos granizos que siguen golpeando nuestra ventana y otro más que rebotan sin cesar en los paraguas que hemos puesto. Regreso en cuestión de minutos a la sala con una toalla sobre los hombros y otra para Arthur.

-¡Que granizada! –Suelta deslumbrándome con su sonrisa ignorante. Arthur regresa frente a la ventana. Seguramente a cerciorarse que los paraguas no han sido despedidos de su lugar correspondiente.

No digo nada, solo lo sigo con la mirada. Su cabello esta empapado y gotitas suicidas resbalan por sus mechones. Me muerdo la mejilla cuando veo que dos brotes han sido dañados por el granizo en el acto heroico de Arthur. Doblados de forma graciosa ya hacen en su espalda, sigo escudriñando cada uno de esas plantitas preocupado, ya que sé muy bien que esas plantitas hacen sentir dolor a su cuerpo si se llegan a maltratar. Noto otras tres “heridas”, sus hojas con forma de corazón están rotas o ausentes. “Plop, plop, plop” Hacen ruido las gotas que caen de mi cabezota a la alfombra.

-Ya está disminuyendo ¡Oh mira Alfred! ¡Todo se puso muy blanco! ¡Parece nieve!

 Veo la emoción hacer vibrar el cuerpo de Arthur. Suspiro vencido y lo dejo con su emoción mientras voy al cuarto a buscar nueva ropa seca y las botas altas; ya que tengo el presentimiento de que cuando termine este extraño suceso, querrá salir a las calles y no podre detenerlo aunque quiera. Arthur debería ser más serio, debería ser más cuidadoso. Se supone que es mayor. No debería comportarse como un niño pequeño. Preparado, espero a que la granizada se termine y que Arthur se de media vuelta para animarme a salir. Tomo aire y escondo con un suéter la piel golpeada por los granizos, pensando que cuando regresemos, lo castigare en la ducha y luego en la cama.

 Los días y noches de verano pasan con un ritmo acelerado. Los brotes agobiados por el calor no se dejan vencer tan fácilmente y orgullosos se enderezan como soldaditos verdes en la superficie de la piel de Arthur. Creo que hasta han sido osados porque un brote nació de su codo, más largo que cualquiera que tenga en el cuerpo y otros más han doblado su tamaño original. El verde musgo de los retoños, se vuelve amarillo en las puntas de las hojas. Ahora visten dos colores y me recuerdan el tornasol de un vestido muy feo. Por otro lado el humor de Arthur no ha cambiado ni en lo más mínimo. Incluso me atrevo a pensar que después de rescatar a sus violetas de ser despedazadas por el mal clima que disfruto después al bajar a la calle haciendo montones de hielo con el granizo que se fundía rápido por la luz del sol de la tarde ha sido mejor que en primavera. No obstante, sigo siendo cuidadoso con su salud. Trato que haga el mínimo de esfuerzo y la mayoría del tiempo peleamos por los quehaceres de la casa. Todo esto porque sé que solo queda poco tiempo…todo por culpa de esos brotes. Las fuerzas de Arthur se agotan con rapidez después de que los últimos días de verano se nos echaron encima. Trato de no verme preocupado y solamente actuar de forma natural cuando estoy con él, cuando estoy viendo sin ver sus brotes tornasol, sus feos y aun bonitos brotes tornasol.

 -¡Ya llegue! –Grito cerrando la puerta principal detrás de mí. Eh escapado de una repentina lluvia pasajera que ha querido pillarme cuando eh salido por víveres a la tienda.

 Busco a Arthur sin tardar en encontrarlo. Esta frente a la ventana, últimamente se la pasa frente a la ventana. Me acerco sin hacer ruido para pararme justo detrás de él. Sus brotes son un poco diferentes, están pálidos.

-¿Qué haces? –Pregunta notando mi reflejo en el cristal.

-Nada.

-Ah.

-¿Qué? –Preguntó.

-Nada.

-¿Qué haces tú?

 Arthur vacila por un segundo.

-El fresco de la lluvia se siente bien.-Contesta.

-Pasas mucho tiempo ahí o en balcón. Puede darte un resfriado.

-Las personas infectadas no se enferman.

 Se me revuelven las tripas al escuchar una de las tantas curiosidades que hace la enfermedad de los Parásitos con sus huéspedes.

-Mn. Si, ya sé.-Me doy media vuelta.-Aun así no deberías estar ahí tanto tiempo, deberías recostarte y descansar.-Hare la cena.

-Está bien “linda”

 Gruñí para mis adentros cuando Arthur se burló sin mala intención escabulléndome a la cocina. Quise ocupar a mi mente en otra cosa pero solo empeore la situación. Recordé que el verano había terminado y eran ya los primeros días de otoño. Había lluvias repentinas que caían sin aviso; ahora mismo caía una. Lluvia, lluvia dentro también. Los brotes de mi pareja eran un poco inusuales pero…Escondido en un rincón de la cocina resbalé por una de las paredes cuando dentro de mi algo helado se escurría. ¿Por qué el tiempo corre tan rápido? Me pregunte frotando mis ojos para que la lluvia que caía dentro se borrara de mi rostro.

Los brotes como las estaciones, cambiaron sutilmente.

-¡Ven! –Me llamó Arthur desde el balcón.- De todas formas no hay luz dentro.

-Ni afuera.-Me queje.-Ten, hice chocolate caliente.-Dije dándole una taza humeante.- ¿Por qué otra vez aquí?

-Me siento a gusto.-Dijo Arthur soplando la taza y dándole un sorbito ruidoso.

 El sol se había ocultado. Ya era la tercera semana de otoño, pero el frio se atrasó en llegar. Pero de todas formas tomamos bebidas calientes estando fuera y mi piel se ponía de gallina cuando llegaba la noche. Soy una persona friolenta.

-¡Mira Al! ¡No lo puedo creer!

-¿El qué?

 Arthur, con su mano en mi cabeza, hizo que levantara la vista haciéndome ver el panorama del pueblo que se quedaba de nueva cuenta en la oscuridad.

-No entiendo.-Dije sintiéndome extraño.

-Las estrellas bajaron.

-¿Qué dices?

-¿No lo ves? Brillan en las calles.-Esbozó una sonrisa sin soltarme.

 Las estrellas a las que se refería, eran en realidad luciérnagas danzarinas que bailaban al compás de los sonidos de la noche.

-¡Ya lo presentía! Sabía que este año habría luciérnagas.

 Arthur sonreía con satisfacción mientras tomaba chocolate y los ojos le brillaban con emoción. Era sin duda una cría.

-Vayamos afuera y atrapemos algunas. Usemos los frascos vacíos del café, les aremos agujeros a las tapas y acomodaremos los frascos con luciérnagas en la casa para tener iluminación natural.-Decía alegre.

 Mi boca cosquilleó. Deje el chocolate a un lado y me senté con las pocas fuerzas que tenía. La pared era fría y el suelo duro. Abrace mis piernas y escondí la cabeza entre ellas.

-¿Qué pasa Al?

-No podemos ir afuera. Es peligroso.

--Solo será un momento. Las calles son tranquilas, estaremos bien.

-No es seguro.-Repetí.

- Esta bien ¡Atrapemos luciérnagas!

-Si las atrapamos, morirán en los frascos. No quiero eso.-Me rompí.-No quiero que mueran.-Dije con el rostro oculto.

 Arthur suspiró de forma ruidosa sintiendo un peso en mi cabeza. Arthur me daba palmaditas. No quise levantar la cabeza. Me sentía avergonzado.

-Alfred mira…-No hice caso.- ¡Mira! O te lameré la cara.-Amenazo Arthur y sabiendo que era capaz de hacerlo alce la vista con pesar.

 Fruncí el ceño con una pequeña molestia entre el pecho y el estómago al ver pequeños destellos que aparecían y desaparecían sobre los brotes de Arthur. Sonreía de oreja a oreja.

-Les gusto.-Canturreó.- Soy famoso.

-Que tonto te vez.-Gruñí.

 Rodeado de aquellos destellos verdes y dorados adornando su felicidad, pensé de nuevo de Arthur como un crio que se fascinaba por sus alrededores, por aquellos pequeños detalles. Él no estaba asustado por la estación, no le temía a los brotes. No pensaba en las miles de cosas malas que podrían pasar como yo. Mi querido amor, simplemente sonreía. Era una niño tonto, un niño tonto que sonreía feliz.

-Pareces un árbol de navidad.

 Los dos nos miramos y enseguida nos echamos a reír.

  Yo, deseaba ser como él.

 El invierno llegó.

 Los brotes parásitos se tiñeron de dorado, como espigas de campo, pero diminutas. El cuerpo de Arthur, también cambio como las hojas de los árboles. Se puso delgado y la piel palideció como la nieve. Yo ya no me despegaba de él. Estaba por terminar. El invierno terminaría en pocos días.

-No debes levantarte.-Decía entre preocupado y enfadado.

-Estoy bien.-Replico Arthur tomándose del barandal del balcón.

-Te vez cansado.-Señale.

-Estoy bien.-Repuso de nuevo.-Me siento mejor acá fuera.

-Te traeré una cobija. Hoy hace mucho frio.

-No me gusta cubrir los brotes.

 Que los mencionará hizo que me fijara en ellos. En otoño se habían vuelto dorados, al terminar la estación, las flexibles ramitas habían crecido hasta volverse rígidas. Guardaban parecido a las ramas desnudas de arbustos que ya no tenían hojas que vestir. Algunas se curveaban erráticas, como manos huesudas que nacían de la piel. Un escalofrió recorrió mi nuca y paso por mi espalda. En primavera, recuerdo como algo dentro de mi pecho se rompió al ver aquella pequeña existencia nacer del hombro de Arthur. Mi boca se secó y temblé de pies a cabeza.

Arthur estaba infectado con la enfermedad de los parásitos.

 En verano ya eran más de diez o quince brotes que llevaban a cuestas. Su andar era un poco lento después de eso. En otoño, espere paciente cualquier cambio que pudiera sufrir su cuerpo, pero lo único que cambiaron fueron las plantitas. Vestían el oro representando la estación que pasaban aferradas a su cuerpo. Y, aquí estamos. La última estación. Invierno. La estación que lo culmina todo, incluso los brotes parásitos. Una corriente gélida se paseó por el balcón. Los ojos me pesaron de pronto. Camine para estar al lado de Arthur sintiendo que me agobiaba al ver su espalda cubierta por las ramitas torcidas.

-Hoy hay mucha neblina.-Le digo mirando como el pueblo es cubierto por perezosas nubes que han descendido hasta los techos de las casas adormiladas.

-Parece que flotamos en el cielo.

 Eso que pensé que se había roto en primavera, volvió a romperse cuando Arthur agrando la sonrisa de su rostro al mirarme.

 Siendo más pequeño, recargue mi cabeza en la suya.

-Siempre me muestras vistas singulares.

-¿Singulares? ¿Cómo?

 Lo pensé un momento.

-Contigo todo lo que veo tiene magia.

 Me aferre al barandal. Eran barrotes de hielo pintado de blanco bajo mis manos. Tensé la mandíbula y el frio comenzó a carcomerme el cuerpo.

 La risa de Arthur ante mi ocurrencia me tomó por sorpresa haciéndome sonrojar. Él con un simple movimiento detuvo el frio. Recargado aún, me rodeó con su mano tocando mi mejilla con cierta brusquedad.

-Siempre dices cosas tan raras que me hacen feliz. Por eso, no llores mi pequeño tonto.

 Llore.

Y el invierno termino marcado con besos húmedos, besos que deseaba fueran eternos.

 La enfermedad que conllevan los parásitos consta de un ciclo de un año. El parásito crece, se desarrolla y muere al ritmo de las estaciones que pasan a veces aceleradas. El parasito muere, el huésped muere.

 Los brotes aparecieron hace años. La tierra enfermaba por nuestra culpa y como una enfermedad la naturaleza solo la combatió. Eso pensaban muchos. Por eso los brotes se hicieron presentes. La naturaleza es una seleccionadora por excelencia. Ella solo intentó regresar a lo que debía ser. Eso lo sabía. La naturaleza siempre se abre paso para volver a nacer. Esta vez, nosotros fuimos su medio, su recipiente para que echara raíces nuevas. Pero eso no quiere decir que era nuestro fin.

  Una nueva estación llego, una estación de comienzos. Una que comenzaba con pequeñas yemas de brotes que empezaban a formarse en mi piel. Hacia cosquillas pero  no dolían como creí. Eran en la mayoría del tiempo imperceptibles. No tenía miedo de la enfermedad, ni de los parásitos   que habían invadido mi cuerpo. Estaba tranquilo, extrañamente sonriendo.

 Mire las hortensias que seguían creciendo en nuestro balcón. En este año, habría muchas cosas por hacer, muchas cosas que haría para, cuando me reuniera de nuevo con él, le pudiera contar todo lo que había hecho con una sonrisa.

-Pronto te volveré a ver Arthur…pronto…  

Notas finales:

Un poco de feels para su alma. Espero que les haya gustado este capítulo único, y bueno. ¿Qué les pareció? ¿Cursi? ¿Triste? ¿Término medio? Ya saben, déjenme sus comentarios y sus maldiciones si no les gusto lo que pasó al final XD

¡Nos leemos! 


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