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El conde Bakura por Hachimitsu No Miko

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Notas del capitulo:

Se pone cada vez mejor, jijiji, me emciono y eso que es mi propio fic, generalmente no hago eso

¡Por favor lean y si quieren dejar reviews se los agradecería mucho!!

El patio era de un tamaño considerable. La calesa se detuvo, el cochero bajó y me tendió la mano para ayudarme a descender. Luego sacó mis pertenencias y las colocó en el suelo, frente a una enorme puerta antigua. El cochero subió al pescante y tiró de las riendas; los caballos se pusieron en marcha y el coche desapareció.
Quedé sin saber qué hacer. No se veía timbre ni aldaba. Esperé un tiempo, llenó de dudas y temores. ¿A que sitio había llegado, y con que gente iba a encontrarme? ¿En que siniestra aventura me había embarcado? ¿Acaso era aquella una situación común en la vida de un pasante de abogado a quién habían enviado a explicar a un extranjero cómo adquirir una propiedad en Londres?
Enseguida oí al otro lado de la puerta unos pasos, y vi una luz a través de las rendijas. Enseguida hubo un ruido de cadenas y de cerrojos. Una llave giró en la cerradura, y se abrió la enorme puerta. Apareció un hombre joven de elevada estatura, con un largo cabello blanco, como el cochero, y vestido completamente de negro. Sostenía en la mano una lámpara. El hombre me indicó que entrara con un gesto cortés de su mano derecha, diciéndome: "Sea bienvenido a mi casa. Entre libremente y por su propia voluntad". No hizo señal de salir a mi encuentro. En cuanto traspasé el umbral, se adelantó y apretó mi mano con tal fuerza que me hizo estremecer; además, parecía la mano de un muerto. La fuerza de su apretón de manos y su apariencia eran tan similares a las del cochero, que por un momento pensé si no estaría hablando con la misma persona. Para asegurarme le pregunté: "¿El conde Bakura?". Asintió con la cabeza y respondió: "Sí, yo soy Bakura. Le doy la bienvenida a mi casa, señor Ishtar". Mientras hablaba puso la lámpara en una repisa, tomó mi equipaje, y antes de que pudiera anticiparme, lo metió.
Protesté, pero él insistió: "Nada de eso, usted es mi huésped. Es tarde y la servidumbre no está disponible". Insistió en llevar mis cosas. Atravesamos el corredor, después subimos por una escalera de caracol, y recorrimos otro largo pasadizo. Al llegar al final, el conde abrió una puerta y vi una habitación bien iluminada en la que había una mesa dispuesta para cenar y una chimenea en la que ardía un fuego de troncos.El conde cruzó la estancia y abrió otra puerta, invitándome a entrar. Era una amplia alcoba caldeada por un fuego de leña. El conde llevó dentro mi equipaje y se alejó, diciéndome antes de cerrar la puerta: "Después de tan largo viaje, necesita descansar y asearse. Espero que encuentre todo cuanto necesite. Después diríjase a la otra estancia, donde encontrará su cena preparada".
La luz, el calor y la cortesía del conde disiparon todos mis temores. Como estaba hambriento, me aseé y volví a la otra estancia. Encontré la cena servida. Mi anfitrión, que esperaba de pie a un lado de la enorme chimenea, señaló la mesa, diciendo: "Tome asiento y cene. Sabrá disculparme por no acompañarlo, pero ya he cenado a media tarde y no suelo tomar nada a estas horas". Le entregué la carta sellada del señor Kaiba. La abrió y la leyó con expresión seria. Luego me la ofreció para que la leyera. Uno de los párrafos me llenó de satisfacción: "Lamento que una enfermedad me haya impedido viajar. Pero me es grato enviarle en mi lugar a una persona competente, en quién tengo depositada toda mi confianza. Es un joven lleno de vitalidad y talento, y que conoce a fondo su oficio. Es discreto y reservado, y ha crecido a mi servicio. Durante su estancia en el castillo, cuente con él siempre que lo desee, y seguirá en todo sus instrucciones". El conde sonrió fugazmente ante esto último.
Mientras comía, me hizo preguntas sobre mi viaje, y yo le conté todas mis experiencias. Al concluir mi relato, terminé de cenar y tuve oportunidad de observarlo, descubriendo unos rasgos muy particulares. Tenía los ojos grandes y cafés; su cabello era blanco y abundante, con mechones que caían en varias direcciones y que terminaban a media espalda. Las cejas eran oscuras, a diferencia de su cabello. La boca firme y cruel, y sus dientes, blancos y afilados, sobresalían de los labios. Su piel era de una palidez extraordinaria; su espalda era ancha y fuerte y su postura muy firme. La impresión que daba era de un hombre importante e imponente. Sus manos eran grandes, con uñas afiladas.
Al inclinarse el conde hacia mi y rozarme con sus manos, no pude reprimir un escalofrío. Tal vez fuera su apariencia intimidante, pero me invadió una sensación extraña. …l se dio cuenta y retrocedió sonriendo. Se sentó nuevamente junto a la chimenea. Permanecimos en silencio durante un rato, y al mirar a la ventana, pude observar los primeros destellos del alba. Una extraña quietud parecía inundarlo todo, aunque pude oír el aullido de los lobos allá abajo en el valle. Los ojos del conde centellearon y me dijo: "Debe estar cansado. Su habitación está dispuesta; mañana podrá dormir cuanto desee. Yo tengo que ausentarme hasta la tarde. Que tenga felices sueños". Con una inclinación de cabeza me abrió la puerta de la sala, y entré en mi dormitorio...
Estoy sumido en un mar de confusiones. Dudo; tengo miedo; pienso en toda clase de cosas extrañas que ni a mí mismo me atrevo a confesar. ¡¿Que me depara mi estadía aquí?!
Dormí hasta tarde y desperté de golpe. Ya vestido, fui a la habitación donde habíamos cenado la víspera; encontré servido un desayuno frío y café caliente. Sobre la mesa se encontraba una nota: "Debo ausentarme. No me espere. B". Al terminar mi desayuno busqué a los criados para que retiraran el servicio, pero no apareció nadie. Hay en esta casa deficiencias muy extrañas, por ejemplo no hay espejos, ni siquiera en mi tocador.
Abrí una de las puertas y encontré una biblioteca. Traté de abrir la puerta del lado opuesto, pero estaba cerrada con llave. En la biblioteca encontré un gran número de libros. En el centro de la habitación había una mesa con revistas y periódicos, aunque ninguno de fecha muy reciente. Todos se referían a Inglaterra.
Mientras observaba los libros, la puerta se abrió y el conde entró. Me saludó cordialmente y dijo: "Me alegro que haya entrado aquí, pues hay muchas cosas que le interesarán. Ansío recorrer las calles de Londres. Pero, lamentablemente, sólo he podido aprender su lengua a través de los libros. Tengo confianza en que usted me enseñe... a hablarla" concluyó, con una extraña pausa. "P-pero, conde, usted la habla perfectamente", le dije "Gracias, pero me temo que me queda mucho camino por recorrer. Confío en que permanezca en este lugar algún tiempo, para que pueda enseñarme... todo cuanto sabe". Yo ignoré su inusual manera de hablar y le pregunté si podía entrar en aquella habitación cuando lo deseara. Me contestó "Puede ir a cualquier parte del castillo. Excepto a las estancias que están cerradas con llave. Hay motivos por los que las cosas sean así. Será mejor que no me cuestione, porque habrá muchas cosas que le parecerán extrañas".
Notas finales:

Estoy ansiosa por comenzar el siguiente capítulo!

¡Gracias por leer!!


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