Mi vida era triste, vacía, no tenía sentido alguno, solo me dedicaba a vivir por y para la conveniencia de mi familia, era una simple marioneta de ellos.
Estaba harto, exhausto de no poder vivir como yo quería, de no poder hacer las cosas que yo quisiera, de vivir encerrado en un pequeño mundo. El mundo del dinero.
Mi nombre es Misaki Yata y tengo diecinueve años, mi padre es un exitoso e importante empresario y tiene una enorme y extensa mansión, y mi madre es bailarina clásica, era en realidad, pues cuando contrajo matrimonio con mi padre abandonó su carrera para dedicarse a una vida llena de lujos. Ambos tienen un frondoso linaje, y familias con ciento de millones de dólares, por lo que su matrimonio se puede decir, fue un acuerdo de ambas partes para aumentar aún más su fortuna.
Como decía, mi vida era soñada y seguramente miles de personas estarían encantadas de estar en mi lugar, sin embargo, yo no me sentía así. Muy en el fondo de mí, clamaba a gritos como un niño pequeño desprenderme de esa monótona, aburrida y asfixiante vida que llevaba; sentía que estaba al borde de un precipicio a punto de caer, esperando el momento en el que por fin, decidiera saltar.
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- Misaki, ¡Misaki. – Exclamaba a lo lejos una mujer de cabello color negro, lacio y largo hasta la cintura, elegantemente vestida.
- Madre. ¿Se te ofrece algo?
- Sí. ¿Se puede saber que haces aquí en el jardín y no estás en tu clase de piano?
- Es aburrido. – Solté sin pensarlo.
- ¿Aburrido? No tienes conciencia de lo que dices, es muy importante que asistas a todas tus clases. Recuerda la familia a la que perteneces.
Otra vez con el cuento de la familia, el apellido, el linaje, etcétera, etcétera, pensé. Ya estaba cansado de escuchar lo mismo una y otra vez. – Sí, lo sé. Lo siento, la verdad es que no me sentía bien, y por ello no concurrí a las clases de piano.
- ¿Te duele algo?
- Estoy bien, madre. Solo necesitaba descansar.
- Está bien. Si quieres ve a dar un paseo a caballo así te relajas un poco. – Acarició suavemente los mechones castaños del menor. - Pero no olvides que hoy a la noche vienen a cenar los Pertholdt y nada puede fallar. Si todos actuamos como debemos, seguramente podrás casarte con su hija.
- Sí, no me olvidé de ello.
- Bueno, debo irme a continuar con mis asuntos. Regresa temprano.
Mientras mi madre se alejaba, sentía como cada vez más la tristeza se incrementaba dentro de mí. Mis padres querían que me comprometiera con Jeanne Pertholdt, una joven de mi edad, inteligente, bella y muy astuta; ella era la hija de un millonario socio muy importante de mi padre, y claro, si ambos contraíamos matrimonio, tendríamos dinero para despilfarrar por generaciones.
Yo la odiaba. Odiaba a la familia Pertholdt en realidad, y odiaba a todas las personas allegadas a mi familia. Todos y cada uno de ellos eran iguales, solo pensaban en dinero y más dinero, y no observaban más allá de sus narices. – Será mejor que despeje un poco mi mente, o no soportaré la cena. – Se dirigió a su establo, a buscar a su caballo, a ver si de esa manera, podía distenderse un poco.
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- ¿Por qué tengo que acompañarte hasta aquí? – Preguntó un joven, de mal humor.
- Ya te dije que me debías un favor, además, no quería venir solo. No tomará mucho tiempo, arreglaré unos asuntos de negocios con aquel sujeto y nos iremos. Y será mejor que cuides tu afilada lengua, no olvides donde estamos.
- Tch. Ya lo sé.
Ambos se adentraron en aquella extensa y soñada mansión que tenían frente a sus ojos, y allí los recibió un agente de seguridad que resguardaba la entrada.
- ¿Cuáles son sus nombres?
- Yo soy Mikoto Suoh y el chico de aquí es Saruhiko Fushimi.
- Mmh, bien. Pueden pasar. – Respondió el hombre luego de chequear su identificación en unos papeles.
Ambos se adentraron en el jardín principal y comenzaron a observar el lugar.
Cuando ya caía el atardecer y la hora de regresar a su hogar había llegado, comenzaron a caminar en torno a la salida, hasta que en un momento fue Saruhiko quien observó a lo lejos y se quedó estático ante lo que estaba viendo. Sus azules ojos quedaron embelesados, hipnotizados ante aquella figura que estaba frente a sus ojos.
Desde un balcón yacía asomado un joven de cabellos castaños, y de ojos color avellana, que hacían querer perderse en ellos, y en su rostro se reflejaba una rígida tristeza. Aquella figura lo cautivó, lo hechizó, lo inundó en un manantial de emociones que no pudo describir con palabras. Ni el diamante más brillante podría compararse con aquel chico que se reflejaba en sus pupilas en ese instante.
Saruhiko no pudo evitar pensar que jamás había visto a una persona tan hermosa.
- Oye, ¿Qué estás observando? – Preguntó Mikoto al ver a Saruhiko perdido en sus pensamientos e instantáneamente volteó a ver. – Olvídalo. – Dijo luego de unos segundos. – Una persona como él jamás se fijaría en alguien como tú.
Por otro lado, Misaki quien se encontraba en el balcón, observaba el atardecer, y pudo sentir que alguien a lo lejos estaba observándolo, por lo que volteó la mirada y allí se encontró con dos ojos que no le quitaban la mirada de encima. Apartó sus ojos y unos momentos después volvió a posar la vista en aquel hombre, el cual aún seguía observándolo.
Segundos después, Saruhiko sonrió plácidamente, y aquella sonrisa, llegó hasta los ojos de Misaki, provocando que el menor se sintiera nervioso y asombrado ante aquel gesto, por lo que sin decir una palabra, dio la media vuelta y se adentró a su habitación.
Mientras tanto, Saruhiko llevó sus manos a ambos bolsillos y se alejó del lugar, pensando que no le importaba si ese chico estaba fuera de su alcance, pues encontraría la forma de que se fijara en él.