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Lolita por Shisain-chan

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Notas del fanfic:

La que no haya leido la fabulosa novela de Nabokov con el mismo nombre que este fic, que corra inmediatamente a conseguirla pues es mágnifica en todos los sentidos!

No es necesario haberla leido antes de leer esta historia, pues no se trata de una adaptación aunque la idea principal está inspirada en esta historia. Quienes ya estan familiarizados con ella encontraran algunas similitudes.

*La historia está basada en los años 76-77

*Los personajes pertenecen a Hiromu Arakawa y la historia esta inspirada en Lolita de Vladimir Nabokov

 

Notas del capitulo:

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía

La lluvia caía agresiva formando profundos charcos en el suelo de la estación de autobuses. El fuerte viento azotaba los ventanales. Las personas descendían del autobús y corrían a buscar refugio, pero había un hombre a quien no parecía importarle la noche lluviosa. Cargaba dos grandes maletas, una en cada mano, y su única protección a la tormenta era la gabardina y el sombrero de ala que llevaba. El hombre avanzó sobre el oscuro andén. No tenía idea de a donde dirigirse exactamente,  hasta que escuchó a alguien llamarle.

— ¡Teniente Coronel! ¡Teniente Roy Mustang!

Él buscó el origen de esa voz. Era una mujer adulta de unos treinta y tantos años. Era linda, de piel blanca y cabello cobrizo con enormes y amables ojos pardos. La mujer llevaba un gran paraguas negro y se acercó a él sonriéndole afectuosamente.

— ¿Es usted la señora Trisha Elric? —preguntó el hombre, educadamente.

La mujer asintió.  Le tendió la mano con cortesía.

— Soy yo —ella lo recorrió con la mirada—. Oh, está completamente empapado. Entre bajo el paraguas.

Él se lo agradeció y aceptó la invitación, encontrando un descanso momentáneo de la molesta brisa que le golpeaba en el rostro.

— Es un placer conocerle.

— El placer es mío. Mi auto esta por acá —señaló la mujer con un movimiento de la mano.

Los dos adultos caminaron bajo el paraguas mientras la lluvia arreciaba cada vez más.  No tardaron mucho en llegar al anticuado automóvil verde de la mujer. Mustang entró sintiéndose agradecido de escapar de la lluvia y el frío.

Trisha también abordó el auto.

— Mi casa no está muy lejos, Teniente. Es pequeña pero muy cómoda —explicaba la mujer echando a andar la vieja máquina que soltaba un ruido espantoso—. Al menos hay suficiente espacio y cuidamos mucho de la limpieza.

El Coronel tenía la mirada fija en la oscura carretera, donde apenas se distinguía cualquier cosa más allá de la escasa luz de los faros. Temió un poco al verse en un auto conducido por una mujer, en aquellas condiciones.

— Sigo pensando que es una enorme molestia para usted el acoger a un militar. Tal vez lo mejor sea que vaya a la posada del pueblo. No quiero abusar de su hospitalidad.

La mujer soltó una risita  sin llegar a parecer grosera.

— Si encuentra espacio en esa posada, le dejaré que se vaya. Pero créame, está repleta. Hay familias enteras compartiendo habitación allí.  Llegó usted muy a tiempo para la feria. Además no es ninguna molestia para mí.  Usted es amigo cercano de mi esposo, es lo menos que puedo hacer por un colega suyo.

Mustang visualizó la imagen de su amigo Hohenheim. Hacía ya tres años que no le veía, pero seguían manteniendo comunicación por cartas, de vez en cuando.

La casa en la que la señora Elric vivía estaba justo en el límite de la pradera en la que se alzaba el pueblo y el bosque, de manera que los espesos árboles comenzaban a aparecer en la parte trasera de la casa. La casa más cercana estaba al menos a medio kilómetro. Aparcaron justo frente a la puerta principal.  Fue una pequeña carrera desde el auto a la casa, en la que el frío volvió a amenazarle, pero entraron pronto.  Una vez adentro, el Coronel se deshizo de su abrigo y su  gabardina. Dejó salir el esplendor de su imagen: cabello ébano, piel blanca y un rostro severo de expresión firme, ojos rasgados y labios delgados. Era sumamente apuesto.

Trisha también se deshizo del abrigo y lo colgó, junto con el del coronel, en el perchero de la sala.

— Le mostraré su habitación para que se ponga cómodo y baje a cenar. Debe tener mucha hambre.

Roy la siguió escaleras arriba. La casa era más grande de lo que esperaba. Había dos largos pasillos y cuando menos cuatro habitaciones en el segundo piso. Sobra decir que era muy acogedora. La señora Elric abrió la puerta de una amplia recamara. El dormitorio contaba con una cama de matrimonio, un escritorio junto a la ventana, la cual daba al jardín de enfrente, y un ropero antiguo de madera oscura.

— Esta habitación tiene su propio baño. Lamentablemente, no hay armario pero el ropero le servirá.  Póngase cómodo y cuando esté listo, baje a cenar.

Mustang asintió obediente. Trisha lo dejó sólo. Debía admitir que estaba  siendo atendido mucho mejor de lo que sería si estuviese en una posada, pero aún estaba decidido  a trasladarse en cuanto saliera el sol.

El exquisito olor de la comida casera le guió hasta la cocina. Al llegar ella, encontró a su casera sirviendo un gran plato de estofado pero no sólo a ella, sino a otro acompañante.

Un niño de diez u once años, engullía apresuradamente su cena. El chico tenía cabello rubio que le llegaba un poco más abajo del lóbulo de la oreja, sus ojos eran de un tono dorado que curiosamente jugaban con una combinación de alegría y suspicacia. Roy pensó que el chico era idéntico a su padre. Sabía que su amigo tenía un hijo pero no recordaba conocer más detalles de éste.

— Coronel, tome asiento, por favor —la señora Elric colocó el plato en la mesa, después se colocó detrás del chico, poniendo las manos en sus hombros—. Él es mi hijo Edward.

El niño le sonrió jovialmente.

— Ed, el señor Roy Mustang será nuestro huésped. Hay que atenderlo bien mientras esté aquí.

Edward asintió.  Mustang tomó asiento frente al muchacho. El chico lo estudiaba con la curiosidad propia de un pequeño.

— ¿Es usted un militar? —preguntó, inclinándose sobre la mesa.

— Si.

Una sonrisa fascinada apareció en el rostro de Edward.

— ¿Y qué misión le ha traído aquí?

Mustang decidió seguirle un poco el juego al chiquillo.

— Una investigación de un caso muy viejo. ¿Has oído sobre túneles secretos en las minas?

Los ojos del chico brillaron intensamente.

— Sí,  pero es solo una leyenda. Dicen que se usaban para el tráfico de armas...¿Usted tiene un arma? ¿puedo verla? ¿alguna vez ha matado a alguien?

—¡¡Edward!! —exclamó la señora Elric, escandalizada—. No hagas ese tipo de preguntas. ¿Qué te pasa?

La mujer tenía los severos ojos clavados en los de su hijo. La habitación quedó sumida en un silencio incómodo.  Mustang se llevó una cucharada de estofado a la boca mientras el enfadado niño dejaba su cuchara sobre la mesa, sin decir nada. El coronel se sintió comprometido a disminuir la tensión del ambiente.

— No tengo armas.

El joven le lanzó una mirada desaprobadora.

— He terminado, compermiso.

Edward se levantó de forma casi teatral y salió del comedor, como el preadolescente que era.

— Disculpenlo, Coronel —musitó la apenada mujer.  

Roy pensó con cuidado lo que diría a continuación para alarmar lo menos posible a la mujer. No había pensado en la posibilidad de alojarse en una casa en la que habitaba un niño curioso. Al recordar su propia infancia y el alcance de sus travesuras, decidió prevenir que lamentar.

— Señora Elric ¿Mi habitación tiene llave? Necesitaré cerrar bien cuando no esté.

Trisha le miró anonadada, sopesando el peso de sus palabras hasta que comprendió lo que el Coronel quería decir. Casi con temblor en las manos,  buscó en su bolsillo el manojo de llaves y le entregó una a Mustang.



— Lo siento, señor. Ahora no nos queda espacio para acogerle —decía el robusto dueño de la posada, que miraba los libros de registro.

— ¿Está seguro? Solo soy una persona. Podría compartir habitación con alguien más.  No seré mucha molestia.

El posadero se acomodó los pequeños anteojos que oscilaban sobre la rechoncha nariz. Clavó los ojos en el moreno juzgando si era o no mejor decirle la verdad. La boca del señor se ocultaba bajo el poblado bigote.

— Ese es precisamente el problema, señor. Hay muchas familias grandes aquí, no quieren compartir habitación con un desconocido y solitario hombre. Temen por sus hijos.

El Coronel no sabía qué pensar. Le ofendía el comentario pero sabía que era la reacción más natural que cabría esperar de una familia con niños  

Chasqueó la lengua. Estaba seguro de que si mencionaba que estaba ahí como militar, le permitirían quedarse. Pero lo cierto es que, aunque pronto se sabría en todo el pueblo, el rumor no comenzaría saliendo de sus labios.

— Gracias, señor —espetó con más sarcasmo que educación y se dio la media vuelta para salir de la posada a paso acelerado, visiblemente molesto.

Ya una vez afuera intentó relajarse. Lo mejor sería seguir por lo pronto en la casa de Hohenheim, al menos hasta que hubiese un lugar disponible. Ahora, solo le quedaba concentrarse en su investigación. Se dirigió al teléfono público frente a la plaza principal del pueblo y marcó el número que se había esforzado por memorizar aquella mañana.

— ¿Diga? —se escuchó la rasposa voz de un hombre al otro lado de la línea.

— ¿Sargento Monroe?

— Él habla.

— Soy el Teniente Coronel Roy Mustang. He venido por la investigación del caso 0785. ¿Podría verle ahora mismo?

— ¡Ah! Coronel, le esperamos. Por supuesto que podemos reunirnos.

 

El joven Edward Elric estaba tendido en el suelo de madera clara del salón principal, veía la pradera a través del enorme ventanal desde el cual se apreciaba también la zona más concentrada del pueblo.  Tenía un libro extendido en el suelo pero los ojos soñadores estaban perdidos en el verde pasto.

Trisha Elric remendaba algunas prendas, sentada en el extremo opuesto del salón.

— ¿Cuánto tiempo se quedará el Coronel, mamá?  —preguntó el chico.

— El tiempo que lo necesite, cielo —la señora no separó los ojos de su labor mientras hablaba—. No sabemos cuánto durará su misión pero debemos atenderlo bien.

El chiquillo soltó un suspiro perezoso.

— ¿Él conoce a papá?

— Ellos se conocen desde hace muchos años. Aunque la verdad nunca nos había presentado. Además trabajan juntos. A pesar de no verse muy seguido siguen en contacto.

— ¿Qué nivel tiene?

— Ya te lo dije, cielo. Es Teniente Coronel.

—Lo sé, pero ¿Eso lo hace jefe o subordinado de papá?

— Es su jefe, cariño.

A lo lejos apareció  la figura del coronel, iluminada a contraluz por los intensos rayos del sol que comenzaba a dar señales de  caer.

Ed lo siguió con la vista hasta que el hombre entró a la casa.  El coronel se quitó el abrigo. A pesar de ser un día soleado el viento se sentía lo suficientemente frío. Mustang le dirigió una mirada a Ed y le saludó asintiendo seriamente.

— ¿Cómo le fue en la investigación Coronel?

Mustang le sonrió al pequeño que parecía alegrado de verlo. Era extraño ser recibido por la sonrisa inocente de un niño. No es que le agradaran demasiado aunque tampoco les detestaba, simplemente parecían ser seres de otra realidad, una muy lejana a la suya tan repleta de ajetreos militares.

—  Bastante bien.

La señora Elric dobló la última prenda y la dejó en el cesto. Se levantó hizo una reverencia a su huésped.

— Bienvenido. Coronel. Iré a hacer la cena. Descanse un poco mientras la preparo—. Ella sonrió y desapareció en la cocina.

Mustang subió  a su habitación en silencio, pero no pasó más de un par de minutos cuando Ed lo vio bajar una vez más con un libro bajo el brazo. Sin molestarse en abrigarse de nuevo, el militar salió al jardín y tomó asiento en una de las bancas que daban a la pradera. Ed lo veía leer, a través de la ventana. El coronel estaba muy concentrado en su lectura. Edward sabía muy bien que nada era las molesto que una persona inoportuna que interrumpe la lectura de otra, pero sentía demasiada curiosidad por el inquilino que le importó un comino el molestarlo y corrió por una sudadera. Salió  al porche, con la espada de madera con la que siempre jugaba y buscó con la mirada al Coronel. Al encontrarlo se acercó a él, muy despacio, para que él no se diera cuenta de su presencia. Tenía pensado darle un pequeño susto, pero a penas se preparaba para ello cuando el militar le habló.

— ¿Saldrás con amigos? —dijo sin despegar la mirada del libro.

Edward infló las mejillas frustrado por no poder llevar su travesura a cabo.

— No, solo vine a jugar un poco.

— Ya veo.

Ed se quedó de pie, esperando a que el teniente dijera algo más, pero éste volvió a sumirse en la lectura. El chico dejó su juguete en el suelo.

— ¿Encontró los túneles?

El hombre suspiró. Era claro que el chiquillo no le dejaría leer en paz. Pensaba que por esta vez podría conversar un poco con él, siempre y cuando no se le hiciera costumbre. Cerró el libro y lo dejó  a un costado. Pudo ver como la carita del niño se iluminaba al recibir atención.

— He estado investigando archivos antes de ir a los túneles.

— ¿Cree que algún bandido se esconda ahí?

— No, no es eso lo que busco. Tal vez te cuente más cuando me asegure de que puedes guardar un secreto.

Ed sonrió ampliamente.

— ¡Yo sé! Guardo secretos todo el tiempo. Confíe en mí.

El Coronel alzó las dos manos, como indicando que se detuviera. A pesar de todo no podía dejar de sonreirle a la inocencia que desprendía el pequeño.

— Tranquilo, amigo. Todo a su tiempo.

Gracias a ese movimiento, Edward pudo ver una alhaja brillando sutilmente en la mano izquierda de el Coronel.

— No sabía que usted fuese casado —murmuró con curiosidad.

Sin que Mustang se diera cuenta de el momento exacto en el que pasó, Edward le cogió la mano y observó atentamente la argolla de matrimonio alrededor del dedo del Coronel.

Mustang también estudió la joya, como si fuese la primera vez que la veía mas no hizo comentario alguno acerca de ella, simplemente se limitó  a observar con nostalgia.

— ¿Tiene hijos? —preguntó al tiempo que pasaba el dedito por el borde dorado de la argolla.

— No.

— ¿Por qué?

— Haces muchas preguntas —sentenció Mustang, zafando su mano de las de Edward.

El niño sonrió.

— Seguramente es otro de tus secretos. Ya sé, yo te diré uno y verás que puedes confiar en mí.

Roy volvió a centrar sus ojos en los pequeños orbes dorados que lo  miraban tan ansiosamente. No se le escapaba que el chico había comenzado a tutearlo, pero lo dejo pasar.

— Dijiste que sabías guardar secretos ¿y ahora vas a revelarme uno? —atajo Mustang de una manera suspicaz.

— Ah, pero éste sí puedo confiartelo porque no concierne a nadie más que a  ti y a mí.

Roy lo miró con un gesto entre inquisitivo y divertido, arqueando una ceja.

— ¿Y cuál es?

— Me enseñarás esgrima —reveló el chico con tanta seguridad que sacó una risilla de Roy—. Como militar, debes tener algunos conocimientos y me enseñaras sin que nadie se entere.

— Por su puesto que no. A tu madre no le agradaría.

Edward dio un paso más y se inclinó un poco para susurrarle a Mustang quien veía los esfuerzos que hacía el chico por parecer serio y no soltarse a reír en cualquier momento.

— He aquí otro secreto:  A ti te importa un pepino lo que ella piense del esgrima.

Roy comenzó a reír de buena gana.  Se cruzó de brazos y  recargó la espalda por completo en el respaldo de la banca.

— Estás muy equivocado.

— ¡Ay por favor! —exclamó el chico  con su insistente alegría—. Tienes que enseñarme. Te juro que no voy a matar a nadie, al menos no a nadie que no lo merezca.

— ¿Enloqueciste, acaso? —dijo Roy sin poder evitar reír.

El niño dio un pistón en el suelo.  

— ¡Por favor! —a pesar de las palabras amables,  eso era una clara exigencia —Tiene que hacerlo, de todas formas seré un militar cuando sea mayor y si no me enseña voy a... a despedirlo en cuanto sea su superior.

Roy prorrumpió en una sonora carcajada. Hizo ademán de levantarse de la silla para retirarse, pero Edward lo interceptó. Impidió que el militar se levantara cuando, de un brinco se sentó en sus piernas.

Roy dejó de reír de pronto. Contempló al niño que con las mejillas infladas le miraba fijamente.

— No, no te irás hasta que aceptes.

El chiquillo se removió sobre sus piernas y pudo sentir las tibias nalgitas de Edward al moverse. Al principio Roy intentó deshacerse de ese pensamiento ¿Que había de impuro en eso?  Solo era un chico sentado en sus piernas, pero entonces sintió la mano de Ed posándose sobre sus muslos con firmeza casi rozando, o mejor dicho acariciando, su entrepierna. Y Mustang volvió a luchar contra la idea y contra el cosquilleo que estaba armándose en su vientre ¡Era tan solo un niño! ¿Cómo decirle que se apartara sin que Edward adivinara la clase de indecencias que surcaban por su cabeza? Pero ¿Y si lo hacía de manera intencional?

Vaya sí estoy loco, pensó... pero había que descartar la posibilidad.

— Ed ¿Qué edad tienes?

Edward parpadeó un poco desconcertado. Apartó el cabello que le estorbaba en la cara con un movimiento de los dedos.

— Once.

Once años. Entonces no era tan pequeño. Tendría que tener una idea al menos de lo que era el sentarse de esa manera en las piernas de un hombre. Lo cogió de la cintura, disponiéndose a levantarlo, pero Edward volvió a inclinarse hacia él muy lentamente y le habló con esa vocecilla infantil y alegre:

— Por favor.

Dios mio…

— ¡Basta! —exclamó Roy demasiado alterado. Cargó a Edward y lo bajó, dejándolo de pie en el suelo—. Esto es demasiado.

Sin volverse para verlo, cogió su libro y regresó al interior de la casa con un paso acelerado, mientras el pequeño lo seguía con la mirada sin comprender qué había hecho para provocar esa reacción en el mayor.

Roy subió a toda prisa las escaleras y cerró la puerta desde el interior. No sabía qué sentir. Estaba consternado por la manera de comportarse de Edward, por ser tan imprudente, tan poco viril, aunque fuese solo un niño, y estaba molesto. Pero molesto consigo mismo, tan solo por haber malinterpretado la situación, por el mero hecho de tomarlo de aquella forma.

Se acercó a la ventana, desde donde pudo ver a Edward que había cogido de nuevo la espada de madera y degollaba, con un talento bruto, las florecillas que crecían en el jardín. Poco a poco fue tomando dominio de sí mismo y al pensar con claridad, se dió cuenta de que aquel chico que jugaba inocentemente con el pasto, ignorante de ser observado,  no había tenido intención alguna de provocarlo. Todo aquel embrollo, había sucedido solo en su imaginación.

 

Notas finales:

Por favor dejenme un comentario! Me encantaría saber lo que piensan ;)

Gracias por leer


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