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Disfraz de lentejuelas por Tsundere Chisamu-chan

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Notas del fanfic:

No tengo nada que decir, porque todas me han visto sufrir enormemente con este desafío. U.U fue duro pero lo logré, y a pesar de todas las noches de frustración y desesperación me ha impulsado a querer hacer un mejor trabajo. 

Gracias a todas y todos por su arduo trabajo. ¡Espero que les guste! :D

Notas del capitulo:

Narrado por Kai~

Disfraz de lentejuelas

 

Prostituta, ramera, hetaira, piruja, beata, puta. Yo prefiero llamarla “mujer de la calle”.

La he visto cada día, invariablemente, de pie en esa esquina a partir de las 10:00 pm; llega a lucir su centelleante ropa provocativa, su carita joven exageradamente maquillada y sus encantadoras piernas descubiertas. Cada noche mientras camino de mi oficina a mi casa, ella está ahí. Una profesional del sexo, que vende su intimidad por sumas que se podrían considerar exorbitantes; una experta pecadora posando cual muñeca de porcelana, atrapada en una caja de cristal y exhibiéndose igual que un producto más de venta rápida. Imperturbable mantiene su postura sugestiva y su gesto lascivo.

La he podido mirar todos y cada uno de los días del año, cuando me sonríe con perversidad cada vez que pongo la mirada sobre ella. Está entrenada para despertar deseo y prometer satisfacción. Una prostituta más, como muchas que hay en la calle siendo explotadas y empleadas como artefactos de satisfacción ajena.

Me pregunto cuánto tiempo ha pasado de esa forma; siendo utilizada como objeto sexual, sin que nadie escuche a la persona que hay dentro de ese delgado y refinado cuerpo camuflado. Me pregunto si nadie se da cuenta, si nadie se ha percatado de la existencia adolescente con sueños rotos y llena de frustración que yo veo, y que se esconde temerosa bajo ese disfraz cargado de esplendor. Podría jurar que nunca en la vida he podido regalarle una mirada que no estuviese cargada de lástima; porque sin importar lo que diga su cuerpo, sus ojos renegridos no dejan de pedir ayuda a gritos. Es una joven rota con ansias de libertad, deseos de soñar. Igual que yo.

Poco a poco y sin ninguna razón empecé a poner mi atención sobre ella, despertando en mí, una gran curiosidad y dependencia poco usual. Me acostumbré tanto a mirarla cada noche, que ya se convirtió en parte de mi rutina; conocía sus gestos, sus movimientos, sus técnicas de seducción, incluso recordaba los atuendos brillantes que usaba cada día. Sin perderme detalle, me gustaba contemplarla; deseando descifrar el misterio de su particularidad. ¿Por qué puse mis ojos sobre ella, habiendo miles de prostitutas más? Talvez me veía reflejado en sus ojos anhelantes, tal vez me mataba de la intriga su personalidad enigmática, talvez solamente quería rescatarla.

Una de las múltiples noches en las que transitaba por la ventosa avenida de camino a la terminal, avancé hacia la acera en la que ella usualmente se encontraba, sin embargo, esa noche no estaba allí. Continué caminando naturalmente como si su ausencia no hubiese causando en mí, una sensación de amargura. Casi llegaba a la estación cuando la reconocí avanzando de frente hacia donde yo me encontraba, el sonido de sus tacones brillantes sobre el concreto, atrajo mi atención provocando que me detuviera.

Me estremecí al mirar su rostro que por primera vez me mostraba un poco de humanidad insólita en ella. Su negro maquillaje nocturno se esparcía junto a las lágrimas que surcaban en sus mejillas, mientras caminaba lentamente abrazándose a sí misma; traía un vestido corto y negro de lentejuelas, tan ostentoso como el de una estrella de cine, sin embargo se veía más frágil que nunca. Pasó a mi lado sin mirarme, con su cabeza gacha y las hebras azabaches lisas le cubrían el rostro. Nunca había estado tan cerca de ella como para percibir su fragancia dulce y recargada, ni me había percatado de su elevada estatura, bastante inusual en una adolescente japonesa. Su proximidad provocó en mí, algunas sensaciones desconocidas; sentí mi pulso exaltado, y una presión efervescente en la cabeza

Sin pensarlo una vez más, me giré hacia ella,

—Oye —pronuncié suave pero con una seguridad inesperada, ella se detuvo y ladeó su cabeza un poco, dejándome ver el perfil de su nariz y la perforación labial al costado derecho de su cara; su falta de interés me hizo dudar sobre si en realidad era mejor guardar silencio y dejarla continuar su camino, pero seguí hablando sin dejarme acobardar,

— ¿Estás bien? —la escuché sorber por su nariz y rió suavemente en un gesto sarcástico, como si estuviese burlando de mí,

—No te incumbe —respondió con voz ronca y recuperó su postura original provocando que las piernas me temblaran. Aquella mezcla de vulnerabilidad y orgullo me aterraba y seducía a la vez.

Pasaron unos segundos más en los que ninguno de los dos pronunció palabra alguna y entonces la vi emprender nuevamente su trayecto. Admiré el escote pronunciado en su espalda y su caminar tambaleante. Nunca había sentido esta clase de atracción hacia ella, no mientras me estuviese provocando con gestos falsos y ajenos; pero ese momento fue diferente, podía percibirlo en cada fibra de mi ser. Había sentido su sensibilidad y naturaleza humana; sin embustes ni divinidad, ella era una persona común como todos los demás y eso me hipnotizó.

Cuando logré reaccionar, volví a llamarla —Espera —grité, pero esta vez no se detuvo, así que empecé a caminar tras ella dejándome poseer por los más recónditos deseos en mi mente. A paso veloz logré alcanzarla y la tomé por el hombro, ella se volvió alterada,

— ¿Qué te pasa? —preguntó ahogadamente soltándose de mi agarre casi con repulsión, miré su desastroso rostro y escupí las primeras palabras que salieron de mi boca,

—Sal conmigo —ella frunció su entrecejo y negó sutilmente con la cabeza, esos segundos de confusión me permitieron admirar los rasgos a los que nunca había prestado atención. Su cara agraciada me mostraba bajo esa mascara derretida, una inocencia digna de ser contemplada. Su nariz achatada y graciosa, sus labios eran hermosos y gruesos adornados con aquel pedazo de metal torcido que solamente lograban exhibir claramente la falacia que intentaba aparentar, sus ojos negros semejantes a dos piedras de obsidiana me taladraban entrando directamente a mi cabeza y escarbando allí.

—No pierdo mi tiempo con idiotas —respondió, y noté que ya no lloraba pero su voz se percibió mucho más grave de lo que yo esperaba, aun así la interrumpí sin ninguna clase de cortesía,

—te invito a un café —ella puso sus ojos en blanco evidentemente irritada por mi insistencia, y quiso apartarme para continuar con su andar, pero yo se lo impedí interponiéndome en su camino. Hasta yo empezaba a hartarme de mí mismo, pero simplemente no podía evitarlo. Algo muy dentro de mí, me llamaba y me hacía actuar sin pensar en las consecuencias.

Ella me miró fijo y con solemnidad, — ¿qué es lo que quieres de mí? —preguntó sin titubear, respiré profundo, reponiéndome del estado en que esa chica me colocaba con solo hablarme de frente —quiero conocerte —,

—Si no pagarás, apártate de mi camino —agregó con algo de violencia,

—Pagaré —respondí con presura, y ella me miró incrédula,

—Podría ganar hasta dos mil dólares en una hora—,

—Pagaré más —espeté desesperado. Y entonces ella desvió la mirada pareciendo dudar, suspiró y cerró los ojos,  

— ¿Cómo te llamas? —preguntó mucho más serena ahora,

—Soy Yutaka, ¿y tú? —,

Sonrió, —dime Aoi —.Y me extendió su mano dejándome tomarla con delicadeza.

Nos dirigimos al café más cercano que quedaba a un par de cuadras, en absoluto silencio; ella caminó unos pasos detrás de mí, escuchaba su constante taconeo como el pulso de un reloj antiguo acechándome, me voltee a mirarla un par de veces recibiendo solamente sonrisas confusas como respuesta. Lo cierto es que temía que ella se desapareciera como si fuese producto de mi imaginación.

Llegamos al único restaurante que sabía que estaría abierto a esa hora, ya pasaban de las 11:00 pm y no había muchas opciones. Abrí la puerta esperando a que ella entrara y así lo hizo, dirigiéndose inmediatamente al tocador sin decirme nada. Me quedé de pie como idiota hasta que se me ocurrió ir a tomar asiento en alguna parte. Estaba nervioso, mucho, como no recordaba haberlo estado en mis últimos años de vida, movía mis piernas incesantemente y tamborileaba con mis dedos sobre la superficie de la mesa.

Entonces la vi salir del tocador y caminar hacia nuestra mesa. Quise levantarme para ofrecerle la silla como todo un caballero, pero me sentía congelado en mi asiento. Ella se sentó en frente de mí y me miró con una sonrisa, había arreglado su maquillaje, intentando ocultar nuevamente su rostro inocente,

— ¿A qué te dedicas? —preguntó sacándome de mis tontos razonamientos,

—Contabilidad —respondí corto y ella asintió mientras miraba el menú, en ese momento una chica con delantal se nos acercó y nos habló con muy poca amabilidad.

— ¿Van a pedir?—,

—si, por favor un café y… un sándwich de pollo —. La miré cautivado con cada palabra que salía de su boca, en un momento me encontré tan absorto en el movimiento de sus labios que no noté la mirada insistente de la mesera, que impaciente me habló buscando mi atención,

—Señor —la miré, — ¿va a pedir algo?—.

—Si —reaccioné avergonzado, —por ahora solo café —la chica apuntó en su libreta y se retiró.

— ¿Trabajas por aquí? —preguntó intentando entablar conversación pero no le presté atención a su pregunta, la continué mirando sin responder, mi mirada embobada e insensata le ocasionaba una evidentemente incomodidad, frunció el entrecejo y reclamó, —No tienes que mirarme como si fuese a salir corriendo, y si crees que…—

— ¿Por qué utilizas tanto maquillaje? —la interrumpí provocándole una expresión confusa,

— ¿perdón?—,

—creo que eres muy hermosa sin maquillaje —respondí sin lograr retenerme, y ella se sonrojó ligeramente al mismo tiempo que dejó salir una fuerte carcajada,

— ¿hermosa?, ¿tienes idea de lo que estás diciendo? —me miró incrédula,

—Por supuesto —,

—Lo que yo creo es que tú eres muy ingenuo —. Nos quedamos en silencio mirándonos directo a los ojos, su mirada desafiante y altanera era absolutamente hechizante.

— ¿A qué te refieres? —pregunté realmente confundido y ella frunció sus carnosos labios perfectamente pintados de rojo, hizo una pausa y suspiró,

—Creo que debo irme —. Se levantó de su asiento y avanzó unos pasos hasta que logré tomarla del brazo,

— ¡No!, por favor —rogué, —quédate un rato, haré lo que tú quieras —quiso decir algo, pero no se lo permití, —solamente quiero conocerte, no intentaré nada, lo prometo—

—Yutaka —aclamó mi nombre haciéndome callar y la miré expectante, —yo… —sonrió, —no soy una chica—.

Mi mente quedó en blanco automáticamente, le miré el rostro sin realmente mirarlo porque las ideas me bombardeaban sin darme el tiempo necesario para asimilarlas. ¿Un hombre?, ¿la prostituta que veía diariamente, era un hombre?, ¿por qué nunca antes lo había notado? Por supuesto que lo era, su voz era masculina, su estatura absolutamente inusitada para una chica de su edad,  no tenía pechos y si la analizaba de cerca, podía ver claramente su manzana de adán.

Nunca me sentí tan idiota.

Gradualmente fui aflojando su agarre, hasta que lo solté por completo y él me miró con una sonrisa afligida, como si me hubiese engañado involuntariamente; bajó la mirada y se alejó de mí. Esta vez no le dije nada ni lo detuve, caminó lentamente hacia la salida mientras yo lo miraba en un estado de shock. Se giró una última vez antes de salir y con un gesto agridulce me guiñó su ojo y empujó la puerta de vidrio para finalmente desaparecer de mi vista.

-Un chico, un chico, un chico- repetí en mi mente mientras tomaba asiento de forma pausada con temor a descompensarme de la impresión.

Me recosté en mi asiento y miré al techo analizando aquel acontecimiento. Había invitado a salir a un chico, y no un chico cualquiera, este era un puto travesti ¿en qué estaba pensando? Cerré los ojos y suspiré, dirigí mis temblorosos dedos a mi pecho y tomé con fuerza mi camisa. Mi corazón latía enloquecido.

Y entonces me sentí más idiota todavía, porque me di cuenta de que me valía madres cual fuera su género o a qué se dedicara, porque estaba locamente enamorado de él.

 

Pasaron los días y por alguna razón desconocida, él ya no aparecía más en aquella esquina, a ninguna hora; algunos días incluso me detuve allí fumándome un cigarrillo para ver pasar los minutos en los que no llegaba nadie. ¿Podía ser posible? Había desaparecido de la nada, dejándome con un vacío horrible e inexplicable. Todo parecía ser peor cuando consideraba el hecho de que no tenía ninguna forma de contactarlo, no tenía su teléfono, dirección, edad, apellido o algo que me ayudara a localizarlo, solamente la mención de un nombre que ni siquiera sabía si era verdadero o no, pero me daba algo de esperanzas. Aoi. Como la sensación de infinidad que despertaba él en mí.

 En algún momento incluso llegué a pensar que talvez, nada de lo que recordaba de aquel día había sido real, y que todo era producto de mi imaginación; pero esa teoría era descartada momentáneamente al evaluar su poca probabilidad. Había días en los que la desesperación me ganaba y me hacía creer que talvez lo habían secuestrado o asesinado la misma noche que habló conmigo, y eso me hacía sentir mucho peor. Entonces analizaba de la manera más lógica que podía, llegando a la conclusión de que probablemente se hubiese cambiado de ubicación y listo, ese era mi gran consuelo. Y el creer que él estaba bien y que volveríamos a encontrarnos en algún momento.

No era fácil lidiar con esto. Me sentía como un adolescente obsesionado, me estaba comportando de la forma más absurda y utópica posible, y yo no era así. Yo era la persona más aburrida y realista que podía haber en el mundo, trabajaba más de lo que debía para enviarle dinero a mi hija, tenía treinta y dos años y ya llevaba seis de haberme divorciado. Toda mi vida era absolutamente tediosa e insulsa, no tenía aficiones o pasiones, todo me resultaba desabrido. Hasta aquel día.

Ahora estaba luchando conmigo mismo y con mi pensamiento inmaduro. Me sentía absolutamente infantil al estar imaginando un amor mágico con una persona a la que solamente le hablé una vez. No era posible estar enamorado; ¿o sí?, si ni siquiera sabía su apellido. Sin embargo mi memoria me traicionaba, presentándolo en mi cabeza de forma perpetua; podía estar en la oficina realizando un reporte urgente, en mi departamento cocinando o en una reunión laboral escuchando los regaños de mi jefe; él simplemente no salía de mi cabeza. Recordaba una y otra vez su rostro destrozado por las lágrimas, su voz rasposa, su gesto severo, su olor dulce. ¡Maldita sea!, ¿por qué fue que no lo detuve cuando tuve la oportunidad?, ¿Por qué no lo besé?, ¿Por qué no me quedé con él?     

 Cada día tenía una lucha interna, porque a pesar de que sí me parecía inmaduro e irracional, no tenía intenciones de solucionarlo, él se había convertido en algo mucho más importante que todo lo demás, era mi sueño, mi vida. Sufrí cada día y cada hora su ausencia, ¿cómo era que un jovencito desconocido podía causar tales estragos en mí?, en realidad era muy simple, su existencia había quedado impregnada en mí, adueñándose de cada partícula de mi ser.

Una noche salí de mi oficina con mi energía por el suelo y caminé arrastrando los pies, agotado por mi jornada laboral y mis constantes pensamientos depresivos. Mantuve mi cabeza gacha porque las ganas de dormir o desaparecer a veces eran devastadoras. Cuando llegué a la orilla de la acera levanté la vista, pues tampoco podía permitir que me asesinara algún conductor ebrio; y entonces divisé al otro lado de la calle -donde cada noche esperaba verlo a él-, a chica de espaldas. Sentí que el aire se me iba.

Crucé lo más rápido que pude y me dirigí a ella con el corazón galopando excitado, cuando estuve lo suficientemente cerca toqué su hombro con cautela; ella se giró y me miró curiosa. Su rostro desconocido me provocó un frío desolador; no era Aoi e inmediatamente mi sonrisa llena de ánimo desapareció.

Ella me sonrió de forma coqueta y lanzó su cabellera rojiza por encima de su hombro, mientras llevaba su cigarrillo a sus labios de particular forma,

—Hola —succionó de su cigarro mientras me observaba con naturalidad. — ¿te puedo ayudar? —pronunció una vez que dejó ir el humo de forma lenta y erótica.

Negué con la cabeza, —no, disculpa —suspiré, — te confundí con alguien —. Ella me miró y exhaló humo sobre mi rostro mientras hacía un gesto sexy y burlista a la vez, no pude evitar toser un par de veces y entrecerrar un poco los ojos para después mirarla con algo de desagrado por su falta de cortesía, —seré quien tú quieras que sea —. Me estremecí sintiéndome como todo un perdedor. Sin responderle nada, me giré dispuesto a irme, pero cuando di dos pasos su voz me detuvo.

—Oye —escuché resentido como intentaba controlar su risa, —lo siento, solo bromeaba. ¿A quién buscabas?, talvez te pueda ayudar —agregó, y la amabilidad que había despertado en su voz me hizo considerarlo, me giré en el sitio en el que estaba, a una distancia prudente para evitar que volviera a hacer lo mismo.

— Había un… una chica que solía estar aquí antes —tragué fuerte, —Aoi —.

La miré expectante, y ella me devolvió una mirada imperturbable, esperé su reacción a mi pregunta pero su gesto estoico parecía tardar mucho más de lo que yo estaba dispuesto a esperar. Abrió su boca pero no produjo ningún sonido, y volvió a succionar de su cigarrillo.

— Aoi —exhaló, — ha sido trasladado—.

Parpadee un par de veces, porque mi esperanza de volver a encontrarlo se iba destrozando, dejándome cada vez más desamparado. Respiré profundo y bajé la cabeza.

— Entiendo —. Me giré, contendiendo las avergonzadas lágrimas que inundaron mis ojos.

 —Muchas gracias —agregué en un susurro y emprendí una vez más mi trayecto, alejándome de ahí a toda velocidad.

—Espera —, me volvió a gritar la chica, esta vez más fuerte debido a mi lejanía. Me detuve y giré mi cabeza mientras ella venía caminando hacia mí con cara de fastidio, — no te puedo ayudar si te vas así —reclamó cuando estuvo más cerca, —toma —y me extendió bruscamente su mano con un papel doblado que tomé sin entender mucho de lo que me decía. —Intenta contactarlo, no sé si su teléfono sea el mismo — dijo antes de regresar por donde venía.

Me quedé unos segundos conmocionado mirando cómo se alejaba, hasta que finalmente comprendí lo que había sucedido. Desdoblé el papel lo más rápido que mis temblorosos dedos me permitieron, y lo que vi escrito me provocó un salvaje mariposeo en el estómago. Un simple número telefónico escrito de forma descuidada con tinta azul me devolvía toda la ilusión que había sido aplastada durante semanas enteras. Sonreí de manera automática y tomé tanto aire que sentí mis pulmones a punto de explotar. Quería reír y llorar al mismo tiempo de la emoción, así que me dirigí a casa apresuradamente. Al llegar, entré corriendo,  dejé mis cosas sobre el sofá y tomé asiento en este. Respiré profundo intentando tranquilizarme pues sentía que sufriría un infarto en cualquier momento; estaba temblando, aterrorizado y con una excesiva sensación de alegría.

Con un poco más de calma, extraje del bolsillo derecho de mi pantalón, aquel papelito que me salvaría de mi asquerosa vida, lo miré mientras respiraba agitadamente. Y entonces tomé mi teléfono celular de mi otro bolsillo, preguntándome a mí mismo si lo estaba haciendo de la manera más adecuada. ¿Realmente estaba bien llamarlo a esa hora de la noche?, ¿Qué le diría?, o peor aún, ¿Qué pasaría si ese ya no era su número telefónico y mi felicidad se volvía a marchar tan sorpresivamente como había llegado? Las dudas me invadían provocándome una inseguridad abrumadora.

Por fin respiré profundo y decidí marcar sin pensar más. El timbre que salió por el auricular del teléfono me provocó nauseas; timbró una, dos, tres veces, mientras yo caminaba como un león enjaulado alrededor de mi sala intentando controlar mis nervios.

Y el corazón me detuvo cuando por fin escuché su voz.

—Hola —pronunció con voz suave y difusa. Evidentemente se encontraba dormido y quise gritar de la emoción, no podía creer que estaba escuchando nuevamente su voz. Me quedé en silencio, absolutamente conmocionado. Y él volvió a hablar.

— ¿Hola? —.

Carraspeé un poco porque en realidad no tenía idea de qué decirle. —Ho-hola —pronuncié con inseguridad e inmediatamente me sentí estúpido,

— ¿Quién eres? —preguntó él y yo me quise derretir por lo inocente y vulnerable que se oía su voz en esta ocasión, nada comparado con la agresividad de aquella vez.

—Disculpa por llamarte tan tarde, ehh, soy Yutaka, el tipo de la cafetería, ¿me recuerdas? —respondí intentando mantener la calma y él guardó un largo silencio para después responder,

—Te recuerdo —. Sonreí emocionado,

—Oh bien, umm quería…—

— ¿Dónde conseguiste mi número? —, agregó incisivo antes de que yo acabara de hablar, descolocándome un poco.

—Me lo dio una chica—. Lo escuché maldecir en voz baja,

— ¿Y qué quieres? —sentí sus palabras venir para atravesarme sin consideración. Respiré intentando recuperar todo el valor que se me había escapado,

—Quería… escuchar tu voz —pronuncié débil, sintiéndome diminuto y torpe.

— ¡Por favor!, busca a otra persona y no me molestes más —,

— ¡No, espera! — Lo detuve antes de que colgara, —no te hablo para eso —, agregué siendo sincero, —te he estado buscando—. Guardé silencio al igual que él, dejando que el sonido de nuestras respiraciones fuese lo único que se percibía en aquel silencio atemorizante.

— ¿por qué? —preguntó finalmente,

—Porque estoy enamorado de ti —dije con la cara ardiendo de la vergüenza y los ojos llenos de lágrimas. Había dicho las palabras que me asfixiaron por casi tres meses, sentí la sangre bullir dentro de mis venas y mi garganta cerrarse. Esperé interminables segundos a que él produjera algún sonido, reacción o palabra, pero podía jurar que se encontraba tan aturdido como yo. Luego de un rato lo escuché soltar una risita nerviosa y toser,

—Por supuesto que no te creo —respondió parco. Y yo me sostuve de la pared al tiempo que me abracé a mí mismo, sintiéndome frágil; por un momento pensé que todo mi cuerpo se podía caer a pedazos en cualquier momento. Quise decir algo pero él habló primero, —las personas como tú no se enamoran de chicos como yo —. Me sentí vulnerable frente a su voz quebrada que me expresaba enormes deseos de llorar, llenándome de sentimientos nuevos e intrigantes.

— ¿Y tú qué sabes qué clase de persona soy? —dije sin querer sonar grosero, pero sin lograr demasiado, el bufó y respondió,

—Eres un buen hombre —. Su respuesta heló mi cuerpo de arriba abajo llenándome con una sensación de dulzura y calidez.

Era un chico con el corazón malherido; al que amaba con locura.

Sonreí absolutamente prendado de su ternura y candor, quise poder transportarme con él para abrazarlo hasta hacerlo sanar, besar todas y cada una de las lágrimas que necesitara derramar. Protegerlo para que nada en el mundo le volviera a hacer daño.

—Quiero verte —dije dejándome llevar por aquel sentimiento desmesurado que arrasaba con mi razonamiento y me dejaba sin defensas.

—Estás loco —respondió en medio de una risa descarada, yo sonreí por la sinceridad de ese acto,

—Lo sé, de remate —. Y ambos reímos. Supe que él también sintió la corriente eléctrica recorrer su espalda, al sincronizar unos segundos nuestras almas. Me dejé resbalar por la pared hasta poder sentarme en el suelo.

—Ven a mi casa —le pedí con naturalidad,

—Por supuesto que no — respondió él apresuradamente, —no visito locos como tú—.

—Por favor —supliqué, y seguí hablando antes de que él me renegara, —solo debes subir en el metro hacia Shibuya,

—oye, oye —,

—Bajas en la primera estación, tomas un taxi, y le dices que te traiga al edificio Ichi-maru, departamento 215—, y él guardó silencio unos segundos pareciendo dudar,

—No seas absurdo, por supuesto que no iré —pronunció entre risas, — y ya déjame dormir— agregó grosero antes de terminar con la llamada.

Suspiré profundamente con el aparato móvil entre mis manos, mi corazón aún palpitaba con ímpetu, sentía mis dedos temblorosos y mi estómago contraído. Cerré los ojos imaginando los suyos, con sus pupilas dilatadas y enamorándome cada vez más y más de su mirada, era un amor diferente, terrenal, tangible que me obligaba a doblegarme ante la divinidad que contenía su existencia humana.  Lo pensé con su rostro limpio, su cuerpo desnudo, su cabello suelto gritándome las verdades que necesitaba escuchar de sus profanados labios; lo necesitaba como al oxigeno que respiraba.

Con la excitación llegando a las nubes y mi respiración entrecortada abracé mis rodillas, percatándome de que moría de sueño y sin chistar más, me dispuse a dormir. Nada podía preocuparme ahora que tenía su risa grabada en mi memoria, y eso me daba para vivir por siempre. Estaba dispuesto a ser paciente y esperar a que él cediera ante mis súplicas, me había otorgado la fuerza necesaria para creer que luchar por él valdría la pena; pero aún quería conocer cada una de sus cicatrices y llenarlas de besos, tocar sus lunares hasta que se quedaran por siempre en la memoria de mis manos, aspirar el olor de su sudor invadirme. Quería sentirlo totalmente mío. Cuidarlo y amarlo como se merecía, como la criatura misteriosa y exquisita que era.

Me fue imposible borrar la sonrisa de mi rostro durante toda la noche, imaginando que lo tenía entre mis brazos, con su preciosa carita ingenua, su aliento suave llegando hasta mi piel y su cabello azabache esparcido por mis blancas almohadas. Un ser etéreo perteneciente al mundo de las pasiones mundanas.

Dormí sin poder sacarlo de mi cabeza, allí se quedó todo el tiempo, irrumpiendo mi concentración y cordura hasta que al fin llegó la madrugada. Desperté junto al sol, ansiando el momento en el que pudiese hablar de nuevo con él, muriéndome de las ganas de llamarlo otra vez e impregnarme con la actitud mordaz que me volvía loco, porque únicamente me expresaba fragilidad.

La energía y vivacidad me invadían esa mañana y con una alegría desmedida, me dispuse a cocinar algo para mi desayuno. Encendí la estufa, busqué ingredientes y encendí el televisor para entretenerme mientras se calentaba el sartén. Cantaba y bailaba con la música de los comerciales, mientras batía las claras de huevo junto al jamón. Con maestría lo vertí sobre el sartén caliente pero justo en ese momento un noticiero que interrumpía el programa de televisión, llamó mi atención.

Interrumpimos su programación para informarles que el cuerpo de un joven identificado como Shiroyama Yuu de 17 años de edad, fue encontrado hace unas horas cerca de la estación de Shibuya. El joven fue asesinado con arma blanca mientras caminaba por la terminal en horas de la madrugada”.

Miré su foto y abrí los ojos, perplejo, mientras dejaba caer el sartén al suelo. Me acerqué al sofá sintiendo que me desplomaría en ese instante y me dejé caer sobre la superficie blanca y mullida. Sentí ganas de vomitar a pesar de no haber ingerido nada, y el sudor frío corría apresuradamente por mis sienes. Sonreí ligeramente, mientras miraba aquella carita infantil sin una sola gota de maquillaje, su cabello hermoso un poco más corto y una radiante sonrisa natural y espontánea. Mi sonrisa anhelada. Por primera vez pude conocer cuál era su verdadero nombre, sin embargó, pensé que me gustaba más llamarle “Aoi”. Como el color del universo que deseaba derramarse en pedacitos justo sobre mí.

—Sabía que vendrías —

 


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