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The agent's mate. por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Este relato ha sido inspirado por las peliculas de accion que tanto me gustan. Balazos y turras (lindos ukes), es la receta perfecta, pero creo que me ha salido con un poco mas de espionaje del que desearia, aunque quiza menos de quien se halla sentido atraido por el resumen.

Por cierto, un titulo mas correcto seria The intelligence officer's mate, pero, como bien saben en Hollywood, no tiene garra.

Fanfic dedicado a mi queridisima Julxen, por y para quien lo he escrito. Ojala te guste, princesa. 

Música indiferente, que no disgustaría a nadie pero que tampoco nadie recordaría surgía de las bocinas del elegante auto, con banderitas diplomáticas, que se habría paso con tanta facilidad como una ambulancia por el pesado tráfico de Londres.

Clint desistió de la tarea de tratar de ubicarlas y miró por la ventanilla: nunca había estado en Londres y era una ciudad más hermosa de lo que se podía imaginar, a pesar de la suciedad y la gente. Enormes, antiguos, edificios de piedra, pulidos por los siglos.

-¿Quieres que te vuelen la maldita cabeza? – la mujer que conducía a su lado, aparentemente ignorándolo, dijo aquello sin siquiera voltearlo a ver. Su pie, enfundado en fabuloso zapato azul marino, y atachado a una pierna no menos fabulosa, piso el acelerador – Sube el cristal. ¿Qué sentido tiene que sea el mejor antibalas del mundo si un palurdo como tu va a bajarlo para dar tiro libre a su cabeza y a la mía?

-Solo quería ver la ciudad.

No tenía problemas con las mujeres mandonas pero sí con que lo palurdearan inmerecidamente.

No creía que nadie hubiera puesto precio a su cabeza, ni los talibanes, porque la suya fue una de las tres operaciones farol que encubrieron la verdadera captura de Bin Laden, ni la más enfadada de sus exnovias.

-Pues en tu día libre tomas el puto autobús turístico.

No dijo nada más, consciente de que la emisaria de sus posibles empleadores tenía toda la razón del mundo respecto a lo del tiro libre, pero le pareció que el puto adjetivando al autobús turístico estuvo de más.

Era una guapa chica, secretaria ejecutiva o algo así. La sobriedad del traje junto con el material del que estaba hecho le hicieron pensar que valía más que su motocicleta, guardada en casa de su amigo Randy hasta que regresara a Estados Unidos, si es que alguna vez regresaba: le había dado la juventud a su país, y a cambio este se había burlado de él. Todavía experimentaba la sensación de ridículo cuando ingresó con su pelotón, armados todos hasta los dientes, tras un imposible salto en paracaídas, en aquellas ruinas arqueológicas perfectamente vacías. Y la sensación de ridículo, de traición, de ardor en la sangre, al ver en las noticias la verdadera operación, en repetición, puesto que a ellos fueron a rescatarlos mucho tiempo después de que se les agotara el agua.

Esa fue una putada con p mayúscula, la mayor y última que pudo soportar. Solicitó su baja y se fue con grado de teniente, el mismo con el que había egresado de la academia militar.

Retornó a su tarea de localizar las bocinas, preguntándose porque estaba sintonizada una estación de radio. Acercó los dedos a unos pequeños orificios discretamente colocados en los paneles laterales; por ellos salía el aire acondicionado, pero también vibraciones de sonido. Sonrió, satisfecho, y retomó la vista de los edificios londinenses, en tonos sepia, por el polarizado y blindaje del cristal.

Era como estar en una película vieja, oyendo aquella música (ahora sonaba un éxito del antier) y mirando con aquel filtro. Imaginó a su bisabuelo, caminando por aquellas mismas calles antes de llevarse a sus muchas hijas a Norteamérica para salvarlas de los posibles peligros de una guerra que resulto certera.

Vio el puente, el famoso puente, con la Torre, y tuvo la sensación de haber hecho lo correcto. Lo suyo no era el tatuaje, pues no podía dibujar una línea decente ni con la ayuda de Dios, personificada en Randy, quien terminó sugiriéndole que tal vez él podría llevar la parte de piercings. Pero antes de que el dinero se acabara y Randy le sugiriera que podía llevar la parte de aseo, decidió aceptar esa misteriosa oferta.

Al principio dudó, pues el sueldo parecía muy alto, las condiciones muy estrictas y la información muy escueta. Pero semanas de ofertas llegadas de todas partes del mundo (había postulado su perfil laboral en varios sitios globales) creía saber distinguir entre lo auténtico y una estafa. Así que empacó lo poco que necesitaba para sobrevivir en una maleta que se echó al hombro, encargó a Randy la preciosa Harley sobre la que había perdido la virginidad y comprobó lo serio del trabajo cuando el pasaje de primera clase de Minneapolis a Londres, con escala en Nueva York, resultó ser autentico.

Como la mujer que lo llamó a su celular dándole su descripción cuando la tenía frente a sus ojos y que lo condujo a un vistoso auto de lujo con banderitas inglesas, lo que reforzó su idea de que sería contratado como guardaespaldas de alguien importante.

Pasaron frente a un hermoso edificio blanco, antiguo, amplio y majestuoso, y luego siguieron de largo, dieron la vuelta y Génova, pues así se llamaba ella, condujo con habilidad por estrechas callecitas, reminiscencias de tiempos pasados, hasta que pararon en un callejón sin salida donde unos gatos observaron con curiosidad como bajaban del auto.

-¿No va a cerrar la puerta? – preguntó Clint, sintiéndose estúpido cuando la vieja puerta de madera se abrió y un chofer salió, haciéndose cargo rápidamente del Mercedes.

-Entre, rápido.

La casa era antigua, perfectamente conservada en el lujo original de la época en que fue construida, a principios de 1800, pero con las comodidades de la vida moderna. Avanzaron por un pasillo lateral, hacia un saloncito. Al mirar por la ventana Clint se dio cuenta de que estaban dentro del amplio, majestuoso, edificio blanco. El hermoso cuadro de un barco antiguo, de velas, dominaba la salita, que parecía un despacho, o recibidor. El sonidito de un desconocido motor lo distrajo de sus apreciaciones artísticas.

Génova abrió la puerta de par en par y un joven en silla de ruedas entro. Era un joven guapo, parecido a Génova, por la ropa y actitud, no por los rasgos faciales.

-¿Firmó ya el contrato de confidencialidad para la entrevista?

-Si no, no estaría aquí.

El joven sonrió demostrándole un afecto especial. ¿Serian pareja? Sus atuendos eran coordinados, traje negro y zapatos azules ella y viceversa él.

-Soy el señor Eastwood. – dijo el, extendiéndole la mano.

Con decepción, se había enterado de que su educación militar no le servía para llamarse ingeniero, licenciado ni cosa útil que le permitiera abrirse paso por la vida fuera del ejército.

-Lo se teniente, sabemos todo sobre usted. – el joven se la estrecho más por no ser descortés. El suyo fue un saludo frío, formal, rápido. No demasiado fuerte.

-¿Perdón? – arqueó la ceja.

-Lo investigamos a profundidad. Sabemos el nombre de soltera de sus abuelas, todas sus relaciones importantes y el tipo de videos porno que prefiere mirar. – el joven sonrió, acentuando su bigotito. Bigotito y barba cuidados, típicos de un… - Ya no hay demasiados fanáticos de la lencería, eso demuestra que tiene clase.

Estaba impactado pero los otros dos parecían de hielo. No iba a ser menos.

-¿No había sido rechazada la ley SOPA?

-Afortunadamente, pero los servicios de inteligencia se rigen bajo otras reglas.

Le tomó un momento de más procesar la palabra inteligencia.

-Estamos en el Almirantazgo británico, por si no lo había notado.

-Estamos en el edificio amplio, blanco y majestuoso, pero ignoraba que fuera el Almirantazgo.

La actitud de él era peor que la de ella. Más mandona.

-¿Eso no le da ninguna pista?

-¿Cómo James Bond?

-Sí, el señor Fleming nos hizo… - una mueca que encontró eco en Génova – populares. Pero somos serios señor Eastwood. El mejor servicio de espionaje y contraespionaje del mundo, desde hace siglos.

-No estoy siendo contratado para ser un agente secreto, ¿verdad?

Eso solo pasaba en las películas, pero ellos sonrieron. Una sonrisa mala.

-Es tan tierno. – dijo ella a él.

-Estará en periodo de prueba, agente Eastwood. Usted será mi pareja, aunque, realmente… - miró a la chica – usted será mi ayudante. Vera, hay ciertas cosas que no puedo hacer desde esta silla de ruedas…

El trataba de sonar indiferente, valiente, pero se notaba que le dolía. La silla debía de ser reciente. Sus muslos no se veían adelgazados.

-Entrar como ayudante del mejor agente es el mejor trabajo que un novato ha tenido desde que yo trabajo en esta agencia.

-Oh, querido, yo soy el mejor agente solo porque tú fuiste ascendida a jefa de operaciones. – y luego a Clint – Ella era la mejor agente y yo su asistente.

-Bueno, el no necesita saber nuestro pasado, entre muchas otras cosas.

-¡Oh si! señor Eastwood, de las cosas que usted no podrá saber podrían escribirse enciclopedias. Obediencia, habilidad, son dos de las principales cualidades de un agente secreto.

-Desapego – dijo ella – no tiene a nadie esperándolo en casa ni nadie que pudiera sentirse traicionado si usted no le cuenta que no trabaja de guardaespaldas.

Lo habían elegido bien, pensó Clint. Quería un comienzo lejos de todo y de todos. Agente secreto: era una locura. Meneó la cabeza.

-¿Está interesado en el puesto?

-Sí.

-Aquí tiene el contrato.

Clint empezó a leer el grueso fajo.

-Que lento lee este hombre. – se quejó ella.

-Tienes razón. Lord Melville está por llegar. A grandes rasgos – le dijo poniendo la mano sobre las hojas – Hay peligro de muerte y no puedes hablar de esto ni con tu madre. Literalmente.

-El trabajo consumirá tu vida – continuo Génova – pero cuando tengas vacaciones, las disfrutaras.

-No muy diferente al ejército.

-¿Aquí también podrán usarme de señuelo sin darme explicaciones?

-Definitivamente, pero te lo decimos con honestidad.

-Y pagamos mejor.  – añadió Génova.

-¿No hay problema con que sea norteamericano?

-Tenemos todo listo para solucionar ese pequeño detalle en cuanto seas contratado, si lo eres.

-¿Si lo soy?

-Claro, en un matrimonio las dos partes tienen que convenirse, ¿no?

-Yo digo sí. – dijo mirándolo desafiante.

-No es nuestra decisión. – dijo el, eludiendo la mirada – Esto es solo una pre entrevista laboral. El hombre que tiene que contratarte está por llegar. Recuerda dirigirte siempre a él como milord.

Ellos miraron el reloj. Quedaban tres minutos para el arribo de lord Melville, primer lord del Almirantazgo y jefe del servicio secreto naval.

-¿Qué más podemos decirle?

-Cómo te llamas, sería una buena opción. – dijo mirándolo.

Él sonrió. Él sonreía demasiado.

-Esa es una cosa que no necesitaras saber si no eres contratado.

-Sabes vestir con formalidad, ¿verdad?

-¿No deberían saber que asistí a varios actos de gala?

-En uniforme, querido. Esa facha de rompecorazones despreocupado con que vienes está perfectamente caracterizada, pero es solo uno de los muchos papeles.

-Génova, Génova – la tocó él – no te alteres. Ya tendré tiempo de enseñarle. – y a él – No es tan difícil soldado: se trata solo de camuflaje.

-Un soldado norteamericano – sacudió la cabeza Génova - ¿En que estaba pensando lord Melville? - El elevó ligeramente las cejas y Clint lo miro. ¿No era un error decir el nombre? – Todavía fuera un marino… holandés o algo.

-Querida sé cuidarme solo. De hecho yo solía cuidar de ti, ¿recuerdas? Esta silla solo me convierte en un agente fuera de servicio.

-No digas eso – ella cerró los ojos con profunda pena – Un agente de oficina, en el peor de los casos, que es en lo que yo me he convertido.

Las campanadas comenzaron desde el vetusto reloj de cuerda y antes de que hubieran terminado de dar su hora un hombre alto y apuesto, de unos cuarenta años, entró por una puertita detrás del escritorio.

-Caballeros, se supone que estoy teniendo una aventura con mi secretario así que contamos con unos… ¿veinte minutos? No quiero que mi dignidad sufra pero tampoco puedo llegar tarde a la cita con el almirante Lacroix.

-Estoy seguro que en quince minutos dejaría a cualquiera más que satisfecho, milord.

-Amable como siempre, Philip. Pero que descortés he sido, no me he presentado con nuestro invitado – le tendió la mano – un placer conocerlo, teniente Eastwood.

-Ex teniente.

-Bah! Es una bobería norteamericana: el rango que uno alcanza es propio y es lo apropiado para dirigirse a una persona. ¿Están satisfechos con los ascensos que han obtenido?

Lord Melville hablaba con un acento suave, diferente al de los otros dos, pero para nada indicador de debilidad o afeminamiento, aunque era bastante obvio que era un metrosexual.

-No podría estar más honrada, milord. No hay lugar para la falsa modestia; confió en cumplir más allá de sus expectativas.

-Adorable Génova, adorable. ¿Philip?

-Encantado de no haber sido dado de baja, pero no quiero caridad.

-Philip de qué hablas; la silla de ruedas es un disfraz tan bueno como se pueda desear, y para aquello que no seas capaz de llevar a cabo físicamente, tu pareja estará ahí. El teniente Eastwood es perfecto para ti. Teniente Eastwood – se volvió a el – aprenda de este hombre: es nuestro mejor agente en servicio activo.

-No soy un agente aún, milord.

-¿No? Génova se encargara de las formalidades, es nuestra jefa de operaciones, ¿sabe? No es muy probable que en los primeros meses conozca a otros agentes, pero no debo recordarle que ni bajo la más estricta tortura deberá revelar nuestras identidades.

-Podrá elegir entre rellenarse un diente de veneno o llevar un implante que haga el trabajo. – le sonrió Génova.

-Creo que a su nivel un anillo debería bastar. – la reconvino lord Melville -Caballeros, esta es la información que tenemos – dijo pasándoles delgadas carpetas a Philip y a él. –Tenemos razones para suponer que podría haber una nueva célula terrorista en Inglaterra. Musulmanes, aunque probablemente de raza anglosajona. Seguidores del Imán Rashid, el mismo que dijo que todo aquel que sostuviera que la tierra era redonda y giraba debía ser lapidado como hereje. Lamentablemente, nuestros enemigos no están atrasados medio milenio en armamento.

-Habíamos estado vigilando su embrión, sin saber si serían o no peligrosos – intervino Génova – pero se han vuelto cada vez más agresivos.

-¿Y cuáles son sus posibles objetivos? – preguntó Clint, anclando sus intensos ojos azules en el first lord.

-Ese es su trabajo, caballeros. Averiguarlo e impedirlo, así como medir el nivel de amenaza que representan.

Por el rostro de Philip paso una sombra, pero se rehízo instantáneamente.

- Nuestros creyentes parecen ser los típicos fanáticos religiosos, - continúo el primer lord - pero no sabemos que tanto sostendrán fuera de la red lo que dicen en ella. Aseguran que harán doblar la cabeza a los perros infieles, lo que no es novedad. Lo que si lo es que se han vuelto más activos. Se les atribuye contacto con los Hijos de Odín, una organización extremista de los Nuevos adoradores de los dioses del Valhalla – añadió al ver que Clint no sabía de qué estaba hablando -, los cuales, como sabemos, están muy bien armados y disponen de una libertad de movimiento vergonzosa por toda Europa. – los de los atuendos coordinados asintieron -  ¿Alguna duda? ¿No? Excelente, sé que harán ustedes un gran trabajo. Nuestros colegas del Ejército no tienen aún ni idea, por lo que si les ganamos esta presa estaremos un escalón encima a la hora de recibir presupuesto.

-Comprendido, milord.

-Esto es todo caballeros. Philip le capacitara maravillosamente teniente: hágame sentir orgulloso de usted la próxima vez que lo vea.

La sonrisa, la actitud, el apretón de manos, hicieron a Clint sentir deseos de enorgullecer a lord Melville, y de verlo pronto. Había cierto magnetismo en el hombre, carisma. Un político nato. Pero con mucha más clase que cualquiera que hubiera conocido antes. Ese era un hombre al que valía la pena servir.

 

 

Notas finales:

Gracias por leer.

Kiitos!


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