Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

The agent's mate. por nezalxuchitl

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Rayos! antes esta cosa te ponia por default capitulo dos si tu no ponias nada y ahora tienes que hacerlo personalmente!

Miss Daisy avanzo con su pasito lento por el sendero de losas sin cemento por entre cuyas junturas despuntaba el césped, desaprobándolo. No había necesidad de rejas de seguridad en las tranquilas y costosas afueras de Cambridge. Caminó desde su casa, distante una colina, y simplemente empujó con la cadera la portezuela de madera que conectaba ambos lados del cercado (bajo cercado) de piedra.

Llamó a la puerta y el alto y apuesto joven, más alto y apuesto de lo que le había parecido con los binoculares la abrió sin ninguna desconfianza.

-Buenas tardes señor. Disculpe mi atrevimiento: en mis tiempos ninguna señorita se hubiera presentado sola a dos caballeros. Soy Daisy Heroldfort, su vecina.

-Y eso es un pay.

Clint miró la hermosa, todavía humeante, visión.

-Es lo tradicional para dar la bienvenida a los nuevos vecinos.

-Es usted muy amable miss Daisy. Pase, por favor.

-¿Quién es, Clinton? – se escuchó otra voz masculina que provenía del interior.

-Es nuestra encantadora vecina, que nos da la bienvenida con un pay.

El desconocido ruido de un motorcito atrajo la atención de la anciana, quien no pudo sino poner cara de pena al ver a un joven tan lindo en ella.

-¡Oh! ¿Pero se encuentra usted bien?

Clint pensó que el verdadero Philip le hubiera dado un puñetazo verbal a cualquiera, incluida una ancianita portadora de pays por hacer semejante pregunta, por lo que la increíble dulzura y excesiva amabilidad de su respuesta lo desconcertaron.

-Maravillosamente. ¡El clima aquí es tan limpio!

-¡Oh sin duda! Nada que ver con la horrible ciudad.

-Phil D’Anglers. – extendió su mano y al entrar en contacto con la marchita la llevó a sus labios.

-Daisy Heroldfort. ¡Oh! Veo que no han cambiado en nada la decoración del contraalmirante, aunque, por supuesto, llevan poco tiempo aquí.

-No pensamos cambiar nada. De hecho, no podemos. Alquilada con todos sus muebles y enseres está en el contrato y con todos sus muebles y enseres permanecerá.

-Es lo justo. Pero esas horribles maquinas, justo en la estancia…

-Yo creo que los jovencitos steampunk enloquecerían por ellas.

-¡Esos pequeños vándalos! Figúrese que una intentó robarme mi sombrero. ¡Mi sombrero!

-¿¡Aquí!?

Las pupilas de Philip se dilataban. Era un actor consumado.

-Aquí. – miss Daisy tomo asiento sin que se lo ofrecieran. Parecía estar familiarizada con la casa. (Habia sido amiga con derechos del contraalmirante Hanson por mas de cuarenta años) – Esos universitarios son cada vez peores.

-Universitarios de Cambridge ladrones, no puedo creerlo. Clinton – se volvió a él como una esposa mandona – no te quedes ahí parado y prepara té.

-Por supuesto… - la mirada de áspid de los ojos azules le hizo recordar que debía agregar… - cariño.

La luz del entendimiento brillo en los ojos de miss Daisy.

-El contraalmirante Hanson no renta su casa a cualquiera, de hecho, el viejo tonto a preferido dejarla sola cuando se va a tomar sus baños al Mediterráneo.

-¡Oh sí! No sabe cuánto nos alegramos de cumplir con sus exigencias, no sabe lo necesitados que estábamos de un lugar idílico para…

Clint no podía ver su gesto, preparando como estaba el té en la cocina, pero lo imaginaba.

-¿Su luna de miel? – aventuró la ancianita.

-No estamos casados – confesó Philip bajando la mirada con un púdico sonrojo – Pasábamos nuestras segundas vacaciones juntos esquiando en Suiza cuando un terrible accidente me dejó… así.

-¡Oh, terrible, terrible! – el alma de miss Daisy descansó al enterarse al fin del porque de la silla de ruedas – Pero, ¿se recuperara usted…

Philip negó con la cabeza y la anciana lo abrazó. Cuando se separó de él sus ojos estaban llorosos.

-¿Y él no lo dejó? – negó con la cabeza - ¡Eso es amor, y lo digo yo!

Clint regreso con la bandeja y las tacitas servidas. Toda una vida de llevar servido lo que fuera a comerse frente al televisor pasaba factura.

-¿Cómo toma el té?

-Con leche y dos de azúcar. A mi edad, ya no hay que cuidar la figura.

No parecía que miss Daisy la hubiera cuidado nunca, pero Philip se contuvo de decirlo.

Clint asistió con estoicismo a la hora del té, que termino extendiéndose por más de tres. Había pasado horas eternas a la espera de un combate, noches en vela afuera de la carpa del hospital portátil, pero nunca, nunca, había soportado la cháchara de dos inglesas. Intervenía con sonrisas y monosílabos y de no haber tenido el recuerdo de su padre, firme y cargado de bolsas afuera de cada probador del centro comercial, no hubiera sabido cómo comportarse. Estaba a punto de hacer lo que fuera cuando miss Daisy se dio cuenta de que su reality show favorito estaba a punto de empezar.

La despidió sonriente, agitando la mano desde la puerta, un paso atrás de Philip, como las emperatrices chinas de sus maridos, hasta que la vieja salió de su propiedad.

Cuando la puerta se cerró Philip, el Philip que conocía, regreso.

-Ya hubieras podido decir algo – lo increpó – para el caso, pude haber dicho que eras un finlandés monolingüe o un lapón mudo. Y también podrías haber evitado retroceder como si fuera a morderte cuando me acerque para darte un beso.

-Nunca he besado a un hombre. No sabía que decir. ¿No se supone que la esposa lleva los pantalones?

-No estamos casados y deja de pensar en mí como mujer: somos una moderna e igualitaria pareja de homosexuales que se aman y debería notarse. – golpeó la manga de su silla de ruedas.

-¿Y porque rayos tenemos que ser gays?

-Porque es difícil que crean que somos hermanos. – espeto - Además, así esperamos provocar a los fanáticos religiosos que investigamos.

-En todo lo que he leído – y cómo había leído – Odín no dice nada contra los gays.

-Por supuesto que no, los vikingos se follaban alegremente unos a otros pero sus seguidores cargan con los prejuicios de su cultura original.

-¿Qué sentido tiene adorar a Odin si vas a compartir las estupideces de  cristianos y musulmanes?

-Porque los imbéciles tienen un patrón de comportamiento. Si eres prejuicioso, cerrado e intolerante enarbolas la primera bandera que te lo celebre, que te haga sentir más especial e importante de lo que ya crees que eres.

Clint asintió. Todavía le dolían las nalgas. Se las sobó.

-¿Y por eso tenías que pasar tres horas charlando con la viejita?

-¿No has aprendido nada del oficio? – se exasperó Philip.

-No dio información relevante. Lo único que dijo de valor es que los adolescentes marginales se reúnen por aquí, y eso ya lo sabíamos.

-Cualquiera pensaría que el ejército de los Estados Unidos enseña a sus oficiales el valor de verificar la información. Toda clase de marginados extravagantes vagando por el bosque, protegidos por su minoría de edad.

Clint asintió de nuevo. Estaban incluidos los tres grupos que les interesaban: los musulmanes, los adoradores de los antiguos dioses nórdicos y los resentidos que no habían sido admitidos en la universidad de Cambridge. Grupos que, ¿Cómo decían los matemáticos? ¿Se interceptaban? Ocasional pero no necesariamente.

-Además, esa anciana va a dar a conocer quiénes somos mejor que si nos entrevistaran en la televisión local.

 

***

 

-¡Oh no! De ninguna manera vas a salir así conmigo.

Clint se había comprado lo que, en su opinión, era ropa de gay: prendas en colores aburridos, finas como si fueran a tocar la piel de una mujer.

-¿Qué tiene de malo mi atuendo?

Jamás creyó que haría esa pregunta. De verdad. Jamás.

-No vas a ponerte ese aburrido suéter celeste sobre los hombros, anudado flojamente sobre el pecho, encima de esa polo detestable y esos pantalones de, Dios mío, no tengo palabras para describirlos, no vas a empujar mi silla vestido así.

Clint podía pelear, o rendirse. Pero no estaba en su naturaleza lo segundo.

-Así sería yo de ser homosexual.

-Gracias al cielo que eres hetero, porque esa pobre comunidad no merece que ande suelto un ejemplar de museo, perdido de los noventas.

-¿Tu no deberías amarme tal como soy y toda esa mierda?

-¿Crees que parece que podría enamorarme de alguien que usa un suéter celeste anudado sobre los hombros? ¡Credibilidad, credibilidad ante todo!

-¡Yo mismo estoy a punto de creérmelo! Lo único que me falta es besarte. – se sentó con las rodillas separadas, los codos sobre ellas y la cabeza entre las manos, gacha - Hablo tanto que ya no soporto el sonido de mi propia voz.

-Lo sé, es duro. – Philip toco su brazo – Es actuar de tiempo completo mejor que los pelmazos que se ganan el Oscar. – pausa - Así que, por el bien de la misión, quema ese suéter, ponte unos jeans y llévame al cine.

 -¿Sabes cariño? – levantó la cabeza mirándolo con un especial no afecto pero si interés - Por ser el hombre que sostuvo tu mano mientras la camilla avanzaba hacia el quirófano y cuyo rostro fue lo último y primero que viste cuando te operaron, merezco algunas concesiones. – declaró apagando el motor y cogiendo los manubrios de su silla.

Lo sacó de la casa y Philip no tuvo más remedio que ser Phil, el enamorado y dulce discapacitado.

 

*

 

Si Clint creía que las horas pasadas como novio accesorio eran una prueba, era solo porque no había visto la película Bajo la misma estrella. 126 minutos de tortura pura y dura, a pesar de que estaban ahí para seguir a los adoradores de las redes sociales, como los llamaba por abreviar y por describir la realidad de la mejor manera posible.

Menos mal que los gilipollas salían con los ojos anegados en lágrimas, porque si hubiera tenido que sonreír hubiera parecido que quería matar a alguien, que era lo que realmente quería hacer.

-Oh no – susurró Philip a su lado – no al Starbucks.

Aparentemente, los terroristas duros y diferentes tenían la misma afición que los adolescentes normalitos beber café detestable en lo que era considerado el lugar más in.

El sitio estaba atestado pero por la discapacidad de Philip los atendieron preferentemente. Se trataban como una pareja mientras no perdían de vista, discretamente, a los vestidos de negro con muchos pinchos y cadenas que hacían fila para que les anotaran su nombre en un vasito.

Philip quitó la tapa, movió con el popote y lo pasó por sus labios muy sensualmente, limpiándolo por completo de la espuma del capuchino. Luego le dio un sorbo.

-¿Sabes? Siempre he querido saber cuál era peor, si el del ejército o este.

Clint bebió un sorbo y dijo:

-Son equiparables.

El grupito de adoradores de Odín se acercaba, hablando de lo mucho que valdría tener cáncer con tal de hallar el amor verdadero.

-Dame una probadita.

Clint le acercó la cuchara a los labios, amaestrado, y Philip notó contento la mirada de desaprobación que un par de ellos les lanzaron. Aprovechó para atraer la atención a su teléfono de lujo.

-Como para desertar el primer día. ¿Cómo hiciste para soportarlo tanto tiempo?

-No es tan malo. – dijo recordando cuando los orines de camello lo salvaron de morir deshidratado.

-Me refiero a todo. Con tantos arrestos y cargos por insubordinación. Con la degradación.

Ascender a mayor por cumplir con el deber mas alla del deber (si, era redundante, pero, ¿Qué esperar de los norteamericanos), ser degradado a teniente por agredir a un oficial superior. Ese hubiera sido su momento de inflexión, pero Clint lo soporto un año mas.

Clint se encogió de hombros. Pero los ojos de Philip le dijeron que iba a insistir hasta obtener una respuesta verbal.

-Solo quería hacer bien mi trabajo, de la mejor manera posible. Míralos– señalo con la cabeza a los nuevos paganos que hablaban de como sacrificarían a un cura en el bosque – si esos pequeños bastardos hicieran lo que dicen, se saldrían de rositas, pero si el cura lograra defenderse, se vería en aprietos.

Esta vez fue Philip quien asintió. Siguió llamando la atención con su teléfono. Clint lo imitó. Se tomaron una foto juntos, con los neoadoradores de Odín de fondo.

-Si tengo que terminarme esto tal vez deba ir a emergencias. – dijo tres sorbos después.

Por toda respuesta Clint acerco sus labios al popote y se lo bebió todo. Succiones largas, profundas. Su nuez de adán moviéndose, al engullir.

-Eres todo un caballero – le sonrió con cariño porque una pareja pasaba.

Clint sonrió de vuelta.

-Estan a punto de irse. – dijo Philip aparentemente atento a su celular.

Clint vio al objetivo levantarse por el reflejo del vidrio. Era el doblemente converso, fácilmente identificable por sus tatuajes islámicos y sus accesorios escandinavos.

-Voy al baño. – dijo un poco más fuerte de lo necesario, como para que su novio le oyera. Philip asintió distraídamente y Clint dejó el celular en la mesa, muy al borde, justo en la pasadita. Los adolescentes se despedían en lo que el caminaba hacia el baño. Afortunadamente había un Angulo de noventa. Se detuvo junto a la puerta, mirando por el cristal. Philip mensajeaba como si su vida dependiera de ello y el objetivo había puesto los ojos sobre el celular. Ojala, pensó, no tenga principios escandinavos.

Entró a echar una alegre meada tras ver al chico embolsarse el celular, como si nada, y dirigirse a la salida con calma y profesionalismo.

Regresó y esperó a que Philip terminara de mensajear. Pero no paraba. Esperaba que ese no fuera un hábito suyo.

-Listo. – le dijo, pues había notado su desaprobación – Tenemos al líder intervenido a menos que venda o le roben el celular.

Clint asintió. Sabía que el chip no estaba en ningún lugar visible, o removible, del teléfono. Que de hecho, pertenecía a las piezas que Macintosh hacía para el servicio secreto británico y que superaban las más locas expectativas de los aficionados al género del espionaje.

-¿Y ahora qué?

-Sabremos todo lo que entre y salga de ese celular.

-Me refería a si te llevaba a un bar o algo.

Sus ojos azules lo miraban con intensión. ¿Era guasa?

-Dudo que te dejen entrar a alguno vestido así

-¡Por el amor de Dios! Me compraré un abrigo. ¿Todavía estarán abiertas las tiendas?

-¡Por supuesto que si! – Philip encendía el motorcito – Vamos. – su mirada le transmitía la urgencia de la importante misión.

 

***

 

Afortunadamente no tenían que compartir la cama debido a la discapacidad de Philip, pues no podía dejar de pensar en que lo de hacía rato se había sentido como una cita de verdad. Lo había invitado con la intensión de tomar un trago para tratar de ser amigos, malograda al tener que fingir siempre ser pareja. El coqueteo era todo fingido. Tenía que serlo, ¿verdad?

Menos mal que él tenía su propia cama como de hospital, con mandos y múltiples funciones. Era lo bastante considerado para tratar de no molestar en la noche. Procuraba mear antes de que lo ayudara a pasar de la silla a la cama y hasta la mañana siguiente. Pero a veces era inevitable un poco de contacto nocturno, sobre todo cuando la cantidad de líquido que había entrado era superior a la normal y, obviamente, tenía que salir.

-¿Clint, estas despierto? – pregunto con una vocecita casi como la de Phil.

-Sí.

-¿Podrías pasarme una botella?

-Tonterías, te llevare al baño.

-Pero…

Pero Clint ya estaba cargándolo en sus fuertes brazos. De una patada abrió la puerta del baño y lo sostuvo mientras él, con mucha vergüenza, orinaba. Clint bajó la palanca, lo cargó de vuelta y lo acomodó en su cama ortopédica. Su rostro no dejaba translucir emociones, por lo general, pero esta vez… ¿Fue incomodidad? Claro que fue incomodidad, a quien le gusta pararse en mitad de la noche a ayudar a un discapacitado borracho a mear.

No te hagas ilusiones, se dijo antes de disponerse a dormir. Ilusiones poco profesionales.

Clint, en su cama, no podía apartar la textura de su piel ni la visión de su pubis tan cuidado como su barba.

 

 

 

Notas finales:

Me he tomado varias libertades artisticas en cuanto a la realidad tal cual es, por ejemplo la sede del Almirantazgo o la calidad del cafe de Starbucks; en realidad, este es peor que destapacaños: funciona igual de bien que la Coca cola para destupir las cañerias del baño, por lo que os invito a que me pregunteis cualquier duda, aclaracion, comentario o tip de limpieza domestica.

Kiitos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).