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Imperio Negro. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos:

Esta historia es un regalo de cumpleaños de SEENAE, es una historia de yaoi/Slash/mm que espero te guste, por cierto, será más larga de lo que esperaba.

Resumen: Vasara ha construido un imperio forjado con sangre y fuego, los seres místicos que aun viven se han reunido a sus pies para servirle, pero aun falta algo, la joya de su corona, un hermoso Oni Rojo que tendrá el privilegio de ser su consorte. Esta historia contiene Vasara/Zenki. Regalo de cumpleaños de SEENAE.

Imperio Negro.

Capitulo 1.

Inocencia.

Vasara había sido paciente y con los siglos por venir construyo el imperio que siempre había soñado, bajo su mando los seres místicos, los demonios y aquellos que eran por mucho peores, de esferas mucho más extrañas le servían con reverencia, temor y orgullo.
No sabía cuál era la causa de su devoción, lo único que le importaba era que lo respetaran.

Con orgullo podía ver las tierras que le pertenecían desde una de sus múltiples habitaciones en el castillo que hizo construir a los humanos que secuestro, las torres, las murallas y el lago artificial con hermosos peces rojos nadando en el, aun los templos que las criaturas que le servían habitaban.

Vasara aun portaba su armadura negra, sus ojos plateados resplandecían en la oscuridad de aquella habitación con malicia, una sonrisa cruel dibujándose en su rostro con dos colmillos apenas visibles y un tamaño que podía considerarse titánico.

Por la mirada de sus vasallos sabía que se trataba de un demonio atractivo, tal vez deseable, en especial por la actitud de un espíritu inferior que escondía su desagradable apariencia debajo de la fachada de un muchacho andrógino, creyendo que podía engañarlo con ese miserable disfraz.

El Oni de armadura negra había subsistido por demasiado tiempo como para poder ver con claridad un cuerpo alargado enrollado sobre si mismo cubierto de escamas de tonalidades que iban desde el azul hasta el verde musgo, del que nacía un torso humano demasiado delgado con cuatro brazos que caían a sus costados, cabello negro y largo resbalando sobre sus hombros, cubriendo un rostro enfermizo con ojos amarillos de pupila alargada.

Vasara fingía no conocer su secreto y usaba su deseo para manipularle a su antojo, después de todo, él sabía muy bien la clase de sacrificios que un individuo, aun un demonio podía realizar a causa del deseo.

Sus jardines, su castillo y cada parte de su reino era una muestra suficiente de los que Vasara había realizado con el único fin de poseer a ese divino señor demonio, el que pensaba podía esconderse de su deseo, pero suponía que ya iba llegando el momento de visitarlo, sólo para hacerle saber de su existencia, así como de sus futuros cuidados una vez que aceptara su adiestramiento, sus enseñanzas, como los humanos realizaban con los suyos.

Junto a la serpiente había una criatura pequeña para un demonio, ese ser era verde, con una apariencia humanoide con rasgos de reptil, o mejor dicho, de una tortuga, ojos grandes y amarillos, una boca alargada con un pico y una cabeza con cabello negro, en el cual había un orificio que contenía agua cristalina, el Kappa era uno de sus sirvientes, un maravilloso espía, quien había logrado avistar al objeto de su deseo por los últimos cien años.

El último de ellos era una criatura difícil de describir, no tenia rostro, solo una máscara con unos orificios en ella, con pinturas rojas que figuraban una expresión sombría, estaba cubierto por un fastuoso kimono de color negro y podría aparentar ser un humano, de tener ojos detrás de los orificios de su máscara.

Este era al que mandaba por los humanos en un principio, usándolo como un espía que no hablaba pero les llevaba oro, mucho oro que les convencía de acompañarlo, para que compartieran sus conocimientos.

Como el del Wakashüdo y otros más que le daban el poder, el conocimiento para impartir sus propias reglas entre los demonios inferiores que le servían con sus habilidades especiales.

Vasara se alejo de la ventana con las manos detrás de la espalda, cada año realizaba esa pregunta y cada año las noticias que recibía eran placenteras, así que deteniéndose delante de sus tres mejores elementos, los que tenían mayor utilidad por el momento quiso que le hablaran de su futuro esposo.

— ¿Existe alguna nueva noticia de mi consorte?

Ese sobrenombre era dulce cuando lo pronunciaba, y aunque todavía no sabía cuál era su verdadero nombre, la idea de que le perteneciera era cautivante, solo por eso creó aquellos fastuosos territorios que se doblegaban a sus pies como nunca lo hicieron con los débiles humanos.

Podía verlo en los recuerdos que albergaba su mente, residuos del monje que devoro trescientos años en el pasado, hermoso, poderoso y cautivante, una criatura digna de gobernar a su lado, de atenderlo como el señor demonio del que se trataba, no un Oni cualquiera, mucho menos un simple ogro, ni un demonio inferior.

— Se le ha visto junto a otro demonio, creemos que su dominio es el agua o el bosque, su armadura es azul y es casi tan perfecto como usted, Señor Demonio Vasara.

Respondió el pequeño Kappa con una voz acuosa y desagradable, respirando con dificultad al ser una criatura marina, no terrestre, la criatura sin rostro nunca hablaba pero las manchas de su rostro se modificaron por unas que según creía significaba un asentimiento, el reptil, este sonrió al ver su molestia, serpenteando en su dirección sin recibir su permiso.

— Es más grande, yo creo que mayor también… y parece que se ha ganado su respeto, yo diría que hasta su amor.

La criatura de cuatro brazos pronuncio con una voz dulce y con unos gestos de cierta forma femeninos, pero debajo de su apariencia delicada, sonreía, esperando que aquella noticia le hiciera olvidar a su consorte.

Vasara apretó los dientes, ningún sucio demonio inferior tenía permiso de acercarse a su futuro amante, esa belleza de cabello pelirrojo era suya, eso lo había decretado tres siglos atrás, cuando devoro a todos los humanos que osaron esconder las semillas, para que pudieran controlarlo como lo decía el monje.

Por lo que aquel incauto demonio perdería la vida por su insulto, suponiendo que ya era momento de visitar a su belleza, no veía porque tendría que esperar más tiempo, su reino se había forjado con la sangre de sus guerreros, con el fuego de las aldeas humanas que trataron de enfrentársele, su castillo negro con algunos tocados rojos y dorados era lo suficiente grande para ambos.

Sus habitaciones podrían mantener a su belleza encerrada hasta que comprendiera su lugar, los sellos estaban puestos, las restricciones, aun las cadenas si eso fuera necesario, pero no tendría que usarlas, sabía que ese pelirrojo terminaría por admirarlo.

No había nadie más como ellos, era obvio que lo desearía también y si no, de todas formas no le importaba, la decisión estaba tomada, sería suyo, sin importarle sus objeciones o su pelea, después de todo, quinientos años deseándolo era demasiado tiempo para esperar a esa dulzura.

— No importa, mi pequeño Oni Rojo aun no sabe que su destino es a mi lado, pero ya es momento de que lo comprenda.

Se dijo a sí mismo sin prestarle atención a sus sirvientes, caminando en dirección de la puerta de su castillo, dispuesto a salir de él como no lo había hecho en más de cien años, recordando con claridad, como si aquellas memorias realmente fueran suyas, como llegar al valle que custodiaba a su pequeño Oni Rojo de las miradas lujuriosas de los otros, esperando encontrar a ese demonio del bosque para poder descuartizarlo.

Bañarse con su sangre de mentiroso, de ladrón, riéndose ante la perspectiva de aquella insignificante criatura tratando de quitarle a su preciado consorte, suplicando por su vida como el cobarde que seguramente era, al mismo tiempo que su Oni comprendía quien blandía el verdadero poder, a quien debía obedecer y venerar.

Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki

Goki algún tiempo después estaba sentado en medio de un gran claro observando entrenar a su señor, quien también era su discípulo, uno demasiado testarudo ya que de nuevo, a pesar del dolor, seguía tratando de mantenerse debajo de la cascada de agua casi congelada.

Era invierno y suponía que Zenki debía regresar al volcán que lo protegía, ocultando su energía de los demás demonios que al verlo de cierta forma vulnerable querrían devorarlo para absorber su poder.

Una tradición espantosa que aun se realizaba, Goki creía que eso fue lo que provoco que sus hermanos y los Onis de niveles mucho más altos desaparecieran, una vez que eran derrotados, sufrían un destino que no deseaba recordar, puesto que los Onis Rojos en su mayoría perdieron su vida en las manos de los Onis negros, que representaban la oscuridad, no el fuego ni la luz.

Pero de esos ya tampoco existía ninguno, siendo Zenki, su impetuoso aprendiz el único Señor Demonio que aun quedaba con vida en ese planeta, ni siquiera esa desagradable criatura que estaba erigiendo un imperio de sombras era un verdadero Señor Demonio.

No comprendía la razón de su poderosa energía, pero sí que no era natural, algo extraño había pasado con ese tal Vasara, que decía proteger a todos los Onis, a cualquier criatura que no fuera humana, quienes cayeron bajo su embrujo y mentiras, realizando un viaje al Impero Negro de Vasara, en donde no sabía si aun existía alguno de ellos con vida o todos fueron absorbidos por esa vanidosa criatura.

Goki había escapado de aquel destino porque decidió abandonar a los suyos el día de la gran guerra, siendo el único que decidió socorrer a los Onis Rojos, llegando demasiado tarde, cuando cada una de aquellas magnificas criaturas ya no existía más, por lo que se marcho buscando un sitio en donde pudiera pasar los últimos siglos de su existencia en paz, alejado de los demonios y de los humanos por igual.

Su apariencia no era aterradora, pero no podía considerarse humana, su rostro aun tenía remanentes de sus ancestros que lo hacían diferente o idéntico a sus hermanos, a su especie, justo como debería ser.

Si se ponía a señalar sus diferencias fisiológicas podía decir que Zenki era un humano de un tamaño descomunal, su rostro, su cuerpo, aun sus garras, podrían pasar desapercibidas si su estatura no fuera tan superior a la de cualquiera de los campesinos de los poblados alejados a ese valle que le hacían un gigante.

Goki solo admitía para el que su cabello era hermoso, como las llamas del volcán que lo cobijaba en invierno con algunos mechones negros, sus ojos rojos, su nariz respingada, sus labios de los cuales sobresalía un pequeño colmillo, sus orejas ligeramente puntiagudas, sus garras como uñas largas de color rojo, haciéndolo todo una visión, una hermosa criatura que pensaba debía proteger de Vasara y de los humanos.

El no era hermoso como su discípulo, sus cuernos eran relativamente pequeños, su cabello largo y de color azul de una sola tonalidad, el cual le llegaba a su cintura, su armadura era mucho más sencilla que la que portaba Zenki, sus ojos eran del color del mar, sus colmillos apenas sobresalían de sus labios pero allí estaban, afilados, demasiado visibles para un frágil humano, así como sus garras que eran un poco más grandes que las de Zenki, con una apariencia afilada con las que podía cortar un demonio menor a la mitad.

Su cuerpo era delgado, demasiado frágil, no el de un guerrero como Zenki, a quien sobrepasaba por casi dos cabezas, pero era delicado a comparación suya, tal vez su poder radicaba en los elementos, en los hechizos que pudo aprender con el tiempo, con el conocimiento que fue recabando por su propia cuenta, a veces aprendido de algún monje, haciéndolo más un hechicero que un soldado.

Tal vez por eso los humanos que había llegado a encontrar lo habían confundido con uno, dándole cobijo en algunas ocasiones, en otras pidiéndole que destruyera alguna amenaza que aterrorizaba sus corazones, muchas veces demonios inferiores, otras tantas veces, humanos que habían sido poseídos por una extraña clase de planta que los retorcía en algo enfermo.

Goki no sabía cómo ayudarles, por eso debía destruirlos, pero aun así las personas que le pidieron ayuda le agradecieron con un lugar donde dormir, comida y bebida, lo que cualquier humano hubiera aceptado como pago.

Hasta que un día, le hablaron de un demonio terrible que asolaba un valle remoto, que había atacado a sus animales, llevándose los restos, incendiando las cercas o un área pequeña de los cultivos.

Eso no sonaba como algún demonio o criatura que conociera, por lo que pensó seria otro de aquellos seres, los que eran poseídos por esas extrañas semillas, pero lo que vio le sorprendió demasiado.

No era un demonio, ni un Oni, tampoco un ogro y mucho menos uno de aquellos humanos, frente a él se encontraba un Señor Demonio, una criatura de armadura, cabello y ojos rojos, como las llamas que usaba a su antojo, el cual era salvaje, tal vez el único sobreviviente de la masacre realizada demasiados siglos atrás para que pudiera tener esa edad.

Era apenas un niño, de ser humano tendría ocho o nueve años, el que le gruño con los dientes apretados, moviéndose como un animal salvaje a cuatro patas, listó para que pudiera defenderse de cualquiera de sus golpes, tratando de mantenerlo alejado, pero no ataco, no podía lastimarlo.

Goki al principio no supo qué hacer con él, sólo que le reconoció como uno de los Señores Demonios, el último en su tipo, por lo que recordaba podría estar hambriento, demasiado cansado y por eso su actitud salvaje, o por el contrario, al nunca convivir con ningún otro ser más que aquellos que vivían en ese valle, aprendió demasiado rápido a imitar sus actitudes animales.

Le costó demasiado trabajo ganarse su confianza pero al final lo hizo, pensó, sonriendo cuando Zenki salió del agua temblando, para de pronto dejarse caer sobre el suelo, a su lado mirándolo fijamente, para después cerrar los ojos, esperando a que lo acicalara como era su costumbre.

— Ya estás demasiado grande para eso Zenki, debes hacerlo tú solo.

Zenki solo cruzo sus brazos detrás de su cabeza, el único que deseaba que cuidara de su cabello o que se bañara era Goki, a él le daba exactamente lo mismo si estaba limpio, cubierto de tierra o hecho un desastre, como su maestro decía en varias ocasiones cuando llegaba después de un largo viaje.

— A mi me da lo mismo.

Goki suspiro entonces pasando sus manos sobre el cabello pelirrojo de su pupilo, el cual estaba lleno de tierra, plantas y de alguna forma aun insectos, preguntándose cómo era posible que un escarabajo permaneciera en su corona a la mitad de un entrenamiento.

— Te comportas como un niño.

Zenki comenzó a reírse en voz alta, eso era lo que Goki siempre pronunciaba cuando estaban a punto de ir a las aguas termales en donde se tardaría muchas horas tratando de arreglar su cabello, molestándose porque algunos monos tratarían de unírseles en el agua, quienes mucho tiempo atrás les habían perdido el respeto.

— Pero no creo que cambies nunca, aun eres demasiado joven para ser de otra forma Zenki, así que vamos, tenemos que ducharte.

El demonio rojo encontraba fastidioso el baño, pero cuando lo hacía junto a Goki, recibiendo poco después algunos cuantos cuidados para que su cabello estuviera limpio, era agradable, un cálido sentimiento afloraba en su pecho, deseando que su maestro nunca se marchara de su lado.

— Yo ya te lo dije, solo me baño porque tu quieres que lo haga, de lo contrario no lo haría nunca, en realidad, tengo hambre, deberíamos cazar un jabalí, o tal vez dos… y un venado también.

Goki suspiro molesto, levantándose del suelo recibiendo un quejido de Zenki, quien a veces parecía una mascota, un pequeño gato o un perro mimado, quien se restregaba contra sus manos como si le gustara ese sentimiento.

Haciéndolo sentirse orgulloso de poseer esa atención de su pequeño volcán, Zenki era una buen Oni, un Señor Demonio poderoso que cuando alcanzara la madurez tendría la sabiduría para gobernar a los suyos y enfrentarse a ese Vasara, llegando el momento, y aunque sabía que pasaría sólo esperaba retrasar ese enfrentamiento por algunos siglos más, para que su discípulo pudiera derrotarle con facilidad.

— ¡Lo juro Zenki, a veces creo que lo haces a propósito!

Zenki se levanto con algo de pereza siguiendo muy de cerca a su maestro, quien era una cabeza o dos más alto que el, mucho más etéreo cuando él era grande y fuerte, su maestro era delgado con cierto aire andrógino, un cabello que amaba acariciar, largo y azul, como el color de sus ojos, el que le llegaba a la cintura, tan lacio que parecía cascadas de agua, no como el suyo que parecía una maraña ingobernable de cerdas gruesas de un color parecido a la sangre.

Sus facciones eran algo que Zenki observaba en secreto, apenas tenía colmillos, sus cuernos eran pequeños, pero era hermoso, nariz respingada, labios delgados, pómulos afilados, una expresión serena que lo tranquilizaba.

Goki era tan hermoso como una de esas mujeres que había visto en cuadros que le había enseñado, las que portaban ropas estorbosas, adornos extraños en su cabello, cuyo rostro era blanco, enmarcando unos ojos hermosos, pero no tanto como los de su maestro.

— No sería capaz de hacerlo, ni siquiera me gusta bañarme.

Respondió, pero la verdad era que trataba de ensuciarse lo más que podía cada vez que cazaba o entrenaba, llenando su cabello de ramas, insectos, lodo, todo lo que Goki tendría que quitar con sus dedos largos, delicados, los que a pesar de tener filo, eran suaves, cuidadosos

Por alguna razón Goki creía que aquello era una mentira, pero no dijo más, porque en realidad, le gustaba demasiado cuidar de Zenki, aunque ya no lo necesitara para nada, no cuando su poder era equivalente al de un volcán, podía alimentarse y cuidarse solo, tal vez lo único que necesitaba de él era su compañía, pero eso no era precisamente por ser él quien se la brindaba, sino porque después de la gran guerra, el pequeño rojo se había quedado solo.

Lo único parecido a él si Goki llegaba a faltarle, era otro demonio, esa sombra oscura que se levantaba en el norte, asesinando humanos, comiendo espíritus poderosos, edificando un Imperio tan negro como la noche, oscuro y tenebroso.

Vasara, quien no salía de su castillo nunca, al menos no lo había hecho en los últimos tres cientos años, pero aun estaba suelto, convirtiéndose en una amenaza para su pobre Zenki, quien desconocía esa información, como decirle su historia sin hacerle desconfiar de todo lo que no fuera el mismo, la forma en que fueron diezmados jamás podría relatarla sin temblar o sentir escalofríos.

Zenki se detuvo de pronto al ver que Goki parecía preocupado, quien al darse cuenta que había llamado la atención de su discípulo siguió con su camino, rodeando el hombro del demonio de fuego, riéndose cuando este se sonrojo, ligeramente molesto cuando alboroto aun mas su cabello.

— Debemos hacer algo con tu tendencia de construir un nido en tu cabello Zenki, que harás cuando yo no pueda cuidar de ti.

No supo de donde vino aquello, pero la respuesta de Zenki fue una demasiado consternada, parecía que su pequeño rojo no había pensado en aquella posibilidad en todo ese tiempo.

— Vamos Zenki, ya casi llegamos a las aguas termales y debemos correr a esos endemoniados monos.

Zenki comenzó a reírse al ver la expresión de su maestro cuando uno de ellos, al verle llegar, le hizo un espacio, pero no se salió del agua, como si lo invitara a hacerles compañía.

— No creo que quieran marcharse Goki.

Por alguna razón Goki detestaba a esas criaturas que no hacían más que disfrutar del agua caliente de las aguas termales, esos monos eran graciosos, pero terminaron huyendo, no muy lejos como era su costumbre, pero dándoles cierta intimidad.

— Por fin se han marchado.

Zenki asintió y comenzó a quitarse su armadura con lentitud, dejándola caer por cualquier sitio, ensuciándola con ese movimiento descuidado que logro que Goki se molestara con el por eso, levantando cada prenda que tiraba para acomodarla sobre una roca que parecía ligeramente limpia.

Goki una vez que hubiera recogido el desastre de su alumno empezó a desvestirse, observando como Zenki no había entrado en el agua aun, estirando su cuerpo, el cual parecía haber sido cincelado por un escultor, logrando que se sonrojara cuando termino de recorrerle con sorpresa.

— ¿Por qué no te apresuras?

Pregunto antes de saltar al interior de las aguas termales salpicándolo con el agua, ingresando en la parte más profunda, la cual le llegaba a la cadera, sentándose en una roca con los ojos cerrados, esperando a que terminara de quitarse la ropa y lo acompañara en su baño.

Goki sabía que Zenki no actuaba de forma mal intencionada por lo que ingresando lentamente en las aguas termales, respiro hondo para iniciar sus tareas, usando sus manos para rociar el cuerpo de su alumno con estas, tratando de limpiarlo con demasiado afecto, siempre con el más profundo de los cuidados, esperando que su pequeño Señor Demonio disfrutara de sus atenciones.

— ¿Cómo pudiste ensuciarte tanto Zenki?

Pregunto recorriendo uno de sus hombros con las puntas de sus dedos, acercando su rostro al cabello rojo de su protegido, una vez que hubiera terminado de acicalarlo, riéndose cuando Zenki simplemente le permitió aquellas caricias delicadas, respirando hondo, como si le causara demasiado placer sus atenciones.

— Se siente bien…

Susurro Zenki dejando que su peso se recargara contra su pecho, de alguna forma durante el transcurso de la noche habían cambiado sus posturas, su pequeño rojo sentándose entre sus piernas, dándole la espalda, permitiendo que lo rodeara con sus brazos, casi durmiéndose entre ellos.

— Es tan diferente a la otra…

Goki asintió, sabía que el agua fría lo lastimaba, pero la caliente, aunque fuera una casi hirviendo como la que los rodeaba le hacía sentir mejor, el calor era su elemento después de todo.

— Lo sé, el frío te lastima Zenki, eso es porque eres un Señor Demonio de Fuego.

El demonio de color azul beso la nuca del Oni entre sus brazos, escuchando un sonido que supuso eran esos endemoniados monos, observando cómo su pequeño rojo se quedaba dormido en esas aguas.

— Ese es tu elemento y todo lo que tiene que ver con bajas temperaturas te hace daño…

Goki al ver que no despertaba libero su rostro de los mechones que caían sobre su rostro ocultándolo, riéndose ante la imagen que Zenki tenía mojado, encontrándolo adorable.

— Por eso quiero que entrenes en esa cascada, de alguna forma se que lograras crear alguna clase de inmunidad a esas temperaturas.

Para después besar su mejilla, cerrando los ojos también, sin molestarse porque esos endemoniados monos habían regresado.

— Zenki, te quiero mucho.

Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki- Zenki-Zenki

Vasara no se tardo demasiado en llegar al claro en donde su sirviente de nombre Hebi menciono que se encontraba su consorte, cuando le ordeno quedarse atrás, no quería que su desagradable apariencia atemorizara a su belleza roja.

Tampoco lo siguieron Kame ni Saru, quienes obedecieron sin decir una sola palabra, no así Hebi, quien trato de acompañarlo, alegando que podría distraer al maestro de su consorte si era necesario.

Suponiendo que aquella noche se lo llevarían a su castillo o que se sentiría traicionado al ver que sus palabras eran ciertas, un Oni de nivel inferior deseaba robarle a su consorte, quien justo en ese momento se encontraba desnudo, cubriendo el cuerpo de Zenki con sus asquerosos brazos.

Vasara por un momento quiso hacerse presente, destruir a ese Goki, un demonio azul e inferior, cuya apariencia y poder era una ofensa para los suyos, el que no se podía considerar como un Señor Demonio, no como él, o Zenki.

Cuyo nombre le parecía perfecto, resbalaba con facilidad en su lengua, quien le odiaría y temería de lastimar a ese demonio inferior delante de sus ojos, cuyas mentiras parecían haberlo cautivado, haciéndole creer que permitirle tocarlo, bañarse con él era correcto.

Que su supuesto maestro no estaba interesado en el de la manera en que lo hacía, dispuesto a cobrarse a la primera oportunidad sus enseñanzas con su dulce cuerpo, realizando un acto que podría describirse como Wakashüdo, el mismo ritual que ese humano asqueroso realizaba con sus samuráis.

Quien parecía deseaba lo mismo que su futuro amo, su consorte y señor, así como su maestro, a quien debía entregársele cuando por fin comprendiera cual era su lugar, en su castillo, en su Imperio, en su cama o fuera de ella.

Debía esperar, primero tendría que ganárselo y si ese Goki logro hacerlo, siendo una burla para su especie, una degradante criatura delicada, demasiado débil para considerarse un Oni, él con su poder, su sabiduría y su dominio, su maravilloso imperio tendría a su belleza de fuego en sus brazos mucho antes de lo que se tardaría en descuartizar al que se pensaba era su rival.

Pero primero debía darle esos dos jabalíes y el venado que se le antojaba devorar, que clase de criatura podía negarle cualquier cosa a esa belleza de cabello rojo, quien aun sumergido en el agua cambio un poco su postura para recostarse esta vez de frente a ese demonio azul, usándolo como si fuera una almohada.

— ¿Volverás a marcharte?

Aquella pregunta logro que Vasara sonriera, escuchado la respuesta de ese tonto con atención.

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