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Eros Farnese por Nayen Lemunantu

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Notas del fanfic:

Esta idea la concebí originalmente para la Primera Convocatoria AoKiKaga organizada por unas cuantas pervertidas amantes de estos tres… Sin embargo, a medio camino la idea fue cambiando un montón y en realidad es una historia KagaKi con la intervención sabrosona de Aomine.

 

La historia consta de 3 capítulos en total, los que iré subiendo semanalmente.

 

Con el tiempo he llegado a amar el secreto. Parece ser lo único capaz de hacer misteriosa o maravillosa la vida moderna. Basta esconder la cosa más corriente para hacerla deliciosa.

 

Oscar Wilde

 

I

 

Aparcó el automóvil con suavidad. Lo medido de sus movimientos, más allá de denotar su responsabilidad cívica, dejaba en evidencia que no quería estar ahí.

Ladeó el cuello a su izquierda y detalló dos puertas de madera de proporciones exageradas, flanqueadas por columnas de mármol blanco que destacaban por sobre el bermellón del resto del edificio; un auténtico palazzo en medio de la arquitectura más futurista de Tokio. Una mezcla de lo más pintoresca como sólo podía darse en Meguro. Según recordaba, el mismo edificio un par de años atrás había sido una embajada. Ahora, albergaba las dependencias del club privado más exclusivo, extravagante y —a su manera— decadente de la ciudad; el lugar de moda y que por esos días estaba en boca de todos los sujetos que valía la pena conocer en la socialite japonesa: Eros Farnese.

Aún recordaba la primera vez que ese nombre llegó hasta sus oídos y la consternación que sintió cuando descubrió quién era en realidad el tan codiciado Eros. Sólo había estado en ese lugar una única y maldita vez. No quería volver, no habría querido volver nunca… Ellos no se habían visto en casi un año y aún no estaba preparado para verlo frente a frente, pero no le quedaba de otra.

Se removió incómodo detrás del volante; el pequeño citycar blanco que conducía, quedaba corto para alguien de 1,90 metros de altura. Soltó un suspiro enérgico, con el que pareció encontrar el valor que lo caracterizaba, y por fin decidió salir de la seguridad de su coche.

La llovizna suave que caía en esa noche primaveral, le empapó el pelo y los hombros casi de inmediato. Era de esa clase extraña de lluvia; tan suave que apenas se siente, pero que cala hasta los huesos sin que uno lo note.

Se encaminó hasta la entrada y quedó protegido por el alero del edificio. A pesar de la lluvia había una cola enorme de personas esperando por entrar. Sintió algunos abucheos a sus espaldas por saltarse el turno, pero no se molestó en absoluto. En realidad no les prestó atención; estaba demasiado nervioso, concentrado en sus pensamientos. Tenía la respiración agitada y el corazón le latía a un ritmo frenético.

—No puede entrar, señor. —Oyó, pero no atinó a evaluar lo que pasaba a su alrededor hasta que sintió una mano que lo sostenía por el antebrazo y le impedía continuar. Ladeó el cuello para ver a uno de los guardias de seguridad—. ¿Tiene alguna invitación?

—¿Invitación? N-no… yo… —tartamudeó. Sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, cuando volvió a hablar, sonaba más seguro—. Necesito hablar con el dueño.

—El dueño no podrá atenderlo, señor —dijo el guardia mientras le soltaba el brazo y volvía a flanquear las puertas—. Si no tiene invitación, tendrá que hacer la fila como todos los demás. Aunque le advierto que es inútil. La única forma de entrar es con invitación personal.

—¡No me jodas! Las invitaciones son imposibles de conseguir.

Lo había checado antes de aparecerse en el lugar, no era tan idiota. Pero entrar al club más exclusivo de Meguro, sólo era posible siendo invitado por el dueño. Y eso, costaba una pequeña fortuna, de la que obviamente no disponía.

—Así funciona el negocio, señor —se excusó el guardia mirándolo de arriba abajo como si fuera un sujeto de lo más penoso; al parecer se sorprendía de su ingenuidad—. Esos son los costos de querer entrar a un lugar como éste.

—No… yo… —volvió a dudar. Cerró los ojos y trató de serenar el latido inestable de su corazón. Le estaba costando más de lo que había supuesto, había subestimado la situación—. Mire, yo no quiero entrar en este maldito club ¡Lo que quiero es hablar con el dueño del establecimiento!

—Señor, ya le dije —respondió el guardia con paciencia. Parecía que seguía cierto protocolo, se notaba que no era la primera vez que lidiaba con situaciones como esa. No pudo evitar preguntarse cuántos sujetos venían cada noche queriendo entrevistarse en persona con el dueño—. Si quiere entrar, tiene que hacer la fila como todos los demás.

—Usted no entiende —insistió—. Yo soy conocido del dueño. Si le da mi nombre, seguro que me recibirá. —Trató de parecer confiado, pero falló de manera estrepitosa. En realidad no tenía ninguna certeza de ser bien recibido—. Por favor.

El hombre soltó un suspiro y rodó los ojos, al parecer se había rendido. 

—Muy bien, voy a hacer el intento, amigo, pero no prometo nada. —Tomó el intercomunicador y marcó al encargado de la seguridad central—. ¿Cuál es su nombre?

—Kagami Taiga.

 

II —

 

Pasó una eternidad hasta que el guardia recibió la confirmación, aunque éste no parecía muy seguro de creer lo que sus oídos habían escuchado. Lo miró de arriba abajo antes de hablar.

—C-creo que el señor Eros ha aceptado recibirlo. —La duda en su voz era evidente; debía ser la primera vez que el dueño accedía a entrevistarse con alguien. Kagami no pudo evitar sentir cierto alivio—. Alguien del personal de seguridad vendrá por usted y lo guiará hasta el señor Eros, por favor espere. —Los murmullos de consternación no se hicieron esperar; al parecer no sólo el guardia estaba sorprendido, sino también todos los aspirantes a clientes.

Kagami asintió. Se guardó las manos en los bolsillos para protegerse del frío y se paseó inquieto. La espera le estaba resultando una verdadera pesadilla. Tenía el estómago hecho un nudo y sus ansias no hacían más que crecer.

No le agradaba el hecho de tener que presentarse ante él así, para pedirle favores, pero era el único que podía ayudarlo en ese momento. Y además, era lo mínimo que le debía después de lo que le hizo… O al menos eso fue de lo que trató de convencerse.

—¿El señor Kagami Taiga? —La voz dura a sus espaldas lo sacó de sus pensamientos. Se dio la vuelta y vio a un hombre vestido de smoking negro, con el cabello oscuro y unos grandes ojos celestes que lo inspeccionaban con seriedad.   

Él sólo pudo asentir, no le salía la voz. Ese lugar era tan irreal…

—Sígame, por favor —dijo el hombre del smoking.

La puerta le fue abierta por el mismo guardia, pero en el recibidor del palazzo, un par de mujeres vestidas con una elegancia envidiable, se encargaron de tomar su abrigo con la más absoluta cordialidad. Esa era una de las ventajas de estar en un club como ese, era un sueño; lo que se vendía ahí era la fantasía misma.

Volvió a seguir al hombre del smoking. Mientras avanzaban, la música suave de los salones laterales lo envolvió, lo hizo sentir transportado a otro siglo. No era sólo la arquitectura y decoración al estilo italiano —bastante extravagante para su gusto—, ni el hecho de tener músicos doctos en vivo en cada uno de los salones, sino que era la sensación que se proyectaba al atravesar las puertas del palazzo: era como entrar a la mansión de una cortesana de la antigua Venecia.

Era esa misteriosa irrealidad, esa fantasía, lo que constituía el éxito total del club.

No se trataba de ningún restaurant temático, ni mucho menos de un vulgar night club. Eros Farnese ni siquiera tenía un letrero como tal. Los clientes habían comenzado a llamar así al lugar, porque ese era el apodo que se había ganado su dueño, cuya belleza y sensualidad evocaba a la famosa escultura griega del dios de la atracción sexual.

No funcionaba como un club real y dentro del palazzo no se vendía nada. Los banquetes deslumbrantes que sorprendían cada noche, el licor que corría como ríos inagotables dentro de delicadas copas de cristal, las extravagantes representaciones artísticas que exudaban sensualidad, el personal de trabajo que parecían sacados de una película, todo era cortesía del dueño. Era la casa de Eros, una casa donde cada noche había una fiesta especial para recibir a los cientos de “amigos” que depositaban de manera generosa y desinteresada, sumas irrisorias de dinero, para recibir una invitación de asistencia en un sobre dorado.

En realidad, Eros Farnese era un prostíbulo de elite.

Atravesaron el hall central y subieron por una de las escaleras dobles con balcón en el centro. El edificio tenía un total de tres pisos, cada uno más exclusivo que el anterior. Por el sólo privilegio de acceder al tercer nivel había que pagar cientos de yenes.

Kagami fue dirigido hasta la azotea. Era el piso exclusivo de Eros. Ningún cliente tenía permitido entrar.

El ambiente ahí era, por lejos, diferente a la sobrecargada suntuosidad de los pisos inferiores. Si había una palabra que caracterizara la galería construida en la azotea, era simpleza. Las paredes de madera y lo sobria de la decoración le daban un aspecto zen y la sensación de estar en otro lugar; uno muy distante del palazzo de fantasía de Eros.

El hombre del smoking le indicó con la mano extendida hacia el pasillo de la izquierda. Kagami le agradeció con un movimiento de cabeza y el hombre se retiró en silencio.

Avanzó despacio, midiendo cada uno de sus pasos, planificando las palabras exactas que diría cuando lo viera por fin. Atravesó un sencillo fusuma blanco y salió a una especie de terraza exterior, donde tras una pared de cañas de bambú, se dejaba entrever un pequeño jardín, en el cual Kagami pudo ver al único dueño de sus sueños y pesadillas por primera vez después de un año de ausencia. No se había dado cuenta de cuánto lo extrañaba hasta ese instante.

Estaba acuclillado junto a un rosal de color amarillo, cortaba con una pequeña tijera de podar un ramo compuesto por botones de rosa sin abrir. Estaba tan absorto en su tarea, que no se percató de su presencia. Kagami tuvo que aclararse la garganta.

—Ha pasado un tiempo… Eros.

Éste levantó la mirada de inmediato al oírse nombrar, lo miró unos segundos como si estuviera sorprendido por su presencia ahí, con la tijera suspendida en el aire y la sorpresa tatuada en sus astutos ojos de lince, pero al instante le sonrió afable y se puso de pie. Tomó las rosas entre sus manos y caminó tranquilo hacia el interior de la galería.

Kagami siempre había amado su forma de moverse, suave y elegante, seductor incluso por la forma en que conectaba un paso tras otro. No parecía preocupado en absoluto por la llovizna, aunque tenía la ropa empapada y el pelo salpicado de gotitas diminutas.

—Cuando Kasamatsu me avisó que estabas abajo, creí que me tomaba el pelo —dijo de un momento a otro, con un tono de voz que sólo destilaba la naturalidad que siempre lo había caracterizado.

No había dejado de sonreír y tenía el cuello ladeado hacia la izquierda, haciendo que su cabello dorado se desparramara sobre su hombro en un cuidadoso desorden. Kagami podía entender a la perfección cómo había gente que estaba dispuesta a pagar una fortuna por el placer de su compañía; era la criatura más dulce, preciosa y deslumbrante que había visto en su vida. Había veces en que dudaba que fuera real… Hasta que recordaba que todo él era un espejismo, una sucesión interminable de máscaras y mentiras.

—Creo que de cierta forma, no lo habría creído hasta verte aquí. —Cuando se plantó frente a él, Kagami pudo sentir que su cuerpo estaba cubierto por el aroma suave y refrescante de las flores húmedas.

—Pues era verdad, estoy aquí.

—Y no puedo imaginar qué será lo que te trae ante mí. —Eros lo miró directo a los ojos por varios segundos, Kagami apenas pudo sostenerle la mirada; sentía que sus ojos dorados y transparentes lo atravesaban como una daga—. Después de todo, tú mismo dijiste que no querías volver a verme por lo que te quedaba de vida… o algo así. —Terminó soltando una risita.  

—No estoy aquí por voluntad propia, Eros. —Al oírse nombrar de esa forma, su ceño se arrugó por una milésima de segundo—. Tatsuya fue quien me obligó a venir.

—¿Tatsuya? Él era tu hermano, ¿no? 

Fue su turno de arrugar el entrecejo. Esa frase había sonado tan casual, tan indiferente, tan cargada de condescendencia, que lo hizo sentir enfermo. Durante ese año —por más que lo intentó— no había podido apartar de su mente a ese rubio, pero él ahora le estaba diciendo que apenas sí recordaba todas las cosas que habían pasado juntos. Ya no sabía ni por qué se sorprendía. ¿Había sido tan iluso como para esperar otra cosa?

—Tatsuya es mi hermanastro —rectificó.

—¡No puedo creer que él te haya convencido de venir a buscarme! —Eros comentó riendo—. Creí que me odiaba.

—¡No te equivoques! Tatsuya me obligó a venir aquí, pero no para buscarte. Al menos no de la forma en que tú estás pensando. —Sus palabras sonaron más duras de lo que había pretendido.

Eros no comentó nada. Volvió a sonreír de esa forma suave, enigmática y cautivante, mientras se dedica a arreglar el ramo de botones de rosa que acababa de cortar dentro de un jarrón cuadrangular de vidrio.

—Nuestro negocio está jodido —continuó Kagami—. Ya sabes que es lo único que tenemos Tatsuya y yo. Invertimos nuestra herencia en él y ahora estamos a punto de irnos a la banca rota.

—¡Qué lástima! ¿Y…?

Eros había terminado de acomodar las flores y levantó la vista para mirarlo a los ojos otra vez. Parecía prestarle toda su atención, pero Kagami creyó detectar cierto tono de burla en su forma de hablar y en la imborrable sonrisa de sus labios… ¿O se estaba volviendo paranoico? No podía creer que después de todo lo que pasó ese sujeto le siguiera moviendo el piso de esa manera.

—¡No quiero un préstamo si eso es lo que piensas! No he caído tan bajo como para pedirte algo así —respondió a la defensiva, indignado por unas palabras que nunca fueron dichas—. Lo que pasa es que tenemos un posible inversionista. Un japonés que vive en el extranjero y quiere volver a la ciudad.

Eros lo miraba con atención, sus ojos dorados estaban muy abiertos y saltaban de un punto a otro en un gesto vivaz y lleno de curiosidad.

—Qué interesante —dijo acariciándose la barbilla—, pero aún no entiendo qué tengo que ver yo con todo esto.

—Tatsuya cree que tenemos una buena posibilidad de convencerlo de ser nuestro socio, si somos amistosos con él y lo tratamos como se merece.

—Apuesto a que esa estrategia servirá, pero… ¿Qué tiene eso que ver conmigo?

Eros hizo una pausa para sacarse el sweater de lana gris que usaba; estaba pesado y lleno de humedad debido a la llovizna. Lo dejó caer sobre uno de los numerosos sillones de mimbre dispuestos de forma estratégica en toda la terraza y quedó sólo en una delgada camiseta de algodón blanco. Kagami ladeó la mirada. Trató de no prestar atención a la cualidad transparente que había adquirido la camiseta producto de la humedad; no quería ver lo que dejaba traslucir esa prenda.

—Este inversionista en un lujurioso dado a toda clase de perversiones. Así que, como tú eres un experto en el tema, creí que me podías ayudar.

Eros soltó una carcajada que inundó toda la galería. Su risa tenía cierta musicalidad, era difícil de describir; suave y estridente a la vez, medida y arrebatadora. No era ni un extremo ni otro, pero tampoco era un término medio, era como si en una sola risa pudiera guardar todo el espectro de expresiones.

—Lo que necesito es un pase libre para visitar este lugar —continuó Kagami—. Si es verdad que cumple con al menos la mitad de las expectativas de las que todos hablan, estoy seguro que después de una noche aquí, se sentirá tan complacido que no dudará en ser nuestro socio.

—¿Y por qué habría de hacer yo algo así?

—¡Me lo debes y lo sabes! —protestó dejando ver toda la incredulidad que sentía. En ningún momento se le había pasado por la cabeza que Eros podría negarse—. Tómalo como una compensación por todo lo que me hiciste.

—¿Y que hay de lo que tú me hiciste? —preguntó Eros con voz ronca y rostro inexpresivo. Kagami no supo si tenía la garganta apretada debido al frío o estaba conteniendo las emociones, pero conociendo lo insensible que podía llegar a ser ese sujeto, no dudó en que fuera debido a la primera opción—. ¿Qué hay del daño que tú me provocaste?

—¿Daño? ¿Cuál daño? —Kagami sacudió la cabeza, estaba consternado—. Si no recuerdo mal, y creo tener muy buena memoria, el único que me estuvo mintiendo desde el momento en que nos conocimos, fuiste tú, Eros… o como quiera que te llames.

—¡Yo no te mentí! Nunca te dije una mentira —aseguró. Su cuerpo se estremecía, tenía los ojos acuosos y la boca temblorosa. Kagami nunca lo había visto en ese estado—. Sólo oculté algunos detalles, porque temí que no pudieras comprenderlos.

—¿Algunos detalles? —Kagami lo miró incrédulo antes de liberar una rabia que no sabía que aún guardaba en su interior—. ¡Por favor! Si no hubiera sido por ese sujeto del café que te reconoció, jamás me habría enterado de quién eras en realidad. ¡Me engañaste desde el principio! Yo creí que eras ese sencillo muchacho que conocí en el parque, pero en lugar de eso me encuentro con que eres… esto. —Lo señaló con la mano mientras lo miraba de arriba abajo, en su mirada había desprecio y dolor mezclados en un solo sentimiento—. ¿Por qué nunca te mostraste como realmente eras? ¿Por qué esa necesidad de usar una máscara, de hacerte pasar por quien no eres?

—¿Nunca has pensado que tal vez ese muchacho del parque es quien realmente soy y Eros es mi máscara?

—N-no… yo… —Kagami dudó. Suavizó la mirada y cuando volvió a contemplar al rubio que se abrazaba a sí mismo para darse calor frente a él, sólo vio fragilidad, no al ser pérfido que le rompió el corazón—. ¡Eso no viene al caso ahora! Nuestra historia ya no tiene vuelta atrás. No fue por eso que vine.

Necesitaba con desesperación volver a centrarse en el verdadero motivo de su visita, no podía empezar a cuestionarse ahora lo que ya había quedado en el pasado. Entre ellos ya no había vuelta atrás.

—¿Me vas a ayudar o no?

Eros desvió la mirada y soltó un suspiro largo. Cerró los ojos un par de segundos, apartando las emociones que lo turbaban y cuando volvió a encarar a Kagami, volvía a ser el joven despreocupado y afable de siempre; la máscara volvía a estar en su lugar.

—Claro que te ayudaré —dijo con su gracia característica—. Prepararé una estancia especialmente para ti y tu socio, y cuando termine la noche, no dudes que te firmará lo que quieras. —Terminó de decir con una sonrisa en medio de una reverencia que a Kagami le resulto caricaturesca, pero encantadora—. ¿Cuándo va a venir?

—Este viernes. Apenas lo recoja en aeropuerto lo traeré para acá.

—Entonces, los espero en dos días más.

Eros dio la conversación por terminada con una última sonrisa de cordialidad. Se encaminó hacia el interior de la galería hasta perderse tras un biombo pintado a mano en lo que Kagami supuso que era su habitación. Decidió esperarlo en el living. Cuando apareció luego de varios minutos, estaba vestido con un traje gris de lo más elegante y se arreglaba el cabello húmedo con los dedos.

—Bueno, ya me tengo que ir —dijo mientras terminaba de acomodarse el peinado. Se veía espléndido; su piel pálida resaltaba entre el negro de su camisa de seda—. Abajo hay una fiesta y se vería mal que el dueño de casa no atendiera en persona a sus invitados. 

Kagami asintió, pero no pudo evitar que su rostro reflejara la amargura que sentía. Ahora volvía a tener la certeza de saber por qué la historia de ambos no había resultado: después de descubrir que él era Eros, supo que jamás habría podido soportar compartirlo con el montón de admiradores que lo visitaban cada noche. El saber que él sería el único que tendría su corazón no era consuelo suficiente.

Eros se ajustó el blazer sólo con el botón medio y caminó hasta la puerta. El abrirla y esperar de pie a su lado, fue una invitación de salida para Kagami.

—Gracias, Eros —le dijo mirándolo por sobre el hombro, después que había atravesado el pórtico.

—No me gusta que llames así —protestó éste con el ceño apretado, mordiéndose el labio inferior—. Tú eres uno de los pocos que sabe cuál es mi verdadero nombre.

Kagami se dio la vuelta por completo, impresionado. Él era Eros ¿Por qué querría renegar de su verdadera naturaleza? Cuando lo detalló con la mirada volvió a sentir una sensación de fragilidad emanando de él; la mirada esquiva, el labio apretado, las manos temblorosas… Pero su porte no podía ser menos altivo. Encantador de una manera en que sólo él podía llegar a ser.

Y Kagami se rindió.

—Nos vemos, Kise.

 

III —

 

La llovizna de los días anteriores se había intensificado. Paradójicamente, la temperatura era agradable y le permitía a Kagami estar parado bajo la lluvia con tan sólo un sweater y un simple paraguas transparente como única protección.

Ya llevaba más de dos horas en las afueras del aeropuerto de Narita, esperando por su posible nuevo socio. El tipo tenía toda una reputación de varón rojo que lo precedía; era un sujeto de lo más extravagante. Por eso a Kagami no le sorprendió demasiado la espera. Lo más probable era que se hubiera extraviado en algún lupanar de mala muerte en Singapur, donde según estaba enterado, hizo escala su avión proveniente de Sudáfrica.

Kagami no lo conocía en persona, pero supuso que el ridículo cartel que tenía en la mano derecha y que Tatsuya le había obligado a escribir, sería de ayuda. Porque no quería pensar en la idea de que su futuro socio lo hubiera pasado por alto y en esos momentos ya estuviera disfrutando de los placeres nocturnos de Tokio. Tal vez debería ir a checar la información del vuelo una vez más, sólo por si acaso.

Todo su futuro estaba en las manos de ese hombre. Tatsuya era capaz de matarlo si se enteraba que lo había perdido.

—¿En esa chatarra piensas llevarme? —Una voz grave a su derecha lo desconcentró de sus pensamientos funestos.

Kagami levantó la mirada para encontrarse con un par de ojos azules, rasgados y fríos, que lo miraban con un aburrimiento que no supo precisar si era real o totalmente fingido.

El sujeto en cuestión era todo un espécimen de rareza. Llevaba una chaqueta de cuero negra sobre una simple camiseta blanca, unos pantalones grises algo sueltos y unas zapatillas de basquetbol de color rojo; las Nike Air Jordan por las que estaba ahorrando hace meses. La sola vista hizo que levantara una ceja. 

—Perdón… ¿Usted es…?

—Aomine Daiki. —Indicó apuntando el letrero que tenía en la mano.

Ese no era el prototipo de inversionista que estaba esperando.

Kagami lo detalló otra vez, con ojo crítico. El hombre frente a él era imponente. Tenía los miembros largos y los hombros anchos, su piel era oscura, al igual que su cabello que destellaba reflejos del mismo azul intenso que sus ojos. Muy pocas veces tenía la oportunidad que toparse con otro hombre con un físico tan inusual como el suyo, y ahora, tuvo que reconocer que con la palabra imponente, ese sujeto se quedaba corto.

—Lo siento, este es el único coche del que dispongo por el momento —se disculpó—. Sé que no está a la altura de alguien como usted, per…

—Está bien, no es necesario que me trates con tanto respeto —lo cortó. Sin tomarse la molestia de preguntar nada, abrió el maletero y dejó caer el bolso que llevaba colgado del hombro; su único equipaje—. Vas a terminar haciéndome sentir como un vejete de mierda.

—C-claro… Aomine.  

—Como sea… He tenido un viaje larguísimo y ahora tengo puras ganas de divertirme. —Aomine se estiró y soltó un suspiro—. Supongo que no me decepcionarás, Kagami —dijo mientras le pasaba un brazo por los hombros y esbozaba la primera sonrisa de la noche—. ¡Tengo unas ganas increíbles de follar!

Al escucharlo hablar, supo que no se había equivocado al pedirle ayuda a Kise, a pesar de haber tenido que dejar su orgullo de lado. Ahora sabía que Eros Farnese era el lugar ideal para cerrar de una vez por todas el trato con Aomine Daiki. 

 

Notas finales:

Como dije arriba, esta historia es en realidad KagaKi. Todo el trasfondo nos habla de una antigua pareja que fue separada por causa de las mentiras y los engaños. Ahora, por circunstancias de la vida, se tienen que ver las caras nuevamente. Y aquí, el papel desenfrenado de Aomine jugará un rol fundamental. 


Muchas gracias por leer. Agradecería de corazón saber sus impresiones sobre la historia. No estoy segura si hasta el momento haya sido lo suficientemente claro hacia dónde va la historia. 


¡Besos!


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