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Inmortalidad de Marfil por Toko-chan

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Notas del fanfic:

¡Buenas noches por aqui en España, señorias! Tengo el fanfic de Death Chess en proceso (LxLight) y de verdad que lo estoy escribiendo(esta semana que entra ya publicaré el quinto capítulo, ¡seguro!), este solo es un pequeño proyecto que tenía desde hace algún tiempo. Es una historia corta, original, slash/yaoi por supuesto, que he decidido dividir en varias partes para así ir publicando uno por semana si puede ser, ya que me queda poco para acabarla. 

Bueno, no hay mucho más que decir, es de fantasía y romance especialmente. Nada del otro mundo ;)

Disfrutad la primera parte :D

Notas del capitulo:

OBSERVACIONES: Los personajes que aparecen en esta historia son de mi propiedad.

ADVERTENCIAS: Este escrito tiene algunas escenas sexualmente explícitas y lenguaje adulto que podría ser considerado ofensivo, y no es recomendable para menores de edad. El contenido de esta obra es ficción. Los nombres, personajes, eventos existentes y situaciones son ficticios. Cualquier posible semejanza con personas reales, vivas o muertas, eventos o locales, es coincidencia y fruto de la imaginación del autor.

Inmortalidad de marfil

 

Primera parte: El reflejo de la luna

En una tierra del norte, más allá de las altas, nevadas cordilleras del páramo, más allá del ejército y el mercado pueblerino, donde el viento soplaba con su bufido glacial y mortífero mañana, tarde y noche también; donde las leyes de supervivencia eran firmes y sólidas como el hielo con el que se convivía cada día. Allí, en tierra de nadie, una tribu arcaica luchaba por agua y alimento arriesgando la vida. A diario.

En aquel lugar, no había campesinos, amas de casa o eruditos de las distintas artes ni ciencias, todos eran guerreros. Guerreros de la naturaleza, salvajes, diestros, rápidos, certeros. Intuitivos e implacables. Mujeres, hombres, ancianos y niños, sin excepción. Por desgracia, la estimación de vida era corta debido a las escabrosas condiciones climáticas. Algunos encontraban la muerte de mano de alguna bestia feroz o sepultados por violentos aludes de nieve, mientras que otros envejecían con rapidez y caían enfermos hasta el descanso eterno.

Zillah había sido un niño gamberro, siempre dispuesto a salir a la caza, ágil como una sombra en la oscuridad. Los mayores le tenían mucho aprecio y era el fruto del orgullo de sus padres, el príncipe viril de su hermana pequeña, Aina. Él y Sirio, uno de los otros pocos niños de la reducida tribu, eran uña y carne. Desde los siete años cuando empezaron a ser instruidos en distintas áreas de la caza fuera del poblado, nunca se habían separado. Instinto y fuerza, coraje y tenacidad, inteligencia, sigilo e intuición. Esas eran las principales premisas que debían tener en mente al salir a montaña descubierta, cara a cara con la tormenta y fieros colmillos.

Ahora ambos tenían veintipocos años y cuerpos más musculosos y entrenados. Aquella mañana habían salido y alejado del poblado sin avisar a nadie. Eran juguetones, les gustaba revolverse en la nieve, subir a los árboles y toparse con la muerte de sopetón para luego esquivarla entre risas traviesas, masculinas. Sirio era el más temerario de los dos, con su pelo y ojos negros resaltando como manchas en la piel pálida, disolviéndose en la noche cuando esta se derramaba sobre su mundo; Zillah en cambio, el más alto de los dos, era la calma y serenidad de una tarde de verano, su larga melena blanca caía como un manto de nieve sobre su amplia espalda y sus ojos azules emitían una luz vivaracha y cálida.

Iban en busca de la inmortalidad.

Atravesaron bosques, blandieron sus armas - cuchillas, navajas, espadas, flechas - hasta vislumbrar un resplandor blanquecino a lo lejos, tras metros de aglomeración de verticales pinos que rozaban las nubes. La noche se alzaba sobre ellos implacable, sumergiendo las tierras en lenguas de penumbras infinitas, siendo la luz lechosa de la luna y el resplandor pálido del estanque -era un estanque, comprendieron al acercarse- lo único que despuntaba.

—Es una luna —dijo Sirio.

Zillah alzó una ceja.

—Es un lago, estanque, balsa, laguna. Tiene muchos nombres pero “luna” no es uno de ellos.

Sirio le atizó un guantazo en la cabeza y <>. Pero aquello no iba a quedar así, Zillah se lanzó contra su amigo, lo derribó y ambos rodaron sobre la nieve, hundiéndose, dejando la marca de que habían estado allí. Finalmente logró devolverle un golpe del que se sintió orgulloso y se puso en pie con expresión adusta. Sus ojos azules tenían un brillo burlón.

—Eres un abusón —resopló Sirio desde el suelo, brazos y piernas abiertas, respiración agitada.

A Zillah se le atragantó su propia respiración al mirarlo desde arriba, así, expuesto, confiado, gamberro. Caliente.

—Ambos sabemos que sales ganando en cuanto a fuerza física, irónico si tenemos en cuenta que eres un tapón. —Se cubrió la cara para defenderse del puñado de nieve que le fue arrojado—. No seas agresivo —dijo e, incómodo, desvió la mirada de su cuerpo—. ¿Es aquí?

—Según el boceto que conseguimos debería serlo. —Se puso en pie de un salto—. “La inmortalidad es un arma de doble filo, solo aquel que esté dispuesto a tomarla con pensamiento volátil y no conserve tesoro que merezca un mayor sacrificio es merecedor de buscarla junto al astro nocturno” —citó—. ¿Tenemos algún tesoro?

Zillah se encogió de hombros.

—Vivimos en tierra de nadie, solo nos tenemos a nosotros mismos.

—Eso pensaba —exclamó Sirio con socarronería.

Buscaban la inmortalidad y nada les detendría. ¿Pero qué era la inmortalidad? La inmortalidad iba en contra de todo lo que los mayores les habían inculcado y aún así, no serían Sirio y Zillah si no mandaran a tomar viento todo lo aprendido de vez en cuando.

Zillah vio como su amigo avanzaba directo al borde del lago y él lo siguió unos pasos por detrás. Era luna llena, tal y como especificaba tallado en el boceto en piedra que habían hallado en una recóndita cueva. Y medianoche. Una repentina fobia le recorrió la espina dorsal cuando Sirio metió la mano en el agua del lago, la agitó, agitándose su corto pelo negro con ella, y la luna justo encima de él adquirió una tonalidad violeta. Violeta enfermizo y ¿en qué momento la luna se había movido tan cerca de ellos, encima de Sirio?  De súbito, Zillah notó que no estaban solos, algo o alguien les observaba al amparo de los árboles que flanqueaban el claro. Desde las tinieblas. No era solo un algo, eran muchos. Muchos pares de ojos amarillos.

<> pronunció su nombre pero ni un sonido fue emitido. Lo probó de nuevo, no funcionó. Se llevó las manos a la garganta, presa del pánico. No podía hablar. Intentó llegar a su amigo. Tenían que irse de allí ahora, ya, ahora mismo, ¡rápido! Las piernas no le respondían, clavadas en la nieve como imanes se negaban a obedecer las confusas órdenes de su cerebro. Entonces una sinfonía sacudió la quietud. Aullidos, eran aullidos. Aullidos por todas partes recitaban lo que parecía un mantra musical.

Sirio oyó los aullidos al momento pero estaba demasiado concentrado en el centro del estanque —Ojos abiertos, extasiados— de donde una figura femenina emergía esbelta; rostro de estatua, mirada vacía, mirada de luna. Cuando habló fue como si todo a su alrededor le estuviese hablando, como si la misma brisa nocturna movilizara invisibles cuerdas vocales. Acariciadora, seductora.

—He aquí unos pequeños y apuestos intrusos en nuestro ritual de hoy.

¿Ritual? Un fuego ardía en su estómago y Sirio sintió la excitación justo en su paladar.

—Identifícate —ordenó la mujer.

—Soy un habitante de la tierra de nadie, no tengo nombre. —Hizo una reverencia mientras sonreía, engreído—. Puedes acuñar el nombre que más te plazca.

La expresión de la mujer se deformó en una sonrisa perversa. Susurró:

—Así lo haré, querido Sirio. —El aludido se estremeció y la punzada de terror que sintió fue expresada mediante una carcajada animal. La mujer ensanchó su sonrisa—. ¿Me estabas buscando? Puedo verlo en tus ojos, tu espíritu se agita inocente como un duendecillo y tu corazón... —Delicadamente, enarboló el dedo para señalarlo—...tu corazón se muestra ante mí aleteando tal cual aves, aquellas que tan asiduamente tus armas acechan.

—¿Quien eres? —espetó, contrariado, mas sin perder la sonrisa.

—Eso depende de quién seas tú y de lo que busques. Yo puedo ser muchas cosas. —Hablaba con un tono de voz que no debería ser audible por encima del coro de aullidos que les rodeaba y, sin embargo, su voz era lo más sólido en aquella noche loca—. Mis hijos me llaman madre. Otros, mundo y tierra, existencia, luna y… —Hizo una pausa—, inmortalidad.

La palabra abofeteó a Sirio como el impacto de un meteorito abrasador. Destrucción masiva.

—Entonces si que andábamos tras tus pasos.

—¿Estábais? Yo solo te veo a ti, querido.

Repentinamente se vio sacudido por un temor desconocido. Se giró hacia atrás buscando a Zillah con la mirada y fue entonces que se percató de algo en lo que no había reparado hasta entonces. No podía ver nada, una humareda de vapor de nieve lo nublaba todo a su alrededor, creando una nube de polvo metálico aguijoneado por jirones de cellisca flotante, esponjosas formas que hacían desaparecer todo dejando a su alcance una miscelánea indistinguible.

—¿¡Dónde está?! ¿Que le has hecho? —gritó, apremiado. Donde antes podía ver el lago y la extraña mujer ahora había sido inundado también por nebulosa invernal, eclipsando su visión. Una rabia se incendió como piedras flamígeras en su interior— ¡No se te ocurra hacerle daño! ¡Él quería lo mismo que yo!

El ambiente se carcajeó de él con gracia macabra y lo último que escuchó antes de ser absorbido por la oscuridad fue una frase, una única frase que erizó el vello de todo su cuerpo hasta que casi sintió como perforaba su piel.

<>.

 

Se despertó con un alarido que podría haber roto sus cuerdas vocales. Sudaba, sudaba como un cerdo y tenía mucho calor. Sentía como si el aire que respiraba fuese pólvora en erosión. Había ajetreo a su lado, captó, y cuando consiguió enfocar y estabilizar su visión finalmente apreció que se trataba de su hermana pequeña, Aina, su padre y una chica joven, de su edad. Lina era su nombre si no recordaba mal.

—¿Donde estoy? —preguntó, haciendo un esfuerzo por encasillar las empedradas paredes que rodaban como peonzas, doblándose y desdoblándose en intermitentes colores. Aquello no podía ser real. Se agarró la cabeza con fuerza.

—En tu habitación. —El tono seco de su padre por poco le taladra el poco resuello del que presumía en tal estado—. Sin embargo, lo más adecuado puede que sea preguntarte dónde habéis estado.

Zillah parpadeó, confuso; Suspiró con placer cuando Lina depositó un paño de agua fría sobre su frente.

—Te ha bajado un poco la fiebre, pero aún no está bien —le dijo la joven con suavidad.

Se permitió dejarse agasajar por el agradable contacto del frío mermando el fuego que en cualquier momento haría le haría hervir la cabeza. Luego abrió los ojos. Lina fue lo primero que acaparó su campo de visión.Tenía la nariz puntiaguda y los labios finos, sus ojos marrones eran cándidos y el largo cabello negro se hallaba recogido en una coleta alta. El cabello negro…

—¿Sirio? —recordó, de pronto—. ¿Él está bien? —Las expresiones de los tres se ensombrecieron al instante; Aina apartó la mirada y Zillah pensó que desfallecía y hubiera caído si no fuera porque estaba tumbado—. Padre…

—Hace tres días te encontramos a ti tirado a las afueras del poblado. La nieve casi había hecho de ti su alimento, pensamos que nos habías dejado pero sólo estabas inconsciente. Tienes suerte de que el borrascoso torrencial te ocultara de fieras bestias, Zillah. —Hizo una pausa—. Sirio no ha aparecido. Si llega a la semana desaparecido tendremos que asumir que ha muerto —sentenció y se levantó para salir de la casucha de piedra.

Aina se fue también, sollozando; Lina se quedó con él, haciéndole una compañía que no necesitaba ni quería. Zillah no dijo nada más ni cuando la chica se dirigió a él en más de una ocasión.

 

Los cuatro días de margen restantes fueron como un lento, sinfín  martirio. Extenuados, perezosos, Zillah los vivió sintiéndose incorpóreo. No lloró. No habló. No rió. No cazó. No hizo nada más que dejarse cuidar hasta que la fiebre desapareció y entonces sentarse en la línea limítrofe que separaba el poblado del cruento mundo animal. Se sentó ahí con su arco y su equipaje de cacería, cuero y tela, coraza de escamas, y esperó. Más de una vez trató de abrirse camino hacia el bosque, pero algunos hombres que vigilaban lo detenían en el acto y <<Aún estás débil, todos lo estamos buscando con afán. Ten paciencia.>> no eran palabras alentadoras. Su madre, hermana y Lina le traían comida de vez en cuando; su padre le observaba desde la distancia con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.

Había cinco máximas en su pequeño clan indígena.

Primera, cualquier miembro que pueda considerarse traidor a la tribu será ejecutado de inmediato.

Segunda, la tribu es un colectivo. Se lucha, caza y vive por todos y cada uno de los miembros, no hay disputas, no hay egoísmos ni rencillas violentas entre nosotros.

Tercera,  si alguien desaparece por más de una semana sin noticia de su paradero se pondrá fin a la búsqueda y se le considerará muerto. Se celebrará un funeral en su honor al que todos deben asistir y quedará para siempre tallado en nuestra memoria.

Cuarta, todo hombre debe unirse a una mujer y procrear para así salvaguardar la supervivencia de la tribu. Asimismo, cada mujer debe unirse con un hombre.

Y quinta, la prioridad suprema es la perduración de la tribu, no la del individuo.

Cinco máximas que se proyectaban en la mente de Zillah una y otra y otra vez, sus creencias resquebrajándose, siendo mutiladas en una honda masacre de perdida mientras contemplaba, enmudecido, la fumarada que ascendía desde la hoguera hasta atravesar el atardecer. Una semana. Zillah pensó que los colores vivos del humo —verde, dorado, turquesa, rojo y violeta— resultaban sardónicamente irónicos al compararlos con el cuadro malsano que los envolvía. Por un lado, un grupo selecto de guerreros danzaba alrededor de la hoguera, sus voces uniéndose y dando forma a una melodía primitiva que hablaba de luto, honor, valor y remembranza. En un lado, los más allegados o sinceros de corazón, lamentaban entre lágrimas la muerte de uno de los suyos liderados por la madre del susodicho, Petra, viuda desde hacía menos de cuatro años. Su llanto desgarró la noche durante todo lo que duró la ceremonia y siguió después de ella perforando el tenebroso valle inmisericorde; Zillah guardó la compostura, tieso y entero, al lado de su padre. Empero en su interior, no quedaban más que cristales rotos.

Notas finales:

¿Que ha pasado con Sirio? ¿Y quien era exactamente esa misteriosa mujer? ¿Como sobrevivirá Zillah a partir de ahora?

Hasta aquí de momento >.< Comentadme vuestras opiniones, es importante para mi, si veo que no tiene recibida no publicaré lo que sigue, si no el domingo que viene tendréis la continuación. 

¡Gracias y un saludo!


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