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It's only flesh por Supercollider

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Notas del fanfic:

ATENCIÓN, MUY IMPORTANTE:

Hola, muchaches, espero que estén muy bien por donde sea que estén leyendo, acá estoy yo, nuevamente, subiendo una historia, pero necesito que lean el principio de esta nota, al menos, para que sepan de que va esto: Esta historia es un WIP, en el que estoy aún trabajando, entre inspiración, universidad y con qué yo quede contenta con lo que escribo voy avanzando poco a poco en este trabajo, pero como se suele decir por ahí, lento pero seguro. Tengo planeado hacer tres o cuatro capítulos de esta historia, que la llevo avanzada casi a la mitad, pero, como la mayoría de los trabajos de ficción basado...no vale la pena escribirla si es que al público no le va a gustar.

Por eso, y a razón de que he tenido esto desde hace tiempo en mis registros, he decidido subirla para que ustedes me den su opinión, para que me digan si la historia vale la pena o no, si es que les ha gustado, si sienten que tienen que decir algo al respecto. Si es así, por favor déjenmelo saber con comentarios o mensajes,  en mi página de AO3 sale mi correo electrónico por si quieren comunicarse conmigo de manera más personal. Sino recibo ningún tipo de feedback, que son cosas que suceden, vamos, todos lo sabemos, no pasa nada, sólo sacaré la historia y la subiré cuando este completa pero quizás en cuantos años más, jajajajajaj.

Esta es otra de las razones por las que deseo subirla, por que el saber que hay gente que quiere seguir leyendo me motiva a escribir.

Bueno, eso era lo realmente importante. Y si es así, si la historia se hace definitiva, subiré el banner y una lista de música que he hecho en 8tracks para esta historia.

Otra cosa muy importante que quiero compartir con Uds. es el hecho de que me han plageado mis historias, una chica de no sé donde ha copiado mis historias y las había subido a wattpad pero las había hecho en historias de 1D, bueno, gracias a una maravillosa persona que se tomó el tiempo de escribirme un correo y me ayudó a rellenar el formulario para denunciarle en la página; ahora está todo solucionado, pero, de todas formas, si alguno de ustedes ve una historia mía, que no se encuentra dentro de mis páginas en las que también público (que pueden ver en mi perfil de AO3), entonces, POR FAVOR, háganmelo saber, porque no quiero pasar por ese doloroso momento otra vez.

Eso era lo importante que quería decirles.

Ahora, ojalá disfruten mucho esta primera parte, y, para mayor información, por favor lean las notas finales de la historia.

Resumen: “Realmente no puedo entender cómo vives así, Winchester” le espetó Castiel, como si fuera la peor escoria del mundo.

En ese entonces era muy joven para entender qué pasaba, porque no podía simplemente encajar. Pero pronto Dean entendió lo imperdonable que era ser gordo.

Notas del autor AL FINAL:

Como está en los tags, este fic tiene escenas sexuales explicitas, y una de ellas, si bien no es violación ni tampoco de forcejeo ni nada por el estilo, deja la ligera sensación de duda acerca del consentimiento, por eso he decidido agregar el tag de “dub-con”, porque prefiero prevenir antes que lamentar, porque la idea es que aquel momento mencionado plante pensamientos dudosos.

También es importante señalar que Lisa Breaden, a pesar de lo que el fandom pueda decir de ella, es de mi completo agrado y simpatía. Por eso siempre tengo cierto desagrado al usarla a ella como personaje “mujer puta” cliché; ya que lo encuentro demasiado enjutos y desagradable, tanto para el personaje como para el género. Por eso y la trama de la historia, seleccioné a un personaje femenino que no es Lisa con una personalidad OOC porque no me quedó de otra y no quería inventar un OC, pido desde ya no insultarle fuera de contexto a este personaje ya que es desagradable para mí leer comentarios aludiendo a cosas exageradas. Desde ya muchas gracias, y espero que les guste el fic.

 

It’sonlyflesh

 

Parte primera.

El cielo estaba teñido de un hermoso color durazno rosáceo, mientras que la cálida brisa de agosto le golpeaba la espalda, haciendo que su caminata fuera agradable y que las memorias amargas del día fueran desapareciendo lentamente de sus pensamientos, apagándose a medida que  se alejaba de la universidad.

Con los audífonos embutidos en ambos oídos y la música a todo volumen, la imagen delante de sus ojos parecía casi de película, aunque parte de él le decía que no era muy cinematográfico combinar un  hermosamente tranquilo atardecer con Hard Rock, pero eso no era de demasiada importancia para él: la ciudad estaba en calma, uno que otro auto pasaba a velocidad moderada por la calle, la gente salía de vez en cuando de sus casas a la panadería “Dulces de Loki” que estaba en la esquina de la cuadra a comprar pan, a lo lejos podía ver las sombras de niños jugando en el parque , y en el callejón del costado seis personas le estaban dando una paliza a alguien.

Se mordió los labios al ver la escena desarrollarse delante de él; rápidamente sacándose y desconectando sus audífonos para entrometerse en la, a simple vista, injusta pelea.

— ¡Hey! — llamó, mientras en un acto estúpido e innato de valentía, se adentraba al callejón para enfrentar a quienes estaban usando como saco de práctica a aquel pobre desgraciado desconocido que ni siquiera podía mantenerse en pie.

Los atacantes se detuvieron de inmediato, cinco de ellos se alejaron rápidamente de la persona que estaba siendo atacada, pero otro, aparentemente el cabecilla, se dio vuelta con rápida presteza a enfrentar a quien les había interrumpido en medio de su tarea, dejando el campo de vista abierto para que él pudiera  ver quien se encontraba tirado en el suelo.

Oh, pensó sorprendido, quedándose en blanco, al ver quien era la víctima.

—Winchester —jadeó el hombre en el suelo, lamiéndose la sangre de los labios.

Sus ojos se abrieron enormemente, en otra situación hubiera sido muy gracioso, pero en ese instante no le veía una pisca de gracia  que su cuerpo no parecía responder. No podía dejar de ver al otro chico tirado en el piso, con la cara magullada e inflamada, la ropa hecha jirones y rajada para revelar más moratones y heridas que sangraban ligeramente, y que de igual manera no despegaba los ojos de los suyos, como si el tiempo se hubiera detenido incómodamente para ambos.

De todas las personas en el mundo que podían estar ahí, siendo zamarreado por un grupo de delincuentes, tenía que ser él.

— ¡Dean! —Escuchó que alguien le llamaba, y recién en ese momento reparó en la persona que se había alejado del grupo de matones para enfrentarlo.

Michael Cohen, con el cabello impecablemente peinado hacia atrás y con una sonrisa picaresca, le saludo con gracia mientras ponía una de sus elegantes manos sobre su hombro.

Michael y él eran compañeros de carrera, compartían casi todas las secciones. Siempre había sabido que él y sus amigos eran algo peligrosos, todos en la universidad parecían tener algo que rumorear acerca de las tendencias mafiosas de Michael, y por eso siempre parecían mantener reserva y distancia con el chico. A Dean en cambio no le importaba, por eso cuando el joven  se le acercó un día, dentro de las primeras semanas de clase, a pedirle sus apuntes, él simplemente se los entrego sin pensar demasiado, ganándose la gracia y la simpatía de él y del resto de su pandilla.

Eso no mejoró para nada la opinión que los demás ya tenían del ñoño y atolondrado Dean Winchester. Pero no puede ser peor, pensó Dean cuando ignoró —cómo siempre solía hacer para mantener su paz mental— la mirada suspicaz y acusadora de una de sus compañeras de salón cuando le tendió los papeles al otro chico. 

Desde entonces se habían hecho buenos compañeros de clase, incluso hacían ciertos trabajos juntos.

Y en ese momento, cuando realizó que cualquier otra persona hubiera saltado inmediatamente a atacarle apenas hubiera terminado de pronunciar aquellas estúpidas palabras de una valentía que definitivamente no tenía, agradeció a todas las deidades de haberlo hecho.

— ¿Qué estás haciendo por acá? — inquirió Michael con simpleza, como si nada estuviera pasando y que el hecho de que hace cinco segundos atrás estaba enterrándole los nudillos a otra persona en las costillas fuera cosa de su imaginación.

—Iba de vuelta a mi casa cuando vi el tumulto y pensé que algo estaba pasando. Sólo quería…sólo quería ayudar.

Esto pareció causarle gracia a Michael, haciendo que lanzara una pequeña carcajada  que fue imitada por sus amigos,  incluso él compartió una pequeña y tímida sonrisa con ellos sin saber muy bien cómo reaccionar al hecho, pero el que todavía estaba en el piso simplemente frunció el ceño mientras, después de lo que pareció una eternidad, por fin comenzaba a moverse y a intentar pararse.

—Quieto ahí, Novak —susurró Michael sin siquiera mirarlo, y chasqueando los dedos rápidamente uno de los miembros del grupo se acercó para propinarle una fuerte patada en las piernas al susodicho, haciendo que volviera a caer al piso con un alarido que sonaba mucho a un por favor.

— ¿Conoces a este tipo? Yo no, no había escuchado hablar de él hasta hace poco. Le gustó jugar entre la falda de mi hermana y arrancar cuando ya estaba aburrido. Sólo sabía su nombre, Anna no quiso hablar más del asunto, pero hoy cuando este pedazo de plasta te insultó como si fueras inferior a él, supe inmediatamente que se trataba de la mierdilla de Castiel Novak, y realmente, ya no necesitaba más excusas para darle su merecido. 

—Sí, lo conozco —declaró Dean, mientras reprimía las ganas de decirle a Michael que la verdad era que Anna no era tan inocente como aparentaba, y que si planeaba darle una paliza a todas las personas que habían pasado por la cama de su hermana, tendría que pedir vacaciones ya que la menor de los Cohen era realmente muy poco estable en sus relaciones. Y por supuesto, ignorar completamente la referencia de lo que acababa de ocurrir ese día.

Él no quería pensar en eso.

Ya no más.

—Lo supuse, después de lo que escuché. No sé por qué no le partiste la cara en ese mismo instante, Dean, eres demasiado buena gente, le debiste haber dado su merecido. Puedes unírtenos si quieres, no hay como unos buenos golpes para aliviar la rabia divina que causan estos bicharracos que no son más que moscas y se creen grandes aves.

Dean se volvió a morder el labio inferior, mirando otra vez al muchacho tirado: Castiel Novak.

Le miró detenidamente, sosteniéndole la mirada a Castiel, completamente inmovilizado y entregado a la merced de sus captores, respiraba copiosamente, tenía el rostro lleno de moratones y cortes hechos por puñetazos con dedos anillados y brazos pesados, sucio y bañado en una capa de sudor que sólo podía haber sido provocada por la adrenalina del miedo inminente. Su camisa estaba rota en varias partes, pero la rajadura que tenía en los codos no provenía de la pelea que estaba teniendo en ese momento, venia de mucho antes.

Y lo sabía perfectamente, porque él mismo había sido la razón.

Después de tantos años, tiempo infinito y torturador, tenía la oportunidad de vengarse, de —tal como había dicho Michael—saciar su rabia a golpes en el cuerpo de quien fue su verdugo por años, entregándole en bandeja de plata a aquel que había hecho su vida miserable durante la escuela, de aquel que se había encargado de hacerle sentir patético por algo demasiado íntimo y personal: él mismo.

¿Conoces a este tipo? Había preguntado Michael, y vaya que Dean lo conocía. Y realmente deseaba no haberlo hecho. ¿Cuándo sería el día en que Castiel saliera de su vida? Aparentemente nunca, ya que ahí, tirado en el cemento frio del callejón, todo golpeado y con los ojos azules brillantes y temblorosos, se las había arreglado para seguirlo, quizás no a voluntad, obviamente sin querer, pero seguía ahí, innegable y malditamente constante.

Desde el primer día del instituto hasta  ese minuto de ese mismo maldito día en donde se había jurado en el baño de la universidad que se alejaría para siempre de él, no importaba lo mucho que costase, no importaba lo que tuviera que hacer, que no permitiría que él volviera a hacer algo para arruinarle la vida que había empezado a sonreírle nuevamente.

¿Conoces a este tipo? Había preguntado Michael, y vaya que Dean lo conocía. Y realmente deseaba no haberlo hecho, porque sino las palabras que salieron de su boca en ese instante jamás hubieran tenido un significado tan agridulce y decisivo:

—Sí lo conozco, somos amigos desde la escuela. Él sólo estaba enojado porque había estado saliendo con Lisa, Lisa Breaden, y nos peleamos. Pero siempre hemos sido amigos.

Dean no tenía idea porqué había dicho eso.

Y la mirada sorprendida e incrédula en los azules ojos de Castiel, que a pesar de todo el dolor que tenía que provocarle siquiera mover los pómulos, logró expresar en su rictus, imposible de negar en conversaciones posteriores, fue reflejo exacto del sentimiento de sorpresa en la misma mente de Dean.

— ¿A sí? ¿Es por eso que nunca los había visto juntos? Pero te dijo unas cosas realmente feas, no sé si creerte todo ese cuento de la amistad —cuestionó desconfiado el otro chico.

—Simplemente me ha dicho que soy gordo, no veo ofensa en la verdad —dijo con simpleza, tragándose sus propias emociones. 

Jamás pensó que él mismo pudiera estar musitando esas palabras, porque eran una completa mentira: era su talón de Aquiles, la razón de sus pesadillas y noches de insomnio.

—Castiel tomó un año sabático, por eso no lo habías visto en la universidad. Hemos estado peleados todo el verano, pero bueno, son cosas que pasan entre los amigos. Cuando estamos enojados él es la perra que jamás encontrará pareja porque nadie quiere a alguien usado, y yo soy el gordo asqueroso que da asco a primera vista y que debería estar encerrado. Pero bueno… por favor no le peguen más. 

Esto pareció convencer completamente a Michael quien, relajando sus facciones y volviendo a sonreír picarescamente,  palmoteó confianzudamente a Dean en el hombro.

—Quizás podríamos ser más suaves con él, pero se ha jodido a una Cohen, Dean, y eso es meterse con toda la familia. No puedo dejarlo ir así de simple. Me caes bien, realmente, pero él debe pagar.

—Sí, lo sé. Pero no puedes matarlo a golpes.

—Tranquilo, ya no lo mataremos. Simplemente haremos que no nos olvide.

¿Se suponía que eso tenía que relajarlo? Evidentemente no funcionó, sin saber porqué su pecho se contrajo ante la idea de que Castiel estuvo a punto de ser asesinado a puños y patadas en un callejón de la ciudad.

—Por favor —rogó, sorprendiéndose a sí mismo — Hablaré con sus padres para que le quiten su auto, o su teléfono, o la mesada, no sé, algo que le duela realmente, no ir a la casa de la playa, qué sé yo, pero ten compasión de mi amigo. Puedo ponerle una cockcage a la fuerza , para que no se folle a nadie más.

Dean sabía que estaba hablando demasiado rápido, y que si alguien prestaba demasiada atención a sus facciones podría darse cuenta de que estaba mintiendo. Alguien que le conociera un poco podría distinguir su mentira y nerviosismo claramente, pero Michael no le conocía, y no podía perder la oportunidad de intentar.

¿Oportunidad de qué? Le espetó una parte de él, esa que no tenía idea de por qué estaba haciendo eso, esa que se quejaba a viva voz dentro de su cabeza por qué no, apenas había visto que la persona siendo atacada era el maldito de Castiel Novak, se había dado media vuelta y había partido lejos de ahí.

Porque no es correcto, le respondió a sí mismo la otra parte de su cabeza, aquella que le hacía quedarse ahí, inventando historias y usando toda su fuerza de voluntad para que la voz no le temblara ante el solo recuerdo de las cosas que el otro chico le había hecho en un pasado no tan distante. Esa parte que le hacía romper todo su estereotipo de persona y le hacía ponerse a rogar en la mitad de un callejón desolado mientras era rodeado por una pandilla y al cabrón que le había hecho bullying cada vez que se le antojaba.

—Me gusta como piensas, Dean. Siempre has sido bueno, no tengo de qué quejarme, supongo que podría decir que te debo algunas cuantas —dijo Michael después de un rato de meditar lo que le había dicho el otro, acercándose más a Dean para hablarle muy cerca del rostro, tanto que podía sentir el olor a dulce de licor que vendían en la panadería de la esquina en su aliento —Dejaré tranquilo a tu amigo, como un favor, tómalo como eso. Pero… —y si era posible, Michael se acercó aún más, tanto que pensó que lo iba a besar. Sintió un escalofrío de incomodidad recorrerle la espina, al mismo tiempo que la respingada y elegante nariz del otro chico rozaba su mejilla — si veo o escucho siquiera un rumor de que este gilipollas hizo algo, a ti o a cualquier persona…créeme que deseará estar muerto. ¿Entendido?

La atmosfera en la calle se había puesto lúgubre, y a pesar de que el sol todavía calentaba notoriamente y no había demasiado viento, sintió como la temperatura descendía y todo se volvía ligeramente sombrío, bañándose en un aire bizarramente tenso.

 —Claro como el cristal —aseguró Dean, mordiéndose el interior de las mejillas para evitar temblar por completo ante la amenaza.

—Entonces estamos bien —dijo Michael sonriendo.

Y el ambiente, tan rápido como cambió, volvió a la normalidad.

Con un chasquido los cinco chicos que habían estado rodeando a Castiel dieron unos cuantos pasos hacia atrás, aumentando la distancia entre ellos y el chico, y luego, en una fila relativamente ordenada, se ubicaron detrás de Michael y salieron de forma expedita del callejón. Segundos después Michael caminó detrás de ellos, y antes de perderse de vista, se dio vuelta, y con la misma sonrisa picaresca y brillante con la que había saludado a Dean se despidió.

—Nos vemos en clase, Dean.

Como si nada hubiera pasado.

Dean se dejó caer contra una de las murallas, respirando fuertemente, sintiendo como la adrenalina dejaba su cuerpo, y por fin se permitió a sí mismo sentir el miedo que había reprimido. ¿Por qué había sido tan estúpido? ¿Qué se creía? Michael tranquilamente podría haber acabado con los dos si es que quería, las cosas podrían haber terminado demasiado mal sólo porque la parte autónoma y estúpida de Dean tenía un complejo de héroe.

¿Y para qué? Nada tenía sentido.

Hasta que recordó al chico de ojos azules y cabello castaño oscuro todavía tirado en el piso.

— ¿Estás bien? — preguntó Dean, permitiéndose observar detenidamente a Castiel.

Pero solo obtuvo silencio en respuesta, lo único que le permitía saber que el otro estaba consciente y escuchándolo era la respiración entrecortada y dificultosa, y su mirada penetrante e imposible de leer.

Lo que había visto al principio no había sido ni amago del estado en que realmente estaba el otro chico. Los moretones parecían más prominentes, y los cortes en su cara eran de una profundidad considerable; era obvio que le habían golpeado en el rostro con demasiado ahínco. En el cuello también tenía algunas marcas. Su ropa estaba completamente sucia, rota en algunas partes, su camisa estaba arremangada en sus costados, y pudo ver la marca de patadas en la piel blanca que se dejaba ver.

El otro chico trataba de moverse, pero en sus movimientos denotaba que el dolor le impedía hacerlo con libertad. Dean no era médico, pero sabía que a lo mejor tendría unas cuantas costillas magulladas, al igual que las piernas. Lo mejor sería que fuera al hospital. Y así se lo dijo.

—Creo que debes ir al hospital.

Esta vez sí hubo respuesta, pero no una que estuviese esperando.

— ¿Porqué? — preguntó Castiel, con la voz profunda y rasposa.

Dean no pudo evitarlo y rodó los ojos.

—No podía dejar que te mataran a patadas.

— ¿Por qué? — volvió a espetar el chico, aún en el suelo, en un susurro. Pero el otro sabía que si hubiera podido gritarle su incomprensión lo hubiera hecho — No hay nadie acá para ver tus buenos actos, Winchester. No entiendo…

—No sé tú, pero siempre hay alguien que me mira, Novak. Siempre —dijo Dean, más para él mismo que para el otro muchacho, mientras apuntaba al cielo con una sonrisa triste, caminando hacia atrás todavía con los ojos pegados en el cielo — Realmente deberías ir al hospital.

Dicho eso dirigió una última mirada a Castiel, y se fue de ahí.

 

 

La primera vez que había visto a Castiel fue cuando entró al liceo, pensó que la escuela secundaria sería una buena manera de empezar otra vez. Con Sammy todavía en la escuela básica, y su padre esforzándose por encontrar un trabajo estable, sabía que no tenía muchas opciones que adaptarse o adaptarse a la fuerza a la maldita escuela, no importaba lo mucho que costase: realmente no quería provocar más problemas de los que ya había.

Pero no tuvo suerte, o al menos no tanta como pensaba.

Era una especie de alivio saber que en la escuela secundaria a nadie le importaba una mierda lo que te pasaba. Los profesores parecían hacer oídos sordos a todas las situaciones de violencia, a todos los encuentros poco agradables entre alumnos en los pasillos, o a las amenazas abiertas que algunos sufrían en la misma presencia de los docentes. Su investidura como autoridad simplemente evitaba que cosas demasiado terribles ocurrieran en su presencia, pero además de eso, los profesores no hacían nada más para liberar del infierno vivido a los más desgraciados, a los que vivían en lo más bajo de la pirámide social de la escuela.

En los años anteriores de su vida, Dean siempre había sido juzgado por sus gustos, por la ropa que usaba debido al poco dinero que había en su casa, al hecho de que no tenía mamá, o al dudoso origen del dinero con que vivían o la calidad sospechosa del trabajo de John Winchester. Las apariencias todavía no tenían importancia pero, cuando pasó al liceo las cosas cambiaron definitivamente.

En un mundo lleno de adolecentes, donde lo único que importa es la apariencia, el problema de no poder encajar de Dean ya no radicaba en sus gustos. Porque siempre había sido silencioso en ellos: no utilizaba ningún logotipo de sus superhéroes o bandas de música preferidas, tampoco hablaba demasiado fuerte, tenía sólo dos amigos que había hecho en la escuela básica y trataba siempre de tener un perfil bajo. Por eso, al principio, no podía entender porqué todo seguía siendo tan complicado.

Sin embargo, luego llegó Castiel Novak a explicarlo todo. Arruinando, de paso, la poca paz y tranquilidad que quedaba en la vida de Dean. 

En ese entonces era muy joven para entender qué pasaba, por qué no podía simplemente encajar.

Entonces Castiel le miró con sus ojos imposiblemente azules, lamiéndose los labios antes de que una sonrisa desdeñosa apareciera en su rostro, y apoyándose juguetonamente sobre su grupo de amigos, miró a Dean —siempre encogido, mirando al piso, con los hombros caídos y la mente en otro mundo para no molestar a nadie — y escupió las palabras que lo marcarían para siempre.

—Realmente no puedo entender cómo vives así, Winchesterle espetó Castiel, como si fuera la peor escoria del mundo.

Dean ignoraba cómo el otro chico sabía su nombre, y también ignoraba cualquier cosa que hubiera hecho para molestarle de tal forma.

Pero pronto Dean entendió lo imperdonable que era ser gordo.

Con ningún problema de salud en su cuenta, ni tampoco enfermedades adquiridas por su sobre peso, durante gran parte de su infancia su gordura jamás le había provocado problema. Su madre jamás había dicho nada al respecto, incluso parecía agradada y enternecida ante la imagen rubicunda y sonrosada de su hijo mayor. John tampoco había dicho nunca nada al respecto, y es que, hasta que llegó a la escuela secundaría, Dean jamás pensó que ser gordo era un problema, pero en un mundo donde la apariencia es lo único que importaba, él descubrió de mala forma que ser gordo era un pecado capital.

A él simplemente le gustaba comer.

Siempre había tenido un don para la cocina, el arte culinario se le daba como muy pocas cosas, y él se aprovechaba de ello. Desde que su madre se había ido al cielo, sumado al hecho de que su padre era un completo desastre y no parecía mantenerse sobrio por más de un día para hacer algo útil en los primeros años, Dean había sido el cocinero —limpiador, contador y estabilizador general — oficial en la familia Winchester.

El seguro que Mary había dejado en su nombre servía para mantener la casa en pie mientras John, perdido en la bebida, era incapaz de controlar su vida luego de la muerte de su esposa y era incapaz, incluso, de preocuparse por él mismo. Con ello, Dean mantenía la casa, y cada vez que sentía que se iba a derrumbar —cosa que no podía permitirse ya que no importaba que tan sólo tuviera 15 años, él debía mantener la familia a flote porque eso era lo que su madre hubiera querido y esperado — simplemente se enfrascaba en la preparación de algún platillo complicado que siempre terminaba comiéndose él solo.

Sam todavía era demasiado pequeño para tener que preocuparse de tantas cosas, suficiente era con tener 11 años y tener que haber vivido la muerte de su madre y soportar a un padre alcohólico. Él, sobre todas las personas, se merecía una vida feliz, y Dean siempre hacía lo que podía para dársela, no importaba que tuviera que ignorar su propio bienestar emocional con tal de que su hermano estuviera bien, y si eso implicaba tragarse todo lo que sentía y enfocar sus frustraciones en la comida, así sería.

Dean siempre había sido gordo, pero en los últimos años se había salido un poco de control, teniendo que comprar ropa constantemente ya que nada de lo viejo que tenía parecía quedarle. Se pasaba horas en las tiendas de ropa usada, no porque estuviera de moda, sino porque realmente no tenía dinero para comprarse ropa nueva que le quedara cómodamente.

Su rostro era redondo y con mofletes, haciendo que sus pecas fueran más notorias, y tenía doble barbilla. Sus cuerpo en general parecía una especie de tanque completo, con estómago prominente y sobresaliente, que trataba de ocultar dentro de sus pantalones para que pasara más desapercibido, brazos gordos, muñecas anchas y dedos regordetes.

Nunca lo había analizado a fondo hasta que Castiel, después de su primer comentario desagradable, lanzó inmediatamente otra bomba.

Había tenido unas primeras semanas demasiado buenas en la escuela, compartía casi todas sus clases con Charlie, su amiga de la escuela básica, y gracias a ella había conocido a otros muchachos con gustos parecidos a los suyos con quienes le gustaba pasar el receso y sentarse junto a ellos en las clases que compartían. El nuevo ritmo académico era superior al que estaba acostumbrado, pero no se dejó estar, y se aplicó lo máximo que pudo, llegando a recibir, incluso, elogio de alguno de sus profesores.

Todo parecía bien, hasta ese momento.

—Si yo fuera tan horriblemente gordo como tú, me daría asco hasta mirarme en el espejo mientras me preparo para la escuela. Joder, ni siquiera saldría por la vergüenza.

No sabía cómo nunca había reparado en la existencia de Castiel, siendo que era muy popular junto a sus hermanos que iban en cursos mayores. Siempre rodeados de amigos, jugadores de fútbol destacados y de relativo renombre dentro de la escuela a pesar de que el año había empezado hace poco. Quizás si se hubiera dado el tiempo de reconocer a quienes componían la realeza de la escuela, podría haberse ahorrado muchos problemas. Pero por primera vez en su vida su desesperación por pasar desapercibido le llevó directamente a la boca del lobo.

—Que te jodan, Culostiel —gritó Charlie, levantándole el dedo del medio al otro chico.

— ¿Disculpa?

— ¡Ya me escuchaste!

Entonces Charlie tomó su muñeca, y Dean sintió por primera vez lo realmente ancha y rechoncha que era entre el agarre de los delgados dedos de la pelirroja, y le obligó a correr lejos de la escuela, porque si bien había tenido la valentía de insultar a Castiel, capitán de equipo de futbol y el único chico de la escuela que fumaba abiertamente —y eso lo hacía tan extremadamente popular que Dean pensó que era broma, pero era verdad, y se sintió enfermo de solo escucharlo — , el rey de la selva, no quería quedarse a sufrir las consecuencias en ese mismo instante.

Aunque realmente no importaba mucho escapar de las consecuencias inminentes ya que, sin importar lo que Charlie hubiera hecho esa tarde, vivirían las consecuencias de ser quienes eran hasta que se fueran de la escuela.

Si no hubiera sido por sus amigos, toda su educación hubiera sido una completa mierda. Lo que sucedió en su tercera semana de clases sólo fue una adelanto de lo que se le venía, y si bien pensó que podía ser peor, los constantes ataques a su autoestima le afectaban en lo más profundo. Pero por las mismas razones por las cuales prefería encerrarse en su habitación a comer a las dos de la mañana, se guardaba lo que sentía y no decía nada, luchando con todas sus fuerzas para que la mierda que sentía burbujear en su interior y que bombardeaba su cabeza con pensamientos degradantes durante las 24 horas del día, no afectara sus amistades ni sus estudios.

Nunca se enteró de lo que le había hecho en primer lugar, pero una pequeña guerra se declaró entre ellos. En todas las clases que tenía la oportunidad, Dean se encargaba de ametrallar a Castiel con su intelecto superior, ganando más halagos de los profesores, y sintiendo un orgullo que no sentía en ninguna otra ocasión cuando veía el sonrojo de rabia y vergüenza que salía en el rostro del chico de ojos azules cuando Dean corregía y complementaba sus respuestas obviamente insuficientes con aire ganador y conocedor.

Afuera del salón y en clase de educación física era territorio de Castiel.

Y Dean debía pagar. 

Cada vez que debían correr al inicio de la clase de deportes, Castiel pasaba por su lado gritándole insultos: Vamos corriendo gordito. ¿Tus piernas no te pueden aguantar? Mira que asqueroso te ves sudando, ahora sí que pareces cerdo.

En los juegos de pelota, cualquiera que fuese, el maldito siempre lo escogía en su grupo para poder pegarle pelotazos “accidentales”. Y en los camarines Dean había decidido que esperaría hasta el final para irse a duchar y no tener que encontrarse con los demás, aunque eso provocaba que siempre llegara tarde a clases, pero al menos se evitaba más comentarios acerca de su cuerpo desnudo. Ni siquiera se quería imaginar lo que diría el otro chico, o sus amigos, si lo vieran sin ropa.

No quería imaginar el infierno.

En los pasillos eran constantes empujones, infinitas amenazas.

Asqueroso gordo, ¿hoy has venido a la escuela rodando?  Lo cual luego evolucionó a: ¿Tan mórbido eres, Winchester, que tu padre tuvo que regalarte un auto? ¿Qué será mañana? ¿Una silla de ruedas porque no puedes caminar?

Nunca tuvo una cita, nadie además de sus amigos se le acercaba, jamás conversó con alguien que estuviera fuera de su círculo de amigos. Nunca fue a una fiesta, o a los encuentros masivos que a los populares les gustaba hacer después de los juegos de fútbol, que eran de asistencia obligatoria a todos los alumnos. Desconocía los programas de televisión más populares, o los temas de farándula que siempre salían a colación en los momentos libres en la escuela, pero a pesar de eso, y aunque siempre se proponía a hacer lo contrario, terminaba escuchando los rumores que involucraban la perfección idónea de Castiel y el resto de sus amigos. 

Durante cuatro años aprendió a distinguir la belleza de lo bizarro, en los shows extraños de marionetas que Garth hacía para niños, en las tardes que pasaba con Charlie en su cuarto leyendo cómics sin intercambiar ninguna palabra o en las guerras de cocina que entablaba con Benny para determinar quién cocinaba el mejor pie.

Ni siquiera fue al baile de fin de año.

Cuatro años donde descubrió el verdadero significado de la amistad y cuatro años en que no tuvo necesidad de mirarse al espejo porque las mofas de Castiel eran suficientes para saber la realidad de su apariencia.

 

Las cosas  no mejoraron para él hasta el verano de su último año en la escuela, pero al menos para los demás se iban arreglando de a poco, así que no se podía quejar mucho.

John pudo encontrar un trabajo estable en una vulcanización donde se hizo amigo del dueño, Bobby Singer. Sammy era extremadamente brillante, las expectativas y deseos del chico eran enormes y Dean sabía que su hermano podría lograr cualquier cosa que se pusiera en mente.

Cuando salió de la escuela secundaria sintió una libertad extraña, que le perturbó al principio, pero que le sirvió para relajarse y disfrutar de los horarios libres y noches de videojuegos antes de que tuviera que dar su examen universitario.

Sus metas no eran demasiado grandes, si bien se había ganado una beca gracias a sus excelentes notas en la escuela, nada en la universidad le llamaba demasiado la atención, pero él no era nadie para perder una oportunidad tan buena, así que mezclando un poco de gustos personales y algo que pudiera darle dinero en la vida —y después de dar los exámenes— quedó en Historia y Arqueología antigua.

Sus amigos, cada uno por su parte, habían iniciado también sus caminos. Benny entró a la marina, por lo que aprovecharon al máximo el tiempo que les quedaba con él durante el verano. Charlie y Garth entraron a la misma universidad que él, sólo que la chica quedó en diseño gráfico y Garth entró a estudiar teatro.

Ese fue el verano en el que conoció a Gabriel Novak.

Después de pasar el primer mes disfrutando de su relajo aparentemente eterno, decidió que lo mejor sería comenzar a buscar un trabajo para tener dinero, y se dedicó una semana entera a leer los avisos clasificados y a recorrer la ciudad en busca de algún lugar que buscara empleados sin experiencia.

Pensó que no encontraría nada hasta que la panadería que estaba a dos cuadras de la universidad, puso un letrero en su vitrina que se necesitaba ayuda.

Cuando entró a ofrecerse, y se encontró con un hombrecito bajo, peinado hacia atrás, sentado en una de las butacas comiendo un pastel, no pensó que era el dueño y menos que él sería el hermano mayor de Castiel Novak.

— ¿Fue muy malo contigo? — preguntó él.

Dean no supo muy bien qué responderle, podría haberle sido sincero, diciéndole que cada vez que se duchaba lo hacía con los ojos cerrados para no tener que mirarse, que cuando tenía que comprar ropa lo hacía por catalogo porque el simple hecho de tomar la ropa que correspondiera a su talla en público le mataría de vergüenza ajena, o que evitaba ir a lugares con demasiadas personas ya que no quería  que miraran lo horrible que era, y que todo eso lo hacía con la voz desdeñosa y pegajosa de Castiel que le hablaba como demonio insistente desde lo más profundo de su mente.

Podría haberle dicho que esas marcas que habían en sus muslos y en el interior de sus antebrazos eran el simbolismo casi equitativo de todas las palabras que el grupito de amigos de su hermano menor le había escupido alguna vez, que cada corte profundo hecho en la desesperación del dolor y lagrimas que le nublaban la vista no habían sido simplemente hechas con el filo de la hoja de afeitar, sino que los otros chicos las habían esculpido en su cuerpo gracias a los insultos que aguantó por cuatro años por el simple hecho de ser gordo.

Tantas cosas que podrían haber salido de su boca, como el efímero tiempo en que trató de ir al gimnasio para romper un desequilibrio que no estaba en la constancia de su ejercicio sino en algo — que incluso en ese minuto, mientras ambos deberían estar hablando de cocinar en vez de sus vidas personales, le era desconocido e inalcanzable — que era imposible de alcanzar y solucionar.

Pero Gabriel no tenía por qué saber eso.

Nadie además de él sabía ese oscuro secreto, ni siquiera sus mejores amigos, o su hermano, ni tampoco la parte trasera de sus cuadernos donde solía escribir poemas estúpidos inspirados en canciones de Bad Company, había sido testigo de los reales dolores y preocupaciones que penaban su alma.

Así que simplemente respondió:

—No sé cuál de todos esos gilipollas era tu hermano —dijo, tratando de sonar lo más casual posible.

Eso pareció causarle gracia a Gabriel, ya que se echó a reír alegremente, mientras le apuntaba con el dedo índice y le decía que le gustaba su actitud.

—Dios sabe que han sido años desde que no veo a ese muchacho —comentó Gabriel con voz melancólica, cosa que no pasó desapercibida por Dean, sin embargo no tuvo demasiado tiempo para analizar aquello ya que el momento se rompió y continuó hablando — Bien, quiero que me hagas un pie desde la galleta hasta la cubierta, si te queda bien estás contratado, sino me has caído muy bien Dean, pero tendrás que dejarle el puesto a otro.

—Está bien —respondió él, tratando de sonar seguro, que era completamente opuesto a lo que estaba sintiendo en ese minuto.

Y, al contrario de lo que pensó, después de dos horas ya estaba contratado en la panadería “Dulces de Loki”, trabajo que mantenía hasta la actualidad.

 

Dean había cometido el error de tener esperanzas de que alguna vez las cosas podrían cambiar para él cuando iniciara su camino en algo nuevo, así que había aprendido que no debía hacer eso, sino que simplemente saberse condenado a lo que él era.

Pero la Universidad era algo completamente distinto.

Si bien no encajó en el grupo de populares y de alumnos más destacados, nadie le decía nada, era como si no existiera, sólo uno que otro comentario extraño a sus espaldas debido a su relación con Michael Cohen, pero además de eso, en la Universidad su existencia no parecía ofender a nadie.

Vivió en paz y equilibrio hasta que una chica de su facultad comenzó a hablarle y todo se desmoronó.

Lisa Breaden era una chica hermosa y simpática, siempre con una sonrisa amable en el rostro y con ropa apretada que le hacía ver atractiva en una constante que hacía a Dean estar sonrojado ante su presencia. Nunca supo las razones de por qué comenzó a hablarle, ni tampoco que era lo que le motivaba a seguir haciéndolo, y no se había dado cuenta de todo el tiempo que habían estado pasando juntos hasta que la chica —mordiéndose ligeramente los labios y con una sonrisa relativamente nerviosa, una que Dean nunca había visto en el rostro — le miró a los ojos y le preguntó:

“¿Te gustaría salir a una cita conmigo, Dean?”

¿Y cómo había respondido él?

Cómo cualquier persona lo haría: entrando en absoluto y completo pánico, inventando excusas estúpidas para irse mientras entre balbuceos incoherentes trataba de hacer entender a Lisa que la llamaría respondiéndole.

—¡¿Por qué me diría algo como eso?! — preguntó a gritos Dean, mientras se paseaba de un lado a otro en la habitación de Charlie.

—No lo sé, Dean —dijo la pelirroja — Oh, ya sé, quizás porque quieren que salgan a una cita.

—Sí, entendí eso, pero ¿por qué? —se giró dramáticamente, mientras se enterraba las uñas en los cachetes de la cara, apretándose los mofletes sobresalientes en un signo de nerviosismo.

—Porque le gustas, ¡dah! , no entiendo como a veces puedes ser tan denso.

— ¡Eso no responde mi pregunta, Charlie! ¿Cómo puede gustarle alguien como yo?

—¿Y por qué no? — esta vez era el turno de ella para fruncir el ceño, mientras se sentaba en su cama para observar con más detención a su amigo.

—Mírame, Charlie, ¿Qué tengo yo que pueda gustarle a alguien? Soy tan…tan…ugh —terminó tartamudeando, frustrado, mientras se agarraba los costados y tomaba entre sus manos el royo de grasa que sobresalía desde la pretina de sus pantalones — tan desagradable. Ni siquiera sé cómo tú puedes ser mi amiga cuando soy así.

—No puedo creer que estás diciendo cosas como esa, ¿desde cuándo piensas así?

—Es la verdad. No entiendo cómo tú o Benny pueden ser amigos míos, ni tampoco cómo alguien tan atractivo como Lisa podría  estar interesada en un asqueroso gordo que necesita silla de ruedas en vez de auto —dijo, parafraseando a Castiel, sintiendo un trago amargo de melancolía.

De pronto se dio cuenta de lo que había estado haciendo: había hablado demasiado.

Jamás en su vida había dejado que los demás vieran más allá de sus sonrisas falsas, sus buenas comidas, su hermano esforzado, su casa humilde y su padre evidentemente alcohólico. Nunca, los demás no tenían porque ver el nido de ratas que se había formado en su cabeza a lo largo de los años, que él había aprendido tan bien a aplacar y ocultar con tal de mantener todo en pie, con tal de que Sammy tuviera un techo sobre su cabeza, comida en su estómago  y buena asistencia a la escuela. Preferiría pasar 40 años en el infierno que tener que recibir alguna mirada de lástima ante la realización de que Dean era un gordo triste por la simple razón de que no podía cerrar su boca y dejar de comer.

—Olvídate de eso —murmuró, desviando la mirada y dándose la vuelta para darle la espalda a su amiga, con la vista pegada en la punta de sus zapatos.

Simplemente había hablado demasiado, Charlie no tenía por qué saber eso, y punto.

Las cosas eran fáciles, le importaba un comino que la gente dijera cosas a su espalda y que le miraran con ojos llenos de lástima y pena cuando escuchaban que John Winchester era un alcohólico reformado, ese era un hecho de la vida que no podía remediar ni tampoco ocultar, ¿Qué sacaba con ocultarlo?, lo más probable era que medio Lawrence hubiera visto a John botado en los callejones aledaños a las botillerías cuando estas cerraban, ni tampoco podía ocultar que él había criado y cuidado de Sammy durante diez años, por las mismas razones anteriores, todo el mundo le había visto ir a las reuniones de padres y apoderados a los shows de la escuela.

Pero durante los cuatros años donde fue abiertamente acosado por todos los deportistas y populares de la escuela (y se rehusaba en nombrar a Castiel en su mente aunque fuera el único que ocupaba sus pensamientos en ese minuto) nadie había visto a Dean Winchester afectado por aquellas palabras: él era fuerte, un buen chiquillo, el niño que Mary Winchester crió correctamente que no se dejaba amedrentar por palabras de adolecentes estúpidos.  Cada vez que recibía algún empujón, o le escupían en la cara, simplemente se ponía de pie o se limpiaba con la manga de su ropa, ignorando todo lo demás y actuando como si nada hubiera pasado. Esa era la imagen que todos tenían de él, incluido su propio hermano, y la había mantenido durante toda su vida.

No iba a dejar que por una simple “cita” —cosa que todavía se negaba creer completamente — sacara a la luz algo que se había esforzado tanto en esconder.

Quizás en una historia de fantasía su mundo hubiera comenzado a cambiar después de que Lisa lo invitara a salir, de que se daría cuenta de todas las cosas que había estado errando en ver y que la realidad era completamente distinta, porque decían que el amor lo podía cambiar todo, pero no fue así. El día en que la vida de Dean Winchester comenzó a cambiar fue, coincidentemente, el mismo día en que Lisa le invitó a salir, pero no gracias a ella, sino gracias a su amiga Charlie Bradbury.

Tenía la mente pensando a mil por hora, demasiado ocupado pensando en distintas cosas al mismo tiempo como para percatarse de que Charlie se había parado de la cama y había caminado hasta quedar tras de él. Le abrazó lentamente por la espalda, a penas rodeándole con sus bracitos delgados y pequeños, mientras apoyaba su rostro en el hueco de la espalda suyo y las manos las entrelazaba sobre su abultada barriga.

—Desde que éramos pequeños me sorprendía lo alto que eras —comenzó a hablar la pelirroja contra su espalda, haciendo que su voz le retumbara por todo el cuerpo —, eso sí, jamás lo envidié, porque tu siempre estabas ahí para protegerme de los niños que querían botar mis cómics al piso, o porque ni siquiera tenía que pedirte que me alcanzaras los libros de las gavetas más altas porque tú sabías lo que necesitaba. En la secundaria…cuando les dije a mis padres que era lesbiana y ellos dejaron de darme dinero porque dijeron que si era lo suficientemente adulta para tener esos pensamientos, era lo suficientemente adulta para trabajar y mantenerme, nunca dejaste que me faltara nada. No tenía dinero para el almuerzo, pero no importaba, porque tú siempre me llevabas almuerzo, o cena. Cuando no tenía dinero para lavar mi ropa, me ayudabas a recortar cupones de descuento para la lavandería…incluso me ayudabas a ajustar la ropa que a Sammy no lo quedaba para dármela a mí. Me tomaste del piso, Dean, y me ayudaste a salir a flote, y eso no lo hace cualquiera. Tú eres el mejor amigo que podría haber encontrado en mi vida, eres leal, cariñoso, amable. Además que tienes un buen gusto en música, eres una estrella de persona.

Se giró lentamente, sin romper el abrazo, hasta que quedó en frente de él. Charlie le miró con una sonrisa cariñosa, mientras su rostro se contraía con las ganas de no llorar y simplemente romperse bajo todo lo que estaba sintiendo.

—No sé cómo has dejado que todas esas cosas que los estúpidos decían en la escuela, se metieran en tu mente, porque no son verdad. No importa tu peso ni tu figura, Dean. Eres genial, tal cual eres. Además, si fueras una chica, realmente querría acostarme contigo.

Dean no pudo controlar la risa que salió a medio abortar desde su boca y nariz, al mismo tiempo que sus ojos dejaban derramar las lágrimas que había estado aguantando. Atrajo a Charlie hacia sí, y le besó la frente, antes de abrazarla fuertemente.

Palabras habían sido las balas de las heridas de su pasado.

Y ahora, ¿Qué era eso que sentía cuando volvía a escuchar lo que los demás decían?

 

 

Como ya había dicho con anterioridad, Dean Winchester jamás había salido en una cita en su vida, así que era comprensible que durante el primer encuentro romántico de su existencia sintiera que iba a vomitar hasta el alma, cosa que se repitió durante las primeras veces que salió con Lisa. Pero todo  parecía calmarse una vez que empezaba a conversar con la muchacha.

Fueron los tres meses más felices de su vida hasta ese momento, porque todo parecía ir viento en popa. Además de su excelente relación, la estabilidad emocional que Lisa le proporcionaba le permitió mirar el mundo con otros ojos, encontrando más verdad y razón en las palabras que Charlie le había dado el día en que le convenció de salir con la muchacha en primera instancia.

En su casa las cosas se habían establecido, por decirlo de alguna manera; su padre con un trabajo estable por más de un año, su hermano presentaba un fantástico futuro debido a sus muy buenas calificaciones en la escuela secundaria, la universidad le había sentado a Dean como anillo en el dedo. Podría atreverse a decir que los fantasmas del pasado ya carecían de importancia, él era ahora una nueva persona.

Hasta que terminó el primer año de universidad y llegaron las vacaciones de verano; el día en que Lisa le mandó un mensaje a su celular para pedirle que conversaran, donde procedió a contarle que estaba embarazada.

Lo primero que Dean sintió fue completo y puro pánico, pero después su lado irracional pareció concordar con su lógica y logró tragarse el nudo que tenía en la garganta, controlar el latido desbocado de su corazón, para emitir la primera pregunta que se le vino a la cabeza:

“¿Quieres que nos casemos?”

Cuando se dio cuenta de que Lisa estaba llorando pensó que se debía al embarazo no planeado, que quizás tendría demasiados problemas con sus padres debido al bebé que venía en camino, o quizás Lisa tenía planes de abortar y él había sentenciado sin siquiera preguntarle qué era lo que ella quería hacer. Él podría muy bien ayudado a hacer el bebé —a pesar de que siempre había usado protección— pero Lisa era quien lo tendría nueve meses dentro. Tenía unos ahorros, podía ayudarle a pagar un aborto, demonios, un psicólogo si es que lo necesitaba. Pero si ese no era el caso, ella podría ir a vivirse con ellos, sabía que a final de cuentas en su casa le apoyarían y…

Pero nada de eso fue necesario, porque a medida que Lisa hablaba entre sollozos Dean pudo deducir dos cosas y la más importante de ellas fue que el bebé no era suyo.

Cuando había empezado su relación con Lisa, las cosas se fueron dando naturalmente, jamás pensó que tendría dentro de él el don de ser un caballero pero se sorprendió a sí mismo con gestos y detalles que no sabía que poseía: abriendo puertas, corriendo sillas, ofreciendo abrigos y cocinando para Lisa. El resto de las cosas fueron más complicadas, pero también se fueron dando a medida que pasaba en tiempo, si bien fue Lisa quien inició su primer beso —realmente su primer, primer beso porque nadie lo había besado en su vida— se dio cuenta de que las cosas podían ser más fácil de lo que había pensado.

Lisa realmente era genial, le escuchaba y entendía perfectamente cada una de las cosas que le había pasado, siempre se mostraba comprensiva y sabía dar buenos consejos cuando estaba demasiado encerrado dentro de su mente para ver las soluciones, cuando la estabilidad de John se hacía demasiado sospechosa, cuando sentía que Sam ya no le necesitaba porque estaba creciendo demasiado rápido, cuando la memoria de Mary Winchester dejaba de ser agridulcemente maternal y se volvía una pesadilla que le mantenía despierto hasta las cinco de la mañana, y sobre todo, cuando Dean casi sufrió un ataque de pánico la primera vez que sus sesiones de beso subieron demasiado de tono y Lisa le preguntó seductoramente contra la piel de su oído si tenía condones a mano.

Cualquier otra persona se hubiera reído, burlado de él;  el gordo virgen que entra en desesperación a la mera mención de sexo, pero Lisa no era así, simplemente le miró y le dijo seriamente que no harían nada que él no se sintiera listo o cómodo, y así había sido.

Terminaron esa tarde comiendo pizza casera en compañía de Sam, y todo siguió como si eso nunca hubiera ocurrido.

Cuando llegaron a tener sexo —la primera vez de Dean, que no resultó ser tan terrible como temía que fuese — lo hizo casi con toda la ropa puesta.

No importaba lo mucho que Lisa le asegurara que estaba bien, que no tenía que sentir vergüenza de su cuerpo, no podía sentir la confianza suficiente para sacarse completamente la ropa. Ella tampoco decía mucho al respecto, si una polera era lo que Dean necesitaba para sentirse cómodo, por ella no había problemas.

Y ahora, después de todo lo que habían pasado, todas las cosas con las que Lisa parecía feliz y de acuerdo… ¿Cómo le había engañado con otro?

La respuesta es bastante obvia, Winchester, no eres suficiente. Aclamó una parte de su mente.

—Conozco esa cara, Dean, y no es lo que estás pensando —dijo Lisa después de un rato.

— ¿A sí? Porque desde mi parte se ve bastante claro, Lis. Porque si ese bebe no es mío, la única forma que pudiera estar ahí en primer lugar es que te hayas ido a la casa del vecino.

—Tengo casi 4 meses de embarazo, estoy embarazada desde antes que empezáramos a salir.

—Oh…

Oh.

—No soy muy regular con mis periodos, por eso no me extraña que pasen algunos meses sin que me baje la regla, pero había pasado demasiado tiempo, y en el hospital me hicieron exámenes de sangre…y bueno, así me enteré. El bebe es pequeño aún, pero debería empezar a notárseme dentro de unas cuantas semanas.

— ¿Y qué piensas hacer? ¿Piensas decirle al padre? 

—No conozco al padre. Fue sexo casual en un bar unas cuantas semanas después de empezar el primer mes del segundo semestre, no sé quién era. Y bueno…lo que pienso hacer es quedármelo. No quiero abortarlo, no quiero darlo en adopción, quiero tener este hijo, por eso es que tenemos que dejar todo hasta acá, Dean. No puedo pedirte que seas el padre de un hijo que no es tuyo y que no planeaste en tener. Somos demasiado jóvenes.

—Pero podríamos intentar… —trató de decir a duras penas, todavía sin poder digerir completamente todo lo que había escuchado.

—No puedo dejarte hacer eso, no quiero que lo hagas. Tendré que irme de la ciudad, mis padres no querrán saber nada de mí después de esto. Tengo donde quedarme, donde empezar otra vez, no quiero que mis irresponsabilidades se vean reflejadas en la futura felicidad de mi bebé. Ni siquiera sé como lo haré yo misma, pero lo haré sí o sí. No puedo meterte  en esto, Dean. Tú ya tienes mucha responsabilidad con Sam, y sabes perfectamente cómo es criar.

El resto del tiempo que Lisa estuvo ahí paso en una especie de nube, donde se encontró a sí mismo incapaz de hablar, sólo podía escuchar los planes de Lisa, las cosas que haría, donde se quedaría, el trabajo que ya había conseguido, sus deseos de continuar la universidad una vez que el bebé pudiera entrar a un jardín de niños, lo que le hacía cuestionarse la veracidad de las palabras de la mujer, ¿Realmente se habría enterado hace poco que estaba embarazada? Porque esos planes sonaban demasiado elaborados, pero…una de las cosas que le había atraído de Lisa era su facilidad para arreglar y solucionar las cosas. No era una persona complicada o que se trancara con las situaciones, y a pesar que un embarazo no planeado a los 19 años era algo que superaba un poco las circunstancias normales, no parecía hacer diferencia en ella.

Ofreció ir a dejar a Lisa a su casa, y mientras estaban al frente de ella, todavía dentro del auto, se abrazaron largamente.

—No sabes cuánto daría porque las cosas fueran distintas, Lis —susurró él contra su pelo mientras la abrazaba con melancolía.

—Yo también, Dean, créeme. Pero simplemente ocurrió.

—Cualquier cosa que necesites, siempre puedes contar conmigo, ¿sí?

—Gracias. Adiós, Dean —se despidió Lisa saliendo del auto.

Y así de simple, ya no era parte de su vida.

 

 

Era extraño como la vida continuaba a pesar de todo.

Había guerras, niños muriendo de hambre, olas monstruosas azotando al mar infinito en fracciones de océano no descubiertos, partes del mundo donde era noche, gente en los hospitales, otros muy exitosos, niños naciendo, gente tomando un taxi, o sufriendo ataques cardiacos en las escaleras de sus casas, empezando relaciones, terminándolas…no importaba, el mundo seguía girando, la gravedad seguía trabajando y mientras la Tierra rotara y el Sol saliera —para ponerse en otro lugar del mundo— parecía como si nada realmente importara.

Pensaba demasiadas cosas, pero como era de esperarse no decía nada. Si le preguntaban, después de que Lisa se había ido repentinamente de la ciudad sin decirle nada a nadie, todo estaba fantástico para Dean. Simplemente se dedicaba a ignorar las preguntas que le hacían sobre su ex novia ya que no era su historia que contar lo que había ocurrido con ella, pero que sabía que estaba bien.

Todos los días se levantaba temprano — a pesar de que estaba de vacaciones en la universidad porque había aprobado todo y no debía asistir a cursos de verano —ya que había tomado más turnos en la pastelería de Gabriel Novak. Cocinaba los pies canturreando canciones de AC/DC y Led Zeppelin, atendía al público con una sonrisa en el rostro, y cuando llegaba a su hogar, hacía los deberes de ama de casa con la misma actitud relajada que hacía que la casa tuviera un ambiente cómodo  y familiar. Los días que no trabajaba los pasaba completamente con Sammy, e incluso los días en que sí debía ir a la panadería, él lo acompañaba ya que, a pesar de lo que pudo haber pensado, Gabriel y Sam se llevaron muy bien.

Dean siempre sonreía; a pesar de que todos los espejos de su cuarto estaban hechos trizas y de que, ignorando el calor, la ropa manga larga no variaba.

Mientras nadie le viera era capaz de mentirse a sí mismo como él creía que era la verdad.

Porque mientras estaba acostado en su cama, protegido de la vista ajena en la fortaleza impenetrable que él mismo había construido con su padre cuando ampliaron la casa, se permitía a sí mismo dejar que todo fluyera en su cabeza.

Tal como lo hacía ahora.

Agarrando la grasa extra de su cuerpo entre sus palmas y apretándola fuertemente, enterrando sus uñas en los rollos de su estómago hasta que estas quedaban impresas en marcas rosadas que se parecían mucho al rosado vivo de las estrías que atravesaban su zona media; esas eran parte de las serpientes que conformaban el nido réptil que atormentaba sus noches, esas que le mordían cada vez que la oscuridad se asomaba en sus ojos.

Quería acallarlo, quería que todo terminara, pero sabía que no había solución definitiva que no terminara repercutiendo en gente inocente, en Sam, así que simplemente lo aguantaba, porque no había manera de silenciarlo, y no había forma de cambiar quien era y en lo que se había convertido, ya que, en el fondo, mientras se deleitaba a sí mismo en el sabroso gusto culpable de un plato de comida excesivamente grande —en ese punto, un kilo más o un kilo menos ya no tenía importancia—  pensaba que podía continuar. Pero en las noches, cuando esa satisfacción momentánea se volvía culpa y reflujo, todo era más difícil.

No estaba sufriendo de depresión post ruptura.

No.

Lisa ya ni siquiera ocupaba como personaje principal sus pensamientos, sino que las consecuencias que todo eso trajo en su mente fueron lo suficiente para formar una avalancha destructiva, porque a pesar de que habían sido los 3 meses más felices que Dean había tenido en su vida, sabía que no podían ser reales, que alguien cómo él no tenía derecho a tener ese tipo de satisfacción.

No se lo merecía, aquel tipo de estabilidad sólo iba a personas buenas, no miserables que estudiaban una carrera que no tenía trabajo ni buen sueldo para el futuro…

¿Por qué se molestaba con seguir intentando? Su mayor preocupación era Sam, pero ahora ya no era un niño, ya le faltaba poco para salir de la escuela, John podía hacerse cargo perfectamente de él, además su hermano era un chiquillo listo, no tendría limitaciones intelectuales como las suyas, no le faltaría nada, jamás, realmente no había porque seguir luchando siendo que él era…

Él era…

 

 

—Sólo un asqueroso y patético mórbido, ñoño y seboso que da asco a primera vista. ¿Realmente te dejan salir así a la calle? 

El nuevo año escolar había empezado y la universidad estaba rebosante de personas, cada una de ellas emocionada por distintas cosas: reencuentros, nuevas oportunidades, volver a la rutina conocida, alejarse de familias desagradables, quizás el último año en que tendrían que estar ahí, o el primer año en que entraban a la educación superior. Hasta los profesores estaban de muy buen humor durante el primer día de clases, sonriendo y charlando con sus alumnos animadamente.

Con solo la primera clase en el cuerpo Dean ya estaba empezando a sentir el estrés. Era el primer día y el calendario estaba empezando a llenársele muy rápido, y no supo cómo, pero para medio día ya tenía los brazos llenos de libros y caminaba apresuradamente hacia el salón de estudio donde, esperanzadoramente, podría sentarse un rato y tomar una taza de café caliente que le diera ánimos para terminar el día.

Sabía que había una fiesta de bienvenida para los nuevos de su carrera, pero no tenía ganas de ir, quizás convencería a su padre de que compraran pizza para la cena y se acostaría temprano para volver a la rutina que se había impuesto desde el año pasado.

Estaba tan distraído pensando en lo mucho que quería volver a su casa que no se dio cuenta cuando chocó con otra persona.

No fue dramático ni hollywoodense, ni nada por el estilo, recuperó el equilibrio rápidamente, a pesar de que los libros se le enterraron en la piel blanda de su pecho, eso fue lo que realmente dolió.

Abrió la boca para pedir perdón pero las palabras murieron en su garganta cuando, al asegurar sus libros y alzar la vista, se encontró frente a frente con Castiel Novak.

No supo qué decir, fue como si se bloqueara, todo desapareció y pareció que Castiel fuera una especie de atractivo demonio que hizo que todo en él se paralizara y le dieran ganas horribles de vomitar y de contraerse sobre sí mismo; había estado un año sin verlo, sin tener que recordar con pruebas de carne y hueso lo horrible que había sido su estadía en la escuela, pero ahí estaba él, usando una chaqueta que solo los de primer año de Educación Física usaban y Dean no podía creer su mala suerte.

— ¿Winchester? —La manera como escupía su nombre no tenía por qué ser tan familiar, y sin embargo, lo era, y eso le hacía sentirse aún más enfermo — ¡Winchester!

Los ojos del otro chico se abrieron enormemente —que, sin saber muy bien por qué, desgraciadamente para él seguían siendo profundamente celestes —  y una sonrisa socarrona le llenó el rostro, para luego transformarse en esa típica mueca que había aprendido a reconocer hace años atrás. Los mismos gestos que el chico de menor altura tomaba antes insultarle.

—¿Quién más sino Winchester, eh? — le escupió, e instintivamente Dean miró al piso, a la punta de sus zapatos, mientras abrazaba sus libros — Sólo un asqueroso y patético mórbido, ñoño y seboso que da asco a primera vista. ¿Realmente te dejan salir así a la calle? 

Sabía que Castiel podía haber seguido hablando, pero el ruido de gente viniendo por el pasillo hizo que se detuviera en seco, Dean aprovechó eso para desaparecer de la escena.

Podría haber dicho muchas cosas al otro joven, incluso podría haberse defendido, sabía que podía hacerlo, aunque no sintiera verdad en ninguna de las palabras que dijera, pero al menos podría tratar de limpiar su imagen. Y a pesar de eso,  no pudo. Tampoco permitió que las palabras que él le había dicho empaparan su mente. Con una técnica practicada y auto impuesta puso su mente en blanco, y aplastó los libros más en contra de su abultado cuerpo, sintiendo como las esquinas de los tomos se le enterraban en la carne y como sus uñas se rompían contra las duras tapas ante la fuerza con las que él estaba apretando los textos, pero no le importó. El dolor fue satisfactorio, un distractor. Lo suficiente como para ir a la biblioteca, dejar los libros y sentarse en la última mesa del salón de estudio con un cuaderno en blanco delante suyo mientras dejaba que las palabras de su antiguo —y presente — acosador por fin llegaran a él. 

¿Por qué simplemente no podía dejar de comer? ¿Por qué no se ponía a hacer ejercicio? ¿Por qué no daba un cambio radical en su vida? ¿Por qué no simplemente eliminaba eso que hacía su vida un martirio? ¿Por qué no simplemente cerraba la boca? ¿Por qué no simplemente desaparecía? Pensó él.

Porque eres demasiado cobarde para hacer cualquier cosa, Dean.

Después de que se respondió solo se puso de pie y se dirigió a trabajar.

Extrañamente funcionar con el ardor dentro del cuerpo y el cerebro hecho pedazos era más familiar y conocido que el falso alivio que sintió cuando pensó que su vida podía ser feliz.

 

Su mente pudo bloquear cualquier pensamiento de Castiel y de lo que había pasado hasta que tuvo la certeza absoluta de que Michael iba a matar a Castiel en el callejón.

No había excusa lógica para lo que había hecho, todo llamaba a que hubiera dejado que los matones hicieran lo que tenían que hacer, no importa lo que dictaran las buenas costumbres, pero algo más profundo y básico se alarmó en el interior de Dean, y simplemente tuvo que hacer algo, porque…porque sabía que su madre le hubiera dicho que eso era lo correcto. Lo que debía hacerse.

Mary Winchester le habría recordado que siempre hay que poner la otra mejilla, que siempre hay que recordar “el sacrificio de Cristo” y que si somos hoscos y horribles con las personas que lo son con nosotros, no estamos siendo mejores que ellos.

A Dean le importaba una mierda, la verdad era que no creía en nada que no pudiera ver. Así que cualquier cosa divina que un libro escrito por humanos machistas con demasiado amor por el vino y las drogas ancestrales y que juraban que una jodida paloma blanca les había inspirado para escribir ochocientas mil palabras no era factible para él. Pero cuando vio como Michael le enterraba los nudillos en la mandíbula a Castiel no pudo evitar recordar cuando su madre, con la biblia en el regazo, había desviado la mirada hacia la ventana y le había hablado con voz melancólica, sintiendo realmente lo que estaba diciendo:

Él estuvo ahí, Dean, con una corona de espinas en la cabeza, sangrando, cargando su cruz hacia el monte de su muerte, sin zapatos en la arena caliente y apedreada mientras la gente lo insultaba, y luego lo crucificaron vivo. Y Él aguantó, todo, por sus hermanos amados, por los hijos de su padre…y nosotros ni siquiera somos capaces de ayudar al prójimo porque nos creemos superiores a los demás.

Dean no hubiera hecho nada, y menos por Castiel, pero Mary sí; entonces él actuó. Hizo lo que su madre hubiera hecho, lo que él hubiera hecho si hubiera estado en compañía de su mamá, bajo su escrudiño donde —al menos cuando era niño— siempre actuaba en son de complacerla y hacerla sentir orgullosa.

¿Se sentiría Mary Winchester orgullosa de Dean a pesar de llevar muerta más de ocho años? Él no tenía como saberlo, pero no podía permitirse fallar, tan solo recordar la sonrisa que su madre solía darle cuando ayudaba a la anciana vecina a entrar los víveres a su casa era suficiente motivación.

Quizás lo más correcto de hacer hubiera sido asegurarse de que Castiel fuera al hospital, pero era demasiado, así que simplemente emprendió marcha hacía su casa, donde en ningún momento dejó de pensar en su madre; mientras se sacaba la ropa sucia y echaba a lavar una tanda, mientras preparaba las cosas para la cena de su hermano y su padre, cuando recogió la loza y le pidió a Sammy que no usara demasiado jaboncillo para lavar los platos, parado dentro de la ducha, sentado en la orilla de su cama limándose las uñas que se había roto en la tarde al enterrarlas en los cartones duros de las portadas de los libros que tenía en los brazos, incluso cuando se puso pijama y se acostó, sintiendo un vacio extraño y una calma poco familiar  también pensó en Mary

Si el cielo existía, su mamá tenía que estar en él, sino todo carecería de sentido.

Esa noche, a pesar de que su día había sido espantoso, no sintió la necesidad de cortar algo de alivio en su piel.

 

De todas las cosas que podía haber esperado encontrar a la salida de su casa cuando estaba yendo hacia su primera clase de la mañana, el auto de Castiel Novak —con el susodicho dentro de este — jamás había sido una de ellas.

Cuando el joven de pelo más oscuro lo vio, salió inmediatamente del auto y se dirigió hacia él.

Estaba tan sorprendido que no pudo decir mucho, solo dirigirle una mirada confundida mientras apretaba los labios para evitar decir cualquier estupidez. Si Castiel estaba ahí para llevarlo a atestiguar en contra de Michael podía volver por donde vino, porque no se le ocurría otra razón por la cual él se hubiera dado el tiempo de averiguar su dirección e ir a buscarlo antes de sus clases, en el segundo día del primer semestre.

Al parecer los golpes no habían sido tan malos, ya que la única venda que tenía era una pequeña en la ceja donde de seguro debieron haberle dado puntos, pero todo lo demás, a pesar de estar amoratado e hinchado, no se veía tan mal. No tan mal como podría haber quedado.

Se miraron largo rato, los ojos celestes del otro joven brillaban extrañamente, tratando de transmitir cosas que Dean no podía entender muy bien. Ninguno de los dos abrió la boca en ningún momento, simplemente se miraban inmóviles, él en el porche de su casa y Castiel apoyado en el capó de su auto.

A Dean le gustaban los ojos de Castiel, celestes y expresivos, incluso cuando los únicos sentimientos que le había dirigido con ellos habían sido relacionados con odio, asco o vergüenza ajena. Los había memorizado y grabado en su mente, ¿cómo algo que podía ser tan hermoso podía ser tan dañino a la vez? A veces Dean pensaba que él mismo se buscaba tropezar con Castiel para que el otro se riera, solo para poder tener una oportunidad de mirarle a los ojos sin transformarse en uno de esos adefesios que su padre le había enseñado a odiar.

¿Qué le sucedía a Dean? ¿No le bastaba con ser un mórbido repugnante sino que también tenía que tener ese tipo de pensamientos? Si John supiera….

— ¿Porqué? —preguntó Castiel de la nada, rompiendo su competencia de miradas.

Dean no le respondió, le ignoró y caminando se fue a clases.

 

Al otro día fue exactamente lo mismo, sólo que no fue simplemente el acoso en su casa, sino que, a medio día, cuando venía saliendo de una de las salas que estaban al fondo de la universidad, Castiel le estaba esperando sentado en una de las bancas que estaban en frente de la puerta, y apenas le divisó, se acercó a él para repetirle la misma pregunta que le había hecho esa mañana y el día anterior.

— ¿Por qué? —ni siquiera un saludo, nada,  y luego agregó — ¿Por qué lo hiciste, Winchester?

Dean le volvió a ignorar.

— ¡Hey!

Ya llevaban casi una semana así, el gato y el ratón, pero él no iba a ceder. Él no tenía nada que explicar, ni tampoco nada que decir. Tampoco encontraba las fuerzas para enfrentarlo y decirle de llano que dejara de molestarlo.

Parte de él se regocijaba con la atención, aunque jamás lo admitiría. Porque, desde que el chico de ojos azules había empezado a seguirlo, la voz ronca y profunda de Castiel llegó a ser algo esperado en su día, pero en la noche la memoria de la misma voz insultándolo seguía causando las mismas consecuencias que repercutían hasta el día siguiente, donde perdía gran parte de la mañana metiendo los rollos de su estómago dentro de un pantalón holgado para que pasaran más desapercibidos.

Ahora él estaba en el paradero, dirigiéndose a tomar el autobús cuando escuchó su llamado, pero Dean solo se apresuró a subir al vehículo, con la excusa de que necesitaba llegar al centro rápido ya que había quedado de ver una película con Charlie, y pasar a sentarse lo más rápido.

Podría haber o no haber visto de reojo como Castiel llegaba jadeando al paradero mirando al autobús partir con rostro vencido.

 

A pesar de que cada vez se hacía más difícil, Dean siguió ignorándolo, pero Castiel era un hombre insistente.

Era uno de los días en los que tenía que trabajar, e iba algo atrasado así que caminaba rápidamente a la tienda, con cuidado de no correr ya que si hacía eso su cuerpo rebotaría y se moriría de vergüenza.

Cuando iba llegando pudo ver que no había gente entrando en la tienda, eso era una buena señal, pero a medida que se iba acercando más pudo realizar que la tienda estaba cerrada. Frunció el ceño mientras por fin llegaba a la puerta y miraba a través del vidrio hacia el interior.

No podía creer su suerte.

Sintió como la respiración comenzaba a fallarle y el sudor empezaba a nacer en su cuerpo, dolores varios comenzaron a hacerse sentir en sus extremidades y en las partes blandas cercanas a sus axilas, ni siquiera sabía por qué pasaba pero solía somatizar inmediatamente, sobre todo cuando sabía que se había permitido más dulces de los normales en un día.

Adentro estaba Castiel.

—Deano, que bueno que apareciste —escuchó la voz de Gabriel viniendo desde el interior de la tienda, segundos después la puerta se abrió desde adentro — este es mi hermano Castiel. Ahorremos las presentaciones extensivas para después que me vaya, ¿okey? Okey. Tengo trámites importantes que hacer, Cassie se quedará acá contigo. Cas, asegura que Dean no se robe ningún pie. Deano, asegúrate que mi hermano  no le prenda fuego a la tienda. ¿Entendido? ¡Perfecto! Sabía que podía contar con ustedes.

Dicho esto Gabriel salió de la tienda apresuradamente.

Cualquier duda que podría haber tenido con respecto a lo que acababa de ocurrir, quedó a un lado cuando ambos entrelazaron las miradas y se envolvieron en una nueva competencia de miradas. Dean pronto se dio cuenta de lo ridículo que era la situación y sin prestarle más atención al otro muchacho se dirigió hacía el mostrador y tomó su camino hacia el interior de la tienda, donde  planeaba encerrarse en la oficina de Gabriel  y no tener que enfrentar al otro.

De todas las veces que podría haberse encontrado con uno de los hermanos de su jefe, tenía que ser en ese momento. Y de todos los hermanos que podrían haber ido a la tienda para cuidarla tenía que ser Castiel, realmente no podía creer su suerte.

Estaba maldiciéndose mentalmente mientras bajaba la madera que se levantaba para poder pasar al otro lado cuando la mano del otro chico se lo impidió.

—Vamos a hablar, Dean —le dijo el otro, con la voz seria y ronca.

Desde hace un tiempo atrás que “Winchester” había pasado al olvido, y el chico de ojos azules había empezado a llamarlo por su nombre de pila, cosa que hacía muchísimo más incómoda la situación, dándole un aire de intimidad que ellos dos no tenían razón de poseer.

No supo cuánto tiempo llevaba con el mismo juego, pero ese día le superó, y rompió su regla de silencio con un exasperado gruñido.

— ¡Qué mierda quieres saber! — le espetó con rabia, dándose vuelta para enfrentarlo, encontrándose con Castiel demasiado cerca suyo, irrumpiendo su espacio personal.

—Quiero saber por qué me defendiste de Michael.

—Porque sí.

—Eso no es suficiente.

—Pff —se mofó — tendrá que serlo para ti porque no pienso hablar contigo.

— ¿Pero por qué?

— ¿Por qué quieres saber tanto? ¡Dios! — volvió a quejarse, y abrió la puerta del baño de servicio para esconderse ahí — Sólo déjame tranquilo.

Trató de cerrar la puerta, pero Castiel metió el pie antes de que pudiera hacerlo, y empujando la madera con los hombros logró meterse al baño junto a él.

—Necesito saber — le exigió.

— ¿Ah sí? — se lamió los labios y le miró desafiantemente — ¿Por qué no vas y me la chupas mejor?

Castiel dio un paso hacia atrás y le miró largamente, como si estuviera tratando de procesar lo que él le había dicho, y luego de ladear la cabeza en un gesto que después comprendería que era de incomprensión, le habló:

—Muy bien.

Un minuto estaba haciéndose el macho tratando de alejar a su antiguo bullying de escuela, y al otro lo tenía completamente pegado en su cuerpo. Castiel le agarró de los hombros y lo empujó contra la pared, mientras arremetía una de sus piernas entre las de Dean, y con manos hábiles le desabrochaba el cinturón y le abría el pantalón. Luego le bajó los pantalones y los calzoncillos hasta medio muslo, ante la mirada incrédula de Dean que había perdido control de su cuerpo ante la sorpresa.

Luego sin más preámbulos se puso de rodillas y se metió el miembro de Dean, todavía flácido, dentro de la boca por completo en una sola bocanada.

Sintió las manos de Castiel maniobrar las suyas hasta ubicarlas sobre su pelo y el otro chico fue quien le instó a enredar sus dedos en su cabello castaño. Cuando estuvo seguro de que las manos de Dean estaban en su pelo, descendió sus manos hasta sus muslos, donde con caricias sensuales acarició hasta abrirse camino a sus bolas y a la base de su pene, que había quedado descubierta en el minuto que Castiel comenzó a menear la cabeza.

Estuvo completamente erecto en menos de un minuto, y no podía dejar de sentir lo que estaba pasando. Se la estaban mamando en el baño de su trabajo, Castiel Novak se la estaba mamando en el baño de trabajadores de la panadería del hermano mayor de este como si no hubiera mañana. Tragándolo hasta lo más profundo, hasta que la nariz respingada de Castiel estaba enterrada en su vello púbico, moviendo su lengua alrededor de su pene, lamiendo y acariciando, mientras sus manos no dejaban  de trabajar en él, haciéndole gemir sin vergüenza con la boca abierta en jarro y la cabeza apoyada en la pared donde el otro le mantenía empinado con sus hombros. Una de sus manos estaba haciendo presión en el tronco de su pene cuando la boca de este le abandonaba por segundo y acunaba sus testículos con la otra, apretándolos en contra de su palma mientras la punta de sus dedos le acariciaba el pirineo y rozaban su entrada. 

En un acto reflejo sus caderas se movieron hacia adelante y Castiel gimió alrededor de su pene, relajando aún más su garganta y dejando que Dean follara lentamente su boca, combinando el movimiento de sus caderas con el cadencioso ritmo de la boca de Castiel, que no dejaba de moverse.

Con un tirón de pelo, tratando de retirar a Castiel de su miembro, trató de advertirle que estaba a punto de correrse, pero él simplemente retiró las manos de sus genitales y las apoyo sobre uno de sus royos, tomándolo entre sus manos mientras enterraba las uñas en la piel blanda y lo acercaba aún más a sí mismo, retirando lentamente su boca de su pene, deslizándose hacia la punta lentamente, dejando sus dientes rozar la sensible piel de su erección.

Pero no le retiró completamente de su boca, simplemente dejó la punta dentro de su boca y comenzó a chupar fuertemente, como si tratara de quitarle el aire así. Dean se corrió en segundos, cerrando los ojos fuertemente y dejando sus dedos acariciar el pelo de Castiel, una caricia inconsciente de agradecimiento, mientras a jadeos trataba de recuperarse de la exaltación, sintiendo las olas de endorfina recorrer su cuerpo incluso después del placer de su orgasmo.

Cuando abrió los ojos Castiel todavía estaba de rodillas delante de él, con el pene de Dean medio flácido todavía dentro de su boca — y sintió como su miembro hacía un valiente esfuerzo por volver a ponerse erecto ante la estimulación que la caliente y húmeda cavidad de la boca de Castiel le entregaba — y mirándole directamente a los ojos desde abajo, Dean podía verlo por sobre su prominente barriga, y la mirada seguía siendo igual de intensa que cuando le perseguía en la universidad en busca de respuestas.

Lentamente el otro se puso de pie, y Dean no pudo evitar ayudarle, usando sus manos para agarrarlo de la cadera y ayudarle a subir. Castiel no desapareció de su espacio personal, sino que se acercó a él, hasta que sus rostros estuvieron separados por ínfimos centímetros y Dean podía sentir el aliento con su corrida en contra de sus labios, o quizás era su imaginación porque mientras él estaba perdido en el primer golpe de su orgasmo, el otro podría haber escupido en la taza.

—Sólo quiero saber por qué… —murmuró contra su boca, tentándolo por un beso que Dean no sabía si quería o no.

—Okey…

—Saldré afuera, prepararé un café con pastel y conversaremos, mientras tú te arreglas acá, ¿suena bien? — Dean asintió en silencio —.Perfecto.

Entonces el más bajo le besó, y Dean confirmó que, definitivamente,  Castiel no había escupido. 

Notas finales:

Como está en los tags, este fic tiene escenas sexuales explicitas, y una de ellas, si bien no es violación ni tampoco de forcejeo ni nada por el estilo, deja la ligera sensación de duda acerca del consentimiento, por eso he decidido agregar el tag de “dub-con”, porque prefiero prevenir antes que lamentar, porque la idea es que aquel momento mencionado plante pensamientos dudosos.


También es importante señalar que Lisa Breaden, a pesar de lo que el fandom pueda decir de ella, es de mi completo agrado y simpatía. Por eso siempre tengo cierto desagrado al usarla a ella como personaje “mujer puta” cliché; ya que lo encuentro demasiado enjutos y desagradable, tanto para el personaje como para el género. Por eso y la trama de la historia, seleccioné a un personaje femenino que no es Lisa con una personalidad OOC porque no me quedó de otra y no quería inventar un OC, pido desde ya no insultarle fuera de contexto a este personaje ya que es desagradable para mí leer comentarios aludiendo a cosas exageradas. Desde ya muchas gracias, y espero que les guste el fic


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