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Hi to Yoru /日と夜 por Marbius

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A diferencia de la tienda y la libertad que dentro de ella gozaba, en las otras áreas de su vida a Félix no le iba tan bien como hubiera deseado.

La inclusión del trabajo en su rutina diaria afectó sus notas en clase, y durante el segundo parcial se vio obligado a dar de sí el doble durante los turnos de vigilia para así cumplir con el estudio, los exámenes, tareas y proyectos que debía entregar regularmente. El esfuerzo valió la pena, pero Félix se descubrió vacío de la alegría habitual que mejorar su promedio semestral le podía ofrecer.

Aunque de tener que confesarlo bajo tortura no le habrían sacado una palabra al respecto, lo cierto es que Félix se sentía solo. Aburrido, incluso. Con el horario tan apretado y sin disponibilidad de ocio, acabó por fastidiarse del mismo ciclo repetitivo de trabajo-escuela-dormir en el que las únicas interacciones con otro ser humano se reducían a sus maestros, el ocasional trabajo en equipo de la universidad, Tanaka-san, y las visitas espaciadas de Santino…

No que se quejara de Santino y los minutos de felicidad que compartían de dos a cuatro veces por semana, pero esa era harina de otro costal.

Aunque la revelación de que sus ex compañeros de piso eran unos homofóbicos de primera le escocía en el alma todavía muchos meses después, Félix extrañaba la convivencia diaria y los pequeños placeres de la vida en común, como ver televisión acompañado sin tomar en cuenta la calidad del programa, discutir de quién era el turno de limpiar el refrigerador, y hasta las inusitadas ocasiones en que se reunían a tomar una o dos cervezas y se desvelaban conversando hasta altas horas de la madrugada.

En verdad había llegado a considerarlos amigos, pero el conocimiento de que para ellos esa amistad no valía nada sólo porque su preferencia sexual era opuesta a la suya empañaba cualquier sentimiento positivo que todavía albergara de sus personas, y Félix lo enterraba apenas salía a la luz.

Tal fue su desazón durante esa semana que Tanaka-san se lo señaló con el pragmatismo que caracterizaba a los japoneses:

—Tú lo que necesitas es contacto de persona a persona. Una novia te sentaría de maravillas, muchacho. O si tienes la fuerza, dos o tres, pero allá lo que te parezca más conveniente a ti…

Resoplando por el peso de tres cajas de refresco que tenía que meter al frigorífico, Félix se esperó a terminar su labor antes de entablar charla con su empleador.

—No es el momento propicio, Tanaka-san.

—¿Ah no? ¿Y cuándo sí? La luna está nueva, y no hay nada como el cuarto creciente para emprender nuevos proyectos. Lo afirma el feng shui.

Bebiendo una taza de té verde tan caliente que el vapor le cubría la boca, el señor Tanaka sonreía apenas, como un Buda delgado y alto de más que en su interior contenía la sabiduría del universo, pero que por su condición extraterrenal no le estuviera permitido intervenir.

—Luego… —Limpiándose el sudor de la frente con la manga de su camiseta, Félix se encogió de hombros—. En definitiva no ahora que apenas puedo hacer malabares con todas mis responsabilidades. Una… —Tachó ‘novia’ de su vocabulario y lo matizó con un sustantivo mejor— pareja sólo lo complicaría más.

—Es del hombre sabio comprender cuándo sus fuerzas son mayores que sus expectativas —recitó Tanaka-san en un tono tan misterioso que Félix lo escuchó atentamente.

—¿Confucio?

—No, Tanaka-san a sus ochenta y dos años, nada mal, ¿eh? —Dijo éste recuperando su bonachona personalidad—. No todas mis frases juiciosas son de propiedad intelectual ajena. Para que me entiendas mejor, muchacho, la soledad no te favorece nada. ¿Cuántos kilos has perdido en la última quincena?

—Tres —admitió Félix a regañadientes. Tres míseros kilogramos que en él representaban una talla menos de pantalón, desventajas de ser alto y delgado como una garrocha—, pero-…

—Ahórrate las excusas —le acotó Tanaka-san con un gesto de desdén, cortesía de su muñeca artrítica—. Si lo que necesitas es una noche libre para salir de fiesta, será tuya. No me gustaría hacerme fama de tirano, o que agotes tu energía y me quede sin mi mejor empleado por testarudez tuya.

—¿Mejor empleado, uh? Me encantaría mi placa y foto en la pared, señor.

—Luego… —Le retrucó el anciano con la palabra que antes Félix había utilizado—. Ahora lo más importante es conseguirte una novia, ¿o te apetecería más una aventura de una noche? O varias…

—¡Tanaka-san! —Farfulló Félix ahogándose con su propia saliva. Por la expresión satisfecha de su empleador, éste se había salido con la suya al alterarlo.

—Sé tu secreto, Félix…

El corazón de éste se detuvo por un segundo y reanudó su marcha a una cadencia desigual. Afirmar que las piernas le temblaban tampoco sería exagerar.

—Y no soy tan vejete como para creer que es de mi incumbencia emitir un juicio, ¿me sigues?

Félix asintió a duras penas.

—Tranquiliza esa cara, muchacho. Ser gay no es el fin del mundo.

—Uhm… —Félix hesitó, pero en vista de que Tanaka-san le había abierto la ventana de la oportunidad, decidió sincerarse con él—. La causa de por qué me quedé sin departamento es precisamente que soy gay, señor. Mis compañeros de piso se enteraron, y digamos que ellos no se tomaron la noticia con la misma calma que usted. De hecho, poco me faltó de presentarme a la entrevista de trabajo con un ojo morado y un labio hinchado.

—Entiendo —caviló el anciano—. Triste caso para los tiempos que corren. Uno pensaría que la tolerancia es moneda de cambio común, y en fin… muy, muy triste.

Félix calló, porque en su estado actual no estaba para bajarse más la moral. Si bien atrás había dejado esa etapa de su vida en la que la opinión de terceros le afectaba a tal grado, en esos momentos se sentía vulnerable, y no estaba en sus planes arruinarse el rato dándole otra vuelta a la madeja de negatividad con la que de vez en cuando jugaba.

—Pero como iba diciendo —volvió a la carga Tanaka-san, ajeno al sombrío ánimo de Félix—, seguro que uno de mis nietos o nietas encuentra para ti a alguien. Bastará con darle algunas pistas-…

—Oh, no, por favor no…

——… a menos que ya tengas un prospecto en mente. Y hablando de eso, ¿qué pasó de aquel chico olímpico que preguntó por ti una vez? ¿Cómo van las cosas con Saturno?

Riendo a pesar de lo ridículo que era la escena por la que pasaba, Félix tuvo que admitir que esa nueva faceta de Tanaka-san lo colocaba en la parte más alta del pedestal en el que ya lo tenía.

Como si de una nube oscura se tratara, Tanaka-san apareció como el bendito kamikaze original de los relatos antiguos (el llamado ‘viento divino) y barrió con ella hasta despejar su panorama.

Tal vez su sugerencia no era tan descabellada. Tal vez, y sólo tal vez, un novio era la respuesta…

 

Un par de días después, aprovechando que acababan de terminar sus exámenes del tercer parcial y no tenía ni un pendiente por entregar en la universidad, Félix sacó un pequeño cuaderno de sus pertenencias y un bolígrafo para ir anotando las grandes (y fallidas) relaciones amorosas de su vida.

En primer lugar, Dana, la única novia de su repertorio y la que le abrió los ojos a la realidad de su homosexualidad. Bastó un beso, sólo uno, a la luz de una película de acción malísima que estelarizaba Matt Damon, y fue como una epifanía que vino a confirmar sus sospechas. La relación no duró más allá de la tarde en que salieron al cine, y por acuerdo mutuo decidieron romper. Fin de la historia, y fin a su corta etapa de heterosexual confundido.

En el puesto número dos, Esteban. El campeón de fútbol cuando los dos tenían quince años y cursaban preparatoria. Más bajo que él, pero fornido y de espalda ancha, Félix lo recordaba con especial cariño por ser él con quien había perdido la virginidad. Pero no estaban destinados a durar, en parte porque lo suyo era atracción netamente física, y también porque Esteban no era gay del todo, si acaso bisexual, y no veía razón en declararse como tal si su mayor base de fans eran las chicas de su curso. Félix no se lo reprochó, y su separación se dio en términos amistosos al final del tercer semestre, cuando Esteban pescó novia formal y los dos llegaron al mutuo acuerdo de que por respeto no la iban a engañar.

El amante número tres y el número cuatro se quedaron sin nombre en la lista de Félix. Ambos acostones de una noche y sin mayor identidad que haberle proporcionado un orgasmo cada uno. Nada de lo que Félix quisiera presumir, pero tampoco se iba a avergonzar. No había arrepentimientos de su parte.

El quinto amante de su inventario lo escribió en letra cursiva en lugar de letra de molde como el resto. Ese era un profesor de literatura en un curso extracurricular que había llevado en el primer año de la universidad. Porque contaduría y administración era un área árida intelectualmente hablando, Félix se anotó a una clase extra de redacción con duración de dos meses, y justo dos meses fue el tiempo que él y Pedro (esa era su nombre) disfrutaron de su compañía mutua. Después Pedro recibió una oferta de trabajo en otra ciudad y su partida puso punto final a lo que pudo ser y no fue… Tres años después y Félix todavía lo recordaba a través de las gafas rosadas que le otorgaban los buenos momentos que pasaron juntos. Seguro que igual lo suyo no funcionaba, pero como tiempo les faltó para demostrarlo, a veces Félix fantaseaba con un mejor final para ellos dos.

El sexto nombre en su lista también quedó en misterio, otro rollo de una ocasión, esta vez un fin de semana que incluyó mucho alcohol, humo de tabaco, y marcas físicas (chupetones, rasguños y mordidas) que le costó explicar cuando apareció el lunes en el departamento que compartía y se tuvo que inventar una historia verisímil al respecto. Después Félix se lo topó dos o tres veces por el campus, igual que él era un estudiante anodino cualquier, pero en recíproco acuerdo tácito, se ignoraron. No hubo repetición.

Aunque el séptimo se dijera de la suerte, precisamente fue ese el número fatídico para Félix. Se llamaba Simón, quien para desencantó de Félix, se transformaba de príncipe azul a sapo verrugoso con la misma velocidad que tomaba chasquear los dedos.  Atractivo a morir y con una sonrisa encantadora, Simón era capaz de atraer las miradas sobre su persona y ganarse a la multitud con sus bromas y buen humor. Félix debía admitirlo, le acarició en el amor propio que alguien como Simón se fijara en él. Un año mayor que él y con intenciones firmes de ir en serio, Simón se convirtió en su novio oficial apenas tres semanas después de conocerse. La química entre los dos abarcó cada ámbito de su relación, y Félix se confió de ser tan afortunado… se embebió en su sueño romántico de cuento de hadas, y de ahí que el golpe al enterarse que Simón lo engañaba le doliera tanto.

Pero… no tanto como la venganza que Simón decidió cobrarse cuando luego de un mes sus intentos de recuperarlo no dieran fruto. De sumiso y plañidero pasó a cruel y vengativo, y para ello montó una escena terrible en el café donde Félix aceptó reunirse con él para poner los puntos sobre las íes. Lo que comenzó con una retahíla de disculpas, acabó con Simón golpeando la mesa con el puño y acusando a Félix de ser “un jodido insensible que no sabía perdonar un simple error”. Félix lo mandó al cuerno y al retomar al departamento lo recibió la noticia de que la mejor amiga de la ex de uno de sus compañeros de piso había presenciado lo ocurrido en la cafetería. Con tan mal tino que lo habían grabado, y aunque la imagen no era del todo nítida, bastó para que sus ‘amigos’ le dieran la espalda y lo remataran con una patada en el trasero al exigirle que se marchara del departamento que había sido su hogar por varios años.

En definitiva, un séptimo amante del que Félix prefería no tener memoria.

Golpeteando el cuaderno con el bolígrafo hasta cubrir el nombre ‘Simón’ con puntos azules de tinta y hacerlo invisible, Félix suspiró frustrado ante la posibilidad de lanzarse de nuevo al ruedo y entregar su corazón.

Con veintidós años a cuestas no era como si la vida se le estuviera escurriendo de entre los dedos en soledad, ¿o sí? Porque no era el único en su generación sin pareja estable, y tampoco podía jurar que se tratara de una necesidad básica como respirar o alimentarse, pero… Luego de seis meses de soltería, una vez curadas las heridas que dejó Simón, y con cicatrices que lo demostraban, Félix se sintió atraído a la idea de asomar su cabeza fuera del caparazón en el que se había refugiado y, quien sabe, aspirar el aire a su alrededor a la espera de que el entorno le fuera propicio.

Por piedad a su mano derecha que le servía como única compañía en sus noches de larga soledad, ya era hora de perder el miedo y replantearse hasta que punto iba permitir a Simón y a su recuerdo seguir controlando su vida actual. Más allá al temor presente de que lo volvieran a engañar, también iba en juego mostrar esa otra faceta suya que lo definía ante los demás, incluso si para él ser gay y tener el color azul como favorito entraba en la misma categoría de banalidad.

—Vale, señor Tanaka. Usted gana —murmuró Félix, agregando un número ocho en su lista y escribiendo ‘Santino’, seguido de tres grandes signos de interrogación.

Quizá, sólo quizá…


Los encuentros entre Félix y Santino se siguieron dando a lo largo del otoño. Lloviera, soplara el viento o el clima amenazara con temperaturas bajas de madrugada, Santino estableció su rutina de compras en torno a las cuatro de la madrugada en Hi to Yoru, los días lunes, miércoles y viernes que Félix cubría guardia, y no faltó ni una sola vez, incluida esa ocasión en que lo agarró un aguacero y de su paraguas no quedó ni el mango. Por fortuna para él, Tanaka-san contaba con una amplia gama de sombrillas, así que Santino se ahorró el acudir a su trabajo como naufrago.

Durante ese periodo, Félix tomó nota mental de las compras irrisorias con las que Santino justificaba su presencia en la tienda.

Unas veces productos de lo más normal, como jabón líquido para trastes, dulces que le compartía, bebidas con electrolitos para sus clases de spinning, y alguna fruta del canasto bien surtido que tenían colgando en una esquina. Otras, parecía que Santino ni se esforzaba, y que compraba a modo de pretexto con tal de seguir yendo a la tienda. Eso tenía que ser, dedujo Félix, porque dudaba mucho que Santino tuviera interés en un paquete de bolas de golf, una bolsa con inciensos aroma manzana-canela que contaba con trescientos sesenta y cinco piezas (una para cada día del día mientras no se tratara de un bisiesto), herraduras para caballo, una pala de mango corto con cuña cuadrada, y otra tanta pila de enseres que gritaban ‘compra impulsiva’ a los cuatro vientos.

Si esa era su manera que tenía de declarar su interés, Félix no estaba del todo seguro de comprenderlo.

—Oh… Vaya… —Dijo, una de tantas madrugadas que Santino acudió a su caja y le presentó su canasto de compras con un producto que seguro había sacado de la parte más recóndita de los anaqueles—. Wow…

—¿Qué? Me hacía falta uno de estos en casa —mintió Santino de lo más descarado, sonriendo a pesar de todo con gran felicidad mientras sus ojos se posaban en Félix.

—Oye, que no soy quién para juzgar, en serio. —Pasando por el escáner la figura de cuarenta centímetros de un unicornio pintado con tonos nacarados en rosa, verde y azul, Félix tuvo que admitir que ni siquiera él que limpiaba la tienda cada tercer día había tenido la fortuna (¿o era desgracia?) de toparse con esa efigie entre las toneladas de mercancía que atestaban la tienda.

Parado en sus patas traseras y demostrando que era todo un semental, con esa figura al menos quedaba la opción de regalarla en el próximo intercambio de oficina si es que a Santino le tocaba el nombre de algún compañero con el que se llevara mal y del que se quisiera desquitar.

—¿De qué te ríes?

—Uhm, nada —borró Félix la imagen mental de su cabeza de esa cosa envuelta en papel de regalo.

—Tanaka-san tiene una interesante colección allá atrás, ¿eh?

—Yo… no lo llamaría así, pero tienes mucha razón. —Félix bajó la voz—. No sé si has visto las jaulas de madera que tenemos en la parte trasera…

—Por supuesto que sí. Es imposible no reparar en ellas cuando pasas la sección de latería y a un lado te topas con una jaula que tiene adentro un ave disecada. Es escalofriante.

—Seh. Tanaka-san no me cree que por eso no se ha vendido ni una. Esas jaulas tienen por lo menos desde antes que yo llegué aquí, y seguro permanecerán ahí hasta que esta tienda cierre.

—¿Es que…? —Santino carraspeó, y entre sus cejas apareció una línea de preocupación—. ¿Planean cerrar la tienda?

—No, para nada. Es sólo una expresión. Espero que no, al menos no está así en los planes de Tanaka-san.

—Uf, qué bien. Me sentaría mal quedarme sin mi tienda de confianza.

—Claro —ironizó Félix, tocando el cuerno de su estatua de unicornio y retándolo a contradecirse—, ¿dónde más te harías con esa preciosura a un precio de ganga?

—Bueno… —Mirándolo directo a los ojos, Santino lo congeló en su sitio—. A veces tiene más que ver la compañía, ¿sabes? No en cualquier lugar me tratarían igual de bien como aquí.

—E-Es un pl-placer satisfacer al cliente —trastabilló Félix con las palabras, recuperándose en la brevedad casi al final. Desviando la mirada, recitó el total de compra de Santino y éste pagó sin que de por medio existiera otro intercambio verbal.

«Di algo, haz algo… ¡Pregunta al menos si es gay, idiota! No desperdicies la ocasión», pensó Félix con frenesí mientras empacaba la estatuilla y se demoraba lo más posible con el papel y la cinta aislante. Era su oportunidad perfecta, y si la desaprovechaba, estaba seguro que no iba a reunir de vuelta el valor que tenía en esos instantes.

—Uhhh… —«Hazlo, sólo hazlo, ¡HAZLO!»—. ¡Santino! —Gritó con la misma fuerza que su voz interna, y en el acto esbozó una mueca de dolor, convencido de que acababa de cagarla en grande.

En lugar de reaccionar como lo esperaba, Santino dejó pasmado cuando su mano se unió a la suya en torno al unicornio ya envuelto en un noventa por ciento y detuvo sus movimientos.

—¿Ajá?

—¿Tú…? Es una pregunta personal… No tienes que responder, erm, si no quieres… Pero me preguntaba si… O es que yo estoy interpretando señas que no son o… A lo que voy es que…

—¿Sí? —Los dedos de Santino se ciñeron a los de Félix y éste tragó saliva a duras penas. Por un segundo, hasta se le olvidó cómo respirar.

—¿Eres…?

—Gay —rellenó Santino por él el largo espacio en silencio que pendió sobre ambos—. No. No soy gay.

—Caray… —Murmuró Félix con hondo pesar, desahogando en esa palabra de cinco letras y dos sílabas todo lo que se lamentaba. Eso le pasaba por ilusionarse como colegiala con su primer amor.

—Soy bisexual, pero… —Santino apretó los dedos de Félix en un ademán tierno—. Me gustas.

Ante eso, Félix se quedó con la mente en blanco.

—Te gusto —repitió, en un tono sin matices.

—Sí, me gustas.

—¿Cómo dependiente?

—También. Vamos, Félix —le chanceó Santino—. Vengo aquí tantas veces a la semana como puedo. Me levanto una hora antes de la que debería para llegar a esta tienda que queda lejísimos de mi casa. Compro, perdona la expresión, cada mierda en esta tienda… ¿No me digas que apenas te estás dando cuenta? Y por favor no me digas que no ha servido de nada, que tengo el armario repleto de trastos que he adquirido aquí.

El cerebro de Félix hizo implosión, y con él su corazón. De ser un personaje de caricatura, seguro que ya se le habrían caído de golpe los pantalones al suelo.

—Te gusto —repitió en su lugar.

Santino soltó la mano de Félix. —¿Yo a ti no, es eso? Rayos, pensé que… Uhm, perdón. No debí suponer nada. Qué vergüenza…

—¡No! —Salió Félix de su estupor cuando Santino hizo amagos de darse media vuelta y correr en dirección opuesta. Bien sabía que si éste cruzaba el dintel de la puerta sería para no volver jamás, y el pánico le hizo tomar una decisión atrevida—. No, no te vayas. Yo… a mí… también… joder —masculló entre dientes para sí—. También me gustas. Mucho.

—¿En serio? —Moviéndose lento, Santino apoyó la mano sobre el mostrador y tamborileó los dedos—. Así que…

—¿Vienes a esta tienda seguido porque…? —Félix se mordió el labio inferior. Con el peso de la angustia fuera de su sistema, quedaban sólo los nervios de quien es honesto y se siente correspondido; claro, también experimentaba nervios, pero iban entrelazados con un ciertos atisbo de flirteo, y Santino daba muestras de interés recíprocas.

—Porque desde la primera vez me dejaste intrigado. Verás… es casi una historia graciosa.

—El ‘casi’ es la clave —dijo Félix.

—Es ‘casi’ porque me terminó costando mis horas de sueño y un plomero carísimo. Uhm, ¿recuerdas que aparecí aquí comprando un desatascador de caño? Pues mi ex, con el que justo rompí esa noche, decidió que el mejor regalo de despedida que me podía dar era tirar mi camisa favorita al retrete, seguida de la segunda favorita en mi armario.

—Y adivino que una tercera… —Elucubró Félix, muy a su pesar conteniéndose para no reír a carcajadas.

—Digamos que llegó al maldito número siete de camisas en el retrete, y la pobre taza no pudo más.

—Yo también odio el número siete —comentó Félix, que ante la curiosidad de Santino, se explicó lo más breve posible—: También un ex. Quedemos en que ese número tiene una maldición gitana encima y continuemos.

—Vale… Pues sin camisas y con el escusado desbordando sus contenidos, una imagen mental que espero no te traumatice como a mí el asco que me dio levantarme a orinar y toparme con el agua hasta los tobillos, salí a la calle buscando una tienda que vendiera desatascadores porque el infeliz de mi ex lo planeó todo a la perfección, y rompió el que guardaba para esos casos.

—Realmente debió estar enojado para hacer eso… —Dijo Félix, decidido a no ponerse del lado de Santino sólo porque lo encontraba atractivo.

—Y lo estaba, créeme. Mira —admitió Santino con un encogimiento de hombros—, no digo que yo fuera un santo en nuestra relación, pero llegar a tal extremo sólo porque le dije que no veía futuro en lo que hacíamos juntos. Nuestros horarios no coincidían, y las pocas ocasiones en que nos podíamos ver, él decidía que prefería pasar el rato con sus amigos… Romper me pareció la decisión más acertada, y después de lo que hizo, me mantengo firme al respecto. No quiero ni imaginar qué habría hecho si lo nuestro hubiera llegado a la marca de los tres meses.

Félix abrió grandes los ojos. —Woah, ¡¿menos de tres meses y te hizo eso?!

—No olvides que al día siguiente lo negó todo, y la cuenta del plomero fue de cuatro cifras.

—Ouch…

—Precisamente. Pero… de algo sirvió. Porque mi tienda de siempre estaba cerrada, así que me monté en mi bicicleta y acabé aquí. Eso es lo que yo llamo un golpe de suerte porque fue cuando te conocí.

A Félix le zumbaron los oídos por el cumplido. —¿Y después?

—Después Sheila me sirvió de pretexto para volver. Esta tienda, aunque pintoresca, me queda muy lejos de mi ruta normal. Menos mal que Tanaka-san la tiene bien surtida o me vería en apuros para decidir qué comprar.

—Vaaamos —le provocó Félix, empujando la estatua del unicornio hacia él—, que a estas alturas seguro adoras todas las baratijas que te has llevado de aquí.

—No me quejaré de las mancuernas inflables con agua para mis ejercicios, pero me arrepiento de ese paquete con diez calcetines en tonos pastel.

—Aw, pero si se te verían lindos.

—Tal vez —concedió Santino—, pero no son de mi talla y apenas me entraron los dedos.

Félix rió y Santino le siguió, la atmósfera dando un giro inicial al de apenas unos minutos atrás.

—Uhm, y perdona por insistir con lo mismo, pero… ¿Eres soltero?

Félix asintió.

—¿Te gustaría salir alguna vez al cine o a comer?

El ánimo de Félix decayó un poco. —Me encantaría, pero como ya te habrás imaginado, mi horario es un asco. —Voy a la uni hasta la una y duermo el resto del día hasta mi turno nocturno. Uhm, me va a costar horrores mantenerme despierto para ver una película en la pantalla grande.

—¿Y tus días libres?

—Alternados. A veces el sábado, otras el domingo, pero por lo general los pasó lavando ropa, limpiando mi piso o estudiando. Y cuando Tanaka-san me ve demasiado quemado, me regala un día entre semana.

—Oh, pues… siendo así…

Félix contuvo la respiración a la espera de que Santino se retractara de sus intenciones de salir con él en plan romántico, y por ello, lo suyo llegara a su fin incluso antes de terminar. Apretando las manos hasta clavarse las uñas en la carne, esperó, dispuesto a mostrarse sereno sin importar qué.

Para sorpresa suya, Santino se dirigió al área de los refrigeradores, y de ahí extrajo dos latas de jugo. Uno de arándano y el otro de naranja, y le tendió el primero.

—Gracias —aceptó, no muy seguro de qué valor darle.

—Te he visto beber esto antes —dijo Santino, dejando la otra lata sobre el mostrador mientras volvía sus pasos hasta el pasillo dos y regresaba de ahí con una silla de jardín plegable.

Sin tanta ceremonia, la abrió y se sentó.

Félix alzó una ceja, esperando una explicación que le fue concedida sin ambages.

—Cárgala a mi cuenta, aunque temo que no me la llevaré todavía. También los refrescos, esta vez invito yo. Y marca en el calendario que hoy es nuestra primera cita juntos.

Los labios de Félix se curvaron en una media sonrisa. —¿Ah sí?

—Sí. Mientras tú me lo permitas, haré lo posible por verte. Si para ello tengo que molestarte en horas de trabajo, que así sea.

—No me molestas —desmintió Félix su afirmación—, y me caería de maravilla la compañía extra. Salvo por ti y alguno que otro cliente, estos turnos nocturnos son de lo más aburridos.

—Brindemos entonces porque eso cambie, no lo de los clientes, lo otro —propuso Santino, abriendo su lata y entrechocándola con la de Félix en un clang que salpicó unas gotas sobre el mostrador—. Ops, perdón.

—No pasa nada. Además, ¿cuántas personas pueden presumir de tener citas en su trabajo?

—Mientras Tanaka-san no se oponga.

—Lo consultaré con él, pero es casi seguro que me diga algo como “muchacho, tienes mi bendición” y quede en eso.

—Ah, y por cierto, es toda una moda, ¿sabías? —Dijo Santino, bebiendo un sorbo de su jugo antes de proseguir—. Un compañero de trabajo llevó a su novia a cenar al cementerio, y otro al taller mecánico donde reparaban su coche. Ahora será mi turno, y los superaré con citas constantes en la tienda de abarrotes del barrio.

—Pero si éste no es tu barrio —le recordó Félix.

—Puntos a mi favor —respondió éste, guiñándole un ojo y provocando en Félix reacciones positivas—, así demuestro cuánto me interesas.

Vale, que era una especie de final feliz, pero Félix no quería salarlo con predicciones apresuradas. En su lugar, aceptó que la vida era impredecible, y que mientras que Santino podía o no ser el indicado, de momento era quien le gustaba y el sentimiento era mutuo.

Abandonando su sitio detrás del mostrador para estar más cerca de Santino, Félix hizo amagos de ir por su propia silla y pagar por ella con su bolsillo, pero él se le adelantó y se comprometió a cubrir el costo de su bolsillo.

—Nah, que yo tengo descuento de empleado.

—Deja —la abrió Santino y Félix se sentó—, que no he tenido la gracia de traer flores y una silla no es de lo más romántico, pero es mi manera de decir que quiero estar contigo. Es mi promesa de que volveré y buscaremos tiempo para que esto funcione.

Y como hasta entonces se había ganado la fama de ser un hombre de honor, Félix aceptó encantado.

Con un breve beso en los labios que los dejó a los dos con ganas de más, Félix llegó a la conclusión de que fuera la suerte, el destino o el azar, no cambiaba el resultado: Se habían encontrado, dos personas en medio de la noche que no sabían qué buscar hasta que dieron con el otro.

Recibiendo de Santino un beso más pausado, con atisbos de lengua y de claras intenciones, Félix agradeció una vez más a Tanaka-san por todo lo que le había dado ya: Un trabajo, un sitio dónde vivir, y ahora por medios indirectos también un novio. La idea, por lo disparatada que le pareció, le arrancó una risita entrecortada.

—¿Qué es tan gracioso? —Preguntó Santino, deteniendo sus labios a milímetros de los de Félix—. Comparte el chiste con tu novio.

—¿Novio?

—Ajá. ¿Aceptas?

—Por supuesto, y ya te lo contaré después. Tendremos tiempo, ya verás…

Y así fue.

 

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Notas finales:

'Nas~
Hace años ya escribí un par de historias originales, pero luego me metí de lleno a un fandom y olvidé lo genial que podía ser crear personajes desde cero y escribir al respecto. No estoy segura de la calidad de este trabajo, pero por algo tenía que empezar, ¿no? Espero que si han leído hasta este punto, la historia de Félix y Santino les haya gustado.
Graxie por leer~!


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