Shen nunca creyó encontrarse alguna vez en su vida en una situación así. Era confuso y si había algo que odiara más, era sentirse así de confundido, así de débil. Y todo era culpa de él.
Contempló al rubio que dormía a su lado. Para Ash todo era más sencillo: Llegaba a Shanghái y ya tenía a Shen esperándolo en el aeropuerto. Cargaba su equipaje y lo llevaba a su departamento.
—Comprendo que te encante esta pocilga, pero hay personas que no compartimos tus singulares gustos estéticos —decía Ash, y Shen no hacía más que bufar y responderle alguna palabra altisonante. ¡Si todo estaba en orden! Incluso había limpiado un poco… ¡Había limpiado por él y el muy imbécil no lo valoraba!
De espaldas, Ash se apartó el abrigo y momentáneamente el dios de la guerra de Shanghái se quedó sin respiración. El francés lo miró de reojo y sonrió burlonamente.
—Ahora no, chérie. Me apetece primero una buena cena.
Comida china en China: Ash “originalidad” Crimson. Pero Shen no discutía, se iba mascullando hacia el teléfono y pedía servicio a domicilio porque al monsiur o como sea que se pronunciara la tonta palabra, le fascinaban aquellas pequeñas y verticales cajitas donde mandaban la comida.
—Me recuerdan a las películas —dijo una vez antes de hundir el tenedor en los fideos porque era demasiado orgulloso para usar los palillos y que Shen notara que no sabía cómo hacerlo.
Así era siempre y ese día no fue la excepción. Su conversación giraba en torno a las quejas de Ash sobre el mundo y la sociedad en general, muy rara vez hablaban sobre los torneos, incluso no tocaban el tema de Duo Lon. Era como si Ash llegara a tomarse un respiro de sus “obligaciones”, y a Shen no le gustaba la idea de ser un simple respiro.
Después de comer, ninguno de los dos se molestaba en apartar las cajitas de la mesa: Se quedaban en un silencio que no se rompía hasta que el francés torcía un mechón de sus cabellos entre los dedos y le dirigía una lánguida mirada.
— ¿Iremos ya a tu habitación?
Cuando estaban en el cuarto y para desgracia de Shen, siempre era Ash quien tenía el control. Tócame aquí, así, más, no eran peticiones sino ordenes que el rubio asiático cumplía cabalmente. Ash también disfrutaba hacerlo sufrir, enterrarle las uñas, en una ocasión le quemó la espalda con sus malditas llamas y Shen estuvo a nada de destrozarlo a golpes, pero no lo hizo y no supo porqué. Terminaba exhausto, como si hubiese estado en una lucha formidable con un oponente igual de fuerte (o más) que él. Ash sólo lo miraba, con un rubor rojizo cubriendo sus pálidas mejillas, y se acurrucaba entre las sábanas para descansar.
Shen no sabía cómo es que habían llegado a eso, como es que se habían convertido de simples aliados a amantes. No es como si inicialmente Ash le hubiese parecido atractivo o algo así: lo engatusó, supo usar su poder de convencimiento para que el asiático hiciera lo que le pidiera. Tal vez si hubiese tenido a alguien que lo asesorara las cosas serían distintas. Pero, ¿qué podían enseñarle sobre las relaciones humanas los rufianes con los que acostumbraba juntarse? Las únicas experiencias que había tenido en torno al sexo era cuando sucumbía al alcohol y ponía a alguna prostituta contra la pared de un callejón afuera de un bar, algo rápido y sólo necesario muy de vez en cuando. Pero con el francés las cosas eran distintas, no era Shen el que acudía a Ash para saciarse, sino al revés y más por entretenimiento, por mero ocio, que por cuestión fisiológica.
Eso en cuanto a lo carnal, pero había algo más… la presencia de Ash en su vida empezaba a tomar un significado extraño e incomprensible. Un significado que Shen deseaba y a la vez no, encontrar.
— ¿Qué te pasa? Es raro que estés así de pensativo —pronunció el francés de repente, sacándolo de sus pensamientos. Había despertado hacia quien sabe cuánto tiempo y se había quedado observándolo en silencio. Shen le dirigió una mirada de molestia.
—Sólo cállate —contestó, pasando la diestra por sus propios cabellos en un afán de quitarle importancia al tema. Ash alzó una ceja antes de estirarse perezosamente.
—Déjalo, Shen. No vale la pena pensar en esto —dijo Ash, antes de pasar el índice por el musculoso brazo del dios de la guerra, delineando los tatuajes con calma y suavidad. Un cosquilleo recorrió la espalda del mayor pero no se apartó, mucho menos cuando Ash se le colocó encima, a horcajadas sobre su desnudo cuerpo, con su piel blanquísima donde se vislumbraban las marcas dejadas por los dientes de Shen.
—Simplemente disfrutémoslo, ¿oui? Disfrutemos nuestra mutua compañía… —farfulló antes de depositar un beso en la barbilla del contrario. Fue descendiendo hasta el cuello, obligando a Shen a ladear la cabeza. Lo mordió con todas sus fuerzas, y el dios de la guerra de Shanghái apenas y exhaló una maldición en su idioma.
No importaba nada de lo que hiciera, jamás podría comprender lo que sentía por Ash. Porque después de todo, el amor era igual de doloroso que una batalla, igual de sangriento.