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The Girl With One Eye por Miny Nazareni

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Notas del fanfic:

Pues este "one shot" (nótese las comillas) se me ocurrió a raíz de una canción que yo amo mucho, una canción que interpreta mi cantante favorita, la cual es Florence and The Machine y que lleva el mismo título que el fic. La canción original es de The Ludes, un grupo británico que la escribió. Obviamente la canción no tiene nada que ver con la historia, sólo en ciertas cosas, pero nah, son detalles, yo amo la canción y por ello se me ocurrió esta historia, espero que igual sea de su agrado :D

Será un two-shot y muchos querrán mi muerte cuando vean el final de este primer capítulo (muajaja)

Sin más se los dejo ;D

Notas del capitulo:

Pues esta historia, para empezar, es el regalo de cumpleaños de Romina Fujoshi, oh por Cristo, yo sé que amas las historias de asesinatos y me dije simplemente que debía hacerte una. El jodido inconveniente es que soy bien extensa y pues en lugar de ser un shot, es un two-shot, no me odies D: 

Deseo que tengas un grandioso cumpleaños y poder siempre contar con tu amistad, eres una chica maravillosa con una gran imaginación, os quiero mucho!!! Muchísimas felicidades!!!

Os dejo el primer capi!!!

The Girl with one eye.

Cogí un cuchillo y le arranqué un ojo
Lo llevé a casa y vi cómo se marchitaba y moría
Bueno, ella tiene suerte de que no se me escapara una sonrisa
Es por eso que ella duerme con un ojo abierto
Ése es el precio que pagó

The Ludes, “Girl with one eye”

 

Now she sleeps with one eye open…

La noticia salió en los periódicos más reconocidos. El actual líder del despacho de abogados, Loyd & Aramis, fue asesinado de una forma demasiado brutal. Su cadáver, hallado en la entrada del edificio corporativo, con un solo ojo como prueba de la bestialidad utilizada y varias puñaladas, dejó en shock a más de uno. Las teorías sobre lo que ocurrido inundaban los medios, pero había dos sobresalientes.

La primera y la más viable, el Asesino de un solo ojo, conocido por aterrorizar la ciudad con sus ataques a señoritas rubias y jóvenes. Su método era bastante sencillo. Secuestraba a las señoritas y transcurrida una semana, éstas reaparecían en la bodega principal de alguna de las fábricas de la ciudad. Sus cuerpos siempre tenían esa característica, la amputación del ojo derecho y el rictus de horror demostrando que tal operación se había hecho en vida.

Todas las adolescentes y mujeres jóvenes estaban asustadas, no podían salir de noche y aunque las medidas se habían tomado, nunca era suficiente. Siempre había una víctima cada mes, como si se tratara de algo preestablecido. Pero nunca, en ningún momento, el Asesino de un solo ojo había atacado a hombres.

Peter Loyd era la primera excepción.

Y aquello era lo que nos llevaba a la segunda teoría, su esposa, Claire Loyd.

Para nadie en el despacho de abogados era un secreto que Peter Loyd tenía múltiples amantes. Tal secreto a voces era deshonroso y aunque Ernest Aramis, padre de la joven y accionista principal en el despacho de abogados, tenía mano dura con su yerno, había ciertos momentos en los que el difunto desafiaba la ley de su suegro. Debido a esa humillación, todo apuntaba a que Aramis había mandado a darle una lección a su hijo político o en su defecto, la hija de papi había actuado por su cuenta y las cosas se habían salido de su control. ¿Por qué se llegaba a esa conclusión? Sencillo, el arma blanca con la que Loyd fue asesinado era un utensilio de cocina que la misma Claire Loyd había reconocido como propio.

Eran demasiadas coincidencias y, debido a la ausencia de un culpable material como lo era el Asesino de un solo ojo, toda la cuestión cayó en manos de Claire Loyd. Aramis, furioso por el ultraje a su única hija, decidió que era momento de sacar su mejor arma y para ello contrató a su mejor abogado, el cual licitaba fuera del país y tenía las mejores especializaciones en criminología y derecho penal. Nada más y nada menos que el joven Alfred Luther.

Y esa, era la razón por la que ahora, con una mueca que denotaba su carácter caprichoso, la joven Claire Loyd viajaba en un tren que la llevaba en incógnito a su poblado de origen. NatVille era un sitio poco conocido. A pesar de la precariedad en algunos recursos, el lugar se defendía bastante bien con sus pequeñas industrias y su acelerado comercio. No era el fin del mundo, pero tampoco la élite a la que Claire Loyd se había acostumbrado los últimos años. Eso era lo que la tenía de mal humor.

                —No comprendo por qué se le ocurrió que volver a NatVille era una buena idea. Sinceramente abogado, considero que su juicio es errado—se quejó la hermosa rubia acomodando con vanidad su cabello.

                —Señora Loyd, mis decisiones son correctas, estamos aquí para dejar que los medios dejen de hacer escándalo sobre cada paso que da, además, su padre me ordenó mantenerla alejada del ojo público en lo que se resuelve la cuestión de su juicio. Pero principalmente estamos aquí para protegerla.

Hizo un puchero que destacó sus finas facciones mientras cruzaba los brazos sintiéndose enfadada con ese hombre. No le gustaba llevarle la contraria a su padre, pero Alfred Luther no le agradaba, había cierta aura en él que le parecía fastidiosa, pero debía aguantarse, esta vez no podía salirse con la suya como siempre pasaba.

                —Sólo fue una crisis nerviosa abogado, me frustra  que se lo haya tomado en serio.

                —Las crisis nerviosas denotan la verdad—el hombre sonrió con suficiencia y Claire Loyd refunfuñó ignorándole mientras se perdía en el paisaje.

Alfred Luther sabía muy bien que Claire Loyd actuaba con vanidad y capricho para esconder su miedo. Era obvio que la situación le estaba superando, los medios y la gente de la alta sociedad la creía una asesina, pero más que eso, su miedo estaba en una certeza que él no comprendía, pero bien podía compartir.

Una noche en la que el abogado se quedó a dormir en la casa de los Aramis por invitación de Ernest, descubrió que la señora Loyd estaba asustada y sabía más de lo que aparentaba. La encontró en la cocina, sentada en el suelo en posición fetal, con lágrimas en los ojos y la frase interminable “Soy la que sigue”.  Cuando Alfred intentó auxiliarla, ella le reclamó con histeria exagerada que debía ayudarla.

“Ese maldito enfermo no se dará por vencido, soy la que sigue, va a matarme a mí también” fueron sus palabras y después de ayudarle a tranquilizarse, Alfred tomó la decisión de buscar un sitio en el que estuviese a salvo y así pudiese contarle exactamente qué era lo que sabía. Claire Loyd guardaba un secreto y aquello no le cuadraba lo suficiente como para ser objetivo con su caso. Está establecido que si un abogado duda de su cliente, está perdido, pero la viuda no era clara con él y aquello entorpecía sus planes. Tal vez, sintiéndose a salvo, ella hablaría y ése era su verdadero motivo por el que viajaban a NatVille.

Detalles, detalles y motivos ocultos.

Cuando llegaron a la estación, Claire se negó a cargar el equipaje y Alfred tuvo que hacerlo en su lugar. Ahí fue cuando se dio cuenta de que la chica era toda una celebridad en NatVille. Cada persona que la veía le saludaba con respeto y ella se regocijaba en su vanidad. Definitivamente no era la clase de trabajo que hubiese anhelado. Él había estudiado en el extranjero gracias a su esfuerzo, era el mejor en el despacho Loyd & Aramis porque se lo había ganado. Repasaba, estudiaba, era certero y preciso. Respetaba a sus clientes y su actitud inflexible, pero ferviente ante la justicia era su rasgo más característico. Terminar como niñero de la hija del imponente Ernest Aramis no le daba ninguna satisfacción personal y le fastidiaba tanta falsedad ante la chica. Ella no era amada por NatVille, era el miedo y la influencia de su padre lo que la tenía tan sobrevalorada. Pero era humana y estaba asustada, debía dejar sus prejuicios de lado y ser neutral.

Y lo deseaba con su alma, pero había ciertas cosas que le daban curiosidad. Él siempre había sido así, necio en resolver sus dudas y al parecer, acababa de encontrar a una persona que no alababa a Claire Loyd como la mayoría.

Una mujer de edad avanzada, ubicada en lo más oculto de la estación, le miraba como si la odiara, como si la rubia fuese una bruja despreciable. Le agradó, por algún motivo desconocido, a Alfred le pareció de su agrado aquella anciana mujer y la viuda Loyd se dio cuenta de ello, pues le devolvió la hostilidad en su mirada mientras se acercaba a ella.

                —Pero si es la vieja de la luna—se burló Claire acomodando una vez más su cabello.

La mujer no se inmutó ante la obvia puya lanzada. Tenía frente a ella un puesto de flores, lo que mostraba que ese era su oficio. Claire le miró con superioridad y enarcó una ceja ante sus flores.

                —Lalita Moon para usted, señora—lo último lo dijo con cierta duda y aquello hizo enfadar a Claire, quien frunció el ceño y replicó con obvia maldad.

                —¿Y cómo están sus nietos? Ah ya, uno ciego y el otro perdido. He escuchado los rumores.

Lalita Moon apretó sus puños dispuesta a decirle sus verdades a esa petulante joven, pero antes de que lo intentara, Claire fue más hostil. Con cinismo y sin culpa alguna, derribó todos los arreglos florales del puesto, en un modo infantil y ridículo de mostrar su superioridad. La anciana Moon no se mostró débil a pesar de la humillación y Claire se mostró triunfal.

Tal acto confirmó su desagrado. Alfred le miró con desaprobación y a la rubia no le importó. Se adelantó fuera de la estación de trenes a esperar la limosina y Alfred la dejó marchar mientras ayudaba a la mujer mayor.

                —Lo lamento en verdad señora, eso era innecesario.

                —Es usted demasiado amable como para trabajar bajo su mando, joven—ella sonrió cálidamente y Alfred correspondió la sonrisa—. Gracias por ayudarme. Me temo que esto es inservible ahora, lo llevaré al local.

                —Le ayudaré—la anciana le miró señalando a Claire Loyd quien seguía esperando su limosina y Alfred no le dio importancia—. No es una niña, no le hará daño quedarse sola un momento, ella sabe cuidarse muy bien.

Ella asintió consciente del hecho. Había visto las noticias últimamente y varias cosas la tenían en shock, principalmente la muerte de Peter, a quien conocía desde siempre. ¿Y cómo no hacerlo? Prácticamente creció en las paredes de su casa, siempre unido a su muchacho, a su Vincent. Y de repente se llenó de nostalgia, pero no lo dejó ver.

Alfred pidió un taxi para poder ayudar a Lalita Moon con sus cosas mientras le daba indicaciones a Claire, a quien le dio igual el hecho de que su abogado la abandonara por una anciana fastidiosa. Por ahora no le molestaba, pero cuando lo hiciera, se lo iba a hacer pagar. Su padre no estaría nada contento con esas preferencias, pero no era el momento.

Tanto el abogado como la florista llevaron una conversación amena. Lalita Moon hablaba sobre el arte de las flores y sus significados, Alfred le escuchaba atento, era una señora agradable y consciente de la realidad en NatVille. Él intentaba sobrellevar la charla con gajes de su oficio y algunos planes de decoración para su desvencijado departamento de soltero. Desde que había confesado a sus padres en la universidad sus preferencias sexuales, no recibió ni un solo quinto y aquello le llevó a trabajar duro para sobrevivir. Ahora estaba orgulloso de sí mismo y tales vivencias le agradaban a Lalita, quien seguía considerándolo un buen muchacho atrapado en el nido de serpientes que era Loyd & Aramis.

Una vez que llegaron a su destino, Alfred llevó todo el equipo mientras Lalita le abría la puerta. Fue ahí cuando contempló aquella visión traída desde el mismísimo paraíso. Con un cabello impresionantemente negro, incluso más oscuro que la noche, una piel nívea, unas facciones marcadas pero que no dejaban de ser atractivas y unos ojos marrones que miraban a la nada, se encontraba la visión que Alfred Luther nunca imaginó hallar en una florería.

                —Abuela… has llegado demasiado temprano. ¿Ocurrió algo en la estación?—preguntó el joven que no parecía tener más de 25 años.

Estaba de pie frente a un mostrador y en cuanto comenzó a moverse, Alfred se dio cuenta del motivo por el que el chico no miraba de frente a nadie. Tocó los muebles a su alrededor para ubicarse y Lalita le detuvo en cualquier actividad que estuviese por desempeñar.

                —Mi muchacho, descuida. Tuve un pequeño contratiempo, pero este amable caballero me ayudó—detuvo su discurso como si recién recordara algo—. Pero cuánta descortesía de mi parte joven. No nos hemos presentado formalmente—tomó la mano del menor entre la suya y con una sonrisa maternal procedió—. Soy Lalita Moon y éste es mi nieto, James.

                —Alfred Luther, es un placer conocerla señora Moon—hizo una reverencia y extendió la mano hacia el chico—. Encantado James.

El aludido no respondió al gesto, pero inclinó su cabeza sin mirarle fijamente. Alfred no era tan tonto como para no darse cuenta y en un acto atrevido e impropio de su carácter, se acercó al joven y entrelazó sus manos para completar la presentación. James se sobresaltó ante tal acción y nervioso como jamás lo había estado estrechó su mano mientras respondía.

                —Muchas gracias por ayudar a mi abuela señor Luther.

                —No es necesaria tanta cortesía, llámame Alfred, siempre y cuando me permitas llamarte James—sonrió en verdad encantado con el dulce muchacho, quien no le miraba, pero mostraba en su rostro la turbación que sentía.

Lalita carraspeó para calmar la atmósfera y Alfred se separó avergonzado de sus atrevimientos. Se despidió con elegancia y con la promesa de volver, pues ambos le habían agradado, aunque James más que nada. La anciana le dejó marchar con una sonrisa cómplice y James volvió en sí mientras aclaraba sus dudas.

                —¿Qué problema tuviste en la estación abuela?

La mujer suspiró resignada, no podía guardarle secretos a su nieto por mucho que la situación le desagradara.

                —Claire Loyd está aquí, tuve un enfrentamiento con ella y el joven Luther me ayudó, por increíble que parezca, él trabaja para ella. Aunque es un buen chico, me da tanta pena que esté metido hasta el cuello con esos monstruos.

Contrario a lo que pensó, James no se inmutó al conocer tal información. Su expresión vacía y su mirada fija no cambiaron mientras daba su propia opinión.

                —Todos los que trabajan para Aramis al principio son buenos chicos. Es el poder lo que los corrompe.

Lalita desvió la mirada con la imagen del amable y sumamente dulce Peter Loyd que ella había conocido antes de que se involucrara con Ernest Aramis y contrajera matrimonio con su hija caprichosa.

                —Quizá, pero algo me dice que este joven es distinto. No le importó dejar a esa jovencita sólo para ayudarme. Me agrada, creo que él podría ser la excepción.

                —Quizá abuela… quizá—susurró despistadamente el joven ciego mientras acariciaba con fervor la mano que Alfred Luther había tocado.

Sus ojos privados de la visión y su rostro sonrojado mostraban algo más allá de la pureza y la vergüenza.

Tal vez Alfred Luther no era el único que había quedado encandilado con ese encuentro.

****

La rubia refunfuñaba y hacía gestos a la ropa antes de probársela, Alfred se sentía hastiado de estar con ella, al estilo de un guardaespaldas, cuando bien podría estar haciendo otras cosas. Aproximadamente había transcurrido un mes desde que llegaron a NatVille y su vida se estaba volviendo demasiado rutinaria. Aunque claro, había momentos que no le desagradaban en absoluto. La parte de su vida en la que iba a diario a la floristería de la anciana Lalita sólo para ver a James Moon, no era molesta en absoluto. Era Claire Loyd, con sus secretos, sus caprichos y su actitud inmadura.

                —Señora Loyd, le recuerdo que vamos retrasados, tenemos una audiencia con su padre antes de la merienda.

Ella le restó importancia con un gesto en la mano y Alfred no encontró otro remedio que salir de la tienda y contemplar a su alrededor en la pequeña plaza comercial. Dio un gran suspiro, ese día no había podido ir al negocio de la señora Moon. Quería ver a James, comprendía que se estaba involucrando demasiado, pero el chico le atrapaba poderosamente. Más que su atractivo, más que esos ojos vacíos pero hermosos, era su forma de ser, tan callada, tan sencilla y tan adorable ante sus ojos. James Moon le gustaba demasiado, pero entendía que el joven nieto de la florista no albergaba esa clase de sentimientos por él. Al menos no aún, su principal objetivo era ese, conquistar ese sereno y callado corazón.

Sonrió ante la imagen de James en su cabeza y cuando estaba por mirar en dirección a la tienda donde Claire Loyd atendía su vanidad, el bastón delgado y ligeramente ruidoso, aunado a ese caminar tranquilo y sin rumbo fijo, atrajo su atención. El dueño de sus pensamientos estaba ahí, como si de una invocación se tratara. James era ciego, pero al parecer el resto de sus sentidos se encontraba desarrollado, pues en cuanto detectó su perfume, el joven pelinegro se detuvo y se dirigió a él con parsimonia.

                —Señor Luther… es extraño encontrarlo por aquí.

                —Alfred, James, ya te he pedido que me llames así—suplicó una vez más el abogado y se acercó a él para sentir su cercanía—. Más bien yo debería decir eso. ¿Qué te trae a esta plaza comercial?

                —Compras y ocio. Mi abuela cree que debo salir más, asegura que paso demasiado tiempo encerrado con las flores.

                —Debo decir que estoy en desacuerdo con ella, entre las flores luces mucho más encantador y atractivo James.

El sonrojo en su rostro sereno y su mirada fija no pasó desapercibido para Alfred. Una parte de su ser fantaseaba con la posibilidad de ser del agrado del callado joven. Sus anhelos de poder tocar su rostro, besar sus labios, aspirar el perfume de su cuello, sobrepasaban todos los límites. Alfred entendía que James le tenía hechizado, casi como las brujas, por ese motivo, ya no podía soportarlo más.

                —Muchas gracias por decir algo así de mí, yo no considero que sea cierto, pero se lo agradezco.

                —Oh basta, haces que esto empeore, así que seré directo. Discúlpame si llego a abrumarte, pero es demasiado para mí—se acercó aún más a él mientras tomaba una de sus manos entre las suyas. El joven intentó huir sobresaltado ante tanta cercanía y Alfred lo dijo sin más dudas—. Me gustaría salir contigo James, una cita, con todas sus letras. ¿Estás de acuerdo con ello?

El rojo poco a poco inundó el níveo rostro de James y con sus manos temblando ante semejante proposición, asintió sin mirarle.

                —Lo estoy.

                —¡Maravilloso!—exclamó Alfred sin poder detener su euforia—. Pasaré por ti hoy a las 8, será una cena encantadora, te lo prometo.

James no dijo nada más, hizo una reverencia con el rojo aún en su rostro y el temblor en su cuerpo mientras se despedía. Alfred le dejó marchar con la promesa de una velada inolvidable. Y ese era su objetivo, lograr que James se sintiera cómodo a su lado. Estaba tan feliz, que por supuesto, no se percató de la mirada burlona de Claire Loyd. Al menos no hasta que la misma se hizo notar con una puya directa a su “felicidad”.

                —Tenga cuidado abogado, coquetear con el hermano menor de ese loco de Vincent Moon podría colocarlo en la lista negra del Asesino de un solo ojo.

La sonrisa en su rostro se borró y miró a Claire sin entender sobre lo que hablaba. ¿Qué tenía que ver el desaparecido hermano gemelo de James con el Asesino de un solo ojo? Estaba al tanto de su existencia, como del lamentable hecho de su desaparición, era ridículo lo que Claire Loyd intentaba insinuar. La rubia al parecer leyó su mente y mientras le enjaretaba todas las bolsas y compras, bufó ante su interés por James Moon.

                —Señora Loyd. ¿Tiene usted alguna relación con el hermano de James? ¿Qué sabe usted de él? ¿Cómo puede hablar usted del joven con tanta familiaridad?

                —Sencillo abogado—alisó los dobleces de su falda y agitó su cabello de manera exagerada—. ¿Es que acaso no escucha los rumores? Todos en NatVille lo dicen, pero nadie se atreve a gritarlo a los cuatro vientos. Tienen miedo y les entiendo a la perfección. Cualquiera de nosotros se inmutaría al saber que el Asesino de un solo ojo está tan cerca.

Alfred torció la boca, no quería más ambigüedades. Si Claire iba a comenzar a ser sincera, quería escuchar la verdad por completo, sin trucos ni indirectas. Le miró fijamente y esperó una respuesta que debió saber que no llegaría.

                —Sea clara, señora Loyd.

                —¡Argh abogado! Es sencillo, Vincent Moon es el asesino de un solo ojo.

El shock ante tal dato revelado, hizo reír a Claire Loyd. No lo podía creer, no era verdad, no podía serlo. De lo contrario, eso significaba que James estaba al tanto y la anciana Lalita también. No, no y no. James era pureza y dulzura, no podía imaginarlo mintiendo, no era así y no caería en el juego.

                —No le creo.

                —Pues debería—refunfuñó comenzando a caminar—. Sólo piénselo. Vincent Moon lleva cuatro años desaparecido y es desde entonces que las muertes han comenzado. Él odiaba a Peter, bien pudo haberlo matado. ¿Por qué cree que nadie habla con los Moon? ¿Acaso no se da cuenta de que es el único loco visitando esa floristería con tanta frecuencia? Ha caído usted en las garras de su embrujo, yo le recomiendo que comience a liberarse.

La rubia avanzó dejándole solo con las nuevas dudas implantadas en su corazón. No se quedaría con esa versión, necesitaba saberlo a fondo y sólo hablando con Lalita lo descubriría. Era una certeza, Claire no opacaría la hermosa imagen que tenía de James, no lo lograría.

Primero escarbaría al fondo hasta dar con la verdad.

****

No llevaba flores porque sería demasiado irónico, considerando que saldría con el nieto de una florista. No se sentía nervioso porque ya era un adulto y estaba ante una salida que planeaba ser agradable tanto para él como para James. Le gustaba mucho, lo suficiente como para querer que todo fuese perfecto, pero el detalle de los rumores en NatVille sobre Vincent le tenía inquieto. De ser verdad, había cometido el peor error del mundo al traer a Claire Loyd a esconderse en ese lugar.

Dio un gran suspiro y tocó la puerta esperando que fuese la señora Moon quien le atendiera y así saciar su curiosidad. Se conocía lo suficiente como para saber que, de ser James quien le recibiese, no tendría el valor de preguntarle las cosas a él directamente. Era ridículo lo que Claire Loyd decía, pero no perdía nada con indagar, principalmente por las palabras que Claire había soltado sin darse cuenta. Vincent odiaba a Peter Loyd. ¿Cuál era exactamente el motivo? ¿Se trataba de algo lo suficientemente fuerte como para asesinarlo? Quiso gruñir frustrado al permitir que su perfecta cita estuviese opacada con tantas dudas y justo entonces, Lalita Moon abrió la puerta recibiéndole con encanto.

Gracias a Dios, susurró internamente.

                —Bienvenido joven Luther. ¿Qué le trae por aquí a estas horas?

                —Llámeme Alfred, señora Moon, se lo pido—suplicó una vez más y con suma tranquilidad admitió sus verdaderas intenciones—. Tengo una cita con James, vine a recogerlo.

La mujer dio una risita mientras le invitaba a tomar asiento. La pequeña casa de Lalita Moon era bastante curiosa. Tenía una cocina rupestre hecha de madera y azulejo que le daba un toque más hogareño al sitio. Alfred siempre se sentía cómodo en ese lugar, en los muebles y todo el ambiente de la casa Moon. Pequeña, de dos pisos, con la habitación de la anciana en el primero y la habitación de los gemelos en el segundo.

James y Vincent Moon eran huérfanos desde los 8 años. Un terrible accidente le había costado la vida a sus padres, a Vincent un trauma cerebral que se trataba constantemente y a James, una ceguera temporal que se había alargado hasta la actualidad. Lalita Moon, madre de Timothy Moon, el padre de ambos gemelos, se hizo cargo de los menores desde entonces. Ellos la amaban como una madre y ella como a sus pequeños. Por esa misma razón, la anciana había padecido la desaparición de su nieto mayor y ahora trataba de cuidar a su adorado James.

Pero Alfred Luther le daba confianza, la suficiente como para no temer por el corazón de su nieto.

                —Me alegra, a él le hace falta salir un poco más, desde lo de Vince no ha sido el mismo.

Alfred vio su oportunidad de saber un poco más sobre el gemelo desaparecido, la otra mitad de James, aquel que estaba rodeado de misterio y parecía casi un tabú.

                —¿Qué fue exactamente lo que ocurrió señora Moon?

Ella bajó la mirada con tristeza y Alfred temió que no se lo dijera. Estaba en su derecho, era un asunto demasiado doloroso al percibir su semblante, se sentía un desgraciado por estar removiendo cosas del pasado que sólo atormentaban a la anciana.

                —Ay hijo, mi Vince era una persona maravillosa y Peter también. Todo lo que te puedo decir es que los Aramis arruinaron nuestras vidas, la de Peter, la de Vince y la de James—cubrió su rostro con sus manos conteniendo las lágrimas—. Sobre todo la de James… por eso… por eso se lo pido joven Luther… nunca lo lastime… cuídelo con su vida… se lo imploro…

Se sintió tan conmovido con el sufrir de Lalita Moon que ya no quiso saber nada más. Le dio un cálido abrazo y justo en ese momento, James hizo su aparición. Tranquilo, callado y serio, era toda una fortuna que fuese ciego, de ese modo Lalita pudo disimular su llanto y limpió sus lágrimas antes de sonreírle a su pequeño.

                —Abuela… ¿Qué ocurre? Suenas extraña.

                —Nada corazón, nada. El joven Luther está aquí, dice que saldrán.

                —Así es, me disculpo por haber tardado tanto joven Luther—se disculpó con educación sin sonreír y con la mirada fija y vacía que le caracterizaba.

                —Alfred, James, ambos llámenme así.

Lalita sonrió y el abogado se colocó al lado del joven ciego para conducirlo fuera de la casa, con galantería, con toda la caballerosidad posible. Quería hacer sentir bien a James, que por lo menos una vez le sonriera y estuviese a gusto. Tanta fue su convicción, que su curiosidad quedó olvidada, Vincent Moon y sus secretos fueron relegados de su interés y James fue lo único en su mente. James y lo atractivo y encantador que lucía, James y sus ojos en la nada, James y su nívea piel. James, todo él.

Atravesaron la puerta y Lalita les contempló al marcharse mientras susurraba para sí misma palabras sin sentido. Deseaba de corazón que James pudiese abrirse con Alfred Luther, quizá, de ser así, podría olvidar toda la miseria que le invadió hacía ya 4 años. Tanto el dolor de perder a Vincent como lo demás. Principalmente todo lo demás.

Olvida James… olvida... vuelve a ser feliz… suplicó mirando la brillante luna, idéntica a la de esa fatídica noche.

****

La cena transcurrió en silencio, Alfred se desvivió para James, pero nada de lo que intentó funcionó. El abogado temía no estar logrando su objetivo, pero no planeaba rendirse, sabía que imponer sus sentimientos era incorrecto, pero necesitaba saber que no había perdido sin luchar. Quería conquistar el corazón de James y entender hasta qué grado estaba fallando le abrumaba. Nunca se pudo considerar como un casanova, pero sí llegaba a tener alguna que otra relación fortuita. James le gustaba en otros términos, empezaba a creer que buscaba algo más serio de él, pero no lo lograría si no se empeñaba.

Por esa razón, ahora que caminaban de regreso, en las altas horas de la noche, Alfred consideraba seriamente pedir una segunda cita, en otro lugar, haciendo otras cosas, cualquier cambio que lograra llegar al corazón de James. Lo observó cerrar los ojos con el rostro hacia el cielo y a la luz de la luna le pareció incluso más apuesto, destellante y único, como si su belleza no fuese de este mundo.

                —Me gusta la noche, sé que no puedo contemplar la luna, pero lo que recuerdo de ella me parece suficiente para seguir amándola. ¿Ha contemplado alguna vez algo en verdad hermoso y difícil de olvidar?

Alfred sonrió al ver el gesto en su rostro. Por primera vez James parecía estar disfrutando sus pensamientos, esa vista imaginaria dentro de su cabeza de la noche y la luna que brillaba para él, aún si no la veía.

                —Sí, lo veo justo ahora—susurró sin quitarle la mirada de encima.

Entonces, como si de un milagro se tratara, James sonrió. Con los ojos cerrados y la sonrisa en su rostro, Alfred quedó encandilado con esa visión que parecía salida del mismísimo cielo. Este hermoso chico que sonreía así no podía estar mintiendo, no podría ser capaz de guardar un secreto tan atroz. Claire Loyd no sabía lo que James significaba realmente, lo que él era en su interior.

Lo mucho que empezaba a enamorarse de él.

                —Sabe abogado, no tiene que decirme cosas tan lindas sólo para que yo le diga lo que en verdad quiere saber—Alfred estaba por replicar al no entender, pero James abrió los ojos y le enfocó a pesar de no poder verlo—. Busca conocer todo sobre mi hermano, yo lo sé. Le agradecería que no se tomara tantas molestias, no era necesario la cena encantadora y las atenciones, yo podría haberlo malentendido.

El mayor negó siendo consciente de que James no podía verle y movido por sus impulsos, tomó sus manos entre las suyas, ganándose ese delicioso sonrojo que tanto le gustaba en James.

                —Quiero que lo malentiendas, son mis verdaderas intenciones, me gustas James, me gustas muchísimo y no hice todo esto para sacarte información—se acercó a su rostro mientras juntaba su frente con la suya—. Es verdad, quiero saber sobre tu hermano, pero es un asunto aparte. Mis sentimientos por ti no tienen nada que ver.

James aumentó la cercanía para sorpresa de Alfred y suspiró en su rostro.

                —Le cuento algo gracioso abogado. Usted también me gusta, realmente me sentí emocionado cuando me propuso una cita, pero al escuchar cómo interrogaba a mi abuela y la hacía llorar con preguntas sobre Vince, comprendí que me había equivocado al ilusionarme.

Soltó sus manos sólo para acunar su rostro y depositó un cálido beso en su nariz, dispuesto a borrar esa horrible impresión que James había adquirido esa noche. El rostro del joven ciego se volvió más rojo y Alfred entendió que esa falta de expresividad era algo natural en James, pero que no significaba que no tuviesen los mismos sentimientos. No pudo soportarlo más, la mirada vacía y a la vez tan expresiva de James fue más poderosa que todo. Rozó sus labios con los suyos siendo lo más dulce posible.

James correspondió su beso con lentitud, ternura y efusividad, misma que le permitió a Alfred ir avanzando más y más con él. Intensificó el movimiento de sus labios y sentir la manera en la que James daba todo de sí para ir a la par, hinchó su corazón. Se besaron con intensidad, como nunca creyó que podría besar a alguien que sólo despertaba pureza y deseos de sobreprotección.

El menor se aferró a su hombro con ganas y aún con los ojos abiertos, continuaron besándose, despacio y a la vez con intensidad. Podía sentir la respiración de James, su corazón latiendo aceleradamente. ¿En verdad James era el hermano de un asesino? No era posible, se negó a seguir creyéndolo y sintiéndose una basura al haber caído en las provocaciones de Claire Loyd.

Se separaron cansados y con la respiración agitada, Alfred aferró en sus brazos a James y éste también le abrazó recargando su rostro en su pecho, llenándose de ese calor que Alfred Luther significaba. Quiero siempre tenerte así, en mis brazos y nunca permitir que nada malo te ocurra, pensó Alfred al recordar las palabras de Lalita Moon. James había sido el más afectado de todos, no permitiría que los Aramis pusieran sus garras en él, le protegería así se le fuese la vida.

Oh si tan solo Alfred supiera…

                —Vince y Peter eran los mejores amigos—soltó de repente James y Alfred negó sin parar besando su frente.

                —No, no tienes que decírmelo, no hace falta.

                —Lo sé—sonrió en sus brazos y Alfred casi se derrite ahí mismo—. Pero yo quiero hacerlo. Ellos eran amigos desde la infancia, crecimos los tres juntos y obviamente yo guardaba su mayor secreto. Las cosas cambiaron cuando los padres de Peter decidieron que, para salvar a su familia de la ruina, él debía casarse con Claire Aramis, la hija del abogado más influyente de toda la ciudad. Pero Peter no quería y pensó en huir con Vince, sin embargo, él nunca llegó al lugar de encuentro y mi hermano le odió por eso. Poco después de su boda… él… desapareció…

Lo último James lo dijo como si fuese algo prohibido, como si se tratara de una herida abierta y Alfred quiso morir al exponer a los Moon al sufrimiento de haber perdido lo poco que les quedaba. Lalita Moon a su nieto, James a su gemelo, su otra mitad.

                —Lo lamento James, perdóname en verdad, nunca debiste decirme esto.

                —Lo hago para que entienda que Claire Loyd hará lo que sea para arruinarnos, nunca perdonará la humillación que estuvo a punto de sufrir por culpa de mi hermano—cerró sus vacíos ojos y se aferró más a Alfred.

Éste besó sus negros cabellos mientras asentía. Él entendía que los Aramis eran de temer, aunque seguía sin entender ciertas cosas.

                —Lo que no entiendo es por qué contra tu hermano.

                —Es lógico, porque ellos eran amantes—reveló James dejando anonadado a Alfred.

Todo cobró sentido en ese preciso instante. El odio de Claire a los Moon y los miedos de James, de la propia señora Moon. Era imposible, Vincent no podía ser el asesino de un solo ojo, no cuando entendía que Peter y él se amaban.

Pero Peter le dejó por Claire, razonó Alfred y entonces una nueva epifanía le invadió. Vincent Moon amaba a Peter, pero nunca iba a perdonarle que no hubiese llegado al lugar de encuentro para huir. Ciertamente, el hermano de James no era el psicópata asesino de un solo ojo.

Pero no le salvaba de ser el asesino de Peter Loyd.

Todo lo contrario, lo volvía el verdadero principal sospechoso.

****

Después de despedirse de James en la puerta de su casa con un par de efusivos besos más, Lalita Moon le dejó marchar con una risita traviesa. Le gustaba mucho la forma en que James había cambiado las últimas semanas a partir de esa primera cita. Su nieto sonreía mucho más y siempre hablaba de Alfred Luther como si fuese increíble. Diario salían tomados de la mano y compartían anécdotas, el abogado había aprendido a conocer a James y sus secretos, su inexpresividad y su perfume. James sabía en qué momento Alfred estaba cerca, aún si no podía verlo. Sus vidas habían cambiado y Lalita sólo temía por el abogado y su relación a Claire Loyd, quien sólo bufaba ante esa relación, recordándole sin parar a Alfred el peligro que Vincent Moon representaba.

Por supuesto, Alfred no se había quedado tranquilo con las suposiciones que había hecho después de conocer la verdad de Vincent y Peter. Hizo sus respectivas investigaciones en NatVille y todo confirmó lo dicho por James. Tratándose de un secreto a voces, no le sorprendía que casi todo el pueblo estuviese al tanto de lo que Claire Loyd había hecho para castigar a Peter por intentar dejarla. Pero de ahí a que se lo dijeran era otro asunto. Siempre que llegaba a esa parte, la gente negaba y simplemente aludía a la crueldad de los Aramis.

Estaba frustrado ante tanta búsqueda sin frutos. Afortunadamente para él y la estabilidad mental de Claire Loyd, el Asesino de un solo ojo no había vuelto a atacar en la ciudad a pesar de ya llevar casi dos meses y medio ocultos en NatVille. Lo malo, era que sus sospechas y dudas con respecto a Vincent Moon crecían. ¿Dónde estaba el Asesino de un solo ojo? ¿Por qué no atacaba desde que ellos estaban refugiados en ese lugar? Tenía demasiados malos presentimientos y los mismos cobraron vida al llegar al departamento que compartía con la viuda Loyd.

Encontró la puerta destrozada y al instante se alarmó. El interior del departamento estaba peor. Todo desordenado, los muebles y jarrones rotos, las pertenencias revueltas y a Claire Loyd oculta debajo de la mesa de cocina, con los ojos vendados, sangre derramándose en el ojo izquierdo y una mordaza en la boca, sollozando sin parar. Se apresuró a desatarla y al instante ella le golpeó en un acto reflejo de defenderse. Al quitarle la venda, Alfred tuvo que hacer uso de su estómago para no volver la comida. Ella temblaba sin parar y pataleaba, destrozada emocionalmente. Sólo cuando fue consciente con su único ojo sano, que se trataba de él, dejó de luchar para lanzarse a sus brazos y llorar más y más.

Mierda, gruñó enfadado consigo mismo. Se había confiado demasiado. Debió saberlo, debió entender que si el Asesino de un solo ojo no había vuelto a atacar era porque la estaba cazando. Y la encontró en su escondite. Se tardó demasiado en volver de la casa de los Moon, se distrajo con preguntas a las personas conocidas que se encontraba, olvidó su prioridad. El juicio de Claire estaba cerca y él debió hacer lo posible por protegerla. Había fallado, era una basura.

La ayudó a levantarse y después de intentar curar su herida con los recursos que contaba. Claire no paraba de sollozar y susurrar “Volverá… él dijo que volverá”. Alfred no sabía cómo actuar ahora. No entendía la lógica del Asesino de un solo ojo. Él se especializaba en matar a sus víctimas, sin dejar rastro. ¿Por qué había dejado vivir a Claire si ella era su siguiente objetivo? A menos claro, que no hubiese sido él. La imagen de Vincent Moon que había construido en su cabeza gracias a las fotografías que James le mostraba, fue lo único que aclaró esas dudas. Todo tenía sentido, el dolido novio fugitivo estaba haciendo esto en nombre del Asesino de un solo ojo.

Cuando Claire Loyd dejó de llorar, le preparó un chocolate caliente para calmar sus nervios. Tenía una venda nueva cubriendo su ya desaparecido ojo y aquel que podía ver, le enfocó fijamente como si estuviese atrapado en el trauma de haber perdido a su igual.

                —Señora Loyd, yo me encargaré de esto, se lo prometo.

                —Nada de lo que haga servirá abogado—susurró con voz delgada, sintiéndose perdida en la nada—. Ahora entiende lo que le dije sobre Vincent Moon. No puede decirme que no es verdad, yo lo vi, lo vi antes de que me hiciera esto y me sonrió descaradamente—tembló agitadamente—. Es un enfermo, siempre lo fue. Ese golpe en su cabeza le costó la razón, todos lo decían. Ahora lo puede comprobar.

Alfred bajó la mirada apenado al no haberle creído. Ciertamente, sus investigaciones y el archivo médico que había logrado obtener en el hospital de NatVille sobre Vincent, comprobaban las especulaciones. Ese golpe en su accidente de infancia le había causado demasiadas secuelas, Vincent siempre tenía dolores de cabeza y actitudes extrañas. Los doctores temían que el trauma cerebral hubiese afectado otras cuestiones de su psique y por ello siempre estaba en observación.

O lo estuvo hasta que desapareció

                —Lo sé, lo entiendo, pero no tema, yo haré lo que esté en mis manos para protegerla.

Aún si ya era tarde, entendía que Vincent no se detendría hasta culminar su trabajo. Lo cual significaba una sola cosa. James y Lalita Moon debían tener cuidado y saber sobre su desaparecido hermano y nieto. No quiso imaginar el rostro desolado de James al saber la verdad, la sola idea le dolía demasiado, pero era lo mejor, quitarles la venda de los ojos, quitar a Vincent del pedestal que ambos había construido para él.

Mientras marcaba en su celular para contratar un servicio de seguridad privada para Claire Loyd y un doctor especializado, Alfred lamentó ser el portador de una noticia que destruiría a los Moon.

Y que quizá, le arrebataría de James para siempre.

****

Los periódicos de NatVille se llenaron con la noticia, los medios locales armaban un escándalo y la gente tenía miedo. El Asesino de un solo ojo había atacado a la viuda de Peter Loyd, las teorías y murmullos sobre Vincent haciendo de las suyas no paraban de pulular en la boca de todos y Lalita Moon hacía oídos sordos. Ella conocía a su nieto y sabía la maravillosa persona que era, así que no se dejaba llevar. Vendía sus flores en su respectivo puesto en la estación y James le ayudaba en el local sin decir nada, deprimido de repente y comprendiendo la razón. Alfred Luther había dejado de visitarlo a raíz de ese suceso. Lo entendía y le apenaba, el abogado estaba demasiado ocupado arreglando los detalles surgidos a partir de escándalo. Claire Loyd no salía de su casa para nada, tenía un equipo de seguridad para protegerla sacado de una película de mafiosos y Alfred debía lidiar con los reclamos y exigencias de Ernest Aramis.

Sus arreglos florales denotaban la tristeza que sentía y Lalita contemplaba con pena cómo el semblante alegre que Alfred Luther había logrado en su nieto, desaparecía, dejando una vez más ese gesto vacío y esos ojos mirando a la nada.

Cuando regresó de vender sus respectivas flores, Lalita se acercó a su nieto y le abrazó dándole palabras de aliento. Todo iba a estar bien, Alfred volvería muy pronto y nada cambiaría entre ellos. Era lo único que podía decirle y James simplemente asintió como si lo creyera, pero una parte de su ser sabía que en definitiva, eso no pasaría.

O al menos así lo creyó hasta que percibió su aroma y la campanita de la puerta sonando, muestra de que alguien había llegado. James se apresuró a esconderse detrás de la puerta trasera del local y Lalita no entendió tal actitud, pero se apresuró a recibir al invitado.

Alfred le saludó con caballerosidad y la anciana pudo suspirar tranquila, al fin el abogado aparecía, todo iba a estar bien ahora. Eso era lo que esperaba, nunca se imaginó que el semblante serio y apenado del abogado era por otra cosa.

                —Señora Moon, me alegra encontrarla sólo a usted—explicó temeroso, agradecía en verdad que James no estuviese ahí, no tenía el valor de decirle la verdad a él.

                —¿Qué ocurre joven Luther?

El aludido ya no se molestó en pedirle que le llamara por su nombre, le pidió a la mujer que tomara asiento y después de pensarlo demasiado, tomó sus manos antes mirarla fijamente y comunicar la horrible noticia.

                —Señora Moon, siento ser quien se lo diga de esta forma, pero lo creo necesario para que usted pueda estar tranquila—ella no le quitó la mirada de encima, ansiosa de saber sus palabras y Alfred dio un gran suspiro antes de decirlo—. Yo… he investigado y todo me apunta a la verdad. Su nieto Vincent está aquí, en NatVille… él… él es el responsable de lo que ocurrió con la señora Loyd.

Automáticamente Lalita Moon se puso de pie negando sin parar mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. No. Él también había caído en la trampa, los Aramis lavaron su cerebro. No era verdad, su Vince no era capaz de algo tan horrible, era como insinuar que su nieto era el Asesino de un solo ojo y se negaba a aceptarlo.

                —Lo que dice no tiene sentido, no es verdad, usted simplemente se está dejando llevar por las palabras de Claire Loyd.

                —Entiendo que es doloroso señora Moon, pero hay pruebas que lo demuestran, ella lo vio antes de que cometiera su cruel acto y mis investigaciones sobre el paradero de su nieto, su salud mental, la relación con Peter, todo lo demuestra. Ciertamente, su nieto no es el Asesino de un solo ojo, pero sí el asesino de Peter Loyd y el responsable de esta tragedia con su viuda.

La anciana cubrió su rostro con sus manos sollozando sin parar mientras se sentaba. No, no podía aceptarlo, pero admitía que había ciertas cosas de Vincent que siempre le parecieron extrañas, tanta cercanía a Peter y después su odio desmedido, eso sin contar lo que Claire había hecho. Era demasiado para soportar, la mujer dio un sollozo agudo y cuando Alfred planeaba consolarla, desesperado y con furia absoluta, el ciego hizo su aparición, con sus manos temblando por el dolor y el coraje ensombreciendo esa mirada vacía.

                —¡Es suficiente! ¡Fuera de aquí abogado! ¡No toleraré que haga llorar así a mi abuela con calumnias sobre Vince!

                —James escúchame… no es…

                —¡Fuera!—gritó el ciego y con dificultad debido a tantas emociones, se acercó a él con tropiezos y lo empujó fuera del local.

Alfred ni siquiera pudo replicar, el odio que destilaba el rostro de James le dolió demasiado. Comprendió que debía dejarlo por ahora y sólo cuando estuviese más calmado, volvería para arreglar las cosas. No iba a perderlo, aún si la verdad era demasiado dolorosa para ambos miembros de la familia Moon. Amaba a James, estaba convencido de ello ahora, no dejaría que ni siquiera Vincent Moon les separara.

En cuanto estuvieron solos, Lalita continuó llorando mientras James apretaba sus puños, como si estuviese conteniendo todas las emociones, todas sus lágrimas. La anciana le miró sin entender tanto coraje y trató de abogar por Alfred Luther.

                —James… yo… esto me duele… pero… puede que…

                —Ni siquiera lo insinúes—le cortó el menor con sequedad y Lalita bajó la mirada evocando recuerdos de hacía ya tanto tiempo.

                —Tiene sentido, él… él enloqueció cuando ocurrió “aquello”. Dijo que iba a matarlos, a los dos, estaba furioso por lo que te hicieron y no le culpo. Quizá… por esa razón…

James lanzó lejos su bastón en un modo de callar las duras palabras de su abuela. No, su hermano no era un asesino, su hermano era la persona más maravillosa del mundo. Sin importar la magnitud de los sentimientos que guardaba para Alfred Luther, no permitiría que manchara así su nombre e implantara dudas en su abuela. Vince era bueno, siempre lo fue.

                —Mi hermano no lo hizo… ¡No lo hizo abuela!—gritó con los nervios a flor de piel y tropezando con todo volvió a refugiarse en la bodega del local de flores, donde se encerró y sollozó sin parar.

Ella contempló con dolor tal escena y lamentó el hecho de que Claire Loyd hubiese ganado una vez más con sus mentiras. Era terrible, pero siempre ocurría, los Aramis tomaban el control de aquellas personas nobles, los moldeaban a su antojo y los ponían en su contra. Pasó con Peter y ahora con Alfred Luther.

Era su destino, ser siempre odiados por aquellos que más amaban.

****

Era la cuarta vez que llamaba dejando un mensaje. Un par de semanas habían transcurrido y las cosas ya estaban un poco más calmadas, pero todo seguía en su punto crítico. La gente de NatVille se negaba a salir por las noches y Claire Loyd seguía refugiada en su departamento con su grupo de guardaespaldas. Alfred llamaba diario a la casa Moon para intentar arreglar las cosas con James, pero éste nunca le contestaba y Lalita se había cansado de pedirle que ya no lo intentara, James no le perdonaría nunca, se había metido con algo demasiado sagrado, su hermano mayor, su perfecta e intachable imagen.

Colgó por quinta vez y suspiró mirando el teléfono del departamento Aramis. La hija del importante abogado dueño de casi todo el imperio legal en la ciudad, se acercó a él lentamente. Su único ojo llamativo y brillante le miraba casi con burla y cierta pena. El hueco donde debía estar el otro estaba cubierto con una venda que no restaba su atractivo. Claire seguía siendo una rubia preciosa, pero ya no mostraba esa actitud vanidosa y arrogante. Era como si en esa noche, la persona responsable le hubiese arrebatado mucho más que un ojo, casi un pedazo de su espíritu.

                —Pierde el tiempo abogado, el Dios de los Moon es Vincent, jamás los hará cambiar de opinión por mucho que lo intente.

El abogado resopló. Estaba harto de tantos secretos, harto de esa rivalidad. ¿A quién creerle? ¿En quién confiar? Claire Loyd aseguraba que Vincent era el Asesino de un solo ojo, James Moon juraba que su hermano era inocente y todas las pruebas simplemente no le decían nada concreto. ¿Qué había ocurrido exactamente? ¿Por qué los Aramis odiaban tanto a los Moon? ¿Por qué los Moon odiaban tanto a los Aramis? ¿Cuál había sido el verdadero papel del fallecido Peter Loyd en esa guerra?

                —Suena muy segura del carácter de James y Lalita Moon. ¿Por qué no me habla de ello señora Loyd? ¿Qué es lo que le une a usted con Vincent Moon y Peter Loyd?

Ella hizo una mueca y tomó asiento con fastidio frente al abogado. A esas alturas del partido guardar el secreto le parecía estúpido, no cuando todo el pueblo lo divulgaba como si fuese la comidilla perfecta. Odiaba estar en la boca de todos de ese modo, volver a NatVille sólo le había traído desgracia, pero regresar a la ciudad en ese estado la arruinaría, tenía que esperar a que las cosas en los juzgados se calmaran y entonces sí, regresaría triunfal como sólo la hija de Ernest Aramis podría hacerlo. Tenerle secretos al abogado que le había mostrado lealtad al creerle antes que a James Moon, ya no tenía sentido, Alfred Luther había demostrado tener la misma calidad moral que ella al abandonar al ciego y a la anciana a su suerte en las burlas.

                —Es obvio que ya lo sabe. Peter y ese enfermo de Vincent tenían una relación. Ese tipo siempre me pareció raro, con sus comportamientos nerviosos, su excesiva medicación y su apego a Peter—tembló ligeramente como si el simple hecho de recordar a Vincent le provocara escalofríos—. Los descubrí conspirando para huir unos días antes de la boda y obviamente me enfadé. Someterme a mí, la hija de Ernest Aramis, a semejante humillación era insulso. Llamé a papá y él me aseguró que coaccionaría a Peter para evitarlo.

                —¿Y de qué manera lo coaccionó señora Loyd?—preguntó sigilosamente el abogado, sin mostrar su indignación ante el cinismo de Claire con sus acciones.

                —Sencillo, mi padre amenazó con matar a Vincent si me dejaba plantada. Por esa razón Peter ya no huyó y afrontó sus responsabilidades—sonrió ligeramente y después una mueca de desagrado invadió su bello rostro deformado por la venda en su ya perdido ojo izquierdo—. Pero yo sabía que eso no aplacaría a Vincent Moon, así que yo tomé cartas en el asunto. Me encargué de que le dieran una pequeña lección.

No le gustaron las palabras de Claire cuando dijo aquello. ¿Exactamente a qué se refería con haberle dado una “lección”? Alfred se acercó a ella y se inclinó hasta quedar a su altura para poder conocer ese secreto que le aseguraba era la clave de todo lo que ocurría a su alrededor. La clave del odio de los Moon, la clave de los actos de Vincent.

                —¿Qué clase de “lección”?

 Claire no mostró emoción alguna cuando soltó su sentencia como si de algo trivial se tratara.

                —Mandé a un grupo de maleantes para que abusaran de él.

Se levantó impetuosamente sin poder creerlo, no concebía que ella hubiese hecho algo así de terrible y estuviese tan tranquila. Las palabras de Lalita Moon volvieron a su mente, Peter había sido coaccionado, arrebatado de la persona que amaba. Vincent llegó al lugar de encuentro y todo lo que hallo fue una humillación más allá de lo más deplorable. Todo cuadró, el odio sin límites de Vincent, el dolor de Lalita Moon, el fervor con el que James le defendía de las acusaciones de Claire Loyd. Todo fue claro en ese momento.

Los Aramis eran los seres más viles e inhumanos de ese planeta.

****

Estaba sentado en su cama, con los ojos fijos en la nada, como era su costumbre. Después de “aquello” estuvo así por días. No hablaba, no se movía y no comía. Su abuela estaba destrozada por ese hecho y Vincent… él… dijo tantas cosas al verlo así. Pero él conocía a su hermano, él lo sabía perfectamente. Amenazó a Claire y Peter Loyd cegado en su odio, los amenazó cegado en la rabia, pero jamás les hubiese hecho daño. Alfred Luther no tenía idea de lo que insinuaba y lo mucho que había lastimado a su abuela con sus palabras. La duda estaba ahí y él haría lo imposible por erradicarla.

Lo imposible.

Escuchó la puerta de su casa sonar y estaba tan perdido en sus recuerdos que, en esta ocasión, no prestó atención a las señalas que siempre le decían quién era la persona al otro lado. Con su bastón caminó hasta la entrada, estaba solo, su abuela había salido a comprar algunas provisiones para el fin de semana y tardaría bastante. Abrió la puerta y el perfume conocido de Alfred llegó a sus sentidos, obligándole a cerrar la puerta, pero siendo demasiado tarde, el abogado ya había entrado.

                —¿Qué hace aquí? Ya se lo dije, usted no es bienvenido, no quiero que…

Alfred ignoró todos sus reclamos y lo envolvió en sus brazos con tanta fuerza que a James casi se le escapa un jadeo. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué lo abrazaba así? Se suponía que lo detestaba por lo dicho sobre su hermano, pero había pasado tanto tiempo desde que estaba así, en sus brazos, tan cerca uno del otro, que simplemente no pudo resistirse, aún si una parte de él le gritaba que lo alejara, que era un desgraciado que le había abandonado inducido por las venenosas palabras de Claire Loyd.

                —James…—susurró en sus cabellos y el aludido tembló con lágrimas en sus apagados ojos—. Perdóname… perdóname por abandonarte… Dios… tenías tanta razón, tú y tu abuela tienen tanta razón… Claire Loyd y Ernest Aramis son despreciables… Dios… lo que… lo que ellos le hicieron a Peter y lo que le hicieron a tu hermano…

James le abrazó con ganas aferrándose en su pecho mientras preguntaba. Estaba algo confundido. ¿Qué le hicieron a Peter? ¿Qué era exactamente lo que Alfred sabía? ¿Acaso estaba al tanto de todo como tal? ¿Eso le había llevado a suplicarle perdón con tanto fervor?

                —¿Qué fue lo que les hicieron?—preguntó temblorosamente mientras derramaba más lágrimas sintiéndose hundido en sus propios recuerdos.

                —A Peter lo amenazaron con matar a tu hermano y a Vincent… Dios… Argh… fue horrible… ella mando a que…

El ciego lo silenció con sus dedos sonriendo con tristeza. Menos mal, suspiró en su interior y le regaló un dulce beso con el sabor salado de sus lágrimas. Alfred le besó de igual modo aferrando su cintura a su cuerpo, para poder sentirlo más cerca.

                —Te lo prometo James… limpiaré el nombre de tu hermano… lo haré por ti.

El ciego le enfocó directamente, casi como si pudiese mirarle y asintió conmovido con las palabras del abogado, aquellas que le ofrecían un mundo precioso que él ya no tenía derecho a tomar. Le besó una vez más con ganas y Alfred se dejó llevar por las caricias tímidas y lentas que James le regalaba. Poco a poco el menor le fue despojando de su saco y Alfred hizo lo mismo con su camisa.

Le condujo con cuidado y sin dejar de darle cariñosos besos en su rostro a través de las escaleras, directo a su habitación, donde una vez sin las barreras de la ropa, James se dejó acariciar por Alfred, aún si su pecho se aceleraba a cada roce, aún si en momentos pequeños, los horrorosos recuerdos invadían su mente. Era tan distinto, Alfred era delicado, suave y cuidadoso con él. Le quitaba cada prenda con fervor y le besaba como si fuese lo más preciado para él.

James se permitió a sí mismo ser feliz por lo menos esa noche, disfrutar el calor que Alfred le regalaba, entregarse a sus manos y permitir a su boca esbozar esos sonidos que en su momento le parecieron desagradables, pero que en ese instante le parecían lo único que podía darle al mayor en retribución por lo amado que le hacía sentir.

                —A… Alfred…—susurró envuelto en el placer de su mano masturbándole con tanta dedicación.

                —James…—respiró el abogado en su oído, besando sus ojos que no podían mirar—… te amo…

                —Y yo a ti…—declaró con lágrimas al sentirlo en su interior.

Tan diferente, tan único y especial, tan lleno de significado, lo suficiente para hacerlo dudar más de una vez en su resolución, en sus planes, en todas las emociones que se había guardado todos estos años. Tanto amor y tanta bondad no podían ser reales, Alfred no podría estarle llenando de tanta dicha, no cuando él mismo se había convencido de que nunca más la tendría, aún si había apagado su corazón después de todo lo ocurrido.

Aún después de Vincent, aún después de perderse a sí mismo.

Llegó al orgasmo sin creerlo y Alfred se corrió fuera de él para no mancharlo, para respetarlo hasta en aquello que parecía lo más simple del mundo. Besó sus labios sin parar y James se acurrucó en su pecho sintiéndose por primera vez libre de todo lo que él era, libre de sus culpas, libre del dolor y libre del daño que los Aramis le habían hecho al marchitar a su hermano.

Libre de Vincent Moon, libre del Asesino de un solo ojo.

****

Se abrazaba a sí mismo, tenía ya su ropa puesta y una vez más estaba sentado con los ojos fijos en la nada. Alfred dormía en su cama, enredado en las sábanas, perdido en la felicidad que había sentido al tener a James en sus brazos, al haberlo amado y haber recuperado su corazón. El joven de cabellos negros y marrones ojos no decía nada, su rostro volvía a ser inexpresivo, casi como al principio, casi como cuando se conocieron, como había sido los últimos 4 años antes de que él apareciera.

Con cuidado de no despertarlo, acarició su cabello y lentamente, con precaución, besó su frente como una última declaración de amor. Se levantó de la cama y guiado por su bastón, llegó hasta su lado, inclinándose de repente para susurrarle un último secreto.

                —¿Puedo confesarte algo Alfred?—al no recibir respuesta alguna, el ciego dio un suspiro con una apagada sonrisa mientras continuaba—. Esa noche los hombres de Claire no abusaron de mi hermano—su sonrisa melancólica se intensificó—. Es tan sencillo equivocarse a veces cuando se trata de gemelos… ¿No lo crees?

Un simple error… una ligera confusión… y una vida está arruinada…

Se levantó y comenzó a caminar a la salida de la habitación. Escuchó un ruido en la ventana y se acercó a ella con curiosidad. Se quedó de pie ahí, como congelado, como si supiera que había algo allá afuera esperándole, algo que él sabía muy bien que debía hacer, algo que le llamaba mucho más que el gran amor que sentía por Alfred Luther. Se alejó de la ventana, salió de la habitación y cerró la puerta dejando al abogado atrapado en sus sueños.

Esa fue la última vez que alguien vio a James Moon.

Notas finales:

Where is James!!!! Where is James!!!! 

Yo sé que soy una desgraciada, no me odien, la buena noticia es que las explicaciones y todo vienen en el siguiente capítulo, la mala, es que muy probablemente lo suba hasta la próxima semana (eres de lo peor Miny)

"Vaya regalo de cumpleaños dejar a Romi con la incertidumbre Miny, eres genial" esa era yo ironizando, pero bueno, es que no está en mis manos y si así me salió hiperlargo, ahora imagínense. Lo bueno es que era un "one-shot" jaja

Sin más me despido, espero que les haya agradado y si no, pueden golpearme, principalmente tú Romi :D

Les amo!! Muchas gracias!!


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