Estaba tranquilo. El día estaba despejado, los grandes nubarrones que anunciaban una gran tormenta habían desaparecido al salir el sol, la estación no estaba tan llena como lo parecía desde lejos y, por ahora, se encontraba solo. O casi solo. Su acompañante, un hombre silencioso que apenas y había pronunciado los buenos días al entrar, le resultaba bastante satisfactorio para ese día en que todo lo que necesitaba era sentarse y observar con los arboles quedaban atrás.
Sin embargo, el frio aun podía colarse a través de sus ropas y cada vez que suspiraba el vaho podía verse en el aire. Miro a la ventana, los arboles quedaban atrás, alejándose cada vez más de la ciudad. Taemin no llevaba más equipaje que un pequeño y viejo maletín de cuero donde llevaba dos lápices de grafito, unas cuantas hojas, el boleto del tren, algunos documentos y un pequeño frasquito de veneno.
El clima era agradable, el día estaba soleado y, en silencio, Taemin pensó que no habría podido escoger un mejor día para morir que ese veinticinco de diciembre.
El tren se detuvo y, de pronto, su compañero se levantó bruscamente de su asiento y salió, tal vez esta era su estación. Todo volvió a la normalidad en un minuto. A Tae le hubiese gustado que la vida fuese más simple, porque si así fuese, tal vez su vida no habría sido una cadena de desafortunados e irónicamente trágicos accidentes. Porque si así fuese, su camino habría sido el mismo, si así fuese, no habría visto caer aquella fotografía de la maleta de su compañero de viaje.
Rápidamente se acomodó sus guantes raídos y tomo el papel. Una niña sonreía rodeada por un campo de flores amarillas, y abajo ponía “Oppa, te amo”. La idea de devolver la fotografía cruzo su mente pero fue borrada cuando el tren se puso en marcha de nuevo.
Dio vuelta a la hoja y leyó:
-Como en inviernos los brazos que te mantuvieron cálido, como las manos que dibujan sin guía, como las palabras tontas amor, como todas las promesas rotas, como los recuerdos felices, como las tazas de té…todo se va…por favor, se siempre fuerte.
Gurdo la foto en su abrigo y se abrazó a sí mismo. Eran palabras bonitas, un día bonito, y una vida tan horrible.
-Supongo que cada quien se crea su propio infierno, es cuestión de ingenio o de idiotez quitarse las cadenas. Yo escogí la forma idiota, tal vez mi desconocido amigo usa su ingenio.
Todo sucedió en cuestión de segundos. Llámese destino, capricho de un escritor omnisciente que tacha un final y escribe otro, casualidad o un simple e insulso accidente que cambia una historia. El tren se detuvo súbitamente y, sin aviso, el corazón del chico tonto comenzó a latir y su cuerpo se llenó de algo que no había sentido nunca: Miedo. Tae quería vivir, no una vida así, no su vida, pero quería vivir.
Se levantó y salió del tren. Y corrió, corrió de regreso, porque quitarle a alguien su mayor recuerdo, sus palabras de aliento, era como quitarle su vida. No supo cómo ni cuándo pero ahí estaba, en la estación, en busca de un rostro incierto y sin certeza alguna de qué sería de su vida sin un propósito, una vida sin futuro: Porque el futuro de su vida era ese morir ese día.
En pocos minutos encontró lo que buscaba. El chico esperaba un taxi pero siempre se le adelantaba alguien. En el rostro de Taemin se evidenciaba su vergüenza, como si todos supieran cual era la tarea que había dejado a medias.
Tae se acercó al chico de ojos grandes y sin palabra alguna saco la foto de su abrigo y se la extendió. Él la tomo y, cuando la vio en su rostro de dibujo la sonrisa más sincera que hubiese visto en su vida. Tae recibió un inesperado abrazo lleno de euforia.
-Gracias, gracias – no paraba de repetir el otro.
Y fue justo en ese momento en que toda su vida, todo su llanto, todas aquellas cicatrices y tanta mala suerte, todo tuvo sentido. Por primera vez, su existencia había influido en otra.
-Soy Minho.
-Soy Taemin – Y Tae sonrió.